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La tercera guerra mundial

Reflexiones en medio de la pandemia, de LUIS RICARDO GÓMEZ PINTO

La tercera guerra mundial Reflexiones desde el encierro, la resistencia y la alteridad Ricardo Gómez Pinto Mientras el Covid-19 hacía estragos en China y empezaba su lenta pero contundente expansión por el resto de Oriente Medio y Europa del este, occidente, empezando por las islas británicas y los Estados Unidos, fueron indiferentes a la amenaza (la reacción que vendría después llegaría tarde). La consigna fue la de mantenerse abiertos al flujo de mercados, bienes y tránsito de personas, sobre todo desde intereses nacionales; algo así como un proteccionismo hacia adentro pasajero. La idea era no dar señales de debilidad ante el enemigo que se robustecía indolente contra el resto del mundo a cada minuto. La explotación e idea de productividad y progreso económico debía continuar su ciclo. La guerra, como con las estrategias y pactos secretos entre nazis y soviéticos o empresarios capitalistas europeos a mediados del siglo XX, empezó a tomar diversos matices ante el escenario de lo que Zizek anticipó serían las guerras modernas: las guerras contra un enemigo inmaterial, como él las llamo.  Fue solo hasta que las bajas en los altos mandos británicos y la situación insostenible en la costa este de los EEUU, advertían de la presencia de un enemigo infiltrado. Las barreras de incredulidad pero sobre todo de arrogante modernidad empezaron a tambalearse en el eje del imperialismo capitalista Londres-Washington-Paris. No obstante, su idea de recuperación y re-aceleración seguía latente. Mientras tanto, las democracias de baja intensidad, como las llaman Christodoulidis y Tully, que aún no definían su bando, sobre todo en América Latina, se apertrecharon con máscaras antigases, medidas regresivas que desempolvaron los viejos decretos de las dictaduras de antaño. Esto aunado a un ejecutivo desfortalecido por la emergencia a ciegas gobernaban a sus anchas tras las figuras de los estados de excepción, poderes excepcionales o regulaciones restrictivas a la movilidad, la libertad de expresión, la expresión, el derecho al trabajo y la participación desde lo local. El antiguo estado de sitio muy común en el siglo XX en Chile, Brasil, Argentina y Colombia, por mencionar unos, parecía revivir entre el pánico sanitario. El miedo, nuevamente, reinaba para dar paso a la restricción, encierro y terror. Ese miedo, como entre los años 1960 y 1970, alimento el auge del presidencialismo de excesos. Curiosamente, lo más democrático y pluralista que ha pasado en los últimos 200 años en el mundo, si se parte del espíritu de igualdad que inspiró la revolución francesa donde no se diferenciaría edad, condición, sexo o pensamiento, se convirtió en la amenaza más grande a la existencia de la vida humana pero a la vez, en una idea paradójica, aquello que detendría su excesiva modernidad aniquiladora en lo económico y social.  La genocida imagen de los campos de concentración en Auschwitz y Treblinka y los gulags soviéticos pareciera mimetizarse en las salas de hospitales y nuevos campos de refugiados-aislados por la pandemia. El enemigo silencioso se hacía moderno. La indolencia del capitalismo y los excesos del consumismo, ahora patrocinados por domicilios a internet, como en los años más crudos de la guerra, agudizó el panorama para cerrar las puertas de la solidaridad y pretender ahondar las diferencias entre, por un lado, ricos (con máscaras ultra protectoras y búnkeres apertrechados de agua y provisiones) y, por otro, pobres (sin refugio ni medicinas básicas). Ahora el modernismo se trata de abrir camino tras discursos como la reactivación económica.  Fue necesaria una nueva y modernizada idea de la shoah desde la que los judíos nos advertían tantas reflexiones, para entender que el enemigo era común, indoblegable e imparable. Fue necesaria la indolencia y temor para entender que los valores de la solidaridad, la fraternidad y la cooperación, relegados tanto por el nazismo y el totalitarismo, en su momento, y más recientemente por los excesos del acaparamiento y la idea de progreso, eran necesarios para hacer la diferencia en la batalla. La pandemia desacelero no solo la economía y con ello la idea de modernidad. Cuerpos de salud, pensadores, artistas y escritores y voces desde la alteridad ofrecieron reflexiones desde escenarios solidarios; se trataba de opiniones basadas principalmente en la generosidad que sugerían girar la mirada al trabajo de voluntarios, asociaciones de mujeres, líderes sociales y campesinos, comunidades indígenas y ambientalistas. Estos ofrecen cadenas de refugio que demostraron que la simpatía y reciprocidad acompañadas de la entrega humana, serían la principal arma contra la contundente fuerza del enemigo. Estas voces desde el sur global, como las vías indígenas, las ideas de decrecimiento como opción económica y las relaciones de Buen-vivir en comunidades campesinas, no solo invirtieron la preponderancia del eje occidental como potencias de guerra (ahora indefensas) para posicionar al sur global y otras lecturas alternativas como una respuesta efectiva ante la amenaza mundial. La alteridad que representan campesinos y comunidades con concepciones conservacionistas en lo ambiental, diferentes y sin pretensiones universales, se volvieron la nueva fuerza de la resistencia. Lo arcaico y la desaceleración, tanto en lo jurídico como en lo económico, así como en la concepción del tiempo, pareciera volverse una salvación, por lo menos, para ganar algo de eso: tiempo.  Las secuelas de la guerra contra la amenaza que hace temblar la idea de sostenibilidad del género humano, aún son imperceptibles e inconmensurables a simple vista en el corto plazo. Lo político, lo ambiental y la idea de preservación de la salud y conservacionismo van a cambiar y la réplica se va a hacer sentir por mucho tiempo. Como con las guerras atómicas y las bombas de hidrógeno que tanto amenazaron la vida global durante la guerra fría, no tenemos claro, aún, la escala de poder destructivo del enemigo. Menos seremos capaces de predecir con precisión sus secuelas.  La guerra biológica del hoy, no obstante, exige reconsiderar el presente desde las enseñanzas del pasado y anticipar las proyecciones del futuro. No desde los excesos de razón que justificaron su poder expansionista. Ni desde los neo-totalitarios argumentos del terror que vuelven a diezmar el poder democrático de voces que desde la diversidad ecológica, filosófica y espiritual, obligan a reflexionar sobre los excesos del progreso y la sedienta idea de razonamiento que acompaña al capitalismo.  El enemigo, como siempre, tiene algo que enseñarnos. Su poder contundente obliga a detenernos, tanto física como mentalmente, para re-interpretarnos. El fin de la guerra, cuando esta se dé debe ser el inicio de una, igualmente, poderosa reflexión y lección de humildad. Así como la segunda guerra y los campos de exterminio lo enseñaron, a veces ir hasta lo más bajo, lo más ruin, lo más inhumano, es lo que puede permitirnos encontrar la necesidad del retorno a la humanidad, como lo sugieren los indígenas en Latino América. Se trata de una lección violenta pero la desaceleración es pertinente. Esa idea que siempre ha estado presente a veces llega a deshacerse como el agua entre las manos. No es más lo que puede ayudar, tal vez es menos lo que parece necesario.  3