ARQUEOLOGÍA Prehistórica
DE SAN JUAN
ALEJANDRO GARCÍA
EDITORIAL FUNDACION UNIVERSIDAD
NACIONAL DE SAN JUAN
Arqueología prehistórica
de San Juan
La conquista indígena
de los dominios del cóndor
y el guanaco
Arqueología prehistórica
de San Juan
La conquista indígena
de los dominios del cóndor
y el guanaco
ALEJANDRO GARCÍA
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Universidad Nacional de San Juan
Universidad Nacional de Cuyo
San Juan
2010
García, Alejandro
Arqueología prehistórica de San Juan: la conquista indígena de
los dominios del cóndor y el guanaco. - 1a ed. - San Juan: Universidad Nacional de San Juan, 2010.
158 p.; 25x17 cm.
ISBN 978-950-605-637-7
1. Arqueología. I. Título
CDD 930.1
Fecha de catalogación: 11/11/2010
Diseño y composición de tapa: Carlota López
© 2010 Alejandro García
E-mail:
[email protected]
Primera edición: diciembre de 2010
ISBN N° 978-950-605-637-7
Queda hecho el depósito que marca la Ley N°11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Reservados todos los derechos. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin la autorización previa y escrita del autor.
ÍNDICE
PREFACIO
1 - ALGUNOS ASPECTOS BÁSICOS SOBRE EL MEDIO
Y LOS ANTECEDENTES DE INVESTIGACIÓN
13
Entre montañas, desiertos y oasis
Breve reseña sobre las investigaciones arqueológicas en San Juan
2 – LOS PRIMEROS POBLADORES DE SAN JUAN
(9000 - 5000 A.C)
17
Las evidencias culturales más antiguas
Sistema de asentamiento-subsistencia
3 - CAMBIOS EN EL MUNDO CAZADOR-RECOLECTOR
(5000 - 2000 A.C.)
25
Características del registro arqueológico
Cambio tecnológico y continuidad de poblaciones
Ocupación del espacio y subsistencia
Las primeras manifestaciones artísticas
4 - HACIA UN NUEVO MODO DE VIDA: LA TRANSICIÓN
AL SEDENTARISMO Y LA PRODUCCIÓN
DE ALIMENTOS (2000 - 300 A.C.)
Continuidad y cambio en el registro arqueológico
El consumo de productos cultivados
Consideraciones adicionales sobre el sistema de asentamientosubsistencia y la movilidad
Principales manifestaciones artísticas
Sobre el uso y producción de cerámica
37
5 – ALDEANOS AGRICULTORES Y PASTORES
(300 A.C. - 650 D.C.)
61
Sistema de asentamiento-subsistencia y movilidad
Estructuras habitacionales y de cultivo
Ahora sí: producción y cambios en la cerámica
Otros cambios en el registro arqueológico
¿Por qué cambian las cosas? El papel de los factores
exógenos en el desarrollo aldeano
6 – LA INTEGRACIÓN AL MUNDO “AGUADA”
(650 – 1100 D.C.)
85
Distribución del registro Aguada sanjuanino
Patrones y estructuras habitacionales
Explotación y uso de recursos vegetales y animales
Patrones funerarios
Otros cambios en el registro arqueológico
7 - AFIANZAMIENTO DE LAS DIFERENCIAS REGIONALES
(1100 – MEDIADOS-FINES SIGLO XV D.C.)
105
El registro arqueológico post-Aguada
El patrón de asentamiento tardío
Acerca de la viviendas y otras estructuras tardías
Los sistemas de canales
Las nuevas costumbres funerarias
Economía y sociedad
8 - LA DOMINACIÓN INCAICA
(MEDIADOS-FINES SIGLO XV – 1533 D.C.)
129
Características y distribución del registro incaico
Las causas de la anexión de San Juan al Tawantinsuyo
Mecanismos de dominación estatal
9 - CONSIDERACIONES FINALES
141
10 - ANEXO
145
11 – BIBLIOGRAFÍA
147
PREFACIO
Este libro es la respuesta a un interesante y aparentemente simple
desafío: elaborar un texto general y actualizado sobre el conocimiento
arqueológico de San Juan. El cumplimiento de este sencillo objetivo
enfrenta en realidad un conjunto de dificultades relacionadas con la
historia de las investigaciones arqueológicas en esta provincia. Entre las
principales pueden mencionarse: a) la escasez de trabajos basados en
excavaciones sistemáticas, las cuales recién se difunden en la zona a
partir de la década del 60. b) El hecho de que pocos estudios ofrecen
una relación estratigráfica y cronológica detallada de los objetos recuperados en tales excavaciones. c) Muchos de los sitios excavados no
han sido integralmente publicados. Por ejemplo, los estudios de sitios
de gran importancia como Cerro Calvario o Angualasto, o las excavaciones realizadas en el área de San Guillermo han sido difundidos de manera muy fragmentaria. d) En varios importantes estudios de los últimos 40 años los datos se presentan agrupados e integrados según la
interpretación elaborada por el autor, lo que dificulta cualquier intento
de aislamiento, reagrupamiento y análisis alternativo. e) El escaso desarrollo de investigaciones sistemáticas por parte de investigadores de
otros puntos del país en los últimos 50 años ha desalentado la aparición
de diversas perspectivas de estudio y la discusión e intercambio de ideas
sobre el pasado indígena local. f) Como resultado de lo anterior, en el
presente San Juan se destaca por la existencia de una sola interpretación general de la arqueología local, y la elaboración de miradas alternativas está mediada por el plazo requerido para la obtención, análisis y
tratamiento de nuevos datos.
En vista de lo anterior, por un lado la necesidad de no repetir automáticamente una visión tradicional de la arqueología sanjuanina que luego
de varias décadas presenta evidentes debilidades y por otro la ausencia
9
de una perspectiva integral alternativa (si bien las bases fueron expuestas en cierto modo en una reciente y muy breve publicación –García
2008), confluyeron para que en esta oportunidad intente presentar un
nuevo panorama general del registro arqueológico conocido y de las
diversas interpretaciones dirigidas a darle sentido.
No es la intención de este libro ofrecer un inventario completo de la
cultura material de los grupos indígenas que habitaron San Juan. Tampoco se encontrará aquí, debido a razones de espacio, una descripción
y un análisis exhaustivos de la historia de las investigaciones arqueológicas en la provincia, ni la alusión a la totalidad de los trabajos resultantes. Por el contrario, he buscado presentar el desarrollo progresivo de
la ocupación humana local y de los diversos cambios que experimentó a
lo largo de casi diez mil años, atendiendo a los principales aspectos que
podían ser elaborados y discutidos a partir de la información disponible
y reuniendo a tal efecto los datos existentes de la manera que me pareció más conveniente.
Dado que la mayoría de las asociaciones, categorías, secuencias y explicaciones de distinto nivel correspondientes a la interpretación tradicional no habían sido analizadas y discutidas hasta el momento, en diversas secciones del libro he debido incorporar algunas evaluaciones específicas de ciertos temas, que contrastan con el carácter general del tratamiento de otros aspectos. De ahí que en varios pasajes el citado de
los antecedentes discutidos será más detallado que en otros. La base de
información general está constituida por los trabajos de Mariano Gambier, quien escribió diversos volúmenes unitarios (Gambier 1974, 1977,
1985, 1988) sobre momentos específicos de la secuencia cultural por él
elaborada, coronados en 1993 por una versión reducida de todas sus
investigaciones (Gambier 2000). Gran parte de las descripciones del
registro arqueológico de este libro se ha basado en esos escritos, si bien
para los momentos más tardíos se ha contado con artículos de otros
autores y observaciones propias.
A fin de facilitar la relación con los escritos locales previos, utilizo en
todos los casos fechas no calibradas, correspondientes a años C14 a.C. o
10
d.C. (años radiocarbónicos antes o después de Cristo). No obstante, al
final del libro se ofrece una tabla con las edades calibradas de los fechados disponibles, debiéndose tener en cuenta que la ausencia de
muchos de ellos se debe a que su presentación incompleta (sin la desviación stándard o margen de error) impide su calibración. En varias
partes del texto se utilizan como unidades temporales los períodos geológicos Pleistoceno (tiempos previos a 8000 a.C.) y Holoceno temprano
(8000-6000 a.C.), medio (6000-2000 a.C.) y tardío (2000 a.C. hasta el
presente). En cuanto a la cronología propuesta para cada capítulo, es
importante tener presente que las fechas son meramente orientativas,
ya que constituyen un momento preciso dentro de procesos de transición cuya duración es de décadas o siglos.
Por otro lado, he intentado escapar al uso de las distintas periodificaciones generales vigentes, que tienen cargas conceptuales diversas
(Precerámico, Agroalfarero, Formativo, etc.), y del término “Cultura”,
tan recurrentemente utilizado en la interpretación tradicional local como una superestructura con entidad propia que oculta la actividad de
los verdaderos actores del desarrollo cultural, o sea los propios seres
humanos.
En definitiva, no debe verse este libro como una interpretación definitiva de la arqueología sanjuanina sino simplemente como una propuesta
de ideas que intentan contribuir a comprender la evolución de la ocupación indígena de la provincia y que pueden ser discutidas, confirmadas, modificadas o sustituidas en cualquier momento a partir de las
nuevas investigaciones, porque precisamente de eso se trata el conocimiento científico.
Gran parte de las ideas de este libro han sido elaboradas durante años,
a través de investigaciones que contaron con la financiación del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), la Agencia
Nacional para la Promoción de la Ciencia y la Tecnología (ANPCyT), la
Universidad Nacional de Cuyo (Sectyp - UNCuyo) y la Universidad Na-
11
cional de San Juan (CICITCA/CONEX- UNSJ) 1.
Agradezco especialmente a Gabriela Guráieb, Mercedes Podestá y Luis
Borrero, quienes tuvieron la gentileza de leer el manuscrito y realizar valiosos comentarios y sugerencias que permitieron mejorar el texto final.
La información obtenida en los últimos años proviene en parte de diversos trabajos de campo en los que se contó con la valiosa participación de colegas y alumnos, entre los que se cuentan Tito Damiani, Carlota López, Eduardo Martínez Carretero, Oscar Riveros, Hugo Barbero,
Pablo Maza, Susana Carrizo, Ana Eguaburo, Natalia Fernández, Nadia
Rodríguez, Anabel Rodríguez, Rubén Giaconi y Diego Heredia.
Finalmente, vaya mi agradecimiento al Sr. Antonio Beorchia Nigris por
poner amablemente a mi disposición su archivo fotográfico, a la Prof.
Carlota López por su valiosa colaboración con el material fotográfico 2, y
a mi familia por su constante apoyo.
1
PIP 2008 Nº 1870, PICTO 2007-0054, CONEX 2009 Res. 668-R.
2
Las fotografías e imágenes de las figuras 1, 2, 4, 5, 13, 19, 20, 21,25, 28, 30, 32, 36, 48, 50, 51,
52, 53, 56, 57, 58, 59, 60, 61, 64, 65, 27, 39, 41 y 45 son del autor; las cuatro últimas corresponden a piezas de la colección del Museo “Enzo Valentín Manzini” (Departamento Zonda, San
Juan). Las fotografías de las figuras 3, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 14, 15, 16, 17, 20, 26, 29, 33, 34, 37, 38,
40, 42, 43, 44, 46, 47, 54, 62 y 63 corresponden a piezas de la colección del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo “Profesor Mariano Gambier” (UNSJ) y han sido facilitadas por
Carlota López. Las fotografías de las figuras 12, 18, 55 y 57 han sido suministradas por Antonio
Beorchia Nigris.
12
1 – ALGUNOS ASPECTOS BÁSICOS SOBRE
EL MEDIO Y LOS ANTECEDENTES
DE INVESTIGACIÓN
Las condiciones ambientales tuvieron una profunda incidencia en el
desarrollo cultural prehispánico, y esto se verifica especialmente en las
áreas áridas y semiáridas. Por lo tanto, un profundo conocimiento de
las variables que estructuran aquellas condiciones contribuye a mejorar
la comprensión de la ocupación y la explotación del espacio por las sociedades indígenas. Sin embargo, los estudios dirigidos a la reconstrucción paleoambiental del Holoceno sanjuanino están escasamente
desarrollados, por lo que aquí simplemente se señalarán algunos elementos básicos vinculados con la geografía, la geomorfología y la ubicación de los principales sectores que serán mencionados en el texto.
Asimismo, se reseña sintéticamente la actividad de diversos investigadores que a lo largo de más de un siglo contribuyeron de alguna manera a forjar el conocimiento arqueológico actual de la provincia.
Entre montañas, desiertos y oasis
El territorio sanjuanino, caracterizado climáticamente por condiciones
secas y cálidas, presenta dos tipos de relieve que se suceden alternadamente de oeste a este: cordones montañosos y depresiones (Suvires
2000). Los primeros están representados por las Cordilleras Frontal y
Principal, por la Precordillera y por las Sierras Pampeanas, en tanto que
los segundos abarcan una serie de sectores intermedios entre las unidades montañosas (Figura 1).
La Cordillera ocupa una extensa superficie del oeste provincial y está
conformada por un grupo de cordones que superan los 5.000 m s.n.m.
13
En el sector meridional presenta una serie de depresiones conocidas
como valles interandinos, caracterizados por el crecimiento estival de
pastura aprovechada por las manadas de camélidos y por grupos humanos de ambos lados de la cordillera (las conocidas “veranadas”).
La Cordillera está separada de la Precordillera por una larga depresión
longitudinal que abarca los valles de Iglesia por el norte y Calingasta por
el sur. El sector occidental de estos valles presenta un largo y tendido
piedemonte, que puede dividirse en alto (3.000-2.500 m s.n.m., precipitación de 120 a 180 mm anuales y desarrollo de pasturas estacionales y
vegetación arbustiva), medio (2.500-2.000 m s.n.m., precipitaciones
similares al sector anterior y menor desarrollo de vegetación) y bajo
(2.000-1.500/1.300 m s.n.m., límite inferior en el borde de los grandes
ríos colectores, menos de 100 mm anuales de precipitaciones y amplias
zonas húmedas aledañas a las corrientes de agua, donde se desarrolla
vegetación arbustiva) –Gambier 2000.
La Precordillera está formada por un conjunto de sierras dispuestas
longitudinalmente (de la Punilla, del Volcán, del Tigre, de la Invernada,
Chica de Zonda, del Tontal, etc.) que ocupan toda la franja central de la
provincia; en el sector central y meridional superan los 4.000 m s.n.m. y
reciben entre 100 y 120 mm anuales de lluvia, concentrados en la estación cálida. Los cordones precordilleranos encierran diversas depresiones conocidas como valles interprecordilleranos, como el de La Invernada. Se destaca una larga y angosta franja longitudinal que abarca diversos valles, como el de Jáchal, el de Ullum-Zonda y el de Pedernal.
En estos tres grandes espacios (Cordillera, Depresión longitudinal
preandina y Precordillera) se ha desarrollado la mayor parte de los estudios arqueológicos locales, sobre todo en los dos primeros (Debenedetti 1917, González 1967, Gambier 1974, 1977, 1985, Berberián et
al. 1981, etc.), si bien en los últimos tiempos se ha avanzado de manera
importante en el estudio de los valles interprecordilleranos, como Pedernal, La Invernada y Zonda (e.g. García 2005a).
El piedemonte precordillerano oriental y la Depresión de la Travesía
separan la Precordillera de las Sierras Pampeanas. La Depresión de la
14
Travesía comprende todas aquellas unidades geomorfológicas existentes en el valle de Tulum y en la planicie aluvial del río Zanjón-Bermejo,
incluido el valle actual del río San Juan. Son depresiones intermontanas
de origen tectónico, rellenas por centenares de metros de sedimentos
terciarios y/o cuaternarios. El recurso hídrico superficial y subterráneo
es de vital importancia en estas áreas con precipitaciones menores a los
100 mm anuales.
Las Sierras Pampeanas se despliegan longitudinalmente en el este de la provincia y están constituidas por las sierras Pie de Palo, Valle Fértil, La Huerta,
Imanas, Guayaguas, Catantal, y los cerrillos de Barboza y de Valdivia.
Figura 1: Regiones geomorfológicas y principales valles de San Juan.
Al este de las Sierras Pampeanas se encuentra la Depresión del Gran
Bajo Oriental, que se extiende hasta el límite con La Rioja y en la que se
destacan el Valle Fértil y al Bajo de Mascasín.
15
La Depresión de la Travesía, las Sierras Pampeanas y la Depresión del
Bajo Oriental presentan escasos estudios arqueológicos sistemáticos,
destacándose en tiempos recientes las investigaciones vinculadas con la
presencia incaica en el sitio Paso del Lámar (Bárcena 2001), con el poblamiento de diversos sectores del Valle Fértil (Cahiza 2007) y con el
estudio del arte rupestre y contextos asociados de Ischigualasto (Podestá et al. 2006, Guráieb et al. 2007, 2010).
Breve reseña sobre las investigaciones arqueológicas en San Juan
La arqueología de San Juan tiene antecedentes bastante lejanos en el
tiempo. Ya a mediados del siglo XIX Domingo F. Sarmiento hacía alusión
a un poblado indígena en el Valle de Calingasta. Posteriormente diversos investigadores realizaron observaciones y prospecciones en la provincia (como Juan B. Ambrosetti, Franz Kühn, Eric Boman, y Curt
Hosseus) pero las primeras investigaciones arqueológicas sistemáticas
correspondieron a Salvador Debenedetti (1917), quien realizó dos campañas que incluyeron un largo recorrido y diversas excavaciones. Milcíades Vignati, Fernando Márquez Miranda, Jorge Iribarren Charlin, Alberto Rex González, Ricardo Nardi, Juan Schobinger, Pablo Sacchero,
Eduardo Berberián y Horacio Calandra son otros de los arqueólogos que
contribuyeron a elaborar el conocimiento arqueológico provincial durante el siglo XX. El carácter en cierto modo puntual de todos estos estudios contrasta con el volumen de la investigaciones realizadas entre
aproximadamente 1965 y 2003 por Mariano Gambier, quien amplió
considerablemente el registro arqueológico conocido y lo estructuró en
una completa secuencia regional (algo ya intentado parcialmente por
González y Nardi en la década del 60) interpretada desde un marco histórico–cultural clásico. Esta línea de pensamiento fue compartida y luego continuada hasta la actualidad por Catalina T. Michieli, en tanto que
nuevas tendencias y vías de análisis fueron introducidas por Roberto
Bárcena, Alejandro García, Oscar Damiani, Diana Rolandi, Gabriela Guráieb y Mercedes Podestá desde los inicios del siglo XXI, con la posterior
participación de otros jóvenes investigadores.
16
2 – LOS PRIMEROS POBLADORES
DE SAN JUAN (9000 – 5000 a.C.)
Hacia fines del Pleistoceno existían en diversos sectores de San Juan
condiciones propicias para la ocupación humana: disponibilidad de
agua, recursos vegetales, una variada fauna que probablemente incluía
algunas especies de megafauna pleistocénica actualmente extintas, etc.
Este escenario favorable contrasta sin embargo con la ausencia de evidencias arqueológicas de una antigüedad superior a 8.000 años a.C.
¿No había ingresado el ser humano al actual territorio provincial, o se
trata simplemente de un problema de muestreo o del estado de avance
de la investigación? Hasta hace unos pocos años atrás se observaban
situaciones similares en territorios cercanos, como el Norte de Mendoza, San Luis o Catamarca. Sin embargo, estudios recientes en estas provincias han sacado a luz restos culturales de época pleistocénica en sitios como El Alto (Rivero et al. 2008), Agua de la Cueva (García 2003a) y
Estancia La Suiza (Laguens et al. 2007). En el caso de Agua de la Cueva,
el registro arqueológico del sitio indica que la presencia humana en el norte de Mendoza hacia 9.000 a.C. no era meramente eventual y exploratoria,
sino recurrente e integrada a un determinado sistema de ocupación del
espacio. Sin embargo, aún no se han hallado otros componentes estratificados de ese sistema temprano de sitios arqueológicos en la región.
Las bandas cazadoras-recolectoras podían explorar grandes espacios
mediante el traslado a lo largo de vías de baja resistencia y riesgo, fundamentalmente los ríos, por lo que el sector central y oriental de San
Juan pudo ser reconocido de manera preliminar en muy poco tiempo,
siguiendo el curso de los ríos San Juan, Jáchal y Bermejo (aguas arriba o
aguas abajo). Esto les habría brindado una base de datos significativa
para el diseño de estrategias de ocupación del espacio y de explotación
del ambiente.
17
Teniendo en cuenta todo lo anterior, es muy probable que los primeros
grupos hayan explorado el territorio sanjuanino y ocupado permanentemente algunos de sus sectores durante el Pleistoceno, y que sus restos culturales estén aún a la espera de ser descubiertos.
Las evidencias culturales más antiguas
Algunos sitios arqueológicos estratificados estudiados por Gambier
(1974) en el suroeste y por Berberián, Calandra y Sacchero (1968) en el
noreste de la provincia, brindaron información sobre las ocupaciones
humanas más antiguas detectadas hasta el momento en San Juan. Se
trata de los sitios Los Morrillos de Ansilta, La Colorada de la Fortuna y El
Peñoncito (Figura 2). El primero consiste en una serie de aleros que se
alzan en las adyacencias de una extensa vega ubicada a ca. 2.900 m
s.n.m.; el segundo se encuentra en la barranca de la margen derecha
del arroyo La Colorada, a ca. 3.200 m s.n.m. La Cueva El Peñoncito se
ubica en el Valle del Río Gualcamayo, a ca. 3.200 m s.n.m.
La excavación de estos sitios brindó un conjunto homogéneo de materiales líticos, caracterizado principalmente por la presencia de puntas
de proyectil lanceoladas y triangulares pedunculadas, “hojas”, raspadores y raederas de tamaño mediano-grande. Además se recuperaron
huesos de camélidos y de ñandú, y una conchilla marina. Interesante
resulta el hallazgo de al menos una mano de moler con evidencias de uso,
en posición estratigráfica en el sitio La Colorada, y otra en el techo de la
capa que contiene restos de estas ocupaciones tempranas en El Peñoncito.
El conjunto de instrumentos líticos mencionado ha sido denominado
“Industria La Fortuna” (Gambier 1974); algunos de sus componentes,
sobre todo las puntas de proyectil, han aparecido en numerosos sitios
del territorio sanjuanino: Morrillos de Ansilta, La Colorada, El Peñoncito, Ullum, Bauchaceta, Talacasto, Hornillas de Arriba, Ischigualasto La
Huerta, Marayes, Pampa del Gigantillo, Quebradas de Tocota, Chita,
Espota, Agua Negra, Conconta y Romo, Valle de la Invernada, San Guillermo, Gualcamayo, Río del Valle del Cura, Cerro Valdivia, etc. (Figura 3).
18
Gambier obtuvo tres fechados para este conjunto artefactual: 6515 ±
240 a.C. (Gx 1826 – Los Morrillos), 6305 ± 170 a.C. (Gak 4195 – Los Morrillos) y 6210 ± 100 a.C. (Gak 4194 – La Colorada). La calibración de
estos fechados indica edades calendáricas ubicadas ente hace 6696 y
8198 años a.C. Por su parte, Berberián y Calandra obtuvieron dos fechados algo más recientes: 5130 ± 60 a.C. (CSIC 463 – El Peñoncito) y
5520 ± 60 a.C. (CSIC 464 – El Peñoncito), con un rango de edades calibradas de entre 6013 y 6427 años a.C.
Figura 2: Localización de los principales sitios arqueológicos sanjuaninos.
19
Figura 3: Puntas de proyectil de estilo “Fortuna”.
Sistema de asentamiento-subsistencia
La gran dispersión de los sitios con puntas de estilo “Fortuna” y la utilización recurrente de algunos de ellos (evidenciada por la gran cantidad
de artefactos allí recuperados en estratigrafía) son resultado del avanzado proceso de ocupación del espacio por los grupos cazadoresrecolectores. No es fácil, sin embargo, reconocer cómo era ocupado ese
espacio. En las últimas décadas se han propuesto diversos modelos de
interpretación para dar cuenta de las formas de organización del asentamiento y la movilidad a nivel regional de las sociedades cazadorasrecolectoras (e.g. Binford 1980, Hayden 1990) o de la ocupación general del territorio (e.g. el modelo ecológico de utilización del espacio
propuesto por Borrero -1994-1995). En el caso de los cazadores holocénicos sanjuaninos, la información disponible no es suficiente como para
avanzar con precisión en el tema. No obstante, pueden hacerse algunas
consideraciones puntuales. Así, resultan de gran interés el registro arqueológico de Los Morrillos/La Colorada, y algunos sitios con agregación de estructuras hallados en el área de San Guillermo, en el extremo
noroeste provincial (García et al. 2007; Figura 4).
20
La gran cantidad de artefactos hallados en estratigrafía en Los Morrillos
y La Colorada indica una recurrente utilización de estos sitios, que pudieron ser nodos principales en el marco de sistemas de “nomadismo
atado”, en los que algunos componentes importantes por su estructura
de recursos son ocupados de manera reiterada en tanto que el resto
del sistema de asentamiento puede mostrar cambios significativos a
través de tiempo.
Figura 4: Sector con numerosos recintos
pircados en el área de San Guillermo.
Por otro lado, se ha sugerido que la presencia de sitios con numerosas
estructuras de habitación circulares o semicirculares, cuyo interior está
en muchos casos colmatado de sedimentos, podría estar vinculada a
eventos de fusión o agregación de bandas, momentos relevantes para
el intercambio de información, la búsqueda de parejas y el afianzamiento de los lazos intergrupales. La ubicación de estos sitios en el área cordillerana, muy cerca del límite con Chile, añade un elemento de interés
al tema, ya que podrían haber participado de ese proceso bandas ubicadas a ambos lados de los Andes.
Esta alternativa se vincula con otro aspecto importante; la amplia dispersión del estilo de puntas pedunculadas y lanceoladas medianograndes a través de una región muy extensa que incluía el centro de
21
Chile y las provincias del Centro Oeste Argentino y Sierras Centrales
(González 1960, Gambier 1974, García 2003a). Ya a mediados de la década del 70 Wobst había propuesto un modelo de continuidad espacial
de las relaciones entre “núcleos familiares” y “bandas mínimas” mediante su agregación en “bandas máximas” en las que se producía un
importante proceso de intercambio y comunicación (Wobst 1974). Este
mecanismo, registrado a nivel etnográfico, presenta ventajas claras
para la perduración de los grupos cazadores-recolectores: disminución
de riesgo de supervivencia mediante el uso compartido de recursos
críticos (e.g., el agua), intercambio de información sobre recursos y
ambientes, oferta de parejas, etc., pero también tiene consecuencias
importantes para la interpretación del registro arqueológico a escala
regional. Así, en nuestro caso, la acción de varias macro-bandas o bandas máximas en el territorio arriba señalado pudo contribuir a la perduración de las características de algunos estilos artefactuales, sobre todo
las puntas de proyectil. En este sentido las diferencias internas dentro
de un mismo estilo general, visibles en las distintas regiones del área,
pudieron estar vinculadas con el mayor o menor grado de cohesión o
flexibilidad de los vínculos entre las macrobandas de las distintas regiones, en el marco de un sistema social muy amplio que presentaba diversos grados de afinidad y unión entre sus componentes.
Por otro lado, las diversas propuestas sobre movilidad y asentamiento
de las sociedades cazadoras-recolectoras coinciden en que a lo largo de
un ciclo anual los sistemas de asentamiento de cada banda (mínima)
pueden estar integrados por decenas de sitios de distintas características (caza, aprovisionamiento, reunión, campamentos residenciales,
almacenamiento, etc.) y diferente visibilidad arqueológica, y todos los
componentes de una macrobanda darían lugar anualmente a la creación de decenas o cientos de sitios según las características de los ambientes explotados. Esto significa que cada sitio descubierto estuvo en
relación con numerosos sitios aún no hallados, probablemente ubicados en espacios amplios con ambientes diversos y recursos alimenticios
complementarios (escenario geográfico observable en diversos sectores
de la provincia).
22
A un nivel general, puede suponerse que hacia fines del Holoceno temprano (ca. 6000 a.C.) los grupos cazadores-recolectores conocían y explotaban todo el territorio sanjuanino y mantenían fuertes contactos
intergrupales que, entre otras cosas, los llevaban a compartir un determinado estilo de artefactos. Un reflejo de estos contactos sería la
valva de molusco marino hallado en Los Morrillos.
Con respecto a la subsistencia, si bien en algunas regiones vecinas hacia
el Holoceno temprano aún existían representantes de la megafauna
pleistocénica, como el Hippidion o el Megatherium en Gruta del Indio
(Lagiglia et al. 1999, García 2003b, García et al. 2008), en San Juan no se
ha verificado la perduración de tales especies hasta tiempos holocénicos. Los únicos restos de megafauna hallados en un sitio arqueológico
provienen de Los Morrillos, pero no estaban asociados a materiales
culturales y fueron datados en 25580 ± 1800 a.C, mucho antes de la
llegada del hombre al área. Sin embargo, si algunas especies de megafauna llegaron a ser contemporáneas de los cazadores holocénicos,
éstos seguramente las consumieron.
Hasta el momento (y sin perder de vista la muy baja representatividad
de la muestra), los restos faunísticos recuperados en estratigrafía corresponden a especies actuales: ñandú y camélidos en Los Morrillos y
camélidos en La Colorada (Gambier 1974), y guanaco (Lama guanicoe),
vizcacha de la sierra (Lagidium sp.), roedores pequeños y zorro colorado en El Peñoncito (Berberián et al. 1984), si bien no está claro si estas
especies fueron explotadas en el sitio. A estos recursos seguramente
debió sumarse el aprovechamiento de frutos de especies vegetales nativas (chañar, algarrobo, albaricoque, etc.), la recolección de huevos de
ñandú y el consumo de cactáceas y de especies de micro y mesofauna
(vizcacha, aves, etc.). Finalmente, en los ambientes dominados por
grandes masas de agua que se ubicaban en el sur de la provincia o en
sectores acotados como el Valle de Zonda, esos grupos seguramente
explotaban los recursos vegetales (juncos, etc.) y animales (peces, aves,
etc.) de esos entornos. Uno de estos casos sería el de un probable campamento residencial ubicado en la base del Cerro Valdivia, a orillas de
23
un lago que durante la transición Pleistoceno-Holoceno se habría extendido por extensos espacios del sur sanjuanino (Gambier 1991).
Por lo tanto, y tal como ha sido propuesto para el norte de Mendoza
(García 2003c), cabe imaginar un sistema de subsistencia variado y
esencialmente flexible, aunque con una participación importante de la
caza de camélidos.
24
3 - CAMBIOS EN EL MUNDO CAZADORRECOLECTOR (5000 – 2000 a.C.)
Como ya se ha mencionado, el conjunto instrumental lítico típico de los
primeros cazadores de San Juan perduró hasta ca. 5000 a.C. Pero para
entonces ya se habían empezado a producir algunas modificaciones
importantes en la tecnología lítica de los cazadores-recolectores sanjuaninos que se afianzarían plenamente durante el resto del Holoceno
medio (hasta ca. 2000 a.C.), si bien estos cambios excedieron ampliamente el actual límite provincial y se observan también en sitios de las
provincias vecinas. Afortunadamente, el registro arqueológico de estos
grupos es mucho mejor conocido, gracias a las excelentes condiciones
de preservación de los sitios cordilleranos (sobre todo del sitio Los Morrillos), lo que permite observar detalles de la cultura material vinculados tanto con el mundo tecnológico como con el mortuorio.
Características del registro arqueológico
El hallazgo de numerosos restos orgánicos en excelente estado de conservación marca una diferencia importante en el conocimiento de la cultura material de estos grupos, en comparación con la de los primeros cazadores.
En el ámbito de la tecnología lítica, además de recuperarse una abundante muestra de artefactos que permiten conocer en detalle el conjunto instrumental (puntas de proyectil triangulares o lanceoladas medianas y pequeñas [Figura 5], diversos tipos de raspadores, raederas y
perforadores enmangables de tamaño pequeño, piedras pulidas y horadadas, rocas con “tacitas” o morteritos múltiples, ganchos de estólica,
etc.), se han hallado elementos orgánicos asociados con el uso de algunos de ellos. Específicamente, los trabajos de Gambier (1985) en las
grutas de Los Morrillos, en la gruta del Chacaycito, en el alero Los Co25
rredores y en la Colorada de la Fortuna aportaron un conjunto de astiles, cabezas de dardos y una estólica, elementos que mejoran nuestra
visión del uso de los instrumentos líticos. La estólica o lanzadardos (Figura 6) se halló en la Gruta 1 de Los Morrillos; tiene 49 cm de longitud,
está elaborada con madera de algarrobo, y formaba parte del ajuar funerario de un párvulo de sexo masculino. La pieza, que se encontró
quebrada, consta de tres partes: la varilla o palanca, el taco impulsor
(donde se acomoda la parte proximal del dardo) y la toma o gancho de agarre.
Figura 5: Punta de proyectil de un contexto
arqueológico asignable al Holoceno Medio
(Vega de las Invernadas del Valle,
Valle del Cura).
Figura 6: Estólica o lanzadardos que formaba parte de un ajuar
funerario recuperado en la Gruta 1 de los Morrillos de Ansilta.
Según Gambier, los dardos que se arrojaban con este instrumento podían ser simples o compuestos. Los simples consistían en un fragmento
de caña coligüe acondicionado para la inserción de una punta en el extremo.
Figura 7: Dardos de estólica hallados en las Grutas
de Los Morrillos de Ansilta.
26
Los compuestos medían unos 70 cm y estaban formados por una pieza
de caña coligüe de ca. 50 cm, con el extremo distal ahuecado y reforzado para permitir la inserción de la pieza delantera del dardo, que medía
unos 20 cm y presentaba una punta lítica adherida en su extremo distal con
una sustancia resinosa y atada con fibras vegetales o animales (Figura 7).
También se han hallado otros dos instrumentos líticos enmangados:
una microrraedera y un “escariador” (elemento para realizar agujeros).
Muy interesante es el descubrimiento de un retocador de hueso enmangado, insertado en el extremo de una caña coligüe de 23 cm de
largo y atado con fibras vegetales, y de un retocador doble compuesto,
formado por dos retocadores atados en sus extremos no activos con
fibras de nervios. Igualmente llamativo es el hallazgo de fragmentos de
ramas utilizados para encender fuego. En esos casos, las partes pasivas
muestran pequeños agujeros o huecos circulares carbonizados, mientras que las piezas activas presentan extremos redondeados y quemados (Figura 8).
Figura 8: Elementos para producir fuego
(Grutas de los Morrillos de Ansilta).
Figura 9: Cesto recuperado en las
excavaciones de la Gruta 2 de los
Morrillos de Ansilta.
Además del retocador enmangado se halló un variado conjunto de instrumentos de hueso que incluye 89 retocadores (50 de ellos fragmentados), 2 espátulas, un fragmento de aguja, 8 punzones y un “puñal”.
27
Otro aspecto abordable a través del registro arqueológico de las grutas
de Los Morrillos es el de la textilería. Entre los numerosos restos rescatados se cuentan envolturas de cuero, cubresexos, cestos (enteros y
fragmentos -Figura 9), redes, una muñequera, tientos de cuero, hilos de
lana, pelo humano y fibras vegetales, fragmentos de cueros curtidos,
haces de juncos y trabajos con plumas.
Figura 10: Cesto decorado extraído de la Gruta 1 de los Morrillos de Ansilta.
Muchos de estos elementos formaban parte de los diversos entierros
individuales localizados en la Gruta 1 de Los Morrillos. En efecto, se
recuperaron dos cuerpos de adultos, cuatro de niños y dos esqueletos,
con grados distintos de integridad. Todos los individuos fueron envueltos en mantos de fragmentos de cueros de guanaco, cosidos con la lana
hacia adentro. Los fardos fueron luego atados con cordeles de lana o
pelo humano. Uno de los cuerpos correspondía a una mujer que tenía
la cabeza cubierta con un plato de cestería de unos 50 cm de diámetro,
y usaba un cubresexo de plumas de ñandú y una larguísima cabellera
que le llegaba a las rodillas. Alrededor de dos de los párvulos se rescataron puntas de proyectil triangulares de tamaño grande. Finalmente,
resulta muy interesante el ajuar que acompañaba al cuerpo de un niño
de unos 8 meses de edad, que vestía un cubresexo de plumas de ñandú
(Rhea americana). En el interior de su fardo mortuorio se hallaron la
28
estólica antes mencionada, dos cestos (uno de ellos decorado -Figura
10), dos esferas de madera, una piedra rodada de color oscuro, una
madeja de hilos de lana y otra de fibras de nervio, y una muñequera o pernera formada por caracolillos marinos, uñas de ñandú, metatarsos de guanaco, garras de aves pequeñas y dos puntas triangulares de obsidiana.
Para finalizar este panorama cabe destacar la presencia de algunos
elementos vinculados con el ámbito del arte o la estética. En primer
lugar resulta llamativa la presencia de muchos instrumentos relacionados con la elaboración de pigmentos, entre ellos rodados alargados de
hasta 7 cm de longitud, manchados con una mezcla de grasa y pintura
de color negro o rojo; rodados con forma de manos de moler, con manchas negras; placas delgadas coloreadas de negro o rojo; un molino
plano completo, de 45 cm de longitud, con toda su cara activa cubierta
de manchas rojas, negras y amarillas; trece “martillos para pintura”;
diez manos de moler con restos de pintura; y varios fragmentos de huesos largos embadurnados con pintura.
Figura 11: Fragmento de una “fuentecita” de hematita
procedente de la Gruta 1 de los Morrillos de Ansilta.
Otros elementos significativos son un astil decorado, cuentas de collar y
pendientes de valva de molusco, piedra, uñas de ñandú y caracoles de
mar, la mitad de una fuentecilla oval, de 10 cm de longitud (Figura 11),
realizada en una roca semiblanda y pigmentosa de color rojo y decorada en su reverso con figuras lineales, un fragmento de roca roja deco29
rada por ambas caras con incisiones geométricas, y dos collares completos, uno con cuentas de diáfisis de huesos de aves y caninos de guanaco, y otro con semillas de color negro y blanco.
Para este registro se han obtenido ocho fechados radiocarbónicos (Tabla 1) que abarcan todo el Holoceno medio.
Nº Lab
Años C14
Sitio
Gak 6905
7920±120
Gruta 2 Los Morrillos
Gak 6904
6480±130
Gruta 2 Los Morrillos
Gak 8824
5460±140
Gruta 1 Los Morrillos
Gak 5806
5060±170
Gruta del Chacaycito
Gak 6906
4530±110
Gruta 1 Los Morrillos
Gx 1631
4410±150
Gruta 1 Los Morrillos
Gak 4704
4070±105
Gruta 1 Los Morrillos
CSIC 462
4020±50
Cueva El Peñoncito
Tabla 1: Dataciones radiocarbónicas obtenidas para ocupaciones del Holoceno medio
(Gambier 1985 –Los Morrillos y Chacaycito-; Berberián y Calandra 1984 -El Peñoncito).
Cambio tecnológico y continuidad de poblaciones
Dado que el registro arqueológico de las ocupaciones más antiguas se
restringe esencialmente a los materiales de piedra, la comparación con
los grupos posteriores se ha basado sobre todo en la tecnología lítica.
Por eso han resultado muy importantes para la arqueología local algunas diferencias marcadas entre la “industria La Fortuna” y el conjunto
de instrumentos líticos más reciente del Holoceno medio.
Las principales diferencias observadas son similares a las ya apuntadas
para el centro-norte de Mendoza (García 2005b):
1) Una modificación en el diseño de las puntas de proyectil. Si bien se
mantienen las puntas lanceoladas, el diseño triangular con pedúnculo
se abandona y predominan las triangulares de lados levemente convexos y base recta o sub-recta.
30
2) Una disminución importante del tamaño de las puntas de proyectil,
con el predominio de tamaños pequeños (menos de 36 mm de largo).
3) La aparición de conjuntos instrumentales de dimensiones muy reducidas, fundamentalmente cuchillos y microrraspadores de formas diversas. Este cambio se vinculó probablemente con la forma de enmangamiento de estos artefactos, que previamente podían ser directamente
tomados y utilizados con la mano.
4) La diversificación de materias primas. Una constante relacionada con
la explotación de recursos en relación al conjunto "Fortuna" es la utilización de materias primas líticas muy próximas a los lugares de emplazamiento, fundamentalmente pórfidos y basaltos, y la ausencia casi
total de rocas regionales o alóctonas de mejores condiciones para la
talla (por ejemplo obsidiana). Por el contrario, el nuevo conjunto instrumental muestra una utilización predominante de la calcedonia y de
otras rocas criptocristalinas, sobre todo para la talla de raspadores y
puntas de proyectil.
5) La aparición frecuente de instrumentos de molienda.
6) La adopción del lanzadardos como arma. Este artefacto ha sido hallado en estratigrafía en el sitio Los Morrillos (Gambier 1985). Si bien es
probable que el lanzadardos ya se utilizara con anterioridad (de hecho,
en Taguatagua apareció un gancho de estólica en un contexto con puntas “cola de pescado” datado hacia el Pleistoceno final), aún no existen
evidencias de ello en territorio sanjuanino.
La mayor difusión de la estólica y los dardos (en lugar de las lanzas) debió producir un notable aumento de efectividad. A su vez, la reducción
del tamaño de las puntas para su inserción en astiles de dardos trajo
aparejada otra modificación: la mayor diversidad de materias primas
utilizadas para su elaboración. Dadas sus excelentes cualidades para la
talla, rocas como la calcedonia y el ágata fueron también utilizadas para
realizar otros tipos de instrumentos (raspadores, cuchillos, raederas,
etc.); para ello se redujo también el tamaño general de estos tipos de
artefactos y aparecieron diseños estandarizados muy pequeños, como
31
los microrraspadores o las microrraederas. Si la mayor utilización de
estas rocas se debió solamente a sus cualidades o si también participaron elementos estéticos o simbólicos (Flegenheimer y Bayón 1999,
Taçon 1991) es un tema que deberá ser analizado en el futuro.
Uno de los principales aspectos a considerar en relación a estos cambios es si pueden resultar útiles para establecer la identidad étnica de
sus autores a una escala básica, o sea establecer si se vinculan con procesos de continuidad de las mismas poblaciones de cazadoresrecolectores o con su sustitución por otros grupos. ¿Representan aquellos cambios simplemente un ajuste técnico ante condiciones cambiantes en la estructura de recursos? ¿O significan mucho más que eso, una
tecnología diferente atribuible a grupos humanos no vinculados con los
anteriores? Tradicionalmente se ha sostenido esta segunda opción a
nivel local (Gambier 1985, 2000): hacia comienzos del Holoceno medio
se habría producido el ingreso de nuevos grupos humanos a un espacio
que estaba siendo abandonado por sus antiguos ocupantes. Los nuevos
cazadores, provenientes del sur (de la Patagonia), habrían ocupado el
SO de San Juan hacia 5950 a.C., compartido algunos sitios y hábitats
con los grupos cazadores que ya se encontraban allí (y a los que con el
tiempo habrían reemplazado), y perdurado en la región hasta ca. 2250 a.C.
Sin embargo, el registro arqueológico no avala esta interpretación. Al
contrario, los sitios estudiados en el SO y NE de San Juan y en el sur de
Mendoza muestran una notoria continuidad estratigráfica entre ambos
conjuntos artefactuales. Más aún, lo que indica el registro es la incorporación de nuevos elementos (los del estilo “Morrillos”) en las últimas
capas que contienen elementos de estilo “Fortuna”; sobre todo se verifica aquí la convivencia de puntas grandes lanceoladas y triangulares
pedunculadas, con las nuevas triangulares y lanceoladas más pequeñas,
y con los nuevos microrraspadores y microrraederas. Esta evidencia se
ajusta mejor a la idea de un cambio tecnológico dentro de las sociedades ya existentes en el área que a una convivencia entre grupos distintos, sobre todo si se tiene en cuenta que en un medio árido como el de
la región analizada la defensa de los espacios y recursos tradicional32
mente explotados (o sea, lo que se conoce como territorialidad) por
parte de los grupos ya existentes habría sido una respuesta más esperable frente a la llegada de grupos invasores. Por otra parte, este cambio de estilo en el instrumental lítico se observa en un territorio mucho
mayor que el SO de San Juan, desde el centro-norte de Chile hasta las
Sierras Centrales de Argentina, lo que indica que se trata de un proceso
de escala areal que involucra la continuidad de las poblaciones ya existentes y la modificación de ciertos aspectos culturales a fin de mejorar
sus estrategias de adaptación al medio.
Ocupación del espacio y subsistencia
Los sitios excavados relacionados con los grupos aquí analizados son
escasos: en el SO de San Juan, las Grutas 1, 2 y 3 de los Morrillos de
Ansilta (Figura 12), la Gruta del Chacaycito, la Colorada de la Fortuna, la
Gruta de Donoso y el alero Los Corredores (Gambier 1985), y en el norte la Cueva El Peñoncito (Berberián et al. 1968, 1984). Estos sitios están
ubicados en zonas montañosas altas, cercanas a los 3.000 m s.n.m. Instrumentos líticos estilísticamente similares a los de estos sitios han sido
observados en varios puntos del área de San Guillermo y en el Río del
Valle del Cura (García et al. 2007; Figura 13), también en zonas montañosas. Esto no significa que el hábitat de estos grupos haya estado restringido a estos sectores. En efecto, si, como indicaría la evidencia disponible, se trata de los descendientes de las sociedades cazadoras previas, el espacio conocido y ocupado fue todo el territorio sanjuanino, y
sus restos sólo han sido hallados en la zona montañosa debido a varios
factores, entre los que destacan la gran diferencia de visibilidad arqueológica entre estos sectores y los de las tierras bajas, la orientación predominante de los estudios arqueológicos hacia las zonas altas y la mayor exposición de los sitios de valles y llanuras a la acción alteradora de
agentes naturales y culturales (erosión eólica, actividad destructiva de
los ríos, arado de campos, construcción de rutas, establecimiento de
pueblos y ciudades, etc.). En rigor, la amplia extensión de las probables
conexiones entre los distintos sistemas sociales o macrobandas del Holoceno medio está dada no sólo por la aparición de instrumentos líticos
33
(sobre todo puntas de proyectil) similares en el centro-norte de Chile y
un extenso espacio que abarca gran parte de las Sierras Centrales, Centro Oeste Argentino y Patagonia, sino también por la ya mencionada
presencia de elementos alóctonos en los sitios sanjuaninos, como la
caña coligüe (que aparece recién hacia 34° Sur), la obsidiana (cuyas
fuentes se hallan a cientos de kilómetros hacia el sur y el norte de San
Juan) y las valvas de molusco provenientes del Pacífico.
La escasa información disponible no permite conocer los movimientos
de estos grupos dentro de sus sistemas de asentamiento ni la extensión
de éstos. No obstante, a nivel general, Gambier (1985, 2000) ha propuesto un modelo para la ocupación del SO de San Juan, según el cual
estos grupos habrían habitado entre el otoño y la primavera los sitios
ubicados al oriente de la Cordillera Frontal (por ejemplo las Grutas de
Los Morrillos), en tanto que en el verano (siguiendo los desplazamientos de los guanacos) se habrían movilizado al oeste de la misma, a los
valles interandinos (donde había sitios como La Colorada de la Fortuna),
a los que, por otra parte, también habrían accedido grupos provenientes de la costa chilena. La presencia de semillas de albaricoquillo (Ximenia americana), cuyos ejemplares más cercanos se encontrarían en el
piedemonte oriental de la precordillera en torno a los 32° Sur, indicaría
probables movimientos hacia este sector.
Figura 12: Vista general de las grutas de los Morrillos de Ansilta.
34
Figura 13: Vista general de un sitio cronológicamente
asignable al Holoceno Temprano-Medio, en el Valle del Cura.
En cuanto a la subsistencia, si bien se destaca el papel preponderante
del guanaco, también aparecen en el registro especies menores como
el ñandú (Rhea americana), la vizcacha (Lagidium sp.), el zorro (Dusycion culpeus) y roedores pequeños (Ctenomys sp.), si bien el consumo de
estos últimos no ha sido comprobado. La presencia de fragmentos de
cáscaras de huevo de ñandú indica la continuidad del consumo de este
recurso. Entre las especies vegetales cabe mencionar el algarrobo (Prosopis sp.), las cactáceas (Maihueniopsis sp.) y el albaricoquillo (Ximenia
americana), pero también se aprovecharon otras especies para tareas
diversas (por ejemplo las cañas de coligüe –Chusquea sp.-para elaborar
astiles). Como en el caso de los grupos cazadores de fines del Holoceno
temprano, cabe suponer que en los ambientes lacustres se explotaba
una amplia gama de elementos vegetales y animales. Asimismo, la presencia importante de manos de moler en la Cueva El Peñoncito y de
rocas con tacitas en Los Morrillos sugiere que la preparación de recursos vegetales jugaba un papel relevante en la alimentación de estos
grupos, al menos hacia fines del Holoceno medio.
35
Las primeras manifestaciones artísticas
Algunos elementos hallados en las grutas de Los Morrillos constituyen
las primeras manifestaciones de arte registradas hasta el momento en
San Juan. Específicamente, se trata de tres piezas; a) un cesto decorado
con una especie de estrella de seis puntas, la cual se encuentra a su vez
rodeada por otra figura estrellada de seis puntas; b) un fragmento de
una pequeña “fuentecilla” modelada en un trozo de pigmento rojo (Figura 11), en cuya cara posterior se practicó una decoración con incisiones que presenta dos partes: una inferior, con una línea horizontal con
dos grecas en sus extremos y una línea perpendicular de menor extensión ubicada cerca de uno de los extremos, y una superior, que presenta una serie de cinco triángulos de distintas dimensiones superpuestos
(dos de ellos con líneas y puntos interiores), dos grecas de diseño triangular unidas a sendas líneas atravesadas transversalmente por segmentos cortos, y una greca discontinua adyacente a los triángulos; c) el tercer
elemento con connotaciones artísticas es un astil decorado con incisiones.
Por otra parte, es probable que las numerosas piezas que presentan
manchas rojas, negras o amarillas hayan sido utilizadas en distintos
momentos de procesos de creación artística, desde la elaboración de
los pigmentos hasta su aplicación. Al respecto, resulta conveniente recordar que si bien las pictografías registradas en las grutas de Los Morrillos han sido atribuidas a ocupaciones posteriores, no existen indicadores que permitan establecer con precisión su antigüedad, por lo que
no habría que descartar que al menos alguna de ellas haya sido realizada
durante el Holoceno medio. En el mismo sentido, y tal como sucede con el
caso de los petroglifos, que a veces muestran remarcaciones recientes
sobre trazos más antiguos, sería interesante verificar si las imágenes actualmente visibles presentan evidencias de repintado.
36
4 - HACIA UN NUEVO MODO DE VIDA:
LA TRANSICIÓN AL SEDENTARISMO Y LA
PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS (2000 – 300 a.C.)
Durante por lo menos 5.000 años los habitantes del actual territorio
sanjuanino desarrollaron un modo de vida cazador-recolector, basado
económicamente en la caza (sobre todo de guanacos), la recolección
(de frutos, tubérculos, cactáceas, etc.) y probablemente en la pesca, y
en el despliegue de sistemas de asentamiento que incluían componentes cuya ubicación garantizaba el acceso a la caza mayor (o sea, los camélidos). La información aportada por los escasos sitios estudiados
brinda un panorama más o menos homogéneo, referido fundamentalmente a la cultura material, y no deja entrever la ocurrencia de cambios
importantes en ese modo de vida, en el que sólo se percibe un papel
cada vez mayor de la elaboración de recursos vegetales silvestres.
Por otra parte, debido al estado inicial de los estudios, nuestro conocimiento actual sobre el tema no sólo está centrado en los aspectos económico y tecnológico (quedando momentáneamente de lado, por falta
de información, una discusión profunda sobre facetas igualmente importantes para la vida de esos grupos, como la política, la social o la
ideológica) sino que además enmascara una probable heterogeneidad
de situaciones que pudieron manifestarse a través del territorio provincial. Así, es muy probable que factores como la evolución de los contactos entre bandas y macrobandas, cambios profundos en el ambiente
(potenciados en las regiones áridas por sus condiciones extremas), el
probable aumento demográfico, el conocimiento cada vez mayor de los
recursos del área, etc., provocaran ajustes y cambios continuos en la
movilidad, el asentamiento y otros aspectos de la cultura, si bien en
algunos casos los grandes cambios pueden constituir respuestas relati37
vamente rápidas a crisis coyunturales desencadenadas por factores
antrópicos (por ejemplo, conflictos territoriales) o naturales (sequías
prolongadas, erupciones volcánicas de gran escala, etc.). Generalmente
muchos de aquellos ajustes resultan imperceptibles en el registro arqueológico, hasta que su sumatoria da lugar a una situación organizativa muy diferente a la inicial o a la incorporación de elementos novedosos, como los que comienza a mostrar el registro arqueológico de San
Juan hacia principios del Holoceno tardío, hacia 1850 a.C.
Continuidad y cambio en el registro arqueológico
Las excavaciones de Gambier en Los Morrillos de Ansilta y en otros sitios del SO de San Juan brindaron un completo panorama de la cultura
material de los grupos humanos que ocuparon el área en la primera
parte del Holoceno tardío, aproximadamente entre 2000 y 0 a.C.
Algunos elementos no mostraron diferencias importantes con respecto
a los utilizados anteriormente. Esto se observa, por ejemplo, en la continuidad del uso de la estólica o lanzadardos y en la tecnología y morfología de los dardos compuestos, que presentan un vástago mayor (proximal) de ca. 60 cm de largo y uno menor (distal) de ca. 22 cm. Éste era
comúnmente de Adesmia pinnifolia, un arbusto de la región, pero en
los casos en los que las puntas eran pedunculadas (ver infra) el vástago
era de chilca (Baccharis salicifolia). Al principio el vástago mayor, al
igual que en tiempos anteriores, eran de caña coligüe (Chusquea sp.),
pero luego este elemento fue reemplazado por maderas locales. Las
puntas de proyectil también muestran una clara continuidad morfológica con las de momentos anteriores, salvo por la aparición tardía, a principios de la segunda mitad del Holoceno tardío, de las antes mencionadas puntas espesas pedunculadas, de tamaño pequeño.
Otros elementos no vinculados con la cacería también indican una estrecha relación con los previamente utilizados en la región, como los
microinstrumentos, sobre todo los microrraspadores.
Otros aspectos mostraron indicios de continuidad, aunque también
cambios importantes. Por ejemplo, en los casos de entierros en grutas,
38
los cuerpos adultos se disponían envueltos en una o dos mantas de lana, y los de párvulos, en fajas de lana, “polleras” o fragmentos de tela.
Sin embargo, uno de los cuerpos (“N° 10”) es un nonato envuelto en un
trozo de cuero de guanaco dispuesto con la lana hacia el interior, lo que
representa un nexo con la modalidad de entierro previa. Otro elemento
similar es la colocación de cestos en la cabeza de los cuerpos (Figuras
14 y 15), rasgo observado en los cuerpos de varones enterrados en la
Gruta 1 de Los Morrillos y ya presente en una de las inhumaciones de
los grupos cazadores-recolectores previos en el mismo sitio. En contraste, entre las diferencias en el patrón funerario se destaca el depósito de
los cuerpos en una pequeña fosa, rodeados con una capa de pasto seco
y a veces acuñados con piedras y cubiertos con tierra.
Figura 14: Detalle de uno de los cestos decorados
hallado en la Gruta 1 de los Morrillos de Ansilta.
Figura 15: Cesto decorado procedente
de la Gruta 1 de los Morrillos de Ansilta.
Como ya se ha visto, durante las ocupaciones cazadoras-recolectoras de
las grutas de Los Morrillos aparecieron algunas manifestaciones de carácter artístico y evidencias del uso de pigmentos (amarillo, negro y
sobre todo rojo), que pudieron aplicarse tanto a la decoración corporal
como a la producción de arte parietal. Sin embargo, no se han obtenido
39
pruebas de estas aplicaciones en los contextos correspondientes. Como
contrapartida, en el registro arqueológico del Holoceno tardío aparecerían diversos ejemplos de arte mobiliar (sobre todo representaciones
de animales) y de pinturas rupestres (Gambier 1977), lo que podría
constituir una base para sondear el mundo de las creencias de los nuevos grupos humanos de la región.
Finalmente, otros aspectos son absolutamente novedosos y reflejan
cambios significativos. Uno de ellos es la incorporación de productos
cultivados al sistema alimenticio: zapallo, calabaza, maíz (Figura 16),
porotos y quínoa, que probablemente no tuvo un impacto cuantitativo
relevante en la dieta, pero cuyo conocimiento y manejo amplió las posibilidades de respuesta frente a eventuales inconvenientes en el aprovisionamiento de recursos animales y vegetales.
Figura 16: Mazorcas de maíz recuperadas del suroeste sanjuanino.
Este marco material, apenas esbozado precedentemente, ofrece elementos extraordinarios que perduraron a través de los siglos debido a
las excelentes condiciones de preservación del registro orgánico de algunos sitios, y constituye una base de datos de gran valor que puede
ser interpretada de una variedad de formas alternativas, sobre todo en
lo concerniente a diversos temas que resultan significativos para comprender la transición entre las sociedades cazadoras-recolectoras y las
aldeanas, algunos de los cuales serán considerados a continuación.
40
Sin embargo, como podrá apreciarse a continuación, todo el registro
correspondiente aproximadamente al período 2000 a.C. – 550 d.C. fue
originalmente considerado como un conjunto muy homogéneo, sin
variaciones importantes en su interior: “la cultura en general desde sus
comienzos hasta sus momentos finales casi estrictamente permanece
idéntica y la inclusión de nuevos elementos creados o producto de la
imitación sumamente escasos y perfectamente destacables” (Gambier
1977:164).
Como resultado de esta perspectiva, algunas diferencias internas en el
registro, que podrían haber sido separadas cronológicamente e interpretadas de manera independiente, fueron subestimadas o desestimadas, lo que contribuyó a crear una imagen monolítica e invariable de la
cultura material de este período de ca. 1.500 años radiocarbónicos. En
consecuencia, si bien la presentación original de los datos dificulta en
muchos casos su lectura desde perspectivas diferentes a la que le dio
origen, las características básicas de las evidencias arqueológicas pertinentes señalan la conveniencia de intentarlo. En este caso se analizará
uno de los aspectos más significativos de este período: el relacionado
con la interpretación de la presencia de cultígenos en el registro arqueológico regional.
El consumo de productos cultivados
El conocimiento actual del período de incorporación de cultígenos por
parte de los grupos locales se basa en los trabajos realizados por Gambier (1977) en sitios del sector suroeste, en el departamento de Calingasta, principalmente en Vega de los Pingos (una pequeña gruta), arroyo Ansilta (Gruta Granero y Gruta del Lagarto), Vega y Grutas 1, 2 y 3 de
Los Morrillos de Ansilta, Punta del Agua de los Morrillos de Ansilta, Grutas 1, 2 y 3 del Río Fiero, Gruta del Río Salado, Sitio Río Colorado, Gruta
del Chacaycito, Alero de los Corredores, Gruta del Arroyo Hornillas de
Arriba, sitios de los valles interandinos (la Colorada de la Fortuna y el
Establecimiento de Guillermo) y el sitio Bauchaceta, si bien en los últimos no se preservaron restos vegetales.
41
El registro de cultígenos hallado por Gambier en la región es muy
bueno, y está constituido por restos de maíz, porotos, zapallo, calabaza
o mate y quínoa (Roig 1977).
El registro más antiguo se obtuvo en la Gruta 1 de Los Morrillos, en un
nivel de excavación fechado en 1760 ± 110 a.C. (Gak 6903), y está formado por un grano de maíz, 2 recipientes (Figura 17), fragmentos de
cáscara y semillas de zapallo, 2.200 g de quínoa y un fragmento de mate (Lagenaria siceraria).
Un registro un poco más reciente (980 ± 100 a.C., Gak 4800, Gruta 3 de
Los Morrillos) presenta 3 granos de maíz y 6 porotos, mientras que en
el nivel de excavación inmediatamente superior de la misma gruta se
halló un conjunto de 6 granos de maíz, 6 porotos y restos de mate o
calabaza (550 ± 85 a.C., Gak 4808). Finalmente, en la Gruta del Río Salado se obtuvo un fechado de 920 ± 85 a.C. (Gak 5122) para un nivel que
contiene restos de zapallo. El resto de los registros de cultígenos ha sido
fechado por asociación (fechamiento de pisos o niveles), y los resultados corresponden aproximadamente al período 0 – 500 d.C. Estos registros son en general cuantitativamente mayores, destacándose los de las
Grutas 1 y 2 del Río Fiero; el primero presentó un conjunto de 2.259
marlos de maíz, 506 granos, 6 chalas, 271 porotos, 62 semillas y numerosos fragmentos de zapallo, y 32
semillas de calabaza, con un fechado de 450 ± 90 d.C. (Gak 5555). En
la Gruta 2 se halló un conjunto de
641 marlos y 180 granos de maíz, 31
porotos, cáscaras y 26 semillas de
zapallo, fragmentos de calabaza y
25 g de quínoa, con un fechado de
370 ± 60 d.C. (Gak 4522).
Figura 17: Recipiente de calabaza hallado
en la Gruta 1 de los Morillos de Ansilta.
42
Este registro ha sido interpretado globalmente como resultado del
desarrollo de prácticas agrícolas en la región. Según Gambier (1977,
2000), desaparecidas de la región las antiguas poblaciones de cazadores-recolectores hacia 2250 a.C., el territorio habría sido ocupado desde
ca. 1850 a.C. por grupos cazadores-recolectores que desarrollaban la
agricultura y el pastoreo como actividades complementarias. Estas poblaciones habrían provenido de la periferia de centros agrícolas nucleares de Perú, de donde habrían sido desplazadas por grupos agricultores
y pastores de tiempo completo. Expulsados de su región de origen, se
habrían asentado en el alto piedemonte de la Cordillera Frontal de los
valles de Calingasta e Iglesia, entre 2.500 y 3.000 m s.n.m., “en sitios
protegidos de las precipitaciones invernales y localizados en pequeños
microambientes húmedos, rodeados de la estepa pedemontana” (Gambier 2000:30), donde habrían podido desarrollar diversos cultivos. Estas
prácticas no habrían constituido una “agricultura de ensayo”, ya que
involucraban tanto cultígenos bien desarrollados y adaptados a condiciones de altura como una población experimentada en este tipo de
actividades. Sin embargo, la marcada diferencia de volumen de los cultivos y de magnitud de las obras hidráulicas en relación con momentos
posteriores llevó a Gambier a estimar que se trataba de un período de
“agricultura incipiente”.
Gambier (1977:85) presentó varias razones que le permitían sostener
que estos cultivos se realizaban en los sectores altos mencionados y no
en tierras más bajas. Por un lado, la presencia de vainas de porotos,
marlos con granos, cáscaras completas de grandes zapallos “que conforman un gran volumen innecesario y sumamente difícil de transportar”. Por otra parte, la presencia de depósitos o “graneros” y de grandes volúmenes de productos agrícolas en algunos sitios. Finalmente, las
condiciones más abrigadas y protegidas de las vegas o ciénagas, algunos de cuyos sectores eran desecados para la implementación de las
prácticas agrícolas; un conjunto de mediciones realizadas en lugares
protegidos y no protegidos indica que en las vegas la temperatura es
5°C mayor durante la noche (lo que permite combatir eficazmente las
heladas) y 4°C menor durante el día.
43
La interpretación anterior es factible, aun cuando, como reconociera el
propio autor, los elementos enunciados son circunstanciales y no constituyen pruebas de que la agricultura se haya desarrollado efectivamente en el alto piedemonte desde ca. 1850 a.C. No obstante, cabe explorar interpretaciones alternativas que den cuenta de la presencia de cultígenos en esta zona.
Uno de los aspectos más llamativos es la profunda diferencia entre las
cantidades de cultígenos hallados en contextos datados en los períodos
2000 - 300 a.C. y 300 a.C. – 500 d.C. Como puede observarse en la Tabla
2, para el primer período la cantidad de restos de plantas cultivadas es
relativamente escasa si se tiene en cuenta su gran extensión temporal:
13 granos de maíz, 19 porotos, 2 recipientes de zapallo, escasos fragmentos y 9 semillas de zapallo, unos pocos fragmentos de calabaza y
2.200 g de quínoa. Si bien podría considerarse la incidencia de los problemas de preservación de la materia orgánica para explicar esta baja
cantidad de restos, en realidad las condiciones de conservación son
muy buenas en los sitios analizados, y por otra parte el registro de cultígenos recuperados en estos mismos sitios y datados aproximadamente
entre ca. 300 a.C. y 500 d.C. es notoriamente mayor a pesar del menor
tiempo transcurrido (800 vs. 1.700 años radiocarbónicos).
Otro elemento a evaluar es la identidad de los grupos involucrados. Al
parecer, el principal elemento que llevó a Gambier a sostener que
aquéllos provenían de zonas marginales de centros nucleares peruanos
fue la comparación de algunas características de los entierros y la textilería locales con los de sitios del norte de Chile y la costa peruana: las
sepulturas con cuerpos extendidos, las envolturas en forma de fardos,
los trenzados vegetales de tres elementos, cestería encordada, etc.
(Gambier 1977:112, Millán de Palavecino et al. 1977:170-174). Sin embargo, las inferencias derivadas a partir de esta relación morfológica
son altamente discutibles. En primer lugar, una de las situaciones de
base de la propuesta de Gambier era que el comienzo de este nuevo
registro arqueológico y la consecuente ocupación del área por estos
grupos llegados desde el norte se daban en un momento en que el te44
rritorio estaba desocupado, ya que las sociedades cazadorasrecolectoras anteriores lo habrían abandonado hacia 2250 a.C. Obviamente, el hiatus de unos 400 años C14 entre este fechado y el que marcaba la llegada de los nuevos grupos parecía sostener esa posición. Sin
embargo, como se ha analizado recientemente (García 2007a), las edades calibradas de ambos fechados se superponen y hace desaparecer el
hiatus. Pero lo más ilustrativo es el hecho ya señalado de la marcada
continuidad de un conjunto de instrumentos, como así también la llamativa ocupación de los mismos sitios que los grupos previos, y la prolongación de las redes sociales de gran escala que permitían el acceso a
productos como las cañas coligüe. Finalmente, la vigencia ininterrumpida de aspectos vinculados con la muerte y lo sagrado sólo es comprensible en un marco de continuidad de poblaciones y no de reemplazo.
Esto se aprecia notablemente en la Gruta 1 de Los Morrillos, que fue
utilizada como lugar de entierros durante el Holoceno medio y continuó
utilizándose de igual manera con las poblaciones posteriores.
Por lo tanto, el primer punto a establecer, alternativo a la propuesta
que llamaremos “tradicional”, es que los habitantes del SO de San Juan
durante el Holoceno tardío eran en realidad los descendientes de los
grupos que venían ocupando el área desde hacía miles de años.
Pero entonces, ¿cómo es posible que de un momento a otro estos grupos, inexpertos en el tema de las prácticas agrícolas, introdujeran un
conjunto tan diverso de cultivos? De hecho, el paso de una economía
cazadora-recolectora a otra con un componente agrícola supondría un
aumento del riesgo (por ejemplo, por malas cosechas), un empeoramiento de la dieta y una mayor inversión de trabajo, a cambio de una
mayor producción capaz de sustentar a poblaciones más densas y unidades sociales de tamaño más grande (Cohen 1984).
Hasta hace algunos años la presencia de elementos cultivados en un
contexto arqueológico era considerada automáticamente como evidencia de producción agrícola por parte de los grupos vinculados con tal
registro. Sin embargo, estudios etnográficos e históricos sobre la interacción entre cazadores-recolectores y grupos productores (e.g. Spiel45
man et al. 1994) mostraron la existencia de una diversidad de situaciones que involucran la obtención de productos agrícolas por otros medios, básicamente a través del intercambio, y la conveniencia de incorporar esta perspectiva a las discusiones arqueológicas sobre el origen
del consumo de productos provenientes de la agricultura y el pastoreo.
A nivel regional, Gil (1997-1998) ha propuesto que en el caso de los
cultígenos del sur de Mendoza, corresponden a poblaciones cazadorasrecolectoras que interactuaron con sociedades agricultoras vecinas. Un
aspecto importante de este planteo es la definición de la agricultura del
área centro-sur de Mendoza a partir únicamente de la presencia de
cultígenos, sin el hallazgo de instrumentos agrícolas, sistemas de regadío, campos de cultivo o evidencias de un patrón de asentamiento aldeano. En nuestro caso, los datos disponibles apuntan a una situación
de este tipo: lo que se habría dado desde aproximadamente el inicio del
Holoceno tardío es la obtención, probablemente por intercambio, de
diversos productos cultivados. Los posibles motivos de esta anexión son
diversos: simple ampliación (quizás discontinua en el tiempo) de la dieta, afianzamiento de lazos sociales entre diversas bandas, cuestiones
vinculadas con el status en el interior de alguno/s de estos grupos, disminución de recursos habitualmente consumidos, etc. La información
generada hasta el momento en la región no permite explorar las causas
que habrían dado lugar a tal cambio en las sociedades cazadorasrecolectoras locales, aunque el relativamente bajo volumen de productos involucrado permite sugerir que no se debería a la necesidad de
suplir carencias alimenticias derivadas de problemas con las fuentes
tradicionales de alimentación (caza y recolección) o de un aumento
demográfico significativo.
Por lo tanto, el segundo punto a considerar es que los cultígenos que
aparecen en el registro del SO de San Juan entre aproximadamente
1850 y 300 a.C. (o al menos en gran parte de este intervalo) no constituirían el resultado de prácticas agrícolas desarrolladas a nivel local
por los grupos que habitaban el alto piedemonte de Calingasta sino
que habrían sido obtenidos por intercambio con grupos productores
cuyo origen no es posible identificar actualmente.
46
Sitio
Gruta Granero
Gruta del Lagarto
maíz
porotos
marlos
granos
chala
sem.
91
108
76
abund
1
2
1
1
vainas
zapallo
recip.
7
Fgm. cásc.
calabaza
quínoa
Edad
sem.
x
13
x
x
x
x
x
1
4
8
1
1
3
x
x
3
x
x
x
1
x
x
Gruta 1 Los Morrillos
000 - 010
010 - 020
020 - 030
030 - 040
040 - 050
Gruta 2
A 010-020
A 020 - 030
A 030 - 040
A 040 - 050
A 050 - 060
C 000 - 010
C 010 - 020
C 020 - 030
C 030 - 040
C 040 - 050
Exp C 000 - 010
Exp C 010 - 020
Exp C 020 - 030
Exp C 030 - 040
Exp C 040 - 050
Exp C 050 - 060
Gruta 3
010 - 020
020 – 030
030 – 040
040 - 050
050 - 060
Gruta 1 Río Fiero
Gruta 2 Río Fiero
Gruta Río Salado
B 000 - 010
B 010 - 020
B 020 - 030
B 030 - 040
A 000 - 010
A 010 - 020
A 020 - 030
A 030 - 040
C 000 - 020
C 020- 030
C 030 - 040
C 040 - 050
C 050 - 060
1
1
varios
3
2
12
6
2
2
22
6
1
4
2200g 1760 ± 110 a.C.
x
80 ± 95 d.C.
540± 110 a.C.
1
x
4
1
x
1
1
10
16
48
75
3
2
4
1
3
1
x
x
x
x
4
8
3
8
1
2
2
6
6
2
6
6
271
31
11
7
2259
641
6
3
506
180
5
87
110
16
24
X
X
1
1
5
2
1
2
20
18
29
6
x
77
155
77
16
104
17
2
Un pan
x
x
x
x
1
6
6
1
12
1
1
x
x
x
x
x
x
x
x
62
26
x
x
x
x
36 sem
x
25 g
2
210 ± 80? d.C.
550 ± 85 a.C.
980 ± 100 a.C.
450 ± 90 d.C.
370 ± 60 d.C.
0 ± 80
1440 ± 100 a.C.
3
3
7
2
2
x
x
x
1
9
2
X
X
2
920 ± 85 a.C.
6
690 ± 110 d.C.
13
3
12
50g
0 ± 80
Gruta El Chacaycito
040 - 050
x
Tabla 2: Registro de cultígenos de sitios del SO sanjuanino. Las celdas en blanco corresponden al período ca. 1800-300 a.C. Fuentes: Gambier 1977, 1985.
47
Esto significa que este largo período, identificado tradicionalmente como de “agricultura incipiente” (Gambier 2000), sería en realidad una
transición a un momento posterior de desarrollo de prácticas agrícolas
en la región.
Con respecto a este segundo punto cabe realizar dos acotaciones. ¿Podrían los ocupantes de las Grutas de Los Morrillos y la Gruta del Río
Salado (los dos únicos sitios con cultígenos cuya antigüedad correspondería al período mencionado) haberlos cultivado en sitios más bajos,
distantes a no más de 40 km, ubicados a ca. 1.600 - 1.700 m s.n.m., en
el valle del Río de los Patos (donde actualmente se localizan las áreas de
cultivo más importantes del Valle de Calingasta)? Sí, es posible que esto
haya sucedido y que los sitios se hayan destruido posteriormente o no
hayan sido aún hallados. Sin embargo, por un lado parece extremadamente escaso el registro descubierto como para reflejar esa situación;
por el otro, habría significado un cambio importante en el sistema de
asentamiento y movilidad de los grupos cazadores-recolectores (ahora
también agricultores), del cual no se tienen indicios.
En segundo lugar, ¿podrían haber conseguido estos cultígenos por intercambio con grupos de otros sistemas sociales cazadores-recolectores
instalados en zonas más bajas de San Juan y dedicados a las prácticas
agrícolas como respuesta a situaciones propias de su desarrollo histórico particular? En este caso la respuesta también es positiva, si bien no
se dispone de evidencias para apuntalarla. Con respecto a esta opción,
hay que recordar que la interpretación aquí analizada, relacionada con
el inicio del cultivo de plantas en el SO de San Juan, en realidad forma
parte de un esquema interpretativo de mayor escala propuesto por
Gambier. Según este esquema, el poblamiento de San Juan se habría
producido en general por la acción de corrientes migratorias que
seguían dos rumbos predominantes: Norte-Sur y Oeste-Este (con excepción de los grupos cazadores-recolectores del Holoceno medio, denominados “Cultura de los Morrillos”, que habrían provenido del sur, de
la Patagonia). El rumbo Oeste-Este se aplica fundamentalmente desde
la aparición de los cultígenos en adelante; en el caso de los grupos de la
primera mitad del Holoceno tardío y de los agricultores posteriores, en
48
el esquema de Gambier se trata de poblaciones que, posteriormente,
desde 550 d.C. comenzaron “a emigrar de los sitios altos intentando
establecerse en los valles más bajos y preferentemente en los situados
al este de la Precordillera, como los valles de Jáchal, Ullum-Zonda, Guanacache, Güentota y quizás el de Uco-San Carlos” (Gambier 1977:164).
Expresado de otra manera, las depresiones del centro y este de San
Juan, luego de visitas esporádicas por parte de cazadores-recolectores
del Holoceno temprano (“industria La Fortuna” en términos de Gambier) habrían quedado totalmente desocupadas hasta su poblamiento
en la época tardía que estamos comentando.
El modelo anterior se contrapone con la idea de continuidad poblacional del territorio sanjuanino desarrollada en los primeros capítulos y
que según nuestra posición no sólo se verifica en relación a los primeros grupos consumidores de cultígenos sino que además significaría
que, además del alto piedemonte de los valles de Calingasta e Iglesia,
diversos sectores de todo el territorio sanjuanino estaban poblados ya a
inicios del Holoceno tardío (2000 a.C.). Es más, alguno de esos grupos,
debido a circunstancias adaptativas o sociales particulares, bien pudo
comenzar el proceso de obtención, consumo y cultivo de cultígenos
mucho antes que los grupos establecidos en el SO sanjuanino. En gran
medida, la falta de información sobre la ocupación del centro y este de
San Juan parece deberse a la ausencia de trabajos específicos, probablemente derivada de las dificultades que implica la visualización de los
sitios correspondientes en áreas que en tiempos modernos han estado
sometidas a un extenso laboreo y sobre las cuales están asentadas las
poblaciones actuales.
Por lo tanto, volviendo a la pregunta de origen, resulta factible que los
grupos del alto piedemonte consiguieran algunos cultígenos por intercambio con grupos de las depresiones interprecordilleranas, pero esta
alternativa sólo podrá ser evaluada correctamente cuando se disponga
de información arqueológica sobre los sitios del área. Por otro lado,
conviene reiterar aquí la idea de que el poblamiento de las tierras bajas
orientales se vincula con la continuidad poblacional que se vendría desa49
rrollando desde por lo menos el Holoceno temprano, y no con migraciones
de grupos agricultores de la segunda mitad del Holoceno tardío.
Para cerrar estas reflexiones, cabe también preguntarse si durante este
período pudieron realizarse experiencias relacionadas con el cultivo de
algunas de las especies halladas en el suroeste sanjuanino. Evidentemente, la respuesta es positiva. Sin embargo, cabe pensar que el éxito
de tales emprendimientos en épocas tempranas habría dado por resultado una mayor utilización de estos productos, la que se debería haber
reflejado en el registro arqueológico de este período. Pero éste no
muestra señales de que este proceso haya ocurrido, lo que podría indicar tres explicaciones alternativas principales: o las experimentaciones
iniciales no dieron resultado, o éste no fue demasiado importante como para incidir en la economía y en otros aspectos de la vida de estos
grupos, o tales prácticas recién se realizaron de manera sistemática y
continuada a fines del período tratado, dando como resultado la aparición de modificaciones importantes en diversos ámbitos de la cultura
de estos grupos (economía, tecnología, sistema de asentamiento, etc.).
Aun teniendo en cuenta las limitaciones de la información disponible,
esta última posición parecería la más apropiada para explicar el registro
arqueológico del suroeste sanjuanino durante la época tratada. En este
sentido se abre una interesante vía de investigación, vinculada con la
búsqueda de elementos que permitan precisar cuándo y dónde comenzaron las primeras experiencias agrícolas en la provincia.
Resumiendo este último punto, en algún momento de este período,
probablemente en los siglos finales del mismo, se habrían producido
los primeros ensayos de cultivo de plantas en el territorio sanjuanino,
si bien restaría determinar dónde se realizaron inicialmente y cuándo
estas actividades alcanzaron el suroeste de San Juan.
Consideraciones adicionales sobre el sistema de asentamientosubsistencia y la movilidad
Como resultado de lo antes esbozado, el desarrollo de grupos indígenas
que comenzaron a consumir cultígenos puede no haber sido homogé50
neo, sino que podrían haberse dado diferencias importantes entre diversas poblaciones, o sea un grado variable de complejidad y de diferenciación cultural de las sociedades de distintos sectores del área. Junto con ese desarrollo diverso deben haberse ido estructurando sistemas
de asentamiento adaptados en gran medida a las características ambientales de cada sector. Sin embargo, sólo hay información disponible
sobre los grupos del SO sanjuanino, por lo que las siguientes consideraciones únicamente se ajustan a ese caso.
Cabe recordar que según el modelo propuesto por Gambier (1977) estos grupos habrían habitado todo el año la zona pedemontana alta del
valle, entre 2.500 y 3.000 m s.n.m., aunque en el verano debían trasladarse (probablemente sólo los hombres, ya que las mujeres y los niños
debían ocuparse de las labores agrícolas –Gambier 1977:160) a los sectores altos de la estepa herbácea, siguiendo las migraciones de los camélidos. Por debajo de los 2.000 m s.n.m. se extendía la estepa arbustiva, cuyas especies típicas (algarrobo, chañar, etc.) eran explotadas por
los hombres (no por las mujeres) debido a las grandes distancias que la
separaban de las instalaciones agrícolas. Gambier resume de esta forma
el aprovechamiento de los recursos en ese ambiente pedemontano:
“De este modo habitaba este grupo, aprovechando las pequeñas ínsulas microambientales que los aislaban por una
parte de los fríos que afectan las zonas altas y por otra parte del desierto estepario. (…) Es ese un hábitat pequeño y
estrecho, que aprovecha las condiciones ecológicas de sí
mismo y de sus zonas limítrofes. (…) Las colinas onduladas
situadas desde los 3.000 m. s.n.m. hasta los farallones de
las cumbres a casi 5.000 m.s.n.m. son el hábitat invernal natural de los guanacos (Lama guanicoe) y las zonas situadas
entre los 2.000 y 3.000 m lo son del ñandú (Rhea americana), vizcacha de la sierra (Lagidium sp.), de las leguminosas
como el algarrobo (Prosopis sp.), de las cactáceas como
Maihueniopsis sp. (…)” (Gambier 2000:30).
Según se desprende de esta visión tradicional, los grupos de esta época
serían los responsables de un nuevo cambio significativo en el sistema
51
cultural indígena de la región: el paso de un sistema esencialmente nómade a otro básicamente sedentario. Esta característica no debía extrañar, ya que debemos recordar que en ese esquema se trataba de
grupos sedentarios desplazados de su lugar de origen, por lo que no
debía resultar llamativa la continuidad de ese patrón sedentario.
Sin embargo, los indicios de sedentarismo no son tan claros en el registro arqueológico de la primera mitad del Holoceno tardío, y algunos
elementos parecen contradecirlo. Por ejemplo, sería esperable un mayor número de entierros en las grutas de los Morrillos si esta localidad
hubiera sido el lugar de habitación permanente de la zona; además,
llama la atención la presencia reiterada de estiércol humano en el registro arqueológico de estas grutas (Gambier 1977:18-31), poco conveniente desde el punto de vista de la higiene y las enfermedades en el
caso de que los grupos humanos las hayan ocupado de manera continua.
Nuevamente observamos aquí que Gambier habría reunido en un mismo conjunto todo el registro arqueológico fechado entre aproximadamente 1850 a.C. y 550 d.C., si bien algunos de los elementos incluidos
aparecerían recién hacia 300-250 a.C. Tal sería el caso de la utilización
de predios para cultivo en varias “instalaciones”, o de la presencia de
viviendas semisubterráneas o de chozas de forma cónica (ver infra).
En contraste, parece apropiado sugerir que la ya comentada continuidad de un conjunto de elementos propios de los grupos cazadoresrecolectores de finales del Holoceno medio puede aplicarse también de
manera general al análisis del sistema de asentamiento-subsistencia y
de movilidad. En principio, tratándose de los sucesores de aquellos grupos, es probable que las sociedades de la primera parte del Holoceno
tardío siguieran ocupando el espacio de manera similar. Esto implica
que el sistema de asentamiento siguió siendo básicamente “cazadorrecolector”, lo que se traduce en un cierto (indeterminado en este caso)
nivel de movilidad residencial, el aprovechamiento de recursos de distintos ambientes, el mantenimiento de los lazos sociales con otros sistemas sociales, etc. En principio la explotación de rocas no parece haber mostrado cambios, con una utilización predominante de diversos
sílices; esta situación se modificaría entre 300 a.C. y 0 a.C., cuando se
52
verificaría un mayor trabajo en rocas locales (pórfidos de grano grueso
en el piedemonte de Calingasta y “ciertos tipos de flint o pedernales” en
el Valle de Iglesia –Gambier 1977:96). Por otro lado, la aparición de
caña coligüe en los contextos analizados constituiría otro indicador del
funcionamiento de las antiguas redes de intercambio, cuyo mejor reflejo sería la obtención del importante conjunto de cultígenos extrarregionales que caracteriza a este período desde su comienzo. Finalmente, la
ocupación continua de los sitios entre aproximadamente 1850 y 300
a.C. debió dejar un registro cuantitativamente mayor en las grutas y
aleros de la región, y en los sitios aledaños a las partes más bajas y protegidas de las “instalaciones agrícolas” (lo que por ejemplo debería haber arrojado el hallazgo de viviendas con contextos arqueológicos correspondientes a aquel período, lo cual no se ha producido).
Por lo tanto, la desagregación y evaluación de la información disponible
permiten argumentar que durante este período se continuó con el patrón de movilidad y de asentamiento previo, el cual debió ir sufriendo
con el tiempo los cambios propios de la evolución de la dinámica de
ocupación del espacio por parte de las sociedades cazadorasrecolectoras del área. Estos cambios pudieron incluir una reducción de
la movilidad residencial (la que involucra a todo un grupo o banda) y
una ocupación cada vez más dilatada de algunos componentes del sistema, lo que habría constituido un germen de situaciones posteriores
caracterizadas por un asentamiento sedentario o semisedentario. Para
el período aquí analizado (ca. 1850 – 300 a.C.), y en términos generales,
puede proponerse un sistema de asentamiento que no sólo incluía
componentes localizados en el alto piedemonte del Valle de Iglesia y en
los valles interandinos del sector occidental de la Cordillera de Ansilta
(por ejemplo los sitios Colorada de la Fortuna y Guillermo –Gambier
1977:73) sino también sitios ubicados en el bajo piedemonte, en el Valle de Calingasta y posiblemente en la precordillera. La extensión del
área ocupada por el sistema de asentamiento-subsistencia que incluye
los sitios estudiados por Gambier en el SO sanjuanino pudo haber alcanzado o superado los 6.000 km², unas 15 a 20 veces más que el territorio explotable según el modelo tradicional.
53
En resumen, puede establecerse una cuarta propuesta alternativa a la
explicación tradicional: las poblaciones de la primera mitad del Holoceno Tardío (por lo menos hasta ca. 300 a.C.) no son sedentarias, sino
que continúan desarrollando un sistema de asentamiento y un patrón
de movilidad propios de sociedades cazadoras-recolectoras no sedentarias, esto es, con traslados residenciales frecuentes entre distintos
campamentos, aunque con desplazamientos cada vez más restringidos.
Principales manifestaciones artísticas
Las manifestaciones artísticas habrían ocupado un lugar importante en
la cultura material de esos grupos, sobre todo en relación a tres ámbitos: el de las pinturas rupestres, el de las “microesculturas” zoomorfas y
el de las decoraciones en cestería (si bien existen otros elementos decorados, como las mantas, punzones, prendedores, etc.). Con respecto
a las microesculturas, se trata de pequeñas representaciones de animales (ñandú, sapo, pato, caracol, etc.) realizadas en piedra, hueso o madera, cuyas longitudes oscilan entre 4 y 6 cm. Si bien se hallaron 7 de
estas piezas, sólo se ha podido determinar el origen preciso (sitio y nivel
de excavación) de 5 de ellas. Por otra parte, no se han reconocido petroglifos que pudieran atribuirse a la primera mitad del Holoceno tardío
(Gambier 1977:123).
La decoración de cestos alcanzó un alto nivel de elaboración. La mayoría
de las piezas halladas provienen de los fardos funerarios descubiertos
en la Gruta 1 de Los Morrillos. En estos casos, se trata de cestos de
forma troncocónica que acompañaban a los cuerpos de los varones;
estos cestos o cofias estaban confeccionados en técnica coiled o en espiral y presentan motivos geométricos diversos, generalmente constituidos por pequeños triángulos que a veces conforman figuras más
complejas, por ejemplo clepsidras.
Debido a la falta de fechados directos y de información estratigráfica
precisa no es posible establecer la posición de cada uno de los fardos de
la Gruta 1 y su secuencia cronológica. Sin embargo, de una figura de un
corte de la excavación de este sitio y de la obtención de un fechado de
430 ± 85 a.C. (Gak 5553) para uno de estos cuerpos (Gambier 1977:22,
54
162) se deduce la existencia de por lo menos dos fardos previos a esta
datación, aunque no es posible determinar el número asignado y por lo
tanto si su ajuar incluía los cestos decorados. Sin embargo, la presencia
de un entierro previo con un fardo en cuyo interior se encontraba un
cesto decorado con una estrella de seis puntas (ver supra), permite estimar un prolongado desarrollo de la elaboración de cestos decorados
que comienza por lo menos en el Holoceno medio y se extiende –al
menos en la zona- hasta la segunda mitad del Holoceno tardío.
En el caso de las microesculturas, su presencia se registra recién hacia
550 a.C. en la Gruta 3 de Los Morrillos, pero la mayoría de los especímenes
corresponden a momentos posteriores al inicio de la Era Cristiana.
Figura 18: Pintura rupestre ubicada en el sector que vincula
las Grutas 1 y 2 de los Morrillos de Ansilta.
Finalmente, un conjunto de 16 representaciones pintadas en las paredes o techos de las Grutas de los Morrillos (Figura 18), la Gruta 3 del Río
Fiero y las grutas del Lagarto y La Pintada ha sido vinculado con estos
grupos. Sin embargo, el caso de las pinturas rupestres presenta grandes
dificultades de adscripción e interpretación.
Por un lado, si bien en las Grutas de Los Morrillos se encuentran reiteradas muestras de pigmento en la secuencia de esta parte del Holoceno
tardío, lo mismo ya había sucedido en las ocupaciones de los grupos del
55
Holoceno medio, o sea que este elemento no es una prueba clara de
antigüedad. Igualmente, la superposición de pinturas notada por Gambier en algunos casos sugiere la posibilidad de varios momentos de elaboración de las mismas, quizá muy separados en el tiempo. No obstante, en algunos casos estas pinturas se han hallado en sitios cuyos contextos arqueológicos excavados no datan de la primera mitad del Holoceno tardío sino de la segunda. Es el caso de la Gruta del Lagarto, que
presenta un conjunto de cultígenos y artefactos líticos asociados a 23
fragmentos de cerámica (Gambier 1977:13), cuya aparición es posterior
al período aquí tratado (ca. 2000 – 300 a.C.). Lo mismo sucede con la
gruta de La Pintada, donde diversos instrumentos líticos y óseos se hallaron junto con numerosos fragmentos de cerámica (Gambier
1977:61), y con la Gruta 3 del Río Fiero. En este caso, el sitio no contenía sedimentos que pudieran brindar un registro cultural estratificado,
pero en las cercanas Grutas 1 y 2 se han recuperado restos culturales datados en 450 ± 90 (Gak 5555) y 370 ± 60 d.C. (Gak 4522), respectivamente,
lo que permite suponer un origen tardío para aquellas representaciones.
En vista de lo anterior surgen dos alternativas:
1) El registro de Los Morrillos representa una situación diferente de la
del resto de los sitios del área: el comienzo de la ejecución de las pinturas de las grutas de Los Morrillos se remonta a la primera parte del Holoceno tardío (y quizás a la última del Holoceno medio), mientras que
en los restantes sitios las pinturas rupestres datan de momentos posteriores, de la segunda parte del Holoceno tardío.
2) Las pinturas rupestres de Los Morrillos, al igual que las de los otros
sitios, corresponden en realidad a ocupaciones indígenas de la segunda
parte del Holoceno tardío o quizás un poco antes, desde unos 250 a.C.
Si bien en el registro arqueológico de estos sitios no existen elementos
adicionales que permitan dilucidar la cuestión, puede considerarse otro
tipo de información, en este caso la vinculada con la movilidad y el sistema de asentamiento. En este sentido, si se piensa que todos o varios
de los sitios analizados por Gambier en la zona en realidad pueden haber funcionado como componentes de un mismo sistema cazador56
recolector, sería extraño que este tipo de manifestaciones se restringiera a Los Morrillos durante miles de años y luego se expandiera a otros
lugares del área. En cambio, parecería más apropiado considerar que
estas prácticas habrían comenzado en un momento posterior, en consonancia con la segunda alternativa arriba expuesta.
Sobre el uso y producción de cerámica
Un último elemento a considerar brevemente es el de la aparición de la
cerámica en los valles de Calingasta e Iglesia. Gambier (1977:146) afirmaba que el comienzo del uso de la alfarería había ocurrido “con seguridad absoluta (…) en los alrededores del año 250 a.C. y relativa en 550
a.C.”. Se trata de piezas alisadas o pulidas, de color gris a pardo, aunque
hay algunas rojizas. Dado que hay una diferencia importante entre ambas fechas (ca. 300 años), el punto a evaluar aquí es precisamente qué
datos avalan cada una de estas opciones.
Los hallazgos que apoyarían una antigüedad mayor son cuatro (Gambier 1977, 1988): 5 fragmentos en el sitio Gruta 3 de Los Morrillos, con
un fechado de 550 ± 85 a.C. (Gak 4808), 2 fragmentos en el sitio Hornillas de Arriba, en un nivel datado en 910 ± 90 a.C. (Gak 5558), 1 fragmento del Basurero 4 Sur de Punta del Barro y 5 de la Gruta del Río Salado, en un contexto no datado que se encuentra entre otros dos fechados en 1440 ± 100 a.C. (Gak 5557) y 0 ± 80 d.C. (Gak 5556) (en este
último aparecieron 18 fragmentos). Sin embargo, el propio Gambier
consideraba que los dos tiestos de Hornillas de Arriba debían haberse
desplazado desde el nivel superior y desestimaba una edad temprana
para los mismos. En el caso del material de Los Morrillos, existen dos
puntos a considerar: a) uno es que en el nivel superior al de los 5 fragmentos aparecen 46, aparentemente vinculados con un fechado de 210
± 80 d.C. (Gak 5040), y si bien a partir de la información disponible no
es factible evaluar la similitud de ambos conjuntos, puede considerarse
también en este caso la migración vertical como causa de depositación
de los fragmentos del nivel inferior. b) Por otra parte, dado que la extracción de los sedimentos se realizó mediante niveles artificiales de 10
cm y que según la figura de uno de los perfiles la estratigrafía muestra
57
una inclinación importante (Gambier 1977:34), es muy probable que se
hayan mezclado elementos de dos niveles y que los fragmentos en
cuestión correspondan al nivel superior.
En Punta del Barro, un fragmento de cerámica fue hallado en la base
(“nivel 190-200 cm”) de la excavación del Basurero 4, que presenta una
estratigrafía inclinada y compleja cuyo depósito inferior brindó un conjunto de materiales que incluía cerámica. El nivel de excavación correspondiente fue datado en 320 a.C. ± 120 años (Gak 8832), pero en realidad la muestra de cerámica que marcaría el comienzo de su presencia
en el sitio (26 fragmentos) se encuentra 30 cm más arriba. Finalmente,
en el caso de la Gruta del Río Salado no sólo es posible que haya desplazamiento sino que además no existe una asociación confiable con
ningún fechado. Por lo tanto, la consideración de los datos vinculados
con el tema permite sostener que, en lo que respecta al SO de San Juan,
no puede apoyarse el tradicionalmente propuesto comienzo “relativo”
del uso de la cerámica hacia 500 a.C. Además, si se tiene en cuenta que
en el Alero Los Corredores se rescataron 30 fragmentos de cerámica
(Gambier 1977) pero que los dos fechados obtenidos para el nivel de
excavación correspondiente son muy disímiles (265 ± 100 a.C. -Gx 1959y 310 ± 90 d.C. -Gx 2314), la fecha confiable más antigua actualmente
disponible para la cerámica del SO sanjuanino es la de la Casa 2 de la
Punta del Agua de Los Morrillos 50 ± 90 a.C.(Gak 4523), ya fuera de los
límites del período transicional aquí considerado.
Algo similar sucede en el Valle de Iglesia, donde un fechado de 250 ± 90
a.C. (Gak 5559) para la “Casa 8” de Bauchaceta podría marcar la época
aproximada de inicio de utilización de la cerámica en esa región, si bien
es importante señalar que este fechado es el único obtenido para esta
vivienda, que el fogón datado está en el piso inferior de ocupación del
sitio, que el registro arqueológico de este sitio corresponde a un espesor de 26 cm, y que no se ha descripto detalladamente la distribución
vertical de los 26 fragmentos de alfarería hallados ni su asociación con
el fogón (Gambier 1977:75-77).
58
5 - ALDEANOS AGRICULTORES Y PASTORES
(ca. 300 a.C. – 650 d.C.)
Como ya se ha expresado, seguramente durante los últimos siglos de la
primera mitad del Holoceno tardío (ca. 300 – 0 a.C.) el sistema de asentamiento-subsistencia de las poblaciones del alto piedemonte de los
valles de Calingasta e Iglesia incorporó cambios, algunos de los cuales
pudieron implicar una reducción de la movilidad residencial. Esto significa que los traslados de campamentos se fueron haciendo menos frecuentes y que las familias (y grupos de familias que conformaban las
bandas) comenzaron a ocupar durante más tiempo algunos sitios. Evidentemente, el cambio de patrones de movilidad y sistemas de asentamiento que habían resultado efectivos durante miles de años debió
ser impulsado por modificaciones importantes en uno o varios componentes de la cultura y/o el ambiente: una población cada vez más mayor, cambios negativos en las fuentes de aprovisionamiento de comida,
alteraciones climáticas significativas y prolongadas, etc. Un elemento
importante a considerar es la presión demográfica, entendida como
“un desequilibrio entre una población, los alimentos que
elige, y sus normas de trabajo, que obliga a la población a
modificar sus hábitos alimentarios o a trabajar más (o que,
si no se introduce ningún reajuste, puede llevar al agotamiento de determinados recursos)” (Cohen 1984:63).
Este concepto implica que la valoración del nivel demográfico debe relacionarse con la capacidad de sustento del medio y la tecnología para
extraer los recursos, y que, por lo tanto, una población baja en términos
absolutos puede resultar alta en relación a los elementos señalados y
requerir ajustes adaptativos que garanticen su permanencia, en este
caso la producción de alimentos.
59
Como resultado de este proceso, con el paso del tiempo se observaron
transformaciones importantes en la ocupación de los valles de Calingasta e Iglesia, como así también de otros sectores de la provincia aún no
estudiados arqueológicamente. Estos cambios debieron involucrar una
variedad importante de aspectos, como el sistema de asentamiento, la
movilidad, la subsistencia, la tecnología, el arte y la estética.
Sistema de asentamiento-subsistencia y movilidad
Una de las innovaciones más significativas observadas desde ca. 300
a.C. es el desarrollo de prácticas agrícolas. Si bien, como ya se ha apuntado, es probable que desde algún tiempo antes se hayan realizado
experiencias destinadas a la producción de alimentos a nivel local y a la
adaptación de los cultivos a las condiciones ambientales regionales, el
aumento importante de los volúmenes de cultígenos hallados en los
sitios arqueológicos (ver Tabla 2) sugiere que recién en estos momentos
esas actividades jugaron un papel importante en la sociedad y la economía. Las plantas registradas son las mismas que aparecían en los contextos arqueológicos más tempranos del SO sanjuanino, aunque para
esos registros ya se cuenta con determinaciones específicas: maíz (Zea
mays, var. Indurata), porotos (Phaseolus vulgaris, var. sphaericus, gonospermus, subcompressus y ellipticus), zapallo (Cucurbita maxima, Cucurbita moschata), calabaza o mate (Lagenaria siceraria) y quínoa (Chenopodium quinoa, var. quinoa y melanospermum) –Roig 1977. En el
Valle de Iglesia se hallaron estos cultivos en el sitio Punta del Barro. Un
elemento interesante de este sitio fue la aparición de algodón, cuyo
cultivo debió realizarse en otra región dada la ausencia de condiciones
favorables en este valle (Gambier 1988:118). Determinaciones específicas para un momento de la secuencia del “basurero 2” que dataría de
350-400 d.C., señalaron además la presencia otras dos variedades de
maíz (Zea mays amylacea y microsperma), y del zapallo Cucurbita máxima turbaniformis (Roig 1992).
Pero no sólo aparecen cantidades mayores de productos cultivados sino
también estructuras de almacenamiento en los sitios abrigados del pie60
demonte alto, lo que indica mayor disponibilidad de aquellos recursos.
Por ejemplo, en la Gruta 1 del Río Fiero Gambier halló 12 estructuras de
depósito de hasta 80 cm de profundidad, de forma cilíndrica o levemente troncocónica y con el interior muy alisado; el piso que rodeaba a
las bocas estaba
“acondicionado con champas de pasto y discos planos hechos con trojas y residuos de plantas de porotos, lo que impedía el desmoronamiento de los bordes (…). Cada boca está tapada con una laja o piedra grande, plana y pesada, que
hace suficientemente hermético el recipiente” (Gambier
1977:42).
La antigüedad aproximada de estas estructuras sería de 450 ± 90 d.C.
(Gak 5555). Nueve silos de edad más temprana fueron hallados en la
Gruta Granero y por lo menos 3 (uno de ellos de aproximadamente 0 ±
80 d.C., Gak 5557) se excavaron en la Gruta del Río Salado (Gambier
1977: 12, 52, 59). Este uso de depósitos seguramente está vinculado
con el manejo logístico de estos sitios, cuyas características no pueden
percibirse a través del registro arqueológico actualmente disponible.
Además de los productos derivados de la agricultura, los sitios excavados en el Valle de Calingasta brindan restos de vegetales recolectados
(cactáceas, chañar y algarrobo) y un muy abundante registro de cáscaras de huevo de ñandú y de huesos de camélidos. Según Gambier
(1977:92), la gran cantidad de restos de este último recurso indica que
la caza del guanaco era la principal fuente de alimentación de estos
grupos. Para este autor, asimismo, los grupos del piedemonte alto y
medio del sur del Valle de Iglesia (donde fueron estudiados los sitios
Refugio de Vialidad, Bordos Blancos, Algarrobo Verde I y II, Tocota, etc.)
también dependían fundamentalmente de la cacería de camélidos y la
recolección de frutos y huevos de ñandú (Gambier 1974:39).
Sin embargo, más al norte, en el sitio Punta del Barro (Figura 19), el
registro arqueofaunístico es llamativamente bajo, incluido el de camélidos; además se registraron sólo escasos elementos vinculados con la
caza: dos puntas de proyectil y fragmentos de un lanzadardos y de al61
gunos dardos. Esto lleva a considerar dos alternativas: 1) las marcadas
diferencias observadas (abundancia de restos de camélidos en los abrigos rocosos de Calingasta y presencia escasa en Punta del Barro, al norte del Valle de Iglesia) pueden relacionarse con los roles propios de los
distintos tipos de sitios, vinculados unos con la cacería y otros con la
producción agrícola, por lo que cada tipo de sitio sólo brinda una perspectiva parcial del sistema al que pertenecen. Esta explicación, sin embargo, no daría cuenta del escaso registro de camélidos en Punta del
Barro, a no ser que los huesos tuvieran algún uso o destino específico o
que el proceso de aprovisionamiento logístico de los sitios bajos de habitación permanente involucrara un trozamiento y descarne avanzado
de las presas que eran llevadas a esos sitios. 2) La otra opción es la de
un proceso de diferenciación regional cada vez más marcado, que hizo
que en algunos espacios la subsistencia dependiera principalmente de
los recursos producidos, mientras que en otros sectores éstos ocupaban aún un lugar secundario. En este caso, debido a factores aún no
establecidos (aumento demográfico, contactos interétnicos, decisiones
sociales internas, etc.), los grupos del norte de San Juan (fundamentalmente los Valles de Iglesia y Jáchal) pudieron avanzar más rápidamente
en este proceso.
Figura 19: Sector de canteros de cultivo en el sitio
Punta del Barro de Angualasto (Valle de Iglesia).
62
Pero en realidad, estas dos perspectivas no son excluyentes: por un
lado, si como ha sido propuesto supra el sistema de sitios de las poblaciones del Valle de Calingasta incluía otros componentes ubicados en el
alto y bajo piedemonte y en los sectores más profundos del valle, lo
más probable que estos sitios sean los que mejor reflejen los cambios
producidos a partir de aproximadamente 250 a.C. Estos sitios no habrían sido aún descubiertos o, lamentablemente, no tendrían las mismas condiciones de conservación de material orgánico (sobre todo restos de plantas) de los abrigos rocosos, como ocurre con el sitio Punta
del Agua de Los Morrillos o como Bauchaceta (en el Valle de Iglesia).
Por otro lado, este proceso general de producción de alimentos pudo
haberse desarrollado más rápidamente en los valles del norte de San
Juan, incentivando no sólo una mayor participación de recursos vegetales cultivados en la dieta sino también el desarrollo de otras actividades
productivas, vinculadas con la domesticación de animales.
En este sentido, una de las innovaciones más significativas parece haber
sido la introducción de tales prácticas. El registro arqueológico previo a
estos momentos no había mostrado indicios de que se estuviera desarrollando a nivel local algún tipo de manejo de poblaciones de guanaco que llevara a su domesticación, lo que sugiere la incorporación desde otras regiones de animales ya domesticados, en este caso, llamas
(Lama glama). Las evidencias del manejo de llamas son variadas y se
han observado sólo en el Valle de Iglesia, en particular en el sitio Punta
del Barro (Figura 20). Por un lado, se encontraron grandes cantidades de
estiércol de llama en todos los “basureros” y en el interior de las viviendas
que se excavaron en el sitio. El análisis del estiércol indicó la presencia
de restos de algarroba y semillas de zapallo (Gambier 1988:113), dos de
los principales componentes de la dieta de los grupos indígenas locales,
lo que avala la idea de que los animales fueron alimentados por el
hombre. Otras evidencias aportadas por Gambier son el uso de lana de
llama para la elaboración de textiles, el hallazgo de un posible sangrador con residuos de sangre y cuero, y la aparición de dos figurillas enteras y varias fragmentadas que representarían llamas. Asimismo, cabe
destacar la presencia de representaciones de llamas atadas, cargadas o
63
montadas en el arte rupestre de diversas quebradas cordilleranas del
norte de San Juan, algunas de las cuales podrían estar vinculadas con
las poblaciones de este período. Por otra parte, es importante destacar
que las evidencias más antiguas relacionadas con este proceso de domesticación de llamas estarían dadas por el inicio de la aparición de
estiércol de llama en uno de los “basureros” de Punta del Barro, que
sería algo posterior (más reciente) a un fechado de 320 ± 120 d.C. (Gak
8832) – Gambier 1988:56, 123).
A nivel alimenticio, el manejo de rebaños de llama no sólo permitía disponer de reservas de carne para hacer frente a circunstancias adversas,
sino sobre todo incorporar a la dieta un nuevo, permanente y nutritivo
elemento: la leche de estos camélidos.
Figura 20: Microescultura de madera
que representa una llama montada,
hallada en el sitio Punta del Barro.
De gran interés resulta el hallazgo en Punta del Barro de gran cantidad
de excrementos de ñandú (Rhea americana) en los alrededores de las
viviendas y en los basurales, lo que refleja un cierto grado de familiaridad con los habitantes del sitio y permite sugerir que, al igual que se ha
documentado etnohistóricamente y como ocurre en algunos lugares en
la actualidad, estas aves fueron domesticadas para aprovechar su carne
y sus plumas. Apoya fuertemente esta alternativa la presencia de granos de maíz y semillas de zapallo en los excrementos de ñandú y la presencia de un espacio vallado con palos de Tessaria absinthioides (“pája64
ro bobo”), posiblemente utilizado como corral para retener estas aves
(Gambier 1988:113-114).
Con respecto a la ocupación del espacio, más allá de las diferencias regionales, durante este período las poblaciones cazadoras recolectoras
cambiaron su patrón de movilidad y de asentamiento y se convirtieron
en agricultores (y en algunos casos en pastores), a pesar de que habrían
continuado desarrollando actividades cinegéticas y mantenido sus desplazamientos logísticos de media y larga distancia relacionados con aspectos tan diversos como la prolongación de los lazos intergrupales con
sociedades de otras regiones y la adquisición de diversos elementos de
localización restringida. Buenos ejemplos de esto son la presencia (si
bien escasa) de lana de vicuña en Punta del Barro (Michieli 1988:152) –
actualmente las vicuñas se encuentran a unos 90 km lineales de este
sitio, en la Reserva de San Guillermo- y de caña coligüe en Los Morrillos,
o la aparición de malaquita o de cuentas de collar de valva marina tanto
en sitios de Iglesia como de Calingasta.
Probablemente uno de los principales componentes de este proceso de
sedentarización haya sido un aumento demográfico importante. De
hecho, para algunos autores la ventaja de la adopción de prácticas agrícolas es precisamente la mayor productividad en espacios reducidos, lo
que muchas veces ha sido vinculado con un aumento de los requerimientos de alimentos vinculable con un incremento poblacional.
Un reflejo de este aumento poblacional habría sido el incremento importante del número de los asentamientos. Si bien no se cuenta con
información suficiente para evaluar la ocupación del espacio a nivel
provincial, hallazgos aislados y observaciones realizadas en diversos
sectores de San Juan, junto con la consideración del modelo de continuidad regional de la ocupación humana ya mencionado, permiten sugerir que en este período se habrían multiplicado las comunidades agrícolas en los principales oasis de la región. Sobre todo este proceso se
habría desarrollado a lo largo del Río Blanco-Jáchal entre las actuales
localidades de Chinguillos y Pachimoco (Figura 21), pero también habría
alcanzado el sector meridional del Valle de Iglesia, el Valle de Calingas65
ta, los de los ríos Bermejo y San Juan, y otros puntos con disponibilidad
de agua y tierras fértiles del sector oriental de la provincia. En algunos
de estos casos seguramente varias aldeas compartían el acceso a determinados espacios o recursos, y en otros es probable que tuvieran
que acordar esfuerzos para la realización de obras de gran escala, como
las que permitían el aprovechamiento de las aguas del río Blanco-Jáchal.
Figura 21: Vista de un sector del sitio Pachimoco.
Obsérvese la intensa formación de cárcavas.
Estructuras habitacionales y de cultivo
Uno de los nuevos componentes del registro arqueológico de este período son las estructuras de habitación en lugares a cielo abierto. En realidad esto no significa que con anterioridad no hayan existido, ya que es
muy probable que algún tipo de estructura artificial (toldos, paravientos, etc.) haya sido utilizada desde el Pleistoceno final o el Holoceno
temprano. La diferencia es que al ser ocupados estos lugares de manera
reiterada o permanente se vuelven más visibles desde el punto de vista
arqueológico, tanto por la acumulación horizontal y vertical de restos
culturales como por la presencia de modificaciones de mayor magnitud
en el suelo.
66
En el Valle de Calingasta este tipo de rasgos ha sido detectado y estudiado en el sitio “Punta del Agua de los Morrillos”, ubicado a unos pocos kilómetros de las grutas. En un espacio de unos 3 km de extensión,
Gambier (1977:35-37) reconoció 12 “probables plantas habitacionales
semisubterráneas”, de las cuales excavó 3 que se encontraban en un
predio de unos 50 m de diámetro. Estas viviendas tenían planta de forma circular u oblonga, con diámetros de entre 3,5 y 6 m (4,5 m en el eje
mayor de un diseño oblongo) y profundidades que varían entre 60 y
110 cm, y presentaban un pequeño lóbulo en los sectores de entrada.
La forma general habría sido cónica, con paredes de ramas y barro. El
registro arqueológico de estas viviendas incluyó en todos los casos cerámica, huesos de camélidos y cáscaras de huevo de ñandú y fogones; a
través de éstos fueron fechadas en 290 ± 95 d.C. (“Casa 1” - Gak 5118),
50 ± 90 a.C. (“Casa 2” - Gak 4523) y 660 ± 80 d.C. (“Casa 3” - Gak 5119),
lo que indica que se trata de estructuras aisladas no simultáneas, aunque se ignora su posible vinculación espacial y temporal con otras unidades.
En el piedemonte alto del Valle de Iglesia, en la localidad de Bauchaceta, se registraron por lo menos 11 estructuras similares a las descriptas.
En todas se hallaron artefactos líticos, huesos de camélidos y numerosos fragmentos de cerámica. La “Casa 8”, de forma oblonga, mide 3,8 x
2,7 m, fue fechada en 250 ± 90 a.C. (Gak 5559) y presenta una capa con
material arqueológico entre 65 y 91 cm de profundidad; la “Casa 10” es
aproximadamente circular con un diámetro cercano a los 4 m y entre 55
y 80 cm de profundidad, y la “Casa 11” mide 4,80 x 3,2 m, con restos
culturales desde los 52 hasta 100/165 cm según el sector. Otras viviendas semisubterráneas de Bauchaceta fueron datadas en momentos más
recientes. En Punta del Barro Gambier excavó dos viviendas semisubterráneas en el “Basurero Norte”; una es similar a las ya descriptas, pero
la otra presenta una particularidad: el levantamiento de un muro exterior de barro amasado que rodeaba la vivienda y su pasillo de entrada
(Figura 22), de 55 cm de alto por 30 cm de ancho, cuya función habría
sido la de proteger a la vivienda de las avenidas de agua que podían
bajar del cerro (Gambier 1988:36). Los restos hallados indican que las
67
paredes y el techo eran de barro y cañas de carrizo. Al menos una vivienda similar fue excavada en Cerro Calvario, en el Valle de Calingasta
(Gambier 1994).
Otro tipo de vivienda estaba constituido por chozas probablemente
cónicas similares a las anteriores, construidas sobre una superficie elevada natural o sobre plataformas artificiales de hasta 50 cm de alto y de
unos 6 m de diámetro (Gambier 1974:31; 1977:89), interpretadas a
partir de hallazgos de restos de fogones y paredes o techos de quincha
sobre aquellos espacios elevados (Figura 23). Estas viviendas constaban
de una sola habitación de no más de 4 m de diámetro. Este tipo de viviendas fue hallado en Punta del Barro (“Montículo 2”), y en algunos
sitios del sector sur del Valle de Iglesia: Refugio Vialidad, Bordos Blancos y Algarrobo Verde I y II.
Figura 22: Reconstrucción de una casa semisubterránea con muro
exterior de barro a partir
de los indicios hallados
en el sitio Punta del
Barro (según Gambier
2000).
Figura 23: Reconstrucción
de una vivienda a nivel
del suelo, a partir del
registro arqueológico del
sitio Punta del Barro
(según Gambier 2000).
68
En algunos casos, estos dos tipos de vivienda podían presentar dos habitaciones unidas, en plantas de distinta profundidad. Esto sucedió en la
“Casa 7” de Bauchaceta, cuyo piso más profundo fue datado hacia 550
± 100 d.C. (Gak 5041 – Gambier 1977). Algo similar ocurrió en el “Montículo 4” de Punta del Barro, donde se excavó una vivienda de dos habitaciones circulares unidas por un costado, fechada en 90 ± 60 d.C. (Beta
21267). En este caso, parecía que una de las habitaciones había sido
agregada a la otra en un momento posterior.
En varios sitios estas estructuras habitacionales se encuentran en las
adyacencias de obras y campos destinados al cultivo o entre ellos. Uno
de los sistemas agrícolas observado en el sur del Valle de Iglesia se basaba en el desarrollo de cultivos en depresiones irrigadas a través de
cisternas. Estas depresiones eran pozos sub-circulares de 30-40 m² de
superficie, unos 60 cm de profundidad y bordes elevados de unos 80
cm de altura, que constituían microambientes abrigados y fértiles para
el crecimiento de las plantas.
Figura 24: Sistema de riego y cultivo del sitio Bordos Blancos
(Valle de Iglesia). Según Gambier 1974.
69
En Bordos Blancos Gambier observó (Figura 24) un conjunto central con
tres depresiones de 18, 11 y 9 m de diámetro que rodeaban un montículo habitacional oval de 14 x 9 x 0,58 m, otras dos depresiones más
alejadas y de mayor diámetro, una cisterna de 23 m de diámetro, 1,4 m
de profundidad y 200.000 litros de capacidad. Esta cisterna era alimentada por un canal desde el oeste y presentaba una boca de salida hacia
el SE. En el sitio Refugio de Vialidad se registró un gran montículo habitacional de 17 m de diámetro por 0,85 de alto, dos depresiones cercanas de 20 y 16 m de diámetro, un predio de cultivo ca. 800 m² y una
cisterna de 25 m de diámetro y 1,4 m de profundidad. Esa cisterna tiene
una boca de entrada y otra de salida, y una capacidad aproximada de
210.000 litros. Entre otros elementos, la excavación del montículo habitacional brindó elementos líticos agrícolas, particularmente 6 azuelas y
20 “picos”, además de 7 molinos planos.
Dos dataciones realizadas para este sitio arrojaron resultados de 550 ±
95 (Gx 1960) y 455 ± 90 (Gx 2311) d.C. Otros ejemplos de ese sistema
agrícola son los sitios Algarrobo Verde I y II, ubicados a algunos km de
distancia de los anteriores (Gambier 1974).
En Punta del Barro, en cambio, el sistema agrícola constaba fundamentalmente de un canal matriz que traía las aguas del Río Blanco, canales
secundarios que permitían derivar el fluido hacia el sitio, y dos conjuntos de canteros de cultivo. Uno de estos conjuntos tenía 1.400 m² y el
otro era un poco menor. Cada conjunto constaba de varias (hasta 25)
alineaciones paralelas de canteros rectangulares de 1 x 2 m, conectadas
con una acequia regadora. Los canteros estaban delimitados por bordos
de tierra de 50 cm de ancho cubiertos con guijarros de color oscuro,
que podían retener calor para contrarrestar los efectos de las bajas
temperaturas nocturnas y las heladas.
Estos sistemas agrícolas (en depresiones y en canteros) difieren notablemente de los vestigios registrados por Gambier (1977) en el piedemonte alto del Valle de Calingasta, y que según este autor estarían vinculados con actividades agrícolas de mediados del Holoceno tardío. Por
ejemplo, en el sitio Punta del Agua de los Morrillos los únicos indicios
70
de prácticas agrícolas se limitaban a la disponibilidad de agua y la presencia de un campo despedrado de ca. 1 ha de superficie, ubicado a
400 m de las viviendas ya descriptas. En la “Instalación agrícola del Río
Salado” los indicios se limitaban a un espacio de ca. 1 ha e “instrumentos y residuos líticos de agricultores”, y a “dos pequeños canales que
irrigaban sendos predios situados a ambas márgenes y a aproximadamente 1 km de distancia del río” (Gambier 1977:51). En el “Establecimiento del Chacaycito” las señales de actividad agrícola estaban representadas por la presencia de restos culturales que incluyen molinos
planos y manos de molino, y cercanía de espacios despedrados irrigables y cultivables, mientras que en el Río Fiero se limitaban a un pequeño predio despedrado de ca 2.500 m².
Sin ahondar en detalles, son notorias las diferencias con respecto a los
sitios del sur del Valle de Iglesia, y en realidad no parecen alcanzar para
corroborar la propuesta actividad agrícola en esos lugares durante el
período analizado. Como ya se ha explicado, es muy probable que formaran parte de sistemas económicos con agricultura, pero que estas
actividades se desarrollan en localidades más bajas, cercanas al fondo
del valle del río de los Patos – Calingasta, y no en los sitios propuestos.
Ahora sí: producción y cambios en la cerámica
La elaboración de vasijas de cerámica es otro de los nuevos elementos
que aparece en este período de incorporación y consolidación de la
producción de alimentos y del sedentarismo. Al principio se trató mayormente de piezas globulares simples, de color gris a pardo, con la
superficie externa alisada o pulida sin decoración, y con bases “en pedestal”, o sea con una especie de plataforma. Este tipo de cerámica
aparece tanto en los sitios de Calingasta como en los del Valle de Iglesia. Aquí se registró, por ejemplo, en los niveles estratigráficos inferiores de Punta del Barro, y en Refugio de Vialidad, Bordos Blancos, Algarrobo Verde I y II, y las casas 10 y 11 de Bauchaceta (Gambier 1988:73,
79). Más tarde aparecen en estos y otros sitios vasijas con decoración
pintada e incisa.
71
Dos de los tipos de cerámica decorada han sido detalladamente caracterizados por Gambier en base a los hallazgos de Punta del Barro. En un
caso se trata generalmente de escudillas pintadas con líneas verticales
paralelas en su interior, en forma continua o por sectores. Los colores
pueden ser el negro, el rojo o el blanco. También aparecen otros motivos decorativos, como ondeados paralelos y líneas inclinadas y entrecruzadas de color rojo. El otro tipo presenta decoración incisa, sobre
todo en jarros y vasos de color gris-negro. Se trata de líneas y puntos
que forman decoraciones variadas; entre las más comunes están las de
rombos y cuadrados concéntricos con el más interno relleno de puntos
y/o rayas, y las de líneas paralelas en zigzag, horizontales o verticales,
con triángulos delimitados rellenos con puntos. Cerámica con decoración pintada e incisa similar ha sido observada en varios sitios del Valle
de Iglesia, como Refugio Vialidad, Volpiansky (Figura 25), Bordos Blancos y Algarrobo Verde II (Gambier 1988: 77-79; González 1967).
El análisis de esta cerámica presenta varios aspectos de sumo interés,
entre ellos la relación con la cerámica producida en diversos centros del
noroeste argentino (NOA) y su significado, la cronología de la aparición
de estos tipos en el área y la aparición de diferencias regionales.
Figura 25: Vista general del sitio Volpiansky.
72
Con respecto al primer punto, se han observado estrechas relaciones
entre los estilos cerámicos Ciénaga y Condorhuasi (fase Diablo) y algunos de los materiales que aparecen en el norte de San Juan (Gambier
1988). En diversos sitios de la región, como Pachimoco y Volpiansky,
pueden observarse fragmentos de cerámica Ciénaga (o muy similares).
Esta presencia fue considerada por Debenedetti como intrusiva, y en el
mismo sentido se pronunció González posteriormente, considerando
que los elementos de posible filiación Ciénaga de Volpiansky se debían
al intercambio. Por su parte, en el caso de la cerámica incisa, Gambier
(1994:15) explicó esta relación estilística mediante la migración hacia el
norte de San Juan de grupos del noroeste argentino “identificados con
la fase Diablo de la Cultura Condorhuasi”.
-
-
-
1,41
0,31
%
1
Total sitio
2
Total
1
6
140 - 150
1
2
1630 ± 60
4
1
120 – 140
4
Total sitio
18
1
%
1268
Total
190 – 210
2270 ± 120
130 - 190
110 - 130
90 -110
70 – 90
1900 ± 100
6
3
110 - 120
60 -70
1
1
80 - 100
50 - 60
4
60 – 80
40 - 50
4
40 - 60
30 - 40
2
20 - 40
incisa
pintada
20 - 30
incisa
pintada
0 - 20
RECTÁNGULO
MAYOR
BASURERO 4
El análisis cuantitativo del registro de cerámica decorada procedente de
los sectores con excavaciones del sitio Punta del Barro con dataciones
claramente referidas (Tabla 3) permite una primera aproximación al
tema (Figura 26).
6
0,48
1232
11
0,97
Tabla 3: Distribución y cantidad de fragmentos de cerámica incisa y pintada en dos
sectores del sitio Punta del Barro. Datos tomados de Gambier 1988.
Los datos anteriores muestran la muy baja proporción de los fragmentos decorados en relación al conjunto de los alisados y pulidos no decorados, tanto en “Basurero 4” como en “Rectángulo mayor”. Esto sugiere
que no se trata de piezas de uso común, sobre todo en el caso de la
73
cerámica incisa, que presenta un alto grado de elaboración. Por otro
lado, las piezas con decoración incisa parecen ser fundamentalmente
jarros y vasos (Gambier 1988), por lo que su uso pudo haber estado
restringido a ceremonias u ocasiones especiales y su distribución haberse limitado a algunos miembros del grupo y haber servido como un
marcador de diferenciación social. No obstante, esta cerámica habría sido
elaborada a nivel local, al igual que las vasijas pintadas, si bien su patrón de decoración pudo basarse en el de piezas “intrusivas” de estilo
Condorhuasi fase Diablo obtenidas a través del intercambio. Lo mismo
cabe para las vasijas pintadas y su relación con el estilo Ciénaga. Por lo
tanto, más que pensar en la presencia directa de grupos de inmigrantes
parece más apropiado sugerir que la esfera de interacción de las poblaciones del norte de San Juan fue tan amplia como para intercambiar
diversos elementos con poblaciones del noroeste argentino y Norte
Chico chileno (por ejemplo, ceramios finamente elaborados, alucinógenos, alimentos, rocas, pipas, etc. -Figura 27), y para compartir estrechamente conocimientos (por ejemplo, tecnologías específicas aplicadas a la elaboración de esos objetos, al manejo del agua, etc.) e ideas y
creencias que pudieron tener una fuerte incidencia no sólo en la adopción y desarrollo de aquellos objetos y tecnologías sino también en la
incorporación paulatina de las comunidades a un marco simbólico
macrorregional.
Figura 26: Fragmento de cerámica negra
incisa típica del sitio Punta del Barro.
Figura 27: Pipa monitor procedente de la localidad de Chinguillos, Depto. de Iglesia.
74
Por otro lado, tal integración no debió ser homogénea sino adecuada a
las características de cada comunidad, lo que debió dar por resultado
una situación de diversidad que se refleja, por ejemplo, en la diferente
distribución de estilos de decoración cerámica vinculables con los del
NOA en los sitios del norte de San Juan.
En relación al momento preciso de incidencia de los estilos tempranos
del noroeste en San Juan, fundamentalmente Condorhuasi fase Diablo,
la situación no parece estar suficientemente clara a la luz del registro
actualmente disponible. Por ejemplo, la presentación de los resultados
de las investigaciones realizadas en Punta del Barro deja entrever que el
nuevo estilo de cerámica incisa-punteada del sitio se da en toda la secuencia de ocupación del mismo y que es uno de los elementos característicos y frecuentes del período por él denominado “Fase Punta del
Barro”, entre 50 y 450 d.C. (Gambier 1988:126-129). Sin embargo, dado
que se obtuvieron escasos fechados para el sitio (seis) y que en el informe correspondiente no se señala la posición estratigráfica precisa de
algunas de esas muestras (tres), aquella relación temporal no resulta
tan clara. En la Tabla 3 se observa la distribución de cerámica decorada
en relación a tres niveles de excavación artificiales datados: “Basurero 4
70-90” (50 ± 100 d.C. – Gak 8830), “Basurero 4 190–210” (320 ± 120 a.C.
Gak 8832) y “Rectángulo mayor 120-140” (320 ± 60 d.C. – Beta 21266).
En principio, la cronología de la cerámica Condorhuasi Fase Diablo se
extiende aproximadamente entre los años (C14) 200 a.C. y 200 d.C. (Tartusi et al. 2001). Esta antigüedad coincidiría con los datos del Basurero
4, ya que aun cuando por prudencia no se considere el único fragmento
del nivel 110-130 existe un conjunto de fragmentos posteriores a 50
±100 d.C. El problema estaría dado por los fragmentos hallados en los
60 cm superiores del “Rectángulo Mayor”, que serían más recientes
que la datación de 320 ± 60 d.C. obtenida para el nivel de 120-140 cm
de profundidad. De manera similar, en el sitio Refugio de Vialidad, donde aparecieron escasos fragmentos incisos (Gambier 1974:17-18) se
obtuvieron dos fechados de 455 ± 90 (Gx 2311) y 550 ± 95 (Gx 1960)
d.C. y en la Casa 2 de Cerro Calvario (en el Valle de Calingasta) cerámica
75
decorada con incisiones y puntos dataría de 660 ± 60 d.C. (Beta 21268 –
Gambier 1988:124). Gambier (1977:164) señala que en torno a 400d.C.
aparecen fragmentos de cerámica decorada con puntos e incisiones no
sólo en Punta del Barro y en Refugio de Vialidad, sino también en Angualasto y en las Grutas 1 (450 ± 90 d.C.) y 2 (370 ± 60 d.C.) del Río Fiero, en tanto que en la Gruta del Chacaycito tres fragmentos incisopunteados fueron recuperados de los niveles más profundos, que datarían de 690 ± 110 d.C. (Gak 5807) y en la Casa 2 de Cerro Calvario (en el
Valle de Calingasta) esta cerámica dataría de 660 ± 60 d.C. (Beta 21268
– Gambier 1988:124). Evidentemente existió un desfasaje temporal
importante entre estas manifestaciones y las de Condorhuasi fase Diablo, pero parece necesario contar con nueva y más detallada información sobre el tema antes de avanzar con el análisis. Lo mismo se aplica
al caso de la cerámica Ciénaga y sus relaciones con la cerámica pintada
de sitios sanjuaninos.
Finalmente, si bien la decoración con líneas incisas y puntos aparece en
varios sitios del Valle de Calingasta, estos elementos estarían dispuestos de manera diferente, formando motivos decorativos que no repiten
los patrones visualizados en Punta del Barro y en la cerámica Condorhuasi fase Diablo. Esto indicaría que a fines de esta etapa ya comenzaban a aparecer diferencias estilísticas importantes entre la alfarería de
ambos valles, que no sólo se limitarían al aspecto exterior sino también
a las formas. En efecto, se encuentran elementos distintivos en la morfología de los vasos y recipientes, y la aparición de vasijas de contorno
globular compuesto, cambios que han sido interpretados por Gambier
como resultado de la fuerte interacción con las poblaciones “Molle” del
Norte Chico chileno.
Otros cambios en el registro arqueológico
La tecnología cerámica es sólo uno de los aspectos del registro arqueológico que reflejan las profundas transformaciones que convirtieron a
las sociedades cazadoras-recolectoras en comunidades aldeanas y productoras de alimentos. Algunos elementos no presentaron cambios con
76
respecto a los momentos anteriores a ca. 250 a.C. Así, una estólica obtenida en la Gruta 3 de Los Morrillos, con un contexto fechado en 210 ±
140 d.C. (Gak 5040), es muy similar a la ya descripta hallada en la Gruta
1 como parte de un ajuar funerario correspondiente a bandas cazadoras-recolectoras del Holoceno medio. Un cuerpo y dos tomas de estólica también fueron registradas en el sitio Punta del Barro, una de ellas
posiblemente asociada a un fechado de 410 ± 60 AP d.C. (Beta 21264).
Muy particular es el caso de las representaciones rupestres, debido a la
dificultad de asignarles una cronología precisa. Como ya se ha analizado, existen indicadores que permiten sugerir que la edad del conjunto
de pinturas rupestres dado a conocer por Gambier se encuentra entre
250 a.C. y 450 d.C. o a momentos más recientes. Estas pinturas responden a un estilo particular y vistoso, en el que se destaca la presencia de
líneas curvas y de volutas. El color más utilizado fue el rojo, seguido por
el negro; eventualmente se utilizó el blanco. Estas figuras se hallaron en
las Grutas de Los Morrillos (8), en la Gruta del Lagarto (4), en la Gruta La
Pintada (3) y en la Gruta 3 del Río Fiero (1). De las 16, 10 mostrarían
motivos abstractos y 6 figurativos, que incluyen un felino, un lagarto, un
ave, un camélido y un antropomorfo (Gambier 1977:123). Gambier
atribuyó a momentos más tempranos las figuras abstractas, debido a
que en algunos lugares observaba superposición de motivos representativos sobre otros abstractos muy borrados. Pinturas rupestres de
otras localidades podrían corresponder igualmente a este período, por
ejemplo las observadas en la Quebrada de la Chilca, en el NE de San
Juan (comunicación A. Beorchia Nigris).
La superposición de representaciones se da también en otro tipo de
manifestación: los petroglifos o figuras talladas en rocas. Lamentablemente, a pesar de la gran cantidad de petroglifos existentes en la provincia de San Juan, en la mayoría de los casos no es posible realizar una
asociación cultural o una datación precisa de estos elementos. Sin embargo, a veces la diferencia de color de las pátinas que cubren los surcos de las figuras permite establecer secuencias de producción. En otras
ocasiones también pueden observarse estilos diferentes de elaboración
77
de una misma figura, que podrían responder a distintos momentos en
el tiempo. Ambas situaciones se han verificado en la Quebrada de Agua
Blanca, en la cordillera septentrional, donde se observa por un lado la
persistencia en el tiempo de algunas figuras antropomorfas vinculadas
con ceremonias y ritos, y por el otro la presencia de al menos cuatro
estilos diferentes aplicados a la representación de camélidos (López et
al. 2009). Asimismo, algunos motivos de esta quebrada, denominados
“mascariformes”, han sido vinculados con el “estilo Ovalle” del Norte
Chico chileno y ubicados tentativamente “entre los siglos IV y X d.C.”
(Schobinger 1985; Figura 28).
Figura 28: Representaciones rupestres de seres con tocados,
sitio Quebrada de Agua Blanca (Depto. de Iglesia).
Estos y muchos otros petroglifos dispersos por todo el territorio sanjuanino, muchos de los cuales presentan imágenes relacionadas con
camélidos (llamas) montados, cargados o en caravana, podrían tener su
origen en este período, posibilidad que deberá ser constatada en el
futuro a través de estudios arqueológicos específicos destinados a articular apropiadamente el conocimiento sobre la producción, distribución y significado de estas representaciones con la información referida
a los restantes aspectos del desarrollo cultural de este período.
78
La presencia de otros elementos es absolutamente novedosa. Este es el
caso de las pipas y de los tembetás. Los tembetás son elementos de
adorno labial de uso muy extendido en las sociedades indígenas (Figura
29). Su aparición en los valles del oeste sanjuanino se remontaría al
período 250 – 550 d.C. Se trata de elementos de piedra, con forma de
clavija, de entre 15 y 45 mm de largo, que aparecieron en los abrigos
rocosos del Valle de Calingasta y en sitios del Valle de Iglesia, como Refugio de Vialidad y Punta del Barro. En Punta del Barro todos los tembetás provendrían de niveles de excavación donde aparece cerámica incisa y punteada (Gambier 1988:93). No son éstos los primeros adornos
utilizados en la región, ya que los cuerpos de tres adultos inhumados en la
Gruta 3 de Los Morrillos presentaban botones nasales, de ca. 1 cm de
largo y 0,5 a 1 cm de diámetro
(Gambier 1977:133). Además
de los tembetás de clavija
también apareció uno discoidal en el sitio Bauchaceta (Casa 7), cuya cronología sería
más reciente (por lo menos
550 ± 100 d.C. -Gak 5041).
Figura 29: Tembetás en forma de clavo
o clavija, del sitio Punta del Barro.
En el caso de las pipas, diez ejemplares se rescataron en Punta del Barro, cinco realizados en calcita y cinco en cerámica. También se han
hallado restos de pipas en Calingasta, en la Gruta Los Corredores y en
tumbas excavadas en el valle interandino de Guillermo, en el río Sombrero. Las pipas constan de un tubo alargado, de ca. 10 – 15 cm de lar79
go, con un hornillo central. Esta forma ha sido denominada “en T invertida” y “monitor” por diversos autores. Gambier (1988:92) estimó que
en Punta del Barro la aparición de estas pipas habría sido posterior al
fechado de 320 ± 60 d.C. (Beta 21266), aunque un fragmento de una de
ellas fue encontrado en Basurero 4 en un nivel intermedio entre los
fechados en 320 ± 120 a.C. y 50 ± 100 d.C. (Gambier 1988:58), por lo
que su cronología podría ser extendida a momentos más tempranos.
Un aspecto interesante de la presencia de estas pipas es su gran similitud con las halladas en el centro y Norte Chico de Chile, asociadas a la
“Cultura El Molle”; además, en las referidas tumbas de Guillermo, que
han sido relacionadas con un fechado de 240 ± 75 d.C. (Gak 4520), también aparecieron una pipa de cerámica en el interior de una valva de
Concholepas y un hornillo (Gambier 1977). Estas evidencias podrían
constituir una manifestación de los estrechos contactos de las poblaciones de ambos lados de la cordillera durante los primeros siglos de la
Era Cristiana. Pero, ¿qué alcance y características pudieron tener esos
contactos, y que incidencia en la formación del registro arqueológico de
este período?
¿Por qué cambian las cosas? El papel de los factores exógenos en el
desarrollo aldeano
En la interpretación tradicional de la prehistoria sanjuanina juegan un
papel preponderante dos mecanismos utilizados para explicar los cambios significativos en el registro arqueológico: el desplazamiento o sustitución de poblaciones, que afecta principalmente a las poblaciones
cazadoras-recolectoras del área, y la aculturación como resultado de
migraciones de pueblos desde el noroeste argentino y el Norte Chico
chileno. Según esa posición, las aculturaciones se habrían producido en
los últimos 2.000 años y en general explicarían la aparición de nuevos
elementos en una matriz local, de manera que todos los componentes
forman algo nuevo sin perder su identidad como tales.
Como ya se ha mencionado, Gambier ha propuesto que en el caso específico de la formación de las sociedades aldeanas del norte de San
80
Juan grupos provenientes del noroeste argentino se habrían fusionado
con los pobladores locales para dar como resultado una nueva situación, denominada “fase Punta del Barro”. De esta forma explicaba la
perduración de características tecnológicas locales, como las bases en
pedestal, y la aparición simultánea del nuevo estilo decorativo, que
replica los motivos de la cerámica Condorhuasi fase Diablo. De manera
similar Gambier daba cuenta de la aparición de algunas características
comunes con la “Cultura El Molle” de Chile, por ejemplo el uso de cerámica pulida negra o roja, o las pipas “monitor”. En el caso de los desarrollos aldeanos de Valle de Calingasta, Gambier (1994:15-17) sostenía
que los cambios observados entre ca. 550 y 650 d.C. se debían a la llegada sucesiva de grupos de inmigrantes provenientes del sur del Valle
de Iglesia (“fase Punta del Barro”), del Norte Chico chileno (“Cultura El
Molle”) y del Noroeste argentino (“Cultura de la Aguada”), y que “con el
posible liderazgo de la fase Punta del Barro, estos tres grupos se aculturaron mutuamente y dieron comienzo a la Cultura Calingasta” (caracterizada entre otras cosas por la cerámica gris incisa). De esta manera,
aquí también la interpretación de la presencia de diversos artefactos o
estilos en el Valle de Calingasta ha sido tradicionalmente atribuida a la
presencia directa de inmigrantes de varios orígenes.
Sin embargo, a la luz de las investigaciones recientes parece difícil sostener estos argumentos. El “acuerdo” entre diversas partes sobre qué
elementos aporta cada una a un conjunto único resultante y aceptado
por todos no parece un mecanismo válido para explicar las semejanzas
de estilo en la cultura material de distintos sistemas socioculturales. La
observación de elementos aislados propios de un sistema en otro no
implica en modo alguno la presencia directa y permanente de grupos
de individuos del primero relocalizados en el segundo. De ser así, por
ejemplo, habría que entender que las bandas de cazadores-recolectores
locales estaban compuestas también por individuos del sector occidental de los Andes, debido a la presencia de cañas coligüe y de valvas de
moluscos marinos en su registro arqueológico.
En contraposición, parece evidente que lo que explica la presencia de
estos elementos en este caso también puede hacerlo en otros atinentes
81
a sociedades más complejas y recientes: el desarrollo de extensas y
permanentes redes de intercambio de bienes e información y la articulación de ideas y creencias a un nivel macrorregional. Los elementos
foráneos que aparecen en los sitios sanjuaninos son generalmente escasos; si bien en algunos casos estos bienes tienen ventajas funcionales
evidentes (por ejemplo la obsidiana o las cañas coligüe), no por ello
resultan indispensables, ya que pueden ser reemplazados de manera
sencilla con recursos locales. Su presencia, por lo tanto, se debe a que
constituían elementos que recordaban y afianzaban los lazos sociales
con otros grupos, y por esto no debe entenderse como la finalidad de
esos contactos sino como una consecuencia y prueba de los mismos. En
ocasiones, además del valor simbólico como componentes de sistemas
de relaciones de amplia escala, algunos de estos elementos pueden
haber jugado un papel como otorgadores de cierto status (collares con
cuentas de valvas de molusco, pendientes con rocas exóticas, pipas,
vasijas muy elaboradas, etc.) a sus portadores o poseedores, y en este
sentido pueden haber funcionado como germen de diferenciación social en el interior de algunos grupos. Finalmente, los beneficios de otros
productos movilizados durante el Holoceno tardío (por ejemplo los cultígenos o las llamas) probablemente fueron más igualitarios y alcanzaron a un mayor número de individuos, pero de todas maneras con el
tiempo su manejo pudo favorecer el surgimiento de relaciones asimétricas
en el interior de las comunidades o entre aldeas de una misma región.
En suma, el registro arqueológico de los grupos cazadores-recolectores
sanjuaninos y de las comunidades aldeanas que les sucedieron no
muestra, por lo menos desde el Holoceno medio hasta unos 650 d.C.,
evidencias de movilización y asentamiento de grupos inmigrantes de
regiones vecinas, aunque sí brinda indicadores claros de intercambio
de diversos recursos y productos, algunos de los cuales (como la decoración de la cerámica Condorhuasi fase Diablo) pudieron ser reelaborados y resignificados, y de esta manera perpetuarse en algunos valles
sanjuaninos siglos después de su desaparición en su lugar de origen.
82
6 – LA INTEGRACIÓN AL MUNDO
“AGUADA” (650 – 1100 d.C.)
Uno de los fenómenos de mayor interés en la arqueología del Noroeste
argentino es el surgimiento y desarrollo de la “Cultura Aguada” o del
Período de Integración Regional. Caracterizado por un proceso de fuerte integración a nivel social e ideológico de múltiples sociedades no
igualitarias, como resultado de transformaciones que se venían dando
desde momentos previos y en las que jugaron un papel preponderante
factores como la creciente complejidad social, la evolución de los centros cúlticos tempranos y el papel difusor del tráfico caravanero (Núñez
Regueiro y Tartusi 2001), este período muestra a su vez una diversidad
regional cuya investigación es clave para su comprensión general. El
registro arqueológico de diversos sitios de San Juan muestra claramente la vinculación de las comunidades locales con ese proceso.
Distribución del registro Aguada sanjuanino
La presencia de cerámica Aguada en San Juan fue notada en el sitio Barrealito (Valle de Calingasta) ya a principios del siglo XX por Debenedetti, en tanto González (1967) la observó además en Volpiansky (Valle
de Iglesia) -Figura 30. Más tarde, Gambier (1994, 1995, 1996-1997,
2002) registró evidencias vinculables con el registro Aguada en numerosos sitios: Tocota, Espota, Chita, Bauchaceta, Vega de Pismanta, Barreal del Norte, La Laguna, Barreal del Sur, Los Pozos, Cruce de Tocota,
Altos de Iglesia, Maipirinque, Zonda, Campanario, Vegas de Rodeo,
Tudcum, las Quinas, Cerro Negro de Colola, Piedra Colgante y Punta del
Barro en el Valle de Iglesia, Barrealito, Cerro Calvario y Alto Verde en el
Valle de Calingasta, Pachimoco y Los Lisos en el Valle de Jáchal, y diversos sitios cordilleranos y del Valle de Zonda. Recientemente, Guráieb et
83
al. (2010) han identificado cerámica Aguada en Valle Fértil, en la zona
de Ischigualasto (sitio Puerta Quebrada de las Casas).
Llama la atención la gran dispersión de la presencia Aguada, ya que no
sólo se verifica en las aldeas de las zonas bajas de los valles (Barrealito,
Cerro Calvario, etc.) sino también en la zona de piedemonte medio y
alto del Valle de Iglesia (Bauchaceta), en el sector cordillerano, en torno
al curso de diversos ríos de la zona de San Guillermo (Macho Muerto,
Cajoncito Verde de la Brea, etc.) y en el área de amortiguación del Parque Provincial Ischigualasto (Puerta Quebrada de Casas, en la Sierra de
Valle Fértil), en el sector oriental de San Juan. Generalmente se trata de
lugares que contienen evidencias de otras ocupaciones, aunque sólo en
unos pocos casos esta relación ha quedado expuesta a través de excavaciones estratigráficas, como en Cerro Calvario y Punta del Barro.
Figura 30: Fragmentos de cerámica de estilo Aguada
en el sitio Volpiansky (Depto. de Iglesia).
Patrones y estructuras habitacionales
Los estudios de Gambier (1996-1997, 2000) han permitido conocer cómo a partir de ca. 650 d.C. se ampliaron y diversificaron tanto el patrón de
habitación como la forma y modo de construcción de las viviendas.
Según Gambier, las diferencias en la forma de las viviendas habrían
guardado relación con el ambiente en el que estaban ubicadas. En los
84
lugares altos, donde se estima que la presencia de estos grupos estaba
vinculada con la cacería estival de camélidos, se levantaban agrupamientos de tres pircados circulares, dos de ellos abiertos y otro, ubicado detrás, cerrado y semisubterráneo para contrarrestar los vientos.
El modelo de habitaciones semisubterráneas previo de la región continuó utilizándose en el piedemonte alto y medio, donde fueron excavadas por Gambier en sitios como Tocota, Espota y Bauchaceta. En Espota
una de estas viviendas estaba próxima a un extenso corral levantado
con rocas y ramas. En Bauchaceta se excavaron 17 viviendas semisubterráneas, algunas de las cuales también tenían corrales cercanos (especialmente la denominada “Casa 5”).
En cambio en la zona baja se registró la aparición de nuevos diseños y
materiales constructivos. Uno de ellos consistía en una serie de pequeñas habitaciones rectangulares apoyadas sobre un grueso muro de barro (en Cerro Calvario III, de 55 cm de espesor en la parte inferior y 4045 en la superior) levantado contra un corte en la falda de una loma
(Figura 31).
Figura 31: Reconstrucción de una vivienda rectangular
apoyada sobre la ladera de un cerro (Según Gambier 2000).
Al menos en un caso de Cerro Calvario III, estos muros fueron construidos mediante bloques rectangulares colocados verticalmente, de 1,50
m de alto, construidos previamente con grandes adobones de barro con
85
forma de gota, ligados entre sí. Las divisiones de las habitaciones estaban hechas con paredes de quincha, o sea haces de cañas de carrizo
dispuestos en una zanja excavada en el suelo y recubiertos con barro.
Este sistema no sólo resulta adecuado desde el punto de vista de la
aislación térmica proporcionada por el barro, sino que además es muy
eficaz para contrarrestar los movimientos sísmicos debido a que la flexibilidad del entramado de caña le permite absorber las vibraciones. Los
muros principales estaban generalmente estucados y pintados de rojo,
aunque a veces había sectores coloreados de azul, verde o amarillo. Las
puertas de las viviendas eran de tipo “compuerta” y se sacaban o ponían encajándolas en una canaleta horizontal construida en el suelo.
Estaban elaboradas con palos de chañar y cañas de carrizo.
En Cerro Negro de Colola (Valle de Iglesia) se excavó una de estas estructuras complejas con habitaciones de planta rectangular agregadas a
la planta principal, que Gambier (1996-1997) describe detalladamente:
“Los muros externos eran de tierra, de aproximadamente 30
cm de ancho y 40 cm de alto, que continuaban con una estructura de palos de chañar o algarrobo cubiertos con haces
de cañas carrizo de 8 a 10 cm de diámetro, atados con cordeles hechos con hojas de cortadera retorcidas; estos haces
estaban recubiertos a su vez con barro por ambas caras, con
un espesor de aproximadamente 10 cm en total. El techo estaba construido con palos y ramas y cubierto con una gruesa
capa de pasto, atados a la estructura como en los ranchos
actuales. La casa se completaba con un patio cubierto”.
En Barrealito, la vivienda principal está constituida por una línea de habitaciones contiguas que conforman un frente de 31 m de largo. En este
lugar se excavaron dos viviendas que presentaban cimientos de piedra
enterrados en el suelo, y que fueron levantadas con parantes de algarrobo y chañar, unidos con paredes de quincha de cañas de carrizo revocadas con barro, y techados con palos y paja (Gambier 1996-1997).
En Punta del Barro se excavaron cuatro viviendas de varias habitaciones
cada una pero no se han brindado detalles de este registro.
86
Otro tipo de vivienda estaba constituido por una choza circular levantada con paredes de quincha, construida sobre una plataforma cortada en
la parte media de la ladera de una loma, según se observó en Cerro
Calvario II.
Finalmente, se desarrollaron variantes al modelo de habitaciones semisubterráneas tradicional. En un caso, observado tanto en el Valle de
Calingasta como en el de Iglesia, se realizaban dos habitaciones semisubterráneas de forma rectangular separadas por un muro bajo. En
Barrealito, por otro lado, se levantó una amplia plataforma de entre 10
y 12 m de diámetro y aproximadamente 60 cm de altura, en la que se
cavaron varias habitaciones semisubterráneas de planta circular o rectangular con los zócalos realizados con piedras planas de formas alargadas enterradas de punta (Gambier 2000). El piso original de estas
habitaciones, que estaban separadas 1 metro entre sí, se encontraba
unos 40 cm por debajo del nivel de la plataforma. A juzgar por las improntas en restos de barro hallados en estos sitios, las paredes debieron ser de quincha.
La información comentada indica claramente la aparición de cambios
significativos en la construcción de las viviendas (aparición de cimientos, muros gruesos principales, plantas rectangulares, armazón de palos
de algarrobo y chañar, tabiques secundarios internos, construcción mediante paneles de quincha y paneles de adobones, techo plano, puertas
extraíbles, pintado de los muros, etc.). Lamentablemente se carece de
información contextual y cronológica precisa que permita analizar la
distribución y secuencia temporal de tales cambios en los sitios excavados. Sin embargo, los datos disponibles permiten sugerir que en este
período se habría producido en algunos sitios una reducción en la dispersión de viviendas dentro del patrón aldeano, aunque sin llegar nunca a convertirse en uno concentrado. Además aquella situación probablemente se encontraba en estrecha relación con las características
fisiográficas de los lugares en los que se emplazaban los poblados.
Es importante notar que las características arriba señaladas se manifiestan fundamentalmente en sitios de las zonas bajas que parecen haber
87
sido los más poblados de sus respectivas localidades, mientras que los
sectores con niveles menores de ocupación, en el piedemonte alto y
medio o en la zona alta cordillerana, se prosiguió con la utilización de
las prácticas habitaciones semisubterráneas subcirculares, si bien en
algunos de estos casos debe resaltarse como elemento novedoso la
vinculación con corrales (aparentemente destinados a llamas).
Explotación y uso de recursos vegetales y animales
El sistema de subsistencia estaba basado en la agricultura y la ganadería de
llamas, y en menor medida en la caza de camélidos y la recolección de
recursos silvestres.
Algunas de las plantas cultivadas ya aparecían en contextos arqueológicos anteriores de algunos sitios sanjuaninos: maíz, zapallo, quínoa, poroto y calabaza. Si bien se encontró algodón en Cerro Negro de Colola y
restos de tejido de lana de algodón en Alto Verde, la información disponible no permite sostener el cultivo de esta planta en los sitios sanjuaninos. Las cañas de maíz eran utilizadas en algunas ocasiones junto
con las de carrizo en la construcción de paredes, como se observó en
Cerro Calvario (Gambier 1996-1997). Muy interesante es la reiterada
aparición de granos y cáscaras de maní, planta que requiere condiciones de clima cálido y húmedo, lo que sugiere que su cultivo a nivel regional sólo podría haberse realizado en algunos microambientes muy
restringidos. De la misma manera, resulta muy llamativa la aparición en
Cerro Negro de Colola y en el alero Las Quinas de gran cantidad de pequeños carozos que tentativamente se han identificado como correspondientes a drupas del mistol (Zizyphus mistol), árbol propio de la flora chaqueña (Gambier 2002).
Con respecto a los sistemas de cultivo utilizados en esta época, en algunos casos no parece haber grandes modificaciones en las obras hidráulicas y los campos agrícolas. Así, en Punta del Barro se siguieron
utilizando los canteros excavados en la falda del cerro, que habrían sido
alimentados desde una vertiente represada ubicada en un sector más
elevado, y no desde el cercano Río Blanco-Jáchal (Gambier 1996-1997).
88
Asimismo, en Cerro Negro de Colola también se habrían seguido utilizado canteros similares, correspondientes a ocupaciones anteriores. De
manera similar, los campos de cultivo de la zona de Bauchaceta habrían
sido como las depresiones circulares características del sitio Refugio de
Vialidad (Gambier 1988, 1996-1997).
Sin embargo, en otros sitios es probable que el diseño de obras hidráulicas y campos de cultivo corresponda a los agricultores de este período. En Barrealito, a unos 80 m al este de un conjunto de restos de viviendas ubicado sobre la margen derecha del Río Calingasta, Gambier
(1996-1997) identificó un área de unos 500 m por 200 m que contenía
numerosas superficies despedradas de forma aproximadamente rectangular, separadas entre sí por acumulaciones de piedra. Por la parte
más alta del sitio se habrían registrado restos de los canales de riego,
que terminaban en una acequia colectora que llevaba el desagüe al río.
Por otra parte, los estudios que venimos desarrollando con el geohidrólogo Oscar Damiani en el Valle de Zonda y en el área de Tocota (Figura
32) indican la presencia de complejos sistemas de canales que, al menos parcialmente, podrían relacionarse con ocupaciones de este período, a juzgar por su asociación espacial con diversas manifestaciones de
estilo Aguada (cerámica en Tocota, representaciones rupestres en Zonda).
La otra gran actividad productiva fue la ganadería de la llama. En Espota
y en Bauchaceta varias de las viviendas estaban próximas a corrales. En
Barrealito Gambier (1996-1997) describió un gran corral de forma trapezoidal irregular, de aproximadamente 400 m² de superficie, asociado
a un grupo de habitaciones. En los sitios de los sectores bajos, como
Cerro Calvario y Punta del Barro, aparecen numerosas acumulaciones
de estiércol apisonado que han sido interpretadas por Gambier (2000)
como corrales de pequeñas dimensiones adosados a cada una de las
viviendas. Además de la leche, la carne y la lana, un recurso económico
importante derivado de la llama era precisamente el estiércol, que podía ser utilizado como abono para fertilizar los suelos de los campos
cultivados y como combustible a nivel doméstico y en los hornos de
cerámica (Gambier 2000). Por otra parte, la disponibilidad de llamas
permitió a estos grupos integrarse de manera activa a las redes de ca89
ravaneo que en esa época tuvieron un significativo desarrollo en el noroeste argentino, norte chileno y altiplano boliviano.
Figura 32: Vista parcial del canal matriz de uno de los sistemas
de riego de la Quebrada de Tocota (Depto. de Iglesia).
El afianzamiento de la ganadería de la llama no significó el abandono de
la cacería de los camélidos no domesticados. Así lo indican los restos de
Lama guanicoe (guanaco) y Lama vicugna (vicuña) en diversos sitios
ubicados en la zona alta de la Reserva de San Guillermo, en el extremo
noroeste de la provincia. La presencia de huesos y cáscaras de huevo de
ñandú en sitios bajos (Cerro Calvario) indicaría la continuidad del aprovechamiento de estos recursos, en tanto que la aparición reiterada de
huesos de camélidos en esos mismos sitios (Gambier 1996-1997) podría
corresponder tanto al consumo de guanaco como de llama. El hallazgo
de una toma de estólica de madera decorada en una tumba de Alto
Verde no sólo es otro reflejo de la actividad cinegética sino que además
indica la continuidad del uso de este instrumento. La caza de vicuña
habría permitido acceder a su fina lana, un producto de gran importancia para la elaboración de textiles de calidad o para el intercambio con
otros grupos.
90
En cuanto a los recursos vegetales recolectados, muy importante parece haber sido el papel del chañar y el algarrobo, ya que además de sus
propiedades alimenticias brindaban la madera necesaria para elaborar
en algunos sitios las estructuras de las viviendas. Pero el fruto del algarrobo era también el componente fundamental para la elaboración de
la aloja o chicha de algarroba, bebida alcohólica de gran importancia en
la celebración de diversas ceremonias sociales en el mundo indígena, lo
que brindaba a este recurso una dimensión simbólica. Como parte del
proceso de elaboración a veces se masticaba la algarroba, de manera
de favorecer que la diastasa, una enzima de la saliva, contribuyera a
convertir almidones en azúcares, con lo cual se aumentaba el contenido
alcohólico y se mejoraba el sabor (Cutler et al. 1985). La presencia en
Cerro Negro de Colola de “restos de la masticación de algarroba que se
guardaban en depósitos”, en Punta del Barro de “grandes masas de
algarroba masticada” y en Cerro Calvario III de “semillas de algarrobo
trituradas y compactadas”, podría precisamente ser resultado de la
elaboración de aloja en estos sitios. El valor simbólico de la algarroba
podría estar reflejado en el entierro de un cráneo en una gruesa capa
de semillas de algarrobo compactadas y exprimidas (Gambier 19961997:187).
Patrones funerarios
Existen diversos tipos de entierros en este período. Uno de los patrones
recurrentes es el de la construcción de montículos como indicadores de
entierros. En Espota Gambier (1994) excavó una tumba señalada con un
montículo que sobresalía unos 40 cm de la superficie, realizado con
rodados de gran tamaño que cubrían una fosa angosta de 1,50 m de
largo por 0,70 m de ancho, en la que el cuerpo estaba depositado decúbito dorsal y se encontraba aprisionado con grandes rodados colocados preferentemente sobre la parte ventral. Un dato interesante es que
de 10 montículos similares registrados en el sitio sólo uno era una tumba, lo que Gambier identifica como una técnica de distracción destinada
a mejorar sus posibilidades de perduración frente a la eventual acción
de saqueadores. Quince o dieciséis montículos similares fueron obser91
vados en el sitio Cruce del Tocota, algunos de ellos cubiertos con piedras rojas. La mayoría eran tumbas simuladas, pero en algunos se rescataron entre 2 y 3 esqueletos estirados en distintas direcciones, junto
con cuentas de collar de malaquita, un retocador de hueso y cáscaras
de huevo de ñandú. Sobre la superficie de tres tumbas había numerosos fragmentos de cerámica bicolor y tricolor correspondientes a dos o
tres piezas de estilo Aguada. En el sector cordillerano de Calingasta se
hallaron tumbas con montículos de piedras en el cementerio de Las
Casitas, localizado en el sector medio del Río Los Patos. En Bauchaceta
se excavó un gran montículo de piedras de 1,5 m de altura que estaba
coronado por una piedra con petroglifos y contenía un esqueleto femenino fuertemente flexionado y otro de un niño, ambos cubiertos por el
de un camélido. Asimismo, en la Casa Semisubterránea 2 del mismo
sitio se excavaron un montículo central formado por grandes rodados y
otro montículo recostado parcialmente en la curva formada por la pared Noroeste. En éste se hallaron huesos desordenados correspondientes a dos niños, ambos sin el cráneo. Uno de estos cráneos había sido
colocado en el centro del piso de la habitación y cubierto y protegido
con los rodados del montículo central (Gambier 1996-1997).
Un tipo totalmente diferente de tumbas fue hallado en el sitio Alto Verde. Se trata de grutas subterráneas excavadas en un conglomerado de
rodados de tamaño pequeño y mediano. Las grutas tienen entre 4 y 7 m
de diámetro y 1,80 a 3 m de alto, y su piso se encuentra entre 3 y 4 metros por debajo de la superficie actual. La entrada a las grutas se realizaba a través de una especie de “chimenea”. Según Gambier, todas las
estructuras (16) habrían sido inicialmente lugares funerarios, aunque
usados eventualmente como depósitos. Sólo cinco grutas corresponderían al período analizado; en algunas no se hallaron los cuerpos correspondientes, aunque sí diversas piezas de madera, cerámica, piedra y
textilería. Sin embargo, en una de ellas se rescataron los restos de por
lo menos 8 individuos a los que les faltaba el cráneo (Gambier 2000).
Parte del ajuar de esta tumba estaba formado por una escudilla que
representaba a un cóndor en vuelo y dos pipas tubulares con hornillo
en el extremo (Figura 33 y 34), una de cerámica con el hornillo pintado
92
y la otra de bentonita con una cara modelada en el hornillo. En contraposición, algunos cráneos aparecieron aislados, por ejemplo uno en
Bauchaceta, en medio de una casa semisubterránea, y otros en Cerro
Calvario III, detrás de un grueso muro pintado de rojo y dentro de una
espesa capa de semillas de algarrobo compactadas y exprimidas, y de
estiércol compactado de camélido proveniente de un corral.
Figura 33: Escudilla modelada con
la representación de un cóndor
en vuelo. Sitio Alto Verde, Depto.
Calingasta.
Figura 34: Fragmentos de pipas acodadas, correspondientes a momentos
posteriores a 650 d.C., hallados en sitios arqueológicos de Calingasta.
Finalmente, otros tipos de tumbas consistieron en un osario excavado
en la pared de una vivienda semisubterránea en Bauchaceta, y dos
tumbas simples con cuerpos extendidos (uno decúbito ventral y otro
decúbito dorsal) en el patio exterior de una vivienda de Cerro Calvario
IV. Además en algunos sitios se hallaron con frecuencia fragmentos de
mandíbulas y cráneos humanos entre los desechos domésticos y de
alimentación de diversos sitios (por ejemplo Cerro Calvario I y III), por lo
que Gambier (2000) sugirió el consumo de las partes blandas de la ca93
beza. Muy interesante es el registro de fragmentos de cráneo humano
pintado exteriormente de negro en Cerro Calvario III, lo que sugiere su
manipulación y modificación en el marco de algún rito o ceremonia.
La información anterior permite rescatar diversos elementos novedosos
relacionados con las prácticas inhumatorias (algunos de los cuales pueden observarse en sitios del NOA – Gordillo 2007, Gordillo y Solari
2009) y su relación con diversos aspectos sociales e ideológicos:
1) La aparición de entierros múltiples, por ejemplo en Cruce del Tocota,
Bauchaceta y en Alto Verde. Esta modalidad es novedosa en la región y al
menos en este período no está vinculada a un tipo determinado de tumba.
2) El entierro de camélidos conjuntamente con seres humanos en Bauchaceta. Esta articulación pone de manifiesto la dimensión ritual de
estos animales, que más allá de su papel preponderante en el ámbito
económico constituyeron ofrendas de alto nivel simbólico.
3) La utilización de túmulos funerarios en Cruce del Tocota, Espota, Las
Casitas y Bauchaceta. Aquí se da una circunstancia especial, ya que en
un caso dos montículos estaban formados dentro de una unidad habitacional, sin que resulte claro si se trataba de una refuncionalización del
espacio doméstico o de la simple realización de prácticas mortuorias en
el ámbito privado.
4) La separación y conservación aislada de cráneos, probablemente
integrados a cultos de carácter doméstico.
5) La presencia esporádica de entierros con ajuares y el valor de estos
elementos como reflejo de jerarquización social, como puede observarse en el caso descripto de Alto Verde.
6) Selección frecuente de partes esqueletarias (mandíbulas, dientes
aislados y cráneos) y conservación dentro de los espacios domésticos
junto con desechos de alimentación, fragmentos de cerámica, instrumental lítico, textilería, etc. Sin embargo es muy importante resaltar la
aparición de numerosas vértebras junto con restos de calotas y mandíbulas en los sedimentos de un sector aledaño a un espacio doméstico y
en una vivienda en Cerro Calvario III.
94
7) Señalización de tumbas en montículos mediante la colocación de una
roca con petroglifos (Bauchaceta) o a través de fragmentos de cerámica
originados en roturas rituales de vasijas en la superficie de algunos entierros (Cruce del Tocota).
8) Lo anterior se contrapone con una aparente necesidad de construir
montículos de simulación que permitieran ocultar la localización precisa
de algunas tumbas (Espota, Cruce del Tocota).
9) Finalmente, posible consumo de restos humanos, si bien esta propuesta no está acompañada por análisis de marcas de descarne o modificación por exposición al fuego que pudieran darle mayor sustento.
Otros cambios en el registro arqueológico
Junto con las modificaciones de alta visibilidad arqueológica arriba descriptas, el registro muestra numerosos cambios vinculados con la aparición de nuevos elementos o de artefactos realizados conforme a nuevos estilos. Entre éstos se destaca cuantitativamente la cerámica; en
todos los sitios se halló alfarería de estilo Aguada (pintada sobre pasta
rosada con y sin interior negro bruñido, gris-negra grabada, gris pulida
con interior negro bruñido, pintada tricolor, etc.). Casi siempre se trata
de fragmentos de vasijas, pero se ha recuperado una escudilla entera,
con motivos modelados y pintados que representan a un cóndor en
vuelo. Junto con estos tipos cerámicos vinculables con el estilo Aguada
aparecieron también otros: gris y marrón lisa con bases planas en plataforma y menisco-convexas, roja pulida, algunos fragmentos muy delgados con engobe blanco, marrón lisa decorada con triángulos rellenos de
puntos, etc. También es interesante el hallazgo en Cerro Calvario III de
una base plana de un ceramio botelliforme similar a los de la “Cultura El
Molle” de Chile. Dado que no se dispone de información cuantitativa
sobre el registro de los sitios de este período, no es posible determinar
aspectos vinculados con la distribución regional e intrasitio de los distintos tipos de cerámica, lo que entre otras cosas permitiría analizar la
importancia relativa de la cerámica Aguada en cada conjunto.
95
Además de los restos de vasijas se registraron dos elementos de cerámica novedosos incorporados a la cultura material local: las pipas tubulares con el hornillo en el extremo (halladas en Alto Verde y en Cerro
Calvario III –Figura 35) y las figurillas humanas con rasgos típicos de las
de estilo Aguada. También se registró un nuevo tipo de tembetás, pequeños y de forma discoidal con aletas, en reemplazo de los de clavo o
clavija del período anterior, aunque la información disponible no permite conocer si fueron realizados en cerámica o piedra.
Figura 35: Representación de personas fumando con pipas acodadas
(petroglifo del noroeste de San Juan). Según Schobinger (2009).
Finalmente, un nuevo elemento vinculado con la elaboración de cerámica fue un tipo particular de pulidor, de forma biconvexa alargada y
entre 6 y 15 cm de largo, que únicamente aparece en el registro arqueológico de este período. Estos elementos son de piedra y se hallaron al menos en Bauchaceta, Cerro Calvario III y Cerro Negro de Colola,
lo que sugiere que la elaboración de la cerámica pudo haberse realizado
localmente en los ubicados en el piedemonte y sectores bajos de los valles.
Significativos son los indicadores de desarrollo de actividades metalúrgicas, de las cuales no se registraban antecedentes en la provincia. Si
bien no aparecieron los productos finales de esta actividad, se registraron fragmentos de cobre laminado (Cerro Calvario I y III), crisoles enteros o fragmentados (Cerro Calvario I, II y III) y piedras de cobre fragmentadas (Cerro Calvario II).
96
En varios sitios se recuperaron discos de piedra facetados, realizados
con piedras rodadas planas de entre 15 y 25 cm de diámetro, y cuya
finalidad se desconoce. Otros instrumentos de piedra muy frecuentes
son las manos de moler, que en este período adoptan una forma piramidal muy característica, con la superficie activa (la base) de forma convexa.
En el ámbito de la textilería también se produjeron innovaciones, como
el uso de las técnicas cesteras de enmimbrado y entrecruzado-arrollado
decorado con motas de lana. Otros elementos característicos son el
tejido plano simple o doble (“doble faz”) con hilos de lana muy finos y el
trenzado plano con hilos de lana, fibra vegetal o algodón (Gambier 2000).
Algunas representaciones rupestres también parecen ser una manifestación de las ideas de esta época, ya que están asociadas a la figura del
jaguar (el eje de la iconografía Aguada). En Agua Blanca (quebrada cordillerana del sur del Valle de Iglesia) se han registrado una figura antropomorfa con grandes fauces y un largo tocado, y un personaje aparentemente ataviado con una piel de jaguar (con garras, manchas y cola).
Una figura similar ha sido registrada en la Quebrada del Molle Norte, en
las Sierras Pampeanas del este sanjuanino, y en la Gruta del Lagarto
(Calingasta) se registró una representación de un felino con cola larga
pintado de negro, con manchas pintadas en blanco (Gambier
1977:123). Finalmente, en el Valle de Zonda registramos hace poco una
figura vinculada con la iconografía Aguada, que representa una serpiente con dos cabezas y grandes fauces en ambos extremos (Figura 36).
Finalmente, cabe mencionar la aparición de algunos elementos exóticos: una caña coligüe decorada (Cerro Calvario I) y otra fragmentada
(Las Quinas), una valva marina con dos agujeros (Cerro Calvario III),
cuentas de collar de moluscos marinos (Las Quinas) y un collar con
cuentas de malaquita (Bauchaceta), que aunque sumamente escasos
testimonian la escala de las articulaciones intergrupales de las sociedades del área.
97
Figura 36: Serpiente bicéfala con grandes fauces felínicas,
asignable al estilo Aguada. Valle de Zonda.
La explicación del cambio
Los significativos y rápidos cambios producidos a partir de ca. 650 d.C.
se vinculan con el desarrollo de fuertes transformaciones en el Noroeste argentino y en menor medida con la evolución de los tradicionales
contactos transcordilleranos con las comunidades del Norte Chico chileno. El desafío consiste en explicar adecuadamente los mecanismos
que regularon esas relaciones tripartitas. Gambier (1996-1997) interpretó estas conexiones como un juego de migraciones e influencias que
hicieron que las comunidades de los valles de Calingasta e Iglesia continuaran con el uso de elementos desarrollados previamente a nivel local
(por ejemplo cerámica común u ordinaria alisada y las viviendas semisubterráneas) e incorporaran otros elementos procedentes de la Cultura de la Aguada (nuevas técnicas textiles, cerámica Aguada, habitaciones y viviendas con protección de paredes de barro) y de la Cultura El
Molle (pulidores de piedra para cerámica, manos triédricas, discos facetados y tumbas con montículos). Uno de los componentes de este proceso habría sido la instalación en el Valle de Iglesia de “pequeños grupos de migrantes trasandinos” hacia 650 d.C. Pero el hito fundamental
de esta perspectiva era la “invasión” de grupos emigrados del noroeste
98
argentino portadores de la “Cultura de La Aguada” que se asentaron en
los valles sanjuaninos y produjeron distintos grados de “aculturación”
(Gambier 1992). La reiteración de esta dinámica de migraciones hacia
los valles sanjuaninos ha sido durante más de 30 años el modo excluyente de interpretar los cambios en las sociedades indígenas locales.
Sin embargo, es factible plantear algunas dudas sencillas con relación a
esta interpretación tradicional, por ejemplo: ¿por qué estos grupos invasores capaces de implantar sus tipos cerámicos más elaborados no
sustituyeron también los de uso común? ¿Por qué permitirían que sus
fuertes creencias y prácticas vinculadas con la muerte se mezclaran con
aportes extraños como el uso de tumbas en montículos? ¿Por qué dejarían de lado componentes fundamentales de la iconografía Aguada,
como la figura del sacrificador? ¿Y por qué se asentaron en los propios
sitios de los pobladores locales y no en lugares cercanos? ¿Eran tantos
como para ocupar numerosos sitios de gran parte del territorio sanjuanino, por lo menos en los valles de Jáchal, Iglesia, Calingasta y Zonda? Y
si los invasores no eran tan poderosos, ¿por qué las poblaciones locales
habrían de aceptarlos, junto con sus revolucionarias ideas y elementos?
¿Y qué pasó con las creencias de los grupos locales? ¿No había barreras
idiomáticas para estos arreglos y convivencia? Y así podrían plantearse
muchos más cuestionamientos que nos llevarían a una conclusión: la
información disponible hasta el momento no da sustento a la idea de
una migración de grupos del noroeste argentino que se asentaron
sobre los sitios ya ocupados por las poblaciones locales.
En cambio, parece mucho más apropiado continuar con la idea de que
las poblaciones sanjuaninas hacía siglos que estaban vinculadas con las
del noroeste argentino, y esas relaciones se estaban haciendo cada vez
más intensas, potenciadas desde el NOA por diversos elementos como
el desarrollo progresivo de las redes caravaneras (que permitían entre
otras cosas el intercambio de bienes de prestigio y la difusión de ideas y
creencias desde los centros más complejos) y por la formación de un
nuevo y poderoso conjunto de ideas religiosas hacia 600 d.C. En este
marco, se realza la importancia de la cerámica, la textilería y el arte rupestre como medios de transmisión del nuevo mensaje religioso. Así,
99
las poblaciones locales habrían adoptado esas creencias, que probablemente daban mejor respuesta que los cultos previos a las preguntas
relacionadas con los fenómenos naturales, los astros, el origen del
mundo y del hombre, y todos los interrogantes propios de la existencia
humana. Sin embargo, el mensaje estaba mediado por el espacio, por lo
que evidentemente debían existir diferencias con respecto a las prácticas religiosas y al conjunto iconográfico del área de origen, lo que explica la integración de nuevas modalidades de entierro (en montículos) o
que no aparezca en San Juan todo el repertorio de imágenes registrado
en el Noroeste argentino, que probablemente se restringió fundamentalmente a la figura del jaguar, aunque como se ha visto también aparece la serpiente con cabezas en ambos extremos. De todas maneras,
estas imágenes, al igual que la nueva manipulación y conservación selectiva de los cuerpos humanos, y la mezcla de lo ritual y lo mundano en
el registro arqueológico de los espacios domésticos, constituyen tenues
reflejos de una cosmovisión que regía todos los aspectos de la vida de
estas comunidades, y que por el momento nos resulta completamente
desconocida e incomprensible.
Por otro lado, las comunidades locales continuaron con sus conexiones
con poblaciones trasandinas que, al igual que miles de años atrás, seguían accediendo a los altos valles interandinos. En este caso, además
de los escasos ejemplares de caña coligüe y de valvas y cuentas de collar de moluscos marinos, es posible que hayan llegado sobre todo a los
sitios del valle de Calingasta ceramios de estilo El Molle, algunos de
cuyos elementos pudieron ser incorporados a la tecnología cerámica
local. Lo mismo pudo suceder con la costumbre de entierros en túmulos
o montículos. Cabe recordar que cerámica y/o entierros monticulares
asociados con grupos Molle han sido registrados también en el valle de
Uspallata y en la llanura del norte de Mendoza, por lo que es posible
que los valles de Cuyo también estuvieran integrados en circuitos de
caravaneros trasandinos, y que por este medio se incorporaran elementos a la cultura material regional. Como ya se ha considerado supra,
algunos de estos elementos habrían estado vinculados al mundo de las
creencias, como indicarían los petroglifos mascariformes de Agua Blan100
ca. Aquí se da una situación interesante, porque en la misma roca en la
que aparecen los individuos mascariformes vinculables con un estilo del
Norte Chico chileno se observa un ser antropomorfo con garras y vestido con una piel de jaguar (López et al. 2009), lo que podría estar indicando la sucesión de cultos prevalecientes en la región o, más posiblemente, un cierto sincretismo entre los nuevos rituales y los anteriores.
La marcada identificación de las comunidades locales con las nuevas
creencias y costumbres se refleja en su permanencia durante siglos, a
juzgar por la continuidad de los cambios observados en el registro arqueológico. Los fechados obtenidos para este período en el Valle de
Calingasta (sitios Alto Verde y Cerro Calvario) se extienden entre aproximadamente 670 y 890 d.C., en tanto que las dataciones de los sitios
del Valle de Iglesia (Bauchaceta, Cerro Negro, Las Quinas y Espota) entre 720 y 1050 d.C. Debido a que la información disponible tanto sobre
este período como sobre los fechados obtenidos es altamente fragmentaria (por ejemplo no se conocen los datos precisos y perfiles de las
excavaciones de los distintos sitios ni la información completa de las
dataciones radiocarbónicas) resulta difícil evaluar este aparente desfasaje entre ambos valles, pero puede estimarse que simplemente responde al muestreo realizado y que en general la extensión de este período podría considerarse entre aproximadamente 650 y 1100 d.C.
101
102
7 - AFIANZAMIENTO DE LAS DIFERENCIAS
REGIONALES (1100 – mediados-fines
siglo XV d.C.)
La adopción generalizada por parte de las comunidades indígenas sanjuaninas de creencias, prácticas y tecnologías identificadas con la “Cultura de la Aguada” homogeneizó el desarrollo cultural del área y enmascaró algunas diferencias que aparentemente se estaban manifestando entre las comunidades del norte y el sur de la provincia desde
poco antes de esta integración. Esas diferencias probablemente estaban originadas en una mayor relación de las poblaciones del sur sanjuanino con las del Norte Chico chileno, y se reflejarían fundamentalmente en la cerámica que tradicionalmente ha sido denominada “Calingasta”, que presenta pasta gris con decoración incisa y cuyo origen
podría remontarse a ca. 600 d.C. El conocimiento de las ocupaciones
indígenas caracterizadas por el uso de este estilo cerámico, de sus cambios durante el período de integración al mundo “Aguada” y de su evolución posterior hasta la llegada de los incas es muy restringido, ya que
fundamentalmente se basa en unos pocos trabajos interpretativos generales o divulgativos (Gambier 1992, 1994, 2000) que no exponen la
base de datos analíticos y gráficos relacionada con las excavaciones de
los sitios correspondientes. Por lo tanto, es muy difícil con la información disponible en la actualidad realizar un análisis independiente del
registro arqueológico del sur sanjuanino que permita comprender el
complejo juego de relaciones intergrupales y el alcance real de los cambios que en él se manifiestan. Algo similar ocurre con el centro-norte de
la provincia, aunque en este caso el manejo de la situación se amplía
con la incorporación de información generada por otros colegas y por
nuestras propias observaciones.
103
El registro arqueológico post-Aguada
Hacia 1100 d.C. aparentemente no sólo desapareció de los sitios sanjuaninos la cerámica de estilo Aguada, sino también cualquier manifestación del culto centrado en la figura del jaguar y en la manipulación
ritual de los cráneos humanos. Los nuevos contextos arqueológicos se
definieron básicamente a partir de las características de la cerámica. En
el sur de San Juan los sitios arqueológicos recientes presentan alfarería
de diversos matices de gris, marrón o naranja, alisada o pulida y con
decoración incisa dispuesta en diversas formas (lobulados, volutas, escalonados, escalonados inclinados, guardas angulares o “chevrones”,
etc.). Las formas parecen derivarse de las del período anterior: vasos no
restringidos de paredes rectas en su parte media y superior, vasijas restringidas con una parte inferior globular y un cuello de paredes rectas
verticales, etc. Este estilo es conocido como “Calingasta inciso” (González 1967) -Figuras 37, 38 y 39.
Figura 37: Vasija de estilo Calingasta, procedente del Depto. homónimo.
Figura 38: Vasija con decoración
incisa, de estilo Calingasta.
Figura 39: Jarrita con decoración incisa
procedente del Valle de Zonda.
104
En el norte, en cambio, la cerámica decorada conocida tradicionalmente como “Angualasto” (Figuras 40 y 41) es muy diferente y en algunos
casos parece derivarse de la anterior de estilo Aguada, aunque en general su aspecto es mucho menos elaborado. El color de la pasta es muy
variable (gris, marrón, naranja, rojizo, etc.), lo mismo que el espesor de
las paredes, aunque predominan las piezas de ca. 10 mm. El acabado de
superficie es alisado o pulido y la decoración es pintada y consiste generalmente en motivos geométricos (ondeados, guardas angulares, ajedrezados, reticulados, etc.), trazados con líneas de color negro (a veces
rojo o violáceo) sobre el fondo naranja de la pieza o sobre un engobe
claro, aunque existen múltiples variaciones. Las formas más comunes
son vasijas globulares de tamaño mediano o grande con dos asas laterales horizontales y bases relativamente pequeñas (en muchos casos urnas), y pucos que servían para taparlas.
Figuras 40 y 41: Vasijas de estilo “Angualasto”,
procedentes del norte de San Juan.
Figura 42: Vasija de estilo Copiapó procedente del norte de San Juan.
105
Este tipo de cerámica aparece profusamente en el centro y norte de
San Juan, muchas veces asociado a otros elementos novedosos para el
área. Entre éstos se cuentan piezas enteras de cerámica Diaguita Chilena y Copiapó (Figura 42), prendas y técnicas textiles (gorros, madejas de
hilos con motas, refuerzos decorativos en ponchos y camisetas, etc.),
torteros de madera y hueso finamente tallados, tubos de hueso decorados, collares con cuentas de malaquita, etc.
Sin embargo, los elementos más llamativos se vinculan con tres ámbitos
de producción artesanal muy desarrollados durante este período en el
NOA y el norte de Chile. Uno de ellos es el de la elaboración de piezas
mediante la técnica del mosaico. Se han descubierto varios ejemplos de
este tipo, de alto valor estético y simbólico. Uno es un “escudo” hallado
en una tumba de Angualasto en 1920 y descripto por González (1967).
Está hecho sobre una placa de madera, en forma de dos trapecios unidos por sus bases menores, o de “doble hacha”. En su anverso presenta
un mosaico de más de 3.000 cuentas de malaquita y turquesa. En el
centro se observa una espiral que representa el ojo del cóndor, rodeada
parcialmente por prolongaciones hechas con placas de feldespato rojo,
que simbolizarían el penacho del cóndor. En el reverso presenta una
empuñadura. La fotografía de una pieza muy similar fue publicada por
Gambier (2000) aunque sin especificar su origen (Figura 43). Otro
ejemplar está constituido por un cóndor articulado de madera, con mosaico de malaquita en el cuerpo, formando aparentemente figuras no
identificables por la pérdida de gran parte de las placas.
Otra tecnología frecuentemente representada en el repertorio de los
sitios septentrionales es la metalurgia. Se han hallado discos de bronce
semejantes a los conocidos para la “Cultura Belén”, manoplas de bronce (Figura 44), una campanilla de bronce, fragmentos de cinceles, placas, punzones y pinzas depilatorias. Los discos de bronce presentan un
círculo central rodeado por 6 animales de perfil dispuestos en la misma
dirección, generalmente interpretados como chinchillones; en el reverso presentan dos abrazaderas por las que se inserta una varilla que en
uno de los extremos termina en dos espirales. Este sistema probablemente permitía prender el disco a la vestimenta de su portador (Figura 45).
106
Figura 43: “Escudo” realizado con un mosaico de
malaquita, correspondiente a los grupos tardíos
del norte de San Juan. Según Gambier 2000.
Figura 44: Manoplas de bronce de
época tardía.
El tercer aspecto artesanal es el de objetos de madera tallados de alto
valor simbólico y ritual involucrados en el denominado “Complejo del
rapé”, conjunto de objetos (fundamentalmente tabletas, tubos y cucharas) utilizados para la molienda e inhalación de sustancias vegetales
alucinógenas (Figura 46). Para el norte de San Juan se han publicado
dos tabletas de rapé, una en Tudcum y otra en Angualasto. Otras dos,
una demadera y otra de piedra, aparecieron en Calingasta (Ambrosetti
1902, citado por Torres 1996). Las tabletas de esta área marcan el límite
de las evidencias de inhalación nasal de polvos alucinógenos, que además coincidiría con el extremo sur de la distribución de Anadenan-thera
colubrina var. Cebil (Torres y Repke 2006:34), una de las especies de
mayor difusión y consumo en la región.
Los ejemplos artesanales mencionados (aun cuando no se hayan realizado análisis específicos para determinar su lugar de elaboración) evidencian un progreso importante en el desarrollo de tecnofacturas y
confirman la participación de la región en un área mayor dentro de la
107
cual se compartían ciertas prácticas, creencias y rituales y se establecía
un fluido intercambio de bienes suntuarios. Es muy posible que en el
Valle de Calingasta se haya alcanzado un desarrollo artesanal similar,
pero la consideración del registro arqueológico de la región presenta un
alto grado de dificultad, debido a la falta de información sobre los contextos específicos de los objetos descriptos en diversos artículos. No
obstante, vale la pena destacar la presencia de algunos elementos relevantes mencionados por Debenedetti (1917) que podrían corresponder
a este período. Por un lado, llama mucho la atención el dibujo de un
arco decorado que habría sido encontrado en Calingasta por Aguiar, lo
que reflejaría el cambio del uso del lanzadardos por el del arco y las
flechas en estos momentos tardíos (Figura 47).
Figura 45: Disco de bronce procedente de Angualasto, con la varilla que probablemente permitía engancharlo a una prenda textil.
Figura 46: Tableta de rapé para inhalación de alucinógenos, procedente del norte de
San Juan.
108
Figura 47: Puntas de flecha correspondientes a ocupaciones
tardías, procedentes del Depto. Calingasta.
Por otra parte, resultan muy interesantes dos instrumentos musicales
descubiertos por el mismo coleccionista en Calingasta y depositados en
el Museo de La Plata; uno de ellos consiste en una calabaza con piedrecitas o semillas en su interior y con un mango de madera, o sea un elemento muy parecido a una maraca moderna. El otro es un instrumento
de viento de 34 cm de largo, una especie de bocina con una embocadura hecha con un hueso largo de guanaco y una campana de resonancia
constituida por una calabaza alargada de forma aproximadamente cónica. En su parte central la calabaza tenía restos de decoración pirograbada entre dos grupos de dos y tres líneas paralelas. El hueso y la calabaza estaban adheridos mediante resina. Esta pieza no sólo es significativa por ser uno de los pocos instrumentos musicales indígenas hallados
en San Juan, sino también porque su uso está comprobado mediante
otro tipo de evidencia: el arte rupestre. Efectivamente, en la Quebrada
de Conconta, en el alto piedemonte del Valle de Iglesia puede observarse un petroglifo finamente elaborado en el que aparecen dos figuras
antropomorfas vestidas con una especie de falda y soplando sendos
instrumentos como el descripto (Figura 48). La ausencia de pátina y las
características de los petroglifos circundantes indican que esta representación es de época tardía. De ser correcto el origen del instrumento
descubierto por Aguiar, la figura musical de Conconta indicaría que estos elementos tuvieron una amplia distribución en el territorio sanjuanino.
109
Figura 48: Representación rupestre de dos personas tocando sendos
instrumentos musicales (Quebrada de Conconta, Depto. Iglesia).
En relación a lo anterior, cabe hacer una mención a las representaciones rupestres que corresponderían a estas ocupaciones tardías, ya que
numerosas quebradas cordilleranas, precordilleranas y de las Sierras
Pampeanas albergan una gran cantidad de estas manifestaciones. En
muchos casos se trata de motivos abstractos, con círculos, líneas onduladas, figuras geométricas, etc. que escapan totalmente a cualquier
interpretación fundada; pero en muchos casos estos petroglifos son de
carácter figurativo e ilustran escenas como la descripta arriba, caravanas de llamas, camélidos en diversas actitudes, etc. Un estudio de corte
arqueológico que integre estas representaciones al resto de la información arqueológica regional podría brindar interesantes perspectivas
acerca de estas obras y ampliar significativamente nuestra comprensión
de algunas costumbres, de la organización social, del conocimiento y
aprovechamiento de recursos, y de muchos otros aspectos relacionados
con las poblaciones indígenas tardías. Afortunadamente, en tiempos
recientes se han observado algunos intentos en este sentido (por ejemplo, Rolandi et al. 2003, Re et al. 2009, López et al. 2009). En el caso
específico del sector norte de la Sierra de Valle Fértil, los estudios de
arte rupestre se desarrollan conjuntamente con los de tecnología lítica
110
y cerámica (Guráieb et al. 2010) y abarcan el análisis de diversos tipos
de estructuras de piedra, algunas de ellas asociables con los geoglifos
registrados en otros sectores de San Juan (Prieto 1992) y La Rioja (Callegari et al. 2000).
El patrón de asentamiento tardío
En los tiempos prehispánicos tardíos se continuó con el patrón de asentamientos permanentes en las zonas bajas y sitios temporarios, correspondientes a ocupaciones logísticas (de grupos pequeños encargados
de tareas específicas), en las zonas altas. Los sitios de habitación permanente mantuvieron el diseño de aldeas dispersas de los tiempos previos. Se localizaron fundamentalmente en las márgenes de los ríos y
arroyos (sobre todo el Blanco-Jáchal, el Calingasta y el Bermejo) y conformaban conjuntos de viviendas, corrales, campos de cultivo, espacios
de entierro, estructuras de almacenamiento, canales, sendas internas,
etc. Sin embargo, no seguían un diseño específico sino que la forma de
cada aldea dependía de las características propias de la zona de emplazamiento. La más conocida de estas aldeas es la de Angualasto (Figura
49), que fue objeto de estudio y observaciones por parte de diversos
arqueólogos desde principios del siglo XX, como Debenedetti (1917) y
González (1967). Sin embargo, si se tienen en cuenta las enormes dimensiones del sitio Pachimoco, es probable que no se trate de la aldea
de mayor extensión, como tradicionalmente se ha difundido. De la
misma manera, considerando su fácil acceso y público conocimiento,
seguramente la de Angualasto es una de las aldeas que más ha sufrido
la desarticulación y pérdida de sus contextos arqueológicos, debido no
sólo a la acción de diversos estudiosos durante casi un siglo sino fundamentalmente a las recurrentes excavaciones de coleccionistas y pobladores de la zona. Al respecto, Nardi (1966-1967) comenta dos elementos muy interesantes por su vigencia: la búsqueda “exacerbada los
Viernes Santos (porque Dios ha muerto y el Diablo anda suelto)” y la
negativa actividad de los “sacha arqueólogos” o falsos arqueólogos. Por
el contrario, otras aldeas ubicadas en lugares menos accesibles parecen
mostrar un grado de integridad mucho mayor (Figura 50).
111
Figura 49: Vista aérea
parcial del sitio Angualasto. Nótense los pasillos
de acceso en las viviendas
y corrales. Ima-gen tomada
de Google Earth.
Figura 50: Una de las estructuras de la aldea del sitio Lamaral, sobre el Río Blanco.
Los sitios logísticos se emplazaban en valles y quebradas cordilleranos,
y estaban probablemente vinculados con actividades asociadas a la comunicación intergrupal, a la cacería de camélidos, al aprovisionamiento
de recursos específicos (por ejemplo, lana de vicuña), actividades metalúrgicas, rituales, etc. En estos lugares se mantuvo el uso de habitaciones circulares de piedra y el aprovechamiento de abrigos rocosos, como
ha podido observarse en la zona de la Reserva de San Guillermo (García
et al. 2007), en el extremo NO de la provincia. Estos sitios destinados a
actividades específicas y situados fuera del espacio aldeano jugaron un
papel relevante en el desarrollo de las sociedades tardías, si bien la carencia de información no permite caracterizarlos debidamente y mostrar su estrecha conexión con las aldeas.
112
Sin embargo, en algunos sectores puede observarse una paulatina restricción de la movilidad logística desde los inicios del proceso de formación de aldeas, al punto que en los momentos preincaicos tardíos de la
ocupación indígena regional muchos de ellos ya habían perdido el protagonismo que habían tenido en tiempos anteriores (en la época en que
eran bases residenciales de grupos cazadores-recolectores). Esto se
evidencia claramente en sitios del piedemonte medio-alto de Calingasta
(como las Grutas de Los Morrillos de Ansilta), y en los de los valles interandinos de la alta cordillera del SO sanjuanino (como La Colorada y
los sitios de Guillermo), a tal punto que en estos últimos el registro arqueológico tardío corresponde fundamentalmente a grupos provenientes de Chile (Gambier et al. 1998).
Acerca de las viviendas y otras estructuras tardías
En un interesante juego de continuidad y cambio de la cultura material,
se registraron transformaciones importantes en el diseño de estructuras de retención de animales y de habitación. Algunos de esos cambios
pueden interpretarse como una evolución de rasgos constructivos ya
presentes en los siglos anteriores. Este es el caso de las viviendas que
habrían correspondido a las comunidades capayanas (Canals Frau
1944), fuertemente vinculadas con los grupos indígenas de La Rioja y
Catamarca y que en la literatura arqueológica han sido identificados
tradicionalmente como “Cultura Angualasto”.
Estas casas tenían forma cuadrangular con las esquinas redondeadas,
gruesos muros de barro de aproximadamente 0,50 a 1 m de ancho realizados con grandes adobones (Gambier 2003), y tamaño variable (Figura 51).
En Angualasto, por ejemplo, Nardi (1966-1967) midió viviendas de 7 por
6,50 m y 4,20 por 4,10 m. Su característica más distintiva es la presencia
de un pasillo de entrada, ubicado siempre hacia el ENE, de ca. 1,55 a
2,50 m de largo y 1,10 a 1,90 m de ancho, orientación que según ya
marcaba Debenedetti (1917) pudo haber estado vinculada con la dirección predominante de los vientos (oeste – este). Este tipo de vivienda
113
no era el único del sitio, ya que Gambier (2003) también señaló la presencia en Angualasto de agrupaciones de habitaciones semisubterráneas circulares o semirrectangulares, que a veces son independientes
entre sí y en otras comparten paredes comunes. Un elemento importante es que en el primer caso las habitaciones presentan una hilada de
adobones de barro por arriba de la superficie del terreno. Como ya se ha
mencionado, en el cercano sitio Punta del Barro se había excavado una
vivienda semisubterránea que presentaba también un muro exterior de
barro, que rodeaba tanto a la vivienda como a su pasillo de entrada. Por
otra parte, la utilización de gruesos muros externos fue uno de los elementos arquitectónicos propios de la época previa.
Figura 51: Vista del sector de entrada a una de las viviendas
del sitio Angualasto, Depto. Iglesia.
Encontramos, por lo tanto, tres elementos que vinculan las viviendas
tardías con las de las aldeas anteriores. Por un lado, el muro exterior
que permite dar más profundidad a la superficie basal de la vivienda y
mejorar su protección ante los agentes naturales. Por otra parte, la
forma de las antiguas viviendas semisubterráneas con un pasillo de entrada es básicamente la misma que la de las viviendas con gruesos muros de barro y pasillo de entrada mirando hacia el ENE. Finalmente, el
uso de anchos muros para delimitar las viviendas es también un aporte
de la arquitectura habitacional previa.
114
En el Valle de Calingasta parece haber surgido en esta época un patrón
de “viviendas de varias habitaciones y patios de formas compuestas y
paredes lineales construidas en las faldas de los cerros con corrales adosados”. Estas casas habrían tenido “los tabiques interiores y las paredes
circundantes construidos con gruesos muros de barro elevados casi hasta el techo, el que a su vez sostenía con gruesos parantes centrales”
(Gambier 2000). De constatarse adecuadamente esta información, implicaría también cierta continuidad con el modo constructivo del período anterior y un mayor uso de los muros gruesos (en este caso, externos e internos).
Un aspecto muy interesante se relaciona con la distribución hacia el sur
y el norte de San Juan de las viviendas cuadrangulares de muros anchos
y pasillo de entrada. Hacia el norte, se han observado restos de viviendas similares en sitios de La Rioja, como Guandacol (Nardi 19661967:359) y Batungasta (Damiani 2000), donde también se ha observado cerámica similar a la del norte de San Juan (estilo Angualasto), lo
que indicaría una fuerte conexión con el NOA. Igualmente llamativo es
el caso de un probable poblado similar a los del norte de San Juan en el
Valle de Calingasta, muy posiblemente en la actual localidad de Tamberías. Al respecto, escribía Sarmiento (2007:20) en “Recuerdos de Provincia”:
“Cerca de Calingasta en una llanura espaciosa subsisten más
de quinientas casas de forma circular, con atrios hacia el
Oriente todas, diseminadas en desorden, figurando en su
planta, trompas, de aquellas que nuestros campesinos tocan
haciendo vibrar con el dedo una lengüeta de acero.”
Debenedetti (1917) advertía mucho tiempo después que si bien las
casas de Angualasto eran de planta cuadrangular, al tener las esquinas
redondeadas y estar erosionadas “afectan a primera vista, un contorno
marcadamente circular”, y González (1967) confirmaba luego esta
apreciación. Por lo tanto, todo indicaría que lo que vio Sarmiento en
Calingasta fue un gran poblado con viviendas de “tipo Angualasto”, similares a las de las aldeas del norte sanjuanino. ¿A quiénes correspon115
dían estas viviendas, a grupos capayanes como los de más al norte o a
comunidades huarpes similares a las de territorios ubicados al este y al
sur? Sin pensarlo dos veces Sarmiento las atribuyó a los huarpes, pero,
como todos saben, Sarmiento era político y escritor, no arqueólogo. Un
elemento adicional muy importante es que, en todo caso, estas viviendas no serían el único elemento septentrional presente en Calingasta,
ya que también han aparecido numerosos sitios con cerámica de estilo
Angualasto (Gambier et al. 1992). Caben entonces cuatro posibles explicaciones: 1) la zona estuvo habitada en tiempos tardíos por los capayanes, y no por los huarpes; 2) los habitantes de las viviendas eran huarpes, los cuales compartían el mismo tipo de vivienda y cerámica con sus
vecinos del norte; 3) la zona estaba compartida por huarpes y capayanes; 4) en realidad estaba habitada por los huarpes pero al llegar los
incas movilizaron al Valle de Calingasta a poblaciones capayanas, como
parte de las estrategias de dominio del área (con lo que el gran poblado
que vio Sarmiento sería de época incaica). Gambier et al. (1992) sostienen esta última alternativa. Sin embargo, a la fecha no se han publicado
informes detallados sobre sitios del área que permitan dilucidar la cuestión.
La misma técnica de construcción con muros anchos de adobones se
aplicó a la realización de los corrales. Consisten en grandes espacios (en
Angualasto, el mayor tiene 17 x 17 m) cerrados por altas paredes de
barro, con una entrada mirando al ENE.
Largos muros de baja altura eran también utilizados para delimitar las
aldeas, lo que indicaría la importancia simbólica de la separación del
espacio interno comunal con respecto a la realidad exterior. Este muro
no sólo se observa en Angualasto sino también otros sitios, como Lamaral y Carrizalito, y en ningún caso parece relacionarse con funciones
defensivas o de protección, lo que sugiere que esta práctica además de
ser generalizada tiene un trasfondo ideológico.
En algunas aldeas y en las cercanías del extremo oriental de uno de los
sistemas de canales del Río Blanco hemos observado depósitos para
almacenamiento de alimentos excavados en el suelo, los cuales probablemente eran tapados con ramas y paja.
116
Finalmente, cabe aclarar que en el resto de San Juan no se han hallado
evidencias relacionadas con la arquitectura doméstica o comunal, debido en gran medida a la significativa escasez de estudios arqueológicos
sistemáticos en el centro y este de la provincia.
Los sistemas de canales
Una de las transformaciones de mayor escala de los tiempos tardíos
preincaicos fue la expansión y acabado manejo de los sistemas de captación y distribución del agua. Hasta este momento, aparentemente,
este control había llegado a ser de reducida o mediana escala. Las comunidades locales ya aprovechaban todas las nacientes de agua disponibles, y muy probablemente habían construido obras de relevancia
que les permitían captar agua de algunos ríos y arroyos importantes,
como el Blanco-Jáchal, el Tocota, el Castaño y el Calingasta. En Punta
del Barro, además de aprovechar una aguada local (actualmente seca)
para irrigar uno de los sectores con canteros del sitio, el agua del Río
Blanco servía para el consumo y para el riego de otro grupo de canteros. En Tocota restos de cerámica Aguada están directamente asociados
con un canal matriz que corre por la ladera norte de la quebrada principal.
Pero a partir de aproximadamente 1100 d.C. estas obras adquirieron
una magnitud sorprendente. En el Valle de Zonda, un sistema hidráulico
que tomaba aguas del Río San Juan atravesaba más de 8 km por la ladera oriental de las Sierras Azules e irrigaba el piedemonte y el sector occidental del fondo del valle (Damiani et al. 2010; Figura 52). Asociadas al
Canal Matriz, formaban parte de este sistema una serie de regueras o acequias de riego, y diversas obras destinadas a permitir la captación y manejo ordenado del agua (tomas, aquietadores, desarenadores, etc.).
Una manera eficaz de manejar las velocidades de los caudales que circulaban fue el cambio de forma, que se manifestaba en las diferentes
secciones transversales del canal matriz.
117
Figura 52: Sector amurado del
canal matriz del sistema del
Valle de Zonda.
Estos cambios ocurrían en ciertos sectores que se denominan puntos
críticos de obra (por ejemplo en áreas de pendientes transversales muy
variables, con cambios litológicos del terreno, etc.), en donde el fluido
debía llegar con una velocidad y altura o pelo de agua acotada para no
producir situaciones que comprometieran la estabilidad del sistema. En
el caso de Zonda, el Canal Matriz combinaba un primer tramo en sección tolva o parabólica extendida, hasta llegar a una zona más permeable de arenas y gravas gruesas en la que se cambio la sección a rectangular, lo que permitía el paso de grandes caudales debido a que la mayor infiltración se producía en la base del canal y no en los laterales.
Finalmente, la mayor parte del canal se realizó con una sección trapezoidal construida en terraplenes artificiales, ya sea con un retoque del
terreno natural o con taludes artificiales tendidos (cuando eran construidos sobre sedimentos finos con un ángulo de talud superior a 30
grados) o verticales (cuando dicho talud es elaborado en rocas).
Además de los canales el sistema tenía varios aquietadores, también
llamados cuencos amortiguadores o desarenadores, que tenían la fun118
ción de frenar el agua para permitir la decantación de la materia en
suspensión y, consecuentemente, permitir un mejor funcionamiento y
mantenimiento del sistema. Otros sectores con características similares
han sido interpretados como reservorios de agua, y también se ha registrado un tramo de un camino de mantenimiento aledaño a uno de
los sectores del Canal Matriz que presenta talud vertical amurado. A lo
largo de la mayor parte del canal se observan aún en la actualidad restos de áreas de habitación y pequeños campos de cultivo, y algunas
manifestaciones de arte rupestre.
Figura 53: Canal correspondiente al sistema de riego “Angualasto”.
En el Valle de Iglesia, sobre las márgenes derecha e izquierda del valle
inferior del río Blanco, Damiani (2002) identificó y estudió dos sistemas
de canales independientes entre sí, denominados “Angualasto” y “Buena Esperanza-La Otra Banda”, respectivamente (Figura 53). El “Sistema
Angualasto” mide 22 km en línea recta y en su desarrollo corta un variado paisaje de terrazas fluviales, lomadas, llanura pedemontana y
barreales asociados. Algo similar ocurre con el sistema de la margen
izquierda, que se extiende a lo largo de 20 km en línea recta. Ambos
sistemas debieron enfrentar una diversidad de problemas relacionados
con factores como la erosión, las necesidades de uso del agua de cada
119
tramo, los cambios de litología y las condiciones geomorfológicas particulares de cada sector, para lo cual se requirieron soluciones específicas
que van desde la construcción de terraplenes y el manejo de velocidades a través de cambios del diseño transversal hasta el cortado de roca
sólida para atravesar zonas sin otra alternativa de trazado.
Otros sistemas de canales de mediana y gran envergadura que corresponderían a este período fueron construidos en el arroyo Tocota, el Río
Calingasta y el Río Castaño. Debido al fuerte impacto paisajístico de
estas obras y al avanzado conocimiento de ingeniería hidráulica necesario para su construcción y manejo, estos sistemas, junto con el de Zonda, han sido atribuidos al Estado inca (Gambier et al. 1992); sin embargo, los únicos casos estudiados (Zonda y Río Blanco) indican claramente
una construcción previa a la dominación incaica.
El volumen de agua encauzado por estas obras no sólo permitía satisfacer el consumo directo sino también el riego de grandes extensiones,
que en el caso de los sistemas “Angualasto” y “Buena Esperanza-La
Otra Banda” serían mucho mayores a las cultivadas en la actualidad
(Damiani 2002), lo que permite considerar una alta producción agrícola en
tiempos indígenas tardíos y una demografía acorde con esos requerimientos.
Las nuevas costumbres funerarias
En Angualasto Gambier (2003) diferenció tres tipos de tumbas: a) simples, excavadas a un costado de la vivienda, para niños o adultos con los
cuerpos extendidos; b) de “pozo y cámara”, de hasta 1,70 m de profundidad, para niños o adultos con cuerpos colocados de costado con las
piernas flexionadas y ajuar fúnebre; c) inhumaciones de niños o nonatos en urnas tapadas con pucos, colocadas en pozos cercanos a las paredes de las viviendas, con evidencias de reapertura y reutilización en
caso de nuevas muertes.
Los ajuares recuperados contienen diversos tipos de piezas: en general,
una o dos vasijas de estilo Angualasto, cestos, recipientes de calabaza (a
veces pirograbada), artículos para el hilado, vestimentas y adornos
120
(aros de malaquita y cobre y collares), y
en algunos casos brazaletes, manoplas y
hachas de bronce (Figura 54), escudos,
tabletas para alucinógenos y cerámica de
origen chileno (Gambier 2003).
Figura 54: Hacha de bronce
procedente del norte de San Juan.
Hallazgos casuales realizados en el valle de Jáchal coinciden con lo observado en Angualasto y permiten sugerir una cierta uniformidad de las
conductas funerarias en la región capayana de San Juan.
Con respecto al Valle de Calingasta, Gambier (2000), basado en los hallazgos de Alto Verde, sostuvo que los entierros se hacían en tumbas de
pozo y cámara, con un ajuar fúnebre compuesto por vasijas de cerámica, calabazas pirograbadas, cestos, etc. Nardi, por su parte, menciona la
existencia de cementerios de adultos en Hilario (Calingasta) y Angaco
(en el centro de San Juan). Esta información parece contraponerse con
la correspondiente al Valle de Iglesia, pero en realidad los datos son
muy escasos y sería conveniente contar con nuevos estudios sistemáticos antes de poder definir las prácticas mortuorias del suroeste y centro
sanjuaninos.
En definitiva, pueden extraerse algunos datos relevantes sobre las inhumaciones de este período. En primer lugar se destaca la continuidad de
la relación entre los sectores domésticos y las inhumaciones, lo que en
cierta medida implica el mantenimiento directo de los vínculos de la
persona desaparecida con su entorno familiar, al grado de seguir compartiendo el espacio habitacional, pero de una manera distinta a los
121
tiempos anteriores, cuando los restos humanos eran incorporados frecuentemente al sustrato junto con los desechos domésticos (como se
observa fundamentalmente en el registro arqueológico de Cerro Calvario). Por otra parte resulta sumamente notorio el abandono de las inhumaciones en montículos, el afianzamiento de las ofrendas de ajuares y
la mayor complejidad de éstos, el aparente abandono del culto a los
cráneos, la innovación representada por la inhumación de niños en urnas y el papel significativo de las vasijas cerámicas como ofrendas y
como recipientes para depositar los cuerpos. Evidentemente estos
cambios están marcando un vuelco importante en el sistema de creencias, que seguramente se produjo a nivel de todo el NOA a partir de
1100-1200 d.C.
Economía y sociedad
Imponentes sistemas hidráulicos, extensos terrenos cultivables, gran
cantidad de corrales y numerosas representaciones rupestres vinculadas con caravanas de llamas son elementos que indican un importante
desarrollo de la agricultura y la ganadería de la llama como pilares de la
economía de las sociedades indígenas tardías. Adicionalmente, se siguieron realizando actividades extractivas, como la cacería de guanacos, ñandúes y animales menores, y la recolección de algarroba y huevos de ñandú.
Sin embargo, no es fácil determinar el alcance de cada una de estas
actividades, los volúmenes de producción, la posible generación de excedentes y su utilización. Gambier (2000) estructuró el sistema económico de las poblaciones tardías del norte de San Juan en torno a tres
componentes: la generación de excedentes agrícolas, la cría intensiva
de llamas destinadas a ser utilizadas como medio de transporte, y el
consecuente comercio de la producción agrícola a través de caravanas
de llamas, a cambio de bienes suntuarios (vasijas extrarregionales, tabletas de rapé, objetos de malaquita, etc.). Según este autor sólo así
pueden comprenderse la alta producción agrícola y ganadera, ya que la
población no habría sido abundante. Con respecto a ésta, Gambier
(2000) sostenía que “no se advierte estratificación social ni control esta122
tal de ningún tipo, sino una organización bastante igualitaria donde la
mayor diferenciación está dada por la dedicación plena a una de las dos
actividades económicas: la producción agrícola y el transporte por medio de animales domésticos”. Por otro lado, aclaraba que los brazaletes,
manoplas, hachas de bronce, escudos, tabletas para alucinógenos, cerámica foránea, etc. no mostraban una “jerarquización de tipo social en
las tumbas, sino simplemente de tipo económico”.
Contrariamente, Damiani (2002) opina que si no hubiera habido jerarquías sociales los trabajos de ejecución de los canales tendrían que haber sido cooperativos. Pero entonces
“el problema mayor se presenta en cómo explicar el manejo
de estos volúmenes de agua, que no puede ser cooperativo,
sino que debe existir una dirección más o menos centralizada para poder efectuar los repartos de agua en tiempo y
forma precisa a los fines de evitar colapso en el sistema hídrico, tanto en tiempo de abundancia hídrica como en tiempos de sequía”.
¿Economía de subsistencia o de exportación? ¿Alto consumo de productos derivados de la llama o uso intensivo de llamas para un comercio de gran escala? ¿Sociedad igualitaria o diferenciación social? Estos
son algunos de los interrogantes que dejan las ideas antes expuestas. Y
en realidad esos interrogantes no se pueden responder de manera definitiva a partir de la insuficiente información disponible. Por ejemplo,
no se ha publicado ningún trabajo detallado sobre algún sitio tardío
excavado en los valles más poblados, como Jáchal, Calingasta, Iglesia,
Bermejo o Tulum. En realidad, al tiempo que se habla de superproducción exportable se desconocen datos tan básicos como la gama de productos específicamente cultivados.
Con respecto a los niveles de población, la demografía del norte de San
Juan en tiempos preincaicos tardíos parece haber sido subestimada.
Uno de los factores que pueden haber contribuido a esta evaluación es
la distribución de la población, la cual no se encontraba concentrada
sino repartida en numerosas aldeas que aún no han sido estudiadas.
123
Otro factor puede ser la estructura de las aldeas, de tipo dispersas, que
a primera vista se asocia con niveles bajos de habitantes. Un elemento
adicional puede ser la visibilidad arqueológica actual, vinculada con el
bajo grado de conservación de muchas estructuras de barro. Por ejemplo,
en Angualasto o en Pachimoco se distinguen actualmente los restos de muy
escasas viviendas, que de ninguna manera reflejan la situación original.
El registro arqueológico del norte de San Juan sugiere que la población
debió ser mayor que la estimada por Gambier. En torno a los cauces
principales de la región se suceden decenas de aldeas similares a las de
Angualasto; por ejemplo, entre las localidades de Pampa del Barro y
Chinguillos (ca. 50 km) se escalonan sobre las márgenes del río Blanco
por lo menos diez aldeas. Además hay que considerar el uso de aguadas
que actualmente están secas y de amplios espacios totalmente transformados en tiempos modernos. Los hallazgos fortuitos y las observaciones de sitios relacionados con materiales arqueológicos tardíos son
sorprendentemente numerosos y sugieren la presencia de poblaciones
importantes en el área, con una demografía relativamente alta que resulta imposible estimar en las condiciones actuales. Una situación similar puede haberse dado también en sectores del centro y sur de la provincia, como los valles de Calingasta, Tulum y Zonda. De todas maneras,
las evidencias registradas hasta el momento sugieren que la población
de los sitios septentrionales, vinculados con cerámica de estilo Angualasto e identificados documentalmente como capayanes (Canals Frau
1944), era mucho más numerosa que la del sur, etnohistóricamente identificada con los huarpes de habla allentiac (Canals Frau 1946).
No hay evidencias de que estas poblaciones estuvieran socialmente
estratificadas, pero sí de diferenciación social y laboral. En principio,
además de los sectores sociales dedicados a la cría de llamas y a la agricultura, las evidencias indican que debieron existir ceramistas, metalurgos, tejedores, ingenieros, talladores en hueso y madera, y otros especialistas. Por ejemplo, la gran extensión y complejidad de estos sistemas
implica la existencia de un diseño global previo, de una evaluación de la
geomorfología y geología locales, de un conocimiento de la interacción
124
agua/sedimentos, y de un control de ejecución que requieren conocimientos específicos. En el caso de los metalurgos, además de algunas
piezas metálicas se han hallado fragmentos de moldes (Sacchero 1974)
que confirman una elaboración de artesanías de este tipo a nivel local.
Los tejedores también pudieron desempeñar un papel relevante en las
sociedades tardías sanjuaninas. De hecho, la tumba de una tejedora
hallada en Jáchal incluía una manopla de bronce, lo que en cierto modo
marca el status de esta artesana. Evidentemente, la especialización laboral y el acceso diferencial a algunos bienes implican una diferenciación social que también se refleja en los ajuares funerarios. En este sentido, la posesión de discos de bronce finamente decorados, de piezas
de mosaico con incrustaciones de rocas semipreciosas y vasijas importadas, y la participación en el mundo simbólico y ritual del consumo de
alucinógenos vinculado con el “Complejo del rapé” implican no sólo una
jerarquía económica sino también social y política.
Por otra parte, como ya se ha visto, se han registrado obras que involucran a muchas comunidades y que requieren un cierto grado de autoridad política para su acuerdo, desarrollo y manejo, fundamentalmente
los sistemas hidráulicos de gran magnitud. De la misma manera, la incorporación a redes caravaneras de larga distancia (aunque sea de manera algo marginal, como pudo haber ocurrido con los grupos cuyanos),
la elaboración de decisiones sobre situaciones que podían afectar a
varias comunidades (por ejemplo, vinculadas con problemas climáticos,
con conflictos bélicos, con el desarrollo y mantenimiento de relaciones
interétnicas, etc.) y otras situaciones análogas debieron conllevar la
necesidad de algún tipo de organización de las comunidades a nivel
regional, y la progresiva preeminencia política de alguna de ellas, lo que
arqueológicamente debería reflejarse en una mayor concentración de
bienes de prestigio. Ejemplo de estas aldeas líderes podría ser el de
Angualasto para la zona del tramo inferior del Río Blanco y Pachimoco
para la del tramo central del Río Jáchal.
Con respecto a la relación entre agricultura, ganadería y comercio, la
producción agrícola debió satisfacer fundamentalmente las necesidades
locales. De hecho, no sólo no existen indicios de almacenamiento de
125
grandes volúmenes y de exportación de productos agrícolas sino que
además no se conocen la extensión real de superficie cultivada ni las
cantidades producidas, por lo que resulta prematuro considerar una
eventual generación de excedentes. Además, gran parte de la superficie
considerada como cultivable debió estar destinada al pastoreo de llamas. Pero entonces, si consideramos una población mayor y una agricultura acorde a esa población, ¿para qué se criaban tantas llamas? La
respuesta podría ser múltiple. Por un lado, es probable que una buena
parte de esa ganadería estuviera destinada al consumo de carne y leche. Por otra parte, es probable que la lana de llama jugara un papel
importante en el esquema interregional de intercambios, en forma de
hilados o de prendas textiles terminadas. Finalmente, el mantenimiento
de un número estable de animales de carga pudo ser otro de los aspectos involucrados en la cría de estos camélidos.
En suma, elementos como la probable presencia de una estructura flexible de nivel regional, de diferencias sociales, de personajes investidos
de cierta autoridad política y probablemente religiosa a nivel aldeano e
interaldeano, y de signos de especialización del trabajo, y la participación en redes de intercambio de bienes de prestigio sugieren que al
menos las sociedades indígenas del norte sanjuanino pudieron encontrarse en un nivel de organización afín al de una jefatura simple, con
muy estrechas relaciones sociopolíticas, culturales y económicas con los
grupos indígenas del NOA.
Las diferencias y eventuales jerarquías sociales y políticas debieron
afianzarse y potenciarse durante la dominación estatal incaica regional
en el marco de la ideología política del Tawantinsuyo y de las estrategias específicas desarrolladas por los incas para la anexión de los territorios y sociedades del actual San Juan.
126
8 - LA DOMINACIÓN INCAICA
(Mediados-fines siglo XV d.C. – 1533)
En algún momento del siglo XV extensos territorios y diversas comunidades indígenas del actual San Juan fueron incorporados al Estado incaico. Generalmente se ha considerado que esa anexión ocurrió entre
1480 y 1490, durante el final del reinado de Topa Inca Yupanqui o el
inicio del de Huayna Cápac. Sin embargo hay que tener en cuenta que
en los últimos tiempos se ha puesto en duda aquella cronología elaborada por Rowe (1948) y se ha propuesto una entrada anterior de los
incas a los territorios del sur del Collasuyo (Stehberg 1995). Hasta hace
un tiempo se pensaba que la expansión había significado la aplicación
automática de una misma serie de mecanismos de anexión y organización de los nuevos espacios, y que todo el Estado tenía una imagen única basada en la repetición de la del Cuzco en los territorios añadidos.
Actualmente se reconoce que el Tawantinsuyo fue una organización
muy compleja cuya formación requirió la aplicación de una diversidad
de mecanismos y estrategias acordes a las características de los espacios y grupos humanos a anexar. Reconocer de qué forma específica
fueron incorporados los territorios sanjuaninos, cómo fueron organizadas las etnias locales y qué cambios debieron aceptar es precisamente
uno de los objetivos de algunas investigaciones actuales en la región.
Características y distribución del registro incaico
Las evidencias arqueológicas del dominio incaico de la región cuyana
son numerosas y presentan características muy distintivas con respecto
al resto del registro arqueológico local. En la provincia de San Juan, los
restos incaicos se han hallado fundamentalmente en las regiones cordillerana, precordillerana y de los valles longitudinales preandinos, pero
127
existen documentos que indican también la presencia incaica en el Valle
de Tulum. Un tipo de evidencias son los sitios que presentan varias
estructuras compuestas, con recintos interiores (como los llamados
“rectángulos perimetrales compuestos” o RPC), plazas intramuros,
kallankas y unidades menores asociadas o aisladas. Estos sitios han sido
denominados tradicionalmente “tambos” o “tamberías” y en San Juan
se destacan el de Tocota, ubicado en el valle de Iglesia, el de Paso del
Lámar (Figura 55), en el sector de la Sierras Pampeanas del límite NE
provincial, el de Alcaparrosa (Figura 56), el Tambo Santa Rosa, el sitio
Pircas Negras, el Tambo Valeriano y varios sitios localizados en la Sierras
de la Dehesa y la Invernada, y en las cercanías de las localidades de Pedernal y El Acequión.
Figura 55: Vista de una de las construcciones principales
del sitio Paso del Lámar (Depto. Jáchal).
Los tambos no tenían una funcionalidad exclusiva. Por el contrario,
mientras algunos parecen tener una clara vinculación con el abastecimiento y la circulación a través de la vialidad imperial anexa, otros han
sido asociados con la explotación de recursos específicos, como las vicuñas del norte de San Juan, o con funciones defensivas, como el tambo
de Paso del Lámar. Estos sitios muestran además diferencias constructi128
vas importantes, que involucran tanto a los materiales utilizados como
al grado de terminación. En Alcaparrosa, por ejemplo, se observan diversos sectores con construcciones de diversa complejidad arquitectónica, de muros con y sin argamasa, y construcciones con muros de adobe con y sin cimientos de roca.
Figura 56: Vista panorámica del sitio incaico Alcaparrosa (Depto. Iglesia).
También existen sitios que presentan estructuras aisladas o conjuntos
de estructuras aisladas. Son lugares con construcciones simples, de
plantas de formas diversas que pueden ser vinculadas con distintas actividades. Se destacan las estructuras del “Cerrillo Fuerte del Inca” de la
zona de Pedernal-Acequión, dos construcciones rectangulares y un
promontorio probablemente aterrazado situados en distintas lomas
contiguas de una serranía baja ubicada en la provincia de San Juan (Figura 57). Este sitio se vincula con el control de los asentamientos cercanos del valle del río del Agua (García 2007b).
Muy conocidos son los sitios de altura. Están ubicados por encima de
los 4.500 m s.n.m. y se relacionan con actividades ceremoniales. Se han
hallado cuatro de estos sitios en San Juan (Cerros Mercedario, Tambillos, Tórtolas y El Toro). El registro arqueológico de estos lugares (Beor129
chia Nigris 1984, Schobinger 1966) puede incluir estructuras de roca,
cerámica, plumas, leña, etc., como en Tambillos; en otros casos se
agregan estatuillas antropomorfas de oro, plata o valva Spondylus (como en el Mercedario y el Tórtolas), mientras que en el cerro El Toro se
halló además el cuerpo de un joven sacrificado ritualmente (Figura 58),
junto con diversas prendas textiles y otros objetos (e.g. estatuillas zoomorfas, prendas textiles, etc.).
Figura 57: Vista de una de las estructuras situadas en las lomadas
del sistema de sitios incaicos del área de Pedernal.
También existen tramos del sistema vial incaico. El “Camino del Inca”
se observa fundamentalmente en algunos sectores del oeste de San
Juan. En general está constituido por una huella o senda de aproximadamente 2 m de ancho, que sólo presenta un despedramiento o despeje de la superficie. En el valle de Iglesia hemos relevado 26 km del camino principal o Qhapaq Ñan que unía el tambo de Tocota con un sitio
incaico ubicado en las cercanías de la localidad de Villa Nueva (Figura
59). Este camino vuelve a ser visible en el sur de Calingasta y continúa
hasta alcanzar el tambo de Ranchillos, para seguir luego el recorrido del
Río Mendoza rumbo a Chile. En el sector precordillerano, la vialidad
incaica está constituida por sendas angostas, la mayoría de ellas proba130
blemente preexistentes al período incaico. Estas sendas han sido observadas en La Invernada y en el conjunto de sitios vinculados con el “Cerrillo Fuerte del Inca”.
Figura 58: Vista de la “Momia del Cerro El Toro”, instantes después de su extracción.
Figura 59: Vista parcial del tramo del “Camino del Inca” que unía los sitios de Villa
Nueva y Tocota.
Uno de los elementos más frecuentemente asociados a los sitios incaicos de la región es la cerámica asignable al período incaico. A veces se
trata de cerámica decorada con motivos “cuzqueños”, o simplemente
de fragmentos pintados de rojo, naranja, blanco, negro, amarillo o marrón (Figuras 60 y 61). Varias piezas completas fueron halladas en una
tumba en Barrealito por Debenedetti, y numerosos fragmentos aparecen en todos los sitios incaicos de la provincia. En algunas ocasiones la
alfarería hallada en los sitios incaicos corresponde a estilos regionales
de etnias sujetas al control estatal, como los diaguitas chilenos o los
capayanes. También es factible hallar un estilo local de cerámica (“inca
local”) correspondiente al período considerado, que puede ser el que
131
tenían los grupos antes de la anexión al Estado o un estilo nuevo promovido por éste (Figura 62). El caso más conocido y claro en la región
es el de la cerámica “Viluco” correspondiente a los grupos huarpes,
estilo cuyo origen correspondería al domino incaico (García 1996,
1999). Algunos ejemplares de este estilo se han encontrado en Calingasta (e.g., un vaso o kero y una jarrita hallados por Aguiar y Debenedetti, respectivamente).
Figura 60: Fragmentos de cerámica inca, diaguita chilena y Angualasto en el sitio Pachimoco.
Figura 61: Fragmento de aríbalo
incaico sobre el Camino del Inca,
en las inmediaciones de Tocota.
Existen además otros objetos asignables al período incaico. Muchas
veces se trata de hallazgos aislados o sin contextualización precisa. Por
ejemplo, Debenedetti menciona un hacha hallada en Pachimoco, varios
tumis procedentes de Angualasto y una pinza depilatoria y algunas puntas de hueso de la “Tambería de Barreal” (que en realidad podrían ser
navetas utilizadas en la elaboración de textiles) entran en esta categoría. En otros casos, se trata de prendas textiles con la decoración típica
del período incaico (Figura 63).
132
Figura 62: Vasija de estilo Angualasto-Inca.
Figura 63: Vista parcial de un tejido de época incaica.
Finalmente, es factible encontrar representaciones rupestres de estilo
incaico. Schobinger identificó como incaicas las figuras representadas
en un petroglifo hallado en el Valle de Iglesia y depositado actualmente
en el Museo Prieto de la localidad de Jáchal. Asimismo, figuras de camélidos esquemáticos similares a los de algunas estatuillas de metal incaicas y a las de algunos paneles con arte rupestre incaico registrados en
Chile, aparecen en una representación del Alero de los Petroglifos (Reserva San Guillermo), sitio que presenta cerámica inca en superficie
(García et al. 2007 -(Figura 64).
Como puede observarse, las evidencias de la dominación incaica regional son muy diversas; por otro lado, muy pocos sitios con estructuras
compuestas han sido o están siendo estudiados sistemáticamente, por
lo que el registro incaico local presenta un gran potencial para poder
explicar en el futuro diversos aspectos referidos a la integración de las
comunidades locales al Tawantinsuyo. No obstante, a partir de la información disponible ya se ha avanzado en algunos aspectos, como las causas de aquella incorporación y los mecanismos desarrollados para tal fin.
133
Figura 64: Representaciones rupestres de camélidos esquemáticos
probablemente correspondientes al período de dominación incaica
(sitio Alero de los Petroglifos, Reserva de San Guillermo, Depto. Iglesia).
Las causas de la anexión de San Juan al Tawantinsuyo
Uno de los mayores interrogantes vinculados con la presencia incaica
en San Juan es precisamente el de las causas que motivaron su anexión
al Estado. Varios investigadores han brindado explicaciones que podrían
responder aquel interrogante. Para González (1980), la expansión hacia
el NOA estaba impulsada por la búsqueda de metales preciosos, pero
en San Juan no se han hallado evidencias que avalen esta idea. Para
Bárcena (1992), la incorporación de Cuyo se produjo por el interés de
encontrar un paso hacia el centro de Chile, a fin de asegurar la sujeción
de las poblaciones de la zona. Sin embargo, como se verá infra, la evidencia indicaría que tanto la anexión de Cuyo como la de Chile central
fueron realizadas a través de acuerdos con los diaguitas chilenos y que
en principio no debieron existir inconvenientes para garantizar la dominación desde el propio lado chileno. Por su parte, Gambier et al. (1986,
1992) propusieron que la presencia incaica se debió a un posible interés
minero, pero fundamentalmente a la explotación de la fina lana de las
manadas de vicuña del área de San Guillermo y al aprovechamiento de
tierras productivas desde el punto de vista agrícola, para lo cual habrían
realizado importantes obras hidráulicas y el traslado de grupos humanos.
134
Figura 65: Sector de la Reserva San Guillermo con extensos pastizales
propicios para el desarrollo de camélidos.
Si bien estas propuestas son razonables, en ningún caso se han aportado evidencias precisas que las avalen (por ejemplo, pruebas de la explotación de lana de vicuña en alguno de los numerosos sitios incaicos de
San Guillermo (Figura 65) o de la construcción de grandes obras de riego durante la época incaica). Por el contrario, los estudios que se vienen desarrollando en el Valle de Zonda muestran que su red de riego
sería muy anterior a la época incaica.
En realidad el problema de estas explicaciones “materialistas” es que
coinciden con las actividades productivas que se habrían realizado en la
región aunque ésta hubiera sido anexada por otros motivos. Alternativamente, es probable que las verdaderas causas se hayan
“relacionado con mecanismos político-administrativos, como la herencia partida (Conrad y Demarest 1988) o con situaciones coyunturales, como la facilidad de incorporación
de las poblaciones de la región al Tawantinsuyo mostrada
por exploraciones o contactos realizados desde sectores ya
anexados” (García 2009)
135
o como parte de los acuerdos realizados con poblaciones ya incorporadas (como los diaguitas chilenos), etc.
Estos obstáculos no deberían restringir la búsqueda arqueológica de las
causas de la anexión del área al imperio, sino probablemente dirigirla a
la localización de evidencias específicas de las actividades desarrolladas
en los distintos sitios, aun cuando esa búsqueda se haya inspirado en
hipótesis derivadas a partir de documentación sobre el tema, de la distribución de los sitios incaicos en relación a los recursos naturales disponibles o de cualquier otra fuente.
Mecanismos de dominación estatal
En general, los incas desarrollaron diversos mecanismos para controlar
las poblaciones incorporadas al Estado. Fundamentalmente se tomaban
medidas destinadas a contabilizar y organizar los recursos humanos y
naturales a fin de garantizar la producción de bienes y servicios diversos. Entre estas medidas se encontraban los censos, la división y reparto de la tierra (a fin de que una parte de la producción correspondiera
al gobernante, otra al mantenimiento de la religión y otra a la subsistencia de los grupos locales), los reagrupamientos de poblaciones, el
traslado de individuos y grupos, la organización del trabajo por tandas, etc.
El grupo de sitios que incluye al “Cerro Fuerte del Inca” es un claro
ejemplo de reorganización espacial de la población. Propuesto inicialmente como enclave tendiente a fiscalizar a las poblaciones del sector
de piedemonte y llanura del sur de San Juan hasta la zona lagunera
(Bárcena 1992), su posterior hallazgo reveló que el sitio difícilmente
puede haber sido operativo para el control de aquel área (de la que ni
siquiera se tiene dominio visual desde el sitio, ya que se encuentra a
más de 35 km de distancia y una cadena montañosa impide su observación directa), sino que más bien habría funcionado como un lugar destinado al control de las poblaciones establecidas entre el Río del Acequión y el Río del Agua, y al monitoreo del tránsito zonal (García 2005).
En este espacio se observa una clara concentración de la población local
en un sector habitacional ubicado hacia el oeste, evidenciada por restos
136
de canales, entierros, hornillos, cerámica predominantemente local,
etc. Hacia el este, y mediado por un espacio probablemente dedicado a
labores agrícolas, se encontraba otro sector, habitado probablemente
por las autoridades locales y sus familias, a juzgar por la presencia mayoritaria de cerámica incaica. Hacia el norte, un par de estructuras simples sobre dos lomas cercanas aseguraban el control del área y la posibilidad de rápida comunicación, y recordaban permanentemente la
posición jerárquica del Estado (García 2007b).
Otro de los mecanismos más utilizados para el control de nuevos territorios fue la relocalización de individuos o grupos, denominados mitmaq o mitmakunas (Rowe 1982). En muchos sitios arqueológicos de
San Juan aparecen fragmentos de cerámica diaguita chilena del período
incaico, al igual que ocurre en Mendoza (García 1999). Entre los más
importantes se encuentran Cienaguita, Retamito, Guanacache, Angualasto, Pachimoco, Tocota, Alcaparrosa, Vega de los Salineros 2 y Tambería Río San Guillermo (Berberián et al. 1981, Cahiza 2001, García et al.
2007, Bárcena et al. 2008). Todos los conocedores de la problemática
incaica de la región coinciden en que este registro evidencia la presencia de individuos o grupos diaguitas chilenos como mitmaq, o sea como
personas relocalizadas en el marco del control estatal incaico (Canals
Frau 1946, Schobinger 1971, Berberián et al. 1981:206; Bárcena
1988:416; Sacchero y García 1991:61; Stehberg 1995:206-207). Asimismo, Gambier (2000:65) sugirió el traslado de grupos capayanes hacia el
sur de San Juan, específicamente el Valle de Calingasta, y Gambier et al.
(1992:18) aceptaron la idea de la presencia de “pueblos trasladados” en
instalaciones incaicas ubicadas en los valles agrícolas.
En relación a los diaguitas chilenos, se ha sugerido la aplicación de otro
mecanismo dirigido a la dominación de los territorios cuyanos: la delegación de poder. Ya Stehberg (1995) había planteado la ambición de los
diaguitas chilenos de expandirse hacia las tierras fértiles del centro de
Chile y su participación como mitmaq de los incas en la conquista de
nuevos territorios que incluían el Valle de Tocota. Ampliando esta vía
de análisis, recientemente (García 2009, 2010) se propuso que la con-
137
tribución de los diaguitas chilenos a la causa incaica no se restringió en
San Juan a la localidad de Tocota sino que también habrían actuado
como diplomáticos para lograr la anexión de diversas poblaciones de
los valles occidentales y centrales sanjuaninos, por lo cual serían recompensados delegándoles el control del centro y norte de Mendoza,
donde habitaban grupos de menor complejidad sociopolítica. De ser
correcto lo anterior, la anexión del Norte Chico chileno y la incorporación de funcionarios diaguitas chilenos al aparato administrativo estatal
habrían sido anteriores al proceso de dominación de San Juan y Mendoza.
Por otra parte, dentro de ese esquema los diaguitas chilenos habrían
tenido a su cargo la exploración de nuevos territorios, fundamentalmente hacia el sur de Mendoza pero también hacia el este de esta provincia y de San Juan. Por lo tanto en esos sectores y en áreas aún más
alejadas, por ejemplo en las provincias de La Pampa, Córdoba y San
Luis, no resultarían extraños eventuales hallazgos de cerámica diaguita
chilena o de piezas cuzqueñas u objetos suntuarios involucradas en
ceremonias (Viana 2001), negociaciones o encuentros propios del proceso de evaluación de la futura anexión de esos espacios al Tawantinsuyo, o la presencia de topónimos quechuas (e.g. Usno en Valle Fértil, o
Intihuasi en San Luis).
Además, hay que tener en cuenta que los incas introdujeron cambios
importantes a nivel social y político que no son rastreables arqueológicamente pero que debieron significar una transformación notable de los
patrones organizativos tradicionales. Por ejemplo, ya se ha señalado que
“el hecho de que según la información etnohistórica el cacique huarpe fuera considerado dueño de las tierras en las
que habitaba su grupo, es difícil de entender en el marco de
poblaciones con demografía y densidad relativamente bajas,
socialmente no estratificadas, en las cuales es improbable
que se haya desarrollado una ideología que justificara la
pertenencia de la tierra y los recursos a los jefes políticos.
Por el contrario, es mucho más factible que este aspecto
fuera precisamente una perduración de la ideología político138
religiosa impuesta por el estado inca. De la misma manera,
la gran cantidad de jefes o caciques mencionados en la documentación regional es mejor comprendida si se piensa
que en realidad estos jefes (como resultado del sistema político impuesto por los incas) tenían distinta jerarquía y responsabilidades, diferenciación que generalmente pasó inadvertida para los cronistas españoles, aunque en algunas
ocasiones quedó muy bien reflejada en la documentación.
Así, resulta clara la supremacía de un “cacique principal” o
“Señor del Valle”, sobre los demás caciques de cada valle”
(García 2009).
139
140
9 - CONSIDERACIONES FINALES
En esta revisión de la arqueología sanjuanina algunos aspectos han sido
apenas mencionados o analizados debido a la forzosa selección temática realizada. Entre ellos se cuentan las características y evolución de la
textilería, la diversidad, distribución y significado de las abundantes
representaciones rupestres, la relación entre las investigaciones arqueológicas y el conocimiento etnohistórico de las sociedades tardías
(huarpes y capayanes), las amplias posibilidades de desarrollo de la arqueología histórica (e.g. Podestá et al. 2009), y los sinuosos caminos
locales de la protección del patrimonio arqueológico provincial (e.g.
García 2007c).
Por el contrario, y sin subestimar la importancia de estos tópicos, se ha
puesto énfasis en el desarrollo de otros que fueron considerados esenciales para delinear el proceso de ocupación prehispánica del territorio
provincial, algunos de cuyos aspectos principales quisiera remarcar aquí.
En principio, en la evolución del poblamiento humano del territorio
sanjuanino parecen predominar los indicios de continuidad frente a los
reiterados cortes, hiatos y recambios poblacionales propuestos por la
interpretación tradicional. Sin embargo, como se ha visto en el caso de
las sociedades cazadoras-recolectoras, esto no supuso la ocupación
continua (sino más bien temporaria y reiterada en diversas ocasiones a
través del tiempo) de los mismos sitios durante cientos o miles de años.
Este panorama recién cambiaría con el advenimiento de un modo de
vida aldeano.
Otro concepto fundamental para entender el desarrollo cultural regional es el de las relaciones interétnicas. Si bien resulta muy difícil identificar los mecanismos específicos involucrados por este tipo de nexos,
está claro que las sociedades indígenas de San Juan jamás estuvieron
141
aisladas, y desde tiempos remotos participaron de extensas redes sociales y de intercambio que trascendían ampliamente los límites provinciales. Con el tiempo y la reducción de la movilidad residencial deben haber sobrevenido cambios importantes en esos vínculos, sobre todo el
debilitamiento de algunos y el fortalecimiento de otros. Como resultado, desde los primeros siglos d.C., se observa una importante relación
con el Norte Chico chileno, sobre todo aparentemente por parte de las
comunidades del Valle de Calingasta. Las del norte de San Juan, por su
parte, parecen haber estado mucho más ligadas con las poblaciones del
sector meridional del NOA, hasta tal punto que si bien en vista del registro arqueológico conocido se ha hecho hincapié aquí en las redes de
intercambio, es probable que en realidad las comunidades sanjuaninas
constituyeran la expresión más meridional de los desarrollos culturales
que también se observaban en La Rioja y Catamarca. Esto significa una
posible identidad social, tecnológica e ideológica con aquellas poblaciones, de manera que (al menos en los tiempos más tardíos) los cambios
observados en las comunidades sanjuaninas septentrionales probablemente no fueron “adquiridos” por contacto con sus vecinos del NOA
sino “desarrollados” internamente (aunque con matices regionales) por
formar parte de un mismo “mundo”, integración fortalecida con la llegada de productos suntuarios finamente elaborados y, probablemente,
de materias primas exóticas (como la malaquita) para la realización de
parafernalia local. La manifestación más clara de esta integración al
NOA está constituida por la presencia de la etnia capayana en el centronorte sanjuanino en tiempos inmediatamente preincaicos, pero es probable que la ya mencionada presencia de cerámica de estilos Ciénaga y
Condorhuasi sea un reflejo de los inicios de este proceso hacia principios de la Era Cristiana.
Otro de los aspectos aquí considerados se refiere a la estructura y mecanismos de poblamiento del territorio sanjuanino. Como se ha analizado, la idea tradicional de un poblamiento basado en la reiterada llegada de grupos inmigrantes desde el oeste y el norte (y, excepcionalmente, desde el sur), y en una ocupación de los espacios centrales y
orientales por un efecto de “rebalsamiento o desborde demográfico”
142
de los valles preandinos o por migraciones a partir de éstos, no es respaldada por la evidencia arqueológica. Como propuesta alternativa, el
poblamiento de los espacios regionales ha sido aquí (en algunos casos,
implícitamente) considerado como un crecimiento progresivo a partir
de los sistemas de asentamiento de los grupos cazadores-recolectores.
Lamentablemente, el muy dispar desarrollo de la investigación en las
distintas regiones no ha permitido ver cómo evolucionó el proceso en
toda la provincia, pero seguramente el avance de las investigaciones
mostrará que el proceso de poblamiento de los diversos sectores del
territorio sanjuanino fue generalizado y estructuralmente similar al mejor conocido de los valles de Calingasta e Iglesia.
Como punto final de esta breve revisión, resultan muy interesantes las
amplias posibilidades de investigación sobre la dominación incaica local. Por un lado, se dispone de un relevamiento bastante avanzado de
las evidencias incaicas, aunque generalmente no se cuenta con descripciones detalladas de los sitios conocidos. Por otra parte, en los últimos
años se han realizado esfuerzos considerables para dejar atrás la tradicional visión esencialmente inductiva, dirigida simplemente a localizar
sitios incaicos y establecer probables vías de comunicación entre ellos.
En cambio, recientemente se ha avanzado en el análisis de aspectos
específicamente vinculados con las estrategias de anexión desarrolladas
a nivel regional por el estado incaico y con los cambios y ajustes que
afectaron a las poblaciones locales, en un intento por comprender mejor las intensas relaciones asimétricas establecidas entre incas, comunidades locales y otros grupos que habrían intervenido en el proceso de
dominación.
La arqueología de San Juan cuenta con una estructura firme desarrollada a lo largo del siglo XX. El desafío del siglo XXI es múltiple. Por un lado, se debe completar ese “esqueleto” avanzando la investigación en
las áreas en las que hasta la actualidad se han desarrollado escasamente los estudios arqueológicos, fundamentalmente el centro y el este de
la provincia. También debe expandirse el alcance temporal de los estudios con la promoción de investigaciones de arqueología de momentos
143
históricos, cuyo potencial a nivel provincial es muy bueno. Adicionalmente, debe ampliarse la mirada hacia el pasado, con la incorporación
de nuevos análisis (como ADN, dieta, paleopatología, tecnología lítica,
etc.) que permitirán precisar y hacer más integral nuestro conocimiento
sobre las sociedades pretéritas.
Para lograr esos objetivos no sólo se requiere apoyar el tímido proceso
de apertura a nuevos investigadores recientemente comenzado en San
Juan, sino también la implementación de cambios significativos a nivel
político y académico, fundamentalmente con la elaboración de una
planificación de mediano y largo plazo vinculada con mecanismos
transparentes y efectivos de conservación, estudio y gestión del patrimonio arqueológico, con el reposicionamiento, revaloración y protección de estos recursos culturales en virtud de su carácter no renovable,
y con el aliento a la desatendida formación de recursos humanos locales. Junto con un mejor acercamiento a las comunidades locales, el
abandono de políticas centralistas de acaparamiento y gestión de recursos arqueológicos y el apoyo al desarrollo de investigaciones y museos
regionales, aquellos elementos seguramente permitirán afianzar la arqueología sanjuanina y consolidar su integración a nivel areal y nacional.
144
10 – ANEXO
Muestra
Gx 1826
Gak 4195
Gak 4194
Gak 6905
CSIC 464
CSIC 463
Gak 6904
Gak 8824
Gak 5806
Gak 6906
Gx 1631
Gak 4704
CSIC 462
Gak 6903
Gak 5557
Gak 4800
Gak 5122
Gak 5558
Gak 4808
Gak 5553
Gak 8832
Gx 1959
Gak 5559
Gak 4523
Gak 5556
Gak 8830
Beta 21267
Gak 5040
Gak 4520
Gak 5118
Gx 2314
Beta 21266
Gak 4522
Beta 21264
Gak 5555
Gx 2311
Gak 5041
Gx 1960
Gak 5119
Beta 21268
Gak 5807
14
Años C AP
8465 ± 240
8255 ± 170
8160 ± 100
7920 ± 120
7470 ± 60
7470 ± 60
6480 ± 130
5460 ± 140
5060 ± 170
4530 ± 110
4410 ± 150
4070 ± 105
4020 ± 50
3710 ± 110
3390 ± 100
2930 ± 100
2870 ± 85
2860 ± 90
2500 ± 85
2380 ± 85
2270 ± 120
2215 ± 100
2220 ± 90
2000 ± 90
1950 ± 80
1900 ± 100
1860 ± 60
1740 ± 80
1710 ± 75
1660 ± 95
1640 ± 90
1630 ± 60
1580 ± 60
1540 ± 60
1500 ± 90
1495 ± 90
1400 ± 100
1400 ± 95
1290 ± 80
1290 ± 60
1260 ± 110
Años cal. AP
8720 - 9952
8693 - 9501
8645 - 9305
8427 - 9002
8153 - 8376
7706 - 7962
7149 - 7572
5899 - 6490
5446 - 6128
4841 - 5329
4523 - 5325
4230 - 4827
4241 - 4537
3687 - 4297
3350 - 3856
2778 - 3265
2757 - 3162
2752 - 3163
2345 -2735
2140 -2704
1895 -2703
1922 - 2349
1947 - 2346
1693 - 2128
1614 - 2004
1536 - 1996
1591 - 1872
1407 - 1743
1372 - 1730
1312 - 1707
1307 - 1633
1337 - 1574
1307 - 1532
1296 - 1517
1221 - 1535
1178 - 1531
1051 - 1418
1052 - 1416
1045 - 1293
1052 - 1288
923 - 1309
Años cal. a.C.- d.C.
6771 - 8003 a.C.
6744 - 7552 a.C.
6696 - 7356 a.C.
6478 - 7508 a.C.
6204 - 6427 a.C.
5757 - 6013 a.C.
5200 - 5623 a.C.
3950 - 4541 a.C.
3497 - 4562 a.C.
2892 - 3380 a.C.
2574 - 3376 a.C.
2281-2878 a.C.
2292 - 2588 a.C.
1738 - 2348 a.C.
1401 - 1907 a.C.
829 - 1316 a.C.
808 - 1213 a.C.
803 - 1214 a.C.
396 - 786 a.C.
191 - 600 a.C.
546 a.C. – 55 d.C.
400 a.C.- 28 d.C.
397 a.C. – 1 d.C.
179 a.C. – 257 d.C.
55 a.C. – 336 d.C.
47 a.C. – 414 d.C.
78 – 359 d.C.
207-543 d.C.
220 – 578 d.C.
243 – 638 d.C.
317 – 643 d.C.
376 – 613 d.C.
418 – 643 d.C.
433-654 d.C.
415-729 d.C.
419-772 d.C.
532-884 d.C.
534-898 d.C.
657-905 d.C.
662-898 d.C.
641-1207 d.C.
Calibración de los fechados radiocarbónicos de San Juan. Se utilizó el programa Calib
5.1 con la curva para dataciones del Hemisferio Sur (Stuiver et al. 1993)..
145
146
11 – BIBLIOGRAFÍA
Ambrosetti, J.
1902
Antigüedades Calchaquíes. Datos arqueológicos de la provincia de
Jujuy. Imprenta y Casa Editora de Coni y Hermanos, Buenos Aires,
Argentina.
Bárcena, J.R.
1988
Investigación de la dominación incaica en Mendoza. El tambo de
Tambillos, la vialidad anexa y los altos cerros cercanos. Espacio,
tiempo y forma I: 397-426.
1992
Datos e interpretación del registro documental sobre la dominación
incaica en Cuyo. Xama, N° 4-5:11-49.
2001
Aportes 2000/2001 al conocimiento de la dominación incaica del
Centro Oeste Argentino. Pres. al XIV Congreso Nacional de Arqueología Argentina, Rosario.
Bárcena, J. R., P. Cahiza, J. García Llorca y S. Martín
2008
Arqueología del sitio inka de La Alcaparrosa, Parque Nacional San
Guillermo. Provincia de San Juan, República Argentina. Incihusa (Conicet), Mendoza.
Berberián, E., H. Calandra y P. Sacchero
1968
Primeras secuencias estratigráficas para San Juan (República Argentina). La Cueva “El Peñoncito” (Dpto. Jáchal). En La Arqueología de
San Juan. Instituto de Arqueología, San Juan.
Berberián, E., J. Martín de Zurita y J. Gambetta
1981
Investigaciones arqueológicas en el yacimiento incaico de Tocota
(Prov. de San Juan, Rep. Argentina). Anales de Arqueología y Etnología XXXII-XXXIII:173-210.
Berberián, E. y H. Calandra
1984
Investigaciones arqueológicas en la Cueva “El Peñoncito”, San Juan,
República Argentina. Revista del Museo de La Plata VII (Nueva Serie):139-169.
147
Beorchia Nigris, A.
1984
El enigma de los santuarios indígenas de alta montaña. CIADAM, San Juan.
Binford, L.
1980
Willow Smoke and Dog's Tails: Hunter-Gatherer Settlement Systems
and Archaeological Site Formation. American Antiquity: 45:4-20.
Borrero, L.
1994-1995
Arqueología de la Patagonia. Palimpsesto. Revista de Arqueología 4:9-69.
Cahiza, P.
2001
Problemas y perspectivas en el estudio de la dominación inca en las
tierras bajas de Mendoza y San Juan. En Actas del XIII Congreso Nacional de Arqueología Argentina 1:297-312.
2007
El componente formativo de Valle Fértil, San Juan. En XV Congreso Nacional de Arqueología Argentina III:509-514. San Salvador de Jujuy.
Callegari, A. y G. Raviña
2000
Construcciones de piedras de colores. El empleo recurrente del negro, rojo y blanco. En Podestá, M.M. y M. de Hoyos (Eds.), Arte en las
rocas. Arte rupestre, menhires y piedras de colores en Argentina, pp.
113-120. SAA e INAPL, Buenos Aires.
Canals Frau, S.
1944
Los indios capayanes. Anales del Instituto de Etnografía Americana
V:129-157.
1946
Etnología de los huarpes. Una síntesis. Anales del Instituto de Etnología Americana 7:9-147.
Cohen, M.
1984
La crisis alimentaria de la prehistoria. La superpoblación y los orígenes de la agricultura. Alianza Universidad, Madrid.
Conrad, G. y A. Demarest
1988
Religión e Imperio. Dinámica del expansionismo azteca e inca. Alianza Editorial Mexicana, México.
Cutler, H. y M. Cárdenas
1985
Chicha, una cerveza sudamericana indígena. En Lechtman, H. y A.M.
Soldi (Comp.), La tecnología en el mundo andino (1), pp. 247-259.
UNAM, México.
148
Damiani, O.
2000
Riego prehispánico de la provincia de San Juan. Ms.
2002
Sistemas de riego prehispánico en el Valle de Iglesia, San Juan, Argentina. Multequina 11:1-38.
Damiani, O., A. García, C. López, N. Rodriguez, A. Eguaburo, A. Rodriguez, P.
Maza, R. Giaconi y D. Heredia
2010
Relevamiento preliminar del Canal Matriz del sistema de riego
prehispánico del Valle de Zonda. Jornadas de Ciencia y Técnica en la
UNSJ, San Juan.
Debenedetti, S.
1917
Investigaciones arqueológicas en los valles preandinos de la Provincia de San Juan. Publicaciones de la Sección Antropología, 15. Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires.
Flegenheimer, N. y C. Bayón
1999
Abastecimiento de rocas en sitios pampeanos tempranos: recolectando colores. En Aschero, C., M. Korstanje y P. Vuoto (Eds.), En los
tres reinos: prácticas de recolección en el Cono Sur de América, pp.
95–107. Magna, Tucumán.
Gambier, M.
1974
Horizonte de Cazadores Tempranos en Los Andes Centrales Argentino-Chilenos. Hunuc Huar II:43-103. IIAM, Universidad Nacional de
San Juan, San Juan.
1977
La Cultura de Ansilta. IIAM, UNSJ. San Juan.
1985
La Cultura de los Morrillos. IIAM, UNSJ. San Juan.
1988
La Fase Cultural Punta del Barro. IIAM. UNSJ. San Juan.
1991
Cerro Valdivia. Los más antiguos cazadores y su paleomedio en el
Valle del Río San Juan. IIAM, UNSJ, San Juan.
1992
Secuencia cultural agropecuaria prehispánica en los valles preandinos de San Juan. Publicaciones 18:1-23.
1994
La Cultura de la Aguada en San Juan II. Ansilta 7:14-19.
1995
La Cultura de la Aguada en San Juan II. Ansilta 8:14-20.
1996-1997 La expansión de la Cultura de La Aguada en San Juan. Shincal
6:173-192.
2000
Prehistoria de San Juan. Ansilta. San Juan.
2002
Las Quinas: un nuevo sitio de la Cultura de La Aguada en San Juan.
Estudios Atacameños 24:83-88.
149
2003
Investigaciones arqueológicas en Angualasto. En Actas del XIII Congreso Nacional de Arqueología Argentina 3:281-287. Córdoba.
Gambier, M. y C. Michieli
1986
Construcciones incaicas y vicuñas en San Guillermo. Un modelo de
explotación económica de una región inhóspita. Publicaciones 15:33-78.
1992
Formas de dominación incaica en la provincia de San Juan. Publicaciones 19:11-19.
1998
Estaciones de grupos chilenos tardíos en la alta cordillera del sudoeste de San Juan, Argentina. Publicaciones 22:3-53.
García. A.
1996
La dominación incaica en el Centro Oeste Argentino y su relación con
el origen y cronología del registro arqueológico "Viluco". Anales de
Arqueología y Etnología 48-49:57-72.
1999
Alcances del dominio incaico en el extremo suroriental del Tawantinsuyu. Chungará 29 (2):195-208.
2003a Los primeros pobladores de los Andes Centrales Argentinos. Una
mirada a los estudios sobre los grupos cazadores-recolectores tempranos de San Juan y Mendoza. Zeta, Mendoza.
2003b On the coexistence of man and extinct Pleistocene megafauna at
Gruta del Indio (Argentina). Radiocarbon 45 (1):33-39.
2003c La ocupación temprana de los Andes Centrales Argentinos (ca.
11.000 - 8.000 años C14 AP). Relaciones de la Sociedad Argentina de
Antropología XXVIII:153-165.
2005a Hallazgo del “Fuerte del Inga” del Acequión. En Actas del VII Encuentro de Historia Argentina y Regional: 150-159. Mendoza.
2005b Human occupation of the Central Andes of Argentina (32°–34°S)
during the mid-Holocene. Quaternary International 132:61-70.
2007a Incidencia de la calibración de fechados para la arqueología de San
Juan y Mendoza. En Pifferetti, A. y R. Bolmaro (Eds.), Metodologías
científicas aplicadas al estudio de los bienes culturales: datación, caracterización, prospección, conservación, pp. 29-37. Humanidades y
Artes Ediciones, Rosario.
2007b El control incaico del área del Acequión (sur de San Juan). En XVI
Congreso Nacional de Arqueología Argentina, II:487-491. Jujuy.
2007c Aportes para una evaluación de la protección del patrimonio arqueológico de San Juan. En Olmedo, E. y F. Ribero (Comp.), Debates actuales en arqueología y etnohistoria: publicación de las V y VI Jorna150
2008
2009
2010
das de Investigadores en Arqueología y Etnohistoria del Centro-Oeste
del País, pp. 333-341. Universidad Nacional de Río Cuarto, Río Cuarto.
Una larga evolución. De los grupos cazadores a la dominación incaica. En Atlas total de la República Argentina, Tomo 23, pp. 66-79. Clarín, Buenos Aires.
El dominio incaico en la periferia meridional del Tawantinsuyu. Revisión de las investigaciones arqueológicas en la región de Cuyo, Argentina. Investigaciones sobre sociedades y culturas de paisajes áridos y semi-áridos americanos 1:47-73.
Modelo hipotético del proceso de anexión de Cuyo al Tawantinsuyu
y la participación de los diaguitas chilenos. En Bárcena, J. R. y H.
Chiavazza (Eds.), Arqueología Argentina en el Bicentenario de la Revolución de Mayo (V):1771-1776. Facultad de Filosofía y Letras, UNCuyo
– INCIHUSA (CONICET), Mendoza.
García, A., N. Fernández, O. Damiani, C. Jofré, A. Carrizo, A. Eguaburo y C. Cabello
2007
Relevamiento arqueológico del área del Parque Nacional San Guillermo y zonas adyacentes. En Martínez Carretero, E. (Ed.), Diversidad biológica y cultural en los Altos Andes Centrales de Argentina.
Línea de Base de la Reserva de Biosfera San Guillermo –San Juan-,
pp. 225-250. Inca Editorial, Mendoza.
García, A. y E. Martínez Carretero
2008
Presence of Hippidion at two sites of western Argentina. Diet composition and contributions for the study of the Pleistocene megafauna extinction. Quaternary International 180: 22-29.
Gil, A.
1997-1998 Cultígenos prehispánicos en el sur de Mendoza. Discusión en
torno al límite meridional de la agricultura andina. Relaciones de la
Sociedad Argentina de Antropología XXII-XXXIII:295-318.
González, A.R.
1960
La estratigrafía de la Gruta de Intihuasi (prov. de San Luis) y sus relaciones con otros sitios precerámicos de Sudamérica. Revista del Instituto de Antropología 1. Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba.
1967
Una excepcional pieza de mosaico del N.O. argentino. Etnía 6:1-28
1980
Patrones de asentamiento incaico en una provincia marginal del
imperio. Implicancias socio-culturales. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología XIV:63-83.
151
Gordillo, I.
2007
«Detrás de las paredes... Arquitectura y espacios domésticos en el
área de La Rinconada (Ambato, Catamarca)», en Nielsen, A., M. Rivolta, V. Seldes, M. Vázquez y P. Mercolli (Comp.), Procesos Sociales
Prehispánicos en los Andes Meridionales, pp. 65-98. Brujas, Córdoba.
Gordillo, I. y A. Solari
2009
Prácticas mortuorias entre las poblaciones Aguada del Valle de Ambato (Catamarca, Argentina). Revista Española de Antropología Americana 39 (1):31-51.
Guráieb, G, M. M. Podestá, D. Rolandi y O. Damiani
2007
Estructuras prehispánicas de piedra del Parque Provincial Ischigualasto y su área de amortiguación, Prov. de San Juan. Actas del XVII
Congreso Nacional de Arqueología Argentina III:529-535. Jujuy.
Guráeib, G., M. Rambla y E. Carro
2010
Primera aproximación al estudio del registro lítico y cerámico del
área de amortiguación del Parque Provincial Ischigualasto (PPI). Presentado a las Cuartas Jornadas Arqueológicas Cuyanas, Mendoza.
Hayden, B.
1990
Nimrods, Piscators, Pluckers, and Planters. The Emergence of Food
Production. Journal of Anthropological Archaeology 9:31-69.
Lagiglia, H. y A. García
1999
Las ocupaciones tempranas del Atuel (nuevos estudios en la Gruta
del Indio). En Actas del XII Congreso Nacional de Arqueología Argentina, t. III: 251-255. Universidad Nacional de La Plata, La Plata.
Laguens A., E. Pautassi, G. Sario y R. Cattáneo
2007
Fishtail Projectil Points from Central Argentina. Current Research in
the Pleistocene 24: 55-57.
López, C. y A. García
2009
Los petroglifos de la Quebrada de Agua Blanca. En Actas de las Octavas Jornadas de Investigadores en Arqueología y Etnohistoria del
Centro-Oeste del País. Río Cuarto. En prensa.
Michieli, C.
1988
Textilería de la fase Punta del Barro. En Gambier, M., La fase cultural
Punta del Barro, pp. 141-188. IIAM, UNSJ, San Juan.
152
Millán de Palavecino, D. y C. Michieli
1977
Textilería y vestimenta de la Cultura de Ansilta. En Gambier, M., La
Cultura de Ansilta, pp. 167-213. IIAM, UNSJ, San Juan.
Nardi, R.
1966-1967 Contribuciones a la arqueología de San Juan. Cuadernos del
Instituto Nacional de Antropología 6:339-381.
Núñez Regueiro, V. y M. Tartusi
2002
Aguada y el proceso de integración regional. Estudios Atacameños
24:9-19.
Podestá, M., D. Rolandi, A. Re, M. P. Falchi y O. Damiani
2006
Arrieros y Marcas de Ganado. Expresiones de arte rupestre de momentos históricos en el desierto de Ischigualasto. En Fiore, D. y M.
M. Podestá (eds.), Tramas en la piedra. Producción y usos del arte
rupestre, pp. 169-190. Sociedad Argentina de Antropología – Asociación Amigos del INA – World Archaeological Congress, Buenos Aires.
Podestá, M. M., A. Re y G. Romero Villanueva
2009
Visibilizando lo invisible. Grabados históricos como marcadores en el
camino de los arrieros de Ischigualasto. En Nuñez, L. y A. Nielsen
(Eds.), Viajeros y caravanas en ruta: arqueología, historia y etnografía del tráfico surandino. En prensa.
Prieto, R.
1992
Geoglifos del río Jáchal, provincia de San Juan. Publicaciones 19:1-9.
Re, A., M. Podestá y D. Rolandi
2009
Arte rupestre prehispánico en valles y quebradas del Parque Provincial Ischigualasto y su Área de Amortiguación (Provincia de San Juan,
Argentina). En Sepúlveda, M., L. Briones y J. Chacama (eds.), Crónicas
sobre la Piedra. Arte rupestre de las Américas, pp. 413-429. Universidad de Tarapacá, Arica.
Rivero, D. y E. Berberián
2008
El poblamiento de la región central del territorio argentino durante
la transición Pleistoceno-Holoceno (12.000 – 9.000 a.P.). Revista Española de Antropología Americana 38 (2): 17-37.
Roig, F.
1977
Frutos y semillas arqueológicos de Calingasta, San Juan. En Gambier,
M., La Cultura de Ansilta, pp. 215-250. IIAM, UNSJ, San Juan.
153
1992
Restos vegetales del yacimiento arqueológico de Punta del Barro,
Angualasto, Provincia de San Juan, Argentina. I, Basurero Nº 2. Publicaciones 18:25-47.
Rolandi, D., A. Guráieb, M. Podestá, A. Re, R. Rotondaro y R. Ramos
2003
El patrimonio cultural en un área protegida de valor excepcional:
Parque Provincial Ischigualasto (San Juan, Argentina). Relaciones de
la Sociedad Argentina de Antropología XXXVIII:231-239.
Rowe, J.
1948
Inca Culture at the Time of the Spanish Conquest. En Steward, J.
(Ed.), Handbook of South American Indians 2, pp. 183–330. Bureau of
American Ethnology Bulletin 143, Washington.
1982
Inca policies and institutions relating to the cultural unification of the
empire. En Collier, G., R. Rosaldo y J. Wirth (Eds.), The Inca and Aztec
States. 1400-1800. Anthropology and History, pp. 93-118. Academic
Press, New York.
Sacchero, P.
1974
Prospección arqueológica en el Valle del Río Blanco, Jáchal, San Juan.
Anales de Arqueología y Etnología XXIX-XXXI:37-65.
Sacchero, P. y A. García
1991
Una estación trasandina diaguita chilena. Actas del XI Congreso Nacional de Arqueología Chilena III: 61-67. Santiago de Chile.
Sarmiento, D.
2007 [1850] Recuerdos de provincia. Linkgua Ediciones, Barcelona.
Schobinger, J.
1971
Arqueología del Valle de Uspallata, Provincia de Mendoza (Sinopsis
preliminar). Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología V
(2):71-84.
1985
Área de los pastores y agricultores andinos (Puna, Valles y Quebradas del Noroeste argentino, Región Cuyana). En Schobinger, J. y C.
Gradín (Eds.), Arte rupestre de la Argentina. Cazadores de la Patagonia y agricultores andinos, pp. 50-79. Encuentro Ediciones., Madrid.
Schobinger, J. (ed.)
1966
La “Momia” del Cerro del Toro. Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza.
2009
El arte rupestre del occidente argentino. Aspectos generales y ensayos interpretativos. En Schobinger, J., Arqueología y arte rupestre de
la región cuyana, pp. 51-70. Facultad de Filosofía y Letras (UNCuyo),
Mendoza.
154
Spielman, K. y J. Eder
1994
Hunters and farmers: then and now. Annual Review of Anthropology
23:303-323.
Stehberg, R.
1995
Instalaciones incaicas en el norte y centro semiárido de Chile. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos/Centro de Investigaciones
Diego Barros Arana, Santiago de Chile.
Stuiver, M. y P. Reimer
Ext ended 14 C dat abase and revised CALI B radiocarbon calibr a1993
t ion progr am . Radiocarbon 35: 215- 230.
Suvires, G.
2000
Geomorfología de la provincia de San Juan. En Catálogo de recursos
humanos e información relacionada con la temática ambiental en la
región andina. https://www.cricyt.edu.ar/ladyot/catalogo/cdandes/
cap11.htm#inhalt
Taçon, P.
1991
The power of stone: symbolic aspects of stone use and tool development in Western Arnhem Land, Australia. Antiquity 65:192–207.
Tartusi, M. y V. Núñez Regueiro
2001
Fenómenos cúlticos tempranos en la subregión valliserrana. En Berberián, E. y A. Nielsen (eds.), Historia Argentina Prehispánica, pp.
127-170. Brujas, Córdoba.
Torres, C.
1996
Archaeological evidence for the antiquity of psychoactive plant use
in the Central Andes. Annali del Museo Civico di Rovereto 11:291-326.
Torres, C. y D. Repke
2006
Anandenanthera: Visionary plant of Ancient South America. The Haworth Herbal Press, New York.
Viana, A.
2001
El Wasayán y la seguridad estratégica del Kollasuyu. En Actas del XIII
Congreso Nacional de Arqueología Argentina 1:377-392. Córdoba.
Wobst, M.
1974
Boundary conditions for Paleolithic social systems: a simulation approach. American Antiquity 39 (2):147–178.
155
156
Este libro se terminó de imprimir en los talleres gráficos
de Zeta Editores, Ituzaingó 1422, Mendoza, Argentina,
en el mes de diciembre de 2010.
157