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Pat Garrett y Billy el Niño

Western. Drama William Bonney era conocido por todos como "Billy el Niño". Estando encarcelado en Lincoln, después de ser condenado a morir en la horca, llega a sus manos un colt 44, con el que intimida a los guardianes y consigue huir a México. El sheriff Pat Garrett, que en otros tiempos cabalgó junto a él, será el encargado de darle caza. (FILMAFFINITY)
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Críticas 71
Críticas ordenadas por utilidad
13 de marzo de 2008
128 de 139 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Ford le puso fecha de caducidad al western con esa obra maestra que es "El hombre que mató a Liberty Valance" en la que ese territorio en bruto en el que el poder se impone a golpe de revólver, comenzó a extinguirse por la llegada de ferrocarriles, de hombres de negocios... De la civilización. El poder deja de ser impuesto por la fuerza y se emplea el dinero para esto. Muere una época a la que yo no habría concedido mayor importancia de no ser porque el cine la inmortalizó inmejorablemente en mi retina. John Ford anunció este fin, Peckinpah lo explotó.

Lo que en principio sólo se trata del progreso de un territorio acaba adquieriendo tintes de tragedia y poesía en manos de Peckinpah. Se trata de la auténtica decadencia de un imperio, ante la cual sólo se pueden optar por dos vías: adaptarse o resistir. Y aquí es cuando entra otro de los temas fundamentales de Peckinpah: la amistad traicionada. Aquí, evidentemente, se trata de la de Pat Garrett y Billy The Kid.

Mientras que Garrett planea llegar a viejo, para lo que decidirá adaptarse a los tiempos cambiantes, Billy hará lo que ha hecho siempre: lo que le salga de los huevos. Estas dos actitudes les llevarán a que el primero sea contratado para matar al segundo.

Y lo que viene después no se trata de persecuciones con tiros y acción espectacular, sino de resignación, tristeza y melancolía. Todos siguen su cometido aun sabiendo que esto signifique traicionarse a sí mismos o morir. Matan a desgana y mueren sin llanto. Todo esto aparece arropado por una atmósfera sombría y crepuscular, y por un halo poético intensificado por la soberbia música de ese monstruo que es Bob Dylan.

Uno acaba comprendiendo que Pat Garrett ni llegó a viejo ni murió como se nos muestra en la escena que abre la película, sino que ya estaba muerto desde tiempo atrás: se mató a sí mismo o, más bien, lo mató Billy the Kid. Y yo, lo único que puedo hacer ante tal despliegue de maestría, es rendirme ante Peckinpah, el cine y la vida. Obra maestra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
GVD
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31 de diciembre de 2008
83 de 86 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al principio de la película se nos muestra como Billy y su banda se divierten disparando a unas gallinas que están enterradas hasta el cuello. No tienen escapatoria, ni una sola posibilidad de salvarse. Así es toda la película.

No hay ni un solo tiroteo justo, o donde una de las partes no tenga todas las de perder. No vemos ningún duelo donde haya algún atisbo de duda sobre el vencedor. No hay nada de justicia. Todos los muertos mueren como perros, acribillados, acorralados, desarmados, cogidos por sorpresa, en inferioridad numérica o pillados borrachos o entre putas. Y buen número de estos muertos, son asesinados por viejos amigos, camaradas y compañeros de mil aventuras.

Cada vez que Pat Garrett mata a un viejo amigo, se mata también un poco así mismo. Él mismo morirá como un perro, en un flasforward que se nos muestra al inicio de la película, en montaje en paralelo con los disparos de Billy y su banda hacía las gallinas. El paralelismo es evidente.

Peckinpah borra todo rastro de romanticismo clásico, propio de un western, y a su vez, paradójicamente crea una obra crepuscular, que respira nostalgia por los cuatro costados, acompañado en todo momento por la música de Bob Dylan. Es una película triste y desoladora, con un tono melancólico. Es el fin de una época. No extraña por tanto que la película comience en un atardecer rojo sangre, haciendo alusión al fin de un ciclo y a toda la sangre que se va a derramar. Poco pueden hacer los personajes, ni siquiera pueden elegir como van a morir. Porque, vuelvo a remarcar, todos ellos van a morir por un disparo por la espalda cuando huyen desarmados, en un duelo trucado, en una encerrona en una casita rodeados por los Rangers sin posibilidad de salir, o sorprendidos por un viejo amigo mientras se afeitan por la mañana.

El Western clásico muere en esta inolvidable obra, para dar paso a un western crepuscular, donde los ideales del viejo oeste ya no tienen cabida, ni donde hay ya empresas justas. Ahora hasta los viejos amigos se matan entre si.

Todo es rojo. Todo es triste. Y todo es jodidamente precioso.
The_End
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22 de mayo de 2006
60 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fragmento de dialogo de “Pat Garrett y Billy the Kid” que sintetiza de forma magistral, con solo una pregunta y una respuesta, el sentido último de esta nueva obra maestra de Sam Peckinpah, donde su autor lleva más lejos aún que en “Grupo salvaje” sus temas de referencia, la amistad traicionada y el final de un tiempo sin futuro, que ya es el pasado, regido por un estricto código ético-moral como forma de entender y vivir la vida. Film mutilado y remontado hasta desvirtuar su esencia -algo frecuente en el cine del director- ha sido afortunadamente recuperado en la versión definitiva que su autor quiso y no pudo hacer. Un Peckinpah lúcido, consciente de la agonía final de un género condenado a desaparecer como el viejo oeste, sublima un material a priori convencional y rinde un sentido homenaje de admiración a un tiempo pasado en uno de los films más hermosos, nostálgicos y tristes vistos en una pantalla. Western crepuscular, autentico poema visual de inusitada belleza y lirismo, Peckinpah revisita la relación y el último enfrentamiento entre el sheriff Pat Garrett y su antiguo camarada de correrías William Bonney. Historia trágica y fatalista de una amistad que sobrevive más allá de la traición y la muerte, asistimos a la tragedia interna de unos seres desesperanzados atrapados entre el pasado y el futuro, entre un mundo que se acaba y otro nuevo que nace. Caras distintas de una misma moneda, uno escogerá la libertad y la muerte, el otro envejecer pagando un alto precio por ello. Los dos han llegado al final de su camino, uno lo sabe, el otro empezará a intuirlo en el preciso momento en el que siente la necesidad de disparar sobre su propia imagen reflejada en un espejo, en un plano sublime de sobrecogedor lirismo. Con un soberbio y preciso guión lleno de sugerentes metáforas “Pat Garrett y Billy the Kid” se transforma bajo la mirada serena y comprensiva de Peckinpah en un canto de respeto y admiración a un estilo de vida -que también es el suyo- que se fue y que no volverá. Un James Coburn extraordinario y un más que notable Kris Kristofferson magistralmente dirigidos por Peckinpah insuflan un poderoso halito vital, teñido de resonancias de tragedia griega, a unos personajes que alcanzan cotas de gran estatura ética y moral. Inolvidable y melancólica banda sonora de un inspirado Bob Dylan, muy mediocre como actor, que ha pasado con letras de oro a la leyenda y la mítica del cine.
Joya absoluta del cine a redescubrir y reivindicar, de visión obligada en VOS.


Francesc Chico Jaimejuan

Barcelona 23 de mayo de 2006
Harry Lime
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10 de mayo de 2009
43 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Peckinpah, el obstinado, cuenta con su bronca poesía la leyenda de Pat Garrett y Billy el Niño, grandes amigos y compañeros de banda que dejan de serlo cuando Pat escoge aliarse al poder para asegurarse la vejez al amparo de los terratenientes, cuyos intereses protege con una estrella de sheriff en el chaleco.
La opción de Garrett exige refundar cínicamente la conciencia, suprimir lo indómito de sí, y suprimir a los indómitos del entorno.
Billy sigue un rumbo intermitente hacia México, a su manera anárquica. Garrett, en cambio, se ha vuelto cazahombres frío y metódico, y su pieza, la que quiere servir a los hacendados, es Billy the Kid, su viejo amigo, su ex amigo en realidad.
Peckinpah, el descreído, contrapone así lo legal a la lealtad interna de la banda. Su sentir al respecto se entiende recordando que era nieto de un jefe indio y consideraba que a los indios les habían robado sus tierras. La genética explica parte del agresivo escepticismo que rezuman los westerns del director.

Para funcionar, una leyenda tiene que exagerar, dejar la verosimilitud a un lado y presentar con un solo rasgo personajes y situaciones. Garrett es serio y aplomado, imponente como una autoridad irascible; Billy sonríe siempre, con espontaneidad infantil (aunque no en la conmovedora muerte de un indio mexicano amigo suyo).
Los hombres son bebedores, no salen comiendo sino bebiendo constantemente de los frascos de whisky. Duermen con toda la ropa y, cuando una vez al año se bañan, se la despegan más que quitársela. Las mujeres figuran en segundo término, y sólo aparecen a la hora del placer.

La violencia física de las escenas no puede afectar mucho al espectador de hoy, saturado de excesos. Donde esa violencia resulta tremenda es en la estructura del mundo propuesto: la ley es despreciable, la civilización resta nobleza al hombre. Rifles y colts son el idioma. La vida humana, insignificante, depende de caprichos. Se llama sed al síndrome de abstinencia. La mujer es poco más que ganadería.

El recio lirismo a que se lanza Peckinpah está en la frecuente luz de crepúsculo, la madera gris y gastada, el paisaje agreste, los movimientos ralentizados y algunas muertes solemnes: la de ese viejo alguacil que con el vientre perforado camina despacio hacia el río, como buscando tablas. Y en la música de Dylan, a quien se ve bastante, en un llamativo papel silencioso.

La MGM reeditó radicalmente la película antes de su estreno en 1973. Peckinpah rescató la versión no amputada y la guardó. Publicada tras su muerte, es la que conocemos hoy, con la muerte de Garrett canoso y acribillado, frustrada su jubilación, en una secuencia inicial que convierte en flashback todo el relato; con la fiesta en el burdel, alguna otra escena sexual más, y el fragmento en que Pat, expresando contradicciones internas, dispara a su propia imagen en un espejo.

Narración intensa y personal, fue lo último que Sam Peckinpah filmó dentro del género.

(7,5)
Archilupo
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2 de marzo de 2008
34 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comenzaré diciendo que película que vi era la versión del director. En pocas ocasiones, son en las que para mí, el montaje del director consigue mejorar la película. No puedo jugar si es este el caso, pues la cinta estrenada en los cines no la he visto.

No es esta película el mejor western de Peckinpah, pero es una cinta impresa con su sello personal y con dosis de mucha calidad y escenas rodadas con un gran sentido visual. Peckinpah crea unos excelentes personajes, bueno, no es que los cree, digamos que rescata y persigue la leyenda del lejano Oeste. Empezando por Pat Garrett interpretado por un enorme James Coburn que a mi juicio se merienda a Kris Kristofferson haciendo de “Billy the kid”.

Peckinpah vuelve a manchar la imagen de violencia desmesurada, de diálogos pulidos y personajes con principios inquebrantables. Es hermoso, pero no consigue mantener la dosis de tensión durante todo el metraje. Ciertos momentos la película decae en espacios muertos y ni la excelente banda sonora consigue solventar esos momentos.

Bob Dylan, no sólo pone la BSO, se estrena en pantalla grande con un personaje extraño y silencioso. No aporta mucho, tampoco desentona.

“Pat Garrett y Billy the kid” necesita algo más de ritmo, pero no dejará indiferente, porque este director jamás lo hace.
Chagolate con churros
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