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Guerra de la Triple Alianza

El presente trabajo propone estudiar las causas de la Guerra de la Triple Alianza -también denominada Guerra del Paraguay-a la luz de la teoría neorrealista, con enfoque en la teoría de la transición de poder. A pesar de haber sido uno de los conflictos armados más importantes de la historia del continente americano, dicha guerra sigue siendo objeto de profundas controversias entre sus estudiosos, dadas las especificidades de las que se reviste.

Maria Cristina Rayol dos Santos Sobreira Lopes UTDT - MEI – 1er año Guerra de la Triple Alianza Introducción El presente trabajo propone estudiar las causas de la Guerra de la Triple Alianza -también denominada Guerra del Paraguay- a la luz de la teoría neorrealista, con enfoque en la teoría de la transición de poder. A pesar de haber sido uno de los conflictos armados más importantes de la historia del continente americano, dicha guerra sigue siendo objeto de profundas controversias entre sus estudiosos, dadas las especificidades de las que se reviste. La Guerra de la Triple Alianza, que se extendió desde diciembre de 1864 hasta marzo de 1870, es un “verdadero punto de inflexión en la historia las sociedades” de los países que tomaron parte en ella (DORATIOTO, 17). Fue el conflicto más largo de las Américas, superando incluso a la Guerra de Secesión en los EUA, y de mayor repercusión para los países participantes en cuanto a los aspectos económicos, políticos, de movilización y pérdida de vidas. En ese contexto, es particularmente chocante el grado de destrucción de los recursos humanos y materiales de Paraguay: “rarely has a society tolerated such losses before forcing an end to hostilities” (WHIGHAM&POTTHAST, 174). Esta guerra también tiene la particularidad de no estar directamente relacionada con las disputas por el territorio y de ser parte de la minoría de las guerras en las que la parte agresora resulta derrotada (DORATIOTO, 17). El debate al respecto se desdobló por vías de fuerte connotación ideológica: mientras algunos analistas identifican una batalla entre la civilización (Alianza) y la barbarie (Paraguay), otros señalan al imperialismo británico y al nacionalismo paraguayo como las causas del conflicto. Thomas Whigham sugiere que la guerra implicó disputas territoriales heredadas del período colonial y el deseo de Paraguay de obtener proyección y respeto en la región y en el sistema internacional como forma de consolidar su plan de desarrollo nacional. Para Francisco Doratioto, más que previsible, la guerra era deseada por todos los involucrados, como medio para consolidar a los Estados nacionales en la región. Durante el conflicto, Uruguay y, particularmente, Argentina experimentaron la dinamización de sus economías, con el paso de tropas y enfermos evacuados del frente de batalla, mientras que Brasil vivió el apogeo, hasta ese momento, de su fuerza militar y capacidad diplomática. Hechos históricos El conflicto encuentra sus raíces más directas en abril de 1863, cuando el colorado Venancio Flores dio inicio a la guerra civil en Uruguay, con el apoyo oculto de las tropas argentinas Venancio Flores había luchado junto al presidente Bartolomé Mitre durante la Guerra Civil Argentina, que había terminado en 1861. y la protección declarada de Brasil. En respuesta, el Presidente Bernardo Berro formalizó una alianza defensiva con Solano López y las provincias de Corrientes y Entre Ríos, en caso de que hubiera agresiones externas de Argentina o Brasil. El 30 de agosto Solano López emitió un documento en el que advertía que cualquier ocupación del territorio uruguayo por parte de tropas brasileñas sería considerada una violación del principio de equilibrio entre estados en la región del Río de la Plata. Sin embargo, el ultimátum paraguayo no fue tomado en serio, ni por Brasil ni por Argentina. Quizás debido a los años de atraso en los que estaba sumergido, el país era considerado incapaz de representar una amenaza real, y los soldados paraguayos eran vistos con desprecio (DORATIOTO, pp. 60-61). Los eventos se precipitaron a partir de la intervención brasileña en Uruguay dos meses después, en octubre de 1864, para brindar a Flores el apoyo militar que necesitaba para derrocar al gobierno blanco. En respuesta, Solano López capturó el buque Marquês de Olinda, invadió Mato Grosso y le declaró la guerra a Brasil en diciembre de 1864. Paraguay le declaró la guerra a Argentina tres meses después, en marzo de 1865, por haber negado a las tropas paraguayas el derecho de paso por las provincias de Corrientes y Misiones. El gobierno argentino alegaba que deseaba mantener la neutralidad en el conflicto, aunque había concedido a Brasil libre tránsito fluvial. El 1° de mayo de 1865, Brasil, Argentina y Uruguay -entonces bajo el liderazgo de Flores- firmaron el Tratado de la Triple Alianza, que debía ser mantenido en secreto hasta que sus objetivos fueran alcanzados. El documento aclaraba que la guerra no era contra Paraguay, sino contra el “tirano” Solano López, y que una vez terminado el conflicto se respetarían la independencia paraguaya y su integridad territorial. Las tropas paraguayas nunca llegaron a Uruguay, y luego de perder entre el 60 y el 69% de su población a lo largo de cerca de cinco años (WHIGHAM&POTTHAST, 185) Paraguay fue derrotado el 1° de marzo de 1870, con el asesinato de Solano López por parte de las tropas brasileñas en la batalla de Cerro Corá. Antecedentes A mediados del siglo XIX, el proceso de consolidación de los Estados nacionales en la porción austral de Sudamérica se dio en un contexto de intensas disputas territoriales, comerciales y de influencia política. La principal característica de los conflictos en la región durante ese período fue la interpenetración de intereses y fuerzas políticas que actuaban en esos países, generando sistemas de alianzas complejos y cambiantes. La fluidez de las alianzas durante aquél período es sintomática de la inestabilidad de la impresión que los actores tenían con relación al propio status quo -no había Estados plenamente satisfechos. La tradición imperial heredada de Portugal y de España mantuvo un papel relevante en el establecimiento de las conductas estatales después de las independencias en América del Sur y contaminó las relaciones entre Brasil y Paraguay. Ambos países adoptaron no solo las tradiciones legales y del uti possidetis, respectivamente, sino también la manera de comportarse en las fronteras -en lo que diferían muy poco entre sí. En un ambiente de competencia constante, estaban siempre atentos a movimientos potencialmente desagradables entre ellos, armaban grupos indígenas hostiles, destruían asentamientos rivales, falsificaban cartas y otros documentos. Incluso las áreas más aisladas eran objeto de una profunda rivalidad. “Así como España y Portugal se hacían mutuos reclamos sobre sus posesiones en Sudamérica, así lo hicieron sus estados sucesores para obtener ventajas territoriales. (…) los españoles y luego los paraguayos basaban sus derechos de soberanía sobre preceptos legal y divinamente sancionados. (…) En cambio, los portugueses habían mostrado siempre mayor flexibilidad al interpretar mandatos legales y diplomáticos que sus vecinos españoles o hispanoamericanos. (...) La presencia física era lo determinante” (WHIGHAM, pág. 93). Mato Grosso, con su tierra fértil y clima moderado, era el epicentro de las disputas territoriales entre Brasil y Paraguay. A fin de garantizar la ocupación del área en disputa, del lado chaqueño del Alto Paraguay, Carlos Antonio López reforzó el Fuerte Olimpo y fundó cuatro fortificaciones más, cada una de ellas con más de 100 hombres, en el margen izquierdo del río Apa. En cinco años su milicia construyó varios puestos subsidiarios en el norte, no solo a lo largo del Apa, sino también del Alto Paraguay, del Aquidabán y del Ypané, y ofreció tierras a cualquier campesino que aceptara migrar hacia el sur. Esas medidas surtieron el efecto deseado, redujeron los ataques de indígenas y reactivaron antiguas estancias. En diez años López logró decuplicar la población de residentes no indígenas en la región, entre los ríos Apa e Ypané (alrededor de 10 mil habitantes). Hubo un intento de acercamiento entre Brasil y Paraguay, a partir de mediados de la década de 1840, con miras a obtener, por un lado, el apoyo paraguayo contra el argentino Juan Manuel de Rosas, y por el otro el reconocimiento brasileño de la independencia paraguaya y un acuerdo de libre navegación, comercio, extradición y límites. Las negociaciones, sin embargo, no avanzaron por distintos motivos, entre ellos la persistente práctica de Brasil de extenderse más allá de los límites establecidos en tratados. Para Brasil, la libre navegación del río Paraguay era estratégica como manera de conectar Río de Janeiro con las regiones Norte y Oeste, pero pasaba por más de dos mil kilómetros de territorio paraguayo y argentino antes de entrar a Brasil. Carlos Antonio López, a su vez, temía que la cooperación con Brasil en esa zona pudiera incentivar aún más los impulsos expansionistas del imperio y alegaba que apenas una delimitación clara de las fronteras le daría a Paraguay las garantías necesarias para abrir sus aguas fluviales a la libre navegación de Brasil. El impasse diplomático provocó una “corrida de fortificaciones” en la década de 1850, de ambas partes, lo cual creó una frontera de facto entre los países, delineada “con bayonetas” (WHIGHAM, 103). El 6 de abril de 1856, Brasil y Paraguay firmaron un tratado de amistad, comercio y libre navegación. El acuerdo, que debía ser revisado en un plazo de seis años, concedía la libre navegación a todas las potencias extranjeras, sin contrapartida respecto a los límites entre ambos países, que permanecieron abiertos. Insatisfecho con los resultados de su diplomacia, Carlos Antonio López intentó dificultar la aplicabilidad práctica del acuerdo, por medio de impuestos irregulares y exigencias burocráticas aduaneras arbitrarias. En enero de 1858 la situación se volvió insostenible. Sufriendo ya desgastes con los Estados Unidos por cuestiones comerciales, Paraguay recibió la visita del consejero imperial José Maria da Silva Paranhos, futuro Vizconde de Río Branco, quien llegó a Asunción con un ultimátum de Don Pedro II, el cual estaba dispuesto a ir a la guerra para poner en práctica el tratado de 1856. Carlos Solano López comprendió que había llegado al límite su margen de maniobras y firmó una convención que cesaba cualquier restricción al tránsito brasileño en el Alto Paraguay. Durante los seis años siguientes, se estableció un tráfico fluvial estable, con ocho viajes anuales de embarcaciones brasileñas, entre ellas el Marquês de Olinda, de Río de Janeiro a Cuiabá. Las relaciones entre Brasil y Paraguay se mantuvieron “formalmente correctas”, aunque tensas, en ese período. En toda la región del Plata, los conflictos fronterizos eran frecuentes y a menudo violentos. Además de Mato Grosso, estaban en disputa la región de Misiones y la Banda Oriental, lo cual envenenó las relaciones de los vecinos durante décadas. En ese contexto de gran volatilidad, se dio la transición presidencial en Paraguay. En septiembre de 1862, Carlos Antonio López nombró a su hijo, Francisco Solano López, como vicepresidente del país. En su lecho de muerte, le dio un último consejo: “hay muchas cuestiones pendientes que ventilar; pero no trates de resolverlas con la espada, sino con la pluma, principalmente con Brasil” (WHIGHAM, 106-107). Pese a ello, el nuevo mandatario no tuvo la misma disposición negociadora del padre. El Paraguay de la década de 1860 era producto de sus últimos gobernantes, José Gaspar Rodríguez de Francia, Carlos Antonio López y Francisco Solano López. Inadvertidamente, el régimen autárquico establecido por Francia en busca de estabilidad interna y paz, ayudó a crear un sentimiento de identidad nacional sin igual en la región, que terminó siendo una de las ventajas de Paraguay en la guerra. Con el fin de poner al país a la par de la era del hierro y del vapor, Carlos Antonio López creó un nuevo sistema estatal para reemplazar las estructuras coloniales que habían sido mantenidas por Francia, como Ministerios, Tesoro y Fuerzas Armadas, y ocupó cargos estratégicos con individuos de talento. Invirtió en infraestructura, como vías públicas, edificios para la burocracia estatal, distintas instalaciones militares, una empresa de fundición de hierro, un astillero e inauguró la primera vía férrea de Paraguay, una de las primeras de la región. A fin de incrementar la recaudación de fondos para todas esas iniciativas, López reactivó impuestos que Francia había suspendido, expandió los arrendamientos estatales a agricultores campesinos, a cambio de pagos anuales en efectivo o especie, y generó ingresos con el monopolio de la yerba mate y la madera, además de las decenas de estancias que operaba. López también expandió considerablemente el número de trabajadores al servicio del gobierno a fin de garantizar la mano de obra necesaria para llevar a cabo sus proyectos estatales, que presentaba como una cuestión no solo de Estado, sino de Paraguay como comunidad. Convencido de que para construir un Estado fuerte necesitaba cultivar el respeto externo por su gobierno, el mandatario paraguayo abandonó el aislamiento impuesto por Francia en favor de un rol más activo de Paraguay en el sistema internacional. Tenía como objetivo el respeto extranjero y la aceptación incondicional de Paraguay de existir como Estado-nación. El aislamiento de Francia y el proyecto de modernización de (Carlos Antonio) López contribuyeron a catalizar en el país la creación de un espíritu nacional sin igual en la región. El Brasil de los años 1860 guardaba profundas semejanzas con su etapa colonial -“una agregación de economías regionales, todas orientadas hacia afuera antes que entre ellas”- la falta de comunicación entre las provincias seguía siendo una realidad y sus habitantes tenían poco en común. Argentina, si bien no era un imperio, vivía una situación parecida, con las provincias defendiendo sus propios intereses, a falta de una convergencia verdaderamente nacional (WHIGHAM, pp. 86-87). Para Doratioto la guerra fue el fruto de las contradicciones platinas, en el contexto de la consolidación de los Estados nacionales en la región, y era deseada. Esas contradicciones se profundizaron durante la guerra civil en Uruguay, en la que se intensificaron las alianzas y las rivalidades. El recurso a la guerra entre los cuatro países no era la única solución, pero interesaba a todos los involucrados, que, basados en informaciones parciales o falsas del contexto platino y de los enemigos, previeron un conflicto rápido en el que cada uno podría alcanzar sus objetivos. Para Solano López, la guerra era una forma de consolidar al país como potencia regional y conseguir el acceso al mar por medio de la alianza con los blancos de Uruguay y los federales argentinos. Para Bartolomé Mitre, la guerra era el camino hacia la consolidación de su proyecto de centralización del Estado, debilitando a los federales por medio de la eliminación de sus apoyos externos. Para los blancos uruguayos era un medio de garantizar la soberanía de su país, previniendo futuras intervenciones de Brasil y Argentina en las cuestiones internas uruguayas. Para Brasil, la guerra era un medio de poner fin al antiguo litigio fronterizo con Paraguay y garantizar la libre navegación de los ríos (DORATIOTO, pp. 93-94). El año de 1862 habría sido un catalizador de los eventos que seguirían y de las alianzas que se formarían. Solano López asumió el gobierno de Paraguay; Bartolomé Mitre logró promover la reunificación nacional bajo el liderazgo de Buenos Aires (con resistencias federales de Entre Ríos y Corrientes); Bernardo Berro dio inicio a una política para disminuir la influencia de Brasil y Argentina en Uruguay; en Brasil asumió el Partido Liberal. Además, había finalizado la moratoria para tratar litigios fronterizos de Paraguay con Brasil y Argentina, y se intensificaron los problemas de Brasil con Uruguay relativos a la navegación fluvial -en 1861, el Presidente Berro se había negado a renovar el Tratado de Comercio y Navegación con Brasil- y a la lucha contra el uso de mano de obra esclava por parte de Uruguay, que perjudicaba la competitividad de los productos agrícolas brasileños (DORATIOTO, pp. 39-40). Análisis teórico de las causas de la guerra La teoría neorrealista se basa en el supuesto de que la recurrencia milenaria de las guerras está inserta en la estructura del sistema internacional, donde “guerras calientes encuentran sus orígenes en guerras frías, y éstas surgen del orden anárquico internacional” (WALTZ, 44). Las alianzas están en el centro de la política de poder; son entabladas entre países que tienen algunos intereses en común, lo que, por lo general, se vincula al miedo a otros Estados (WALTZ, 44; WALT, 4). La competencia y el conflicto entre los Estados derivan directamente del supuesto básico de la vida en condición de anarquía: los Estados deben proveer su propia seguridad, en un ambiente donde abundan amenazas, potenciales o no. “The actors are usually suspicious and often hostile even though by nature they may not be given to suspicion or hostility” (WALTZ, 43). En un esquema anárquico, la paz es frágil. La preocupación por identificar el peligro y defenderse forma parte del cotidiano estatal de tal manera que las relaciones, contaminadas por la sospecha, se vuelven tensas entre los Estados. Esa situación es exacerbada por el dilema de la seguridad, según el cual las medidas tomadas por un Estado para aumentar su propia seguridad tienden a disminuir la seguridad de los demás Estados. La prolongación de la paz requiere que eventos potencialmente desestabilizadores atraigan el interés y la respuesta calculada de algunos o de todos los actores principales del sistema (WALTZ, 44). A partir del supuesto neorrealista de que la guerra es normal, la pregunta que debe hacerse es cómo los cambios en el sistema afectan la frecuencia esperada de las guerras. Diego Abente propone tres posibles abordajes relativos a la Guerra de la Triple Alianza: el modelo de transición de poder, la teoría del equilibrio de poder y la teoría imperialista. El abordaje imperialista, asociado al movimiento revisionista de los años 1960, es ampliamente aceptado entre los estudiosos de la Guerra de la Triple Alianza: agrada a la derecha por su carácter autoritario y antiliberal; agrada a la izquierda por reforzar la validez de la teoría de la dependencia. Para estos últimos la guerra habría sido causada por el deseo del imperialismo británico de impedir la búsqueda, por parte de Paraguay, de un camino independiente y nacionalista de desarrollo, con el fin de someterlo a la condición de colonia. Gran Bretaña habría provocado la guerra para tener acceso al mercado consumidor paraguayo y a los productos primarios existentes en ese país, como el algodón, que escaseaba debido a la Guerra Civil en Estados Unidos. Para que ese modelo fuera aplicable sería necesario comprobar que Paraguay era, al mismo tiempo, atractivo e inaccesible para el Imperio británico desde el punto de vista económico comercial o como fuente de materias primas. De hecho, Paraguay era un país autónomo -en la medida de lo posible- respecto de las grandes potencias, fuertemente estatizado y la inversión extranjera era más perceptible en el sector comercial. Sin embargo, no existe evidencia de que Gran Bretaña estuviera esperando una oportunidad para invertir en Paraguay o invadir su mercado consumidor, lo que de hecho no ocurrió tras la derrocada de Solano López. En 1880, Paraguay era apenas el 14° país latinoamericano en términos de inversiones británicas, con solo 1,5 millón de libras esterlinas. El comercio bilateral, a su vez, jamás llegó a ser significativo antes del siglo XX. Abente argumenta, asimismo, que la severa crisis de suministro de algodón causada por la Guerra Civil en los Estados Unidos ya había sido resuelta por medio del desvío de la producción a las Indias Occidentales, Egipto y el propio Brasil. Cabe señalar, no obstante, que mientras el Imperio británico consumió, en promedio, cerca de 880 mil kg de algodón al año, de 1856 a 1860, esa cifra cayó a 575 mil kg (65%) entre 1861 y 1865, indicando que en el quinquenio en el que se inició la Guerra de la Triple Alianza, el Imperio no había resuelto por completo el suministro de algodón. La situación solo volvió a estabilizarse en el período siguiente, de 1866 a 1870, cuando llegó a niveles cercanos a los 915 mil kg anuales, lo que comprueba que había una demanda no satisfecha. La teoría del equilibrio de poder, cuyo paradigma es la Europa construida por medio del Congreso de Viena (1816-1914), es la “más antigua y más ambigua” de las tres, según Diego Abente. El modelo supone un sistema de poderes pequeños, medianos y grandes, en perfecto equilibrio, de manera que ninguno de sus miembros se vuelva lo suficientemente poderoso como para dominar a los demás; permitir la opresión de un Estado por parte de otro, por más débil que sea, puede ser peligroso para el grupo como un todo. De acuerdo con Winston Churchill (citado por Claude, 1962, 18, in ABENTE, 50), el equilibrio de poder ilustra “la maravillosa tradición inconsciente de la política exterior británica” de ponerse del lado del más débil para restaurar la nivelación de las fuerzas. Existen, sin embargo, dudas sobre la eficacia del equilibrio de poder y sobre su propia existencia (Haas, 1961, Carr, 1939, in ABENTE, 50). Según Organski, la evidencia histórica no apoya la tesis de que el equilibrio lleva a la paz, sino lo contrario -“the periods of balance, real or imagined, are periods of warfare, while the periods of preponderance are periods of peace”- debido a que las naciones dudarían en ir a la guerra a menos que creyeran tener posibilidades reales de obtener la victoria (in ABENTE, 50). Según Abente, la explicación de la guerra con base en el mantenimiento del equilibrio de poder en la región solo tiene sentido mientras esa constituye la justificación de Solano López, manifestada tanto en el ultimátum del 30 de agosto como en la declaración de guerra a la Argentina. La declaración de apoyo del Congreso a la guerra llega a comparar la situación en aquella región a la existente en el contexto de las Guerras Ruso-Otomanas, donde Brasil sería la Rusia expansionista y la actitud de indiferencia de Argentina sería equivalente a la adoptada por Austria y Prusia. Cabe destacar que Solano López había visitado Europa entre junio de 1853 y diciembre de 1854, período en el que tuvo contacto con las ideas corrientes en el viejo continente, particularmente la teoría del equilibrio de poder. No había, sin embargo, una situación de equilibrio regional que mantener, como alegaba Paraguay -“no balance of power existed in the sense of equilibrium in the Rio de la Plata in the 1860s (…) Brasil was the indisputed, albeit not unrestrained, first regional power by any standard, and its power far exceeded that of all other regional actors combined.” (ABENTE, 59). Brasil tenía una amplia ventaja en el dominio de los recursos de poder en la región del Plata, en términos poblacionales (79%), territoriales (70%, aproximadamente, dado que muchas regiones limítrofes estaban en disputa), militares (56% de las Fuerzas Armadas) y comerciales (64% del comercio exterior). En segundo plano, Paraguay detenía un importante poder militar (en términos cuantitativos -27% del total- y, especialmente, cualitativos), mientras que Argentina tenía ventaja en términos poblacionales (15%), territoriales (23%) y comerciales (24%), contra 3,5%, 4,6% y 1,5% de Paraguay, respectivamente. La tercera posibilidad de análisis propuesta por Abente es el modelo de transición de poder, que tiene como conceptos clave las variables de jerarquía, crecimiento económico, insatisfacción, superación (overtaking) y paridad. El sistema internacional es representado como una pirámide: los Estados en la cima de la pirámide tienden a establecer reglas que los beneficien, lo que puede crear insatisfacción en aquellos que están debajo y, principalmente, en los Estados ascendentes, que encuentran una situación creada por sus antecesores que puede no estar necesariamente de acuerdo con sus intereses (RAPKIN&THOMPSON, 317). En ese marco, hay tres preguntas que deben hacerse: (i) cuál es el grado de insatisfacción; (ii) si hay uno o más Estados insatisfechos en los estratos de las potencias; y (iii) si hay un Estado lo suficientemente insatisfecho superando (overtaking) a la potencia dominante del sistema. La probabilidad de conflicto es mayor cuando la distribución de poder de los dos Estados es equivalente, lo que Rapkin y Thompson llaman, citando a Tammen, “zone of contention and probable war”, entre 4:5 y 6:5. Antes de eso, es poco probable que el Estado ascendente se arriesgue a atacar (“the chalenger essentially lacks the capability to do something about its dissatisfaction”) y después de eso es probable que el reconocimiento de superación sea tácito por parte de la potencia superada (RAPKIN&THOMPSON, 318). Para poner a prueba la aplicabilidad de esa teoría respecto a la Guerra de la Triple Alianza, es necesario determinar (i) si había un país poderoso e insatisfecho involucrado en la guerra; y (ii) si había una situación de transición de poder. Diego Abente descarta de antemano la posibilidad de que Paraguay estuviera desafiando a Brasil, por el hecho de que la disparidad de poder entre los dos era muy grande. Dicho autor descarta también una situación de transición de poder entre Paraguay y Argentina, en razón de la superioridad económica de esta última, valuada con base en el volumen de exportaciones (68 mil libras contra más de 2 millones de libras, respectivamente). Abente pondera que el rápido crecimiento económico de Paraguay en los últimos años, en función de la apertura económica, no era sostenible a largo plazo y que, por lo tanto, la brecha entre ambos países tendía a mantenerse. Desde ese punto de vista, la Guerra de la Triple Alianza no se encuadra perfectamente en ninguna de las teorías supramencionadas. Abente propone, alternativamente, una explicación de sesgo público, con base en un modelo de transición de poder adaptado: Solano López habría iniciado la guerra debido a la disparidad existente entre la valoración que él hacía de su poder real y la que los demás poderes estaban dispuestos a reconocer. Paraguay sería, por lo tanto, una nación relativamente poderosa (según sus propios estándares) y básicamente insatisfecha, y la guerra habría sido un intento de subsanar el descontento con relación al status quo, que estaría en desacuerdo con el interés nacional paraguayo. Esa hipótesis, no obstante, deja abiertas algunas preguntas importantes, en especial el objetivo de Paraguay al atacar Brasil, país claramente superior en recursos de poder. En esa respuesta parece residir la explicación de la Guerra de la Triple Alianza. Abente ofrece, sin embargo, dos elementos esenciales para ayudar a dilucidar esa cuestión: (i) la insatisfacción de Paraguay; y (ii) la miscalculation de Solano López. Partiendo del supuesto de que los Estados son racionales, es razonable creer que Paraguay estimaba tener buenas posibilidades de vencer y entró en guerra contra la principal potencia de la región deliberadamente. Al elegir atacar Brasil -y no Argentina- anhelaba no solo ser respetado entre los vecinos, como afirma Abente, sino asumir el lugar de primacía en la región del Plata. Para ello, contaba con algunas ventajas, militares y político-sociales, las cuales sobreestimó en la misma medida en la que los demás países del Plata las subestimaron, pero que, en la práctica, redujeron la brecha entre Paraguay y Brasil. Existen indicios de que Paraguay disponía de un poderío militar superior -en prestigio interno, calidad y número de reservistas- al de los países de la Triple Alianza Se registra que Francisco Doratioto niega la excelencia del Ejército paraguayo y afirma que el país aún se encontraba en proceso de modernización de sus Fuerzas Armadas y que, si Solano López hubiera esperado algunos meses, hubiera tenido mejores oportunidades en el combate (DORATIOTO, 92).. El desarrollo de las Fuerzas Armadas, forzado por los constantes conflictos en la región, fue un instrumento por medio del cual las élites de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay pudieron legitimar su poder, ofrecer empleo en zonas deprimidas, incorporar elementos de modernización en sus economías y proyectar la política pública de manera concreta en una amplia extensión del territorio. Ese fue, sin embargo, el único punto de convergencia entre los cuatro países. (WHIGHAM, 181) A pesar de su tamaño, Brasil no invirtió en las Fuerzas Armadas de manera proporcional. Solamente a mediados de 1860, luego de décadas de funcionamiento precario, el Ejército Brasileño adquirió formalmente una estructura más moderna, en los moldes europeos “La artillería consistía en un batallón de ingenieros, un regimiento de artillería montada, cuatro batallones de artillería a pie y doce otras compañías. La caballería tenía cinco regimientos, un cuerpo de cuatro compañías, un escuadrón de dos, siete batallones de tiradores y cinco otras compañías. La infantería, que componía el grueso de las tropas, incluía nueve batallones de tiradores y ocho compañías, otro batallón de seis, cinco cuerpos de guarnición de cuatro compañías cada uno. El total de efectivos de reserva para el ejército permanente sumaba 17.600 hombres.” (WHIGHAM, 183). Pese a ello, la realidad, en términos de organización y equipos, todavía se mostraba distante de lo que transmitían los informes ministeriales. Además, había en las élites brasileñas una desconfianza innata respecto al reformismo militarista -inspirado en las ideas de Auguste Comte- y a la propia figura de los militares, a quienes consideraban individuos sin educación Cabe señalar que, a pesar de los prejuicios de la élite brasileña, las Fuerzas Armadas también tenían sus defensores y había figuras de gran valor en el servicio militar brasileño.. Como reflejo de esas reservas, el gobierno mantenía bajo el presupuesto militar. (WHIGHAM, 182-185) Las Fuerzas Armadas de Argentina y de Uruguay padecían la falta de sentido de unidad nacional y carecían de modernización. En Argentina, donde cada provincia controlaba su propia milicia, el Ejército contaba con apenas 6 mil efectivos y registraba una alta incidencia de deserciones. Para el soldado argentino medio, a pesar de la dedicación y el coraje, era difícil verse como parte de un proyecto nacional. Ni la reducida Armada Argentina -que contaba con diecinueve buques, de los cuales apenas tres cargaban armamentos- ni su Ejército tenían tradición o prestigio entre los políticos y el público en general. Además, a diferencia de Brasil, que invertía en la profesionalización de sus ingenieros militares, Argentina prácticamente descartaba esa vía. En Uruguay, la situación era aún peor: cada partido mantenía sus propias fuerzas armadas, de forma improvisada y con efectivos mal armados. La lealtad del soldado uruguayo se dirigía a su superior inmediato, lo que facilitaba las fluctuaciones de hombres entre blancos y colorados dependiendo de sus liderazgos (WHIGHAM 188-191). La experiencia paraguaya, sin embargo, difería profundamente en cuanto al prestigio y la prioridad otorgada a las Fuerzas Armadas dentro del estamento nacional. En 1850, además de que gran parte del presupuesto estaba dedicado a la importación de equipos militares, el país construía cañones y buques de guerra modernos Después de los 1850, las compras de armamento extranjero continuaron absorbiendo buena porción del presupuesto. Pero más y más las armas eran producidas localmente en el arsenal de Asunción y en la fundición de Ybycuí, donde se hacían cañones de 12, 24 y 32 libras y municiones de todos los calibres. Los paraguayos construyeron vagones y carros para el Cuerpo de Intendentes junto con carruajes fijos y móviles para cañones. Astilleros estatales también construyeron el Ypora y el Salto del Guairá (en 1856), el Correo (en 1857), el Apa (en 1858) y el Jejuí (en 1859), todos ellos vapores grandes, modernos y diseñados tanto para fines comerciales como militares (WHIGHAM, 198-99).. El entrenamiento de los soldados comunes también se modernizó y se establecieron grandes campamentos militares que contaban con 20 mil residentes hacia fines de 1864. Pese a que había certeza sobre la dimensión de las tropas de Solano López, se estimaba que era de alrededor de 38 mil hombres, además de 150 mil en la reserva, fácilmente reclutables. La figura paternalista de Solano López contribuía a inspirar la construcción de un ejército verdaderamente nacional. Si bien aún sufría cierto atraso en términos técnicos y desventaja numérica, Paraguay era “el único país de la región que podía jactarse de su preparación militar y su disponibilidad de recursos en el tesoro” (WHIGHAM, 206). Paraguay, al ser una dictadura, también contaba con una mejor “capacidad política” para dirigir cuestiones estatales, lo que representó una ventaja importante para Solano López durante la guerra -“more efficacious political systems can facilitate economic growth and mobilize resources for attacking or defending the status quo” (RAPKIN&THOMPSON, 318). Por otra parte, un país con población numerosa y economía pujante, pero con baja capacidad política, como era el caso del Imperio brasileño, puede ser incapaz de extraer el máximo de sus capacidades de poder con el fin de defender sus intereses. Además, la capacidad política también supone alguna convergencia entre los objetivos de la élite en cuanto a la movilización de recursos para la competencia internacional. Divisiones en el seno de la élite o un Estado fuerte y descentralizado pueden reducir la habilidad potencial de un Estado de avanzar sobre la nación dominante -o, me permito agregar, de defenderse de la nación desafiante. Brasil, pese a sus ventajas en términos de atributos de poder, debido a su compleja estructura gubernamental y amplias disputas internas, no se benefició plenamente de las ventajas preliminares que disfrutaba, lo que, en términos prácticos, redujo la brecha entre ambos países. Tal como se mencionó previamente, el crecimiento económico, requisito esencial para un escenario de transición de poder, también era una característica notable en el Paraguay de mediados del siglo XIX -a pesar de ser ese el factor de desventaja más clara con relación a Brasil. Cabe subrayar, no obstante, que la comparación de las economías de esos dos países en términos de valor del comercio internacional puede dejar escapar matices de la solidez económica de Paraguay, ya que el país todavía se encontraba en proceso de apertura económica. En ese caso, también puede ser que la brecha entre los dos países, aunque innegable, fuera menor a lo estimado anualmente. Por último, existen aspectos puntuales a destacar que contribuyen a la comprensión del contexto anterior a la guerra. Se refieren a la desconfianza, a la formación de alianzas y a la falta de capacidad de los gobernantes de reaccionar ante los eventos potencialmente desestabilizadores. Como se destacó anteriormente, el contexto en la región del Plata hacia mediados del siglo XIX era de extrema rivalidad y desconfianza. Los López, padre e hijo, estaban convencidos de que Brasil y Argentina, pese a sus diferencias, terminarían uniéndose para enfrentar a Paraguay en la guerra (DORATIOTO, 35), pero eligieron caminos distintos. Mientras Carlos López mantuvo una firme opción por la vía diplomática, Solano López dio inicio a la movilización militar, de manera inicialmente defensiva, con miras a garantizar su seguridad. Sus acciones fueron interpretadas colectivamente como una amenaza, a la luz del dilema de la seguridad -o como una señal de su insatisfacción con relación al status quo, según la teoría de la transición de poder- lo cual provocó la alarma de sus vecinos y llevó a la consolidación de alianzas contra Paraguay. La alianza defensiva formada entre Brasil, Uruguay y Argentina ayudó a desencadenar la respuesta ofensiva de Solano López. La conformación multipolar de la región del Plata, con bajo nivel de información entre los vecinos, también parece haber favorecido la conflagración del conflicto, puesto que dificultó la identificación de los riesgos y responsabilidades y redujo la capacidad de respuesta de las partes implicadas. Tal como señala Waltz, en el mundo multipolar hay un gran riesgo de miscalculation, algo peligroso en la medida en que tiende a propiciar situaciones de damage control, en las que al menos algún daño es inevitable. La Guerra de la Triple Alianza parece haber sido fruto de miscalculation de las partes. Es razonable suponer que el empeño en promover factores de disuasión, ya sea por medio de la negociación o a través de la demonstración más clara de poder, habría postergado o incluso impedido el inicio de la Guerra de la Triple Alianza. Cuando los Estados crean factores de disuasión -Waltz cita la disuasión nuclear y el creciente poder de destrucción de las armas convencionales- la guerra se vuelve menos probable, porque los costos crecen respecto a los beneficios (WALTZ, pp. 49-51). La falta de integración económico-institucional en la región también contribuye a volver la ecuación costo-beneficio favorable a la guerra. “Institutional similarity and economic interdependence modify the likelihood of dissatisfaction”, cuanto mayor es la similitud de las instituciones o la interdependencia económica, más pequeñas son las posibilidades de que la insatisfacción sea un factor modificador del status quo (RAPKIN&THOMPSON, 318). Conclusión Ante lo expuesto, sobresalen más preguntas que respuestas en lo tocante al origen de la Guerra de la Triple Alianza. La iniciativa de López de desafiar a un país con amplia ventaja militar no se ajusta a la hipótesis clásica de mantenimiento del equilibrio de poder como forma de evitar la dominación por un Estado demasiado fuerte, porque ya había una situación de desequilibrio profundo entre los cuatro países. Tampoco tenía sentido desafiar a un Estado con amplia superioridad económica y militar, teniendo en cuenta el supuesto de que los Estados no se disponen a ir a la guerra a no ser que tengan buenas posibilidades de vencer. En cualquier escenario, hubiera cabido a Brasil iniciar la Guerra de la Triple Alianza. Claramente había una intención de alterar el equilibrio de poder en la región y una perspectiva de ganancia por parte de todos los involucrados -lo que corrobora la tesis de que no fue el imperialismo inglés sino las contradicciones platinas las que desencadenaron la guerra. Aparentemente, López sobreestimó las condiciones económico-militares de Paraguay, dada la prosperidad relativa experimentada por el país en los últimos años, aliada a la poca información (o de baja calidad) que tenía con relación a sus vecinos. La pregunta orientadora en ese contexto parece ser qué rol anhelaba asumir Paraguay en Sudamérica luego de derrotar a Brasil en la guerra. En esa línea, cabría profundizar la investigación sobre los recursos de poder de los Estados involucrados -para identificar la brecha real entre ellos, teniendo en cuenta que el contexto del siglo XIX puede relativizar el peso de los factores -y sobre la evaluación que Solano López hacía de sus posibilidades de vencer una guerra contra Brasil, partiendo del supuesto de tratarse de un Estado racional. Bibliografía ABENTE, Diego. “La Guerra de la Triple Alianza: tres modelos explicativos.” Latin America Research Review. vol. 22, ed. 2, 1987. pp. 47-69. DORATIOTO, Francisco. Guerra Maldita: Nova História da Guerra do Paraguai. São Paulo: Companhia das Letras, 2002. JERVIS, Robert. Perception and Misperception in International Politics. Princeton: Princeton University Press, 1976. pp. 58-113. 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