CONFLICTO, GUERRA Y PAZ
EN EL PENSAMIENTO POLITICO KANTIANO
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CONFLICTO, GUERRA Y PAZ
EN EL PENSAMIENTO POLITICO KANTIANO
Jefferson Jaramillo Marín
A mis amigos y a los clásicos del
pensamiento por el delicioso néctar de la
sabiduría.
2
“Si observamos lo que se ha escrito sobre la guerra a lo largo de los siglos,
tendremos que reconocer que ha sido alternativamente justificada y execrada
o incluso exaltada, condenada como el peor crimen contra la humanidad,
pero también absuelta, cuando no alabada por los benéficos efectos
que de ella se han derivado”
(Bobbio, El tercero Ausente)
“En este estadio en que ya no se presupone como algo dado la coexistencia
de las partes enemigas entre ellas, la guerra deja de ser un medio de
la política y empieza, en tanto que guerra de aniquilación, a traspasar
los límites a lo político y con ello a destruirlo”
(Arendt, ¿Qué es la Política)
En la Constitución republicana no puede por menos de ser necesario
el consentimiento de los ciudadanos para declarar la guerra.
Nada más natural, por tanto, que ya que ellos han de sufrir los males
de la guerra [...], lo piensen mucho y vacilen antes de decidirse a
tan arriesgado juego. En cambio, en una constitución en la cual el
súbdito no es ciudadano, en una constitución no republicana,
la guerra es la cosa más sencilla del mundo.
(Kant, La Paz Perpetua)
“El peligro del odio consiste en que nos ata al adversario
en un estrecho abrazo. En eso radica la obscenidad de
la guerra: la intimidad de la sangre que se mezcla, la
lasciva proximidad de dos soldados que se apuñalan y
se miran a los ojos”
(Kundera, La Inmortalidad)
3
CONTENIDO
AGRADECIMIENTOS
6
INTRODUCCIÓN
7
1. ¿PRIMADO O CONVERGENCIA ENTRE ÉTICA Y POLÍTICA?
16
1.1 LA LIBERTAD COMO CONDICIÓN DE POSIBILIDAD DE LA MORAL Y DE
LA POLÍTICA
17
1. 2 CONVERGENCIA O SOMETIMIENTO: LAS RELACIONES ENTRE LA
POLÍTICA Y LOS PRINCIPIOS ETICOS
23
1.3 LA DENUNCIA Y LA CRÍTICA RADICAL AL REALISMO POLÍTICO
25
1.4 EL REPUBLICANISMO DE KANT: UN REGIMEN POLÍTICO FRENTE AL
DESPOTISMO MORAL Y AL TOTALITARISMO POLITICO
30
2. EL CONFLICTO Y EL ANTAGONISMO EN LA HISTORIA HUMANA: SU
REGULACIÓN Y SU POTENCIALIZACIÓN
34
2.1 LA INSOCIABLE SOCIABILIDAD HUMANA: EL CONFLICTO ES TAN
INELUDIBLE COMO PRODUCTIVO
35
2.2 LOS MECANISMOS HISTÓRICOS QUE POTENCIALIZAN EL CONFLICTO
EN LAS RELACIONES HUMANAS
39
2.3 EL DEBATE KANTIANO SOBRE EL ESTANCAMIENTO O EL PROGRESO
MORAL Y POLITICO DEL GÉNERO HUMANO.
43
3. LA GUERRA COMO EXPRESIÓN DE LA AGUDIZACIÓN DEL CONFLICTO Y
EL ANTAGONISMO EN LA HISTORIA HUMANA
48
3.1 LAS DESCRIPCIONES Y VALORACIONES DE LA GUERRA: LOS NEXOS Y
DESVÍOS ENTRE LAS LECTURAS CLASICAS Y LA LECTURA KANTIANA 49
3.2 LA FUNCIÓN DE LA GUERRA COMO RESORTE Y OBSTÁCULO DE LA
CULTURA: POSIBLES RUTAS DE INTERPRETACIÓN DESDE Y HACIA KANT
60
3.3 EL IMPERATIVO DE ACABAR CON LA GUERRA O AL MENOS DE
HUMANIZARLA MIENTRAS DURE
4
63
4. MÁS ALLÁ DE LA GUERRA: HACIA LA PAZ PERPETUA
72
4.1 LA PAZ PERPETUA EN CONTEXTO
74
4.2 LO “PRELIMINAR” Y LO “DEFINITIVO” EN EL CAMINO A LA PAZ
PERPETUA ¿QUE ENTIENDE KANT POR PAZ PERPETUA?
77
4.3 LA GARANTÍA DE PAZ PERPETUA ENTRE LOS INDIVIDUOS Y ENTRE
LOS ESTADOS.
84
4.4 LA PAZ PERPETUA: LO REALIZABLE Y NO REALIZABLE DOSCIENTOS
AÑOS DESPUÉS: LA REVISIÓN DE HABERMAS
85
4.5 ES POSIBLE HOY UN PROYECTO COSMOPOLITA?
91
CONCLUSIONES
94
BIBLIOGRAFÍA CITADA
97
BIBLIOGRAFÍA REFERENCIADA
102
5
AGRADECIMIENTOS
Este texto es resultado de la tesis para optar al título de Magíster en Filosofía en la
Universidad del Valle. Por ese entonces afirmé en el manuscrito de la tesis
sustentada en diciembre de 2005, que se constituía en un homenaje al pensador
Immanuel Kant, tanto en su bicentenario de fallecimiento como en los doscientos
diez años de publicado su ensayo La paz perpetua. Hoy, si bien comparto esa
razón, sostengo además que ese homenaje pretendía en el “fondo” volver nuestra
mirada reflexiva a un clásico del pensamiento para encontrar en algunos de sus
textos, luces y razones para pensar y actuar mejor en medio un conflicto armado y
social que, en nuestro caso, ha tardado más de lo “normal” en encontrar la mejor
vía política y social para una paz posible.
Soy consciente que en el pensamiento kantiano no encontramos una solución o
incluso “la mejor solución” a nuestro conflicto. Quizá no exista esa “mejor
solución”. Aun así, hay motivos para volver, más allá de los prejuicios
postmodernos que ven en la obra del alemán un pivote a la barbarie moderna, a
páginas asombrosas y radicales que permiten orientar la convicción, de que la
guerra y la paz no son asuntos tan fáciles y ligeros de abordar.
Esa necesidad de encontrar escenarios de discusión racional en medio de la
ligereza conceptual es lo que me ha llevado a revisar no sólo éste clásico, sino
también a preguntar desde él, cómo es posible pensar el conflicto, la guerra y la
paz. Este esfuerzo me ha llevado más de dos años de consulta, enormes
desesperaciones filosóficas, siendo un sociólogo de profesión, pero también
deliciosas pérdidas y reencuentros epistémicos y existenciales.
Hoy quiero agradecer a quienes contribuyeron, directa o indirectamente en ese
proceso de pérdidas y reencuentros. En especial, quiero expresarle mi gratitud al
maestro Angelo Papacchini, por su generosidad intelectual durante este tiempo;
sus recomendaciones teóricas, a través de las conversaciones y los cursos de
Kant, fueron enormes para mi proceso formativo. Desde sus enseñanzas forjé la
convicción que no es posible aceptar la premisa instrumental de un “despeje de la
reflexión ético-política” frente a al avance de la maquinaria de la guerra.
De nuevo, le reitero las gracias a la familia Penagos Gamboa por su gran
hospitalidad, durante el tiempo de escritura y meditación del texto en la ciudad de
Cali. A mi familia por su generosidad a lo largo de la vida. A todos los maestros y
amigos que gané en la Universidad del Valle, en la Universidad de Caldas, en la
Unidad Central del Valle del Cauca y en la Pontificia Universidad Javeriana de
Bogotá y Cali. Confieso que fue, desde esos lugares y desde esas voces, donde
se forjaron sugerencias y críticas a mis reflexiones. A todos ellos y ellas, mil y mil
gracias.
Bogotá, noviembre de 2006
6
INTRODUCCIÓN
El filósofo y jurista italiano Norberto Bobbio en un ensayo ya clásico ha dicho que
“la tarea del filósofo actual no es continuar pensando los propios pensamientos,
sino pensar en las cosas hasta el fondo” con la exigencia de tener que separarse
“de sí mismo” y enfrentar el mundo y sus problemas en sus reales dimensiones1. Y
esto es más cierto cuando lo que nos convoca es la reflexión filosófica sobre
cuestiones como el conflicto social, la guerra o la paz. Asuntos tan humanos, pero
también tan histórica y socialmente complejos que exigen a los filósofos una
“salida de sí mismos”. Con mayor razón si el que nos sirve de punto de partida
para la discusión es un pensador como Immanuel Kant, tan controvertido como
releído hoy. Ahora bien, más allá de lo que revelan u ocultan muchos de sus
argumentos sobre la guerra o la paz, de que los compartamos o no, consideramos
imprescindible volcar de nuevo el esfuerzo reflexivo a la obra política de este
clásico, especialmente para atender de “fondo” a muchos de los problemas éticos
y políticos del presente, que, aunque sigan siendo relativamente los mismos de
otras épocas no por ello siguen siendo profundamente tratados, como
posiblemente lo hizo Kant en su época.
Grosso modo, podemos decir que este clásico del pensamiento que es Kant (1724
- 1804) es más que reconocido en el mundo filosófico principalmente por sus tres
Críticas, las cuales constituyen el eje de su producción intelectual y el basamento,
para muchos, del hito intelectual de la modernidad. Sin embargo, su obra completa
se extiende a campos de estudio como el derecho, la política, la historia, la
religión, la antropología y, en el ocaso de su vida, hasta los terrenos de la
pedagogía. Cierto es también que muchos de estos estudios, que no constituyen
formalmente libros extensos sino “opúsculos” encierran una enorme riqueza
filosófica al punto de situarlo como uno de los mayores genios ilustrados de la
historia del pensamiento occidental en los últimos doscientos años. Nos referimos,
en ese orden de ideas, a textos que cubren parte del período que algunos han
denominado "crítico" – a partir de 1770 – y que se caracterizan por abordar
específicamente temáticas ético – políticas, a saber: Ideas para una historia
universal en clave cosmopolita (1784); Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la
Ilustración? (1784); En torno al tópico: tal vez eso sea correcto en teoría, pero no
sirve para la práctica (1793); La paz perpetua, un esbozo filosófico (1795); La
Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres (1785); Metafísica de las
costumbres (1797) y El conflicto de las facultades (1797).
En algunos de dichos textos el pensador alemán llegó a esbozar ideas claves
sobre la política, no tanto por la originalidad que revestían sino por la nueva base
1
Bobbio, N. El tercero ausente. Ediciones Cátedra, Madrid, 1997.
7
filosófica que les dio.2 Estos alcanzaron no sólo a pensadores como el joven
Fichte, sino que influyeron en románticos como Schiller y en idealistas como
Hegel; incluso han llenado gran parte de las preocupaciones teóricas de
contemporáneos como Rawls y Habermas. Incluso trascendiendo el campo de
reflexión de los filósofos. Nos referimos entonces, sólo por citar algunas de estas
problemáticas a las tensas relaciones entre naturaleza y libertad y entre condición
de naturaleza y estado civil; a la dependencia y/o autonomía entre la política, la
moral y el derecho; a la tendencia histórico – providencial del género humano
hacia el progreso; a la moralidad y juridicidad de la guerra; a las funciones del
“derecho de gentes” y el “derecho cosmopolita” en las relaciones internas y
externas entre los estados; al debate entre despotismo y republicanismo y a las
condiciones necesarias para la instauración de la paz como un proyecto ético político duradero en el marco de una federación de naciones.
De otra parte, muchas de esas ideas, la mayoría expuestas en la madurez de su
pensamiento han exigido a defensores y críticos hacer un alto en el camino y
reflexionar sobre sí Kant además de ser el filósofo del criticismo y el arquitecto de
un sistema moral sistemático en la modernidad tan bien fue un pensador político 3.
Por ahora no discutiremos si lo fue o no; lo que diremos es que al entrar por los
senderos de algunas de sus obras de madurez es ineludible una reconstrucción de
sus principales postulados políticos, con la actualidad que ellos puedan revestir en
el análisis de situaciones que siguen perdurando. Especialmente, a tenor de esa
lógica, es que nos hemos dado a la tarea de comprender, con sus luces y
sombras, tres de esas problemáticas que consideramos de “fondo” en el
pensamiento kantiano, las cuales por su puesto serán objeto de rastreo en los
siguientes capítulos, a saber: el conflicto y el antagonismo como elementos
ineludibles y productivos en la historia del género humano, la guerra como una
situación de exacerbación tanto del conflicto moral del género humano, como de
las relaciones jurídico – políticas entre los Estados y finalmente la paz como un
proyecto ético – político, duradero y razonable, en el marco de una organización y
un orden cosmopolita social. Además diremos como premisa inicial en ese camino
de investigación, que en obras como Ensayo Sobre la Paz Perpetua, Idea de una
Historia Universal en Sentido Cosmopolita, Fundamentación de la Metafísica de
Hassner, Pierre. “Immanuel Kant”. En : Strauss, L. Y Cropsey, J. Historia de la Filosofía Política.
F.C.E, México, 2001. Tercera reimpresión; p. 549
3 Autores como Hassner son del parecer que Kant no es un pensador político, aunque presente
“enseñanzas políticas” en algunas de sus obras; lo político siempre estaría en función de su
sistema moral y de los pensadores “auténticamente políticos” que lo marcaron como el caso de
Rousseau. Cfr. “Immanuel Kant”. Op. Cit. p. p 549, 555; De otra parte, Eric Weil considera, posición
que compartimos plenamente, que, si bien no podría denominarse a Kant un pensador político, sus
preocupaciones, especialmente a partir de textos como Idea de una Historia Universal en sentido
Cosmopolita serían radicalmente políticas, incluso mucho antes de la dedicación exclusiva a las
publicaciones sobre moral. Cfr. Problèmes Kantiens. J. Vrin, París, 1982, Seconde édition, revue et
argumentée ; p. 115. De todas formas, consideramos con Hassner que Kant “otorga a ciertos
temas morales una directa aplicación política, y a los temas políticos una sagrada dignidad moral”;
p 552
2
8
las Costumbres y Metafísica de las Costumbres y otras adicionales mencionadas
en el camino4, existe una teoría del conflicto, de la guerra y de la paz, manifiesta
en un conjunto de postulados tanto descriptivos como prescriptivos en relación con
aspectos como la función reguladora del conflicto y las distintas vías de
justificación de las guerras, así como con una doctrina del sentido de la paz y las
condiciones transitorias y definitivas para alcanzarla.5
Al menos desde esta premisa se nos abre un camino de largo aliento que
iniciaremos en el primer capítulo desde obras como La Fundamentación de la
Metafísica de las Costumbres tratando de responder al problema de la
convergencia o sometimiento entre política y moral, desentrañando el problema de
la libertad en Kant como condición de posibilidad de lo político y de lo moral.
Seguidamente abordaremos textos como “Sobre el Refrán: lo que es cierto en la
teoría no sirve para la práctica” y La Metafísica de las Costumbres, donde se
discutirá el conflicto entre libertad natural y libertad civil y la función reguladora del
contrato. Señalaremos como Kant en dicho texto no busca el establecimiento de
una situación instrumental de civilidad sino proporcionar basamento a la condición
de reconocimiento moral entre los hombres, especialmente en situaciones de
conflicto bélico. Adicionalmente, en este capítulo, pasaremos revista a las
posibilidades de cruce entre moral, política y derecho a través de la defensa del
republicanismo en Kant como un régimen capaz de hacer frente al terrorismo de la
virtud y al totalitarismo político.
Con el propósito de ampliar el debate sobre el tema del conflicto en la esfera
interna de los hombres mostraremos que en textos como Idea de una historia
universal desde el punto de vista cosmopolita, publicado en 1784, que constituye
De las obras ético – políticas contempladas en nuestra investigación la única que no fue
abordada en el sentido de la problemática guerra – paz fue El Conflicto de las Facultades. En dicho
texto no se explicita directamente la problemática, aunque sí un asunto radicalmente político en
una época de censura religiosa (durante el gobierno de Federico Guillermo II), que tiene relación
con las llamadas “facultades superiores” (teología, derecho y medicina) que pagan un precio muy
alto por su supremacía dentro del orden establecido, a saber: el sacrificio de su libertad de
pensamiento frente al poder político; mientras que las “facultades inferiores” como la filosofía,
compensan su inferioridad con el ejercicio libre de la razón. Esto se verá también expresado, más
adelante en nuestro texto, con ocasión de la reflexión que se haga del segundo suplemento de la
Paz Perpetua y del papel del filósofo en cuestiones de “interés nacional”. Hemos seguido para esta
nota aclaratoria el estudio preliminar de José Gómez Caffarena: “Filosofía y Teología en la Filosofía
de la Religión de Kant” a la obra de Kant, E. La contienda entre las facultades de filosofía y
teología. Editorial Trotta, Madrid, 1999. Traducción de Roberto Rodríguez Aramayo; p. p IX - LXIX
5 Acogemos plenamente la indicación de Raymond Aron cuando afirma que la postura de Kant
sobre la paz, cercana al “pacifismo jurídico” con claros antecedentes en los postulados
iusnaturalistas de Groccio y Puffendorf, se soporta expresamente en “una teoría de la guerra” la
cual sirve de fundamento para pensar en la paz perpetua. Cfr. Paz y guerra entre las naciones.
Alianza Editorial, Madrid, 1985, (2V). Vol. 2: “Historia y Praxeología”; p. 838. La posición de Aron se
da en el marco de una conferencia pronunciada por Max Scheler en enero de 1927 en el Ministerio
de Guerra en Berlín, la cual tenía como finalidad diferenciar los tipos de pacifismos existentes en la
época.
4
9
para muchos el centro de su filosofía política, y en Si el género humano se haya
en progreso hacia mejor, Kant profundiza radicalmente en dos tesis ampliamente
discutidas, tanto en la teoría política clásica, desde Maquiavelo y Hobbes, hasta la
sociología clásica con autores como Marx y Simmel, llegando hasta el
psicoanálisis freudiano: la primera que sostiene que el conflicto y el antagonismo
son naturales e insuperables en las relaciones humanas y la segunda que ratifica
el afán cultural e histórico del género humano, por potencializar el conflicto,
canalizar el afán destructivo, con el fin de lograr el bienestar y la preservación de
la especie, a través de la consolidación de un proyecto político de ciudadanía
cosmopolita y de paz razonable y duradera que conduzca al establecimiento de
una federación cosmopolita de naciones, aspecto, este último, que será
ampliamente desarrollado en su ensayo Sobre la Paz Perpetua6.
El camino de indagación exige además, en el tercer y cuarto capítulo de nuestro
libro, penetrar en los elementos que posibilitan a Kant en un texto como Sobre la
Paz Perpetua Kant elaborar un proyecto político para la modernidad ilustrada
consistente en asumir la paz no como la supresión del conflicto, sino como la
limitación razonable de las guerras y en especial de las guerras de sometimiento y
de exterminio, en las que se busca el exterminio moral y físico del enemigo, del
otro, del extraño. Igualmente, para contextualizar el debate acerca de la guerra, en
el tercer capítulo, y desde las cruces con las versiones más o menos clásicas del
problema trataremos de encontrar lo común, lo diferente y lo sugerente en la
propuesta kantiana, especialmente lo relativo a la humanización del conflicto
bélico mientras este dure; la ruta nos conducirá en el último capítulo a pensar el
proyecto de paz kantiano, con sus luces y sus sombras más allá de la modernidad
ilustrada.
No obstante, por ser los temas de la guerra y de la paz, los más ampliamente
desarrollados en la investigación y los que más debate contemporáneo han
revestido, conviene mencionar en este horizonte introductorio algunos elementos
que serán objeto de la discusión. En primer término, nos encontramos con eso de
que toda guerra de exterminio debe estar definitivamente prohibida, ya que sin
este mínimo "la paz eterna sólo podría tener lugar en los sepulcros de las iglesias
de la especie humana". Para el filósofo alemán la "guerra total", es decir aquella
en la que se persigue deliberadamente y por medios crueles la exterminación del
otro y excluye todo espacio racional de deliberación discursiva y moral. Esto
ocurre especialmente cuando el elemento político que debe continuar existiendo,
aún durante el curso de las guerras para garantizar la cohesión con el semejante y
con el diferente, ha desaparecido definitivamente. En tal sentido, es interesante
Hemos seguido para estos textos las siguientes traducciones: Filosofía de la Historia. Editorial
Lozada. Argentina, 1958. Estudio preliminar y selección de textos realizada por Emilio Estiú;
Filosofía de la Historia. F. C. E, Colombia, 1998, Segunda reimpresión. Traducción y estudio
Introductorio de Eugenio Imaz. Ensayo sobre la Paz Perpetua. Editorial Tecnos, Madrid, 2001,
Reimpresión. Traducción de Joaquín Abellán y presentación de Antonio Truyol y Serra.
6
10
recordar aquí a Arendt, heredera crítica de algunos de los planteamientos éticos
políticos de Kant, para quién la guerra total (y recordemos que habla desde lo que
representó el impacto de la bomba atómica y la expansión del totalitarismo bélico
del mundo moderno a partir de la II guerra mundial) lo único que persigue es la
aniquilación del “otro” mediante el terror sistemático en todas las relaciones
humanas y por ende la aniquilación de la esfera de la política y de la libertad. Una
guerra de tal magnitud y en eso estaría actualizando Arendt totalmente a Kant, ya
no sólo afecta algunas zonas del mundo y un número determinado de personas,
sino que arrasa en lo posible un país, su constitución política, su patrimonio
intangible, su “realidad histórico – política” su “libertad como estado7.
En segundo lugar, los seis primeros artículos que aparecen en La Paz Perpetua,
denominados por este filósofo como "preliminares " y sobre los cuales volveremos
en el cuarto capítulo, se constituyen en condiciones normativas, para que en
tiempos de no guerra, o de armisticio, (no confundir con tiempos de paz perpetua,
que para Kant están lejos de ser alcanzados) sean preparadas las condiciones
necesarias y eficaces para alcanzar al menos una paz razonable y duradera que
termine haciendo inoperante con el tiempo la “guerra total”. No sorprende
entonces que, en esos denominados artículos preliminares, Kant introduzca uno
importantísimo que reza que: "Ningún Estado en guerra con otro debe permitirse
utilizar instrumentos que hagan imposible la confianza en la paz como los
asesinos a sueldo, la traición, el quebrantamiento de los pactos, etc". En ese
artículo tal y como lo discutiremos más adelante, parte del hecho de asumir que
desde el interior de la guerra misma son necesarios unos "mínimos éticos" y unas
condiciones de racionalidad moral y política para que ésta pueda cursar dentro de
marcos que hagan posible, alguna vez, su término y no su continuación ad –
infinitum.
Pero, puede surgir entonces un interrogante respecto de lo anterior: ¿de donde
acá esa preocupación de Kant, de buscar la paz en medio del conflicto, o al menos
en medio del armisticio? ¿Por qué buscar la paz no desde fuera de la guerra sino
desde dentro de la guerra? Consideramos hipotéticamente, algo que someteremos
a prueba más adelante, que tanto la primera como la segunda pregunta tienen
denominadores comunes en el pensamiento del filósofo, a saber: primero, el
conflicto es connatural al hombre, o al menos el hombre mismo no puede evitar
La cita completa de Arendt lo dice todo: “Si es aniquilado un pueblo o un estado o incluso un
determinado grupo de gente, que – por el hecho de ocupar una posición cualquiera en el mundo
que nadie puede duplicar sin más – presentan una visión del mismo que sólo ellos pueden hacer
realidad, no muere únicamente un pueblo o un estado o mucha gente, sino una parte del mundo –
un aspecto de él que habiéndose mostrado antes ahora no podrá mostrarse de nuevo. Por eso la
aniquilación no lo es solamente del mundo, sino que afecta también al aniquilador. La política, en
sentido estricto, no tiene tanto que ver con los hombres como con el mundo que surge entre ellos;
en la medida que se convierte en destructiva y ocasiona la ruina de éste, se destruye y aniquila a
sí misma” Cfr. Arendt, Hannah. ¿Qué es la Política? Ediciones Paidós, Barcelona, 1997
(Fragmento 3C: La Cuestión de la Guerra; p. p 117 – 118.
7
11
que su naturaleza se caracterice por una "insociable sociabilidad humana";
segundo, que el conflicto es imposible eliminarlo o superarlo, tan solo limitarlo y en
especial el conflicto violento; tercero que la guerra, es un tipo de conflicto, que
supone el choque de voluntades, en este caso de colectividades organizadas
políticamente, que se definen a sí mismas como enemigas, que además supone
ciertas modalidades empleadas para dirimirlo, ciertos objetivos y estrategias
construidas y perseguidas por las partes y ciertas reglas de juego, esto último
queriendo significar que no existe frente a ella una zona de total despeje ético. 8
Además, supone que, llegado el momento de un armisticio, de cese de
hostilidades entre las partes, se debe imponer una condición política y moral que
permita lo que no se puede hacer en medio de la barbarie de la guerra: pensar,
hablar y pactar. Condiciones necesarias para la construcción de la transición hacia
el postconflicto. Porque no podemos negar que toda paz – aunque esto será
ampliado más adelante - es en esencia una manifestación discursiva de las partes
que tiene como finalidad volverse práctica, y debe, por lo mismo, ser construida
con argumentos y defendida con argumentos, en medio del cese del fuego y del
respeto a la dignidad del oponente. En esto el proyecto ético – político de Kant es
bastante claro9.
En tercer término, en nuestro libro intentaremos mostrar que Kant, sigue siendo
hoy por hoy uno de los pensadores más preocupados por la condición política de
los tiempos modernos, en tanto desarrolla ideas relativas tanto para terminar con
las guerras y alcanzar la paz, como para construir relaciones políticas desde el
fondo mismo de ellas. En tal sentido desde su propuesta se descubre un llamado
siempre actual a fortalecer el sentido de lo político en el contexto nacional e
internacional. Es un llamado a que los Estados se desprendan por momentos de
su lógica militar en sus relaciones internacionales y asuman paulatinamente
lógicas políticas no instrumentales en el tratamiento de los conflictos. De tal modo,
que Kant lo que está proponiendo es un asunto radicalmente novedoso frente a
sus antecesores y es que la política no sea única y exclusivamente la continuación
Tomo estas condiciones de Papacchini, Angelo, Derecho a la vida. Editorial Universidad del Valle
/ Colciencias, Cali, 2001; p. 293. Cfr. Ruiz Miguel, Alfonso. La Justicia de la guerra y de la Paz.
Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1988. Este autor trae a consideración una definición
que complementa la de Papacchini y amplia el horizonte de reflexión a la hora de pensar el
problema desde la posición kantiana, a saber: “la guerra es una situación de hecho caracterizada
por la existencia de un conflicto desarrollado mediante la fuerza armada entre dos grupos
diferentes y con cierta similitud entre sí”; p. p 49. Se puede considerar además que estas dos
definiciones también realizan moderadamente un contrapeso al realismo crudamente político de la
guerra como simple “acción violenta” que aparece, como veremos más adelante, en algunos
pasajes célebres de Maquiavelo, Hobbes, Hegel y Clausewicz. Este último, recordemos aquí de
pasada, reconoce a la guerra como una “acto de violencia destinado a obligar al adversario a hacer
nuestra voluntad”. Cfr. Clausewitz, Karl Von. De la guerra. Editorial Zeta, 1972
9 Quede claro por ahora que Kant no era un defensor a ultranza de los armisticios; antes por el
contrario, los consideraba un “imperativo hipotético” de la política para conseguir algo más
duradero, razonable y moralmente aceptable como la paz futura entre las naciones. Ello queda
ratificado aún más cuando se refiere a la paz como “un problema a resolver gradualmente”.
8
12
de la guerra por otros medios, sino que se convierta en el espacio propicio para el
comienzo de un proceso racional que conduzca definitivamente hacia la paz como
imperativo moral de los hombres y como imperativo político de los estados. No
obstante, veremos en el último capítulo, desde un texto crítico de Habermas, como
los presupuestos kantianos acerca de la no instrumentalización de la política
resultarían hoy, con doscientos años de historia a cuestas, demasiado parciales e
ingenuos sino se le hicieran los ajustes conceptuales necesarios pensando más
allá de la modernidad ilustrada que los vio nacer y las nuevas espirales de la
violencia moderna.
Sin embargo, quede claro por ahora en esta introducción que en tiempos de
guerra es bueno volver a escuchar las voces de los filósofos que hablaron en
nombre de la paz. Y nadie habló mejor de ello y con un enorme sentido de lo
profundo, al menos en su tiempo, que Kant. Resta decir aquí por lo demás que,
para él, en el segundo suplemento del Ensayo sobre la Paz Perpetua, la voz del
filósofo, quizá como la de ningún otro, debe ser escuchada y considerada por los
hombres de Estado, si de asuntos de paz y guerra se trata. Y es que, a diferencia
del estadista o del periodista, el filósofo huye del proselitismo y el snobismo y a
diferencia del jurista no se dedica a aplicar inflexiblemente la ley; el filósofo en
cambio, con la libertad de acción que su pensamiento le permite, indaga y
cuestiona hasta dónde la naturaleza del ser humano puede ser o no
perfeccionada, con el único propósito de alcanzar proyectos de paz humanamente
posibles.
Conviene además señalar que, aunque somos conscientes que una de las críticas
más fuertes que se le han realizado al filósofo de Koenisberg está relacionada con
su desmesurada y equivoca confianza en el progreso moral o cultural del género
humano y que la historia de las sociedades democráticas liberales - en las que
tanta confianza depositó Kant - rotundamente se ha encargado de desmentir,
también somos del pensar que dicha crítica desconoce o pasa por alto que la
propuesta ético - política de Kant asume la perfección no como un “plus cultural”
sino ante todo como una condición de posibilidad para alcanzar gradualmente la
soberanía y autonomía humanas, indispensables en épocas de crisis y desaciertos
políticos. 10 De allí la actualidad de su propuesta. Incluso, tiene mucho de vigencia
para quienes consideramos que la filosofía tiene pleno sentido, no como exégesis
de unas ideas congeladas en textos y en celebridades del pensamiento occidental,
sino como horizonte reflexivo para los “tiempos difíciles”. Además, rastrear
detenidamente los presupuestos que encierra ese proyecto ambicioso de paz
duradera, es también posibilitar comprender hoy el proyecto de la modernidad, y
Según Hassner la noción de progreso asintótico es la más congruente con la concepción
kantiana de progreso gradual, es decir el progreso de la humanidad es un constante acercamiento
a la meta y asimilación a ella, sin alcanzarla jamás; está también relacionada con la noción de
infinitud que aparece en La Crítica de la razón pura; Hassner. Op. Cit; p 578.
10
13
de la racionalidad kantiana - esa que tanto ha revestido críticas por parte de los
denominados postmodernos - con sus luces, sus sombras, sus logros y avatares.
En términos del trayecto metodológico que hemos seguido en la investigación es
necesario acotar que si bien se hizo bajo el permanente ejercicio de revisión
bibliográfica de los textos de filosofía política de Kant, también llevó implícita la
lectura de algunos comentarios críticos y contemporáneos de dicha filosofía, en
especial los trabajos ya clásicos de Norberto Bobbio, El tercero Ausente y El
problema de la guerra y las vías de la paz, así como del texto de Jürgen
Habermas, La idea Kantiana de la Paz Perpetua. Desde la distancia histórica de
200 años», publicación ésta que nos ha servido para reflexionar en el último
capítulo de nuestro estudio a propósito de la vigencia y ocaso del proyecto ético –
político kantiano en un mundo tan convulsionado e incierto como el nuestro.
Así mismo, incluyó en cada uno de los capítulos otras revisiones – no todas
mencionadas aquí por economía del espacio - como la José Luis Villacañas con
su texto Republicanismo en Kant o el Derecho sagrado de los hombres; algunos
textos de Angelo Papacchini relacionados con cuestiones como el desafío de la
filosofía ética – incluyendo la de Kant ante la guerra y la paz - y algunos de
Roberto Aramayo, este último, uno de los que más ha abordado el problema que
nos concierne aquí y cuya bibliografía abarca innumerables trabajos
referenciados, aunque no siempre citados a lo largo y ancho de esta monografía
como por ejemplo, La Paz perpetua y el ideal cosmopolita de la Ilustración; A
propósito del bicentenario de Hacia la Paz Perpetua en Kant; La filosofía kantiana
de la historia: una encrucijada de su pensamiento moral y político; De la
incompatibilidad entre los oficios de filósofo y Rey, o del primado de la moral sobre
la política; Ayer y hoy del cosmopolitismo kantiano.
Adicionalmente, la revisión transitó hacia la ampliación de las relaciones entre
política y guerra, con textos clásicos de Polemología como el de Gastón Bouthoul
titulado en francés La Guerre 11 y textos sobre las causas y justificaciones de las
guerras como el de Ruiz Miguel titulado La Justicia de la Guerra y de la Paz.
También se revisaron textos de sociología del conflicto como el de Charles Tilly,
Coerción, Capital y los Estados Europeos 990 – 1990. De igual forma se hicieron
aproximaciones a autores que han abordado el tema de la degradación del
conflicto en Colombia como Pécaut, Deas, Salazar y otros, siempre con el ánimo
de situar voces disonantes, desde mi oficio como sociólogo, frente algunas
apreciaciones que se realizan en el texto. Algunas argumentaciones de estos
autores fueron tenidas en cuenta en notas a pie de página. Finalmente se abordó
el tema de la guerra y del conflicto social desde los autores clásicos como
Maquiavelo, Hobbes, Clausewitz, Freud, Simmel, Arendt y otros tantos.
11
Existe traducción al español Cfr. La guerra. Ediciones Oikostau, Colección ¿Qué sé?, 1971
14
No está de más, antes de iniciar el trayecto, comentar que la aproximación teórica
que proponemos cobija sólo una porción de la obra de Kant, en diálogo
permanente con otros textos, autores y problemáticas clásicas y contemporáneas;
esto nos ha llevado a generar un compromiso doblemente vital para con el lector
en cada uno de los capítulos: por una parte el establecimiento de cruces
epistemológicos, desde un autor clásico y otros contemporáneos; y por otro lado la
construcción de referentes y rutas analíticas, desde la filosofía y el pensamiento
considerados como clásicos, con las problemáticas y
necesidades más
acuciantes de nuestro tiempo.
15
1. ¿PRIMADO O CONVERGENCIA ENTRE ÉTICA Y POLÍTICA? 12
“La política dice: ´Sed astutos como la serpiente´.
La moral agrega esta condición limitativa:
´y cándidos como la inocente
paloma´”13
No es del todo extraño que, al referirnos a asuntos como el conflicto, la guerra o la
paz en un filósofo como Kant tengamos que acudir a plantear los ineludibles nexos
existentes entre dos esferas de la acción humana, donde dichos asuntos terminan
siendo casi siempre discutidos, nos referimos a la ética y la política. De otra parte,
sin ánimo de intentar definir que son o que entrañan cada uno de estos terrenos si
resulta pertinente discutir desde la óptica kantiana ¿cómo se teje esa relación? y
que mejor para esto que hacerlo desde la confrontación de la celebrada tesis de
que la política y la ética encierran elementos irreconciliables que hacen de la
primera el lugar del cálculo sagaz y utilitario, y de la segunda el campo de la virtud
y de la intencionalidad recta en el obrar. Con un atenuante y es que la distancia
parecería superarse en el momento en que la política cediera a sus ambiciones y
se subordinara a la moral en el cumplimiento irrestricto del deber. Sin embargo, el
asunto no es tan fácil de resolver como parece, ya que, desde la propuesta
kantiana, tanto la ética como la política parecen depender en su accionar y en sus
resultados absolutamente la una de la otra, más cuando lo que está en juego es la
libertad humana. Dadas las cosas de esta manera, pretendemos entonces
desarrollar a partir de este capítulo introductorio los elementos que nos permitan
abordar esos nexos entre lo político y lo ético. Proponemos para ello cuatro ejes
temáticos que nos permitan comprender si en Kant existe un primado de lo ético
sobre lo político o una convergencia y cruce permanente entre las dos esferas. El
rastreo a dicha problemática, posiblemente nos abra desde allí, el camino para
comprender la necesidad de diques morales que permitan la regulación de los
conflictos violentos. En tal sentido, en primer lugar, abordamos el problema de la
libertad como supuesto y condición de posibilidad no sólo de la moral sino también
de la política. En segundo lugar, abordaremos el problema del sometimiento o de
la convergencia entre la política y los principios éticos. Seguidamente señalaremos
la denuncia y la crítica radical al realismo político, y en dicho marco la visión
kantiana del contrato social y su defensa de la emancipación político - moral de los
hombres. Finalmente, mostraremos como Kant toma partido por el Régimen
Republicano como una opción ético - política que permita evitar el totalitarismo
político, expresado en una guerra, o una condición que conduzca inexorablemente
a una especie de “terror de la virtud”.
12 Este capítulo ha sido publicado bajo el título “Ética, Política y Republicanismo en Kant” en la
Revista Praxis Filosófica. Departamento de Filosofía. Universidad del Valle, Cali, Nueva Serie, No.
18, Enero – Junio 2004; p. p 101 – 114. En la monografía se le han introducido algunos cambios
sustanciales que se han considerado pertinentes.
13 Kant, E. Ensayo sobre la Paz Perpetua. Op. Cit; p 46
16
1.1 LA LIBERTAD COMO CONDICIÓN DE POSIBILIDAD DE LA MORAL Y DE
LA POLÍTICA
Según Cassirer, en lo que atañe a la concepción política del filósofo de Koenisberg
podría decirse que sus preocupaciones y premisas básicas provienen de aquellas
ideas que siendo expresadas por J. J. Rousseau, lograron concretarse en la
Revolución Francesa14. Por su puesto, no en vano, verá en esta Revolución la
promesa de realización de los ideales de la razón pura. 15 Pero ¿cuáles y en qué
consisten esas preocupaciones básicas? Someramente, uno podría responder,
acudiendo de nuevo a Cassirer, que dichas preocupaciones están centradas en un
problema común a la teoría política de su época, expresado en la posibilidad de
hacer converger las diversas voluntades individuales con una voluntad común,
impidiendo la destrucción de la autonomía de la voluntad individual, pero a su vez
permitiendo la validación y reconocimiento de esta. Ello tendrá que ver con un
asunto radicalmente importante en la teoría ética Kantiana y en la teoría ético política moderna: el problema de la libertad humana.
Este problema de la libertad deviene complejo, no sólo porque el horizonte de
preocupaciones políticas del filósofo está atravesado por cuestiones de índole
ética, sino además por cuanto, a la idea de libertad, háyase, como dirá él mismo,
“inseparablemente enlazado el concepto de la autonomía y con éste el principio
universal de la moralidad”16. Para comprender más a fondo esta ilación
conceptual tenemos entonces necesariamente, antes de entrar a una
Eugenio Imaz ha comentado, siguiendo a otros tantos, que la verdadera revolución de
pensamiento en Kant no ocurre en el ámbito del conocimiento al fijarle los límites, sino en la moral
al haber leído y disfrutado a Rousseau, llamado por el mismo Kant el “Newton de la moral” En:
Kant, E. Filosofía de la Historia. F. C. E, Colombia, 1998. Traducción y estudio Introductorio de
Eugenio Imaz. Cfr. Carracedo, José Rubio. El influjo de Rousseau en la Filosofía Práctica de Kant.
En: Guisán, Esperanza (ed). Esplendor y Miseria de la ética kantiana. Editorial Anthropos,
Barcelona, 1988. El texto de Carracedo ofrece una versión crítica del influjo de Rousseau sobre el
pensamiento ético – político de Kant y sobre todo recrea, desde múltiples referencias bibliográficas,
las discusiones que en el mundo europeo y anglosajón suscitaron las conexiones entre estos dos
autores. Otros autores como Salvi Turró discuten la importancia de la Revolución Francesa en la
obra de Kant, específicamente en el período comprendido entre 1793 con la publicación de Sobre
el refrán: lo que es cierto en la teoría no vale para la práctica y 1798 con la obra El Conflicto de las
Facultades. Según Turró, en la primera obra condena explícitamente la legitimidad del proceso
revolucionario, asumiendo más tarde, con la segunda, el “ideal de concordancia entre el estado
surgido de la revolución y los máximos intereses de la humanidad”. Cfr. Tránsito de la naturaleza a
la historia en la filosofía de Kant. Editorial Anthropos, Barcelona. En coedición con la Universidad
Autónoma de Metropolitana, Iztapalapa, México, 1996; p. p 266 - 271
15 Cassirer, Ernest. Kant, Vida y Doctrina. F. C. E, México, 1978, Tercera reimpresión; p. 434
16 Kant, E. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Editorial Ariel, Barcelona, 1996,
Primera edición, Edición bilingüe y traducción de José Mardomingo; p. 235; (452, 35). El texto que
sirvió de base a la traducción es el publicado por Kant en 1786 (al que se refieren siempre los
estudiosos y editores como A2). En adelante se citará la página de la traducción de Mardomingo,
seguido (entre paréntesis) de la numeración del texto alemán original (A2): FMC; p (página y
párrafo).
14
17
conceptualización más depurada sobre la política en Kant, que rastrear en el
tiempo y encontrarnos con el texto publicado en 1785, La Fundamentación de la
Metafísica de las Costumbres.
En la segunda sección de dicho texto, dedicada al tránsito de la filosofía moral
popular a la metafísica de las costumbres, y antes de abordar el concepto de
imperativo, Kant dedica una reflexión al concepto de voluntad, sustancial para
comprender la argumentación posterior alrededor de la libertad humana.
Comienza diciendo que “toda cosa de la naturaleza actúa según leyes”, y que sólo
un ser racional “posee la facultad de obrar según la representación de las leyes,
esto es, según principios, o una voluntad”17. Entiéndase aquí, que para este
filósofo la voluntad del hombre, en tanto ser racional, estaría afectada y
determinada por la razón. Es así como las acciones humanas que no pueden
escapar a la regulación y legislación de la naturaleza serían objetivamente
necesarias, en cuanto son objeto de la razón, pero también serían subjetivamente
necesarias, en cuanto son objeto de la voluntad. Desde esa óptica la voluntad
estaría en la posibilidad “de elegir solamente aquello que la razón reconoce
independientemente de la inclinación como prácticamente necesario, esto es,
como bueno”. 18
No obstante, Kant reconocerá que la razón no determina suficientemente con su
influjo a la voluntad y que ésta se ve en todo momento sometida al influjo de
condiciones subjetivas, denominadas resortes. Ello hace necesario que la
determinación de esa voluntad a actuar conforme a leyes objetivas opere por la
vía de la constricción o de la coacción, lo que significa que la determinación de la
voluntad de un ser como el hombre se da mediante imperativos o mandatos de la
razón. Por ahora no es de nuestro interés centrarnos en lo que significan los
imperativos, ni en los distintos tipos, ni mucho menos cómo son posibles. Sin
embargo, es bueno dejar aquí constancia que esa vía de la constricción se
expresa en Kant, al menos así lo manifiesta en una obra posterior La Metafísica de
las Costumbres (1797), a través de dos usos de la libertad: la libertad externa
como coacción del estado en términos de lo legal y la libertad interna como
autocoacción en el obrar moral. De todas formas, este tema lo discutiremos un
poco más adelante; por ahora lo que nos interesa en el hilo de la argumentación
es lo que se abre con la tercera sección del texto de La Fundamentación,
dedicada al tránsito de la metafísica de las costumbres a la crítica de la razón
práctica pura.
En dicha sección Kant asume de entrada que el concepto de libertad es la clave
para la explicación de la autonomía de la voluntad de todo ser racional. De allí que
comienza definiendo la voluntad como “un tipo de causalidad de los seres vivos en
tanto que son racionales, y la libertad como la propiedad de esta causalidad de
17
18
FMC; p. 155; ( 412, 25)
FMC; Ibíd.; (413, 30)
18
poder ser eficiente independientemente de causas ajenas que la determinen...”.19
En virtud de tal definición, voluntad y libertad aparecen indefectiblemente unidas,
en tanto son consideradas por Kant como los pilares básicos de la moralidad, lo
que queda aún más que ratificado por la pregunta del filósofo alemán: “¿qué podrá
ser entonces la libertad de la voluntad sino autonomía, esto es, la propiedad de la
voluntad de ser una ley para sí misma?”.
Dado que esto último es sustancial al debate ético propuesto, la respuesta del
filósofo alrededor del problema de la relación entre libertad y voluntad, nos
aparece planteada en el sentido que el hombre como ser racional es libre de
decidir, lo que no significa que en su decisión haya una carencia absoluta de la ley
(que aparece expresada externa e internamente) sino por el contrario, que el
obrar humano está caracterizado por el principio racional (no empírico) 20 de obrar
siempre según máximas, es decir principios subjetivos de acción, que puedan
llegar a ser considerados como imperativos es decir, principios objetivos,
universales y necesarios de acción y legislación. Se puede comprender entonces
desde esta óptica porque razón Kant rechaza la visión negativa de la libertad,
alejándose totalmente de la versión hobbesiana e incluso de la más radical del
liberalismo político inglés de los siglos XVII y XVIII (ausencia total de
determinación) y aproximándose en cambio a una visión positiva de la libertad,
donde necesariamente confluyen la libertad como autodeterminación y como
coacción legal. En tal sentido, no es posible pensar una voluntad libre sin el influjo
o la determinación de leyes, de hecho, sería un absurdo; por tanto, desde Kant
“una voluntad libre y una voluntad bajo leyes morales son lo mismo”. 21
Ahora bien, la pregunta que sigue a la argumentación del propio Kant es ¿por qué
el hombre no puede pensarse y obrar más que bajo la idea de libertad?, ¿y
específicamente bajo la idea de una libertad como autonomía responsable? De
hecho, la respuesta de Kant a ese interrogante es categórica: el hombre, como ser
racional, y por tanto perteneciente a un mundo legislado por leyes racionales, “no
puede pensar nunca la causalidad de su propia voluntad de otro modo que, bajo la
idea de la libertad, pues la independencia de las causas determinantes del mundo
de los sentidos es la libertad”22. Además, si nos pensamos como seres libres, nos
hemos de trasladar, según Kant, al mundo del entendimiento, desde donde nos es
posible reconocer la autonomía de la voluntad y por ende la moralidad, es decir
donde toda ley se transforma en imperativo y toda acción conforme a ellos se
convierte en deber.23
FMC; p. 223; (446, 5)
Aunque la distinción, reconoce Kant, es un poco grosera, el hombre puede considerarse en
todas sus acciones como perteneciente tanto al mundo de los sentidos, bajo el gobierno de leyes
naturales (empíricas), como al mundo inteligible, bajo leyes que, independientes de la naturaleza,
no son empíricas, sino que están fundadas meramente en la razón; FMC; p. 235; (452, 25-30).
21 FMC; p. 225; (447, 5)
22 FMC; p. 235; (452, 30 – 35)
23 FMC; p. 239; (454, 5)
19
20
19
En el mismo sentido, es interesante observar como el mismo Kant, en lo que
respecta a la voluntad humana, plantea que la libertad que a ella se le atribuye
parece estar en contradicción con la necesidad natural, es decir con las leyes de la
naturaleza, que son en últimas determinantes. No obstante, el filósofo responderá
que respecto del uso especulativo de la razón tal vez eso sea cierto, pero desde el
uso práctico de la razón, la senda de la libertad es la única por la cual es posible
hacer uso de la razón en nuestra conducta. Además, Kant no es para nada de
aquellos filósofos que pretenda sacrificar llanamente la libertad humana ante el
determinismo de la naturaleza. Aunque reconoce, que la contradicción entre ley
natural y libertad es insalvable, al comentar que si consideramos al sujeto “en el
mismo sentido o en la misma relación cuando se llama libre que cuando se
supone sometido a la ley de la naturaleza con respecto a la misma acción “24.
Este problema, por su puesto no resulta fácil de tratar aquí máxime cuando para el
mismo Kant, “dirimir la disputa no le pertenece en modo alguno a la filosofía
práctica, sino más bien a la filosofía especulativa”25. Lo que sí resulta posible en
este hilo argumental es mostrar que en Kant la libertad, en tanto enlazada al
mundo del entendimiento, resulta una idea de la razón, “cuya realidad objetiva no
puede ser mostrada de ningún modo según leyes de la naturaleza, y por tanto
tampoco en ninguna experiencia posible”26. Vistas así las cosas la libertad no
puede ser concebida, más que como una “necesaria presuposición de la razón”; la
libertad queda planteada como una “idea útil y lícita para una fe racional”,
orientada dirá Kant, al finalizar la sección tercera de la Fundamentación, a
“producir en nosotros un vivo interés en la ley moral a través del magnífico ideal de
un reino universal de los fines en sí, al cual podemos pertenecer como miembros
sólo cuando nos conducimos cuidadosamente según máximas de la libertad como
si fuesen leyes de la naturaleza” 27
Pero sí la libertad es una idea de la razón que busca o pretende despertar en los
hombres un interés racional en la ley moral y por ende orientarlos a actuar
conforme a los mandatos de la razón, ¿qué pasa cuando el hombre se mueve en
el terreno de lo político, donde lo que se pone en entredicho es la capacidad del
mismo para actuar conforme a leyes morales, para respetar los pactos, para
actuar recíprocamente, confirmando y reconociendo al otro en su existencia, y
más bien se orienta hacia el cálculo racional, sagaz y utilitario, sacando el máximo
provecho de los otros?. Aquí lo que se evidencia es un tema que para muchos
autores es el nudo gordiano del pensamiento ético – político de Kant y que es
abordado también en su Ensayo Sobre La Paz Perpetua: el conflicto entre la moral
y la política y la necesidad de subordinar la segunda a la primera. Por ahora, baste
FMC; p. 243; (456, 10-15)
FMC; p. 245; (456, 35)
26 FMC; p. 249; (459, 5)
27 FMC; p. 257; (462, 30-35)
24
25
20
decir que en el terreno de lo político, al menos en el planteamiento de Kant
aparece el problema de la libertad como un asunto racional pero con efectos en lo
social, máxime cuando aquí el problema no gira alrededor de la libertad del
hombre considerado individualmente, sino como parte de una esfera social, donde
lo que está en juego es la posibilidad de hacer converger racionalmente y bajo el
ideal de una República las diferentes voluntades individuales en una voluntad
común, sin que se pierda o destruya el carácter de autonomía o de autolegislación
individual. Desde luego, la duda que a uno le puede asaltar es si al concebir y
comprender la libertad humana, como “presupuesto racional”, no se está negando
cualquier posibilidad de comprender al sujeto y a la acción política al margen de
toda determinación empírica o existencial, o como asegura el filósofo Quesada
Castro, y en general muchos críticos de la obra de Kant, pensar un yo constituido
fuera de toda comunidad28. Por ahora asumiremos parcialmente un no como
respuesta, en tanto que la posibilidad de convergencia de la libertad como un
asunto de interés para la moral y la política se nos ofrece como una vía expedita
para enfrentar y discutir con el realismo político y su determinismo que parcializa
la visión del hombre como un ser totalmente viciado por el calculo instrumental. No
obstante, si leemos la crítica de Quesada nos encontramos que es tanto más
incisiva al asegurar que al “entender la libertad, principio de la moralidad, como
negación de todo lo concreto, el sujeto moral se instala en el aislamiento de todo
contexto histórico en que hermenéuticamente se muestra la razón, o mejor, el
comportamiento racional”29. De allí que en la crítica de Quesada parecería
entonces que con Kant los sujetos racionales se colocan más allá de toda
concreción histórica, en una especie de “punto cero”. Sin embargo, nos parece
que lo que olvida Quesada Castro es precisamente que la búsqueda de Kant se
orienta más hacia al establecimiento de las condiciones formales que permitan el
ejercicio concreto de la libertad, garantizando con ello que la libertad de cada uno
pueda coexistir sin eliminar la libertad de los otros, de acuerdo con una ley o una
legislación universal.30 A propósito de la postura aquí defendida, comenta el
filósofo español José Luis Villacañas que la novedad del pensamiento ético –
político kantiano radica precisamente en que lo que emerge de la acción ética
respecto de sí, es también proporcional a la acción ética respecto de los otros: “el
sabio finalmente es el justo consigo mismo y con los demás”31.
Siguiendo entonces las premisas planteadas aquí hasta el momento, tendríamos
que decir que la libertad es tanto un supuesto como un objetivo de la moral y de la
política en la obra de Kant. Y esto habría que enfatizarlo a través de varias
Quesada Castro, Fernando. La filosofía política de Kant: el no lugar de la política. (El nudo
gordiano siempre estuvo roto). En: Suplementos Anthropos, No. 28, Barcelona, 1991; p. 35
29 Ibíd; p. 35
30 No olvidemos incluso, que la necesidad de establecer las condiciones formales que permitan el
ejercicio concreto de la libertad tanto para los individuos está presente en los principales
postulados de teóricos más contemporáneos como Rawls y Habermas.
31 Villacañas, José Luis. Republicanismo en Kant o el Derecho sagrado de los hombres. En: Del
Renacimiento a la Ilustración. Vol. II. Edición de Javier Echeverría. Ed. Trotta, Madrid, 2000.
28
21
afirmaciones. En primer lugar, si bien el problema de la libertad moral está
expresado en términos de imperativos de la razón, de necesario y universal
cumplimiento, el ejercicio pleno de ella en un individuo se ratifica, desde la óptica
kantiana, en la convergencia con la libertad de los otros, es decir en la
confirmación y reconocimiento de los ingredientes comunitarios para su ejercicio y
concreción. En segundo lugar, no existe una subordinación pasiva de lo político a
lo moral como han creído muchos críticos de Kant, por ejemplo Gómez Caffarena,
al considerar que el filósofo alemán, casi de manera unilateral, acentúa el primado
del imperativo moral frente al cálculo sagaz propio del accionar político,
descargando su confianza absoluta en la posibilidad de que la “blanca paloma de
la ética logre guiar a la astuta serpiente de la política”32; lo que más bien acontece
es que la política establece las condiciones de posibilidad reales para que el
ejercicio formal de la libertad sea una realidad. Este ejercicio real de la libertad,
según Kant, está sustentado en las decisiones políticas del legislador en un
modelo político como el republicano, las cuales no deben obedecer a una moral
formalista, instrumentalista y arbitraria, sino a decisiones sabias y que moralmente
beneficien a la comunidad. Esto en últimas es lo que permitiría diferenciar, como
dice Kant en La paz perpetua, el moralista político del político moral, en tanto el
primero utiliza hábilmente la moral e incluso el derecho según su conveniencia,
mientras que el segundo entiende que ciertas máximas de la habilidad política,
deben estar en función de principios como el bienestar y la justicia colectiva,
además de entender que nunca sería moralmente aceptable subordinar los
principios a los fines, por útiles que estos sean; ese es precisamente el sentido del
termino “sabiduría política” 33.
Gómez Caffarena, J. “La conexión de la política con la ética. ¿Logrará la paloma guiar a la
serpiente? En Aramayo, R.R; Muguerza, J; Roldán, C (eds.), La paz y el ideal cosmopolita de la
Ilustración. A propósito del bicentenario de `Hacia la paz perpetua` de Kant. Editorial Tecnos, S.A,
1996, Madrid; p. 65 – 67
33 Kant, E. Ensayo sobre la Paz Perpetua. Op. Cit; p. p 48, 55-56. El filósofo es enfático en
rechazar ciertas máximas de habilidad política que no reconocen un deber moral para con el otro y
que instrumentalizan las relaciones políticas: “fac et excusa”; “Si fecisti, nega”, “divide et impera”;
sin embargo, defendería ciertas máximas en función de lo colectivo como las de publicidad del
derecho: “son injustas todas las acciones que se refieran al derecho de otros hombres cuyos
principios no soportan ser publicados; así mismo defiende la máxima de los armisticios: mientras
se logra la paz se debe humanizar la guerra”.
32
22
1. 2 CONVERGENCIA O SOMETIMIENTO: LAS RELACIONES ENTRE LA
POLÍTICA Y LOS PRINCIPIOS ETICOS
De acuerdo con una opinión muy arraigada, herencia quizá de realistas políticos
como Maquiavelo, Hobbes, Hegel y Clausewitz, existiría una distancia radical
entre la esfera de la valoración moral y la esfera de la actuación política. La
primera estaría circunscrita por todas aquellas máximas e imperativos de acción
que obligan y someten la voluntad humana a actuar conforme a ciertas
aspiraciones ideales, mientras que la segunda abarca el conjunto de reglas de
racionalidad y calculo instrumental que permiten al hombre tomar decisiones
estratégicas en el mundo real, en función de ciertos fines prácticos. Ahora bien,
donde ha logrado manifestarse mejor esa distancia radical entre la ética y la
política, entre las aspiraciones ideales y las condiciones reales de la sociedad, es
en el terreno de la guerra. Al fin y al cabo, como argumenta el mismo Norberto
Bobbio, la guerra constituye “la manifestación más clamorosa de la política”.34 De
hecho para Clausewitz, uno de los mas recordados teóricos defensores de la
relación política- guerra, esta última no sería más que la manifestación de lo
político, pero por otros medios. Incluso la guerra que se desarrolla en el seno
mismo de la política llega a constituirse en la fuerza legitimadora de una forma de
hacer política dentro y fuera de un Estado. Ahora bien, los defensores de esta
posición no estarían más que confirmando, algo que no podríamos poner en duda
el resto de los mortales y es que el acontecer histórico de las sociedades se ha
construido, la mayor de las veces, sobre la base de la planeación estratégica o
política para la guerra.
Sin embargo, el tema que es de una complejidad extrema y ameritaría por sí solo
un trabajo monográfico requiere ser al menos limitado en cuanto a nuestros
intereses y para esto acudimos de nuevo a Bobbio, quien considera que el
problema de las relaciones entre política y moral se podría formular al menos en
estos dos términos: “hay acciones lícitas para la política que no lo son para la
moral, o, lo que es igual, la política consiente a menudo lo que la moral prohíbe” y
“no se puede actuar políticamente sin realizar ciertos actos universalmente
reprobados por la moral”35. Si trasladamos el asunto al escenario de la guerra, nos
daremos cuenta de que desde la moral la guerra aparecería como contraria a
ciertos principios universalmente válidos como por ejemplo el derecho a la vida,
pero desde el ámbito político la guerra sería muchas veces lícita como recurso
estratégico y anticipatorio, incluso para defender, vaya paradoja, el mismo derecho
a la vida, como por ejemplo la guerra en legítima defensa frente a una agresión
externa.
34
35
Bobbio, N. El tercero ausente. Op. Cit; p. 224
Bobbio, N. Op. Cit; p. 225
23
No obstante, también desde la apreciación de Bobbio uno descubre que tanto
quienes defienden la premisa de que hay acciones lícitas para la política que no lo
son para la moral, como quienes consideran que no se puede actuar políticamente
sin realizar actos que resultarían reprobables para la moral estarían en ambos
casos defendiendo la tesis de una total separación e independencia de estos dos
campos, sin mediaciones y posibilidades de convergencia. Y esto por supuesto, no
es lo que uno descubre con un filósofo como Kant. En últimas como dice
Papacchini las tesis de oposición entre ética y política o mejor aún entre ética y
guerra terminarían traduciéndose en actitudes realistas y pragmáticas frente a
temas tan espinosos como el conflicto armado. Donde la primera consideraría
“trabajo perdido acabar con la guerra por ser una práctica por esencia violenta y
sin patrones morales” y la segunda “buscaría concentrar energías en la búsqueda
y empleo de medios eficaces para someter al enemigo y lograr la paz, sin reparar
en la licitud moral de las estrategias empleadas”36. Dadas las cosas así las
relaciones entre política y ética estarían marcadas, al menos en el terreno del
conflicto armado por una total incompatibilidad.
Sin embargo, cuando volvemos la cara a la obra de Kant nos damos cuenta de
que hay un terreno bastante fértil para no quedar amarrados únicamente a las
propuestas del realismo pragmático. Con el filósofo alemán descubrimos (esto lo
profundizaremos en el capítulo 3) que la política y la ética pueden converger en
muchas facetas al momento de comprender el problema de la guerra y
especialmente en la búsqueda de unos criterios y pautas de racionalidad moral
que impidan la degradación de la dignidad del ser humano, como lo veremos más
adelante. Y con ello no pretendemos caer en el otro extremo que sería el rigorismo
moral del que tanto lo acusan, y del que probable y prudentemente habría que
distanciarse; sino plantear que desde dicha propuesta se nos abre la posibilidad
de pensar en una política que lejos de someterse pasivamente a los dictámenes
de la moral busque hacer viables los mínimos necesarios en medio de condiciones
de incertidumbre o lo que es lo mismo hacer posibles los diques suficientes para la
regulación y curso de la guerra, así como la búsqueda de mecanismos para
alcanzar una paz razonable y humanamente viable entre las partes. Por ahora,
nos parece que lo mejor que podemos hacer es dejar el interrogante abierto de si
es posible apostar por la convergencia o el sometimiento y retornar a la discusión
de las posturas del realismo político, terreno desde el cual Kant abonó la
posibilidad de pensar un concepto positivo de libertad para enfrentarse al duro
cinismo del cálculo estratégico.
Papacchini, Ángelo. La ética ante el desafío de la guerra. Universidad Libre, Ediciones Jurídicas
Gustavo Ibáñez C, Bogotá, 2002; p. p 15 - 16
36
24
1.3 LA DENUNCIA Y LA CRÍTICA RADICAL AL REALISMO POLÍTICO
Para muchos lectores de Kant, donde mejor se encuentra el enfrentamiento del
filósofo con el realismo político del siglo XVII es en su texto En torno al tópico “tal
vez eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica” del año 1793. En
dicho texto dirige gran parte de su arsenal crítico contra Hobbes; aunque lo que
busca en definitiva es hacer claridad sobre las relaciones entre teoría y praxis en
el terreno del llamado derecho político. Además, en este texto va a enfatizar en un
aspecto que ya veníamos discutiendo en este capítulo y es el de la libertad, pero
esta vez en relación con las nociones de derecho y contrato social. No obstante,
será precisamente, como lo dijimos más arriba, en un libro posterior como La
Metafísica de las costumbres donde él discuta más a fondo el problema de la
libertad en relación con las nociones de legalidad y autocoacción, asumiendo que
la libertad externa es aquella que se manifiesta bajo la forma de una coacción del
Estado y la libertad interna es aquella que se expresa como autocoacción, es decir
como libertad moral. De allí que la primera constituya la fuente del derecho y la
segunda la fuente de la moralidad o la eticidad.
Ahora bien, si es en este último texto donde mejor se encuentra planteada la
posición de Kant frente a la naturaleza de la sociedad civil o del Estado como
Institución y el problema del modelo iusnaturalista, es necesario precisar que ello
lo expone en la segunda parte de dicha obra, dedicada a la doctrina del derecho, y
al tema del derecho público37. Dicho sea de paso, aquí, y antes de entrar en
materia, que Kant es de esos pensadores que se sitúa, al menos en este texto, en
lo que se refiere al problema crucial del fundamento y de la naturaleza del Estado,
críticamente dentro del modelo iusnaturalista; modelo que como afirma Bobbio, “es
adoptado, si bien con variaciones notables, por lo menos hasta Hegel, por algunos
En el estudio preliminar de Adela Cortina a la Metafísica de las Costumbres se plantea que esta
obra es la única de las obras publicadas en vida de Kant en la que se plantea con amplitud el
problema de las relaciones entre el derecho natural y positivo y sus relaciones con cuestiones
como estado de naturaleza y estado civil, derecho privado y derecho público, lo que en definitiva
“constituye la clave de la doctrina jurídica kantiana”. Lo interesante aquí es que Cortina discute el
“posible iusnaturalismo kantiano” a partir del malentendido de que Kant subordina el derecho
positivo (que procede de la voluntad del legislador y es estatutario) al derecho natural (basado en
principios a priori de la razón). Cortina sugiere, entre otras cosas, comprender que el derecho
positivo se ve orientado por el racional ya que este último le proporciona criterio y legitimación,
para que lo positivo no se instrumentalice, pues cada individuo posee una libertad natural que a su
vez necesita convertirse en una libertad positiva, regida por una razón legisladora; esto último
permite limitar entonces la posición de iusnaturalista al estilo Hobbes o Locke. Cfr. Estudio
preliminar de La Metafísica de las Costumbres. Editorial Altaya, Barcelona, 1993. Traducción y
notas de Adela Cortina y Jesús Conill Sancho; p. p XLI – XLIV. La traducción de este texto se hace
siguiendo el texto de la Academia de Berlín, a cargo de P. Natorp que recoge la primera edición de
1797 tanto de la Doctrina del Derecho como de la Doctrina de la Virtud, así como los cambios de
las variantes subsiguientes. Esta edición se referencia como (VI, 203 – 493). En adelante se citará
la página de la traducción de Cortina y Conill Sancho, seguido (entre paréntesis) de la numeración
del texto de la Academia de la siguiente manera MC; p (p).
37
25
de los más grandes filósofos políticos de la edad moderna”38. Por ahora y
tomando en consideración lo anterior, vale entonces la pena rastrear la discusión
con el realismo político.
En primer lugar, siguiendo a Bobbio, cuando se habla de modelo iusnaturalista, se
tiene claridad al menos sobre un asunto y es que en la realidad histórica un
proceso de gestación y desarrollo de la sociedad civil como el ideado por los
iusnaturalistas jamás ha tenido lugar, resultando únicamente como producto de la
voluntad racional de los hombres. En segundo lugar, el modelo se sustenta sobre
la base de dos elementos básicos: el estado, condición o sociedad de naturaleza y
el Estado, Institución o Sociedad Civil. En tercer lugar, es un modelo dicotómico y
excluyente, lo que quiere decir que no se puede estar, o permanecer en los dos al
mismo tiempo. O se hace parte de una condición de naturaleza o se hace parte de
una Sociedad Civil. Bobbio por su parte ha visto además esa condición dicotómica
de manera muy sugestiva, cuando nos comenta que los iusnaturalistas hacen un
triple uso de la misma: por una parte es una dicotomía sistemática, pues toda la
vida de los hombres es comprendida de esa manera y no de otra; de otra parte es
una dicotomía historiográfica, pues el devenir histórico es explicado como el paso
de un estado a otro y finalmente es una dicotomía axiológica, pues cada estado o
condición adquiere un valor positivo o negativo 39.
Igualmente, en dicho modelo se contempla que el estado político surge como
antítesis al estado natural, aunque desde luego no se trata de eliminar del todo al
segundo, sino de refinarlo y mantenerlo a raya mediante el uso de la coacción y el
derecho racional del primero. De la misma forma, en la medida en que los dos
momentos son antitéticos, el paso de uno a otro no opera “naturalmente” o por la
“fuerza de las cosas” sino mediante uno o más acuerdos, o actos voluntarios,
racionales y calculados entre individuos que evalúan costos y beneficios de
permanecer o transitar de una a otra condición; además de su interés por
conservar la vida, vivir de acuerdo con la razón y gozar de sus bienes y talentos.
De esta forma queda claro que, para comprender la naturaleza del Estado como
institución política, según el modelo iusnaturalista, hay que comprender que el
principio de su legitimidad es el consenso. Hasta aquí desde luego no hay
problema, ya que es algo compartido en casi todos los tratados y filósofos de la
política en la modernidad.
De hecho, el mismo Kant comparte parcialmente que el principio de legitimación
de la sociedad política es el consenso y ello en tanto “idea de la razón”, más que
como un hecho histórico, en cuanto hace parte, como asegura Bobbio, de un
eslabón de razonamientos que comienza con la hipótesis de individuos aislados
libres e iguales, que se han sometido a un poder común, solamente por la fuerza
Bobbio, Norberto y Bovero, Michelangelo. Sociedad y Estado en la Filosofía Moderna. El modelo
iusnaturalista y el modelo hegeliano – marxiano. F. C. E, Bogotá, 1997. Primera reimpresión.
39 Bobbio, N. Op. Cit.
38
26
del acuerdo recíproco, para hacer parte de una sociedad política que les garantice
sus derechos40. Sin embargo, el filósofo de Koenisberg no se preocupa porque el
Estado haya o no tenido en su fundamento un acuerdo entre sus súbditos, pues
considera, según lo manifiesta en Metafísica de las Costumbres, “que el origen del
poder superior es para el pueblo, desde el punto de vista práctico, inescrutable”.41
Al respecto Adela Cortina muestra, siguiendo a otros autores, que Kant separa la
pregunta por el fundamento jurídico del Estado de la pregunta por el surgimiento u
origen. En tal sentido, el contrato vendría a representar el fundamento jurídico, en
tanto idea regulativa no constitutiva, que permitiría un ideal de legislación, de
gobierno y de justicia pública. No importaría tanto el origen del Estado pues su
carácter de legitimidad en el tiempo vendría asegurado por un convencimiento
doble frente al contrato: el convencimiento del soberano de que éste posee un
sentido ético (que le impediría extralimitarse en su poder y en sus funciones) y el
convencimiento del ciudadano de que posee un valor jurídico (que le coaccionaría
moralmente a obedecerlo).
Siguiendo a Kant en este punto, la indagación de cualquier ciudadano por el
origen del Estado no sería válida, pues en algún momento acarrearía el peligro de
que los súbditos buscaran razones para la resistencia activa o la desobediencia
civil. De allí que respecto a la persona del soberano solo haya que obedecer;
cualquier duda además de ser históricamente inútil, sería moral y jurídicamente
sospechosa y delictiva.42 Finalmente, en tanto defensor del contrato como una
idea regulativa viene a interesar a Kant que el soberano rija “como sí” su poder
estuviese fundado en esa idea y, además, que en función de esto, siempre rinda
cuentas a los ciudadanos de las acciones políticas que realiza. Es allí donde Kant
Una perspectiva sugerente frente al tema del contrato social se encuentra en Otfried Hoffe quien
lo desarrolla desde la noción de “metáfora” como “experimento mental” que ha pasado ha significar
en la filosofía política distintas cosas, “tanto en su contenido como metodológicamente”. Más allá
de que el interés de Hoffe es discutir el tema de la justicia dentro del contrato, nos parece
pertinente la forma como sintetiza los tres principios básicos del contrato: a. Los implicados tienen
libertad para suscribirlos o no; b. Lo que se acuerda se refiere a la transferencia recíproca de
determinados derechos y obligaciones; c. La firma del contrato obliga en derecho a mantener lo
acordado; Cfr. Justicia Política. Fundamentos para una filosofía crítica del derecho y del Estado.
Ediciones Paidós, Barcelona, 2003. Traducción de Carmen Innerarity e Introducción del epílogo de
Juan Carlos Velasco; p. p 161 - 175
41 MC; p. 149; (318)
42 Si bien es desde todo punto de vista criticable la posición extremadamente reaccionaria de Kant
frente al asunto, que por cierto como menciona Cortina ha hecho correr ríos de tinta, es
significativo recordar como para el filósofo en la Metafísica de las Costumbres la dubitación frente a
la obligación absoluta de obediencia a la constitución civil y a la ley podría conllevar un riesgo peor
que la rebelión: la destrucción de toda constitución civil. De todas formas, en el texto citado habría
que mirar con más detenimiento un asunto, antes de emitir juicios valorativos y es lo que tiene que
ver con la inaceptabilidad del terrorismo del individuo contra otro individuo bajo el pretexto de
abuso de poder de la persona del soberano. Cfr. MC; p. p 149 - 152; (319 - 320). Cfr también
Estudio preliminar de Adela Cortina a esta obra; p. p LVII- LXVIII.
40
27
encuentra la legitimidad de toda ley pública. 43 El poder político visto así debe
garantizar que toda ley y toda decisión sean de público conocimiento.
Sin embargo, aunque en Metafísica de las Costumbres desarrolla una
argumentación sugestiva sobre la legitimidad del contrato, resulta de otra parte
también sugestiva y complemento aún mayor frente al realismo político lo que
comenta en el texto ya mencionado aquí, En torno al tópico “ tal vez eso sea
correcto en teoría, pero no sirve para la práctica, cuando enfatiza que el contrato
que establece entre los hombres una “constitución civil” es tan particular, en
cuanto que la unión que lo garantiza y lo legitima es un “deber primordial e
incondicionado”, es decir es una obligación moral. Aquí definitivamente hay un
distanciamiento con Hobbes e incluso con Locke, en tanto para estos dos autores
el contrato es un fin condicionado, fruto del cálculo racional entre una condición
brutal de existencia como la del estado de naturaleza y una condición de paz y
utilidad política como la de la sociedad civil. Para Kant en cambio la superación de
la condición natural y la inserción en la sociedad civil no será cuestión de cálculo
utilitario, sino cuestión de deber moral. Si quisiéramos involucrar la distinción que
realiza Kant en la segunda sección de la Fundamentación entre imperativos
categóricos e imperativos hipotéticos, asignando a los primeros incondicionalidad
y necesariedad y a los segundos condicionamiento y contingencia, habría que
anotar que el contrato no es cuestión de imperativo hipotético (“si quieres la paz
entra en el estado civil”) sino por el contrario cuestión de imperativo categórico,
mandato de la razón práctica: “para salir del estado de naturaleza debes entrar en
un estado jurídico”. De allí que para Kant el contrato sea una “suprema condición
formal” o como ya lo hemos mencionado un “ideal de legislación” que está por
encima de todos los demás deberes externos, siendo además el derecho
primordial de todo hombre para garantizar lo suyo y lo de los demás o lo que es lo
mismo: “viene a ser el derecho de los hombres bajo leyes coactivas públicas,
mediante las cuales se puede atribuir a cada uno lo que es suyo y garantizárselo
frente a una usurpación por parte de cualquier otro” 44.
Este último texto, por cierto, nos sirve a propósito de la relación que parece
realizar Kant entre derecho y libertad, ya que el contrato que es un asunto de
derecho público, es decir de derecho civil, está garantizado por un esquema de
legitimidad en el que la libertad de cada uno tiene sus límites respecto de la
libertad de todos los demás. Incluso afirma Kant, “el derecho público es el conjunto
de leyes externas que hacen posible tal concordancia sin excepción”45. Pero de
nuevo aparece un distanciamiento respecto a los iusnaturalistas como Hobbes, ya
que, si bien el contrato exige una limitación de la libertad o lo que es lo mismo una
Kant, E. En torno al tópico “tal vez eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica” En:
Teoría y práctica, Tecnos, Madrid, 1986 (1973); p. 37
44 Op. Cit; p. 26; MC; p 139 – 140; 145-146;(311, 315 – 316)
45 Kant, E. En torno al tópico “tal vez eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica”. Op.
Cit; p. 37
43
28
relación coactiva, no por ello resulta que aquello que es el resultado del contrato,
es decir la constitución civil de una sociedad, condicione la libertad de los hombres
al punto de hacerla imposible. Es más, lo que para Hobbes es el pacto de unión
que se configura como un contrato a favor de un tercero, para Kant (dada la clara
influencia de Rousseau) es la condición de posibilidad para la transferencia del
poder natural de cada uno a la colectividad de la que forma parte 46. De allí que
para Kant, el fin del contrato original o del pacto social, “ en tanto coalición de cada
voluntad particular y privada, dentro de un pueblo” sea el establecimiento de una
“voluntad comunitaria y pública” en la que el individuo deja de ser un individuo
finito y racional para transformarse en un ciudadano que ejerce su autonomía
política pero en el marco de una comunidad, en la que finalmente el hombre –
ciudadano se hace libre, desarrolla al máximo su razón y sus potencialidades y no
como pasa en Hobbes, para quién el fin de la comunidad política (en este caso
altamente coactiva) es la de garantizar la condición de seguridad, comodidad y
bienestar frente a la propia vida 47.
Ahora bien, si hilamos más delgado en nuestra reflexión indudablemente
encontraremos, en esto último que venimos hablando, un paralelo entre Kant,
Spinoza y más tarde en Arendt48. Como comenta Bobbio, siguiendo el Tractatus
teológico – politicus de Spinoza, la primera condición para que el fin de la
comunidad política, del Estado o de la constitución civil se realice es que el
hombre entrando en ellos no renuncie al derecho de razonar. Esto por supuesto
no lo puede soportar el iusnaturalismo hobbesiano para quien, una vez pactado un
acuerdo civil, el único fin del Estado es la seguridad de sus súbditos y el derecho
principal a defender es el derecho a la vida. Para Kant y Spinoza, por el contrario,
el fin principal de la comunidad política es la libertad y el derecho a defender, por
encima de cualquier otro, es el derecho a pensar y razonar libremente; hecho que
queda aún más que ratificado con el sentencioso “Sapere Aude” del famoso texto
¿Qué es la Ilustración?, publicado por Kant pocos años antes de haber
acontecido la Revolución Francesa, y nueve años antes del texto En torno al
tópico “tal vez eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica” y al que
nos hemos referido en esta segunda parte del capítulo.
Bobbio, Norberto y Bovero, M. Sociedad y Estado en la Filosofía Moderna; Op. Cit; p. 99; Cfr.
Carracedo, José Rubio. El influjo de Rousseau en la Filosofía Práctica de Kant. Op. Cit; p. p. 54 70
47 Sobre el giro radical de Kant a la fundamentación política del contrato liberal que había
propuesto Hobbes confrontar Cortés Rodas, Francisco. De la política de la libertad a la política de
la igualdad. Un Ensayo sobre los límites del liberalismo. Siglo del Hombre Editores / Instituto de
Filosofía de la Universidad de Antioquia, Bogotá, 1999; p. p 138 - 142
48 Incluyo aquí a Arendt, en tanto a la pregunta ¿Tiene la política todavía algún sentido?, la autora
responderá con una respuesta y concluyente: “el sentido de la política es la libertad”. Arendt,
Hannah. ¿Qué es la Política? Ediciones Paidós, Barcelona, 1997. (Fragmento 3ª: Presentación:
¿Tiene la política todavía algún sentido?; p. p. 61-62)
46
29
En tal orden de ideas, parece desprenderse de toda la teoría racional sobre el
Estado, un problema irreconciliable entre dos condiciones, obediencia y libertad, a
las que ni el Estado como Institución ni el individuo como ciudadano están
dispuestos a renunciar tan fácilmente. Sin embargo, en Spinoza y Kant
encontramos algo totalmente diferente ya que desde ellos el antagonismo queda
abierto y con más posibilidades de resolución en tanto defienden la tesis: deber de
obediencia absoluta respecto a las acciones, derecho de libertad respecto al
pensamiento, lo que, expresado en las palabras de Kant, sería más o menos lo
siguiente: “razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced”49.
De allí que la obediencia no excluya la crítica, sino que por el contrario sea una
conditio sine qua non para su realización. Es más, para Kant, el hecho de la
“inclinación y oficio del libre pensar”, expuesto muy bellamente en el opúsculo
mencionado necesariamente repercute en el sentir del pueblo y del gobierno; en
el primero en tanto lo capacita en su “libertad de obrar” y en el segundo en tanto lo
obliga a dar al hombre “un trato digno de él”. De todo lo anterior se concluye que
no existe un camino irreconciliable entre libertad y obediencia. Adicionalmente
desde la propuesta kantiana frente al realismo político, descubrimos lo que debe
hacer permanentemente un gobierno civil o la sociedad civil y que no es más que
llevar a cabo el ideario más elevado de la modernidad ilustrada: emancipar a los
hombres de las cadenas de la obediencia ciega. Este ideario, como veremos más
adelante, tendrá una de sus mejores manifestaciones en el llamado kantiano a la
humanización del conflicto violento y con ello al respecto a la dignidad del
adversario.
1.4 EL REPUBLICANISMO DE KANT: UN REGIMEN POLÍTICO FRENTE AL
DESPOTISMO MORAL Y AL TOTALITARISMO POLITICO
Donde mejor se encuentra la convergencia entre lo político y lo moral en la
propuesta filosófica kantiana con miras a abrir posibilidades para la regulación del
conflicto armado es en la defensa expresa que hace del Republicanismo, como
una forma de gobierno (forma regiminis)50 que expresa las condiciones materiales
de una sociedad madura políticamente que puede y debe enfrentar decididamente
o bien a un régimen del terror de la moral donde impera el mandato inflexible de la
ley o a un totalitarismo de la fuerza, donde prima el silencio y la sumisión ciegas.
Pero para comprender este fenómeno, hay que aventurarnos primero por la noción
de Derecho que es la que viabiliza dicha convergencia o la que permite la
articulación o el puente entre lo uno y lo otro. Esta definición es muy precisa, en
Kant, E. ¿Qué es la Ilustración? En: E. Kant. Filosofía de la Historia. F. C. E, Colombia, 1998.
Traducción y estudio Introductorio de Eugenio Imaz; p. 37
50 Entiéndase aquí forma de gobierno diferente a forma de soberanía (forma imperii). La primera se
refiere a la forma como un Estado hace uso del poder a través de un sistema constitucional que
puede ser o bien republicano o bien despótico. La segunda hace relación a la persona que detenta
el poder y que puede representarse de forma monárquica, aristocrática o democrática. Cfr. Sobre
la Paz Perpetua. Op. Cit; p. 18
49
30
tanto se contemplan en ella “un conjunto de condiciones, según una ley universal
de la libertad bajo las cuales la libertad de uno puede reunirse con la libertad del
otro”51. La tesis, por supuesto, concibe que el proceso de concordancia entre la
libertad de uno y la libertad del otro pasa necesariamente por una concordancia
entre el derecho natural y el derecho positivo, o lo que es lo mismo por un proceso
de legitimación política y moral, en el que la libertad de todos y cada uno es
garantizada por leyes legitimas que reclaman obediencia incondicional52. Pero
esto se concreta sólo en una Constitución civil que es la condición formal y
suprema de todo contrato y de garantía de la libertad en la esfera interna y
externa.
Ahora bien, el derecho es en esencia para Kant una ley universal de la libertad, y
en tal sentido, al igual que la moral, un hecho de la razón. De allí que el derecho
imponga obligaciones y deberes externos, que derivan del deber moral interno
(autolegislación), y que terminan por convertirse en los deberes jurídicos de los
sistemas políticos liberales, que en esencia vienen a representar los derechos
naturales de los hombres que adquieren una categoría de juridicidad positiva en la
medida en que deben ser a toda costa defendidos y garantizados por el Estado:
libertad, igualdad y autonomía; derechos y deberes sobre los cuales se soporta
una Constitución o un Estado de derecho. En tal sentido, como asegura
Villacañas, “la piedra basal de todo derecho, en Kant, es el deber natural que todo
hombre tiene de defender políticamente, en el seno de un Estado, su estatuto
moral de ser su propio señor”53. Allí por su puesto se ve la connotación moral del
derecho, pues ese derecho innato y natural tiene una estructura universalizable
para todos. Además en la medida en que se comprenda, como ya lo
comentábamos anteriormente en uno de los parágrafos, que es un deber político y
no simplemente un cálculo racional entrar en un Estado donde mi derecho natural
y el derecho natural del otro sea garantizado, se comprenderá entonces eso de la
dignidad del ser humano, que no renuncia jamás a su autonomía moral y política,
sino que por el contrario sólo obedece racionalmente a la ley que él mismo se ha
dado; es decir no solamente obedece a la coacción externa, sino siempre
idealmente a la autocoacción, siempre obedece en virtud a su capacidad de
deliberación racional que nadie puede coartar. Incluso, en su texto Sobre la Paz
Perpetua, sentenciará de manera precisa: “mi libertad exterior hay que explicarla
como la facultad de no obedecer ninguna ley externa sino en tanto en cuanto he
podido darle mi consentimiento”54. Esto traduce que, aunque las acciones de los
individuos puedan ser reguladas desde fuera, las intenciones indispensables para
MC; p 39; (230).
Kant divide la doctrina del derecho en natural y civil: al primero de los cuales se le denomina
derecho privado y al segundo derecho público. Cfr. MC; p. 54 (242). El derecho público a su vez lo
integran el político, el de gentes y el cosmopolita.
53 Villacañas, José Luis. Republicanismo en Kant o el Derecho sagrado de los hombres. Op. Cit; p.
328
54 Kant, I. Sobre la Paz Perpetua. Op. Cit; p. 16
51
52
31
la moral de esas acciones sólo son motivadas racionalmente por ellos y
únicamente por ellos.
Vistas las cosas así adquiere sentido la opción política - moral de Kant por un
régimen político como el Republicanismo, pues en una República, a diferencia de
una forma despótica, se exige obediencia sólo a las leyes producidas por los
hombres conscientes de sus deberes y derechos naturales. Además, en una
República, como la que plantea Kant, resulta más factible que el hombre defienda,
frente al despotismo político o moral, su derecho a ser tratado dignamente,
convencido del propio bien que esto encierra no solo para él sino para todos y
cada uno de los ciudadanos; el derecho de todos los hombres y entre ellos el
suyo. Es en ella donde el hombre posee y realiza su virtud política como
ciudadano, es decir como mayor de edad. Aquí a diferencia de políticas y deberes
impuestos por un Estado totalitario a los cuales estaría innegablemente sometido
el ciudadano, se le opone una política positiva de convencimiento de la legalidad,
de autoobediencia de la ley. De esta forma, el republicanismo en Kant aparecería
como un proyecto ambicioso representado en una política racional para enfrentar
la violación sistemática de los derechos tanto la que se hace en nombre de la
moral como la que se hace en nombre del cálculo descarnado de la política o de
los políticos.
Es más, en la propuesta kantiana de Republicanismo aparecería señalada la
opción para frenar o poner diques a aquellos conflictos armados irregulares en los
cuales se degrada totalmente la naturaleza humana. En una Republica, a
diferencia de una forma de gobierno despótica, los individuos tendrían todas las
garantías para decidir enfrentar el problema de la guerra, por cuanto son ellos los
que cargan con los sufrimientos que ella produce. En ellos estaría centrada la
decisión de suspender un juego tan costoso como inútil. Esto, lejos de resultar
sólo un ideario bien intencionado, resulta notorio y novedoso en la propuesta
kantiana, por cuanto abre la puerta para que en una situación de guerra o de
amenaza latente de guerra, los actores armados, cargados de intereses y
evidentes aspiraciones estratégicas de poder, tengan el deber moral de escuchar
y sopesar, a través del debate público, el llamado de la sociedad civil como la
directa afectada por los efectos devastadores de la guerra.
De otra parte, para algunos autores como Ulrich Beck, la opción por un régimen
republicano como el que propone Kant está directamente conectada con una
pretensión propia de la modernidad y que se traduce en algo así como una
“modernidad republicana” que busca la construcción y afianzamiento de una
sociedad política donde los individuos sean auto conscientes de sus derechos
fundamentales. Y en esto Kant es radical pues se niega a pensar que ello sea
posible en un régimen democrático, que tiene una tendencia permanente al
despotismo. En esto inclusive años después habrá una semejanza única con la
obra La Democracia en América de Alexis de Tocqueville, en donde se asume a la
democracia, como expresión de la “tiranía de la mayoría”. En tal sentido, para
32
Beck la modernidad republicana kantiana valoriza, frente a la democrática, un
punto de vista definitivo: “el afianzamiento de los derechos fundamentales que no
puede ser pensado ni garantizado de arriba hacia abajo, sino que tiene que serlo
de debajo de hacia arriba”55.
De otra parte, en esa modernidad republicana el concepto de libertad, al que tanto
nos hemos referido en este capítulo, adquiere un nuevo sentido y es que ningún
ciudadano puede ser obligado a someterse jurídicamente a instituciones que no
garantizan sus derechos fundamentales y entre ellos el más fundamental: su
derecho a vivir y pensar libremente. Las democracias, sean de la naturaleza que
sean terminan supeditando la condición de libertad al consenso: “todos deciden
sobre y, llegado el caso, también contra uno sólo, que aprueba o está en contra”.
Incluso, anotará Kant en La Paz Perpetua que esos todos “no son todos; lo cual
constituye una contradicción de la voluntad general consigo misma y con la
libertad”. No existe por tanto la posibilidad del disenso; en el maniqueísmo
democrático o se está a favor o se está en contra; la modernidad del disenso no
tiene cabida. Por tanto anotará de forma contundente Beck, siguiendo al filósofo
de Koenisberg, en un proyecto republicano “la libertad se mide en la libertad de
expresar una opinión hereje y de obrar en consecuencia”.56 Para el sociólogo
alemán aquí se evidencia una clara separación con Rousseau, que fuera el mentor
político y moral del filósofo alemán, en tanto la modernidad republicana no está
sostenida por la voluntad general a secas, es decir por el acuerdo unánime de
todos, sino por la condición de disenso de cada hombre. Y este disenso es lo que
será definitivo, en un régimen como el republicano, a la hora de oponerse
radicalmente a la guerra como vía política. Incluso será importante también a la
hora de oponerse a la búsqueda de una paz a cualquier precio tan opresiva y
siniestra como la misma condición de guerra que pretende superar. Pero esto
último será tema de un próximo capítulo. Como colofón a lo dicho hasta aquí
tengamos en cuenta que los conceptos de libertad e igualdad que maneja Kant en
relación con la noción de Republicanismo van a estar muy asociados al liberalismo
clásico, puesto que el primero lo asume como la capacidad de autolegislación del
individuo y el segundo como igualdad política más no social. Para esto último por
supuesto habrá que esperar dos siglos más.
Beck, Ulrich. Los padres de la libertad. En Beck, Ulrich (compilador). Hijos de la libertad. F. C. E,
2002, México, Segunda Edición; p. 308
56 Op. Cit; p 312
55
33
2. EL CONFLICTO Y EL ANTAGONISMO EN LA HISTORIA HUMANA: SU
REGULACIÓN Y SU POTENCIALIZACIÓN
Kant es la síntesis de Hobbes y Aristóteles:
en su insociable sociabilidad,
el hombre es un animal social,
pero también un animal individual. 57
Tal y como lo habíamos comentado en la introducción a esta monografía, para
adelantar la tarea de rastrear la teoría kantiana alrededor del conflicto, la guerra y
la paz, y desde allí interpretar las posibilidades teórico – prácticas que encierra su
proyecto de paz duradera, a través de la consolidación de normas jurídicas y
éticas que enfrenten una posible degradación de lo humano en caso de conflicto
violento, es necesario detenernos en algunas de sus obras ético - políticas más
representativas. Ya hemos seguido esa ruta en el primer capítulo discutiendo,
desde obras como la Fundamentación, la Metafísica de las Costumbres y Sobre el
Refrán: lo que es cierto en teoría no sirve para la práctica, la complejidad de las
relaciones entre lo político y lo moral, atravesadas por el problema de la libertad y
su doble condición de manifestación, interna y externa, es decir como expresión
de una autocoacción moral o como objeto de la coacción externa jurídica. Desde
allí nos hemos abierto camino hacia la necesidad de pensar en diques éticos que
permitan defender, desde una regulación ética de los conflictos violentos, el
ejercicio autónomo de la libertad.
Sin embargo, ha quedado por develar un asunto radicalmente importante frente al
tema de la libertad y es el que tiene que ver con dos de las condiciones más
humanas, plenamente humanas: el antagonismo y el conflicto. Aquí se descubre
que un filósofo como Kant defensor del orden moral y jurídico, no puede
desconocer esa tendencia continua de los sujetos racionales y libres por romper
cadenas, por crear desde el antagonismo o por desequilibrar o distanciarse de
cualquier manifestación de orden. Es por tal motivo que en este segundo capítulo
nos proponemos inicialmente discutir, desde textos como Idea de una historia
universal desde el punto de vista cosmopolita, del año 1784, Comienzo presunto
de la historia humana de 1786 y Si el Género humano se halla en proceso
constante hacia mejor de 1798, que sentido tiene desde la propuesta kantiana la
reflexión sobre el conflicto como algo connatural en el hombre, pero también
como algo que en lugar de degradar simplemente como pretende el realismo
político, potencializa al género humano. Adicionalmente se nos revelará en el
segundo y tercer texto como para Kant desde el conflicto mismo, si este es
regulado y potencializado, se avanza gradualmente hacia el progreso del género
Villacañas, José Luis. Kant. En: Camps, Victoria (ed) Historia de la Ética. Tomo 2: La ética
moderna. Editorial Crítica, Barcelona, 1999; p. 358
57
34
humano, a través de unos dispositivos o mecanismos concretos de desarrollo
histórico.
2.1 LA INSOCIABLE SOCIABILIDAD HUMANA: EL CONFLICTO ES TAN
INELUDIBLE COMO PRODUCTIVO
En Idea de una Historia Universal en Sentido Cosmopolita Kant ubica inicialmente
el tema del conflicto y el antagonismo en lo humano desde la óptica de la
determinación de la libertad humana, expresado más o menos en la siguiente
premisa: “Cualquiera sea el concepto que se tenga sobre la libertad, desde un
punto de vista metafísico, las acciones humanas, están determinadas por leyes
universales de la naturaleza, tanto como cualquier otro acontecimiento natural”.58
Como buen newtoniano Kant se niega a creer que el hombre escape al orden
natural de las cosas regido por leyes de carácter universal. Las acciones humanas
al encontrarse condicionadas por esas leyes, aún sin advertirlo en la mayoría de
los casos los mismos hombres, se ven constreñidas a desenvolverse
progresivamente siguiendo un plan de vuelo dictado por la gran artista del
universo que es la naturaleza, plan que de una u otra forma ha de conducir a la
humanidad hacia una finalidad establecida, hacia una teleología clara, es decir
hacia el desarrollo de sus disposiciones naturales como son la razón y la libertad.
Sin embargo, Kant no puede desconocer que, pese a ese estricto plan, en la
mayoría de los casos las acciones humanas están regidas más por la maldad y el
afán de destrucción de la especie y la vanidad. Surge entonces de inmediato ésta
pregunta: ¿Es posible pensar como intención de la misma naturaleza semejante
marcha de las cosas? Por ahora la pregunta queda abierta, pues responderla será
el propósito de Kant en el texto. Inicialmente podemos afirmar que lo que a él le
interesa en su argumentación es indagar por el hilo con el que se teje la historia
humana y los planes tan complejos que la naturaleza le reserva al mismo hombre.
Léase aquí esta noción de “hilo conductor” como una especie de desarrollo y
despliegue de los planes y las disposiciones con que la naturaleza ha dotado al
género humano y en los que indudablemente se ponen en juego la libertad de los
sujetos o al menos sus aspiraciones de ser y de estar en el mundo.59
58
Kant, E. Idea de una historia Universal en sentido cosmopolita, En: Filosofía de la Historia.
Editorial Lozada, Argentina, 1958. Traducción y estudio introductorio de Emilio Estiú; p. 39
59 Según Salvi Turró, en Idea de una historia Universal en Sentido Cosmopolita bajo esa especie
de “hilo conductor” la noción de libertad aparece condicionada totalmente por una necesidad
natural, es decir que el fin de la historia es el fin último de la naturaleza; sin embargo, este
problema es puesto en evidencia en otros textos posteriores como Sobre el refrán: lo que es cierto
en teoría no vale para la práctica, El Conflicto de las Facultades y la Metafísica de las Costumbres
en tanto se discuten los nexos entre libertad externa e interna. Aquí los fines de la historia ya no
son simplemente los que define la naturaleza sobre el hombre sino los fines de la libertad como
autoconciencia y por tanto los fines del hombre y de todo el género humano. Cfr. Turro, Salvi,
35
En ese orden de ideas, lo primero que podríamos decir respecto del opúsculo Idea
de una Historia es que en él aparecen expuestos nueve principios que van
tejiendo ese hilo conductor histórico y aunque todos revisten importancia desde los
propósitos argumentativos del texto kantiano, consideramos que el cuarto, el
octavo y el noveno son los fundamentales para los objetivos aquí trazados en el
capítulo. Sin embargo, para no despachar la discusión tan fácilmente en todos
ellos, habría que decir que el autor deja entrever una confianza casi absoluta en el
progreso de la especie humana y en el desarrollo de esas potencialidades
humanas, demasiado humanas, como son la razón y la libertad. Brevemente
podemos referirnos a cada uno de ellos, deteniéndonos desde luego en los
mencionados como centrales.
El primero, ya en parte señalado arriba, afirma que las disposiciones naturales del
hombre como son las que favorecen el dominio instrumental de la naturaleza, el
ejercicio del gusto, los sentimientos estéticos y la moralidad, tienden por estricta
necesidad a desarrollarse completamente. El segundo principio señala que esas
disposiciones naturales se desarrollan de forma más efectiva en la especie
humana que en los individuos aislados, ya que cada generación en la medida de
sus posibilidades desarrolla un grado de ilustración, que para Kant debe
entenderse como grado de culturización, que transmite a la otra “hasta llevar los
gérmenes depositados en nuestra especie al desarrollo adecuado plenamente a la
intención de la naturaleza”60. El tercero se refiere a la superación de la existencia
animal y mecánica en el hombre y a la búsqueda de la perfección mediante la
razón, que aquí no es más que capacidad de llegar a ser plenamente racional y no
el estado de serlo de una vez y para siempre.61 Lo que por supuesto destaca en
estos tres principios, siguiendo la argumentación de Kant es que se sostiene la
idea de que aunque el hombre es uno de los seres fisiológicamente menos
dotados de la naturaleza, es precisamente esa misma “condición abortiva”, como
dirían los modernos etólogos, la que le impulsa a desarrollar el pensamiento, la
técnica, las habilidades y destrezas necesarias para procurarse los medios más
eficaces para satisfacer sus limitaciones, perfeccionarse y elevarse de generación
en generación, en búsqueda de la plenitud de su especie. Por supuesto, bajo
estos tres principios se lee a Kant como un optimista ilustrado que considera que
el plan ya está trazado y el deber del hombre entonces es desarrollarlo a
cabalidad.
Sin embargo, cuando avanzamos hacia el cuarto principio Kant introduce piezas
claves para entender que el plan de la naturaleza, que se revela a través de la
historia, es más complejo de lo que parece, a la vez que encierra grandes dilemas
Tránsito de la naturaleza a la historia en la filosofía de Kant. Editorial Anthropos, Barcelona. En
coedición con la Universidad Autónoma de Metropolitana, Iztapalapa, México, 1996; p. p249 - 250
60 Kant; Op. Idea de una Historia Universal en sentido cosmopolita. Cit; p. 41
61 Kant; Op. Cit;
36
que por supuesto le corresponde al hombre enfrentar y resolver. En tal sentido,
asume que el elemento del cual se vale ella para potenciar las disposiciones
humanas y llevarlas hacia su desarrollo pleno es precisamente el antagonismo,
entendiéndolo como la tendencia a la oposición, a la resistencia, a la contradicción
y a la discordia. Desde la perspectiva kantiana no hay evento humano ni propósito
de la especie que no suponga el conflicto y el enfrentamiento de dos fuerzas
antagónicas: protección de la especie o aniquilamiento de la misma; egoísmo y
solidaridad; vida cómoda y satisfecha o llena de esfuerzos y penalidades, guerra o
paz entre las naciones. Sin ellas la vida humana no pasaría de ser una “arcádica
vida de pastores” o un “paraíso de mermelada eternamente aburrido”, siguiendo
las palabras del célebre pensador colombiano Estanislao Zuleta. 62 ¿Pero no es
esto igual a lo que presentaba Freud a propósito de su hermoso texto El Malestar
en la Cultura cuando afirmaba que el hombre, lejos de ser “una criatura tierna y
necesitada de amor, resultaba un ser antagónico y primitivo, entre cuyas
características más notorias se encontraba una enorme cuota de agresividad”? o
¿algo muy parecido a lo que asumiera Simmel al decir que la mayor parte de las
relaciones sociales (por no decir todas) se caracterizan tanto por la unidad como
por la disociación: “la lucha no sólo precede a la unidad sino que actúa en todos
los momentos de su vida” 63? Definitivamente al leer en Kant las nociones de
antagonismo y de conflicto se evidencia rápidamente que existen nexos entre lo
planteado por el filósofo y estos otros dos autores; lo interesante del asunto es que
en los tres lo que se nos revela es un afán por comprender la forma como la
naturaleza misma es capaz de hacer productivo el antagonismo sin eliminarlo. En
los tres el antagonismo es tan inevitable como productivo. Sin embargo, el
conflicto exige ser canalizado, regulado o racionalizado para que no devenga en
simple exterminio del semejante. De tal forma que siguiendo la argumentación de
Freud y Kant esta misión corresponde a la Cultura, que con no poco esfuerzo,
restricciones y sacrificio sistemático de la felicidad individual le proporciona un
bienestar parcial a la humanidad. Y decimos aquí “parcial” porque el mismo Kant
en un momento de ilustración al igual que Freud durante plena Gran Guerra,
cuando se supone que la razón ha alcanzado un momento de plenitud, llegarán a
la conclusión de que no basta la cultura y la educación para hacer moralmente
mejores a los hombres.
Ahora bien, devolviéndonos al opúsculo de Kant, es interesante observar que ese
dilema constante del hombre de formar parte de la sociedad, pero también de
distanciarse y romper con sus semejantes, incluso, llegado el caso, esto último,
Zuleta, Estanislao. Elogio de la dificultad. Fundación Estanislao Zuleta, Cali, 1994.
Simmel, Georg. La lucha. En: Sociología 1, Estudios sobre las formas de socialización. Biblioteca
de la Revista de Occidente. Madrid, 1976; p. p 266, 283. Sin embargo, Simmel comenta que una
de las manifestaciones del antagonismo entre los individuos y los grupos como es la lucha no tiene
porque devenir en conflicto violento y aniquilación del otro. En la lucha se puede buscar la
superioridad y predominio de uno sobre otro, pero en términos de habilidades y destrezas. De allí
también la importancia de la noción de juego que supone que los hombres en el reconocimiento
mismo de la lucha siempre acuerdan reglas y normas.
62
63
37
representando un peligro siempre latente de aniquilamiento si deviene en guerra,
es alimentado por los planes de esa gran artista que es la naturaleza, capaz de
jugar sabiamente con el hombre y con esas fuerzas antagónicas. Sin embargo,
según Kant también en la naturaleza está contenido el plan regulativo del conflicto
y el antagonismo, lo que se traduce en el establecimiento gradual, por acuerdo
voluntario de los hombres, de una sociedad civil capaz tanto de administrar un
derecho común (voluntad universalmente válida) para todos sus asociados como
de disciplinar las tendencias hostiles y agresivas sin llegar a creer que puede
suprimirlas64. Pero el paso de ese estado de discordia al estado de derecho o de
civilidad no es tan fácil como se supone, pues encarna problemas tales como
¿quién ha de velar por el cumplimiento de esa voluntad universal?, ¿Cómo obligar
a los hombres a cumplir con ella sin quebrantar totalmente el ejercicio individual
de la libertad? Para Kant estos problemas resultan ser realmente difíciles de
asumir y resolver, situación que queda evidenciada aún más cuando él mismo
autor parece asumir un voto de confianza en el curso de los acontecimientos, en la
“buena voluntad” del gobernante y en la experiencia constitucional de los
pueblos.65 De todas formas podemos afirmar que para el filósofo alemán esa
voluntad común a la cual se subordinan los intereses particulares queda
expresada en una institución como el Estado que impide que se degrade al ser
humano. Vale la pena entonces citar aquí a Emilio Estiú cuando afirma que “lo que
el hombre no haría por convicción, es decir considerar a los demás hombres como
fines en sí mismos, el Estado lo impone por coacción”66. En ese caso la imposición
del Estado no tiene otra finalidad que la de garantizar, a través de la canalización
del conflicto violento, que todos y cada uno puedan ser libres y no sólo unos
cuantos67.
Kant, E. Idea de una historia Universal en sentido cosmopolita. Op. Cit; p. p 45 – 46. En 1915
Freud, anotaba que la creencia de que existe un exterminio total de las tendencias agresivas era
simple y llana ilusión, en tanto “no existe exterminio del mal”. En tal caso las tendencias primitivas
pueden ser controladas, sublimadas, inhibidas, dirigidas hacia otros fines, pero siguen siendo
imperecederas. De allí que Freud considerara en plena Gran Guerra que la miseria anímica del
europeo era la expresión del derrumbe de la ilusión moderna: esperar más de los hombres de lo
que ellos mismos prometían a través de su condición humana. Sobre la guerra y la muerte. En:
Freud, Sigmund. El Malestar en la Cultura. Alianza Editorial, Madrid, 1992. Esta visión puede ser
ampliada en el texto de Sampson, Anthony. “Estado, violencia y guerra según Freud: el impacto de
la primera guerra mundial sobre el pensamiento freudiano”. En: Grupo Praxis. Los filósofos, la
guerra y la política. Universidad del Valle. Serie Lunes de Debate, Santiago de Cali, 2002; p. p 143
- 168
65 Kant. E. Idea de una historia Universal en sentido cosmopolita. Op. Cit; p. 46
66 Kant. Op. Cit; p. 31
67 Obsérvese que en estas circunstancias la autoridad del Estado liberal parecería resultar
inevitable, pues tendría la misión de canalizar el conflicto, pero también excesivamente peligrosa,
pues al no ser controlado por una autoridad superior a él, sólo cabría esperar que los propios
gobernados, hayan desarrollado una conciencia democrática capaz de cuestionar la legitimidad del
poder que viole sus derechos e impida el despliegue libre de las potencialidades humanas. Esa
conciencia democrática, de reconocer la regulación y el control, pero también de cuestionar el
poder, quizá sólo sea posible en sociedades maduras para asumir y potenciar el conflicto como
forma de socialización. Al respecto véase Zuleta, Estanislao. “Para una concepción positiva de la
64
38
De todas formas, el proyecto kantiano de interpretación del hilo conductor de la
historia humana no termina con el establecimiento de una sociedad civil como
garantía política y moral de convivencia entre los hombres. La búsqueda tiene un
propósito más amplio y es “la perfecta unificación cosmopolita de la especie
humana” como lo evidencian los principios octavo y noveno del texto que venimos
abordando. Pero ¿qué sentido y que implicaciones tiene esa expresión? En
nuestro concepto tiene una doble implicación. En primer lugar el establecimiento
de un orden mundial común (que no significa un Estado mundial sino sólo una
confederación de pueblos), pues no olvidemos que Kant asume como una
tendencia general de los pueblos y los Estados a consolidar constituciones de tipo
republicano fundadas sobre principios tales como la libertad de todos los
miembros de la sociedad en tanto que hombres; la dependencia de todos bajo una
única legislación común en tanto que súbditos; y la igualdad de todos en tanto
ciudadanos68. En segundo lugar, asumir y garantizar, mediante la construcción de
un derecho universal, la condición de cada hombre como ciudadano del mundo.
En ese sentido un rasgo interesante en la propuesta de Kant es que concibe como
una acción imprescindible hacer del derecho un instrumento de repercusiones
cosmopolitas (un derecho público de la humanidad y para la humanidad)
constituyéndose éste en una condición de posibilidad para el desarrollo de todas
las disposiciones originarias de la especie humana, especialmente en momentos
de zozobra, incertidumbre y degradación del conflicto. No obstante, el asunto de la
consolidación de un derecho de la humanidad y para la humanidad encierra
dificultades más allá de la simple regulación y potenciación del conflicto humano,
lo que por supuesto Kant en su época no alcanzó a avizorar, como más adelante
nos mostrará Habermas
2.2 LOS MECANISMOS HISTÓRICOS QUE POTENCIALIZAN EL CONFLICTO
EN LAS RELACIONES HUMANAS
Más allá del opúsculo Idea de una historia universal en sentido cosmopolita, Kant
siguió desarrollando en otros dos escritos, publicados entre 1786 y 1798, el
problema de la regulación y potenciación del conflicto en la esfera de las
relaciones humanas, a través de mecanismos o dispositivos históricos concretos
que hicieran posible dicho proceso. Sin embargo, al asunto también se inserta en
el debate alrededor de nociones como las de progreso y/o búsqueda de la
perfección moral, política y jurídica del género humano. Nos referimos aquí a
textos como Comienzo presunto de la historia humana (1786) y Si el género
humano se halla en progreso constante hacia mejor (1798). En estos textos, dicho
sea de paso, Kant se presenta como un filósofo de la historia cuya función es la
democracia” En Zuleta, Estanislao. Colombia: Violencia, Democracia y Derechos Humanos.
Fundación Estanislao Zuleta, Cali, 1998; p. 98
68 Kant. E. Sobre la Paz perpetua. Op. Cit; p. 15
39
interpretación y el desentrañamiento del sentido que encierran los signos del
devenir histórico humano con el objeto de poder tejer esperanzas políticas y
morales para el futuro del género humano que en muchas ocasiones parece tan
aciago y poco alcanzable.69
En Comienzo presunto del género humano Kant arranca su disertación
haciéndonos partícipes de una representación de la primitiva historia humana en la
que por su puesto su génesis se encuentra en el orden natural. No obstante, con
ello no niega la condición del hombre como criatura en tanto no presupone su
existencia como algo que deriva propiamente de alguna causa natural, pero que sí
se desarrolla por los planes y dispositivos que la naturaleza le va revelando a
través del curso histórico. Ese hombre que en comienzo logra liberarse del seno
materno y consigue pareja, desarrolla las habilidades naturales de erguirse, andar,
hablar, hacer uso del discurso y por lo tanto pensar, lo que se ratifica en la
construcción de una moral. Desde los albores de la humanidad, dirá Kant, el mejor
conductor de la naturaleza humana fue el instinto del olfato, del gusto y de la
digestión, en resumen, de la nutrición. Pero pronto surgió la razón y con ello lo
instintual se refinó, e incluso pasó a un segundo plano. El hombre descubrió así la
capacidad de elegir una manera de vivir distinta a la de los otros animales; con ello
también aprendería libremente a experimentar en carne propia el miedo y el temor
a lo desconocido. Una vez probado el estado de libertad, comenta bellamente
Kant, “ya le fue imposible volver a la obediencia bajo el mando del instinto”70. De
allí que, tras el instinto nutricional, llegó el instinto sexual y con la influencia de la
razón se refinó aún más, garantizando especialmente la superación de lo
periódico, lo instantáneo y lo animalesco y buscando a toda costa la grandeza de
la imaginación sexual, de lo duradero, lo intenso y lo pasional.
Empero, la razón una vez superadas las necesidades primarias del hombre, buscó
acrecentar más y más el sentido de lo futuro en el hombre. Este quiso ir más allá
con su capacidad de imaginar y tejer el futuro, de comprender la finitud del ser y
de experimentar en carne propia lo que significa vivir, en su posteridad, con otro o
con otra persona. La razón además le permitió al hombre elevarse a la categoría
de fin de la naturaleza y con ello hacerlo igual entre sus pares y, por supuesto,
dominador de todo lo demás a su paso. De esta manera el hombre entraba así,
según las mismas palabras de Kant a “participar en la igualdad de todos los seres
racionales cualquiera que fuere su rango... igualdad por lo que se refiere a ser un
fin y a la estimación por los demás como tal y a no poder ser utilizado como mero
medio para los fines de otros” 71 No obstante, la separación del seno maternal de
la naturaleza y el ingreso en el mundo de la razón le permitió al hombre el
Cfr. Hassner, Pierre. “Immanuel Kant”. Op. Cit; p. 562
Kant, E. Comienzo presunto de la historia humana. En: Kant, E. Filosofía de la Historia. F. C. E,
Colombia, 1998, Segunda reimpresión; p. 73
71 Kant. Op. Cit; p. 76
69
70
40
desarrollo de sus capacidades y disposiciones naturales aunque, como lo
ratificaría Freud un siglo más tarde, en su libro El Malestar en la Cultura, algo que
por supuesto compartiría Kant, a un costo grande de su felicidad y del goce
existencial propio.
En tal orden de ideas, para Kant, el quid del problema de la potencialización del
conflicto humano radicaba precisamente en lograr la salida del hombre del reino
de lo meramente natural y con ello el ascenso gradual hacia su ingreso definitivo
en el reino de la libertad. Es más, la salida del reino de la naturaleza suponía
también en parte una renuncia a su rasgo como especie y la asunción de una
individualidad y subjetividad enmarcadas por el criterio de autonomía política y
moral. Sin embargo, el filósofo revela como con dicho paso el hombre tiene que
realizar un sacrificio enorme en tanto que con el uso de su libertad como
autonomía, dirá, “no mira más que a sí mismo” y tal cambio representa una
perdida, si se repara que, en tanto miembro de la naturaleza, el fin de ella está
orientado hacia la perfección de la especie. Este debate, por supuesto, tiene su
correlato directo en la idea de que la cultura riñe con la naturaleza de la especie
humana, debate que por supuesto acompaña a Rousseau y que se extiende hasta
la obra de Kant y que tuvo en vilo también a Hobbes en el siglo XVII y le generará
más de un problema a algunos de los antropólogos más connotados de los siglos
XIX y XX. Por ahora lo que sí debe quedar claro es que en esta postura el hombre
liberado de la tutela natural como especie, en la que además es participe de una
serie de disposiciones naturales y de unas necesidades limitadas, muy propias de
la condición de simpleza natural que le hacen la vida más fácil, se ve abocado a
entrar en el reino de la cultura, en la que se requiere destreza, talento, en
resumen, una racionalidad instrumental para dominar los mecanismos históricos
que posibilitan el progreso y el avance del hombre en este mundo como son las
artes, las ciencias, el comercio, el voto como ciudadano, la moral, etc. Incluso Kant
asumirá que el progreso aquí no es una simple renuncia del hombre a su
condición natural para dar el salto hacia la civilidad, sino ante todo una condición
de posibilidad mayor y necesaria para el desarrollo de las demás potencialidades
del género humano.
Ahora bien, resulta interesante observar como en el texto Comienzo presunto del
género humano le preocupa a nuestro filósofo una contradicción constante (de la
cual incluso, siguiendo sus palabras “nacen todos los males y vicios de la vida
humana”,) entre el esfuerzo de la humanidad por su destino moral, de la que la
cultura y la educación son subsidiarias, y el seguimiento invariable de las leyes
puestas en la naturaleza. Aquí se nota con claridad, lo que Kant piensa cuando
refiere que para la naturaleza el hombre puede ser un “mayor de edad”, un
“emancipado” entre los diez y los diecisiete años, en tanto es dueño de su impulso
y capacidad de procreación y de alimentación de su prole, pero para la cultura no
resulta más que un “muchacho” y un “niño” que no es capaz aún de ejercer sus
condiciones de ciudadano. Esto significa que la naturaleza que puede dotar al
hombre de capacidades para “conservar su vida como especie”, es demasiado
41
limitada a la hora de dotar al hombre de instrumentos para vivir en sociedad. Esto
sólo puede lograrlo la cultura, y, más específicamente, el fin supremo de la cultura:
“una constitución civil perfecta”72. Queda claro, entonces que para Kant la
emancipación como hombre y ciudadano sólo se logra como una condición de
posibilidad de la cultura y más aún como un ejercicio pleno de lo político.
Sin embargo, con la cultura también llegan el trabajo y la discordia; con la
sociabilidad y la seguridad civil que garantiza el estar sometido al poder de la ley,
también llega la desigualdad entre los hombres. Y dentro de estos males la
guerra, y lo que es aún peor, el constante rearme de los pueblos y los Estados,
una de las cuestiones más perjudiciales en la historia de la humanidad. Pero ¿no
es una contradicción que exista guerra en medio de una condición de civilización?,
¿no es precisamente la condición de guerra crónica la que ha sido superada al
dejar atrás la condición de naturaleza? Aquí Kant, es claro al menos con lo que
pasa en su época: “los mayores males que pesan sobre los pueblos civilizados se
derivan de la guerra y no tanto de la que transcurre o transcurrió, cuanto de ese
rearme incesante y siempre creciente para la próxima”73. Lo paradójico es que
teniendo la cultura como finalidad la emancipación del hombre a través del arte,
las ciencias y la educación, resulta siendo ella, en manos de los Estados, la que
es utilizada para violentar la libertad de otros, en defensa de la libertad de unos
cuantos, ya que, bajo la rúbrica de la soberanía cultural de la nación, se violentan
otras culturas y otras formas de vida. Desde luego, a lo largo de la historia muchos
Estados han justificado esa idea en la medida en que consideran de suma
importancia, para preservar “los intereses nacionales” procurar siempre una
protección interna contra la agresión de otros.74 De otra parte, para que el asunto
no sea tan fácilmente despachado, recordemos que la guerra como una de las
manifestaciones agudas del conflicto armado entre los Estados no resulta siendo
siempre negativa, al punto que Kant le reconoce también, al lado del comercio, su
influencia en el desarrollo histórico de los pueblos. Claro está que ello, con sus
luces y sombras, lo veremos con más detalle en el siguiente capítulo.
Finalmente, debe quedar claro hasta el momento, al menos en la presentación que
hemos hecho de las posibles rutas de análisis que sobre el conflicto humano se
nos abren con Idea de una Historia Universal en sentido Cosmopolita y Sobre el
Presunto comienzo del Género Humano que para Kant el conflicto es ineludible y
Op. Cit; p. 91
Op. Cit; p. 85
74 En relación con esto se sigue debatiendo dentro de los criterios de la guerra justa, el argumento
del "interés nacional"; consideramos aquí que no sería admisible este criterio para declarar la
guerra defensiva si se usa como elemento supremo y decisivo, ya que históricamente se ha
invocado desde diferentes orillas ideológicas con los consecuentes resultados trágicos para la
humanidad. En el marco de esta discusión, y a propósito de la guerra Estados Unidos – Irak, un
grupo de intelectuales firmaron un manifiesto en el 2002, denominado la “Carta América” donde
uno de los temas centrales es el referido a los valores culturales y el interés nacional de los
Estados Unidos.
72
73
42
productivo en la vida social pues potencializa los horizontes vitales del género
humano. Lo contrario es altamente sospechoso, es decir la visión de una vida
despreocupada, ociosamente soñadora o “infantilmente retozona”; por tal motivo
es que considera Kant, incluso contra su mismo mentor como lo fue Rousseau, el
deseo de retorno a la sencillez de la naturaleza como un deseo vacuo, como un
retorno a la ingenuidad. El hombre ha preferido y seguirá prefiriendo hacer parte
de la cultura y de la civilización, pese a las penalidades que ello pueda acarrearle
Quizá hay allí un parecido teórico con Hegel para quien “en épocas de paz se
extienden los límites de la vida civil y a la larga esto tiene como consecuencia que
los hombres se hundan en el vicio... con la guerra en cambio los pueblos salen
fortalecidos”.75 No obstante, también hay discrepancias absolutas entre el realismo
a veces descarnado de Hegel y el realismo utópico de Kant, pero este tema será
ampliado más adelante. Por ahora sigamos profundizando en la discusión sobre
el progreso moral y político en Kant.
2.3 EL DEBATE KANTIANO SOBRE EL ESTANCAMIENTO O EL PROGRESO
MORAL Y POLITICO DEL GÉNERO HUMANO.
En el texto Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor Kant
enlaza la discusión sobre el conflicto y el antagonismo del hombre en la historia
humana con las nociones de progreso y perfección, tanto del individuo como del
género humano. Como comentábamos hace unas páginas, aquí se nos revela un
Kant que, situado en el terreno de lo que él da por llamar una historia profética,
pretende descubrirse no como el “chapucero en predicciones”, es decir, como la
pitonisa que predice sin conocimiento o sin honradez, sino como el pensador
metahistórico que busca “esclarecer” el sentido de los hechos, el curso de la
historia. Lo que hace Kant aquí es ubicarse como el interprete de la teleología
histórica, como un lector de signos, como el pensador que va desenredando la
marcha y la trayectoria de lo que la naturaleza misma ayudó a fabricar y ordenar
cuidadosamente según un cuidadoso plan; ello con el único propósito de dar
respuesta o sugerir una respuesta a la inquietante pregunta humana y que, en
consecuencia no es más que el interrogante básico de la ilustración: ¿háyase el
género humano en una marcha ascensional hacia la perfección, especialmente
hacia la perfección moral y política, o por el contrario está condenado al
estancamiento o al retroceso? 76 Sin embargo, la pregunta encierra una cuestión
Hegel, G.W.F. Principios de Filosofía del Derecho o Derecho Natural y Ciencia Política. Editorial
Edhasa, Barcelona, 1998. Traducción y prólogo de Juan Luis Vermal. Primera Edición; p. 410
76 Kant, E. Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor. En: Kant, E. Filosofía
de la Historia. Op. Cit; p. 98; En Kant es claro el problema del progreso como parte de su filosofía
de la historia y de su filosofía ético – político en general, algo tan común a los pensadores de los
siglos XVIII y XIX como lo fue el tema de la naturaleza humana en los siglos XVI y XVII y como lo
es el debate naturaleza – cultura en el siglo XX. Sin pretender ahondar en el sentido que encierra
el termino filosofía de la historia es importante mencionar que desde esta óptica la historia es
asumida no como el curso azaroso y desconectado de datos y personajes, sino como un conjunto
75
43
importante y es que Kant no pregunta por el hombre atomizado, sino por la
humanidad y entiende que ella se concreta y manifiesta en todo su esplendor a
través de todos y cada uno de los individuos. En últimas lo que interesa a Kant no
es la pregunta mezquina o utilitaria del progreso moral de éste o aquel individuo
sino del género humano como expresión de una totalidad.
En comienzo el filósofo ensaya varias tentativas de respuesta, ninguna de ellas le
convence satisfactoriamente. Si se intenta por el lado del terrorismo moral que
considera que el género humano está condenado al retroceso moral, la historia
humana no tendría sentido y acabaría destruyéndose a sí misma; si se toma el
camino del eudeimonismo, es decir asumiendo que la historia avanza hacia un
continuo mejor, lo que se observa es un arrebato quimérico de esperanzas en
torno al género humano que no puede dar más allá de lo que la naturaleza misma
le ha otorgado; si finalmente se acomete la tarea por el lado de lo que Kant llama
adderitismo, es decir la posición que defiende que en el género humano tanto el
mal como el bien se neutralizan constantemente, expresado en épocas de avance
y de retroceso, lo que terminamos por padecer es una especie de estancamiento
moral. Los tres caminos entonces parecen conducir a un callejón sin salida, lo que
lleva a nuestro filósofo a considerar que la respuesta no puede estar en el simple
recurso a la predicción de lo que los hombres podrían hacer en su camino
histórico, además porque el progreso moral de la humanidad es en sí algo
paradójico: por más que intentemos preverlo, proyectarlo en el futuro, establecer
nexos empírico – causales de los acontecimientos pasados para así trazar el
futuro, este es algo imprevisible y no porque así lo haya querido alguna
naturaleza ciega o alguna providencia, sino porque el hombre es en esencia un
ser hecho para la libre autodeterminación. Pero, entonces ¿cómo conocer
realmente si la trayectoria y marcha de la historia conduce al progreso moral,
político y jurídico de la humanidad cuando lo que impera es la libre
autodeterminación del individuo?, ¿no se estaría con ello negando la causalidad
empírica que de algún modo tiene que existir entre el pasado y el futuro y con ello
dando muerte al orden histórico?
A nuestro entender Kant es consciente de esto, sin embargo, como dice Cassirer
frente a la imposibilidad de hacer coincidir la sucesión causal de fenómenos
históricos con la libre autodeterminación del individuo, Kant encuentra un medio
para allanar las diferencias: “la trayectoria de los acontecimientos históricos
universales debe encerrar por lo menos un significado simbólico, cuya
interpretación nos haga retrotraernos por nosotros mismos, y necesariamente, al
de acontecimientos entrelazados que caminan hacia una finalidad o telos y que se le revelan al
“filósofo” o al historiador de oficio como “indicios” o signos de un proceso global político, moral,
social o cultural en una dirección determinada. Cfr. Bobbio, N. El tercero ausente. Op. Cit; p. 156 –
157. Hemos acudido aquí a esta explicación porque consideramos que no es posible comprender
el problema del conflicto y el antagonismo humanos sino en el marco de una noción de la historia
humana como la que plantea Kant.
44
reino de la libertad” 77 Lo interesante del asunto es que Kant encuentra como signo
histórico de que el género humano avanza por la senda constante del progreso un
acontecimiento como la Revolución Francesa, el cual no puede ser juzgado por
sus resultados empíricos ni como una mera acción de hombres, sino ante todo
como una señal de la predisposición moral y política de los hombres a la
búsqueda constante y gradual por la emancipación humana. Aquí vale la pena
mencionar que, en Kant, así como en muchos otros pensadores de la época, la
Revolución Francesa termina representando el acontecimiento ratificador de que
la marcha incesante de las cosas es inexorable cuando de la lucha por la libertad
se trata. Quizá los episodios de la Contrarrevolución y el resurgimiento de la
Monarquía en Francia hayan desmentido el idilio kantiano, aún así en su espíritu,
en su expresión simbólica, ella seguiría representado el ideal de la lucha del
género humano contra la opresión. Esto último nos permite entonces considerar, si
hilamos un poco más delgado, que en el fondo no es el hecho como tal de la
Revolución lo que llama tanto la atención de Kant, porque al fin y al cabo cualquier
revolución también tiende con el tiempo a fenecer, fracasar o a estropear su
ideario, sino por el contrario la “disposición y la capacidad de mejoramiento de la
naturaleza humana” que hace que cualquier hombre o pueblo “lo recuerden en
alguna ocasión propicia e incitados por el recuerdo decidan repetir el intento”78.
Incluso resultaría paradójico que Kant acepte como símbolo del progreso moral y
político de la humanidad un hecho que en su momento condenó abiertamente en
una de sus obras al menos como ilegítimo, como es el caso de su obra Acerca del
Refrán: lo que es cierto en la teoría no sirve para la práctica. Sin embargo, baste
recordar aquí que lo que crítica no es el hecho de la revolución sino la idea de que
este acontecimiento disuelva tan rápida y violentamente la soberanía legal –
jurídica, algo que podría modificarse mediante reformas graduales y por
motivación racional de los gobernantes. De todas formas, queda claro que la
posición que asume en 1793 se modificaría radicalmente en su texto Si el género
humano se encuentra en progreso hacia mejor donde no sólo defiende a la
Revolución como un signo claro de cambio en sus tiempos, sino como la
expresión de que el progreso jurídico (establecimiento de una República) y el
progreso moral (emancipación autoconsciente de los ciudadanos) son posibles y
concluyentes.
Sin embargo, Kant es también consciente que para esto se necesita una “razón
madura”, un espíritu popular que siendo capaz de autolegislarse, pueda asumir
sacrificios elevados para conseguir una sociedad civil organizada. Ello implica la
aceptación de la sociedad civil de que una constitución republicana, no es
realizable tan pronto, y que exige en muchas ocasiones el sacrificio de la felicidad
en aras de la libertad. Esta cuota de sacrificio por lo demás según el filósofo
alemán, reprochable por su puesto desde muchos puntos de vista, exige que un
Cassirer, E. Kant, Vida y Doctrina. Op. Cit; p. 471
Kant, E. Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor. En: Kant, E. Filosofía
de la Historia. Op. Cit; p. 109
77
78
45
pueblo, llegado el caso, deba aceptar ser gobernado aparentemente de manera
republicana, aunque en realidad lo que esté imperando sea una forma de poder
autocrático: “mandar autocráticamente y, sin embargo, gobernar en republicano”79.
Dicho sea de paso, Kant verá esto como una necesidad para poder ir trazando el
derrotero del progreso moral de las sociedades y evitar así el estancamiento y la
opresión. Ese progreso o ese avance dará sus frutos a través de una constitución
moral de las sociedades, que en un futuro no necesitarían más legisladores que
sus propios ciudadanos; sin embargo, también es cierto que Kant, pese a su
optimismo ilustrado no se hacía muchas esperanzas que ello fuera logrado
mediante la educación moral, la instrucción doméstica, o la educación religiosa
escolar. De nuevo es del parecer que la educación debe ser regulada por el
Estado y para ello esta institución debe “reformarse a sí misma de tiempo en
tiempo”, al punto de entender que es un imperativo educar antes que hacer la
guerra. Y aquí de nuevo el tema de la guerra, al que repetidas veces Kant va a
considerar un obstáculo a la moral o lo que es lo mismo al perfeccionamiento
gradual del género humano.80 Aunque ya hemos anotado que frente al tema de la
guerra Kant parece tener posiciones encontradas en tanto la describe
históricamente como necesaria para el desarrollo de las sociedades, también es
cierto que la valora como un mal al que hay que buscarle gradualmente una
solución definitiva pues es la expresión máxima de la degradación del conflicto
humano. En tal sentido, uno de los mejores antídotos frente a esa degradación en
cadena pasa necesariamente por la emancipación del género humano a través del
ideario básico de la ilustración: atreverse a pensar por sí mismo.
Adicionalmente habría que señalar, frente al debate sobre si es posible un
progreso moral y político del género humano, tema por lo demás de una constante
preocupación en la obra ético – política de Kant, que este no se resuelve como un
asunto de necesariedad moral sino de posibilidad, es decir que la noción de
progreso en Kant aparece más como una condición de posibilidad que maduraría
a través de la historia y de acuerdo con la motivación racional de los hombres.
Además, lo importante es que desde su papel como filósofo les reprochó siempre
a los políticos, especialmente a los que gustaba llamar moralistas políticos (que
utilizaban la moral de manera siempre provisional y a conveniencia) su excesiva
desconfianza en el impulso moral de mejoramiento de los ciudadanos; por
supuesto veía en ello la ocasión más expedita de una política malsana para
legitimar la idea de que la historia no cambia y por tanto la dominación es una
constante. En tal sentido Kant, pese a todo lo que se ha haya dicho de su moral
abstracta, y a que por momentos parece situarse en la orilla de ciertas posturas
reaccionarias, fue un defensor a ultranza de la emancipación humana y social.
Como colofón a lo dicho hasta el momento sobre el asunto del conflicto y
antagonismo humanos como esferas ineludibles, pero también potenciadoras para
79
80
Op. Cit; p. 121.
Op. Cit; p. 116
46
la humanidad habría que anotar algo sobre las difíciles relaciones entre la libertad
y la felicidad. Y es que para el filósofo alemán es necesario, ya lo hemos reiterado
especialmente desde los textos mencionados, que el hombre tenga que sacrificar
o renunciar a la felicidad en nombre de la libertad. Sin embargo, ello no significa
una renuncia total a la búsqueda de la felicidad, ya que, de hecho, en la Crítica del
Juicio, una obra de 1790, manifiesta que uno de los fines más elevados, sino el
más elevado, que debe proponerse el hombre es la búsqueda de la felicidad. El
conflicto inicial entre la libertad moral y la felicidad de la civilización llega a adquirir
entonces en dicha obra una connotación diferente, en tanto la posibilidad de logro
de esta última está en relación con fines más altos que los del individuo: los fines
de la comunidad. Por supuesto Kant es consciente que, si bien existe la condición
de posibilidad de ello, lo más difícil es su logro real.
Esto último entonces nos permite, antes de cerrar este capítulo, comprender lo
que dice contemporáneamente otro alemán, el sociólogo Ulrich Beck a propósito
de la vigencia del proyecto Republicano de Kant y al que hicimos expresa
referencia en el primer capítulo. Según este sociólogo la mayoría de los hombres
como parte de los anhelos de la modernidad han buscado la felicidad y siempre se
han enfrascado en conflictos violentos, la mayoría de ellos guerras, alrededor de la
distribución de bienes, posesiones, poder, prestigio, en suma, todos los conflictos
por la felicidad han tenido como efecto la separación absoluta de los hombres; en
cambio, cuando se ha tratado de la libertad, los hombres se han unido para
defenderla y acrecentarla y su mayor felicidad, por decirlo así, ha sido
precisamente el haber estado unidos para ello. De esto último precisamente se
desprende la conexión con Kant, ya que su proyecto ético – político si bien está
orientado hacia la búsqueda de la libertad como autonomía, ésta en últimas no
debe entenderse sólo y exclusivamente como expresión solipsista de una
autonomía individual, sino también como una autonomía comunitaria, en donde la
libertad se vuelve posible y experimentable para unos y para otros. En una
palabra, según Beck, en el proyecto kantiano termina paradójicamente a partir de
la contraposición inicial entre libertad y felicidad, haciéndose visible la búsqueda
de la libertad individual como felicidad comunitaria81. Esto último, lo veremos un
poco más adelante, adquiere sentido en el proyecto cosmopolita de Kant de
pensar una constitución republicana que asegure, frente a problemáticas tan
agudas como la guerra entre naciones, la posibilidad de vivir juntos, de luchar
juntos y de disentir juntos sin exterminarnos.82
81 Beck, Ulrich. Op. Cit; p. 313 – 314. Para una discusión sobre el problema de la libertad y la
felicidad en Kant a partir del tránsito de una ética formal y monológica a una ética de contenidos y
fines materiales véase Herrera Restrepo, Daniel. Nosotros y la ética material de Kant. En: Revista
Praxis Filosófica. Departamento de Filosofía. Universidad del Valle, Cali, Nueva Serie, No. 18,
Enero – Junio 2004; p. p 39 - 56
82 En esta misma óptica, sociólogos como Alain Touraine ponen de relieve en contextos de
transformaciones políticas y sociales la inquietante pregunta ¿Podremos vivir juntos?
47
3. LA GUERRA COMO EXPRESIÓN DE LA AGUDIZACIÓN DEL CONFLICTO Y
EL ANTAGONISMO EN LA HISTORIA HUMANA
“Vemos que la manera que tienen los Estados de
procurar su derecho sólo puede ser la guerra
- nunca un juicio ante un tribunal -, pero el derecho,
sin embargo, no puede ser decidido mediante la
guerra ni mediante su resultado favorable, la victoria”83
Tras haber abordado las posibles conexiones entre política, ética y moral en Kant,
así como el debate sobre el sentido de lo ineludible y productivo del conflicto y el
antagonismo en la historia humana nos interesa abordar en este capítulo el
tránsito hacia el tema de la agudización del conflicto violento, es decir la guerra, en
la esfera de las relaciones humanas y estatales. Siguiendo a Gastón Bouthoul, la
guerra se nos aparece como incontestablemente el más espectacular de los
fenómenos sociales, y como fenómeno social se puede llegar a ella explicando su
naturaleza, sus causas, sus funciones en la estructura de las sociedades, sus
implicaciones políticas y económicas en la historia de la humanidad etc. 84 Sin
embargo, ese no es nuestro interés, sino más bien dar cuenta, desde un filósofo
como Kant, de una aproximación critica a los problemas filosóficos que ella
encierra y desde allí sugerir rutas de discusión con algunas de las ya clásicas
aproximaciones teóricas al tema. Incluso, como dice sabiamente Ruiz Miguel, no
se trata de saber “lo que es verdaderamente la guerra o qué conflictos son
realmente guerras”. El interés reside más bien, en saber cómo se ha usado o
cómo se ha justificado esa categoría desde un filósofo que propone una mirada
particular, pero sin descuidar en el camino las distintas miradas o lecturas
interpretativas clásicas sobre el problema.
Incluso, antes de iniciar nuestro recorrido habría que hacer claridad sobre algunas
categorías del lenguaje que se usan frecuentemente en relación con el tema de la
guerra, y de las cuales no estamos exentos aquí en la monografía las cuales a su
vez veremos reflejadas en este capítulo. Nos referimos a términos como causa o
justificación. Para ello acudimos a Ruiz Miguel quien nos dice que hablamos de
una causa cuando intentamos describir las conexiones y las condiciones
necesarias relevantes a las guerras, o lo que clásicamente se ha denominado
causa eficiente”, es decir el elemento agente que da origen o lugar a ellas. Y
hablamos de justificación cuando buscamos la causa final, o la finalidad o la
función valorativa de las mismas. Esta claridad es necesaria puesto que como
Kant, Sobre la Paz Perpetua. Op. Cit; p. 23
Bouthoul, Gastón. La Guerre. Presses Universitaires de France, 1953. En la misma dirección
apunta la sentencia historiográfica de Aron, Raymond que dice « la guerra es de todos los tiempos
y de todas las civilizaciones » Cfr. Paz y guerra entre las naciones. Op. Cit; p 197
83
84
48
veremos, al exponer las distintas versiones sobre el problema, no realizamos en
su abordaje una separación absoluta entre lo uno y lo otro, dejando al terreno de
la filosofía moral el asunto de lo valorativo o la justificación y al campo de las
ciencias sociales lo explicativo o lo causal. Y esto definitivamente tiene mucho que
ver con la posición que asume un filósofo como Kant respecto de problemas como
los de la guerra y la paz. En varios de sus textos éticos y políticos se notan
constantes alusiones al tema desde miradas conjuntamente valorativas y
descriptivas. Con ello no estamos por supuesto diciendo que haya total
convergencia, simplemente que se cruzan y separan constantemente esas
perspectivas de análisis. De allí que siguiendo a Ruiz Miguel consideremos que en
una aproximación filosófica al problema de la guerra es útil opinar tanto sobre las
causas como sobre las justificaciones de la guerras aunque no sea más que para
advertir al auditorio que no es posible, frente a temas tan complejos y debatidos
como los de la guerra, separar con tanta asepsia y facilidad la valoración moral
de las explicaciones de hechos y causas.85 En este sentido que mejor que la
plataforma kantiana para comenzar a allanar el terreno.
En cuanto a la organización del capítulo en primer lugar se abordan
indistintamente descripciones y valoraciones clásicas sobre la guerra, tratando
siempre de comentar los nexos, cruces y desvíos con la versión kantiana. En
segundo lugar, se trata de mostrar la función de la guerra como resorte de la
cultura y ampliar aún más el tema del estancamiento o progreso moral de la
humanidad, abordado en el capítulo anterior. En tercer lugar, se señalará el
planteamiento kantiano, con algunos interludios históricos y discusiones con
ciertos pensadores del realismo político, sobre la necesidad de un proyecto
político y moral que haga inviable, racionalmente hablando, de una vez y para
siempre la guerra, y que permita la humanización de ella mientras dure. Esto
último con el propósito de generar las condiciones formales, más allá del simple
exterminio, que garanticen, o al menos posibiliten, un proyecto de paz sino
duradera al menos si razonable, tema que se discutirá en el último capítulo.
3.1 LAS DESCRIPCIONES Y VALORACIONES DE LA GUERRA: LOS NEXOS Y
DESVÍOS ENTRE LAS LECTURAS CLASICAS Y LA LECTURA KANTIANA
El problema de la guerra ha derivado con el tiempo en múltiples y disímiles
interpretaciones, muchas de las cuales hacen parte hoy de la llamada historia de
las ideas de la guerra86. Desde los filósofos griegos como Heráclito para quien la
Ruiz Miguel, Alfonso. La Justicia de la Guerra y de la Paz. Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1988; p. 57
86 Acudimos aquí a la noción de historia de las ideas de la guerra como dispositivo que nos permite
agrupar a un conjunto de interpretaciones filosóficas, sociológicas, históricas, económicas y de otra
índole sobre la guerra como fenómeno social presente en todos y cada uno de los momentos de la
historia del género humano y que como tal reviste también una preocupación de orden filosófico.
Para ello recomendamos y remitimos al lector a las revisiones exhaustivas que de las mismas
85
49
guerra era el instrumento del orden cósmico, en tanto representaba la medida de
las cosas y podía hacer fácilmente a los hombres dioses o esclavos, pasando por
Platón y Aristóteles que valoraron la guerra como instrumento político legítimo
ofensiva y defensivamente hablando (si de lo que se trataba era del bien de la
polis), hasta llegar a los pensadores más contemporáneos como Bobbio e incluso
el mismo Walzer, que han reflexionado sobre la devastación de las guerras
contemporáneas y la validez de los criterios de justificación clásicos, la guerra no
ha dejado de generar interrogantes ni para la filosofía ni para cualquier otra
ciencia humana y social.
Sin embargo, pese a que la guerra ha sido preocupación desde la antigüedad, es
sólo hasta finales del siglo XVIII, a raíz de los acontecimientos revolucionarios en
Francia, las guerras napoleónicas y los problemas asociados con la
profesionalización de los ejércitos nacionales para la defensa de las soberanías
estatales, que comienza a desarrollarse una auténtica filosofía de la guerra, o
como dice Bobbio, irrumpe como un tema central y específico de la filosofía de la
historia y de la filosofía política. Desde aquel momento, problemas sistemáticos
comenzaron a elaborarse alrededor del tema y a embargar las preocupaciones de
filósofos, juristas e inclusos militares: ¿qué función cumplía la guerra en el
desarrollo histórico de la humanidad?, ¿esa función era positiva o negativa?, ¿la
guerra era permanente o estaba conectada a una fase del desarrollo histórico?,
¿estaba destinada a desaparecer o a recrudecerse con el tiempo?87
Entre los muchos filósofos que tuvieron a bien tomar en consideración estas
preocupaciones, estuvo por supuesto Kant. Desde su visión de la guerra como
una exacerbación del conflicto humano, hasta el interés por su moralidad y
juridicidad, sus descripciones y valoraciones se situaron, algunas veces con
novedad, otras veces con claras secuelas, de lo que se había dicho antes y
durante su época; lo cierto es que casi siempre estuvieron en el camino o al
menos en el cruce de muchas de esas lecturas interpretativas. Haciendo eco de
esto podríamos decir que desde Kant muchas de las preguntas han vuelto a
plantearse más contemporáneamente, por ejemplo: la justicia y la injusticia de ella
(tema que como veremos es de los más antiguamente tratados 88), su licitud moral
o su legitimidad política, la necesidad de establecer diques morales para su
regulación o su humanización, su función como resorte de la cultura, su papel
jurídico y su eficacia política en las relaciones internacionales entre los Estados,
etc.
hacen Ruiz Miguel, Gastón Bouthoul y Norberto Bobbio en los textos que a propósito citaremos
constantemente en este capítulo.
87 Bobbio, N. El Tercero Ausente. Op. Cit; p. p 42 - 43
88 En tal orden de ideas, valdría la pena mencionar que el texto de Walzer, Michael. Guerras justas
e injustas, uno de los que vuelve y recupera en el siglo XX este tema, publicado por vez primera en
1977, volvió a ser reeditado por Paidós en el 2001. No es gratuito incluso que su actualidad esté
justificada también por los acontecimientos que, desde el 2001, comenzaron a suscitarse y marcar
las estrategias y horizontes geopolíticos de la guerra en el mundo.
50
De todas formas, siguiendo al filósofo italiano Norberto Bobbio, vale la pena anotar
que la mayoría de esas versiones o lecturas clásicas, que fueron adquiriendo
estatuto a partir del siglo XIX y que hasta hoy siguen discutiéndose pueden
agruparse para un mejor tratamiento, al menos en seis grandes bloques
interpretativos: el primero que considera la guerra como justa (la interpretación
más clásica), el segundo que asume que es un mal menor; el tercero que la toma
como un mal necesario, el cuarto que la ve como un bien, el quinto que la postula
como un acto divino y finalmente el que la considera como un hecho propio de la
evolución. Según Bobbio, las cuatro primeras justificaciones se han dedicado a
evaluar la guerra como un hecho absolutamente humano, y las dos restantes
como un hecho no humano; es decir, producto, o bien de fuerzas sobrenaturales,
o de fuerzas estrictamente naturales. Pero veamos algunas de estas
interpretaciones con más detalle, lo que a su vez nos servirá para ir poco a poco
canalizando la discusión con los planteamientos kantianos.
En lo que atañe al primer conjunto de lecturas vale la pena mencionar que ha sido
una de las más célebres y aceptadas en la historia de las ideas bélicas. Si
comenzamos a seguir su rastro, lo encontramos ya en los cánones doctrinales de
los sistemas religiosos monoteístas (El Corán, La Torah, la Biblia), los teóricos del
derecho (Groccio, Pufendorf, Kelsen), los teólogos cristianos (Agustín de Hipona,
Tomás de Aquino y Francisco de Vitoria), los marxistas ortodoxos y la filosofía
política clásica y contemporánea (Kant, Hegel, Walzer y Heller entre otros). El
presupuesto básico de esta posición consiste en diferenciar los conflictos bélicos
entre los que son justos y aceptables y los que son injustos y condenables. En
principio, y a simple vista para un lector despreocupado la idea de la justicia en la
guerra parecería una contradicción en los términos, pues toda guerra conllevaría
grandes dosis de injusticia y degradación. Sin embargo, es bien larga la lista de
pensadores que ubicándose en uno y otro extremo han intentado legitimar o
deslegitimar determinados conflictos armados. Así nos encontramos con aquellos
que, para defender la justicia de la guerra, se amparan en la idea de que estos
pueden llevarse a cabo cuando lo que está en juego es la legítima defensa. Pero
también están los que la condenan abiertamente como injusta cuando el único
propósito que la alimenta es agredir o conquistar, al contrario. En ambos casos,
para sustentar la diferencia se acude a la noción de derecho natural, que prescribe
la conservación de la vida y autoriza a todo hombre, y en este caso a todo Estado,
a hacer todo lo que esté a su alcance para preservar su existencia, incluso a
utilizar la fuerza para conservarla. 89
Dicho sea de paso y haciéndole justicia a su contribución, uno de los filósofos que
mejor ayuda a la comprensión del asunto de la justicia de la guerra es el teólogo
cristiano Tomás de Aquino, quién de manera contundente formula las condiciones
necesarias para declarar la guerra a los otros Estados: la autoridad del príncipe,
89
Bobbio, N. Op. Cit; p. 33
51
una causa justa y una intención recta por parte de los combatientes 90. Empero su
contribución más clara está directamente relacionada con las condiciones segunda
y tercera, pues a juicio de Tomás de Aquino existiría una causa justa para la
guerra si hay agresión o intento de agresión por parte de un Estado y en tal caso a
lo que se estaría apelando sería a la legítima defensa. En cuanto a la recta
intención este criterio resulta bien sugerente hoy, pues desde allí se podría decidir
cual sería la conducta apropiada en la guerra, no dejando la discusión en un mero
cálculo instrumental de las consecuencias, sino garantizando también una
discusión moral sobre la licitud de ciertos medios en caso de conflicto armado,
Cfr. Bouthoul. Op. Cit; p. p 12 – 13. Para una sugerente y crítica aproximación a estas tres
condiciones en Santo Tomás se sugiere la lectura de Papacchini, Angelo. La ética ante el desafío
de la guerra. Universidad Libre, Ediciones Jurídicas Gustavo Ibañez C, Bogotá, 2002. Hugo
Groccio hablará al igual que Tomás de Aquino de tres causas justas de la guerra: “defensa,
recuperación de las cosas y castigo” Cfr. Del derecho de la guerra y de la paz. Editorial Reus,
Madrid, 1925. Tomo I. Libro 1º; Traducción de Jaime Torrubiano Ripio; p.p 259 – 262. Cfr también
Ruiz Miguel, Alfonso. La Justicia de la Guerra y de la Paz. Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1988; p. p 103 – 107. Según este autor la teoría de la guerra justa hace parte de una
corriente amplísima de justificación de la guerra a la que se puede denominar belicismo relativo.
Esta corriente aceptaría la participación de los Estados en una guerra por razones de legítima
defensa, pero también por otras razones “adicionales” como la reparación de un agravio, la
reclamación de un derecho o la prevención de un ataque. Incluso considera que la doctrina de la
guerra justa se extiende más allá del cristianismo teológico, avanzando por el iusnaturalismo de
Groccio y Puffendorf, hasta tocar las puertas del marxismo ortodoxo con la noción de guerra
revolucionaria. El jurista Hans Kelsen en un ciclo de conferencias dadas en 1941 en la Escuela de
Derecho de Harvard, publicadas bajo el título Derecho y Paz en las Relaciones Internacionales
aborda las que considera dos interpretaciones clásicas de la guerra: la primera que considera que
en el marco del Derecho internacional no sería ni sanción ni delito y la que, considerándola delito,
la excusaría en determinadas circunstancias; esta última sería expresión de la denominada teoría
de la guerra justa. Lo interesante de la postura de Kelsen estaría en que intenta probar como la
teoría de la guerra justa constituiría una base primigenia importantísima del Derecho Internacional
Positivo o al menos ello estaría reflejado en Tratados como los de Versalles, el Convenio de la
Sociedad de Naciones y el Pacto Kellogg – Briand. Cfr. Derecho y Paz en las Relaciones
Internacionales. F. C. E, México, 1996; p. 57 –79. Ya hemos mencionado incluso que teóricos
contemporáneos como Michael Walzer han defendido también en cierta medida y bajo ciertos
atenuantes la noción de guerra justa. Cfr Guerras Justas e Injustas. Ed. Paidós, Barcelona, 2001.
Una aproximación crítica a la postura de Walzer aparece en Ruiz Miguel, Alfonso. Op. Cit; p. p 105
– 106. De otra parte consideramos que frente a la problemática de la globalización de los conflictos
armados y la emergencia de la estrategia política antiterrorista aliada (v. g después del 11 de
Septiembre de 2001 con la invasión y posterior destrucción de Afganistán; o con la guerra contra
Irak, la persecución y captura de Sadam Husseim, la búsqueda infructuosa de Ben Ladem y el
desmantelamiento de la red fundamentalista Al Qaeda, entre otros) son fácilmente identificables
en los discursos y acciones de políticos reconocidos señas de la teoría de la guerra justa.
Rodríguez Woroniuk argumenta también en esa dirección y nos aproxima a una visión crítica sobre
la performatividad mass mediática del discurso fundamentalista de la guerra justa esgrimida por
gobernantes como Bush con expresiones tales como “justicia infinita” o “libertad duradera”. En:
Grupo Praxis. Los filósofos, la política y la guerra. Universidad del Valle. Serie Lunes de Debate,
Santiago de Cali, 2002. Para una ampliación de la vigencia y límites de la teoría de la guerra justa
confrontar Jaramillo, Jefferson y Echeverri, Yesid. “Las teorías de la guerra justa. Implicaciones y
limitaciones” En: Revista Científica Guillermo de Ockham. Universidad de San Buenaventura, Cali.
Vol. 3, No. 2. Julio – Diciembre de 2005; p. p 9 – 29Cfr. también Jaramillo, Jefferson y Echeverri
Enciso, Yesid.
90
52
como la tortura, el envenenamiento, el confinamiento y el exterminio de la
población civil entre otros.
Ahora bien, la versión de la justicia de la guerra, con algunas variantes aparece de
manera significativa en Kant y en Hegel. El segundo, por ejemplo, llama la
atención sobre las guerras de defensa o de conquista. Para las primeras basta
sólo el ejército regular, pero cuando se trata de las segundas, se exige a los
ciudadanos un compromiso total, pues lo que está en juego es la identidad
nacional, su independencia, el logro más significativo de una nación: su
autonomía. Mirado el asunto desde Kant, nos encontramos con que el problema
tratado clásicamente por Tomás de Aquino es también uno de los de mayor
preocupación para el filósofo alemán, al menos en obras como Metafísica de las
Costumbres y Sobre La Paz Perpetua. De hecho, el tema aparece ligado a la
problemática del derecho de “gentes”, transformado con el tiempo en Derecho
Internacional y con claros desarrollos en las obras de Groccio, Pufendorf y
Victoria. Veamos esto con más detenimiento.
La discusión sobre la justicia de la guerra se nos revela en Kant entrelazada con
un marco normativo desde el cual se regulan – de acuerdo a una ley universal de
la libertad - las relaciones naturales entre Estados soberanos que tienden más a la
guerra que a la convivencia pacífica. Además este tipo de derecho es el
encargado de decidir al menos en tres asuntos cruciales que a la par que están
indisolublemente ligados en el filósofo alemán también no dejan de generar
algunos problemas como lo demostrará Habermas más adelante en relación con
su proyecto de paz perpetua: a. ¿cuándo existe legítimamente un derecho a la
guerra (ius ad bellum)?; b. ¿cuáles serían los medios más lícitos en caso de un
conflicto armado para no destruir la confianza futura de las partes (ius in bellum)?
c. ¿cuáles serían los mecanismos y principios más eficaces para garantizar los
armisticios en medio del conflicto y la constitución de una sociedad de naciones
que acabe de una vez y para siempre la guerra (ius post bellum)?91. Vale
mencionar aquí que para Kant será definitivamente el derecho de gentes el que
sirva de dispositivo jurídico – moral para defender, por un lado, descriptivamente la
licitud de la guerra en casos como los de la violación activa de la soberanía de un
Estado por otro, y por otra para justificar “el respeto por la humanidad” del
adversario en medio del conflicto armado, esto último enlazado directamente con
el asunto de la “recta intención” de la teoría clásica. Aquí también habría que
hacer notar que Kant era partidario que con el tiempo los Estados deberían buscar
consolidar una organización legal entre los Estados para defender la soberanía y
en esto habría ya una distancia con Groccio, Pufendorf y otros teóricos del
derecho Internacional que pese a reconocer la importancia del derecho de gentes
no alcanzaron a reconocer la importancia de una organización con dimensiones
cosmopolitas. 92
91
92
Kant, E. Metafísica de las Costumbres. Op. Cit 183 – 189; (344-349)
Hassner, Pierre. Immanuel Kant. Op. Cit; p. 573
53
En cuanto al segundo bloque de interpretaciones sobre la guerra, se parte de la
premisa valorativa de que ella representa un mal que se contrapone a un bien, que
en este caso no es otro que la paz. Sin embargo, con esta postura, podrían
asaltarnos, siguiendo a Bobbio, dos preguntas ¿es realmente la paz un bien
supremo?, ¿es realmente la guerra el mal de males? Las respuestas a dichas
preguntas podrían conducirnos a pensar entonces que la paz no es el único ni el
más elevado bien, puesto que otros bienes, como la libertad, la vida y el bienestar
también son importantes. En tal caso, la paz no sería el bien más anhelado y la
guerra no sería el peor de los males, y sería necesario entonces evaluar, a través
de un calculo de costo y beneficio en que momento podría justificarse la guerra
como un mal menor para defender un bien mayor, como por ejemplo el de la
libertad.93
En esta lectura interpretativa de la guerra podríamos ubicar algunas
consideraciones hechas por Maquiavelo, defensor número uno de la idea de la
guerra como un recurso instrumental en manos del gobernante, quién admitió que
la guerra era justa si era necesaria, lo que llevaba a que pudiera ser catalogada
como un bien político para los pueblos, a la hora de decidir frente al honor, la
defensa nacional y la gloria futura. Pero también habría que situar a Hegel, para
quien la guerra se justificaría, como un bien, si lo que se pretende es ganar y
preservar, a través de ella, el bienestar de los Estados. Como el Estado es
soberano en tanto garantiza la unidad e identidad dentro de sus fronteras y fuera
de ellas, se justificaría defender hacia fuera y hacia dentro esa soberanía. Esa
soberanía se expresa o manifiesta en dos momentos claves. El primero en
situaciones de paz y el segundo en situaciones de alerta de emergencia. De esto
último resulta que un Estado puede declarar la guerra a otro Estado si se
considera vulnerado en su soberanía y dicha declaración es asumida como un
bien para el Estado. Este último tema nos permite entonces introducir un aspecto
crucial en la argumentación de Hegel y es el de la soberanía exterior. Esta
garantiza que los Estados se defiendan de otros en tanto asumen la autonomía
hacia fuera y hacia dentro como la honra más elevada de un pueblo y esto Hegel
lo considera como la esencia del surgimiento de los Estados. Ahora bien, los
individuos como miembros del Estado estarían en algún momento obligados a
mantener, incluso con el sacrificio de sus propiedades y de sus vidas, la
independencia y la soberanía del Estado. En esto último reside entonces algo
decisivo para Hegel y es lo que él llama el momento ético de la guerra. Incluso, en
Lecciones de Filosofía del Derecho, donde desarrolla toda esta perspectiva, Hegel
llama expresamente la atención sobre un asunto y es que la guerra no es un mal
absoluto, es decir una carga que tengan que soportar los hombres y los Estados
para siempre. Ni tampoco una contingencia exterior como si no existieran "buenos
motivos" para hacerla y residiera en motivos no muy loables. La guerra se
justificaría si se tratara de defender cuestiones realmente importantes. Incluso una
93
Op. Cit; p. p. 34 - 35
54
guerra hacia fuera sería beneficiosa en ocasiones para mantener la cohesión
interna de un Estado94. Aquí entonces asaltaría la pregunta ¿se justifica la guerra
cuando lo que la motiva es el sentimiento de defensa de la soberanía e identidad
del Estado? Para responder a esta pregunta, Hegel en primer lugar plantea que el
verdadero valor de un pueblo reside en su dosis de sacrificio. Sacrificio que no se
funda en la valentía de uno sólo, sino en la disposición de un pueblo de actuar
unido en casos extremos. Además, Hegel va a plantear que arriesgar la vida por
arriesgarla no tiene ningún valor en sí. Lo que importa a la hora de ofrecerla es el
fin y sí ese fin es defender al Estado de "un todo hostil" o de un ejercito invasor
entonces si se justifica. Hegel además enfatizará que toda justificación de la
guerra pasaría a través de la decisión del jefe de Estado, ya que en el recae el
control de las fuerzas armadas, el control de las relaciones con otros Estados, la
consecución de la paz, la declaración de guerra y la celebración de tratados. No
obstante, el jefe de Estado, como un agente racional, tiene que establecer en todo
momento, cálculos racionales, costos y beneficios de llevarla a cabo95.
Ahora bien, si examinamos la posición de Kant a la luz de esta versión, por
supuesto que vamos a encontrar diferencias con el realismo pragmático de Hegel
y Maquiavelo. Por momentos, al menos en Ensayo Sobre la Paz Perpetua parece
situar la guerra como un mal intolerable e inexcusable al que hay que buscarle
solución de una vez y para siempre, incluso, como opuesta al derecho y a la
política en tanto mecanismo irracional de los hombres para prevalecer sobre los
otros hombres y su dignidad. Sin embargo, al momento de evaluar la guerra como
recurso estratégico, Kant al igual que Maquiavelo o Hegel, no cree que sea del
todo condenable moralmente si de lo que se trata es de defender a través de ella
la vida, garantizando con ello no quedar como bien lo dice Papacchini, en un
estado de total indefensión frente al enemigo. En tal sentido Kant admitiría,
contrario a una posición de pacifista absoluto e ingenuo y más bien cercano a una
de realista moderado, que la guerra sería un mal menor si se trata de la defensa
de un bien mayor como pueden llegar a ser derechos fundamentales del ser
humano como la vida o la autonomía y nótese aquí que Kant no habla de
cuestiones como el honor y la soberanía de la nación, sino de cuestiones básicas
Hegel, G.W.F. Principios de Filosofía del Derecho o Derecho Natural y Ciencia Política. Editorial
Edhasa, Barcelona, 1998. Traducción y prólogo de Juan Luis Vermal. Primera Edición; p. 410 Sería
interesante realizar una lectura paralela entre lo que propone Hegel de que los pueblos no sólo
salen fortalecidos, sino que también naciones que en sí mismas son incompatibles, conquistan con
la guerra exterior la paz interna, con el caso colombiano, específicamente lo que propone Malcolm
Deas, cuando afirma, comparándonos con otras naciones que han padecido fenómenos de
violencia, que los colombianos nos hemos peleado demasiado entre nosotros, porque no hemos
tenido la oportunidad de pelearnos con otros enemigos externos. Deas parecería entonces estar
del lado de Hegel, y esto sólo lo establecemos como hipótesis, en el sentido que los momentos de
paz interna en algunas sociedades se han conquistado mediante las guerras externas. Colombia
ha sido un país, podríamos decir que no ha tenido mayores conflictos externos, a excepción del
dividendo con Perú; pero de otra parte ha sido una nación con una intensidad alta en cuanto al
conflicto interno.
95 Hegel, G.W.F; Op. Cit; p. 413
94
55
de respeto a la dignidad de la persona; desde esta perspectiva de lo que se trata
es de evitar al máximo que una renuncia inocente al uso la fuerza acabe por
colocarnos totalmente en indefensión frente a los violentos96 o frente a posibles
esquemas de paz opresiva. Desde tal perspectiva, los ciudadanos estarían en
todo el derecho de defenderse contra el terror y el exterminio, pues son ellos los
que finalmente tendrían que afrontar las consecuencias de su indefensión. Pero
también estarían en el derecho de exigir no cualquier paz, sino una razonable y
digna. Lo que sí debe quedar claro aquí con esta argumentación, es que Kant no
sería partidario de someter la guerra única y exclusivamente, como si lo hacen
Hegel y Maquiavelo, a cálculos racionales e instrumentales, ya que esto impediría
a largo plazo reflexionar cuestiones más de fondo como la licitud de los medios
utilizados en ella y las intenciones tanto de los jefes de Estado como de los
mismos ciudadanos para llevarla a cabo, sea o no sea en legítima defensa.
Incluso desde la evaluación solamente instrumental del conflicto bélico, Kant
pensaría que esto con el tiempo terminaría por cerrar las posibilidades para la
reflexión sobre temas como los de la justicia en y después de la guerra. 97
Respecto a la tercera justificación, la guerra se nos aparece como un mal
necesario, es decir como aquel en cuyo seno se origina un bien que no podría
haberse dado de otra forma. Esta postura, según la perspectiva de Bobbio, enlaza
con una pregunta muy propia del pensamiento de los siglos XVIII y XIX ¿cuáles
son las ventajas que la guerra proporciona a la humanidad? La respuesta a ella
sitúa a la guerra como un factor de progreso moral, técnico y social para la
humanidad. Por ejemplo, Hegel sería un absoluto copartidario del progreso moral
que deriva de la guerra, haciendo de ella una fuente de energía vital o un estimulo
para la virtud y la salud de los pueblos. Aquí, no obstante, no se discuten las
posibles consecuencias morales de la compleja relación entre progreso y barbarie.
Al menos en Hegel esto aún no es un problema. Habrá que esperar
contemporáneamente hasta pensadores como Adorno con su Dialéctica de la
Ilustración y a Bauman con Modernidad y Holocausto para que la vergüenza del
Holocausto Nazi permita una reflexión aguda y largamente esperada sobre el
matrimonio macabro entre guerra, progreso y racionalidad Sin embargo, también
habría que ser justos diciendo que definitivamente en Kant uno si descubre una
preocupación por ésta relación, especialmente porque considera que la guerra no
produce necesariamente un progreso moral entre los hombres y entre los pueblos,
quizá en algún momento haya producido progreso técnico y social a través del
comercio y la fundación de Estados, pero su peligrosa continuidad a lo largo de la
historia desdice mucho de un avance moral del hombre por respetar la dignidad
Papacchini, Angelo. La ética ante el desafío de la guerra. Op. Cit; p. 44.
Valdría la pena reflexionar desde esta óptica el actual proceso de justicia, verdad y reparación
que se lleva a cabo en el marco de las desmovilizaciones masivas de grupos paramilitares en
Colombia. Un proceso que se construye motivado y agenciado, instrumental y procedimentalmente
por un política gobiernista como la del Presidente Uribe, terminaría a la larga haciendo inviable y
vacua una discusión sobre temas cruciales como los de la justicia para con las víctimas y facilitaría
expeditamente una Paz a cualquier precio. Una paz sin verdad, sin memoria, sin justicia.
96
97
56
del otro. Su preocupación, como lo veremos un poco más adelante, estará cifrada
en intentar esbozar a través de un proyecto de paz razonable y duradera unos
mínimos morales necesarios para ir estableciendo regulaciones frente a una
posible degradación del conflicto bélico y a una banalización del mal y del terror a
través del imperio del delirio armado.
Pero volviendo a la discusión con esta tercera forma de justificar la guerra, habría
que decir que la lista de defensores es bien larga. Tal es el caso de los que
defienden el progreso técnico generado a través de la guerra. Estos parten del
criterio de que la guerra favorece la inventiva humana. Aquí estarían ubicados, por
ejemplo, uno de los pioneros de la sociología evolutiva como Herbert Spencer
para quien la guerra lleva consigo desarrollos en la industria. Incluso el mismo
Clausewitz, para quien la guerra en tanto acto de violencia, que llega hasta sus
últimas consecuencias con la victoria y destrucción del enemigo, es la que hace
avanzar la técnica en la fabricación de armamento98. Pero también están los que
han defendido la tesis del progreso social a través de ella. Hegel, y el mismo Kant
en determinado momento, así como otros tantos, entre los que habría que citar a
darwinistas sociales como Saint - Simon, Comte y Spencer, la han considerado
como estimulo al proceso de formación de unidades estatales, al comercio entre
las naciones, y al paso de la barbarie a la civilización, etc.99 Empero con los
sociólogos darwinistas habría que hacer alguna salvedad y es que para los
optimistas como Saint Simon, Comte y Spencer la guerra sería un hecho nativo de
las sociedades preindustriales y militares, a las que ayudó a formar y fortalecer,
pero una vez entrada en gastos la industrialización y la división social del trabajo el
guerrero desaparecería por superfluo y anacrónico y su lugar sería ocupado por el
hombre de la producción. Incluso con el advenimiento de la industrialización no se
estaría más que corroborando una ley histórica que haría de la humanidad un
lugar para el progreso, la asociación universal y la paz. Sin embargo, este
optimismo exacerbado y mecanicista de los sociólogos decimonónicos ha sido
Op. Cit; p. 22
Habría que decir aquí, siguiendo al sociólogo norteamericano Charles Tilly que las
interpretaciones sociológicas sobre la guerra se han interesado clásicamente por establecer el
nexo entre la guerra y su función dentro de las estructuras sociales. Sin embargo, este sociólogo
se distancia por supuesto de los enfoques sociológicos evolucionistas, mecanicistas y
funcionalistas mostrando más bien cómo la guerra y la estructura social se influencian
mutuamente. Así muestra que la retícula de los Estados nacionales europeos que comenzó a
forjarse hacia el siglo X de la era cristiana tuvo como principal aliciente la administración, control y
monopolio de los medios efectivos para hacer la guerra. Esto fue posible gracias a la incautación
de las armas al final de las rebeliones, al control de la producción de armas, a la utilización de
milicias regulares, a trazar límites sobre sus territorios. Pero a su vez las guerras hicieron
necesarios que los presupuestos, las deudas y los impuestos ascendieran a su ritmo. De allí que
Tilly argumente que la guerra hizo de esos productos secundarios verdaderas instituciones sociales
que con el tiempo permitieron que los gobernantes o soberanos dejaran de ser simples
conquistadores de territorios como Carlos V y se convirtieran en funcionarios de la guerra como
Felipe II con un mayor monopolio militar y fiscal. Cfr. Tilly, Charles. Coerción, Capital y los Estados
Europeos 990 – 1990. Alianza Editorial, Madrid, 1992; p. 119 – 120.
98
99
57
desastrosamente desmentido por la historia en el sentido que han sido las
sociedades más industrializadas las que históricamente han guerreado más,
produciendo, como dice Bobbio, no sólo nuevos motivos para llevarla a cabo, sino
también instrumentos de muerte más espantosos100. En el caso kantiano, y
queriendo tomar distancia frente a esta posición positivista de la historia, habría
que decir que pese a ser un defensor de la noción de progreso, también asumió
un realismo moderado y crítico frente a la guerra, por cuanto no se hizo muchas
ilusiones de que con el progreso social se lograra el fin de las hostilidades entre
los hombres y los Estados. Desde su óptica, la paz era más bien vista como un
proyecto incierto, que dependería en gran medida de una emancipación humana a
largo plazo y con grandes cuotas de sacrificio para él género humano.
En cuanto a los que justifican la guerra como un bien o como un valor positivo por
excelencia, nos encontramos, como bien lo señalan Bobbio, Bouthoul y Ruiz
Miguel, desde las posiciones más radicalmente conservadoras, hasta las más
lúgubres, pasando por las más vitalistas. Comencemos por citar a Joseph de
Maistre que la considera “ley del mundo”, además de asumir que todo lo que hasta
nuestros días se conoce con el nombre de civilización se ha levantado sobre la
sangre de los pueblos; es decir desde las artes y las ciencias hasta las grandes
empresas económicas y las elevadas concepciones teóricas. En este autor incluso
aparece, como bien lo reseña Ruiz Miguel, algo así como un “providencialismo
histórico” desde el cual pretende justificar la necesidad salvífica de la guerra,
representada en una especie de “halo divino” cuya misión sería el castigo de los
malvados y con ello la búsqueda del bien en el mundo101. También podríamos
ubicar al literato Papinni, para quien la guerra sería “el vino de los pueblos
fuertes...que necesitan sangre en su camino”. O incluso a Nietzsche quien en su
texto Así habla Zaratustra exhorta a los hombres a que amen la paz, pero como
medio para nuevas guerras y en tal sentido, les aconseja la búsqueda constante
de la “victoria” más que de la paz. Sin embargo, en el caso de Nietzsche, y en
justicia a una debida interpretación de este filósofo habría que decir que su
defensa de la guerra como un bien es más metafórica y lírica, ya que el llamado a
la lucha y a la victoria está dado más frente a la miseria moral y el decadentismo
de los hombres que frente al exterminio físico de la especie humana. Incluso
aquellos, que han querido ver en la obra de Nietzsche la defensa a ultranza de un
belicismo pangermaniano, no hacen más que desconocer este aspecto
fundamental de su estilo filosófico.
No obstante, y sin detenerse mucho en su análisis, esta versión de la guerra es
quizá la que más cuestionamientos revestiría. Dado que no nos atrevemos tan
fácilmente a defender las posiciones de Papinni, o las de Maistre, habría que
decir, siguiendo las palabras de Bobbio, que aquellos que aceptan esta
Bobbio, N. El Tercero Ausente. Op. Cit; p. 53.
Ruiz Miguel, Alfonso. La Justicia de la guerra y de la paz. Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1988; p. p 86 - 87
100
101
58
aproximación sobre la guerra no solo estarían considerando inútil cualquier
demostración de respeto por el llamado “valor sagrado de la vida” (y por supuesto
cualquier práctica del DIH) sino que además, a través de posiciones tan
disparatadas, “no han tenido la fantasía suficiente para imaginar una violencia tan
monstruosa, frente a la cual el individuo ya no se siente miedo a la muerte, sino
vergüenza de sobrevivir”102. Finalmente, habría que anotar que la lectura de Kant
sobre la guerra estaría en total contravía de esta versión, incluso al punto de
sostener que la guerra no constituiría nunca un bien, sino más bien un mal
absoluto con enormes costos políticos, morales y jurídicos, con cuya ignominia y
perversiones terminarían cargando los individuos, las poblaciones y los sectores
más vulnerables103.
En relación con los que justifican la guerra como un acto divino se parte
básicamente de la premisa que, en el diseño divino del mundo, así como hay un
plan para conservarlo también existe la razón para destruirlo por la maldad
intrínseca de los hombres. Esta posición se descubre claramente en las doctrinas
teológicas, como la del Antiguo Testamento, donde se anuncia la figura de un Dios
extremadamente guerrero, implacable con los pueblos de infieles y propicio con el
pueblo elegido. Y en la doctrina teológica del Corán, donde la guerra es
representada como el instrumento eficaz para la propagación del Islam; la guerra
es un ideal, es un imperativo divino que se reafirma a cada momento en la
exhortación de Mahoma a cada hombre musulmán de hacer el sacrificio de sus
bienes y de sus vidas por la fe, para que de esa forma las ofensas sean
perdonadas y aquellos que se han inmolado fácilmente puedan entrar en el
paraíso. De antemano habría que decir que la filosofía estaría más bien
distanciada de esta lectura interpretativa, y que Kant específicamente no
contemplaría la guerra dentro de los planes de la providencia con fines de
exterminio del género humano.
Finalmente, en esta ya larga lista de justificaciones de la guerra, estarían aquellos
que defienden la guerra como un acto propio de la evolución humana y el
desarrollo de las sociedades, aquí cabría situar varias versiones de la sociología
Op. Cit; p. p 37-38
El tema del costo político y moral de la guerra para el progreso humano es reiterativo en la obra
de Kant al punto que, de manera muy jocosa, dice confiar en el remedio heroico propuesto por
Hume a este asunto: “Cuando veo ahora (nos dice Hume), las naciones en guerra, se me figura ver
dos borrachos que se pegan de golpes en una cacharrería. Qué, además de tener que atender a la
curación de sus chichones durante largo tiempo, habrán de pagar todos los estropicios que hicieron
en la tienda”. De todas formas, consideramos que la posición de Kant en esta cita habría que
tomarla históricamente con cautela por su excesiva ingenuidad, porque finalmente la historia nos
ha demostrado que los costes políticos y morales de las guerras no han terminado pagándolos por
igual los bandos en contienda, sino casi siempre los vencidos. Éste ha sido el caso de Alemania
tras la Segunda Guerra Mundial y es el caso reciente de Irak, que termina pagando con sus propios
recursos y vidas humanas su innoble derrota a manos de los Estados Unidos y los países aliados.
Incluso, para ser más radicales, habría que decir que los costes los asumen siempre los sectores
más vulnerables dentro de la población: niños, mujeres, adolescentes.
102
103
59
clásica, especialmente a los llamados darwinistas sociales, y a los defensores de
la sociobiología como K. Lorenz y E. O. Wilson104. De todas formas, con el ánimo
de hacer un poco de precisión habría que decir que las doctrinas sociológicas
sobre la guerra partirían casi todas ellas de un principio común y es el de
reconocerle el lugar de fenómeno normal de la vida social. Sin embargo, Bouthoul
ubicaría dos grandes posturas en estas doctrinas, la de los optimistas, a los cuales
ya nos hemos referido un poco antes, quienes consideran la guerra como un
producto necesario pero circunstancial de las sociedades (Saint Simón, Comte,
Spencer, Marx y los Marxistas) y la de los pesimistas sociológicos para quienes la
guerra sería un fenómeno estructural y permanente105. En cuanto a las doctrinas
sociológicas pesimistas la guerra es el principal procedimiento de las sociedades
para garantizar la selección colectiva. Aquí se suspende cualquier juicio moral
sobre la guerra y se entra en el terreno de considerarla simple y llanamente como
un “hecho” de la evolución. Esta posición es defendida por Sorel para quién la
guerra y más específicamente la lucha sirve para alimentar el espíritu bélico de las
masas y por Gumplowicz que muestra como una gran estupidez la premisa de la
psicología individualista de considerar al hombre como un ser racional. Para este
pensador todas las formas sociales y las instituciones nacen de la guerra, como en
el caso del Estado que no es más que el producto social de la victoria de los
grupos poderosos sobre los más débiles106. De nuevo si se tratara de discutir esta
versión con los postulados kantianos sobre la guerra, habría que decir que estaría
más cerca de compartir la idea de la guerra como un producto necesario pero
circunstancial, al cual habría que buscarle con el tiempo una solución definitiva y
salidas morales, políticas y jurídicas a través del establecimiento de un proyecto
de paz cosmopolita. De todas formas, con Kant también se advierte desde este
último orden de justificaciones, claro está que en ciernes todavía, la idea
sociológica de que la guerra y más aún el conflicto son fenómenos propios de la
vida de los hombres y las sociedades.
3.2 LA FUNCIÓN DE LA GUERRA COMO RESORTE Y OBSTÁCULO DE LA
CULTURA: POSIBLES RUTAS DE INTERPRETACIÓN DESDE Y HACIA KANT
Visto el asunto de la multiplicidad de descripciones y valoraciones de la guerra en
la historia humana la postura kantiana refleja frente a las versiones más o menos
clásicas similitudes, pero también grandes diferencias. Incluso, podríamos decir
marcados avances y lecturas más pertinentes para enfrentar muchos de los
problemas y dilemas a los que conducen ciertos enfrentamientos bélicos hoy. No
obstante, si hay un punto sobre el cual habría que asirse para ir desentrañando
aún más la postura teórica del filósofo de Koenisberg frente al tema, es el que
tiene que ver con la función de la guerra como resorte y obstáculo de la cultura. En
Cfr. Ruiz Miguel, A. Op. Cit; p. 58 - 59
Ruiz Miguel, A. Op. Cit.
106 Bouthoul, G. Op. Cit; p. 27. Cfr. Bobbio, N. El tercero ausente. Op. Cit; p. 39
104
105
60
uno de los textos ya mencionado arriba, Sobre el Presunto comienzo de la Historia
Humana, donde además de abordar el problema del conflicto y antagonismo como
expresiones radicales de la condición humana, el autor también desarrolla el tema
de la función cultural de la guerra en la historia a partir de un dilema muy
conocido. Por una parte, considera que los mayores males que pesan sobre los
pueblos civilizados se derivan de la guerra, aunque no tanto por la forma o el
momento en que transcurre sino en gran medida por el rearme incesante y
siempre creciente de los Estados. De otra, considera que en lo que atañe al grado
de avance de la humanidad, la guerra sigue siendo un medio ineludible para
hacerla avanzar107. Kant, enfrentado al dilema parece en primera instancia
resolverlo diciendo que, la guerra ha sido necesaria en algunos momentos, (v. g la
descripción que hace de los tiempos remotos en los que el hombre llegó a
domesticar y educar para la guerra)108 pero asumiendo que en la mayoría de los
casos ha sido un mal mayor para los pueblos y los hombres.
En un segundo momento, sin embargo, parece inclinar la balanza hacia el
siguiente asunto y es que sólo después de haber logrado el género humano
desarrollar ampliamente ciertos valores culturales, entre ellos el más elevado de la
ilustración (aprender a pensar por sí mismos), los pueblos han entendido los
costes innecesarios de las guerras. Ese avance cultural supone, por tanto, desde
su perspectiva que los hombres pueden hacer uso de todas sus potencialidades
vitales, haciendo con ello más saludable, razonable, deseable y hasta posible la
paz. En este sentido, como comenta el sociólogo alemán Ulrich Beck la pregunta
de Kant por la paz perpetua, que no es otra que la pregunta por el fin de la guerra
“apunta a las condiciones de una coexistencia regulada y justa entre los Estados,
que ya no aceptan más las guerras como una fatalidad eterna de la naturaleza,
sino que las proscriben”.109 La proscripción por tanto se logra en función de
acciones racionales que derivan de hombres y pueblos que han alcanzado
madurez y mayores competencias en su forma de asumir el tratamiento de los
conflictos.
Pero el tema de la función de la guerra como resorte de la cultura no es novedoso
y único en este filósofo. Ha sido abordado como hacíamos notar en el primer
apartado de este capítulo por pensadores como Hegel. Posteriormente lo será por
Freud e incluso por el pensamiento antropológico clásico. No nos interesa
detenernos largamente en estas posturas, simplemente consideramos pertinente
recordar los elementos centrales de esa discusión en tanto permiten ampliar y
revisar la postura kantiana. En primer lugar, Freud señala que el conflicto,
connatural al individuo y a al especie, exige ser canalizado, regulado y
racionalizado al máximo para que no devenga en simple exterminio del semejante.
Kant, E. Comienzo presunto de la historia humana. Op. Cit; p. 85 – 86
Kant, E. Ensayo sobre la Paz Perpetua. Op. Cit; p. p 34-35
109 Beck, Ulrich. Los padres de la libertad. En Beck, Ulrich (compilador). Hijos de la libertad. F.C.E,
2002, México, Segunda Edición; p. 301
107
108
61
Esa misión le estaría encomendada a la cultura que con no poco esfuerzo,
restricciones y sacrificio sistemático de la felicidad individual le proporcionaría un
bienestar parcial a la humanidad, pues el instinto de destrucción siempre
permanecería latente en el ser humano. En el caso de la antropología la guerra
habría sido considerada como una de las manifestaciones culturales de la
humanidad superada en algunas sociedades, permanente en otras, pero en la
mayoría de ellas al menos canalizada y regulada a través de formas más
complejas de socialización.110 Y finalmente en el caso de Hegel, la guerra lejos de
devastar a la humanidad haría culturalmente más sólidos a los pueblos, sería un
factor de cohesión nacional y garantizaría con el tiempo la salud moral de los
Estados, impidiendo su petrificación cultural por “la calma de una paz extensa o
perpetua”111
De todas formas, al revisar desde Kant eso de la relación cultura – guerra, nos
encontramos que ella es motor de avance, pero también obstáculo para el
progreso moral de los pueblos y en eso posiblemente se encuentre o distancie con
estos autores mencionados. Pero el aspecto relevante en su propuesta no tiene
Por ejemplo, aantropólogos como Marvin Harris, muestran como la guerra ha desempeñado una
función crucial en la formación de jefaturas avanzadas y los Estados primigenios. En tal sentido, el
antropólogo norteamericano considera que la violencia o la amenaza de violencia habría sido
utilizada culturalmente contra la gente del común con el fin de instituir y consolidar la hegemonía de
las primeras clases dirigentes. Sin embargo, también llama la atención de un asunto y es que lo
anterior no querría decir que la complejización de las sociedades sea el resultado exclusivo de la
fuerza. Aquí habría que evaluar otras formas de socialización como la redistribucción, la
reciprocidad, la gestión común, etc. Cfr. Harris, Marvin. Jefes, Cabecillas y abusones. Alianza
Editorial, Madrid, 1993; p. p 46 - 47
111 Desde luego la discusión sobre la relación entre guerra y cultura, va más allá de estos autores
y de las formas tradicionales de concebir la guerra. Las “nuevas guerras” tal y como las denomina
Mary Kaldor, ya no se desarrollan de forma regular sino irregularmente, acudiendo a lógicas más
racionales, calculadas y globales de exterminio del otro. Tal es el caso de lo ocurrido en lugares
como Serbia, Croacia, Bosnia, Ruanda, Angola, Afganistán y por supuesto más recientemente Irak.
Cfr. Kaldor. Las nuevas guerras. La violencia organizada en la era global. Editorial Tusquets,
Barcelona, 2001. Por su parte Michael Ignatief en su libro El honor del guerrero. Guerra étnica y
conciencia moderna. Taurus, Barcelona, 1999, aborda el tema de la situación de
instrumentalización extrema de la violencia con el “semejante” retomando a Freud desde El tabú de
la virginidad, La psicología del grupo y el análisis del Yo y El malestar en la cultura. El asunto
desarrollado es lo denominado por Freud “narcisismo de las pequeñas diferencias”. Con este
concepto se expresa que los sentimientos de extrañeza y hostilidad entre las personas y los grupos
aparecen y se exacerban con más frecuencia respecto a los elementos marginales y menores de
sus identidades que frente a los más comunes y esenciales. Otros autores, situados más desde la
orilla de la crítica a la convergencia entre guerra y cultura, consideran que la racionalidad y el
calculo estratégico no desaparecen incluso en situaciones de guerra total, de conflicto irregular,
sino que por el contrario las lógicas de destrucción, de aniquilamiento del otro, obedecen a
situaciones donde impera el calculo, la estrategia, la anticipación de todos los actores en
contienda, más en un sentido político que cultural. Donde la banalización de la violencia no
obedece a factores culturales sino a maneras más heterogéneas y polivantes de manifestación del
poder. Cfr. Pécaut, Daniel. “De la violencia banalizada al terror: El caso colombiano”. En Revista
Controversia. No. 171. Dic/97. CINEP, Bogotá; Salazar, Boris, Del Castillo, María del Pilar. La hora
de los dinosaurios. Conflicto y depredación en Colombia. CEREC / CIDSE, Bogotá, 2001
110
62
que ver tanto con la explicación de esa relación, sino en haber insistido en la
importancia de establecer puntos, canales, intersticios para el debate éticopolítico, incluso sobre las implicaciones culturales de la guerra. En tal sentido, un
aspecto que es interesante tomar en cuenta a partir de la lectura de este filósofo
es que magnificar en absoluto los efectos de la guerra en la cultura haría con el
tiempo ineficaz e irrelevante cualquier reflexión sobre la necesidad de aplicar
criterios éticos para evitar su degradación; pero también minimizar su función en
los procesos de constitución de las sociedades sería abonar el terreno a una
visión ingenua y angelical del hombre y la sociedad. Y Kant, consideramos aquí,
no sugiere ni lo uno ni lo otro. Su propuesta está más bien enfocada, y esto es lo
que trataremos a continuación, al establecimiento de un equilibrio reflexivo entre la
necesidad moral de hacerla racionalmente inoperante de una vez y para siempre y
la necesidad de humanizarla mientras dure, a través de formas políticas y jurídicas
más cosmopolitas, sin hacerse, claro está, muchas ilusiones que desaparezca
prontamente entre los hombres y entre las naciones.
3.3 EL IMPERATIVO DE ACABAR CON LA GUERRA O AL MENOS DE
HUMANIZARLA MIENTRAS DURE
Si aceptamos la máxima de Raymond Aron cuando dice que la guerra es de todos
los tiempos y de todas las civilizaciones, tendríamos de otra parte que aceptar que
no siempre ha habido o al menos ha existido una conciencia clara de establecer
condiciones morales para su regulación, y menos aún de reflexionar sobre la
necesidad de limitarla en el tiempo hasta hacerla inoperante como forma de
resolución de las diferencias. Incluso, bajo la rúbrica históricamente extendida de
que guerra es guerra y no hay cómo hacer que ésta responda a regulaciones o a
imperativos morales se ha llegado a legitimar atrocidades, bombardeos
indiscriminados, invasiones y todo tipo de vejámenes sociales y culturales contra
naciones enteras. En tal sentido, sería bueno hacer un breve repaso histórico para
mostrar que han sido recurrentes los momentos históricos y los pensadores desde
los cuales la guerra con todas sus consecuencias e ingredientes ha sido
descarnadamente aceptada y legitimada y donde el problema de una ética en la
guerra y después de la guerra, propósito kantiano, por supuesto con significativas
excepciones como la de Hegel, Arendt y algunos juristas y teólogos, no ha sido
contemplada ni suficientemente valorada. Pero miremos esto con más
detenimiento.
Ya desde los albores de la cultura y como parte de las cosmogonías primitivas
(v.g. la germana con Odín, la india con Kalí o la griega con Zeus y los Titanes) se
nos descubre la guerra como un carnaval, fuera de todo tipo de normatividad
moral o al menos de una moralidad imperativa.112 Ella se convierte en el momento
Aquí es interesante anotar cómo el fenómeno de la guerra, al menos entre los antiguos, no
carecería de moralidad absoluta; simplemente al decir de Papacchini, respondería a patrones
112
63
propicio, apoteósico, orgiástico, del triunfo sobre el adversario al que se condena,
sin ton ni son, al sacrificio, a la violación, al saqueo. Lo paradójico es que también
al mismo tiempo de parte de los vencedores se elevan súplicas y se hacen
sacrificios a los dioses por aquellos que han caído y se han inmolado en el campo
de batalla113. Incluso, entre los antiguos romanos, verdaderos maestros en cuanto
a los marcos jurídicos que sustentan una guerra, en muchas ocasiones poco o
nada importaban si los enfrentamientos desembocaban en la masacre del vencido,
la esclavitud del sobreviviente, la destrucción de una nación, la indefensión total y
humillante de una población y la posesión total sobre personas, bienes
inmobiliarios, tierras y templos, con tal que se siguieran minuciosamente los ritos,
las formalidades establecidas y el espíritu jurídico en los procesos operativos de
la lucha114.
Ahora bien, si quisiéramos encontrar ejemplos históricos que evidencien el poco o
nulo interés que han representado cuestiones tales como: el por qué de la guerra,
la licitud de los medios empleados, las consecuencias nefastas de ella, tendríamos
fácilmente un repertorio de eventos y personas a las que acudir. Sin embargo,
también es necesario decir que los ejemplos históricos de reconocimiento de la
necesidad de unos criterios éticos que permitan si bien no la desaparición de la
morales distintos, donde los valores exaltados serían “los del coraje, la entrega a la patria, el
sentido del honor o la lealtad con el cuerpo al que pertenecen”. Cfr. Papacchini, A. La ética ante el
desafío de la guerra. Op. Cit; p. 20. Por supuesto desde la posición kantiana estos valores
resultarían demasiado contingentes al momento de evaluarlos con valores de más jerarquía moral
como por ejemplo la dignidad humana del vencido. No habría la posibilidad de equiparación tan
siquiera.
113 Bouthoul. Op. Cit; p. p 9 - 11
114 Bouthoul, G. Op. Cit; p. 18. No obstante, si revisamos el texto de Arendt, citado más arriba,
titulado ¿Qué es la Política?, específicamente el Fragmento 3c: La cuestión de la guerra,
notaremos cómo pese al belicismo imperial de los romanos, fueron ellos los que comprendieron
originalmente en la historia de la humanidad la importancia central del tratado y la alianza como
respuesta política a la cuestión de la guerra. Fueron ellos los que acuñaron el concepto de “política
exterior” y la noción de un “orden político transnacional”. Además, en ellos, nos dice la autora, fue
fecundo el concepto de ley, como algo que instaura relaciones entre los hombres, acuerdos entre
contrayentes. Y la ley fue fundamental al momento de la guerra. La “lex” romana a diferencia de la
“nomos” griega, va más allá de la frontera de la polis y del legislador, es algo que permite construir
relaciones exteriores e incluso ser benévolos con el vencido. Desde luego que la destrucción de
Cartago por parte de los Romanos fue una objeción radical a este principio. Aún así, para Arendt,
los romanos se caracterizaron en muchas ocasiones por buscar en la victoria, perdonar y ser
benévolos con los pueblos derrotados, no por simple compasión para con ellos, sino “por
costumbre del crecimiento de la ciudad, que en el futuro debía también abarcar una alianza a los
más extraños”114. Arendt es consciente que “en el caso de Cartago se demostró que el principio
político romano del tratado y la alianza no era universalmente válido, que tenía sus límites”. Los
romanos buscaron construir un sistema de alianzas con otros pueblos y países mediante tratados
transitorios y renovables, pero en la medida en que lo hacían, extendían también su dominio
imperial sobre ellos. Al encontrarse con Cartago, se encontraron con una nación frente a la cual lo
máximo que se podía esperar “era a un tratado entre iguales, lo que desde luego quedaba fuera de
las posibilidades del pensamiento romano”. Finalmente, los romanos terminarían pagando el precio
de su imperialismo, de su crecimiento desmesurado y de su imparcialidad política. Aún así, para
Arendt, son primigeniamente romanos.
64
guerra, si por lo menos su regulación parcial hasta alcanzar mínimos de respeto
por el vencido, han sido notorios y significativos como avance. Baste señalar, por
ejemplo, las insinuaciones del libro del Deuteronomio, uno de los libros sagrados
para dos de las religiones monoteístas más bélicas que han existido. Allí se
exponen cuestiones tales como: antes de iniciar un ataque el enemigo éste debe
ser invitado a pactar la rendición; en caso de confrontación deben respetarse la
vida a mujeres y niños; y en caso de rendición y de aceptación de las condiciones
de paz al enemigo se le debe respetar la vida115.
De otra parte, fue en el ocaso de la Edad Media, y después de un período de
atrocidades dentro y fuera de los campos de batalla de las llamadas guerras
santas, que algunos juristas y moralistas cristianos herederos en parte del
pensamiento Tomista, comenzaron a ocuparse de dar cuerpo al llamado derecho
de gentes. Es cierto que ya en la época de la patrística, Orígenes, Tertuliano y
San Ambrosio habían invocado el dogma de la “no violencia”, algo que siglos más
tarde defenderán personajes como Tolstoi y Ghandi, frente al tema de la guerra.
Pero también es cierto que su preocupación no fue del todo acogida en su época.
La preocupación ahora se situaba entonces sobre la naturaleza y el por qué de la
guerra. Adicionalmente en ese marco se elaboraría también un riguroso código de
comportamiento durante el tiempo de transcurrida la misma, que incluía no luchar
en dominicales, en Cuaresma y Pentecostés; de igual forma sanciones para quien
incumpliera alguna de estas prescripciones con la pena de la excomunión. No en
vano, es en este período donde se desarrolla el llamado “derecho de guerra”116.
Ahora bien, es importante anotar aquí que este derecho de guerra conocido
clásicamente bajo la rubrica latina de ius in bello, tenía que ver prácticamente con
las normas mínimas de moralidad dentro de un juego tan difícil de normativizar.
Este asunto desde luego está conectado al otro ya mencionado, más arriba, con el
nombre del ius ad bellum es decir el concerniente a los criterios para considerar la
justicia o injusticia de las guerras y de los que tanto y tan bien hablaron Agustín de
Hipona, el Aquinate, Groccio y Kant. A este propósito baste recordar que fueron
estos pensadores quienes introdujeron en el debate cuestiones tales como que la
guerra debía obedecer a una causa, ser el último recurso, ser declarada por
autoridad competente, tener probabilidad de éxito, tener recta intención, atender al
principio de proporcionalidad. Incluso el mismo Kant, heredero de una enorme
tradición al respecto, al tratar del derecho público y del derecho de gentes en
Metafísica de las Costumbres, incluirá también un derecho después de la guerra,
que se establece una vez firmado el tratado de paz y bajo la garantía de una
constitución civil que permita en lo sucesivo considerar como posible y razonable
una paz duradera; esto a criterio nuestro le permitiría a la propuesta kantiana
115
116
Bouthoul, G. Ibíd.
Bouthoul, G. Op. Cit; p. 20
65
saltar un escalón más que las anteriores tradiciones y en todo caso contribuir más
a eso que hoy conocemos como Derecho Internacional Humanitario117.
Empero, los argumentos a favor de la aplicación de criterios éticos en la guerra
para hacerla con el tiempo racionalmente inviable, los cuales a su vez se
sustentan básicamente tanto en la necesidad de impedir a toda costa la
degradación del enemigo, como en la evaluación de los onerosos y terribles
costos políticos, sociales y morales que tendrían que asumir los ciudadanos,
vuelven una y otra vez a encontrar enormes obstáculos y sendos contradictores,
entre los cuales podemos encontrar a Maquiavelo, Clausewitz y parcialmente a
Hegel.
En el caso de Maquiavelo, al que puede considerársele como el padre del
realismo político, si hay un consenso respecto de su obra política, este tiene que
ver con sus posturas realistas y crudas, la mayoría de las veces, sobre aspectos
polémicos como la guerra. Este pensador llegó a asumir la guerra como una
variable ineludible en las relaciones humanas y en las relaciones internacionales.
Al punto de considerar que en este terreno las miradas armónicas y amigables,
inspiradas en principios de justicia, respeto, solidaridad y paz no eran más que
“sueños de visionario” y no de los jefes de Estado “que nunca están hartos de
guerra”, y frente a los cuales “... sólo las armas logran que la palabra se
observe”118. Además, con Maquiavelo, se mantuvo viva, como vimos un poco más
arriba, la idea de la guerra como un “medio preventivo”, un instrumento razonable
y eficaz en manos del gobernante, si de lo que se trataba era de defender la
patria, el honor y la gloria. De tal forma, que en ese contexto quien ataca primero
siempre hace la diferencia frente al enemigo. La política en tal sentido, al menos
frente a la guerra, debe ser una política de anticipación. Desde allí, por supuesto,
no hay sino un breve paso para sostener que un príncipe no siempre puede darse
el lujo de ser virtuoso y respetar las reglas mínimas de humanidad en la guerra,
más aún cuando lo que está en juego es su propia conservación y la de sus
súbditos, al punto que más temprano que tarde, pese a los sufrimientos indecibles
a los que se hayan podido ver abocados, estos terminarán alabando al gobernante
por sus sabias decisiones. También podríamos colocar aquí desde esta óptica de
defensa de un despeje ético frente al conflicto bélico al militar prusiano Clausewitz
para quien la guerra no es un simple y bárbaro acto de locura ya que implica
variados, sutiles y muy racionales ingredientes de violencia, tales como acciones
militares, políticas y especialmente estrategias psicológicas, que por ejemplo
tienen la misión de hacer que el enemigo se reconozca como derrotado, así no lo
Cfr. Kant, I. MC; p. p 181 – 182;187-188 (343, 348)
Maquiavelo, Nicolás. Parole da dirle sopra la provisione del danaio. Citado por Papacchini,
Angelo. Maquiavelo y Kant: Dos formas encontradas de Concebir las Relaciones entre ética y
política; En: Teoría Jurídica, Reflexiones Críticas, Siglo del Hombre Editores, Bogotá, 2003; p. 27;
Cfr. Maquiavelo, N. El arte de la guerra. Ediciones Fontamara, México, 1999
117
118
66
esté, ya que el aniquilamiento físico comienza por el desánimo y la renuncia
moral119.
Atención aparte merecería Hegel, ya que si bien es considerado un representante
conspicuo de esa larga tradición de realistas políticos que consideran la guerra
una esfera de amoralidad, su versión del asunto aceptaría la posibilidad de
criterios éticos al momento de regular cuestiones fundamentales dentro de ella. Al
igual que Kant aceptaría la posibilidad de unos criterios de racionalidad política y
ética para evitar su degradación. Pero veamos esto con más detalle. En comienzo
Hegel es claro que en asuntos de guerra no basta con la moral, con la “buena fe” o
con las simples “intenciones de paz” de los Estados. Esto lo va a expresar muy
bien al mencionar que, hasta ahora, pese a los intentos de visionarios y futuristas,
no ha existido algo así como un “pretor” por encima de los Estados que los inste a
actuar conforme a lo pactado, y que además esté autorizado a castigar eventuales
delitos contra la convivencia pacífica. Puesto que cada Estado es soberano y
defiende su soberanía las disputas entre ellos se deciden y se seguirán decidiendo
siempre mediante la guerra. Si entre las personas privadas es posible encontrar
tribunales cuya función es la de dirimir conflictos, esta situación no se presenta
fácilmente entre los distintos estados. Si bien es cierto, que las relaciones entre
los distintos Estados deben ser justas, y ello debería tener un poder en el ámbito
mundial, la realidad es otra, “puesto que no existe un poder de este tipo que pueda
decidir frente a los estados qué es lo justo y hacer cumplir esta decisión, se
permanece necesariamente en el deber ser”. 120 De allí que los Estados la mayoría
de las veces estén por encima de lo estipulado, más aún cuando se trata de
cuestiones tan escabrosas como la guerra o la paz.
De otra parte, dado que para Hegel el momento de la eticidad en las relaciones
entre los estados es muy diferente a la planteada entre los individuos, (aquí existe
distanciamiento total con Kant), la guerra se justifica si lo que se pretende es
mantener el bienestar de los Estados. Alrededor de este presupuesto no caben
titubeos, ni posiciones moralistas abstractas. Los jefes de Estado están en la
obligación, para garantizar el bienestar de sus naciones, de reaccionar frente a las
amenazas de guerra de otros Estados. Sin embargo, lo anterior no libera al
Estado de la responsabilidad ética de hacer viables unos mínimos de
humanización frente a la guerra. En tal sentido, y aquí vendría la distancia con los
dos realistas anteriores, la guerra exigiría comportamientos recíprocos de las
partes (el trato digno de prisioneros, por ejemplo). Aquí, lo interesante es que
Hegel, a pesar de las distancias que establece con el pensamiento kantiano, se
reencuentra muchas veces con él, en tanto la ausencia de reconocimiento del
enemigo, es decir del otro en el campo de batalla, es el camino expedito hacia la
barbarie.
Aron, Raymond. Paz y guerra entre las naciones. Op. Cit; p. p 49 – 77
Hegel, G. W. F. Principios de Filosofía del Derecho o Derecho Natural y Ciencia Política. Op.
Cit; p. 414.
119
120
67
Incluso Hegel llama la atención sobre un tema de suma importancia en relación
con la guerra, que adquiere importancia desde Kant y especialmente desde el
Derecho Internacional, y es la necesidad de marcos jurídicos que garanticen el
reconocimiento de los Estados entre sí. Según Hegel un estado es soberano en
tanto tiene un derecho político interno: una constitución, autonomía, etc. Pero lo es
también en tanto es reconocido por otros, a través de tratados, y sistemas
jurídicos, como una nación. Ese reconocimiento dota de identidad política y
cultural al Estado, y su legitimidad depende de si el otro la otorga o no y la
mantiene en el tiempo. Ahora bien, ese reconocimiento estaría expresado en un
derecho internacional que es válido entre los Estados y debe ser respetado por
ellos, pues es en él donde se explicitan las obligaciones recíprocas de ellos. De
todas formas, en tanto los Estados permanecen constantemente disputando entre
sí, es cada vez más difícil garantizar el reconocimiento y más fácil decidirse por la
guerra. Sin embargo, es la necesidad concreta de saber que cualquier Estado
puede representar un peligro latente en cualquier situación, lo que lleva a que los
mismos Estados opten racionalmente por respetar ese Derecho Internacional. Sin
embargo, en Hegel a diferencia de lo que pasará con Kant, el peligro de guerra
está más latente, por cuanto no existe o no es aceptada la noción de Federación
como organismo supranacional que garantice la no agresión entre ellos.
¿Y en el caso de Kant que ocurre? Como hemos podido notar desde el principio
de nuestro texto hemos defendido y rastreado en Kant su constante contrapunteo
con el realismo político, especialmente la crítica a la visión instrumental del
hombre y al descarnado y descarado realismo pragmático en cuestiones decisivas
como la moralidad de la guerra y el derecho en y después de ella. Para ello,
hemos señalado, al menos en este capítulo y en el primero distancias con
Maquiavelo y con Clausewitz, a la vez que hemos apostado por una convergencia
por momentos con Hegel121. Esto nos ha llevado a considerar a Kant como un
defensor del papel histórico, así como de la función cultural de la guerra en el
curso de la historia del género humano; pero también nos ha conducido a
establecer un desacuerdo radical y absoluto con estos pensadores y con otros
tantos, especialmente en lo relacionado con la legitimación de cierto tipo de
racionalidad política de las guerras en detrimento de criterios o mínimos éticos que
permitan evaluarla y ponderarla frente a cuestiones tan decisivas como la
Dignidad humana. Desde aquí entonces consideramos pertinente en lo que queda
del capítulo continuar la ruta de análisis señalando la propuesta kantiana.
En primer lugar hay que decir que para el caso de Kant hay algo que resulta un
notorio avance con respecto a los filósofos realistas anteriores y es que la guerra
no se plantea, como si lo hacen notar la mayoría de ellos, desde su carácter
ineludible, resultando incompatible con los máximas e imperativos de la moral,
Para un debate entre el idealismo moderado de Kant y el realismo moderado de Hegel Cfr.
Papacchini, Ángelo. Kant y Hegel: posturas encontradas frente a la guerra. Op. Cit. p.100
121
68
aunque con la salvedad, insistimos en su realismo moderado, que acabar con la
guerra no es tarea de un día y tampoco un asunto de “ángeles”; que exige por
tanto un proyecto humanamente posible y equilibrado a largo plazo y que pasa por
ir poniendo diques parciales a los conflictos armados, antes de que se afiance
una paz razonable y duradera que haga inviable en algún momento de la historia
la guerra como alternativa de solución de los conflictos. En tal sentido para Kant la
tarea de los Estados tendrá que ver con un asunto bellamente tratado en un texto
ya citado, Si el género Humano progresa hacia mejor y que reza más o menos lo
siguiente:
no hay sino una sabiduría negativa que pueda servirnos, a saber, la que les
obligue a (los estados) que la guerra, el mayor obstáculo de lo moral, pues
no hace sino retrasarlo, se haga poco a poco más humana, luego menos
frecuente, y por último desaparezca como guerra agresiva 122.
En segundo lugar, esto último nos pone en primer plano otro tema que es muy
recurrente y definitivamente importante en la obra ético – política de este filósofo
como reacción a las actitudes del realismo pragmático que considera que la
racionalidad de la guerra es la amoralidad, y es el imperativo de humanizar la
guerra, mientras se logra la paz. Esto supone pensar en el daño moral que
produce la guerra cuando no se respeta la dignidad del guerrero, cuando se cae
en la crueldad absoluta con el enemigo, cuando la guerra se convierte en
“exterminio total” o lo que es lo mismo, cuando se le impone al otro, la marca de
sus signos bestiales que termina “destruyendo la confianza indispensable para
instaurar en el futuro una paz duradera”123. De allí que acciones como el saqueo
indiscriminado, el envenenamiento de las fuentes de agua, el levantamiento de
muros de aislamiento (v. g lo ocurrido de un tiempo para acá en el contexto del
conflicto israelí – palestino), el asedio indefinido a pueblos, la imposición de
castigos corporales a los derrotados, el rapto generalizado de mujeres y niños, los
exterminios selectivos de población o los campos de concentración, sean
totalmente inaceptables desde la propuesta kantiana, que no por defender la
necesidad de mínimos de humanidad se encierra en un moralismo obsoleto
fácilmente desmentido por la cruenta realidad. Con el filósofo de Koenisberg
podemos entonces comprender hoy como muchas de las acciones que bien
puedan llegar a mostrar la efectividad real de las técnicas y los aparatos militares
de un Estado también son seguramente en el tiempo las que dificultarían o, en el
peor de los casos, harían imposible acuerdos racionales y maduros en una
sociedad124. Incluso desde este filósofo es posible comprender que los invocados
122
Kant, E. Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor. Op. Cit; p. 116
Kant, E. MC; 187 (347)
124 En el Informe Nacional de Desarrollo Humano, Colombia – 2003 se enfatiza en este tema de
forma muy decidida cuando se hace mención de las dificultades operativas, políticas y sociales que
subyacen a la aplicación del DIH en un país de conflicto violento irregular como el colombiano que
estarían llevando gradualmente a impedir o hacer más lejano las propuestas de humanización del
conflicto. De allí lo interesante de la discusión que plantea este informe y que asume que frente al
123
69
derecho a la guerra y derecho en la guerra no están para nada separados, ya que
una guerra que posiblemente haya iniciado con una causa justa puede degradarse
en su práctica, a través de la utilización de medios injustos, terminando en el
tiempo no sólo por imponer la racionalidad avasallante del dominador, sino
consolidando incluso estrategias de paz demasiado opresivas para las
poblaciones.
En tercer lugar, se nos plantea desde la propuesta Kantiana una búsqueda de
largo aliento y es hacia la superación del conflicto armado irregular como algo
racionalmente inviable, no así del conflicto humano, necesario y potenciador de la
libertad de los individuos y del horizonte humano. No obstante, en su intento por
lograrlo, han de construirse parcialmente treguas y armisticios entre los Estados,
han de irse construyendo y consolidando compromisos humanitarios y no
simplemente actos humanitarios entres las partes. Kant se nos aparece entonces
frente al tema de la guerra no simplemente como un filósofo con “sueños de
visionario” defensor a ultranza de un pacifismo grosero, sino mas bien todo lo
contrario, con una dosis de realismo moderado, volvemos e insistimos en esto, lo
que le permite apostarle a las relaciones de convivencia maduras entre Estados
que como parte de sus proyectos cosmopolitas se comprometen dentro y fuera de
sus fronteras a la defensa de los derechos y libertades ciudadanas, no cediendo
tan fácil y coyunturalmente a los impulsos de la guerra y a móviles insignificantes
que la motiven. En tal sentido, como el mismo Kant argumenta y a lo cual ya
hicimos referencia en el primer capítulo, para una constitución que no es
republicana, quizá la cosa a la que menos se le preste atención sea a la guerra,
porque es lo que menos perjudica a un jefe de Estado que no es miembro sino
propietario del Estado. Pero cuando la constitución es Republicana, lo que más
importa es la guerra, pues siempre ha de estar presente en los legisladores como
un mal y una calamidad en la que no deciden exclusivamente ellos, sino también
los ciudadanos del común:
puesto que tendrán que decidir sobre las calamidades de la guerra que
recaerán sobre ellos (tales como combatir ellos mismos; costear con sus
propios medios los gastos de la guerra; reparar, penosamente, la
devastación que ella deja tras de sí, y, para colmo de males, hacerse
tema de la humanización no habría que hablar solo de “actos humanitarios“ sino también de
compromisos humanitarios que “den lugar a asumir reglas de comportamiento para regular
situaciones futuras y que surjan de manifestaciones unilaterales o de acuerdos bilaterales o
multilaterales”; en tal sentido se entiende lo humanitario como “un proceso basado en la
modificación (voluntaria, presionada, negociada o forzada) de las actitudes violentas…que combina
el realismo de la gradualidad con la permanente exigencia de que los actores armados cumplan
con la totalidad del DIH”; p. 200. En el texto además se ofrecen unas “rutas de humanización
gradual del conflicto” que complementarían lo que hemos venido esgrimiendo a propósito de la
propuesta kantiana y que sería interesante seguir explorando a través de la investigación con otros
autores. Cfr. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo - PNUD. El Conflicto, callejón
con salida. Informe Nacional de Desarrollo Humano para Colombia – 2003. Bogotá, 2003. Segunda
Edición; p. p 193 – 211.
70
cargo, finalmente ellos mismos de la deuda que hará a la paz misma
amarga, y que nunca podrá ser saldada – a causa de próximas guerras,
siempre renovadas-), reflexionarán muy bien antes de comenzar una
empresa tan terrible como ésta 125
Empero, para no ser presas aquí de un malsano encantamiento kantiano,
tenemos que afirmar que la postura del filósofo frente al compromiso y
responsabilidad moral de los Estados en asuntos de guerra se ha enfrentado con
la crítica fuerte y sólida históricamente hablando de Hegel, salida de las barbas
mismas del realismo; postura ésta que no debemos despachar tan a la ligera y
que como ya hemos visto a través de esta argumentación es necesario sopesar
constantemente a la hora de evaluar las luces y sombras del proyecto kantiano.
De todas formas, corresponderá a un pensador más contemporáneo, como es el
caso de Habermas, remover y arar sobre la tierra kantiana.
Por ahora, podemos decir que, tanto en Hegel como en Kant, los Estados tanto
externa como internamente deberían constante y gradualmente estar revisando
eso de la necesidad de reconocerse en unos "mínimos" tanto en los tiempos de
guerra, como en las situaciones de falta de derecho o de crisis de las relaciones y
de las instituciones para no tener que acudir, al menor problema, a las vías de
hecho. En todo caso, acudiendo a Papacchini tendríamos que decir que en un
diálogo entre Kant y Hegel sería bueno aprovechar las tesis kantianas sobre la
guerra para fortalecer la creencia en la utopía de la paz “a pesar de las constantes
y duras desmentidas de la realidad y de la historia” y las tesis de Hegel para “no
subvalorar los obstáculos con los que nos enfrenta una tarea de esta
naturaleza”126. Queda entonces abierto el debate frente a las posibles
convergencias entre una y otra postura.
125
126
Kant, E Ensayo sobre la Paz Perpetua. Op. Cit
Papacchini, Angelo. Kant y Hegel: posturas encontradas frente a la guerra. Op. Cit; p. 119
71
4. MÁS ALLÁ DE LA GUERRA: HACIA LA PAZ PERPETUA
…La cuestión no es ya la de saber si la paz perpetua
es algo o es un absurdo, y si nos engañamos en
nuestro juicio teórico si suponemos lo primero;
sino que hemos de actuar con vistas a su establecimiento
como si fuera algo que a lo mejor no es, y elaborar
la constitución que nos parezca más idónea para lograrla…127
Tan amplias como discutidas han sido las definiciones de paz y las de la guerra.
Sin embargo, es posible descubrir dos grandes sentidos en la amalgama de juicios
sobre el concepto de paz. Uno es el descriptivo y otro es el valorativo. El primero
suele ser, comenta Ruiz Miguel siguiendo a Bobbio, puramente negativo, al menos
en sentido lógico, ya que considera que el término fuerte en la pareja guerra – paz
es el primero128. La paz queda entonces definida bajo una dicotomía simple y llana
como ausencia de guerra, en tanto lo que no es guerra es paz y lo que es guerra
no es paz. Quizá la posición más clásica a este respecto sea la expresada por
Hobbes en el capítulo XIII del Leviatán cuando refiere que: “la guerra no consiste
sólo en batallas, o en actos de lucha; sino en un espacio de tiempo donde la
voluntad de disputar en batalla es suficientemente conocida, [...] Todo otro tiempo
es de paz”129. Adicionalmente la mayoría de las posiciones de belicismo absoluto,
las cuales Ruiz Miguel referencia de manera juiciosa, van a privilegiar un concepto
de paz negativa130.
De otra parte, el sentido valorativo de paz enfatiza en el sentido positivo y sitúa el
término fuerte del binomio guerra – paz en el segundo término. Sin embargo,
dentro de este sentido que considera que la paz es posible y necesaria, existen
variantes significativas; están los que desde una posición teológico - cristiana la
consideran como un imperativo divino que debe ser instaurado e institucionalizado
en la tierra en tanto manifestación del amor legado a los hombres por Dios; pero
también los que desde posiciones más racionalistas defienden la paz como un
estado de justicia social, política y económica. Habría que decir que varias de las
corrientes pacifistas absolutistas que defienden la paz como un valor prioritario
estarían ubicadas dentro de ese sentido positivo. 131
MC; 195; (354)
Ruiz Miguel, Alfonso. La Justicia de la guerra y de la Paz. Op. Cit; p. 50
129 Hobbes, Thomas. El Leviatán. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1992
130 Aquí cabrían las actitudes nihilistas, las providencialistas y las finalistas históricas. Cfr. Ruiz
Miguel. Op. Cit; p. 84 - 89
131 Hablaríamos de pacifistas absolutos como aquellos que predican un pacifismo pasivo, un
pacifismo activo y los consecuencialistas. Cfr. Ruiz Miguel. Op. Cit; p. p 90 – 97. Una interesante
aproximación a la tipología de pacifismos expuesta por Scheler y que ya citábamos desde el
principio, se encuentra en el texto de Aron, Raymond. Paz y guerra entre las naciones; Op. Cit; p. p
836 – 839. Aquí Aron presenta, desde la tipología de Scheler, dos grandes bloques de pacifistas;
de un lado los que se rebelan contra la guerra, sin tener en cuenta una teoría sobre las causas de
la guerra, ni una doctrina sobre los medios de la paz y de otro lado los que fundan sobre una teoría
127
128
72
Ahora bien, tanto la noción negativa como la positiva de guerra son discutibles y
esto se deja entrever en el primer caso cuando se asume una visión realista o
pragmática del asunto haciendo de la paz una mera tregua o un bien entre otros
bienes, pero quizá no el más estimable; y en el segundo cuando se toma partido
por una visión idealista del asunto haciendo depender la paz del logro de una serie
de circunstancias o condiciones políticas, jurídicas, sociales o económicas, y
considerando además que sólo puede existir un tipo de paz perfecta, excluyendo
cualquier tipo de paz inestable o parcial. Para algunos éste sería el caso de la
postura kantiana, y quizá más contemporáneamente, el caso de Bobbio cuando
manifiesta que “hasta ahora la paz es imposible... porque faltan todas aquellas
condiciones que podrían posibilitarla”132.
Sin embargo, lo importante por ahora, al menos para nuestros propósitos, es
señalar que no es aceptable un concepto ideal de paz en el que se asuman
posiciones y valores últimos de armonía total y de paz perpetua, entiéndase aquí
por paz perpetua una paz de ángeles, y por supuesto éste no es el proyecto
kantiano como trataremos de mostrar en este capítulo. Igualmente esta salida
hace que prevalezca, y en esto es bien sugerente la posición de Ruiz Miguel, una
falsa ilusión frente a los problemas y conflictos prácticos pues siempre quien
desea la paz suele estar obligado a elegir entre desearla más o menos que otros
valores y no a desearla únicamente como el valor último y más preciado.
Realmente en los conflictos reales casi siempre se termina escogiendo entre un
tipo u otro de paz dependiendo entre otros factores de la tipología de los actores,
los escenarios de conflicto, o los intereses en juego. No asumimos esto último
como el deber ser, sino simplemente como una descripción de lo que
habitualmente suele pasar. Por otra parte, la noción positiva de paz no puede
de la guerra, acciones pacíficas o bélicas con miras a conseguir la paz. A la primera especie
corresponderían los pacifismos de la no – violencia, de la religión y de la cultura. A la segunda
pertenecerían los pacifismos económicos, jurídicos, marxistas, imperialistas y capitalistas. Lo
interesante de la visión de Aron está por supuesto enlazada páginas más adelante con nuestra
tesis, cuando intenta ubicar los pacifismos en dos tipos de finalidad: los que defienden la paz por el
derecho apelando a la noción de federación o asociación de naciones, que ya discutiremos más
adelante en el caso de Kant; y los que defienden una paz imperialista e impuesta. Aunque Aron
defiende la primera forma, considera que en el mundo se está tendiendo más hacia la segunda. Cfr
p. 896.
132 Dentro de estas condiciones estarían las Bobbio llama negativas y positivas. En las negativas
sitúa la que considera que la paz sólo es posible entre dos sujetos o estados que no se consideren
por siempre enemigos; en las segundas se ubicarían tres condiciones, en primer lugar la que
considera que es necesario un pacto de no agresión; en segundo lugar la que busca el
establecimiento de un pacto normativo para solucionar futuros conflictos y finalmente en tercer
lugar la que pretende el establecimiento de un poder común que permita que entre dos partes en
conflicto pueda existir un tercero que medie, que arbitre o que juzgue y que Bobbio llama “tercero
incluido”. Esta última es en definitiva la condición más importante, e ideal, pues es la que garantiza
la no violación de los dos pactos anteriores. La percepción de Bobbio es sugerente también en
tanto permite comprender la relación entre los marcos normativos de la guerra y de la democracia.
Cfr. Bobbio, N. El tercero ausente. Op. Cit; p. p 257 – 261
73
llevarnos a justificar que cualquier situación de conflicto es por tanto una situación
bélica y de ausencia total de paz. El conflicto bélico es una forma de acción
conflictiva pero no es la manifestación unívoca del conflicto. En esto por supuesto
la sociología ha profundizado mucho y nosotros al menos hemos querido dejar en
claro esto en el segundo capítulo del libro.
Con lo anterior tampoco queremos dejar la impresión de confianza absoluta frente
al concepto negativo de paz. Este también tiene sus limitaciones y no porque sea
absolutamente pragmático o realista, sino porque lo consideramos excesivamente
descriptivo, dejando de lado una valoración moral de la paz; en muchos casos
deja el intersticio o las fisuras propicias para el despeje total de la regulación moral
en el conflicto bélico. En este punto nos distanciamos de la posición de Ruiz
Miguel, ya que él considera precisamente lo descriptivo de esta noción como una
gran ventaja133. Empero, esa posición excesivamente descriptiva de la guerra, es
la que nos brinda la oportunidad de acudir al texto de Kant, no para evaluar si es
un belicista absoluto, cuando defiende en algunos textos, señalados en el capítulo
tres, la inevitabilidad histórica de la guerra, o un pacifista absoluto cuando pregona
un proyecto de paz duradera, sino para reflexionar desde él la factibilidad de
pensar la paz desde dentro del horizonte del conflicto mismo, como un asunto
tanto moral como político, tanto valorativo como descriptivo. Ese será pues a partir
de ahora nuestro propósito en este capítulo.
La estructura del capítulo nos conduce entonces en un primer momento a
visualizar el ensayo de Kant Sobre la Paz Perpetua en su amplitud contextual.
Seguidamente se examinarán una por una las condiciones preliminares y
definitivas del establecimiento de la paz entre los hombres y entre las naciones,
desentrañando luego la garantía o las garantías de no violación de las mínimas
condiciones. Finalmente, cerraríamos con la búsqueda de lo realizable y no
realizable en el proyecto Kantiano, doscientos años después, acudiendo al sentido
de la propuesta del artículo de Habermas “La idea kantiana de la paz perpetua,
dos siglos después” y algunas versiones más contemporáneas de la discusión.
4.1 LA PAZ PERPETUA EN CONTEXTO
El ensayo Sobre La Paz Perpetua, que destaca por su ironía en el título y que
reproduce, como señala explícitamente su autor, el nombre de una posada sobre
cuyo letrero yacía pintado un cementerio, fue publicado a finales de 1795 en
Koenisberg, Prusia Oriental y escrito para el gran público. En el ocaso de la vida
de Kant puede ser considerado o bien como un manifiesto político de un “filósofo
que sueña el dulce sueño de la paz” a propósito de la paz firmada entre Francia y
Prusia en enero de 1795 en Basilea; sin embargo, también puede considerarse
como una declaración de inconformidad frente al Estado Prusiano y sus
133
Ruiz Miguel, Alfonso. Op. Cit; p. 54
74
gobernantes por su persistente atraso constitucional y su tendencia a la agresión
contra sus vecinos, que parecen estar “nunca hartos de guerra”. De todas formas,
el texto es básicamente un ensayo político popular que aborda asuntos
concernientes al derecho internacional, así como un excelente complemento a
otros textos del autor mencionados arriba.
Con la publicación de esta obra, fueron muy variadas y contradictorias las
interpretaciones que recibió la exposición de Kant en el mundo académico.
Siguiendo a W. B Gallie podemos encontrar que en sus comienzos se llegó a
considerar el breve ensayo de Kant como un claro llamamiento a la acción política
inmediata de los Estados para garantizar la paz; por otro lado, como el ideal moral
al que los Estados, o al menos los gobernantes, debían aspirar en sus relaciones
exteriores y finalmente como un folleto pacifista que también daba cabida a la
creación de milicias ciudadanas con propósitos defensivos134. Sin querer defender
una u otra posición consideramos aquí que la que más se aproxima a nuestro
propósito de entender lo que significa para Kant la paz perpetua es la segunda,
máxime cuando de principio a fin parece que para Kant la paz perpetua entre los
Estados es tanto un imperativo político que concierne a los hombres de Estado
como un imperativo moral que obliga a todo hombre racional.
De todas formas, es necesario captar que Kant escribe este texto en medio de una
situación política internacional muy candente, marcada por unos Estados
europeos que a lo largo de varios siglos habían tenido como experiencia política la
guerra intestina tanto a nivel interno como externo, llegando al punto de
considerarla como una estrategia casi exclusiva de supervivencia política bajo el
nombre de guerra justa. Frente a tal situación histórica varios fueron los teóricos
de la política y del derecho que decidieron manifestarse sobre el sentido que la
guerra cobraba para el desarrollo cultural y económico de Europa, otorgando por
supuesto respuestas muy disímiles al respecto. Para varios estudiosos del tema,
especialmente para Truyol, pensadores tales como el Abate Saint - Pierre y
Rousseau, entre otros, proyectaron varios esquemas para realizar lo que llamaron,
de manera un tanto entusiasta, paz "duradera" o "perpetua". Sin embargo, para
Truyol, el trabajo más celebrado de la época fue, sin duda, el panfleto de Kant135.
En Proyecto para hacer posible la Paz Perpetua, Saint - Pierre sugirió que sólo
una federación fuerte y permanente podría mantener el imperio del derecho entre
Gallie, W.B. Filósofos de la Paz y de la Guerra. F.C.E. México, 1979
Truyol, Antonio. A modo de Introducción: La paz perpetua de Kant en la historia del derecho de
gentes. En: Roberto R. Aramayo el al (editores) La paz y el ideal cosmopolita de la Ilustración. A
propósito del bicentenario de Hacia la paz perpetua de Kant. Editorial Tecnos. Madrid, 1996.
Bobbio ubica el proyecto de Kant, junto con los de Saint – Pierre, Saint Simón y Thierry (1814)
“Reorganización de la Sociedad Europea” como los tres proyectos político - jurídicos más
importantes desde que las primeras guerras de equilibrio europeo junto con las napoleónicas
hicieron patente el problema de la eliminación de la guerra para garantizar la convivencia. Cfr.
Bobbio, N. El tercero ausente. Op. Cit; p. 185
134
135
75
las naciones. Había imaginado una gran alianza de los príncipes y reyes cristianos
de Europa a través de la cual podrían renunciar a la guerra, establecer
procedimientos para arbitrar disputas y mantener una fuerza policial común. De
acuerdo con Saint - Pierre, los estados europeos deberían acordar sobre cuatro
puntos básicos: crear un cuerpo ejecutivo, llamado Senado de Paz; cada Estado
debía proveer la renta necesaria para sostener un ejercito internacional; en caso
de disputa entre dos estados, los estados en conflicto debían buscar la
reconciliación a través de una mediación comisionada por los miembros de la gran
alianza y en caso de fracaso, debían someter la controversia al arbitraje final del
Senado de Paz; en caso de que un estado rehusara consentir con la decisión de la
alianza o del Senado, un ejército internacional debía ser utilizado para forzar la
sumisión136.
El proyecto de Saint - Pierre era un verdadero intento de crear una suerte de
gobierno europeo, independiente y superior a los estados individuales. Con el fin
de hacer que el sistema funcionara, cada Estado renunciaría al derecho de
manejar sus disputas internacionales abandonando el mantenimiento de ejércitos
nacionales. Pero el problema principal con este proyecto era la dificultad de
persuadir a los ambiciosos príncipes de que se beneficiarían con el
establecimiento de una federación soberana. La respuesta entonces de Saint Pierre fue más bien ingenua: asumió que los príncipes estarían de acuerdo en
crear el sistema bajo la recompensa de las inmensas ventajas que una certera paz
traería a ellos y a sus casas reales. Diferente a Saint - Pierre, Rousseau pensaba
que la guerra era simplemente demasiado provechosa como para que príncipes y
reyes la abandonaran tan fácilmente. El filósofo ginebrino no veía real la
posibilidad de que los estados europeos se sometieran a una regla federal. De esa
forma abandonó el problema como irresoluble.
Ahora bien, cuando Kant emprendió la tarea de escribir un ensayo político acerca
del problema de la paz, estaba atento no sólo a los ideales de Saint - Pierre, sino
también a la seria advertencia de Rousseau. Sin embargo, a nuestro entender,
Kant abordó el problema desde un punto de vista más amplio en tanto consideró a
la guerra: primero, como un mal intolerable e inexcusable al que había que
buscarle solución de una vez y para siempre; segundo, como un proceso de difícil
tránsito y con no poco esfuerzo y costo político; tercero, como opuesta al derecho
en tanto mecanismo irracional de los hombres para prevalecer sobre los otros
hombres y su dignidad. Por ahora y después de haber presentado grosso modo el
contexto de la obra y el debate que se propicia con el pensamiento de sus
contemporáneos podemos comenzar por dilucidar la respuesta a la pregunta ¿qué
Cfr. Bouthoul, G. La guerre. Op. Cit; p. p 108 – 111. Este autor ubica al Abate Saint Pierre
dentro de la corriente de los que promulgan una paz jurídica, aquí ubica también a Jeremías
Bentham. Es lamentable, sin embargo, que no mencione el trabajo de Kant en cuanto a los
proyectos de Paz del siglo XVIII.
136
76
es la paz perpetua en Kant y cuál es el sentido ético - político que encierra esa
pregunta?
4.2 LO “PRELIMINAR” Y LO “DEFINITIVO” EN EL CAMINO A LA PAZ
PERPETUA ¿QUE ENTIENDE KANT POR PAZ PERPETUA?
Al igual que Hobbes lo hizo en El Leviatán, y en De Cive137, y siglos más tarde lo
hiciera Freud en el Malestar en la Cultura, Kant aceptó como lógico más no como
moralmente aceptable el postulado pesimista de que "el estado de paz entre los
hombres que viven juntos no es el estado natural; el estado natural es el de
guerra." Este postulado, sin embargo, tenía un antecedente en su obra Idea de
una historia Universal en sentido Cosmopolita cuando en ella, como ya lo
mencionamos, se atrevió a formular que el plan de la naturaleza sobre el hombre
era precisamente el de permanecer en una continua insociable sociabilidad
humana resultando en condición esencial para el desarrollo de sus
potencialidades y dotes naturales. Desde esta perspectiva, el estado de paz o de
civilidad como quiera llamársele sólo podía ser fruto de una creación artificial y
consciente de los hombres. Lo interesante del asunto era que este razonamiento,
desde la óptica kantiana, no solo podía ser aplicado entre los hombres sino
también en las relaciones establecidas entre los estados. A renglón seguido
pensaba Kant que frente al hecho que la paz internacional no existiera como una
realidad sino más bien lo contrario, no se seguía con ello una imposibilidad para
buscarla. Más bien, la paz internacional era una condición necesaria y no
simplemente práctica o de habilidad política; un imperativo moral que conducía
indefectiblemente a los hombres a asociarse en una comunidad política ordenada
con el fin de superar el estado insoportable de guerra civil permanente.
Al diseñar un plan para la paz perpetua, Kant se dio a la tarea de distinguir entre lo
que se podía hacer transitoriamente mientras se lograba la paz y lo que había que
instaurar definitivamente a largo plazo para consolidar cualquier proyecto
cosmopolita entre las naciones. De allí que haya dividido su tratado en dos
secciones: la primera dedicada a los “artículos preliminares” y la segunda a los
“artículos definitivos”. No obstante, la obra pretendía abordar no sólo lo
concerniente a la guerra y a la paz, sino en general el problema de las relaciones
morales y políticas entre los Estados y gobiernos, de allí que el texto en su versión
Hobbes reconoce que la mayor parte de los filósofos (en general todos los herederos de la
tradición aristotélica) evaluaron mal la naturaleza humana al creerla más cerca de la socialización
que del interés egoísta y calculador. Lo afirma en su texto De Cive: “La mayoría de los que
escribieron sobre política suponen, afirman o postulan que el hombre es un animal nacido con
disposiciones para vivir en sociedad [...] este axioma aunque aceptado por la mayoría de los
autores, no deja de ser falso y el error proviene de un examen demasiado superficial de la
naturaleza humana...(pues) toda sociedad se forma por utilidad o por vanidad” En: Hobbes, T.
Antología (De Corpore, La naturaleza humana, Del ciudadano). Editorial Península, Barcelona,
1987. Editado por Enrique Lynch; p. p 197 - 198
137
77
definitiva haya integrado dos anexos o apéndices, el primero sobre la discrepancia
entre la moral y la política desde la perspectiva de la paz perpetua y el segundo
sobre la armonía de la política con la moral desde el concepto trascendental de
derecho público138.
En cuanto a los artículos preliminares que contienen las condiciones primarias
para alcanzar gradualmente la paz, Kant destacó en primer lugar el principio de
que “ningún tratado de paz que se haya celebrado en secreto entre los estados
debe considerarse como válido”139. Es decir, una paz que se precie de ser
duradera no puede celebrarse con base en políticas secretas que “escondan” u
“oscurezcan” motivos o “razones de estado” para realizar la guerra después bajo
cualquier pretexto. Además, una paz ganada a ese precio sería sólo un armisticio
o un cese de hostilidades, lo que significaría que al menor descuido de una de las
partes, la otra no duraría en sacrificar el pacto y reiniciar la guerra.
Indudablemente este artículo preliminar estaba en consonancia con la idea de la
publicidad del derecho y la necesidad de hacer públicos los acuerdos mínimos.
En cuanto a la segunda y tercera condición el filósofo alemán coloca sobre la
mesa de discusión dos temas: el primero relacionado con la inviolabilidad de la
soberanía y los peligros de despotismo que esto acarrearía para el mapa europeo
si los Estados, por pequeños o grandes que estos sean, llegasen a ser presas de
otros y adquiridos mediante el cambio, la herencia, la compra o la donación; y el
segundo excesivamente controvertido aún hoy día, relacionado con la idea de la
desaparición gradual de los ejércitos permanentes y la posibilidad de que los
ciudadanos voluntariamente pudieran fungir de militares llegado el caso de la
defensa nacional140. Por supuesto, si bien aquí no aparece aún el tema del
nacionalismo alemán y tampoco la idea del “espíritu del pueblo” algo que si estará
muy presente en las obras de Hegel y Weber para el caso alemán, en Kant este
asunto es de capital importancia en cuanto reivindica una vez más la noción de
soberanía y autonomía política en el marco de las relaciones estatales. Tema que
desde luego resultaría vital, años después tras el estallido de la primera guerra
mundial y el llamamiento a filas de la sociedad europea en su conjunto.
En lo relacionado con la cuarta condición, menciona la cuestión de la no emisión
de deuda pública en relación con los asuntos de política exterior, ya que sí bien el
crédito exterior resultaría ventajoso para el fomento de la economía nacional de un
Estado al hacer posible la inversión en infraestructura, también haría imposible a
futuro la consolidación de proyectos de paz debido al endeudamiento excesivo, si
El texto a su vez está integrado por dos artículos suplementarios que abordan temas
interesantes a los que dedicamos parte de la reflexión en nuestra monografía y que tienen que ver
con la garantía de la paz perpetua y con la función de las máximas de los filósofos en asuntos de
paz y guerra. Cfr. Kant. Sobre la Paz Perpetua. Op. Cit; p. p 31 - 44
139 Kant, I. Op. Cit; p. 5
140 Op. Cit; p. p 6 – 8
138
78
sólo se hiciera con la finalidad de fomentar la guerra141. Sin embargo, pese a la
pretensión de Kant del no endeudamiento nacional, lo que ocurriría después sería
precisamente lo contrario, ya que la consolidación de los Estados Nacionales se
daría precisamente a través del endeudamiento público y el acrecentamiento del
crédito exterior para el mantenimiento de señores y economías de guerra.
En lo que atañe a la quinta condición vuelve y destaca, como ya lo había hecho
frente a la segunda, el tema del respeto a la autonomía y soberanía estatal, en
tanto asume como principio que “ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en
la constitución y gobierno de otro142; aquí de todas formas es mucho más
categórico al afirmar que sólo en casos como la división o las disensiones internas
en un Estado y bajo la amenaza de la anarquía total se justificaría la intervención
de un tercer Estado, pero sólo como mediador. De hecho, al no existir el menor
indicio de tal amenaza, sólo el Estado afectado tendría que arreglárselas con sus
problemas internos, de lo contrario se estaría poniendo en peligro su autonomía
política. La figura del mediador es incluso indicativa de eso que Bobbio
denominara “tercero incluido”. De todas formas, las llamadas “intervenciones
unilaterales” a naciones y Estados ha sido una constante de la política
internacional en el mundo moderno, pese al llamamiento al respecto por la
autonomía estatal. Incluso no han faltado las justificaciones filosóficas y jurídicas.
Pensemos por ejemplo lo propuesto por Michael Walzer cuando considera que los
estados (léase Estados Unidos) podrían usar la fuerza militar frente a una
amenaza de guerra, siempre y cuando de no hacerlo estuviera en “grave riesgo”
su integridad territorial o su independencia política.143
Finalmente, Kant aclara, como parte de esas condiciones preliminares, una que
nos parece decisivamente importante y que ha ido cobrando fuerza con el paso de
los años: la relacionada con la máxima de que “Ningún Estado en guerra con otro
debe permitirse utilizar instrumentos que hagan imposible la confianza en la paz
como los asesinos a sueldo, la traición o el quebrantamiento de los pactos”. Como
hemos venido anotando, de todas las condiciones preliminares mencionadas por
el filósofo para el logro consecutivo de la paz en medio del conflicto ésta parece
ser decisiva, ya que aquí se evidencia la proscripción del exterminio, la sujeción o
el dominio del otro y más aún el castigo o la guerra punitiva. Kant, es enfático al
decirnos que es necesario, incluso en la guerra, asumir un voto de confianza en la
“mentalidad” del enemigo, en sus “motivaciones racionales” pues de lo contrario
sería imposible lograr confianza en la paz mediata y futura y lo único que
prevalecería sería la venganza, la retaliación y el exterminio, incluso hasta del
género humano mismo, por cualquier medio disponible. Definitivamente aquí se
Op. Cit; p. p 8 - 9
Op. Cit; p. 9
143 Walzer. Guerras Justas e Injustas. Op. Cit; Para un análisis complementario de la versión de
Walzer Cfr. Jaramillo y Echeverri. Las teorías de la guerra Justa, implicaciones y limitaciones. Op.
Cit.
141
142
79
acerca el filósofo alemán a una propuesta clara de humanización de la guerra,
primer paso para una paz duradera y razonable donde el respeto a la dignidad del
enemigo cultive y permita cosechar el reconocimiento futuro entre las partes
enfrentadas144. En ese sentido vale también la pena volver a citar a Arendt con su
insistencia a que no deje de primar durante la guerra el espacio político entre los
estados, entre los combatientes, entre los pueblos. En el fondo es a que el mundo
de acciones y afectos interhumanos no se convierta en un desierto y lo que es
peor, no termine imperando la ley del desierto (la de los señores de la guerra) que
termina “arrastrando a la ruina a un mundo entero con toda su riqueza de
relaciones”. 145
Ahora bien, cuando Kant esgrime y justifica la necesidad de comenzar por poner
diques a la confrontación bélica entre las naciones a través de la aplicación
paulatina y gradual de esos requisitos preliminares, asume un punto de vista
A propósito de esta posición de respeto y confianza en el adversario, Bobbio en su ya citado
texto El tercero Ausente llama la atención sobre la necesidad de establecer condiciones primarias
para el establecimiento de una paz futura, más o menos en los siguientes términos: “la paz sólo es
posible entre dos sujetos que no se consideren enemigos... mientras existe la relación amigo –
enemigo, la paz es sólo una tregua”. Este llamado de atención de Bobbio, hecho en pleno apogeo
de la guerra fría, sigue teniendo sin duda validez en tanto países como Estados Unidos siguen
asegurando su posición de dominio geopolítico y geoeconómico en el mundo, a través de la lógica
amigo – enemigo; una clara muestra de esto ha representado la guerra contra el enemigo Irak y las
alianzas estratégicas con amigos como Inglaterra y España. Ahora bien, esta lógica amigo –
enemigo en el plano de las relaciones políticas internacionales tiende a convertirse en lo que
Bobbio y Aron tan sabiamente llaman un equilibrio del terror cuyo fundamento es una paz
sustentada en el temor recíproco a la amenaza de cada uno de los países que han pactado o se
han visto obligados a pactar acuerdos de paz. Crf. El tercero Ausente. Op. Cit; p. p 257, 261 – 262;
Aron, R. Paz y Guerra entre las naciones. Op. Cit. Para la ampliación de la visión de lo político en
términos de la contraposición amigo – enemigo habría que remitirse a Carl Schmitt quien considera
que lo que está en juego en la política internacional es saber tomar decisiones efectivas en
situaciones de crisis. Saber que existen amigos y enemigos y que llegado el caso de una
confrontación absoluta o “guerra total” podría traducirse en un exterminio existencial del otro.
Desde la óptica de Schmitt la fuerza política de un Estado estaría en su capacidad de defenderse y
no renunciar nunca a “estar alerta”. Un pueblo que lo hace, pensando que el mundo puede ser
benigno con él, pensando que existe respecto por la soberanía, está siempre sujeto a desaparecer.
Cfr. El Concepto de lo Político. Alianza Editorial, Madrid, 2002. Para una revisión crítica de la
versión moderada de Kant y la radical de Schmitt Cfr. Beriain, Josetxo. Modernidades en disputa.
Editorial Anthropos. Barcelona, 2005; p. p. 138 – 151. También Cfr Sampson, Anthony. Reflexiones
sobre la violencia, la guerra y la paz. En: Papacchini, Angelo et al (ed). Violencia, Guerra y Paz.
Una mirada desde las ciencias humanas. Facultad de Humanidades. Universidad del Valle, Cali,
2001; p. p. 84 – 85. Una interesante disertación sobre los conceptos de amigo, enemigo, guerra
total, especialmente esto último visto a la luz de la cruzada político – moral contra Ben Ladem y la
red fundamentalista Al Qaeda tras los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, se plantea
como ya lo hemos citado en paginas precedentes en Rodríguez Woroniuk, Erik. Política y guerra
en el pensamiento de Carl Schmitt. Op. Cit; p. p 190 – 196. Cfr también el estudio de Jürgen
Habermas La idea Kantiana de paz perpetua. Desde la distancia histórica de 200 años. En:
Habermas, J. La inclusión del otro: estudios de teoría política. Paidós, Barcelona, 1999. Traducción
de Juan Carlos Velasco Arroyo y Gerard Vilar Roca; p. p 147 – 188.
145 Arendt. ¿Qué es la Política? Op. Cit; p. p 129 – 130.
144
80
interesante con miras al fortalecimiento de un derecho cosmopolita futuro, en tanto
considera que la primera, la quinta y la sexta condición son de estricto
cumplimiento o de eficacia rígida pues no admiten atenuantes y son para ser
aplicadas por los Estados en un plazo corto; mientras que las condiciones dos,
tres y cuatro, representan asuntos más flexibles, ya que pueden admitir
consideraciones subjetivas y su ejecución podía aplazarse para los Estados. Lo
que observamos aquí es una clara muestra de la defensa kantiana de los
acuerdos primarios o “acuerdos sobre lo fundamental” o “acuerdos mínimos” que
serían el punto de partida, si lo que se quiere es ir ganando en confianza mutua
entre las partes. Sin embargo, lo que debe quedar claro es que en esos seis
artículos preliminares lo que Kant coloca de presente es que cada Estado es
soberano, siempre interna y externamente es un fin en sí mismo, ya que, siendo
una sociedad de hombres libres, solo ella tiene capacidad de legislación sobre sí
misma y la guerra no puede convertirse en un instrumento político para violentar
esa soberanía. Las únicas guerras que finalmente se podían aceptar, llegado el
caso, serían las defensivas y sólo en tanto ellas fueran el único medio para
defender asuntos tan preciados como la libertad y la autonomía de los pueblos.
Según los lectores del texto de Kant como Gallie, este último presupuesto de Kant
sería compatible con la idea de que la guerra, aún si fuese abandonada en
principio, no podría ser erradicada inmediatamente de las relaciones
internacionales, es decir hasta tanto no fuera completado el largo proceso que
lleva a establecer la paz razonable, la guerra debería ser mantenida como una
forma de legítima defensa frente a agresiones potenciales.146
Tras la exposición de las condiciones preliminares, Kant expone las que considera
son condiciones definitivas y que exigirían un mayor esfuerzo y compromiso a
largo plazo para el establecimiento de la paz perpetua. La primera de esas
condiciones se relaciona con el establecimiento de una constitución republicana
para todos los estados; la segunda con la creación, consolidación y mantenimiento
de una federación de naciones; y la tercera con la creación de un derecho
cosmopolita bajo el cual cada individuo llega a ser miembro una comunidad global
hasta convertirse en un ciudadano del mundo.
A propósito Papacchini comenta que pese al anhelo idílico de Paz, Kant (un pacifista
moderado) no era indiferente a la dificultad que encarnaba el encontrar a corto plazo una
alternativa viable a la práctica del enfrentamiento armado, "que se transforma en muchos casos en
un mal menor frente a la entrega resignada al enemigo" y "que en casos extremos, una vez
agotadas las formas alternas de lucha y el recurso a diferentes clases de fuerza... puede
representar una manera de tomar en serio nuestra dignidad y libertad" Crf. Derecho a la Vida.
Editorial Universidad del Valle/Colciencias, Cali, 2001; p. 288. Crf del mismo autor La Ética ante el
Desafío de la guerra. Op. Cit; p. 44. En este texto Papacchini confronta radicalmente la eficacia de
la desobediencia activa desarmada o lo que Ruiz Miguel también llama pacifismo pasivo que
defiende el principio ético de que es peor ejercer la violencia que padecerla. Una actitud de ese tipo
nos podría colocar, según Papacchini, en una condición de indefensión total frente a los violentos.
Crf. Ruiz Miguel, Alfonso. La Justicia de la guerra y de la Paz. Op. Cit; p. p 94 – 95.
146
81
En cuanto hace relación a la primera condición Kant afirma categóricamente que
la única forma de gobierno (entiéndase aquí diferente de forma de Estado)
mediante la cual un orden jurídico hace posible un orden de convivencia para
todos y no únicamente para unos pocos es el republicanismo. Aunque este tema
ya lo hemos tocado en el primer capítulo, es necesario hacer algún tipo de
consideración adicional. Por republicanismo entendía una forma de gobierno no
despótica (y en este sentido Kant concibe así a la democracia, como “Tiranía de la
mayoría”) en la que el representante asumía como voluntad propia la voluntad del
cuerpo común encargándose de cumplirla147. A diferencia del despotismo, las
leyes republicanas no se ejecutan arbitrariamente y la constitución está basada en
tres principios reguladores básicos: la libertad de todos los miembros de la
sociedad en tanto que hombres; la dependencia de todos bajo una única
legislación común en tanto que súbditos; y la igualdad de todos en tanto
ciudadanos148. No obstante, tengamos en cuenta aquí que los conceptos de
libertad e igualdad que maneja Kant van a estar muy asociados, volvemos y
reiteramos aquí, al liberalismo clásico. Un liberalismo marcado por el
individualismo voluntarista, en tanto lo primero lo asume como la capacidad de
autolegislación del individuo y lo segundo como igualdad política más no social. El
tema incluso de la igualdad social será algo más cercano al siglo XIX y al siglo XX.
De todas formas, dejando de lado esta última referencia que no nos concierne por
ahora, lo importante en la argumentación de Kant es que en el momento en que
los Estados asuman una forma de gobierno republicana, se van a ver menos
impelidos a agredirse y por tanto estarán más condicionados a garantizar la
defensa de la convivencia mutua tanto en el plano nacional como
internacionalmente. En tal sentido, podemos afirmar que a Kant no le interesa
cualquier forma de gobierno, ni a cualquier precio, ni por lo tanto cualquier
esquema político y jurídico para lograr la paz, sino una paz internacional
sustentada en un orden republicano internacional que limite gradualmente la
hostilidad entre las naciones y entre los individuos, hasta garantizar una paz
duradera y razonable entre los mismos.
La segunda condición está asociada por su parte con el establecimiento de una
federación o liga de naciones. Ante la pregunta ¿Qué hacer para garantizar la paz
entre los estados? Kant argumenta que en aras de su seguridad cada uno de los
Estados puede y debe exigir del otro que formen una federación de pueblos. Sin
embargo, Kant previene contra la idea de considerar federación como un Estado
de pueblos, es decir como el intento de fusión de los Estados en uno solo, con la
consiguiente pérdida de la autonomía de sus asociados y la soberanía política del
Estado como institución149. Lo que se busca con esa federación de pueblos, según
Kant. Sobre la Paz Perpetua. Op. Cit; p. p 17 - 18
Op. Cit; p. 15
149 Op. Cit; p. 21. Para una versión sobre la forma cómo Kant fue pionero en la intuición sobre el
surgimiento de las Naciones Unidas Cfr el texto de Hoyos Vásquez, Guillermo. “Las Naciones
147
148
82
Kant, es acabar con la guerra definitivamente, pero sin recabar el poder de ningún
Estado en particular. Ahora bien, a los ojos de un hombre del siglo XXI Habermas, por ejemplo - el intento de Kant podría representar un optimismo
ilustrado exagerado frente a experiencias como la Sociedad de Naciones, luego
convertida en la ONU. No obstante, si tenemos en cuenta que para Kant el
propósito de esa federación es ante todo de largo aliento, con no poco costo
político y social, podríamos entonces comprender y aceptar como un “ideal” de
sabiduría política – que haría más bien que mal - el llevar a que los Estados
renuncien libremente y no tengan que ser coaccionados en su derecho de hacer la
guerra. La enseñanza filosófica de Kant al respecto es que la convicción moral y
política de cada Estado y de cada asociado sobre la necesidad y racionalidad de
una paz duradera, son mucho más importantes que los tratados y los pactos
coercitivos entre ellos. De todas formas habría que decir que pese al posible
pesimismo de Habermas frente a la propuesta kantiana, aceptará que una paz
apoyada en una formación multilateral de la voluntad anclada en el núcleo
universal de la democracia y de los derechos es mucho más duradera que la
imposición unilateral a sangre y fuego. 150
Finalmente, como tercera condición sugiere Kant la creación de un derecho
cosmopolita. Y este rasgo es realmente innovador en la propuesta jurídico –
política de Kant pues además de que completa el derecho político y el de gentes
expuestos también en Metafísica de las Costumbres, coloca en primer plano el
presupuesto de que todos los hombres tienen derecho de propiedad sobre la
superficie de la tierra que habitan y ninguno tiene más derecho que otro sobre ella;
aquí nuestro filósofo asume que todo hombre puede transitar e interactuar
libremente con otros y no puede ser hostilizado sin motivo, ni tratado como
enemigo. Aquí es interesante la reflexión de Beriain en tanto entiende la propuesta
kantiana como un proyecto de ética de hospitalidad global que demarca una de las
tantas posibilidades de la modernidad para enfrentar la violencia transnacional. 151
Un rasgo interesante en la propuesta kantiana es que concibe como una
necesidad no solo política sino también como un imperativo moral hacer del
derecho un instrumento de repercusiones cosmopolitas para todos los hombres y
para todos los pueblos (un derecho público de la humanidad) constituyéndose en
una condición de posibilidad jurídica y ética que permitiría avanzar en el logro de
una paz mundial concertada152. Habría que decir adicionalmente que la propuesta
de Kant respecto de un derecho con repercusiones cosmopolitas si bien ha podido
revestir algún tipo de crítica en cuanto a su efectividad internacional, y esto lo
veremos más adelante con Habermas, en lo fundamental sigue siendo una
propuesta válida, vigente y con posibilidades de ampliación.
Unidas a la luz del pensamiento de Kant. En: Revista Javeriana. Pontificia Universidad Javeriana,
Bogotá. Vol. 140, No. 704, mayo 2004; p. p 18-27
150 Habermas, J. “¿Qué significa el derribo del monumento?”. El País, España, 20 de mayo de
2003. Citado por Beriain, J. Modernidades en disputa.
151 Beriain, J. Modernidades en disputa. Op. Cit; p. 138.
152 Kant. MC; 192 – 193; (352 – 353)
83
4.3 LA GARANTÍA DE PAZ PERPETUA ENTRE LOS INDIVIDUOS Y ENTRE
LOS ESTADOS.
Admitamos por ahora con Kant que la guerra es inaceptable pues resulta ser
opuesta al derecho (al menos al derecho cosmopolita), políticamente genera
costos innecesarios y moralmente es incorrecta ya que instrumentaliza al ser
humano. Entonces no deja de surgir esta inquietante pregunta ¿Qué garantiza que
el ser humano y los estados consideren siempre y en todo momento la guerra
como inaceptable? Aquí surge una duda inmensa, sobre todo reconociendo con
Kant y esto lo hemos puesto de relieve en el capítulo dos, las tendencias e
inclinaciones naturales del hombre a la hostilidad, la rivalidad y el aislamiento.
De nuevo vuelve a ser categórico Kant en sus afirmaciones en el primer
suplemento al texto de la Paz Perpetua: la primera garantía de paz se encuentra
en un “designio de la naturaleza”, en una “astucia natural” expresada en la
disposición de los hombres a la perfección153. Y esto se comprende en el
optimismo moral de Kant en tanto la noción de naturaleza encierra ambiguamente
diversos usos. Resultando por una parte la que proporciona el caldo de la
discordia y la hostilidad, pero también la que finalmente contribuye a la armonía
política. No olvidemos que ese es finalmente el sentido de la expresión que ya
comentábamos, la insociable sociabilidad humana. Ahora bien, hacer
comprensible el sentido de la garantía de paz que proporciona la naturaleza
significa desentrañar las bases de la doctrina moral y de la filosofía de la historia
de Kant, lo cual ya hemos tratado de hacer con más detalle en capítulos
anteriores. Sin embargo, ampliemos un poco más el asunto.
La paz es para Kant un deber moral y una condición política que, como tal, no
puede ser impuesta por medios coercitivos. Como imperativo de la razón los
hombres deben adoptar como máxima de comportamiento, independientemente
de su posibilidad de realización, la consecución de la paz. Los hombres deben
actuar como si la paz perpetua fuera alcanzable y deben tender a crear las
condiciones esenciales para su obtención: una constitución republicana en cada
estado y una asociación de paz compuesta por naciones libres e independientes.
Entiéndase aquí el concepto de asociación diferente al de pacto, pues este último
regularía el conflicto y posiblemente acabaría una guerra concreta, mientras que el
primero pretendería acabar progresivamente toda clase de guerra. Volviendo al
tema, la paz debería ser ante todo un imperativo moral, pero también un proyecto
político razonable y alcanzable en el tiempo. En Kant es posible encontrar
entonces la tesis de que una sociedad madura para la paz es aquella que con el
tiempo ha logrado que cada ciudadano pueda asumirla como una condición
imperativa de su conciencia moral. Ha hecho de la paz una “virtud política” del
ciudadano, una virtud de la república. De allí que para Kant la paz no sea un
153
Kant. Sobre la Paz Perpetua. Op. Cit; p. 31
84
asunto técnico, ni de habilidad política, sino ante todo de sabiduría política y
moral154.
Ahora bien, en tanto Kant defiende el presupuesto de tendencia de la especie
humana hacia el progreso gradual de todas sus potencialidades humanas, es
posible entonces comprender que la guerra, aunque históricamente ha sido
contradictor de dicho progreso, parece haberlo también potenciado Ese plan nos
sugiere entonces que sólo porque existe guerra es que el hombre se da cuenta de
la necesidad de superarla. El hombre entonces comprende la potencialidad que
encierra su condición de mejoramiento. Finalmente, para Kant lejos de ser la
“naturaleza humana” un obstáculo insalvable al progreso moral se convierte en la
prueba necesaria de lo ilimitado que puede llegar a ser el esfuerzo humano, en
todos los campos y especialmente en el de la convivencia universal entre los seres
racionales. Esto corrobora aún más la intención de la frase de Kant de que “hasta
en un pueblo de demonios, si existe al menos entendimiento, es posible el
establecimiento de un marco de legalidad”155. Sin embargo, como veremos en el
último apartado de este libro, en Kant existen también demasiados rasgos de
optimismo moral en cuanto al género humano se refiere. Siglos más tarde la
humanidad tendría que poner a prueba dicho optimismo y adoptaría una postura
más pesimista acerca del desarrollo gradual de la racionalidad y autonomía moral
de los hombres en asuntos de paz y de guerra. El siglo XX, por ejemplo, se
encargaría de otorgar precisamente una gran cuota de ese escepticismo frente a
organismos como las Naciones Unidas y conflictos armados como los de Somalia,
Kosovo e Irak o la emergencia del terrorismo global. Pero será precisamente
Habermas el que nos permita profundizar más en las luces y sombras de dicho
optimismo.
4.4 LA PAZ PERPETUA: LO REALIZABLE Y NO REALIZABLE DOSCIENTOS
AÑOS DESPUÉS: LA REVISIÓN DE HABERMAS
Después de realizar una aproximación a los problemas de la guerra y de la paz en
Kant, haciendo un rodeo por lo que tanto realistas como idealistas han dicho sobre
el tema, estaría uno tentado a preguntar si la propuesta de paz duradera tiene o
no actualidad con miras a responder también si es posible al menos construir un
orden mundial cosmopolita en medio de la incertidumbre bélica de nuestro siglo.
Un gran conocedor de la obra de Kant como es el caso del filósofo Jürgen
Habermas respondería que sí, pero sólo si el proyecto de Kant es revisado y
reformulado radicalmente en algunos aspectos. Acudimos a él, en esta última
parte de nuestro texto para examinar lo realizable y no realizable de este proyecto
tras una larga distancia de doscientos diez años desde que el texto kantiano diera
a la luz por primera vez en Alemania.
154
155
Op. Cit;
Op. Cit; p. 38
85
Comencemos con la problematización de la propuesta de Kant. Según Habermas
la propuesta de un orden cosmopolita que asegure internacionalmente la abolición
de la guerra, dando el salto desde un orden jurídico en el interior de los Estados a
un orden jurídico cosmopolita, está plagada de dificultades conceptuales y no
resulta apropiada para nuestras experiencias históricas. Para ello nos recuerda las
premisas básicas de las que parte Kant156. En primer lugar, la definición del
concepto de paz perpetua. En segundo lugar, la descripción del proyecto jurídico –
político de una federación de pueblos y, finalmente la idea de un orden
cosmopolita. 157. A ello se añade la posible relevancia de dicho proyecto frente a la
historia de los últimos doscientos años y la actual situación mundial, con la
salvedad histórica de que el texto de Habermas data de 1996158.
Inicialmente Habermas discute el que Kant defina negativamente, a través de un
“veto irrevocable”, el principal objetivo del orden legal entre los pueblos: la
eliminación de la guerra. La deseabilidad de dicho orden tiene un referente político
para su época y son las guerras de exterminio y de sometimiento, las que implican
mercenarios, devastación y horror entre los Estados, pero también el
estancamiento cultural, el espionaje y la falsa propaganda. En tal sentido, la
garantía de un orden legal entre las naciones estaría sustentada precisamente en
la terminación de guerras como éstas y en el mantenimiento respetuoso, en lo
sucesivo, de un proyecto asociativo de paz. No obstante, tal postura presenta
verdaderos problemas. En primer lugar, sólo cobija conflictos limitados espacial y
moralmente entre Estados, y excluye, como es natural - si se tiene en cuenta en
que momento histórico fue pensado y escrito el texto de Kant - guerras mundiales
y civiles “tecnológica e ideológicamente ilimitadas” como las que se llegaron a
experimentar en el siglo XX, donde para nada se diferenció entre población civil y
combatientes. En segundo lugar, siendo tan limitado el concepto de guerra, el
llamado derecho internacional que entraría a regular un conflicto bélico entre
naciones, sólo tendría potestad para regular la dirección y conducta durante la
guerra y la paz (lo que Kant llama derecho en la guerra y después de la guerra),
no podría, en tal caso, decir nada sobre el llamado “ius ad bellum” puesto que
cada Estado estaría, como parece ratificarlo en la Metafísica de las Costumbres,
Jürgen Habermas La idea Kantiana de paz perpetua. Desde la distancia histórica de 200 años.
Op. Cit; p. 148
157 Habermas también trabaja en este texto las objeciones que se le han hecho a la “hipocresía” del
pacifismo jurídico kantiano desde autores como Carl Schmitt, así como la metacrítica a sus
argumentos. Aquí no abordamos el tema, o al menos no directamente, por considerarlo fuera de
nuestro alcance teórico en el libro.
158 El tema del cosmopolitismo ha sido ampliado y discutido por Habermas en otros textos a
propósito de la necesidad de pensar respuestas más afortunadas al terror y la violencia globales
después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Cfr. Borradori, Giovanna. La
filosofía en una época de terror: diálogos con Jürgen Habermas y Jacques Derrida. Editorial
Taurus, Bogotá, 2003. Una mirada muy contemporánea sobre el tema en Europa se encuentra en
el texto de Beck La mirada cosmopolita o la guerra es la paz. Ediciones Paidós, Barcelona, 2005.
También hay una aproximación exhaustiva en el texto de Held, David. La democracia y el orden
global: del Estado moderno al gobierno cosmopolita. Barcelona, Paidós: 1997.
156
86
en su “derecho natural” a entrar en guerra con otro, cuando crea que se le ha
vulnerado ese derecho159. La guerra entonces no parecería desde esa perspectiva
un crimen, como sí lo sería años más tarde en el pacto Kellogg – Briand160.
En el meollo de tal asunto, se encuentra por supuesto la diferencia no menos
problemática entre derecho cosmopolita y derecho internacional. El primero se
refiere a un tipo de regulación estatutaria, perentoria y global que acabaría, de una
vez y para siempre, con la situación de guerra entre los Estados, instaurando una
asociación de naciones; mientras que el segundo haría referencia a un tipo de
normatividad transitoria e interna en las relaciones entre las naciones que aún no
han salido de su situación o condición de naturalidad; no teniendo como objeto
más que la regulación de los conflictos entre ellas. Sin embargo, según Habermas,
en la medida que Kant va mucho más allá al defender el principio de soberanía de
cada Estado con la idea de una sociedad de naciones frente a un posible
despotismo global de una República mundial, lo que hace es acrecentar los
problemas pues no logra resolver el asunto de cómo garantizar el respeto
permanente (perentorio) de cada Estado a lo pactado por la asociación, sin violar
la soberanía individual. La salida kantiana a dicho entuerto está cifrada en una
respuesta, como ya se ha dicho anteriormente, de un optimismo moral muy propio
de su época: la autovinculación moral de cada gobierno a lo pactado161. Sin
embargo, según Habermas, la historia posterior cargada de menos optimismo
moral y más escepticismo político mostrará que, mientras no exista obligación
jurídica y un mínimo de autoridad coercitiva la efectividad de dicho principio resulta
difícil de aceptar, además de ser poco operativa162.
¿Vistas las cosas así, por qué defender entonces una asociación de naciones?;
¿de donde acá resultaría de “interés propio” para Estados soberanos abogar por la
MC; 185; (346)
Habermas llama la atención sobre la forma como la propuesta de Kant, aunque limitada en su
fuero internacional frente al problema de la “ius ad bellum”, se vio impulsada tras la Segunda
Guerra Mundial y el genocidio alemán, “a dar el tránsito desde el derecho internacional al derecho
cosmopolita”, limitando no solo los crímenes de guerra sino considerado la guerra misma como un
delito internacional, y haciendo visibles los llamados “crímenes contra la humanidad”. Op. Cit; p.
161. Un debate interesante sobre la condena jurídica de la guerra como crimen en los pactos
internacionales y la recuperación contemporánea sobre su licitud desde las teorías de la justa
causa lo encontramos en Ferrajoli, Luigi. Razones jurídicas del pacifismo jurídico. Madrid, Editorial
Trotta, 2004.
161 Op. Cit; p. 152
162 Ignatieff ha señalado en El horror del Guerrero el asunto de la repugnancia moral que han
producido en el mundo las llamadas zonas de seguridad que la ONU ha instaurado en regiones de
conflicto armado irregular. Tal es el caso de Srebrenica donde la misión Holandesa fue tomada
como rehén por serbio-bosnios, para después presenciar silenciosamente cómo hombres, mujeres
y niños musulmanes eran llevados al matadero. Este autor pone en duda la eficacia social de
organismos cosmopolitas como los de la Cruz Roja Internacional o la ONU que bajo los principios
de no violar la soberanía “al no tomar partido” – artículo 2.7 de la Carta de las Naciones Unidas han terminado por convertirse en los nuevos intervencionistas morales, pero sin ningún efecto real
y vinculante “en derecho” frente al terror. Op. Cit; p.p 73 ss
159
160
87
consolidación de un proyecto de tal magnitud, incluso tildado de “quimérico”? En
su momento, Kant defendió tres tendencias que para él hacían más que
indispensable esa asociación. La primera de ellas tiene que ver con la naturaleza
pacífica de las relaciones públicas; la segunda con la fuerza asociativa del
mercado mundial y la tercera con la función de la esfera pública política. Si bien,
históricamente estas tendencias han sido falseadas en su contenido, no deja de
ser posible su discusión hoy, según Habermas, máxime cuando de ellas podemos
sacar provecho en nuestro tiempo en el camino a una idea renovada de derecho
cosmopolita. Comencemos entonces discutiendo lo que plantea Habermas sobre
cada una de esas tendencias.
Según Kant en la medida en que las relaciones internacionales van perdiendo su
carácter belicista la forma de gobierno más razonable que tienden a adoptar los
Estados en el concierto mundial es la republicana, que como ya vimos en
capítulos anteriores se caracteriza por un régimen constitucional (no despótico)
con una clara tendencia pacifista. Sin embargo, esa concepción optimista ha sido
desmentida con la consolidación de los llamados Estados democráticos liberales,
donde por cierto se ha acrecentado el sentimiento nacionalista de la guerra y una
espiral de violencia similar o peor a la ejercida por los Estados autocráticos
dinásticos a los cuales pretendieron remplazar. Incluso el concepto de soberanía,
tan defendido por Kant, ha terminado participando de esa connotación llegando a
ser movilizador de intereses de liberación, los cuales según Habermas han
desencadenado en “una época de guerras de liberación devastadoras e
ideológicamente ilimitadas”163. De todas formas, Habermas es consciente que si
bien los Estados constituidos democráticamente no tienen menos guerras que los
regímenes autoritarios tienden a comportarse en las relaciones entre sí de modo
menos belicista; empero, lo que está poniendo en duda es esa “tendencia natural”
hacia el pacifismo defendida por Kant, en cuanto las guerras no han desaparecido,
sino que han transformado su carácter, sus móviles y su racionalidad.
Otra de las grandes debilidades que Habermas encuentra en el argumento
Kantiano de la defensa de una sociedad de naciones está relacionada con la
inocente premisa de que la fuerza asociativa del mercado conduciría, mas
temprano que tarde, a que los Estados constituidos en República busquen e
intensifiquen el comercio internacional, haciendo inoficiosa e inútil la guerra. Sin
embargo, si bien el mercado mundial, o al menos la economía - mundo para
utilizar el término de Braudel o Wallerstein, se ha ampliado desde la época de
Kant y ha llevado a que los Estados establezcan nexos globales en razón de la
ampliación de sus medios de comercio y de comunicación, de sus sistemas
tecnológicos y de la intensificación de sus relaciones simbólicas y sociales en
contextos de globalidad, también es cierto
que se han incrementado y
complejizado las amenazas de paz, debilitándose con ello, las presuntas
disposiciones pacíficas y de soberanía de las sociedades liberales tanto interna
163
Habermas. Op. Cit; p 154
88
como externamente, ya sea por las luchas de clases que se han tornado más
complejas, la multiplicación de los conflictos civiles locales y los intereses
expansionistas de las transnacionales o la desnacionalización de las economías. A
esto se suma, que en un mundo desbocado por los procesos de globalización, los
límites entre lo interno y lo externo en los llamados Estados soberanos ya no son
tan fácilmente identificables, llevando aparejado esto una transformación del modo
de hacer la política, de planear la guerra y de pensar las vías hacia la paz164.
Finalmente nos encontramos con el tema de la función que debe cumplir la esfera
pública política en una Republica y que está relacionada con el principio de
publicidad, tema éste que aborda Kant en el segundo suplemento de la Paz
Perpetua. Según el filósofo alemán, idealmente en una República habría que
posibilitar, para garantizar la crítica - no la rebelión – frente a las decisiones de los
legisladores, la expresión libre y pública de los filósofos en lo concerniente a los
asuntos de guerra y paz. Sin embargo, Kant como ya lo habíamos mencionado en
un apartado anterior parte del hecho que los filósofos constituyen una especie
intelectual cuya misión es la de ejercer de tribunal de la razón frente al legislador,
exponiendo libremente, siempre que sea necesario, sus argumentos y quejas,
aunque por convicción, como cualquier otro ciudadano, deban obedecer. He aquí
precisamente una de las fisuras que encuentra Habermas, pues si bien en la
época de Kant aún era posible encontrar cierta probidad y convicción en una “capa
de intelectuales burgueses”, en nuestra época esa capa además de que ha ido
desapareciendo - o al menos se ha hecho rara – también los cambios
estructurales de la esfera pública burguesa, debido al impacto que sobre ella han
operado las tecnologías de la información, han desencadenado que la opinión
pública sea menos ilustrada frente a los asuntos fundamentales. No obstante,
Habermas reconoce que donde está la debilidad del argumento de Kant sobre la
publicidad, también se encuentra una anticipación enorme a su época y es que
esa esfera de opinión pública, que por efecto de los cambios estructurales se ha
vuelto global, posibilita que los problemas fundamentales (pobreza, ecología,
clima, salud, guerra, paz) tengan un alcance e impacto planetario, al menos en lo
que concierne a “un llamamiento a la opinión mundial”. Esto último además nos
conecta con un tema que es importante en la óptica de reformular la propuesta de
Kant y es el del establecimiento de una cultura política cosmopolita. Kant es
consciente que el hombre genérico por efectos del progreso humano tiende hacia
un incremento cultural y hacia su perfeccionamiento moral. Sin embargo, no es
consciente que dicho incremento cultural tenga sus raíces en comunidades
específicas, donde, como argumenta Habermas, no es tan fácil separar la esfera
interna (moral) de la externa (jurídica y política) y donde confluyen intereses
políticos y jurídicos con visiones morales y costumbres muy arraigadas.
Ahora bien, una vez esgrimidas desde Habermas las fisuras y sombras de la
propuesta de Kant, nos asalta la siguiente pregunta: ¿cómo puede ser reformulada
164
Op. Cit; p.157
89
su propuesta, que por cierto no ha permanecido quieta, en el marco de la situación
mundial contemporánea? Intentando dar respuesta parcial a ella y considerando
que lo que digamos ahora no es la última palabra en tiempos tan convulsionados,
aventuraremos cuatro perspectivas.
En primer lugar, habría que considerar que la propuesta de Kant de una
asociación de naciones a largo plazo compatible con el respeto absoluto por la
soberanía interna de los Estados no es consistente hoy frente al desolador
panorama mundial. Para lograr efectividad internacional - no la que hasta ahora
han demostrado regulaciones ambiguas y simbólicas como las de las Naciones
Unidas que dependen de la “cooperación voluntaria” de sus miembros - y evitar o
hacer menos probables los crímenes de lesa humanidad o los desmanes de las
llamadas zonas de seguridad es necesario que el derecho cosmopolita se
institucionalice, es decir que tenga efecto jurídico realmente vinculante para cada
Estado, sea el que sea. De nuevo aquí habría que sospechar de esos acuerdos
transitorios y meramente instrumentales que, hoy por hoy garantizan la confianza
al menos de unas potencias sobre otras de no ser atacadas mutuamente en su
soberanía, pero que pasan por encima cualquier marco normativo de la ONU a la
hora de atacar y destruir la soberanía de otros bajo el pretexto de acabar con el
terrorismo y extender el manto de la democracia.
En segundo lugar, la noción de derecho que aparece en la propuesta de Kant ha
sido notablemente ampliada y superada en nuestra época. El derecho si bien no
se restringe a una legislación entre estados soberanos, tampoco se basa en la
defensa del derecho originario de cada persona. En un mundo globalizado, cada
sujeto es ciudadano nacional pero también ciudadano del mundo, incluso con
todas las implicaciones jurídicas que esto tiene. En tal sentido, hoy no sólo es
posible hablar de la responsabilidad jurídica de los Estados en los crímenes de
guerra, sino también de la responsabilidad personal en ellos. Una de las
expresiones más dicientes de esto ha sido la creación de la Corte Penal
Internacional que ha llevado a considerar, como argumenta Habermas a propósito
de los tribunales internacionales de Nuremberg y Tokio, la protección de los
derechos humanos más allá del poder soberano de los Estados nacionales165.
En tercer lugar, la idea kantiana de una asociación de naciones libres
caracterizada por repúblicas soberanas más o menos en igualdad de condiciones
históricas, políticas y sociales con claras tendencias pacifistas, no es hoy del todo
compatible con la figura de una organización mundial. Esta reúne, como bien lo
argumenta Habermas, “de hecho a casi todos los Estados bajo su techo,
independientemente de que estén ya constituidos de manera republicana y de que
respeten o no los derechos humanos”166. Incluso haciendo abstracción de
diferencias claras sobre la legitimidad de sus miembros y de las diferencias de
165
166
Habermas. Op. Cit; p. 166
Op. Cit; p. 167
90
status en un mundo globalizado. Es decir, pensar hoy en un proyecto cosmopolita
de naciones, con miras a hacer efectiva la idea de “vivir juntos” en una misma
“aldea global” como lo piensan sociólogos como Touraine y Beck, implicaría por
una parte comprender que aún subsisten las diferencias históricas, políticas y
sociales entre los países, que las luchas de clases se han polarizado en unos más
que en otros, que las sociedades del llamado tercer mundo están amenazadas por
conflictos irregulares que atraviesan lo étnico, lo religioso o lo político; y que las
del llamado “primer mundo” no son tan democráticas en la solución de sus
conflictos y en las de otros países y que aunque, en algunos casos, son más
conscientes de la concertación y del respeto a la normatividad internacional,
siguen jugando a la lógica del expansionismo global y al despotismo democrático.
4.5 ES POSIBLE HOY UN PROYECTO COSMOPOLITA?
Según lo que hemos venido observando con la lectura de Habermas, un proyecto
cosmopolita de sociedad de naciones con vigencia hoy sería posible solo sí
logramos, pese a las tensiones sociales y desigualdades económicas de las
distintas regiones del mundo, acuerdos normativos mínimos internacionalmente,
pero con eficacia local, sobre la protección de los derechos humanos. Acuerdos
que no dejen de lado un problema fundamental y es pensar que tipo de paz es a la
que se aspira, ya que no es suficiente y satisfactorio para nuestro momento
histórico pensar la paz como simple “ausencia de guerra”, olvidando las causas
sociales que le han servido de caldo de cultivo. Esto último, desde luego era
imposible de aceptar en el optimismo liberal de un filósofo como Kant.
De todas formas, según Habermas, hoy resultan impostergables los acuerdos
normativos mínimos en un mundo en donde los riesgos globales de quedar
condenados a tener que aceptar cualquier tipo de paz, especialmente para los que
se encuentran en desventaja cultural, política, económica y social frente a la
negociación, son tan reales. Ello desde luego implica, “concebir la paz como un
proceso que, aunque transcurre sin violencia, no se orienta sólo a la prevención de
la violencia, sino al cumplimiento de los presupuestos reales de una vida en
común”167. En tal sentido, frente a una propuesta tan compleja pero necesaria de
paz, sería indispensable al menos garantizar gradualmente la efectividad de cuatro
variables: la ampliación de los objetivos de Consejo de Seguridad de la ONU, la
transformación de la cultura política reactiva de los Estados que sólo actúan por
presión normativa internacional, la formación de órganos regionales de presión
que concedan base efectiva a la ONU y una percepción real de los peligros
globales mundiales.
Ahora bien, la propuesta de Habermas al menos, en el artículo que venimos
citando, puede pecar al igual que la de Kant por un exagerado optimismo ilustrado
167
Habermas. Op. Cit; p. 169.; p. 170
91
al validar como notoriamente significativo el que sólo los países del Primer Mundo
“puedan prestarse a concertar sus intereses nacionales con las exigencias
cosmopolitas de las Naciones Unidas” y esto “porque resultan siendo más
sensibles a la presión internacional”. Respecto a esa “sensibilidad y confianza” de
los países desarrollados sobre la regulación que hacen los organismos
internacionales consideramos que acontecimientos tan desastrosos como los del
11 de septiembre de 2001 y la misma guerra de Irak han desmentido en gran
medida ese supuesto de la “sensibilidad” internacional. Aún así, Habermas años
más tarde, en otro artículo y a propósito de los acontecimientos del 11 de
septiembre, considerará que, frente a la interrupción y negación violenta de la
comunicación, sólo sigue siendo efectiva la cooperación internacional de los
servicios estatales de información y las autoridades policiales, los controles de
movimiento de capitales y el seguimiento de las conexiones logísticas en general.
Lo interesante de su posición es que en la medida en que la sociedad mundial se
ha hecho tan compleja para ser gestionada desde los centros tradicionales del
poder hegemónico, el poder de decisión ya no puede estar en manos únicamente
de estas potencias168. Implica ello un proyecto de gobernanza cosmopolita que
trascienda la esfera de la simple intención internacional y se convierta en una
tarea ético – jurídica y ético –estatal de comunidades transnacionales169.
Acudiendo algunos autores que han contemplado el tema del cosmopolitismo
como Luigi Ferrajoli nos encontramos con posibilidades interesantes para
responder a la pregunta formulada al comienzo de sí es posible hoy el
cosmopolitismo como alternativa. Para este jurista en tanto hoy es más evidente la
disolución de las soberanías democráticas internas, por cuanto existen no solo
impactos de las distintas formas de globalización, sino peor aún, poderes
imperiales que asimétricamente pasan por encima de las decisiones internas de
las naciones o de los organismos internacionales encargados de velar por los
acuerdos, una alternativa viable sería “que se abra el espacio de discusión para
una política orientada no sólo a la defensa de la ONU, sino a un perfeccionamiento
de su ordenamiento que facilite el establecimiento de un Estado de derecho
internacional” 170. En el fondo de su propuesta lo que estaríamos observando es
la consolidación de una especie de constitucionalismo global, no de tipo vertical
(como el que hasta ahora se vive que básicamente es un gobierno mundial
tutelado por cinco o seis naciones poderosas) sino horizontal, que maximice la
Cfr. Borradori, Giovanna. La filosofía en una época de terror: diálogos con Jürgen Habermas y
Jacques Derrida. Editorial Taurus, Bogotá, 2003. El artículo al que nos referimos aquí es ¿Qué
significa el derribo del monumento?, publicado en El País (20 de mayo de 2003) y citado en
Beriain, J. Modernidades en Disputa. Op. Cit; p. 150.
169 Cfr. Hoffe, Otfried Epílogo “Quince años después (2002)” a su libro Justicia Política.
Fundamentos para una filosofía crítica del derecho y del Estado. Ediciones Paidós, Barcelona,
2003. Traducción de Carmen Innerarity e Introducción del epílogo de Juan Carlos Velasco; p. 218.
Hoffe vería un papel preponderante la Comunidad Económica Europea en este proyecto de
gobernanza cosmopolita.
170 Ferrajoli, L. Razones jurídicas del pacifismo jurídico. Op. Cit; p. 75.
168
92
autonomía de los pueblos y que confíe exclusivamente a la ONU funciones
esenciales a las dinámicas mundiales, como por ejemplo el recurso a la fuerza
cuando sea debido o la generación de políticas de desarrollo y de distribución de
recursos con un enfoque claro de respeto por los derechos básicos y
fundamentales171.
Finalmente, si acudimos a un autor como David Held nos encontramos que hoy
tendría sentido abogar por un cosmopolitismo en la medida en que este tienda a
fortalecer la democracia “dentro” de las comunidades y las asociaciones civiles
desde “fuera” por medio de agencias y asambleas regionales e internacionales. Un
ejemplo de ello serían los movimientos transnacionales básicos con claros
objetivos regionales o transnacionales, como la protección de recursos naturales,
la lucha contra la pobreza, la defensa de los derechos humanos, etc. La confianza
de este analista sobre un modelo como estos recae en que concibe esa
comunidad cosmopolita en un nuevo complejo institucional de alcance global “que
siempre y cuando esté avalado por el derecho democrático básico y lo respete,
implemente y ejecute, puede adquirir el status de gobierno”. 172
Lo interesante de la propuesta de Held está precisamente en las condiciones que
enuncia al final de su libro, las cuales exigirían en primer lugar que se consolide un
derecho cosmopolita democrático que sea respaldado por los parlamentos y
asambleas a nivel nacional e internacional, haciendo extensiva la influencia de las
Cortes Internacionales. En segundo lugar, que se promueva la creación de un
poder legislativo y un poder ejecutivo trasnacionales, efectivos en el plano regional
y global, cuyas actividades estén reguladas por ese derecho cosmopolita.
Implicaría crear parlamentos regionales en América Latina y África y afirmar más
los existentes (Parlamento Europeo). En tercer lugar, la formación de una nueva
asamblea que reúna a todos los Estados y agencias democráticos y esté dotada
de poderes reales. Aquí supone no sólo la presencia de la Asamblea General de la
ONU, sino de una Asamblea reformada o un cuerpo complementario. En suma,
implicaría una asamblea independiente de los pueblos democráticos que cobije a
otras naciones, pensada además no sólo para dirimir conflictos bélicos sino
también con alcances sociales más globales como la deuda del Tercer Mundo, el
calentamiento global, la distribución de alimentos, el desarme nuclear, etc.173
Ferrajoli, L. Op. Cit; p. 89.
Held, David. La democracia y el orden global. Ediciones Paidós, Buenos Aires, 1997; p. p. 283.
173 Held; p. p. 320 – 334.
171
172
93
CONCLUSIONES
En nuestro recorrido hemos intentado rastrear y esbozar los postulados básicos de
la teoría kantiana sobre el conflicto, la guerra y la paz. Hemos defendido la idea de
que al menos en su obra ético – política existe un corpus significativo de
convergencia de lo descriptivo y lo prescriptivo alrededor del tema. Hemos
además intentado hacer un cuestionamiento ético a la guerra, desde dentro de la
guerra misma, sin que por ello hayamos defendido la idea de un filósofo iluso
preñado de una paz a cualquier precio, que pueda devenir en siniestra y opresiva.
Sin embargo, es necesario como colofón a todo lo anteriormente dicho, esbozar
claridad sobre algunos puntos.
En Kant el concepto de libertad es la clave para la explicación de la autonomía de
la voluntad de todo ser racional en las esferas de lo moral y lo político y más aún
cuando esta se pone en juego frente a temas como el conflicto, la guerra o la paz.
Por tanto, es objeto y presupuesto básico del debate en ambas esferas. Frente a
la pregunta moral de ¿cómo actuar? la perspectiva kantiana responde que hay
que actuar libremente debido a que el hombre es un ser racional; sin embargo,
ese obrar está guiado por máximas que se convierten en imperativos para la
acción y la legislación de su comportamiento. Frente a la pregunta política ¿qué
hacer? Kant enfrenta la situación diciendo que el sujeto además de actuar
libremente tiene en su camino la necesidad de superar su aislamiento, sus deseos
de imponer condiciones sobre el otro, y converger con otros sujetos en el marco
de una situación civil expresada en una voluntad común que lejos de hacerle
perder o destruir su autonomía como individuo lo que hace es potenciarlo en el
ejercicio comunitario de la libertad y especialmente en la práctica de una política
no instrumental que vaya más allá de la necesidad de la guerra como alternativa
para la resolución de las diferencias. Aquí por supuesto se descubre no una
simple y lacaya subordinación de la política a la moral sino un cruce de
perspectivas permanentes donde lo que se busca es un “trato digno para el
hombre” desde la construcción de unos mínimos necesarios para la regulación de
las disputas bélicas.
De otra parte, desde esa convergencia entre autonomía moral del sujeto y
autonomía política como ciudadano se nos descubre a través de Kant a un sujeto
de la modernidad que tiene como característica decisiva la insociable sociabilidad
humana, la cual lo catapulta en el deseo de formar parte del colectivo, pero
también de romper, de disputar constantemente con lo colectivo. Una de esas
manifestaciones de exacerbación de la insociable sociabilidad del hombre tiene
que ver con la guerra. De allí que en el pensamiento kantiano exista una
potencialización y reconocimiento del conflicto y el antagonismo no bélico entre los
hombres e inclusive entre los Estados, con el único fin de evitar la derivación hacia
formas de conflicto violento donde se degrade y mutile la dignidad humana. En
esa medida, queda claro entonces que, el conflicto es tan ineludible como
94
productivo en la historia del hombre, y que el idilio no solo es perjudicial, sino
también brutal, limitador y burdo para el género humano, siguiendo las bellas
palabras de Ágnes Héller. De allí que el conflicto no pueda negarse, eliminarse,
ocultarse; tan sólo corresponde a los hombres y a los Estados aprender a
regularlo y potencializarlo, sometiendo a normas jurídicas y éticas su acontecer, y
especialmente evitando que bajo la forma más degrada del mismo, la guerra, se
suspenda la reflexión sobre la licitud del mismo, la moralidad de los medios
utilizados para prolongarlo, el costo político, social, ético y económico de sus
consecuencias tanto para los individuos como para los colectivos e incluso para
las relaciones presentes y venideras y con ello la posibilidad de construcción a
mediano y largo plazo un proyecto de paz duradera, razonable y ajustada a la
realidad de los tiempos presentes.
Frente al tema de la guerra, adicionalmente habría que decir que Kant propone
miradas descriptivas y valorativas conjuntamente que alimentan sobremanera el
debate ya clásico, así como las posturas contemporáneas tanto sobre la realidad
histórica y cultural de la guerra, como su función y resorte de lo humano, su
eficacia y costos políticos en las relaciones internacionales, la necesidad de
establecer diques morales para regularla, su licitud política y jurídica, e incluso su
versión futura de la humanidad sin su presencia. De todas formas, hemos tratado
de señalar y enfatizar en un punto específico a lo largo de este texto y es la
preocupación kantiana, de querer reflexionar sobre el asunto de la necesidad de
someter la guerra a normas jurídicas y éticas, su práctica, sus medios y sus fines,
algo poco grato pero inevitable en la condición actual de nuestro mundo y de
nuestro tiempo. Ello constituiría un primer paso para una paz duradera o al menos
razonable, que si bien no la eliminaría del todo al menos esperaría de ella más
respeto por la dignidad del adversario, allanando con ello el camino hacia el
reconocimiento futuro entre las partes enfrentadas y evitando que la obscenidad
del espectáculo guerrero, según el decir del escritor Milán Kundera, decir con el
que comenzamos a propósito esta disertación, nos haga absolutamente
insensibles frente a la alteridad.
Adicionalmente habría que decir que la postura kantiana respecto a la guerra y a
la paz si bien nos ofrece la posibilidad de apelar a criterios éticos para prevenir un
comienzo infantil de ella, para regular su curso llegado el caso, para pensar en lo
que acontezca después de ella, nos ofrece quizá la mejor de las ventajas y es que
esas restricciones o condiciones que el expone tan bellamente en su Ensayo
sobre la Paz Perpetua, tanto las preliminares como las definitivas, no poseen un
carácter exclusivamente hipotético, coyuntural o pasajero, y por el contrario, se
imponen independientemente del cálculo de ventajas y perjuicios, o del hecho de
que el enemigo las viole de manera reiterada o no las reconozca. Incluso, habría
que revisar para el caso colombiano, esa magnifica sugerencia de Kant, de que
aún en caso de guerra, ésta no debe impedirnos asumir un voto de confianza en la
mentalidad del enemigo, en sus motivaciones racionales para apostarle a
95
conflictos menos degradados, ya que de lo contrario estaríamos condenados a
ciclos interminables de venganza, retaliación y exterminio mutuos.
Finalmente, y en directa relación con lo anterior, también habría que asumir la
propuesta kantiana de humanización de la guerra, de construcción de un proyecto
de modernidad donde sea posible una paz razonable y duradera entre los
hombres y los Estados, por supuesto con una mirada crítica sobre sus luces y
sombras. En tal caso habría que acudir a revisar, actualizar o reformular su
proyecto en cuestiones decisivas como la noción de un orden legal supranacional
y cosmopolita que no viole la soberanía de los Estados, el concepto de guerra y
sus múltiples mutaciones en el mundo contemporáneo, el concepto de soberanía
en sociedades globales donde los límites entre lo interno y lo externo no son
fácilmente identificables, el concepto de República, entre otros aspectos. Habría
que revisar adicionalmente un proyecto de paz como el de Kant a la luz de las
tensiones sociales y desigualdades económicas del mundo actual. Esto último con
el fin de pensar seriamente, como decíamos en el último capítulo, en que paz
queremos y a que precio. Quizá frente a esto último no encontremos respuestas
en el filósofo alemán, porque su tarea no era decirnos cual paz era la mejor, sino
solamente motivarnos a plantear de nuevo, en tiempos de conflicto irregular, la
pregunta por la licitud moral de las acciones humanas y sus consecuencias, no
como una pregunta inútil sino como una pregunta necesaria y siempre actual de
un género que no quiere para sí el exterminio total.
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