UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA
PUEBLA
Estudios con Reconocimiento de Validez Oficial por Decreto
Presidencial del 3 de abril de 1981
INFLUENCIA DEL INSOMNIO EN LA OBRA DE BORGES
ELABORACIÓN DE TESIS
que para obtener el Grado de
MAESTRÍA EN LETRAS IBEROAMERICANAS
presenta
JOSE LUIS DE LA CONCHA PALACIOS
Puebla, Pue.
2009
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................
3
CAPÍTULO I: INSOMNIO ..........................................................................................
8
CAPÍTULO II: CAMPOS SEMÁNTICOS (INSOMNIO, SUEÑOS,
PESADILLAS) ...............................................................................................................
20
CAMPOS SEMÁNTICOS: EL INSOMNIO ...................................................................
28
CAMPOS SEMÁNTICOS: LOS SUEÑOS .....................................................................
45
CAMPOS SEMÁNTICOS: LAS PESADILLAS ..............................................................
55
CAPÍTULO III: TRES CUENTOS ..............................................................................
66
“FUNES EL MEMORIOSO” (INSOMNIO) ..................................................................
67
“LAS RUINAS CIRCULARES” (SUEÑO) ...................................................................
86
“LA ESCRITURA DEL DIOS” (PESADILLA) .............................................................. 101
CONCLUSIÓN ............................................................................................................. 125
BIBLIOGRAFÍA .......................................................................................................... 129
2
INTRODUCCIÓN
3
Admirar la obra de Borges se ha convertido en lugar común. Gozar de ella es menos
frecuente. Padecerla, sin por ello dejar de admirarla y disfrutarla, es la causa de la presente
investigación.
Borges sufrió de insomnio a lo largo de su vida y ese sufrimiento, perceptible en
cada uno de sus textos, generó en mí la necesidad de entenderlo y explicarlo. Intuitivamente
en un principio, después de modo sistemático, leí, releí y anoté todas sus obras
identificando y aislando aquello que aludía a su imposibilidad de conciliar el sueño. Fueron
tan recurrentes, tan variadas las alusiones, que se hizo necesario clasificarlas bajo diversos
criterios, con lo cual comenzó a esbozarse una manera de percibir el mundo a través del
insomnio y de reinventar éste vía la escritura, la cual en alguna medida constituye una
terapéutica (cosa que el propio Borges comenta después de escribir “Funes el memorioso”).
Dado que en el corpus crítico sobre la obra del autor no existe ningún estudio
relacionado específicamente con mi tema, estructuré la tesis de manera que respondiera a
las siguientes dos finalidades: de un lado, establecer un panorama coherente –en toda su
obra– de los indicios del padecimiento al punto de indagar una posible ‘poética del
insomnio’; de otro lado, proponer una circulación de sentido entre la vigilia permanente e
involuntaria de Borges y su escritura.
En el Capítulo I abordo el insomnio desde la perspectiva científica actual, si bien
empiezo por la mitología griega y la etimología. Más adelante clasifico el padecimiento
según sus causas: insomnio fisiológico, insomnio relacionado con padecimientos
psiquiátricos, con depresión y con efectos secundarios debidos al uso de medicamentos.
Uno de éstos es el veronal (primer barbitúrico empleado para conciliar el sueño), el cual fue
4
muy posiblemente utilizado por Borges, ya que acusó sus efectos: drogodependencia,
depresión del Sistema Nervioso Central, tendencia al suicidio. Después describo las cuatro
fases del dormir.
A los testimonios de amigos y biógrafos con relación al insomnio, añado los del
propio autor y los que pude obtener en Argentina de viva voz de Epifanía Uveda de
Robledo (ama de llaves de Borges por más de treinta años), a quien entrevisté en 2004.
Todos ellos confirman que el caso de Borges puede entrar en cada una de las estadísticas
médicas referentes a los problemas del dormir y al uso prolongado de barbitúricos.
En el Capítulo II agrupo los indicios de los trastornos del sueño en tres apartados
conceptuales: insomnio, sueños y pesadillas. Cada uno de dichos apartados fue concebido
como campo semántico (CS) o unidad de significación común a todos los lexemas a través
de los cuales se disemina, así por ejemplo, “insomnio-noche”, “insomnio-recuerdo”, etc.
Dentro de cada CS diferencio los dominantes de los tempranos y tardíos; asimismo,
distingo los CS generados entre 1944 y 1949, años en los que Borges, padeciendo con
mayor intensidad el insomnio y los efectos de los barbitúricos, escribe sus cuentos más
célebres, recogidos en Ficciones y El Aleph.
Los CS abarcan prácticamente toda la obra del autor, pues se hallan en textos que
van de 1920 a 1985. Con el fin de que el lector no pierda la perspectiva general de la obra a
causa de las numerosas citas textuales realizadas, documento cada CS en orden cronológico
ascendente, de tal manera que se haga evidente el desarrollo en el tiempo del concepto base
y sus lexemas en los géneros utilizados por Borges: poesía, cuento, ensayo, conferencia,
entrevista. Para mayor inteligencia del lector, refiero siempre entre paréntesis y a renglón
seguido el texto citado, la obra a la que pertenece y la página respectiva. En el caso del
5
corpus crítico, doy la referencia bibliográfica en nota a pie de página. Vale la pena
adelantar que los indicios de la patología del sueño ocurren con mayor frecuencia en
poemas y cuentos. Como podrá observarse, los dos primeros capítulos de la tesis
corresponden a la investigación.
Basado en los anteriores, el Capítulo III es de análisis. Se trata aquí de valorar los
CS como generadores de unidades autónomas de escritura. Estudio tres cuentos
emblemáticos para discernir la función de los conceptos base, sus lexemas y los múltiples
entrecruzamientos que se dan entre los mismos. En “Funes el memorioso” (Ficciones,
1944), analizo la relación del insomnio con la memoria, la noche, el recuerdo, el olvido y la
cárcel. Asimismo, observo la correspondencia entre leer y recordar, entre escribir y olvidar.
Enunciado en primera persona, el cuento presenta un fondo biográfico consistente, un
léxico por demás útil a mi estudio y procesos de intertextualidad “sintomáticos”, por
ejemplo, la alusión a la Naturalis historia de Plinio el Viejo.
“Las ruinas circulares” (Ficciones, 1944) ofrecen un excelente ejemplo del CS del
sueño. El uso diegético de la tercera persona, la imagen de la cicuta, la simbolización del
Fuego (asociado a la figura del tigre, tan cara a Borges) vienen a ser recursos literarios que
expresan la relación del insomnio con la dimensión creativa de los sueños. Incitadores de
sueños lúcidos, los barbitúricos (el veronal) son condición necesaria, aunque no suficiente,
de la creación borgesiana del soñador soñado. Los sueños dentro de sueños terminan por
asimilarse a la ficción literaria, a una escritura que borra las fronteras entre el sueño y la
realidad porque de éste emerge una lucidez incesante.
Por último, “La escritura del dios” (El Aleph, 1949) ilustra literariamente el proceso
de las pesadillas. Involucrando a diversos CS propios del insomnio y los sueños, el de la
pesadilla-escritura expone de la manera más elocuente la concepción borgesiana de la
6
lectura como recuerdo y el olvido como acto de escribir. Enunciado en primera persona, el
cuento ficcionaliza a personajes históricos (Tzinacán, Pedro de Alvarado) y a dioses
(Qaholom). Por ello fue necesario indagar las alusiones al mundo maya y náhuatl –con sus
respectivas etimologías–, las referencias a imágenes simbólicas (el murciélago) y al “Libro
del Común” (el Popol Vuh). Además, el cuento presenta diversos nexos intertextuales al
interior de la obra del autor; es el caso de “El inmortal”, “El Zahir”, “El Aleph” y “La
muerte y la brújula”.
En adelante –tal es mi intención– el lector encontrará, más que los argumentos de un
determinismo fisiológico, múltiples vínculos entre el insomnio de Borges y sus símbolos,
metáforas y temas característicos.
Agradezco a Noé Blancas el valioso apoyo que dio a la realización de la presente
tesis.
7
CAPÍTULO I:
INSOMNIO
8
Es de sobra sabido que Jorge Luis Borges durmió poco y mal a lo largo de su dilatada vida.
Sin excepción, hasta donde conozco, los estudiosos de su obra han vuelto tópicos literarios
las innumerables referencias que ésta contiene al insomnio, los sueños, las pesadillas, la
vigilia. Sin embargo, si se consideran dichas referencias como manifestaciones de un
padecimiento psicosomático, pierden su carácter tópico, pues nos revelan una obra dictada
por un insomnio que abarca casi toda una vida. Dicho de otro modo: Borges entró en
prolongado diálogo con su padecimiento por medio de la escritura –tal es la hipótesis de la
presente investigación. Por ello, más que el estudio de un conjunto de temas literarios
recurrentes, propondré una poética del insomnio, poética anclada, paradójicamente, a
aquello que Borges una y otra vez omite en miles de páginas: la historia de su cuerpo.
Nada distingue mejor el dormir del soñar que el mito griego. Nix, diosa de la noche,
procreó hijos gemelos: Hipnos (dios del dormir) y Tánatos (dios de la muerte). Hipnos hizo
dormir a dioses y a humanos. Tuvo tres hijos que provocaron los sueños: Morfeo, quien
inducía a soñar con humanos; Fantaseo, con animales; e Icelo, con objetos inanimados. Esta
familia habitaba en el valle de la oscuridad, irrigado por Lethe, río del olvido cuyo sonido
producía somnolencia. En el jardín de la casa crecían plantas como la amapola, la cual, al
ingerirse, estimulaba el deseo de dormir. 1 Nix cubría con su manto oscuro la Tierra, Hipnos
hacía dormir a sus habitantes y, de vez en vez, Tánatos les comunicaba la muerte. Cuando
dioses y hombres dormían, Morfeo, Fantaseo e Icelo salían a jugar produciendo historias
fantásticas y mensajes proféticos a los cuales llamamos sueños.
Como puede observarse, el relato mítico codifica dos procesos orgánicos asociados:
el dormir (Hipnos), periodo de inmovilidad e inconsciencia con respecto al medio
1
Véase EDITH HAMILTON, Mithology: Timeless Tales of Gods and Heroes, Warner Books, New York, 1942.
9
ambiente, que ocurre cíclicamente cada 24 horas; y el soñar (Morfeo, Fantaseo e Icelo),
acción de percibir imágenes durante el dormir.
La palabra insomnio proviene del latín in, ‘ausencia de’, y somnus, ‘dormir’. En
medicina, el término designa al poco dormir o al dormir de mala calidad o de manera
interrumpida.2 El insomnio, por su parte, es un padecimiento frecuente, pues afecta al 30 y
hasta al 40% de la población.3 Las personas que lo sufren también padecen problemas
psicológicos, como depresión y ansiedad. 4 Además, los insomnes tienden a tomar más
siestas, a tener más pesadillas y parálisis del dormir. 5 Asimismo, experimentan un número
mayor de sueños que las personas no insomnes. 6
La forma del insomnio está determinada muchas veces por aquello que lo genera,
por ejemplo, la ansiedad, las preocupaciones, la angustia. El dormir interrumpido y el
insomnio terminal son más característicos de problemas psiquiátricos como la depresión.
Por ello, la medicina contemporánea clasifica el insomnio con base en sus causas: 1)
insomnio fisiológico (transitorio o persistente); 2) insomnio asociado a padecimientos
psiquiátricos; 3) insomnio asociado a desórdenes del estado de ánimo (depresión); 4)
insomnio asociado a medicamentos. Vale la pena detenerse en cada caso, pues, como se
verá adelante, el caso de Borges abarca toda la gama de variantes.
1) El insomnio fisiológico transitorio puede ser inicial o intermedio. Se presenta
debido a problemas emocionales agudos, sean éstos negativos (como la muerte de un ser
2
Véanse G. G. LUCE y L. SEGAL, El insomnio, Trillas, México, 1971; y El Sueño, Trillas, México, 1967.
E. O. BIXLER y A. KALES, “Prevalence of sleep disorders in the Los Angeles metropolitan area”, American
Journal of Psychiatry, 36 (1979), pp. 1257-1262; TÉLLEZ et al., “Hábitos y trastornos del dormir en residentes
del área metropolitana de Monterrey”, Salud mental, 18 (1995), pp. 14-22.
4
KARACAN et al., “Erectile mechanisms in man”, Science, 220 (1983), pp. 1080-1081.
5
La parálisis del dormir es la incapacidad temporal y total para mover los músculos en forma voluntaria que
ocurre, ya sea al inicio del dormir o al despertar, ya sea por la noche o por la mañana.
6
E. LUGARESI et al., Sleep wake Disorders: Natural History Epidemiology and Long-term Evolution, Raven
Press, New York, 1983, pp. 1-12; TÉLLEZ et al., art. cit., pp. 14-22.
3
10
querido o el rompimiento de relaciones sentimentales) o positivos (la inminencia de una
celebración, por ejemplo). El insomnio se considera transitorio cuando dura menos de un
mes después del evento desencadenante. El persistente se desarrolla como resultado de dos
factores mutuamente reforzados: la ansiedad-tensión somatizada y el condicionamiento
negativo del dormir. Esta variante ocurre cuando dura más de cuatro semanas después del
factor precipitante.
2) El insomnio asociado a padecimientos psiquiátricos incluye desde trastornos de
personalidad muy leves (pasando por las llamadas enfermedades afectivas, como la
depresión) hasta psicosis severas, por ejemplo, la esquizofrenia. Varias investigaciones han
encontrado que los insomnes demuestran mayor índice de psicopatología, en comparación
con los no insomnes, al aplicarles exámenes psicométricos. Presentan también puntuaciones
más altas en las escalas de depresión, histeria y psicastenia en la mayoría de los estudios
realizados. 7
3) La depresión es el principal desorden del estado de accesos de llanto, pérdida del
apetito, ideas suicidas e insomnio, síntoma éste que permite clasificarla dentro de los
trastornos del dormir. Con la depresión puede presentarse insomnio inicial. Se caracteriza
por falta de motivación general, melancolía, intermitente y terminal. En los pacientes
jóvenes, por lo general, se presenta el insomnio inicial; en las personas mayores, el
intermedio y más comúnmente el terminal. La depresión mayor afecta al 6% de la
población. Aunque estos trastornos se pueden presentar a cualquier edad, es más común
que se inicien entre los 20 y los 40 años de edad. El 70% de los pacientes con insomnio
7
A. KALES et al., “Insomnia and other sleep disorders”, Medical Clinics of North America, 66 (1982), pp.
971-991; R. D. COURSEY et al., “Personality measures and evoked response in chronic insomniacs”, Journal
of Abnormal Psychology, 84 (1975), pp. 239-249; FREEDMAN y SATTLER, “Physiological and psychological
factors in sleep onset insomnia”, Journal of Abnormal Psychology, 91 (1982), pp. 380-389.
11
crónico se dicen ansiosos y tensos; 34% han tenido episodios depresivos; 13% padecen
ideas suicidas; 28% sufren dificultades conyugales; 18% tienen problemas en el trabajo;
11% presentan estropicios sexuales de índole tan diversa y sugerente que podrían ser
materia de mi tesis doctoral. Por último, 15% de los pacientes han estado en psicoterapia
sin mejoría en el dormir. “Las estadísticas [revelan] que más de 50% de los suicidas tenían
antecedentes de depresión y que en un momento dado hay en el mundo 100 millones de
personas deprimidas. El insomnio forma parte del cuadro clínico de la depresión”.8
4) Insomnio asociado a medicamentos. Para mencionar este tipo de trastorno es
necesario remitirse a la electroencefalografía, las diversas fases del dormir y la diferencia
entre dormir y soñar.
En 1929 apareció un artículo de un neuropsiquiatra alemán, Hans Berger, en el que
éste afirmaba haber hecho los primeros registros de actividad eléctrica en el cerebro
humano, a los cuales denominó “electroencefalograma” (EEG). De esta manera, se abría una
de las líneas de investigación que intentaba dar respuesta a una pregunta tan inquietante
como antigua: ¿qué pasa en el cerebro mientras dormimos? Con el uso del
EEG
se
comprobó que la actividad eléctrica del cerebro no es la misma en la vigilia que en el
sueño. Y más todavía: se identificaron diferentes fases del dormir.
La “Fase I” se caracteriza por ondas de bajo voltaje y por movimientos oculares
lentos. El umbral de despertar es muy bajo, es decir, el sujeto fácilmente se despierta y
refiere con frecuencia no haber estado dormido. En la “Fase II” es más difícil despertar
(representa el 50% del tiempo total del dormir). El umbral para despertar es más alto en la
“Fase
III”,
por lo que, junto a la “Fase
IV”,
se le ha denominado dormir profundo. Esta
8
J. H. BOYD et al., “Familial influences on the clinical characteristics of major depresion: A twin study”, Acta
Psychiatry Scand, 86 (1991), pp. 371-378.
12
última, la “Fase
IV
IV”,
es en la que resulta más difícil despertar. Se considera a las fases
III
y
responsables de la recuperación del cansancio físico.9 Ambas constituyen el 20% del
tiempo del dormir. Es interesante observar que, cuando un sujeto es despertado en la última
fase, en general no reporta haber soñado y, si lo hace, los sueños suelen parecerse más a
pensamientos que a las imágenes oníricas consabidas. 10
La “Fase
MOR”
aparece aproximadamente después de una hora u hora y media del
inicio del dormir. El patrón de
EEG
rápidos (MOR). La denominación
es de bajo voltaje y se observan movimientos oculares
REM
corresponde a las iniciales en inglés (rapid eye
movements). Entre el 70 y 100% de las personas a las cuales se despierta afirman haber
soñado. 11 A esta fase también se le llama “dormir paradójico”. 12
En resumen, existen dos tipos de dormir: el dormir
MOR,
cuando soñamos, y el
dormir NO-MOR, cuando casi nunca soñamos (fases I-IV).
Ahora bien, el insomnio asociado a medicamentos se refiere a depresores del
sistema nervioso central. Éstos son un tipo de drogas (“píldoras para dormir”) que,
paradójicamente, pueden ocasionar insomnio secundario debido a la tolerancia (o pérdida
de la capacidad de inducir el dormir) desarrollada por su consumo crónico. Al dejar de
ingerirse repentinamente, los fármacos producen el llamado “insomnio de rebote”, a causa
de la adicción física y psicológica que genera su consumo prolongado. Algunos autores han
denominado a este síndrome “insomnio de la píldora de dormir”.13 Los fármacos
depresores del sistema nervioso central empleados para combatir el insomnio (barbitúricos,
no barbitúricos y benzodiacepinas) producen un dormir anormal, puesto que disminuyen las
9
I. OSWALD, “Sleep as a restorative process”, Progress in Brain Research, 53 (1980), pp. 279-288.
M. CORSI-CABRERA, Psicofisiología del sueño, Trillas, México, 1983, pp. 226-228.
11
N. KLEITMAN, “Psicología fisiológica”, en Selecciones de Scientific American, Blume, Madrid, 1979, pp.
429-434 (publicado originalmente en 1960).
12
Véase A. ARDILA, Psicología de los procesos complejos, Trillas, México, 1979.
13
R. L. WILLIAMS, “Sleeping-pill insomnia”, Journal of Clinical Psychiatry, 41 (1980), pp. 153-154.
10
13
fases
III, IV
y
MOR,
que tienen una importante función psicofisiológica. 14 Además, pueden
producir aumento de pesadillas por su hiperfuncionamiento en la fase MOR del dormir.
El ácido barbitúrico (malonylurea) resulta de la condensación de ácido malónico y
urea. Adolph von Baeyer lo descubrió en 1864. Se dice que Baeyer celebró su
descubrimiento bebiendo en un bar donde había varios oficiales de artillería; éstos, a su vez,
festejaban el día de su patrona, Santa Bárbara, de ahí el nombre de “barbitúrico”. El primer
barbitúrico usado en medicina fue el barbital (veronal), en 1903. En los siguientes años se
llegaron a sintetizar más de 2,500 barbitúricos, de los cuales 50 aproximadamente fueron
clasificados para uso clínico. En la actualidad, son usados menos de media docena.
El veronal (o medinal, barbital, barbitone, barbiturato dietílico, dietilmalonylurea)
es el nombre comercial del primer sedativo y somnífero del grupo de los barbitúricos. Fue
introducido en el mercado a principios del siglo XX. Su fórmula química es C8H12N2O3.
Los descubridores fueron el Premio Nobel Emil Fischer y el médico Joseph von Mering.
Según una anécdota, el nombre se debe a que von Mering tomó una dosis del medicamento
en un tren y despertó al llegar a la ciudad de Verona. Su elevada vida media en el cuerpo es
más de 100 h. Como consecuencia, ralentiza o vuelve más lentas casi todas las funciones
corporales durante varios días. Su uso prolongado produce drogodependencia. Una
sobredosis provoca fácilmente la muerte. Debido a estos efectos secundarios fue sustituido
a partir de los años 60 por otros principios activos, como las benzodiacepinas. Actualmente
no se encuentra en el mercado. Se trata de un sólido incoloro de sabor amargo. El veronal,
como todo barbitúrico, tiene propiedades hipnóticas. Produce depresión del sistema
nervioso central, desde sedación leve hasta coma. Los barbitúricos reducen la cantidad de
14
A. KALES et al., “Role of sleep research and treatment facility: diagnosis, treatment and education”,
Advances in Sleep Research, vol. 1, Spectrum Publications, New York, 1974, pp. 391-413.
14
tiempo en la fase MOR del dormir. 15 Cuando deja de consumirse, hay un aumento de rebote
del sueño
MOR
e irregularidades como pesadillas y sentimientos de haber dormido mal.16
Las personas que sufren de insomnio crónico están frecuentemente deprimidas, lo cual
genera tendencia al suicidio. 17
***
Las páginas anteriores son un apretado resumen de la perspectiva médica actual sobre el
dormir y el soñar. Su pertinencia se hará evidente al referir, en lo que resta del presente
capítulo, un corpus de textos biográficos y entrevistas que muestran con claridad, no sólo el
insomnio crónico de Borges, sino la amplia gama de sus manifestaciones.
En Borges: esplendor y derrota, María Esther Vázquez afirma que, desde 1917 o
1918, en Lugano, ocurrieron las primeras manifestaciones del insomnio de Borges: “A
veces me despertaba [dice éste] en la mitad de la noche y me quedaba horas pensando en
diferentes menús y combinándolos mentalmente”. Con el paso del tiempo, adaptó su vida al
padecimiento, al punto que “Mantuvo el hábito de las caminatas nocturnas a lo largo de casi
cuarenta años”. Agrega María Esther Vázquez: “Algunas noches los acompañaba Néstor
Ibarra. Después de andar hasta el alba, iban a tomar café con leche y medialunas”. 18 El
insomnio se fue volviendo indisociable de su actividad poética:
Entre las tres y las cuatro de esa duermevela, que irracionalizaba la memoria,
empezaba a desesperarse y hubo noches en que se levantaba, se vestía y volvía a salir a
15
I. OSWALD, “Melancolía and barbiturates: a controlled EEG, body and eye movement study of sleep”, Br.
Journal of Psychiatry, 109 (1963), pp. 66-78.
16
I. OSWALD, “Five weeks to escape the sleeping-pill habit”, Br. Med. Journal, 2 (1965), pp. 1093-1099.
17
L. GOODMAN y A. GILMAN, The Pharmacological Basis of Therapeutics, Macmillan Company, USA, 1970,
pp. 98-119.
18
MARÍA ESTHER VÁZQUEZ, Borges: esplendor y derrota, Tusquets, Barcelona, 1996, pp. 51, 73 y 137.
15
caminar. En otras, se quedaba quieto en la oscuridad y repetía de memoria versos a
media voz. Entonces hacía apuestas consigo mismo: Antes de terminar el poema, habré
podido conciliar el sueño. 19
Nuestro autor establece nexos productivos entre creación poética e imposibilidad de
conciliar el sueño; de hecho, utiliza a sus personajes para indagar sus desvelos en clave
literaria, según María Esther Vázquez: “No poder dormir es lo mismo que no poder olvidar.
Borges define a Funes el memorioso como una metáfora del insomnio”.20 Y más todavía: al
elevar a nivel simbólico el insomnio, empieza a indagar su naturaleza y a desprender de ella
una suerte de terapia. Dice Borges, acerca de su padecimiento y la relación de éste con su
actividad literaria:
Bueno, yo trataba de olvidarme de mí mismo para dormir, pero seguía pensando en mí
mismo, acostado, pensaba minuciosamente en mi cuerpo, en los libros, en los muebles,
en la habitación, en el patio de la quinta, en las estatuas de la quinta, en la verja, en las
casas vecinas; yo estaba como abrumado por el universo y pensaba también en los
astros. Iba más lejos, luego en la ciudad de Buenos Aires, pensaba en las ilustraciones
de los libros, no podía olvidarme y entonces imaginé ese personaje que es una metáfora
del insomnio, Funes, el memorioso. Yo lo escribí, no sé si bien o mal, pero con buen
resultado terapéutico, con el resultado que después de escribir el cuento dejé de sufrir
insomnio. El insomnio fue desapareciendo paulatinamente. Ahora vuelvo a tener
insomnio, pero no ese insomnio incurable. Me figuraba que había un reloj infernal, que
ya no existe, que daba la hora, el cuarto de hora, la media hora, el menos cuarto, y
después la otra hora, de modo que yo no podía engañarme diciendo que había
dormido. 21
Hacia 1934, las forzosas vigilias se entreveraron con las decepciones sentimentales, como
nota Volodia Teitelboim.22 En “Two english poems”, poesía del bochorno y la tristeza
provocada por el rechazo femenino, dice:
Te ofrezco calles amargas, ocasos desesperados, la amargura de un hombre que ha
mirado mucho tiempo la luna solitaria.
[…]
Te ofrezco mis ancestros, mis muertos, los espíritus que los hombres han honrado en el
bronce […]
19
Ibíd., p. 145.
Ídem.
21
PABLO E. CHACÓN, Historia Universal del insomnio, Ediciones B, Buenos Aires, 2004, p. 224.
22
VOLODIA TEITELBOIM, Los dos Borges, vida, sueños, enigmas, Ediciones Merán, España, 2003, p. 152.
20
16
Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón, estoy tratando de
sobornarte con incertidumbre, con peligro con derrota. (“Two english poems”, El otro,
el mismo, 1934, OC II, 239-240).
Ese mismo año aparecen sus primeras ideas suicidas. Decidido a terminar de una vez con la
sucesión de “incomodidades y desdichas”, decidió quitarse la vida. Algunos años después
señaló como fecha elegida para su desaparición del mundo el día en que cumpliría 35 años:
el 24 de agosto de 1934. Para ratificarla, en diciembre de 1978, cuando me dictó el cuento
“25 de agosto, 1983”, eligió el mismo día para suicidarse en la ficción, según observa
María Esther Vázquez. A finales de 1978, mientras trabajaban en el bochorno del verano,
Borges le había dicho: “En un día así, pero en febrero, me di cuenta de que la mejor
solución para evitar la humillación del calor era suicidarse. Pero claro había otras razones
que ayudaban a esa decisión, aunque ésa ya es suficiente”. En febrero de 1935,
compró un revólver, llegó a Adrogué, se dirigió al hotel, pidió un cuarto y se recostó
vestido sobre la colcha. Luego, utilizando un libro como apoyo, escribió unos versos
acerca de la evidente contradicción: la misma mano que escribe, puede empuñar el
arma para volarse la cabeza. 23
Desde 1937, los casi 9 años en que Borges se desempeñó en la biblioteca Miguel Cané
fueron de firme infelicidad: “Soy esa bestia vergonzosa, furtiva, inhumana, y en cierto
modo, alienada de sí misma que es un ser desnudo”. 24 La frase, más bien retórica, recubre,
según James Woodall, una realidad que le parecía vergonzosa: “ese ser desnudo fue
cuidadosamente mantenido en la sombra por Borges. Ninguno de sus íntimos amigos pudo
verlo”. Rodríguez Monegal cita estas palabras para hacer hincapié en la soledad y el
aislamiento en que se encontraba Borges en la década de 1930 y principios de la de
1940”. 25
23
MARÍA ESTHER VÁZQUEZ, óp. cit., p. 147.
Ibíd., p. 157.
25
JAMES WOODALL, La vida de Jorge Luis Borges: el hombre en el espejo del libro, trad. de Alberto L. Bixio,
Gedisa, Barcelona, 1998, p. 191.
24
17
Por aquellos años, la infelicidad y en general la depresión fueron en aumento. En su
autobiografía, escrita por di Giovanni en 1970, Borges recuerda que en la Nochebuena de
1938 (año en que murió su padre) sufrió un grave accidente: “pasé alrededor de una semana
sin dormir, con alucinaciones y fiebre muy alta”. 26
La década siguiente, a causa de las ideas suicidas provocadas por la depresión, así
como por problemas afectivos, laborales e incluso sexuales, buscó ayuda psiquiátrica:
El año 1946 fue crucial para Borges. Primero estaba enamorado de una mujer [¿María
Esther Vázquez?] que no deseaba casarse con él. Luego perdió su empleo. Necesitaba
ayuda. Algún alivio encontró en un cierto doctor Miguel Kohan Millar, un médico
psiquiatra.
Lo que éste descubrió fue un hombre cuyas inhibiciones profundamente arraigadas sobre el
coito en particular debían vencerse, no sólo por la salud psicológica del paciente, sino
también por el bien de la literatura argentina. En 1990, Kohan Millar dio a un periódico
español cierta idea de cómo eran las sesiones que había mantenido con su insigne paciente:
Borges estuvo en tratamiento cerca de tres años, desde 1946 hasta 1949. Acudía dos
veces por semana al consultorio. En general sufre de varias inhibiciones y esto era lo
que ocurría a Borges [...]. Logré aliviar su impotencia verbal, pero no pude terminar el
tratamiento de su impotencia sexual, aunque hasta cierto punto pude ayudarlo algo. 27
Teniendo en mente que Borges había padecido uno de los insomnios más largos de la
literatura, viajé yo mismo a Buenos Aires en busca de más información sobre mi tema.
Tuve la suerte de entrevistar, el 11 de diciembre de 2004, a Epifanía Uveda de Robledo
(Fani), la ama de llaves de Borges por más de treinta años. La entrevista se llevó a cabo en
casa de Fani, cerca de Buenos Aires. Reproduzco a continuación la parte que más hace al
caso:
José Luis: ¿En las mañanas a qué hora despertaba Borges?
Fani: A las 9 de la mañana, a bañarse.
26
NORMAN THOMAS DI GIOVANNI, Jorge Luis Borges. Autobiografía, El Ateneo, Buenos Aires, 1970, p. 109.
JAMES WOODALL, op. cit., p. 220. La entrevista fue hecha por Rita Galdaracena para El País, el 21 de
diciembre de 1990.
27
18
José Luis: ¿A qué hora se acostaba?
Fani: A la una o dos de la mañana. A veces a las dos, porque él iba a comer fuera.
Nunca comía en la casa a la noche.
José Luis: Me enteré que tomaba alguna pastillita para dormir.
Fani: Sí, una pastillita. No me acuerdo cómo se llamaba. Cuando ya se le habían
terminado, tenía que llamar al médico para que la volviera a tener.
Stella (hija de Fani): ¿Te acuerdas lo que hacías con la pastilla para dormir?
Fani: Cuando ya se le habían terminado, tenía que llamar al médico para que la
volviera a tener. Entonces yo hice con la aspirina chiquitico como la pastilla. Y
yo al otro día tenía una curiosidad: ¿qué es esto lo que va a pasar? Y al otro día lo
saludé. Y entonces le digo: “¿cómo durmió el señor?”. “Bien”, me contestó. Era
una aspirineta, pero él creía que era la pastilla para dormir, que lo tranquilizaba.
José Luis: ¿No veía a un médico para poder dormir?
Fani: Era esa pastilla que le digo yo que le daba para tranquilizante, para dormir
tranquilo. Dormía.
José Luis: ¿Se acuerda usted cuánto tiempo la tomó?
Fani: La pastilla, no. Yo no me acuerdo ni cómo se llamaba la pastilla, pero se la ponía
con dos caramelos.
Por la época de su uso, los efectos secundarios y el sabor (atenuado con “dos caramelos”),
dicha pastilla era muy probablemente veronal, cuyas características quedaron apuntadas
arriba.
En resumen, Borges entra en todas las estadísticas médicas mencionadas: pertenece
a ese 34% de los que han tenido episodios depresivos, al 13% con ideas suicidas, al 28%
que padece dificultades conyugales, al 18% de quienes presentan problemas en el trabajo,
al 11% con problemas sexuales y, por último, al 15% que ha estado en psicoterapia sin
mejoría del dormir. Si bien es verdad que los datos anteriores no pueden explicar su obra,
también es cierto que ésta no habría sido la misma sin insomnio crónico y sin uso
consuetudinario de barbitúricos. En términos de lógica, nos hallamos ante una condición
necesaria, más no suficiente.
En las páginas que siguen estableceré en diferentes niveles relaciones más estrechas
entre el caso clínico del autor y su obra. No es mi intención proponer un determinismo
biológico del quehacer poético, sino mostrar la profunda intuición y la férrea voluntad de
Borges en cuanto a inquirir, conducir y apropiarse de su padecimiento a través de la
escritura, al punto que es posible inferir de ésta una poética del insomnio.
19
CAPÍTULO II:
CAMPOS SEMÁNTICOS (INSOMNIO, SUEÑOS,
PESADILLAS)
20
EL INSOMNIO
A la pregunta sobre cuál padecimiento físico trascendió más en la obra de Jorge Luis
Borges, quizá la respuesta más frecuente sea la ceguera. Sin embargo, no es sobre la
ceguera, sino sobre el insomnio, de lo que más habla en su obra. Su primer poema,
publicado en 1920, tiene sintomáticamente por título “Insomnio”. En 1936 escribirá otro
poema con el mismo título; este último vuelve a documentar su padecimiento:
De fierro
de encorvados tirantes de enorme fierro tiene que ser la noche
para que no la revienten y la desfonden
las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto,
las duras cosas que insoportablemente la pueblan
[…]
El universo de esta noche tiene la vastedad del olvido y la precisión de la fiebre”. 28
En una “Posdata” de “La duración del infierno”, relato publicado en 1929, escribió: “Esta
vigilia desconsolada ya es el Infierno, esta vigilia sin destino será mi eternidad” (“La
duración del infierno”, Discusión, 1932,
OC I,
238). 29 Tiene 30 años y el insomnio es ya
“infernal”.
He apuntado que, para Borges, el olvido correspondía a dormir y la memoria o el
recuerdo a la vigilia. No poder dormir es no poder olvidar, según vemos en “Funes el
memorioso”, cuento considerado por el autor como “una larga metáfora del insomnio”. La
asociación recuerdo-vigilia no resulta caprichosa. En entrevista con Mario Goloboff,
Borges comenta: “Pero yo recuerdo que antes no se decía «Mañana llámame temprano»,
sino que uno decía «mañana me recuerdan temprano», decían recordarse”.30 “Recuerdo”
28
JORGE LUIS BORGES, El otro, el mismo, en Obras Completas II, Emecé Editores, Buenos Aires, 1996, p.
237. En adelante, cuando se trata de las obras completas, cito, entre paréntesis y a renglón seguido, título del
libro, tomo y página. En casos de ambigüedad, agrego también título del poema o relato.
29
Este mismo texto fue publicado con el nombre de “Un infierno” en Crítica. Revista multicolor de los
sábados (15 de septiembre de 1934).
30
MARIO GOLOBOFF, Leer Borges, Catálogos, Buenos Aires, 2006, p. 259.
21
significaba pues ‘vigilia’; dormir equivaldría entonces a ‘olvidar’ (es comprensible que
Borges, en múltiples ocasiones, se identificara con Funes).
El poema “El despertar” termina así: “¡Ah, si en esa mañana hubiera olvido!” (El
otro, el mismo, OC II, 272). El obsesivo deseo del sueño-olvido, que aparece constantemente
a lo largo de su obra ante la prisión de la vigilia-memoria, proviene entonces de una
somatización, proviene del insomnio.
Quizá la descripción más desgarrada de su padecimiento la encontramos en el
poema dedicado a Beatriz Bibiloni Webster de Bulrich, en la década de los años 30:
¿Con qué te puedo retener?
Te ofrezco pobres calles, desesperados crepúsculos, la luna de los desarrapados
suburbios.
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha admirado largamente la luna solitaria.
[…]
Te puedo dar mi soledad, mis tinieblas, el hambre de mi corazón; estoy tratando de
sobornarte con la incertidumbre, con el peligro, con la derrota (“Two english poems”,
El otro, el mismo, 1934, OC II, 239-240).
Éste es quizá uno de los poemas más deprimentes que escribió Borges.
El memorioso y el hombre que “admira largamente” la luna son sólo algunas de las
imágenes del insomne. Otra aparece en el cuento “El Sur”, que recoge una anécdota
biográfica. Comenta Borges en su autobiografía:
El día de Nochebuena de 1938 (año en que murió mi padre) sufrí un grave accidente.
Subía corriendo una escalera, y de pronto sentí que algo me raspaba la cabeza. Había
rozado la arista de un batiente recién pintado. A pesar de que fui atendido enseguida, la
herida se infectó y pasé alrededor de una semana sin dormir, con alucinaciones y fiebre
muy alta. Mucho después escribiría sobre eso en mi cuento El Sur. 31
Efectivamente, en “El Sur”, Johannes Dahlmann sufre un accidente que lo priva del sueño:
“Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada estaba despierto y desde aquella hora el
sabor de todas las cosas fue atroz” (Artificios, OC I, 524). Finalmente, su médico lo conduce
31
NORMAN THOMAS DI GIOVANNI, Jorge Luis Borges. Autobiografía, El Ateneo, Buenos Aires, 1999, p. 109.
22
a un sanatorio; en el trayecto: “Alguna vez durmió y en sus sueños estaba el ímpetu del
tren” (Artificios, OC I, 526).
Pero Dahlmann y Borges no sólo tienen en común un golpe en la frente. Dahlmann,
curiosamente un curioso lector, ha conseguido un ejemplar de Las mil y una noches, que
está ávido de leer, pero el accidente sólo le permite ver las ilustraciones antes de adentrarse
en sus noches insomnes, en el infierno: “Le maravillaba que [sus amigos] no supieran que
estaba en el infierno” (Artificios, OC I, 524): que había caído en el insomnio. “Dahlmann, en
el coche de plaza que los llevó, pensó que en una habitación que no fuera la suya podría, al
fin, dormir” (Artificios,
OC I,
525). No es incongruente que Dahlmann muera al final del
cuento. La asociación insomnio-infierno-muerte será una constante a lo largo de la obra de
Borges. Lo mismo que el libro de Las mil y una noches, el accidente y el insomnio, la
muerte le llega a Dahlmann sin que él tenga siquiera tiempo de pensarlo: “Las miserias
físicas y la incesante previsión de las malas noches no le habían dejado pensar en algo tan
abstracto como la muerte” (Artificios, OC I, 524-525).
La relación del insomnio con los libros tampoco es fortuita. La obsesión onírica de
Borges durante la década de los años 40 coincide con el trabajo infeliz en la biblioteca
Miguel Cané. Según María Esther Vázquez (una de sus mejores biógrafas), Borges estaba
por este empleo “humillado y resentido”. Los casi 9 años que ahí trabajó (1937-1946)
“fueron de firme infelicidad”. “La desdicha, compañera habitual en esos años, se veía
agravada por largos periodos de insomnio”, comenta Vázquez. 32
32
MARÍA ESTHER VÁZQUEZ, óp. cit., p. 156.
23
Debido a estos problemas, según James Woodall, Borges acude al psiquiatra, el
médico Miguel Kohan Miller ya aludido, en 1946. 33
Durante estos 10 o 12 años –de 1937 en adelante– aparecen “Pierre Menard autor
del Quijote”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Las ruinas circulares” y “Funes el Memorioso”
–que reunirá luego en Ficciones y el Aleph–, es decir, sus mejores cuentos.
Resulta interesante, por decir lo menos, que también sea durante esta época, la de
sus peores días de depresión según sus biógrafos, cuando comienza a tomar veronal, lo cual
de cierta manera consigna en su obra. En “El Zahir” leemos: “Esa noche tomé una pastilla
de veronal y dormí tranquilo” (El aleph, OC I, 591). En el mismo cuento, antes de llegar a la
confesión de haber tomado veronal, describe uno de tantos paseos nocturnos: “Recorrí, con
creciente velocidad, las calles y las plazas desiertas. El cansancio me dejó en una esquina”.
En el párrafo siguiente leemos: “Insomne, poseído, casi feliz”. Casualmente, el padre de
Emma Zunz muere, en otro cuento, por una sobredosis de veronal.
La última referencia al insomnio data de 1981, cuando publica en La cifra “Dos
formas del insomnio”:
¿Qué es el insomnio?
La pregunta es retórica; sé demasiado bien la respuesta.
Es temer y contar en la alta noche las duras campanadas fatales,
es ensayar con magia inútil una respiración regular, es la carga de un
cuerpo que bruscamente cambia de lado, es apretar los párpados, es un
estado parecido a la fiebre y que ciertamente no es la vigilia, es pronunciar fragmentos de párrafos leídos hace ya muchos años, es saberse
culpable de velar cuando los otros duermen, es querer hundirse en el
sueño y no poder hundirse en el sueño, es el horror de ser y de seguir
siendo, es el alba dudosa.
¿Qué es la longevidad?
Es el horror de ser en cuerpo humano cuyas facultades declinan, es un insomnio que se
mide por décadas y no con agujas de acero […] (La cifra, OC III, 299).
33
JAMES WOODALL, La vida de Jorge Luis Borges: el hombre en el espejo del libro, trad. Alberto L. Bixio,
Gedisa, Barcelona, 1998, p. 201.
24
Las referencias al insomnio, aun considerando que pueden ser exiguas, atraviesan toda la
obra borgesiana, pero éstas no constituyen de ninguna manera la única expresión de su
obsesión onírica. El insomnio crónico generó dos temas que recorrerán toda la obra: los
sueños y las pesadillas.
LOS SUEÑOS
En cuanto a los sueños, baste por ahora un poco de estadística. En 1978, Borges le dicta a
María Esther Vázquez el cuento “25 de agosto, 1983”; en él las palabras “sueño” o “soñar”
aparecen en 27 ocasiones. El argumento tiene rasgos biográficos: Borges señaló que había
querido suicidarse el 24 de agosto de 1934, cuando cumpliera 35 años; es esa misma fecha
la que elige para suicidarse en la ficción.
En La rosa profunda, La moneda de hierro, e Historia de la noche (el libro más
íntimo, según Borges), todos de poesía, existen más de 125 referencias a la palabra “sueño”
o al segundo verbo favorito de Borges: “soñar” (el primero, por supuesto, es “leer”).
Lo mismo que Borges autor, sus personajes –el ficticio Borges insomne de “El
Zahir”, que ingiere veronal para dormir tranquilo; Dahlmann, que cree conciliar el sueño en
una habitación que no es la suya– buscan dormir, buscan el sueño. Borges lo hace también
a través de sus propios personajes: la ficción es sueño. En una de Las siete noches, “La
pesadilla”, dice: “pensamos que el sueño es una obra de ficción (yo creo que lo es), y
25
posiblemente sigamos fabulando en el momento de despertarnos y cuando, después, los
contamos”.34 Los sueños son ficción, al igual que la narración de los mismos.
En el libro Borges, sus días y su tiempo, publicado por primera vez en 1984 por
María Esther Vázquez, ella le pregunta a Borges:
María Esther: ¿Y Ficciones?
Borges: No recuerdo bien los cuentos, porque confundo fácilmente Ficciones y El
Aleph, yo estaba arrebatado por esa idea del soñador soñado.
En el mismo diálogo, leemos:
—[…] Entonces durante la vigilia sigo soñando.
—Y los sueños, ¿no son válidos como tema de la literatura fantástica?
—Sí, pero generalmente el tema está dado por la interferencia entre los sueños y la
realidad. 35
Más tarde, en el mismo libro, Borges responde:
Dios sueña y cuando Dios sueña, ocurre lo mismo que cuando nosotros soñamos; es
decir, durante el día nosotros vigilamos nuestro pensamiento, impedimos que las
imágenes se crucen en nuestra mente y tomen una forma autónoma, pero luego, al
soñar, nos olvidamos, nos distraemos y esas formas empiezan a vivir por cuenta
propia. No sabemos qué soñamos, nuestra conciencia, nuestro yo, se aparta de una
zona de nuestro pensamiento y ocurren cosas que nos sorprenden y que nos aterran
aunque las soñamos nosotros. Lo mismo le habría ocurrido a Dios, Dios se habría
distraído de un punto del espacio. Ese punto habría empezado a vivir y habría seguido
viviendo hasta este momento, en que nosotros somos protagonistas del sueño de
Dios. 36
Borges vuelve a la idea de que, al soñar, nos olvidamos y siempre vivió fascinado por la
sorpresa de los sueños, por la posibilidad de los sueños dentro de ellos mismos y por las
pesadillas.
34
JORGE LUIS BORGES, Siete noches, FCE, México, 1996 [1980], p. 53. En adelante, anoto entre paréntesis y a
renglón seguido, título de la conferencia, título del libro y página.
35
MARÍA ESTHER VÁZQUEZ, Borges, sus días y su tiempo, Ediciones B, Argentina, 1984, p. 60.
36
Ibíd., p. 212.
26
LAS PESADILLAS
Las pesadillas son sueños de contenido angustiante que ocurren durante la fase “MOR” del
sueño. 37 Como se vio en el primer capítulo, los insomnes tienen mayor cantidad de sueños
y pesadillas. Aquellos que toman medicamentos para dormir padecen aún más pesadillas
cuando los suspenden. El insomnio y los medicamentos para evitarlo le provocaron a
Borges, por supuesto, innumerables pesadillas. El tema aparece a lo largo de su obra, desde
1929 hasta 1984.
Epifanía Uveda de Robledo, mejor conocida como Fani, a quien Borges llamó “su
fiel servidora” y quien trabajó para él más de 30 años, describe una pesadilla en el libro El
señor Borges:
De golpe el señor entra en la cocina y me dice: “Fani, Fani…” “Señor, qué le pasa”, le
pregunto, y grita: “Hay dos mujeres que me quieren matar”. Y entonces me tomó del
cuello. Estaba muy inquieto, no podía sostenerlo y tenía miedo de que se cayera al
piso. A los gritos estaba. De golpe se tranquilizó, como si hubiera despertado de un
sueño y lo acompañé hasta su cama. 38
Lo que Fani describe es conocido como trastorno conductual del dormir “MOR”, que se
presenta en personas mayores de 60 años, a diferencia del sonambulismo, el cual es más
frecuente en la infancia. Este trastorno del dormir de Borges quizá nunca fue diagnosticado.
Los pacientes con trastorno conductual del dormir se levantan y corren o saltan o
ejecutan conductas violentas como patear y golpear. 39
37
ARNOLDO TÉLLEZ, Trastornos del sueño, Trillas, México, 1998, p. 178.
EPIFANÍA UVEDA DE ROBLEDO, El señor Borges, Edhasa, Buenos Aires, 2004, p. 27.
39
ARNOLDO TÉLLEZ, óp. cit., p. 184.
38
27
1. CAMPOS SEMÁNTICOS: EL INSOMNIO
Hemos visto hasta aquí algunas referencias directas al padecimiento de Borges en su obra,
la mayoría autobiográficas, lo cual nos permitirá establecer, desde ahora, la íntima relación
entre la enfermedad y la ficción, incluso entre el tratamiento de esta enfermedad (el
consumo de barbitúricos) y la ficción. Las alusiones al insomnio, a la convivencia,
asimilación y la lucha contra él, no se agotan aquí. Reflexiones, frases e incluso palabras
señalan de manera indirecta, simbólica y hasta velada la constante reflexión sobre la vigilia.
Para fines de la presente investigación, organizo este tipo de referencias en tres
campos semánticos (CS) o unidades de significación: 40 el insomnio, los sueños y las
pesadillas, los cuales se corresponden, en mayor o menor medida, con el grado de
padecimiento del autor. La crítica ha estudiado estos temas por separado y ha establecido,
en la mayoría de los casos sin fundamento biográfico, los grandes temas de Borges: el
laberinto, el espejo, la inmortalidad, etc.
Así, el insomnio es aludido a través de los conceptos noche y recuerdo, pero
también, oscuridad y sombra, entre otros. El sueño, a través de vigilia, cárcel, olvido y
otros. Y las pesadillas, a través de espejo, laberinto, demonio, infierno, principalmente. En
40
Con Helena Beristáin, entendemos campo semántico, nocional y conceptual:
Corpus léxico constituido sobre una red de relaciones semánticas que se organiza en torno a un
concepto/base que es común a todos los lexemas debido a que abarca el conjunto de los semas
nucleares (los característicos de cada semema).
Por ejemplo: “carne”, “soya”, “leche”, “pan”, “huevo”, “fruta”, “verdura”, “golosina”, se organizan
en torno al semema “alimento” porque éste es un concepto-base, ya que engloba a todos los demás
pues encierra semas comunes a todos (todos son comestibles) aunque cada semema posee,
simultáneamente, otros semas que lo diferencian de los demás.
Así pues, en el campo semántico hay a la vez un campo léxico constituido por el conjunto de los
lexemas, y un campo conceptual o nocional, que es el de las ideas denotadas.
A diferencia del campo isotópico, que se desarrolla fundado en asociaciones sintagmáticas, dadas en
el habla, el campo semántico es intemporal y se basa en asociaciones dadas en la lengua, es decir, en
el sistema, a partir de una elección que para Mounin es arbitraria y se apoya en la experiencia
extralingüística. HELENA BERISTÁIN, Diccionario de retórica y poética, Porrúa, México, 8ª ed., 2001,
p. 79 [1ª ed., 1985].
28
ocasiones, estos conceptos se entrecruzan, dada la relación entre los tres campos semánticos
fundamentales.
PRIMER CAMPO SEMÁNTICO DOMINANTE:
INSOMNIO-NOCHE-RECUERDO-OLVIDO (1920-1981)
Borges, como hemos visto, nos recuerda que “recordar” significaba originalmente
‘despertar’.41 No es extraño que este verbo sea utilizado por el autor generalmente con
doble intención: traer a la memoria una cosa y despertar. En ese sentido, el olvido está
relacionado con el sueño y la memoria es propia del que está despierto; aún más: del que
está despierto durante la noche. Nuestro autor usará esta metáfora mil y una veces a lo largo
de su obra.
Tenemos así que el insomnio es el padecimiento del recuerdo (léase: memoria de
algo y también hombre despierto), que conjura al sueño y al olvido durante la noche; es,
despierto, “yacer en la tiniebla”. Se trata de un campo semántico definido, compuesto de
los cuatro conceptos: insomnio-noche-recuerdo-olvido. Son numerosas las ocasiones en que
estos conceptos aparecen unidos.
En el ya citado primer poema de Borges, “Insomnio”, leemos: “El recuerdo
enciende una lámpara” 42. Quiere decir que al despertar encenderá una lámpara, que sus
noches a esa edad serán insomnes, con la lámpara encendida. En el mismo poema dice:
41
Efectivamente, el Diccionario de la Real Academia Española recoge esta acepción:
Traer a la memoria una cosa. […] Hacer presente a alguien de que se hizo cargo o que tomó a su
cuidado. […] Dicho de una persona o de una cosa: Semejar a otra. […] Ast., León, Arg., Col., Ec.,
Méx. y R. Dom. despertar (|| dejar de dormir). Diccionario de la lengua española, Real Academia
Española, 22ª ed., Madrid, 1992.
42
JORGE LUIS BORGES, Textos recobrados 1919-1929, Emecé, Buenos Aires, 1997, p. 58. En adelante, anoto
entre paréntesis y a renglón seguido, Textos recobrados y página.
29
“Son los dientes de la oscuridad que roen las paredes”; “Me he desangrado en demasiados
ponientes”. Los ponientes representan anocheceres.
Apenas tenía 21 años y ya sufría de ese insomnio roedor, desangrante. A los 30 años
el insomnio impele a Borges a caminar por las calles de Buenos Aires para huir de “la
tiniebla”. Estas caminatas nocturnas serán muy frecuentes; a veces las hará solo, otras, con
amigos. Buscará recuerdos caminando: “Voy a buscar recuerdos a tus calles nocheras”
(Cuaderno de San Martín, 1929,
OC I,
83), advierte en “Elegía de los portones”, donde se
percibe incluso cierta envidia a los hombres que duermen; aunque no anhela despertarlos,
sino sólo penetrar en sus sueños: “mi silbido de pobre penetrará en los sueños de los
hombres que duermen”.43
Ya en 1949, según afirma el propio Borges, había perdido la cifra de los años de
insomnio; en este caso, yace simplemente acostado en la oscuridad, sin poder dormir, como
cadáver, encarcelado: “He perdido la cifra de los años que yazgo en la tiniebla”, dice en
“La escritura del dios” (El Aleph, 1949, OC I, 596). Y continúa: “yo, que en alguna vez era
joven y podía caminar por esta prisión, no hago otra cosa que aguardar en la postura de mi
muerte”.
Ante el insomnio, no puede hacer otra cosa sino recordar: “Quise recordar, en mi
sombra, todo lo que sabía. Noches enteras malgasté en recordar” (“La escritura del dios”,
El Aleph,
OC I,
596). Es conocida su envidiable memoria; recordaba poemas leídos hacía
muchos años, pero quizá se trata de algo indeseado: decir que malgastó las noches
43
Recordemos lo dicho por María Esther Vázquez, citado ya en el capítulo anterior:
Entre las tres y las cuatro de esa duermevela, que irracionalizaba la memoria, empezaba a
desesperarse y hubo noches en que se levantaba, se vestía y volvía a salir a caminar. En otras, se
quedaba quieto en la oscuridad y repetía de memoria versos a media voz. Entonces hacía apuestas
consigo mismo: Antes de terminar el poema, habré podido conciliar el sueño. MARÍA ESTHER
VÁZQUEZ, Borges, esplendor y derrota, Tusquets, Barcelona, 1996, p. 145.
30
recordando revela que él hubiera preferido dormir, esto es, olvidar. O bien, releer durante
su insomnio, pero no recordar.
La imagen del hombre que aguarda el sueño en las tinieblas de su habitación no deja
de recordarnos a una de sus creaciones más queridas: Funes, quien, como Borges, también
malgasta sus noches recordando. El cuento “Funes el memorioso” es el texto en el que el
verbo “sagrado” –recordar– aparece con más frecuencia que en ningún otro:
-Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado)
-Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada
-Recuerdo (creo) sus manos afiladas
-Recuerdo cerca de esas manos un mate
-recuerdo en la ventana de la casa
-Recuerdo claramente su voz
-Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo
-recuerdo la bombacha
-recuerdo el cigarrillo
Todos estos “recuerdos” están escritos en la primera página de sus obras completas.
El hecho de que el cuento esté narrado en primera persona, y que narrador y autor
lleven el mismo nombre, conlleva un desdoblamiento abismado: el Borges narradorpersonaje recuerda a Funes, recuerda su cara taciturna, sus manos afiladas y un mate junto a
ellas, su voz, la ventana, etc.. Recuerda, digamos, compulsivamente: el saberse recordado
por Funes instiga al Borges narrador-personaje a recordar a su vez a Funes (quien para el
momento en que el narrador recuerda ya está muerto). Y con el repetido uso del verbo
“sagrado”, obliga al lector (que no puede huir, en tanto lector) a recordar el texto: a
recordar que un Borges recuerda a un insomne Funes que, a su vez, lo recuerda todo… Lo
obliga también a recordar que el Borges autor está también condenado a los recuerdos: al
insomnio.
31
La dicha del sueño, nuevamente metaforizado como olvido, le llevará a la felicidad:
“Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el olvido” (El Aleph,
OC I,
626). Así termina su célebre cuento.
En “El otro, el mismo” leemos:
El universo de esta noche tiene la vastedad
del olvido y la precisión de la fiebre (“Insomnio”, El otro, el mismo, OC II, 237).
La noche, poseedora del universo y a la vez de la vastedad del olvido; las noches suelen ser
infinitas, universales para el insomne y, por lo tanto, en este caso se puede hacer uso de la
incesante metáfora de olvido-sueño, así, la noche tiene la vastedad del sueño, del
inalcanzable sueño:
Las fatigadas leguas incesantes del suburbio del Sur,
leguas de pampa basurera y obscena, leguas de execración
no se quieren ir del recuerdo (“Insomnio”, El otro, el mismo, 1964, OC II, 237).
Execrar, sinónimo de aborrecimiento, de condenación. El aburrimiento, la condena se
niegan a irse del recuerdo, de la vigilia.
La palabra “leguas” es usada aquí como lo hace Robert Frost en sus versos:
And miles to go before I sleep,
And miles to go before I sleep.
Borges reconoce en su Arte poética que la primera frase se trata de algo meramente físico:
las millas son millas en el espacio; y la segunda, al repetirse, nos hace entender que las
millas no sólo se refieren al espacio, sino también al tiempo, y que dormir significa morir o
descansar. 44
Es obligada la pregunta: ¿qué querrá sugerir Borges con “Leguas de execración no
se quieren ir del recuerdo” en su poema “Insomnio”? La respuesta es retórica, diría él
44
JORGE LUIS BORGES, Arte poética, Crítica, Barcelona, 2001, p. 47. En adelante, anoto entre paréntesis y a
renglón seguido, título del libro y página.
32
mismo: “Es pronunciar fragmentos de párrafos leídos hace ya muchos años” (“Dos formas
de insomnio”, La cifra, OC III, 299).
Ya tarde en su vida, en 1981, publica “La cifra”, donde, según él, hay dos formas de
insomnio, y vuelve a mencionar que una de las formas es pronunciar fragmentos de
párrafos leídos, haciendo énfasis nuevamente en la memoria durante el insomnio: “¿es o no
es el sueño que olvidé antes del alba?” (“Diecisiete haiku”, La cifra, OC III, 333).
Ya a estas alturas se puede percibir que nuestro autor juega una y otra vez con los
significados de sueño y olvido. La cita anterior se puede interpretar así: ¿Es o no el sueño
que soñé antes del alba? Recordemos: sueño es olvido. Otra lectura es que simplemente
olvidó el sueño o que confundió el sueño con la realidad, lo cual constituye otro tema
reiterativo en la obra.
Tenemos estas cuatro palabras inseparables a lo largo de la obra: “insomnio-nocherecuerdo-olvido”, las cuales forman un campo semántico que se puede clasificar como
dominante.
SEGUNDO CAMPO SEMÁNTICO DOMINANTE:
INSOMNIO-OSCURIDAD-SOMBRA
Hemos visto cómo el insomnio nocturno se relaciona con el “recordar”. Pero siendo el
insomnio una referencia constante, lo encontramos relacionado no sólo con la noche: es
“oscuridad” o “sombra”, constituyendo un segundo campo semántico dominante. Así: “En
la cóncava sombra vierten un tiempo vasto y generoso los relojes de la medianoche
magnífica, un tiempo caudaloso donde soñar halla cabida” (“Caminata”, Fervor de Buenos
Aires, 1923, OC I, 43).
33
Comienza el poema: “Olorosa como un mate curado, la noche acerca agrestes
lejanías y despeja las calles que acompañan mi soledad”. La soledad, síntoma del paciente
depresivo, es muy común en el insomne. La sombra es cóncava porque se trata de una de
sus múltiples caminatas nocturnas: “Yo soy el único espectador de esta calle” que escucha
“el silencio de los zaguanes”. Tiempo, vasto, caudaloso: tanto tiempo donde es posible
dormir, soñar. La soledad también es el terreno de Ireneo, personaje principal de “Funes el
memorioso”. Experto en insomnio, Ireneo sabía, como Borges, pasarse las horas muertas en
la oscuridad: “Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela” (Ficciones, OC I,
487).
La relación del tiempo con la soledad es bastante compleja; el que la soledad lo
alargue es sólo una de las posibilidades: “El tiempo en la oscuridad, parecía más largo”
(“Abanjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”, El Aleph, 1949, OC I, 603). Pero es posible
hablar también de ausencia del tiempo. Así, la soledad, el no-tiempo, su vastedad, serán
“juguetes” en toda la obra. Es evidente, por otra parte, cómo el tiempo alargado por la
soledad está en cierto modo determinado también por las sombras:
Acaso de mi sombra
surgen, fatales e ilusorios, los días (“Heráclito”, Elogio de la sombra, 1969, OC II, 357).
De la oscuridad-insomnio del autor surgen los días. Aquí, ya la sombra puede ser
interpretada como la noche de su insomnio o como su ceguera. “[…] y tras las noches de
insomnio, vio los cristales grises del alba” (“G.A. Burger”, Historia de la noche, 1977, OC
III,
191).
En 1955, cuando fue nombrado director de la biblioteca nacional, Borges reconoce
estar ciego; sin embargo, niega que su ceguera sea de color negro: “El blanco ha
desaparecido, o se confunde con el gris” (“La ceguera”, Las siete noches, 144).
34
Su sombra de las noches de insomnio se duplica con la ceguera. En estas últimas
citas, la de Heráclito y la de G.A. Burger, se percibe su interminable insomnio unido a su
esperada ceguera.
CAMPOS SEMÁNTICOS TEMPRANOS (1923-1935):
INSOMNIO-MIEDO-HORROR
Es de imaginar que el paciente insomne que ha pasado la noche caminando temerá la
aparición del alba, pues su llegada significa que se ha ido la oportunidad de dormir, de
soñar: “acobardado por la amenaza del alba”; “hay un instante / en que peligra
desaforadamente su ser / y es el instante estremecido del alba” (“Amanecer”, Fervor de
Buenos Aires, 1923, OC I, 38). Así, temerá también por su propio ser: “¿Qué es el insomnio?
La pregunta es retórica; sé demasiado bien la respuesta. Es temer y contar en la alta noche
las duras campanadas fatales”; “es el horror de ser y de seguir siendo, es el alba dudosa”
(“Dos formas de insomnio”, La cifra, 1981, OC III, 299).
La relación entre el insomnio y el miedo es clara y establece un campo semántico
importante por su precocidad: aparece ya en los primeros textos. No debe parecernos
extraño que el insomne novato contara las horas de la noche, temiendo que se terminara.
Dice al respecto María Esther Vázquez:
Muchos años después, ya viviendo en la calle Maipú 994, lo acompañaban las
campanadas de la torre de los ingleses en la vecina estación del retiro. Y decía: Acaba
de dar la media hora; si me he distraído y no las he contado bien, serán las cuatro y
media y no las tres y media, como supongo. Pero suponía mal, señalaba con una
sonrisa melancólica, porque pasados treinta minutos, las campanas le decían que sólo
eran las tres. 45
45
MARÍA ESTHER VÁZQUEZ, Borges, esplendor y derrota, p. 144.
35
El horror a la vigilia, convertido en “el horror de ser y seguir siendo”, engendra en muchos
insomnes, más frecuentemente que en la población normal, la idea del suicidio. He anotado
ya que Borges había decidido suicidarse el 24 de agosto de 1934, en la realidad como en la
ficción. Al respecto, escribe María Esther Vázquez:
Borges decidió suicidarse cuando cumplía treinta y cinco años, el 24 de agosto de
1934. La misma mano que escribe, puede empuñar un arma para volarse la cabeza, se
dijo que no tenía el suficiente coraje para matarse y lloró.
La mano no empuñó ningún arma, no “voló” esa cabeza que, por su parte, siguió invocando
el sacrificio: “La idea del suicidio lo persiguió por años”, agrega Vázquez. 46
INSOMNIO-ETERNIDAD
Si el insomnio, como padecimiento fisiológico, provoca la idea del suicidio ante el “horror
del ser”, como tema de reflexión provoca también una idea específica de la eternidad, en
tanto que el insomnio, como el sueño, carecen de tiempo. La relación entre el insomnio y la
eternidad aparece también tempranamente. En “Insomnio”, un texto de 1920, leemos:
“aquella etapa donde los relojes vertieron la media noche Absoluta” (Textos recobrados,
58).
Para Borges, el tiempo es el problema más importante de la metafísica. Durante los
sueños se puede desintegrar el tiempo y crear juegos imaginativos con el pasado, el
presente y el futuro; pero el sueño es lo que le está vedado.
En 1936 escribe el segundo poema “Insomnio” e “Historia de la eternidad”. En
“Insomnio” dice:
Creo esta noche en la terrible inmortalidad:
46
Ibídem.
36
ningún hombre ha muerto en el tiempo, ninguna mujer, ningún muerto,
porque esta inevitable realidad de fierro y de barro
tiene que atravesar la indiferencia de cuantos estén dormidos o muertos
–aunque se oculten en la corrupción y en los siglos–
y condenarlos a vigilia espantosa (El otro, el mismo, OC II, 238).
En su “Teoría personal de la eternidad”, incluida en Historia de la eternidad, aparecen
frases como “Su noche no tenía destino alguno; como era serena, salí a caminar y
recordar”, nuevamente una de sus caminatas insomnes, y sale a “recordar”. “Aspiré noche,
en asueto serenísimo de pensar”, “en la misma sustancia infinita de la noche” (Historia de
la eternidad, 1936,
OC I,
365), donde destaca la interminable noche, igual a todas, de los
insomnes. Borges tiene una visión de las calles, de las casas, de los barrios; es durante el
noctambulismo cuando elabora un juego con el tiempo, al definir, según él, la eternidad.
Al inicio de la “Historia de la eternidad” aparece un verso de Miguel de Unamuno;
las primeras palabras son: “Nocturno el río de las horas fluye” (el río de las horas nocturnas
del que no duerme). Este verso lo asocia con la eternidad. Más tarde describirá otra
caminata insomne: “Su noche no tenía destino alguno; como era serena, salí a caminar y a
recordar”. “Ninguna casa se animaba en la calle; la higuera oscurecía sobre la ochava; los
portoncitos –más altos que las líneas estiradas de las paredes– parecían obrados en la
misma sustancia infinita de la noche”
Termina el ensayo con “La insinuación posible de eternidad de que esa noche no me
fue avara”.
INSOMNIO-SOLEDAD
La depresión acompaña con gran frecuencia al insomne, como se vio en el primer capítulo;
él está solo en medio de la vigilia, mientras los demás duermen: “Toda la santa noche, la
37
soledad rezando su rosario de estrellas desparramadas” (“La noche de San Juan”, Fervor de
Buenos Aires, 1923, OC I, 48). El insomne, en soledad, cuenta las horas de la vigilia como
las cuentas de un rosario, pero estas cuentas están “desparramadas”. Podemos imaginar la
postura del insomne, solo, deprimido, contando las horas de la vigilia, semejante al
penitente: “si esta gran luna de mi soledad me perdona” (“Casi juicio final”, Luna de
enfrente, 1925, OC I, 69).
Es curiosa la identificación del insomne con la noche: “La noche es una fiesta larga
y sola” (“Casi juicio final”, Luna de enfrente, 1925, OC I, 69).
INSOMNIO-CÁRCEL
Introductor de o umbral hacia la intemporalidad, el insomnio no anula con el tiempo la
penitencia del insomne-penitente, sino lo sitia, lo amuralla. La ausencia del tiempo se
materializa en muros: “Estos seis muros estrechos llenos de eternidad estrecha me ahogan”
(“Insomnio”, Textos recobrados, 1920, 58).
En otro texto dice: “El silencio que habita los espejos ha forzado su cárcel”
(“Atardeceres”, Fervor de Buenos Aires, 1923, OC I, 48). En esta última cita, el silencio que
habita los espejos puede leerse como metáfora de la pesadilla que fuerza la cárcel, su
habitación. Los espejos representan, como se verá más tarde, una de las pesadillas
recurrentes. Se puede leer que una pesadilla ha forzado su cárcel.
Pero no concluyen aquí las asociaciones del insomnio; su universo abarca también
otros conceptos; veamos algunos.
38
INSOMNIO-IRA
“Ira. Anarquismo. Hambre sexual” (“Insomnio”, Textos recobrados, 1920, 59).
“En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos” (“Las
ruinas circulares”, Ficciones, 1944, OC I, 452).
INSOMNIO-ABSURDA INMORTALIDAD
“Reducción al absurdo del problema de la inmortalidad del espíritu” (“Insomnio”, Textos
recobrados, 1920, 59).
INSOMNIO-CURIOSIDAD DE LA NOCHE
“Curioso de la sombra y acobardado por la amenaza del alba” (“Amanecer”, Fervor de
Buenos Aires, 1923,
OC I,
39). Acobardado porque ha pasado la noche sin dormir y teme
que llegue el amanecer, “mientras un pájaro detiene el silencio y la noche malgastada se ha
quedado en los ojos de los ciegos”.
INSOMNIO-DIOS INSOMNE
“Pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no duerme” (“Historia de los
que soñaron”, Historia universal de la infamia, 1935,
OC I,
339). Alá es omnisciente y
eterno porque no duerme. Nuevamente, la eternidad del insomne. El círculo se cierra: el
insomnio le “recuerda” a Borges la eternidad; el insomne tiene algo de dios. Se entiende: el
39
insomne puede manipular el tiempo y jugar con esta eternidad que es el insomnio. Borges
es un dios insomne, solitario, aterrado y, por tanto, eterno.
CAMPOS SEMÁNTICOS DEL INSOMNIO DE 1944 A 1949
Estos campos semánticos son diferentes probablemente porque se ven influidos
precisamente por los cambios en el padecimiento de Borges; coinciden con la etapa más
deprimente de su vida, cuando recibe tratamiento psiquiátrico y, quizás, cuando más ingiere
veronal.
Es notoria la evolución entre los campos semánticos tempranos (sus primeras
referencias oscilan del horror a la idea del dios insomne) y los subsiguientes, que hemos
visto que son dominantes: aparece el binomio recuerdo/olvido y la asociación con la
oscuridad, incluso con la ceguera. Sin embargo, durante esta época, las referencias se
multiplican, abundan más que en cualquier otra; en sentido figurado, podríamos aventurar
que ese “dios insomne” –que vigila– ordena, manipula no sólo tiempos y espacios, sino
incluso las acciones y hasta los estados de ánimo de los personajes.
Los campos semánticos de ese lustro, además de los anotados, son: insomniolucidez intolerable; insomnio-renunciar a soñar; insomnio-vigilia de sabor atroz; insomnioinfierno; insomnio-casi felicidad; insomnio-tormento; insomnio-decúbito supino-muerte y,
por supuesto, insomnio-veronal-sueño tranquilo. Anotaré enseguida algunos ejemplos:
INSOMNIO-LUCIDEZ INTOLERABLE: “Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del
insomnio se abatió contra él” (“Las ruinas circulares”, Ficciones, 1944, OC I, 452).
40
INSOMNIO-RENUNCIAR A SOÑAR:
“Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto
continuo logró dormir un trecho razonable del día” (“Las ruinas circulares”, Ficciones,
1944, OC I, 452).
INSOMNIO-VIGILIA DE SABOR ATROZ:
“Dahlman logró dormir, pero a la madrugada estaba
despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz” (“El Sur”, Ficciones,
1944, OC I, 524).
INSOMNIO-INFIERNO:
“Dahlman los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba
que no supieran que estaba en el infierno” (“El Sur”, Ficciones, 1944,
OC I,
524). No hay
que olvidar que el personaje de Dahlman en “El Sur” es Borges durante aquellos días en el
hospital, después de su accidente.
INSOMNIO-CASI FELICIDAD: “Insomne,
poseído, casi feliz” (“El Zahir”, El Aleph, 1949, OC I,
591).
INSOMNIO-TORMENTO:
1949,
OC I,
“le dije que el insomnio me atormentaba” (“El Zahir”, El Aleph,
591). No hay duda que el insomnio atormenta, al grado de llevar a muchos
pacientes al suicidio.
INSOMNIO-DECÚBITO SUPINO-MUERTE:
“yo, que alguna vez podía caminar por esa prisión,
no hago otra cosa que aguardar en la postura de mi muerte” (“La escritura del dios”, El
Aleph, 1949,
OC I,
596). Decúbito supino es la postura común del cuerpo en un ataúd;
Borges habla de la posición del que se encuentra recostado en la prisión de su cama,
pensando, recordando: es la posición insomne.
41
INSOMNIO-VERONAL-DORMIR TRANQUILO: “Esa
noche tomé una pastilla de veronal y dormí
tranquilo” (“El Zahir”, El Aleph, 1949, OC I, 591). El insomne ha encontrado una cura para
su padecimiento: los barbitúricos, que lo alejan de la vigilia y le devuelven el sueño, la
felicidad.
Cuando se lee por primera vez “El Zahir” y se encuentra la frase “Esa noche tomé
una pastilla de veronal y dormí tranquilo”, el lector quizá no dé mayor importancia al dato.
Como médico, al conocer el padecimiento de Borges y sabiendo que el veronal altera el
sueño
MOR,
invade la duda de si Borges tomaba veronal y si las reacciones que provoca el
zahir en el texto son un reflejo de las reacciones que en el autor provocaba el veronal.
Cuando se presume que tomó veronal, sorprende la posibilidad de que su literatura, como
sus sueños, fueron influidos por el medicamento. Son dos las referencias a éste; la primera,
que acabamos de anotar, proviene de “El Zahir”. La segunda, en una etapa muy posterior,
aparece en el relato “El sueño”: “Curiosamente, una pastilla puede borrar el cosmos y erigir
el caos” (“El sueño”, La cifra, 1981, OC III, 319).
Según Fani, desde la década de los años 50 y hasta 1986, “El señor tomó pastillas
para dormir muchos años, a veces cuando se acababan las sustituía por una aspirineta”. 47
OTROS CAMPOS SEMÁNTICOS
Las referencias posteriores son semejantes; se relaciona al insomnio principalmente con el
tiempo devastado y la muerte y aparece la relación con los espejos, que constituye otro de
los grandes temas borgesianos.
47
Entrevista con Fani del 11 de diciembre de 2004.
42
INSOMNIO-ESPEJO-FATALIDAD :
multiplican el mundo como el acto
generativo, insomnes y fatales (“Los espejos”, El Hacedor, 1960, OC II, 192).
¿Cuántas veces se miró nuestro autor en los espejos durante su insomnio? En esta cita hasta
los espejos son insomnes y fatales, y multiplican el mundo como el acto germinativo.
Misma idea, escrita en inglés en la primera página de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius:
“Copulation and mirrors are abominable”.
INSOMNIO-DEVASTACIÓN DEL TIEMPO:
“El insomnio devasta los años y las millas” (“El
ingenuo”, La moneda de hierro, 1976, OC II, 137).
Esta cita nos remite al verso de Frost:
And miles to go before I sleep,
And miles to go before I sleep.
Como se vio antes, Borges dice que la primera frase significa espacio, y la segunda, tiempo.
Copia, sin duda, la idea de Frost, pero la aplica al insomnio nuevamente.
En este poema aparece otra frase: “hay pisadas humanas que han medido la luna”;
es otra forma de decir: noctambulismo, insomnio de las caminatas nocturnas.
INSOMNIO-MUERTE:
“Tenemos los casos de los suicidios, o nuestro caso cotidiano de
personas que necesitamos dormir, lo cual es una forma de muerte” (“La inmortalidad”,
Borges oral, 1979,
OC IV,
175). Esta afirmación es el reconocimiento de las ideas suicidas
de los insomnes.
43
Cita, en “La inmortalidad”, a Santo Tomás de Aquino: “La mente espontáneamente
desea ser eterna, ser para siempre”. Y comenta: “la mente desea otras cosas también, desea
muchas veces cesar”; quiere morir, dejar de pensar durante el insomnio.
Es notable la relación que existe entre los campos semánticos con algunos géneros
literarios. Con excepción del poema sobre el insomnio, escrito en 1936 y publicado en 1964
en El otro, el mismo, la mayor cantidad de campos semánticos dominantes corresponde a
los cuentos de ficción, los cuales, nada casualmente, fueron escritos durante la década del
tratamiento psiquiátrico y la ingestión de veronal.
Se debe, por otra parte, destacar que los campos semánticos tempranos están
relacionados con insomnio-noche-recuerdo-olvido e insomnio-oscuridad-sombra. Borges
sabía que durante el sueño caía en el olvido y que durante la vigilia podía recordar,
principalmente lo que había leído. Este tema se repite a lo largo de su obra, al grado que
llegó a convertirse en la ya famosa metáfora del insomnio, “Funes el memorioso”, donde el
personaje principal posee una memoria extraordinaria, debida a la ausencia de sueño.
Es necesario notar también que Borges, desde el inicio, asocia el insomnio con
oscuridad-sombra. Después volverá al tema, cuando a los 55 años quede ciego, y
relacionará entonces la oscuridad con la ceguera; aun así, escribe Elogio de la sombra,
donde leemos, en el poema “Heráclito”: “Acaso el manantial está en mí. Acaso de mi
sombra surgen fatales e ilusorios, los días”.
En ese mismo libro incluye el poema “A cierta sombra”, donde a De Quincey lo
llama “hermano de la noche”, por sus sueños y pesadillas. Borges leyó, por supuesto, el
libro de De Quincy Confesiones del comedor de opio, en el cual describe buena cantidad de
sueños anómalos. Borges vivió obsesionado y fascinado con toda clase de sueños. Por esto
mismo se hermana a De Quincy.
44
2. CAMPOS SEMÁNTICOS: LOS SUEÑOS
La mayoría de las veces los sueños de Borges nos recuerdan el insomnio, la represión del
mismo, la terquedad y la angustia. Por otra parte, vive, como muchos autores, con la idea
de que los sueños pueden ser realidad y la realidad, un sueño. En múltiples ocasiones
aparece la idea del soñador soñado: alguien en este momento nos está soñando y no somos
reales; el entorno de lo irreal, el juego entre los sueños y la realidad, el mundo comparable
al sueño, lo que creemos real, es una apariencia. Espléndida desde una perspectiva literaria,
esta obsesión se origina con el insomnio y se intensifica gracias al veronal.
Borges utiliza varios tipos de metáforas, “metáforas patrón” o metáforas “modelo”,
como él las llama. Por ejemplo, la comparación modelo, la clásica comparación entre ojos y
estrellas, o la inversa, entre estrellas y ojos. Otro caso es la imagen del tiempo que fluye,
que fluye como un río, cuando cita un verso de Tennyson: “Time flowing in the middle of
the nigth” (“El fluir del tiempo en medio de la noche”). Este verso aparecerá relacionado
siempre con las horas que pasan durante el insomnio.
En la misma conferencia utilizará otro modelo esencial de metáfora que de nuevo
tiene que ver con los sueños. Cita un verso de Walter von der Vogelweide: “Ist mir mine
leben geträumt, oder ist er war? (¿He soñado mi vida, o fue un sueño?)”. Ésa es la duda de
Von der Vogelweide, que implica, según Borges, la esencia de la vida como sueño.
Es frecuente que escoja, por supuesto, las metáforas relacionadas con los sueños. En
su conferencia “La metáfora”, publicada en Arte poética, cita a Platón: “Desearía ser la
noche para mirar tu sueño con mil ojos” (Arte poética, 45). Borges atribuye el deseo a un
amante observando a su amada desde muchos puntos a la vez, pero revela aquí, de cierta
manera, su propio deseo de “mirar”, no los sueños de la amante, sino sus propios sueños.
45
En la misma conferencia sobre la metáfora, vuelve al mismo modelo, pero ahora
con un poema de Chesterton, que traduce así: “Pero no envejeceré hasta ver surgir la
enorme noche, nube que es más grande que el mundo, monstruo hecho de ojos” (Arte
poética, 40). Alude a la emoción variable que provocan estas metáforas, aunque se trate del
mismo modelo, sin advertir quizá su propia obsesión con los sueños. La última metáfora, la
cual califica de pesadilla, introduce otro tema reiterativo en su poética.
Es fascinante que, hablando de otro modelo de metáfora (“el tiempo que fluye como
un río”), seleccione otro verso relacionado con el sueño: “El fluir del tiempo en medio de la
noche”. El tiempo no es ya un río, sino el insomnio mismo; no fluye sino en las sombras y,
podríamos decir, sigilosamente: “De noche todas las cosas son silenciosas, los hombres
duermen, pero el tiempo sigue fluyendo sin ruido” (Arte poética, 40).
Borges asevera que “La lengua no es, como el diccionario nos sugiere, un invento
de académicos y filólogos. No surge de las bibliotecas, sino de los campos, del mar, de los
ríos, de la noche, del alba” (Arte poética, 101). Vuelve, mil y una veces, a la noche y al alba
porque la lengua surge también del insomnio. Esto es particularmente cierto respecto de su
propia creación: la noche, que es la circunstancia del sueño, lo es también del insomnio:
“Cuando escribo intento ser leal a los sueños y no a las circunstancias”; “Sólo intento
transmitir el sueño. Y si el sueño es confuso (en mi caso suele serlo), no intento
embellecerlo, ni siquiera comprenderlo”; “No hay placer en contar una historia como
sucedió realmente”. Podríamos decir que en estas frases encontramos la esencia de la
literatura borgesiana, sobre todo durante esos años de infelicidad (de 1937 a 1949).
En la ya citada entrevista con María Esther Vázquez, en la década de los años 80,
Borges habla de las relaciones entre el sueño y la vigilia de manera contundente:
—¿Por qué crees que todo el mundo te pregunta por tus sueños?
46
—Porque suponen que todo lo que escribo es como un sueño, que todo lo que escribo
es irreal…
Entonces, durante la vigilia, sigo soñando. No creo que lo que escribo sea irreal,
aunque no sé qué es la realidad y qué la irrealidad”. 48
La afirmación es, paradójicamente, reveladora: “Entonces, durante la vigilia sigo soñando”.
¿Estaría bromeando Borges o confesando su patología onírica? ¿Es éste un síntoma de los
sueños lúcidos?
Es muy posible que, debido a su conocimiento de la literatura de ficción, fuese más
atractivo descubrir su propia y característica literatura fantástica en la batalla constante
entre realidad e irrealidad, entre sueño y vigilia.
Transcribo otra pregunta de María Esther Vázquez que ya he citado:
—Y los sueños, ¿no son válidos como tema de la literatura fantástica?
—Sí, pero generalmente el tema está dado por la interferencia entre los sueños y la
realidad.
—¿Y los juegos con el tiempo?
—Ése es un tema vinculado con el de los sueños”. 49
Encontramos aquí los temas más recurrentes en su obra a partir de 1930: los sueños, la
confusión entre realidad e irrealidad y el tiempo. Borges vive fascinado por el hallazgo de
que, durante los sueños, el tiempo puede ser pasado, futuro, presente, eterno o instantáneo.
Escribe ensayos donde él también juega con el tiempo: “La doctrina de los ciclos”,
“El tiempo circular”, “Avatares de la tortuga”. Textos como “El milagro secreto” podrían
tratarse de un sueño. El cuento “La otra muerte” tiene que ver con la modificación del
tiempo en una historia, realizada, al final, por el protagonista soñador. En “El otro”, de El
libro de Arena, Borges joven dialoga con Borges viejo en un juego con el tiempo. ¿Es otro
sueño?
48
49
MARÍA ESTHER VÁZQUEZ, Borges, sus días y su tiempo, p. 143.
Ibíd., p. 172.
47
Alicia Jurado, amiga y biógrafa del autor, señala que después del accidente de 1938,
cuando padeció delirios poblados de horrendas visiones, comenzó a escribir cuentos de
ficción; sin embargo, no se atreve a afirmar que exista un nexo entre el accidente y la
literatura fantástica y se limita a señalar la sucesión cronológica.50
En “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, la realidad parece una pesadilla: planeta
imaginario donde aparecen amigos reales, como Bioy Casares.
El edificio de la Biblioteca de Babel, sus galerías hexagonales, sus interminables
escaleras, es un ejemplo de laberinto, símbolo extraordinario de pesadilla, que se repite
constantemente en la obra.
En “Otras inquisiciones”, Borges se cuestiona:
¿por qué Las mil y una noches estén en el libro de Las mil y una noches, por qué Don
Quijote sea lector de El Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet?, creo haber dado con
la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser
lectores o espectadores, nosotros sus lectores y espectadores, podemos ser ficticios. 51
Ésta es, quizás, la clave más importante de la literatura de Borges.
Un mayor acercamiento a los campos semánticos relacionados con el sueño nos
permite distinguir un campo semántico dominante: sueño-vigilia.
CAMPOS SEMÁNTICOS DOMINANTES
SUEÑO-VIGILIA: (1925-1975)
“[C]omo mirar tu sueño implicado en la vigilia de mis brazos” (“Amorosa anticipación”,
Luna de enfrente, 1925, OC I, 59). Intromisión de Borges en el sueño de la amada insomne:
50
ALICIA JURADO, Genio y Figura de Jorge Luis Borges, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1997, p.
52.
51
JORGE LUIS BORGES, “Magias parciales del Quijote”, Otras inquisiciones, Alianza, Madrid, 2002, p. 79.
48
la imagina en sus brazos. Y continúa el poema con “arrojado a quietud”. ¿Será la quietud
del insomnio? “Y te veré por vez primera, quizá, como Dios ha de verte, desbaratada la
ficción del Tiempo sin el amor, sin mí”. ¿La verán Dios y Borges en los sueños o en la
muerte?
A lo largo de su literatura, nos sugiere la pregunta: ¿dónde desaparece la ficción del
tiempo? La respuesta es: en los sueños.
“Una tarde, ahora también las tardes eran tributarias del sueño” (“La ruinas
circulares”, Ficciones, 1944, OC I, 452). Tanto el día, como la tarde, así como la noche eran
tributarias del sueño. La frase “también las tardes eran tributarias del sueño” continúa con
“ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer”. Dormía 22 horas al día, sólo velaba
dos horas en el amanecer. Las ruinas circulares es un cuento donde se encuentra quizás el
juego soñador-soñado como en ningún otro: “Era (si no en la realidad, en mis sueños)
bruñido, oscuro, silencioso y veloz, y lo tripulaban árabes y malayos”.
“El estruendo del arma lo despertaba, pero siempre era un sueño y en otro sueño el
ataque se repetía y en otro sueño tenía que volver a matarlos” (“Abenjacán el Bojarí,
muerto en su laberinto”, El Aleph, 1949, OC I, 603).
SUEÑOS DENTRO DE SUEÑOS: LABERINTO DENTRO DE LABERINTO
Tratar lo real como ficticio y lo ficticio como real es un empeño en gran parte de la obra. Y
la fascinación del autor por los sueños podría explicarse, por aventurado que parezca, por el
hecho de que en verdad un paciente insomne, con o sin medicamentos hipnóticos, muchas
veces confunde la realidad con el sueño, con la ficción. A esto se le denomina “sueños
49
lúcidos”, y todo parece indicar que Borges los padeció constantemente; aún más, es muy
probable que incluso los haya disfrutado.
“Con una seña les pidió que esperaran y se dio vuelta contra la pared, como si
retomara el sueño” (“La espera”, El Aleph, 1949, OC I, 610).
“Un hombre en la vigilia piensa bien de otro y confía en él, plenamente, pero lo
inquietan sueños en que ese amigo obra como enemigo mortal. Se revela al fin, que el
carácter soñado era el verdadero. Los sueños tenían razón” (“La espera”, El Aleph, 1949,
OC I,
610).
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar […] (“Arte poética”, El Hacedor, 1960, OC II, 221).
[…] un sopor que la vigilia dora
de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra (“El sueño”, El otro, el mismo, 1964, OC II, 318).
“Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el
soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no” (“El otro”, El libro de arena, 1975, OC
III,
12).
“El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que
pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormentaba el recuerdo”
(“El otro”, El libro de arena, 1975, OC III, 16).
“Seré todos o nadie. Seré el otro que sin saberlo soy, el que ha mirado ese otro
sueño, mi vigilia” (“El sueño”, La rosa profunda, 1975, OC III, 81).
Como bien lo señala Alicia Jurado en su libro Genio y figura, el interés del autor por
el tema realidad-irrealidad no sólo está influido, como se ha visto, por los problemas del
insomnio, sino por filosofías y obras que fueron adoptadas por nuestro autor, quien
admiraba el budismo mahayánico, que reduce la realidad a diferentes estados de la
50
conciencia; o las ideas de Hume y Shopenhauer, según las cuales el mundo es una actividad
de la mente; o las del argentino Macedonio Fernández, quien negaba la existencia de un
mundo objetivo, así como la del sujeto que la percibe.
La preponderancia del campo semántico sueño-vigilia no impide la referencia a
otros campos semánticos, si bien no tan frecuentes, no menos importantes en la
comprensión de la literatura borgesiana. Hemos visto ya la asociación del sueño con el
olvido. Otras asociaciones, casi lógicas, son el otro (“el que sueña”) y los sueños vívidos, el
placer, la oscuridad (la noche es el tiempo del sueño). Pero sueño sigue siendo el núcleo de
términos tan aparentemente inconexos como cárcel, eco, espejo y aun otros que ya
implican una reflexión sobre la belleza y la verdad. No es casual, por otra parte, que la
multiplicación de los campos semánticos sea posterior a las severas crisis de insomnio,
cuando la ingestión de veronal se ha convertido en un hábito.
CAMPOS SEMÁNTICOS TARDÍOS
SUEÑO-CÁRCEL: “Crecen
los muros de su cárcel, como un sueño atroz” (“El amenazado”, El
oro de los tigres, 1972, OC II, 483).
[…] Eres el dueño
de un ámbito cerrado, como un sueño (“A un gato”, El oro de los tigres, 1972, OC II,
511).
“Lo he soñado en esta casa entre paredes y puertas” (“Milonga del muerto”, Los
conjurados, 1985,
OC III,
493). Como se ha visto con el insomnio, lo relacionado con la
habitación y el tiempo que pasaba en la cama Borges, lo considera un encierro, una cárcel.
51
Es fácil imaginar a un insomne en su habitación dando vueltas en la cama, pero es difícil
imaginar a un ciego insomne, incapaz de salir.
SUEÑO-OSCURIDAD:
OC I,
“Somos las sombras de un sueño” (“La otra muerte”, El Aleph, 1949,
574)
SUEÑO-OLVIDO: “a
la región del sueño, inaccesible a la memoria humana” (“El sueño”, La
rosa profunda, 1975,
OC III,
81). Durante las largas horas de insomnio, lo que mejor hacía
nuestro autor era usar la memoria; cuando dormía, olvidaba; quizá también deseaba
recordar durante el sueño.
SUEÑO-SER DE LA PERSONA: “Soy
de la noche, 1977,
OC III,
acaso el que eres en el sueño” (“The thing I am”, Historia
196). Aquí aparece nuevamente “el otro”, que puede ser el que
sueña o el despierto.
SUEÑO-PLACER:
“Si no hubiera sueño, sería intolerable vivir, no seríamos dueños del
placer” (“El tiempo”, Borges oral, 1979, OC IV, 200).
SUEÑO-ACTIVIDAD ESTÉTICA:
“Los sueños son la actividad estética más antigua” (“La
pesadilla”, Las siete noches, 1980, 53).
SUEÑOS VÍVIDOS-BORGES: “Hay
personas que tienen sueños débiles, inseguros. Mis sueños
son muy vívidos” (“La pesadilla”, Las siete noches, 47). Los insomnes tienen sueños
lúcidos, confunden la realidad con el sueño.
SUEÑO-ECO-ESPEJO: “ha
soñado esos dos curvosos hermanos, el eco y el espejo” (“Alguien
sueña”, Los conjurados, 1985, OC IV, 467). La admiración por lo infinito, el espejo y el eco.
52
SUEÑO-VERDAD:
“Dios les permite a los hombres soñar cosas que son ciertas” (“Milonga
del muerto”, Los conjurados, 1985, OC IV, 493).
Como se puede observar, los cuentos escritos en la década de los años 40, incluidos
en los libros Ficciones y El Aleph, reflejan con claridad el periodo en el cual Borges
padeció más el insomnio. Su obsesión por los sueños coincide, además, con los años de
tratamiento psiquiátrico. Más que otros, los cuentos de Ficciones prodigan imágenes de
sueños, laberintos y espejos.
CAMPOS SEMÁNTICOS DE 1944
En 1944 aparecen diversos campos semánticos: sueño-vigilia, sueño-eternidad, sueñoobligación, sueño-caos, sueño-materia incoherente, sueño-desierto viscoso, soñar un
corazón que late y sueño-lucidez. Es en 1940 cuando inician los diez peores años de Borges
con los sueños y con el insomnio. En 1942 escribe “Funes el memorioso” y en su libro
Ficciones aparecen sus cuentos más célebres: “Las ruinas circulares”, “Tlön, Uqbar, Orbis
Tertius”, “La biblioteca de Babel”, “El jardín de los senderos que se bifurcan”, “El Sur”. En
estos cuentos se muestra con mayor claridad su obsesión onírica: la historia del soñador
soñado de “Las ruinas”; la biblioteca de Babel, que no es otra cosa que un laberinto;
“Tlön”, un sueño fuera de este mundo; “El jardín”, donde aparecen laberintos y Las mil y
una noches; “El Sur”, la narración de su accidente, que se liga con los problemas del
dormir.
No es de sorprender que el campo semántico dominante en los textos de 1944 sea
sueño-vigilia. Uno de los mejores ejemplos es esta frase: “era (si no en la realidad, en mi
53
sueño)”. De ahí que se multipliquen las alusiones a los sueños vívidos, es decir, a la
confusión de la realidad con los sueños, lo cual proviene, en el aspecto orgánico, del
consumo de hipnóticos (el veronal). Sin embargo, los sueños, a diferencia del insomnio,
son una construcción más literaria que biográfica. Veamos algunos ejemplos. En “Las
ruinas circulares” leemos: “Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad
minuciosa e imponerlo a la realidad” (Ficciones, 1944,
OC I,
451). Y más adelante: “Sabía
que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la media noche lo despertó el grito
inconsolable de un pájaro” (Ficciones, OC I, 451). También: “Una tarde (ahora también las
tardes eran tributarias del sueño […])” (Ficciones, OC I, 452). Y en “La cierva blanca”: “me
dejaron soñarte pero no ser tu dueño” (La rosa profunda, OC III, 115).
Borges alimenta su fascinación por los sueños a través de la lectura. Un buen
ejemplo, ya referido, es la cita que atribuye a Platón: “Desearía ser la noche para mirar tu
sueño con mil ojos” (Arte poética, 40).
Vía el insomnio crónico, la escritura y la lectura, Borges se nos muestra fascinado
con el doble papel de productor y observador de sus propios sueños. Por ello llama la
atención que la crítica no haya establecido ninguna relación sólida entre sus padecimientos,
el uso de hipnóticos y su actividad literaria. En mi opinión, la poética borgesiana está
anclada al universo onírico del autor, a los estados de alucinación, a la indefinición
placentera (al menos para él) entre conciencia e inconciencia, entre vigilia y sueño,
indefinición que, desde mi perspectiva, es medio y fin de lo mejor de su obra.
54
3. CAMPOS SEMÁNTICOS: LAS PESADILLAS
CAMPOS SEMÁNTICOS DOMINANTES (1929-1981):
Es bien conocida la confesión de Borges respecto a que padeció pesadillas repetitivas:
Entremos en la pesadilla, en las pesadillas. Las mías son siempre las mismas. Yo diría
que tengo dos pesadillas que pueden confundirse. Tengo la pesadilla del laberinto […].
Mi otra pesadilla es la del espejo. No son distintas ya que bastan dos espejos opuestos
para construir un laberinto. Siempre sueño con laberintos y con espejos (“La
pesadilla”, Siete noches, 43).
Son precisamente estas dos imágenes las que constituyen los campos semánticos
dominantes de las pesadillas literarias. Alicia Jurado documenta la relación entre los
espejos de las pesadillas y los espejos reales que Borges tenía en su dormitorio:
Los espejos obsesionaron su niñez. En el dormitorio, tenía un ropero con espejos donde
se reflejaba su propia imagen desde la cama. Quedarse solo a la hora de dormir, con el
espejo, fue un suplicio cotidiano; aquel mundo que se apagaba con la luz, pero quizás
no desaparecía del todo, lo acechaba desde el ropero como una amenaza continua. 52
El mismo Borges declararía también el miedo que le producían en la infancia estos espejos:
Es cierto, se trataba de mi cama y de un armario grande… Esos muebles eran un poco
Speculum in aenigmate, eran espejos oscuros. Allí estaba la cama de caoba y además
ese armario con tres espejos. Entonces, me veía multiplicado, digamos cuatro veces,
porque también me veía un poco a mí mismo reflejado en el espaldar de la cama […].
Después había un libro que también me causaba miedo, sobre todo las ilustraciones. 53
Veamos algunas referencias a las pesadillas:
“Los espejos y la paternidad son abominables, porque la multiplican y afirman” (“El
tintorero enmascarado Hákim de Merv”, Historia universal de la infamia, 1935, OC I, 327).
“Desde el fondo del remoto corredor, el espejo nos acechaba” (“Tlön, Uqbar, Orbis
Tertius”, Ficciones, 1944, OC I, 431).
52
53
ALICIA JURADO, óp. cit., p. 34.
JORGE LUIS BORGES, Borges A/Z, La biblioteca de Babel, Ediciones Siruela, Madrid, 1991, p. 175.
55
“Los espejos tienen algo monstruoso” (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Ficciones,
1944, OC I, 431).
“[E]n el fondo ilusorio de los espejos” (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Ficciones,
1944, OC I, 433).
“[M]e vestí sin ruido, me dije adiós en el espejo” (“El jardín de los senderos que se
bifurcan”, Ficciones, 1944, OC I, 473).
“Yo conocí de chico ese horror de una duplicación o multiplicación espectral de la
realidad, pero ante los grandes espejos. […] Uno de mis insistidos ruegos a Dios y al ángel
de mi guarda era el de no soñar con espejos” (“Los espejos velados”, El Hacedor, 1960, OC
II,
164).
Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos (“Los espejos”, El Hacedor, 1960, OC II, 192).
Dios ha creado las noches que se arman
de sueños y las formas del espejo
para que el hombre sienta que es reflejo
y vanidad. Por eso nos alarman (“Los espejos”, El Hacedor, 1960, OC II, 193).
¿Por qué persistes incesante espejo?
¿Por qué duplicas, misterioso hermano
el menor movimiento de mi mano?
¿Por qué en la sombra el súbito reflejo? (“Al espejo”, El oro de los tigres, 1972, OC II,
510).
“Puede ser un espejo con mi rostro distinto, puede ser la creciente cárcel de un laberinto,
puede ser un jardín. Siempre es la pesadilla” (“Efialtes”, La rosa profunda, 1975,
OC III,
113).
¿De qué apagado espejo, de qué nave
56
de los mares que fueron su aventura,
habrá surgido el hombre gris y grave
que me impone su antaño y su amargura? (“La pesadilla”, La moneda de hierro, 1976,
OC III,, 126).
“Yo, de niño temía que el espejo me mostrara otra cara o una ciega máscara impersonal que
ocultaría algo sin duda atroz” (“El espejo”, Historia de la noche, 1977, OC III, 193).
“Yo temo ahora que el espejo encierre el verdadero rostro de mi alma, lastimada de
sombras y de culpas” (“El espejo”, Historia de la noche, 1977, OC III, 193).
“Está solo y no hay nadie en el espejo” (“Un sábado”, Historia de la noche, 1977,
OC III,
198).
“El rostro del suicida en el espejo” (“Las causas”, Historia de la noche, 1977, OC III,
199).
“Me veo reflejado en un espejo, pero me veo reflejado con una máscara. Tengo
miedo de arrancar la máscara porque tengo miedo de ver mi verdadero rostro, que imagino
atroz” (“La pesadilla”, Las siete noches, 44).
“En el espejo hay otro que acecha” (“La dicha”, La cifra, 1981, OC III, 306).
PESADILLA-LABERINTO
“Tlön será un laberinto pero un laberinto urdido por hombres” (“Tlön, Uqbar, Orbis
Tertius”, Ficciones, 1944, OC I, 442).
“Pensé en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarca el
pasado y el porvenir” (“El jardín de los senderos que se bifurcan”, Ficciones, 1944,
OC I,
475).
57
“[I]nsoportablemente soñé con el exiguo y nítido laberinto” (“El inmortal”, El
Aleph, 1949, OC I, 535).
“[D]e la ciega región de negros laberintos entretejidos a la resplandeciente Ciudad”
(“El inmortal”, El Aleph, 1949, OC I, 537).
“Yo había cruzado un laberinto, pero la nítida Ciudad de los Inmortales me
atemorizó y repugnó. Un laberinto es una cosa labrada para confundir a los hombres” (“El
Inmortal”, El Aleph, 1949, OC I, 538).
“Del incansable laberinto de sueños yo regresé como a mi casa como a la dura
prisión” (“La escritura de Dios”, El Aleph, 1949, OC I, 598).
“[L]os amigos hicieron noche en el laberinto” (“Abenjacán el Bojarí, muerto en su
laberinto”, El Aleph, 1949, OC I, 604).
“El minotauro justifica con creces la existencia del laberinto. Nadie dirá lo mismo
de una amenaza percibida en un sueño” (“Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”, El
Aleph, 1949, OC I, 605).
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez (“Poema conjetural”, El otro, el mismo, 1964, OC II, 245).
“[E]l sueño se disgrega en otro sueño y ése en otro y otros, que entretejen ociosos un ocioso
laberinto” (“Metáforas de las mil y una noches”, Historia de la noche, 1977, OC III, 170).
“[D]espués de haber pasado por esa zona de sombras, por esos laberintos de sueños”
(“La pesadilla”, Siete noches, 35-36).
“[A]quí la memoria del tiempo y los laberintos del tiempo, aquí el error y la verdad”
(“Al adquirir una enciclopedia”, La cifra, 1981, OC III, 297).
58
“Cada noche la misma pesadilla, cada noche el rigor del laberinto” (“Eclesiastés, 1,
9”, La cifra, 1981, OC III, 298).
Sería ingenuo creer que en las pesadillas de Borges sólo aparecían espejos y
laberintos. Seguramente sus sueños se poblaban de muchos otros objetos, monstruos y
animales. Lo que aquí importa no es una relación de sus pesadillas, sino que de ellas
proceden estos temas, que se volvieron recurrentes a lo largo de la obra. Habla de “los
laberintos del sueño”, del “furioso laberinto de los ejércitos”, del “laberinto múltiple de
pasos” que dibuja un hombre durante su vida; se afirma que el mundo de Hume es “un
laberinto infatigable, un caos, un sueño”, que el poema de Ariosto es un “resplandeciente
laberinto” y que Valery “ilustremente personifica los laberintos del espíritu”. También
aparece el laberinto en sus cuentos. La biblioteca de Babel es un laberinto y afirma que
“Tlön es un laberinto, pero un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo
descifren los hombres”. 54
En El Hacedor leemos:
hoy, al cabo de tantos y perplejos
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos (El hacedor, 1960, OC II, 192).
Y en La biblioteca de Babel:
¡Ah, los laberintos! ¡Ah, los símbolos! Al final de cada año me hago una promesa: el
año próximo renunciaré a los laberintos, a los tigres, a los cuchillos, a los espejos. Pero
no hay nada que hacer, es algo más fuerte que yo. Comienzo a escribir y, de golpe, he
aquí que surge un laberinto, que un tigre cruza la página, que un cuchillo brilla, que un
espejo refleja una imagen. 55
Borges reconoce en el párrafo anterior que los temas mencionados se repiten
constantemente en la obra, pero no afirma que sean necesariamente pesadillas; son
54
55
ALICIA JURADO, óp. cit., p. 117.
JORGE LUIS BORGES, Borges A/Z, La biblioteca de Babel, p. 252.
59
obsesiones. Sin embargo, no se puede descartar la posibilidad que, a consecuencia del uso
de hipnóticos debido al insomnio, las pesadillas ocurrieran con mayor frecuencia.
Pocas imágenes aparecen con tanta insistencia en su obra como la del laberinto y los
espejos.
CAMPOS SEMÁNTICOS TEMPRANOS
PESADILLA-LUCIDEZ:
“Barrio con lucidez de pesadilla al pie de los otros, tus espejos curvos
denuncian el lado de fealdad de las caras” (“El paseo de julio”, Cuaderno de San Martín,
1929, OC I, 95).
PESADILLA-VIGILIA ETERNA:
“Esta vigilia sin destino será mi eternidad. Entonces desperté
temblando” (“La duración del infierno”, Discusión, 1930, OC I, 238).
PESADILLA-HORROR-DEFORMACIÓN.
“Una deformación que sólo el horror de una pesadilla
pudo parir” (“Una vindicación de la cábala”, Discusión, 1932, OC I, 210).
CAMPOS SEMÁNTICOS TARDÍOS
PESADILLA-CABALLO-MUERTE:
Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas
[…].
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos
se ciernen sobre mí… […] (“Poema conjetural”, El otro, el mismo, 1964, OC II, 245246).
60
“[U]n gran caballo blanco de ojos dormidos parece llenar la mañana” (“El caballo”,
Historia de la noche, 1977, OC III, 187).
“Llegamos ahora a la palabra más sabia y ambigua, el nombre inglés de la pesadilla:
the nightmare, que significa para nosotros: ‘la yegua de la noche’ ” (“La pesadilla”, Las
siete noches, 42).
Borges se regocija con este juego de palabras, nightmare o la yegua de la noche;
Märchen o ficción y, a su vez, nightmare como ficción de la noche. Cuando escribe: “Pisan
mis pies la sombra de las lanzas que me buscan. Las befas de mi muerte, los jinetes, las
crines, los caballos”, lo que nos dice es que tiene una pesadilla, una ficción de la noche.
Otro ejemplo de metáfora de pesadilla es como arriba se cita: “un gran caballo blanco de
ojos dormidos parece llenar la mañana”. Tal es la manera de operar de los campos
semánticos creados por el autor a lo largo de su obra.
PESADILLA-DEMONIO-MUERTE:
Sé que en las sombras hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte (“El laberinto”, Elogio de la sombra, 1969, OC
II, 365).
“En griego la palabra para pesadilla es efialtes: Efialtes es el demonio que inspira la
pesadilla” (“La pesadilla”, Las siete noches, 1981, 41).
“¿Y si las pesadillas fueran grietas del infierno? ¿Si en las pesadillas estuviéramos
literalmente en el infierno? ¿Por qué no?” (“La pesadilla”, Las siete noches, 1980, 54).
“Loada sea la pesadilla, que nos revela que podemos crear el infierno” (“La dicha”,
La cifra, 1981, OC III, 306).
61
Estas últimas citas, pese a su nivel simbólico, pueden leerse como consolación
literaria de los males del organismo.
OTROS CAMPOS SEMÁNTICOS
PESADILLA-UNIVERSO:
No habrá nunca una puerta. Estás dentro
y el alcázar abarca el universo (“Laberinto”, Elogio de la sombra, 1969, OC II, 364).
SOÑADOR DE PESADILLAS (CARLYLE):
“El influjo de Richter es evidente, pero éste no fue
más que un soñador de sueños tranquilos y no pocas veces tediosos, y Carlyle fue un
soñador de pesadillas” (“Thomas Carlyle, Sartor Resartus”, Prólogo de prólogos, 1975, OC
IV,
35).
“Tres comprobaciones no invalidan la sinceridad de Carlyle. Nadie ha sentido con él
que este mundo es irreal (irreal como las pesadillas y atroz)” (“Thomas Carlyle de los
héroes. Ralph. Waldo Emerson. Hombres representativos”, Prólogos con prólogo de
prólogos, 1975, OC IV, 39).
PESADILLA-FICCIÓN-NOCHE:
“Hay otra interpretación que puede servirnos y que haría que
esa palabra inglesa nightmare estuviese relacionada con Märchen, en alemán. Märchen
quiere decir fábula, cuento de hadas, ficción; luego nightmare sería la ficción de la noche”
(“La pesadilla”, Las siete noches, 1980, 42).
PESADILLA-DUALIDAD-HORROR:
“Esa dualidad corresponde al horror del sueño” (“La
pesadilla”, Las siete noches, 1980, 53).
62
PESADILLA-DELEITE-PARAÍSO:
“nightmares of delight, pesadillas de deleite, ese oxímoron
más o menos define el citado Paraíso” (“La última sonrisa de Beatriz”, Nueve ensayos
dantescos, 1982, OC IV, 371).
PESADILLA (SABOR)-DESPERTAR: “En
aquel preciso momento sentí el inconfundible sabor de
la pesadilla y me desperté” (“Una pesadilla”, Atlas, 1984, OC IV, 427).
El tema de las pesadillas se encuentra diseminado por toda la obra de Borges, sin
embargo, los campos semánticos dominantes aparecen principalmente, como los sueños y
el insomnio, en los cuentos de Ficciones y El Aleph. No obstante, a diferencia del
insomnio, su poesía se ve más influida por las pesadillas y los sueños. En 1977 publica
“Historia de la noche”, según él, su libro más íntimo, quizá porque prodiga su obsesión por
dormir y soñar.
Las pesadillas de Borges son más metafóricas que el insomnio e incluso que los
sueños. Una de las seis conferencias publicadas en 2001, “La Metáfora”, muestra su
preferencia por sus textos relacionados con las pesadillas. Cita a Chesterton con un poema
llamado “Segunda niñez”: “Pero no envejeceré hasta ver surgir la enorme noche, nube que
es más grande que el mundo, monstruo hecho ojos” (Arte poética, 41). Sentimos, dice
Borges, “una especie de divina indiferencia hacia las cosas humanas y la noche se convierte
en pesadilla” (Arte poética, 41).
Las metáforas de las pesadillas ayudan a Borges a construir dos de sus temas más
queridos y más estudiados por la crítica: el espejo y el laberinto; también le permiten la
elaboración de imágenes metafóricas importantes (caballo, noche, demonio, infierno),
aunque hay que hacer notar que el espejo, como el laberinto, tiene un fondo biográfico más
63
que literario: “Tengo la pesadilla del laberinto y esto se debe, en parte, a un grabado en
acero que vi en un libro en francés cuando era chico” (“La pesadilla”, Las siete noches, 43).
***
Hago notar que, habiendo puesto énfasis en la recurrencia de campos semánticos
relacionados con el insomnio y con los sueños en la primera parte de la década de los años
40, sólo aparecen cuatro referencias al campo semántico dominante pesadilla-espejo en
1944 y sólo dos a pesadilla-laberinto durante el mismo año. Borges reconoce que tiene
miedo a los espejos desde niño y al laberinto que vio en un grabado de un libro en francés.
Desde su accidente, en 1938, es posible que haya recibido hipnóticos en el hospital. En esta
época, de acuerdo con la gran mayoría de sus biógrafos, es cuando sufre de depresión e
infelicidad a causa de la muerte de su padre y de su infeliz trabajo. La primera consulta con
el psiquiatra fue en 1946. Sabemos que el veronal produce sueños lúcidos (confusión entre
realidad y sueño) y que al suspenderse el medicamento aumentan las pesadillas y el
insomnio. Lo que no es posible saber es cuándo empezó a tomarlo. En 1944 escribe sus
mejores cuentos, en los cuales, sintomáticamente, imbrica realidad y sueño. ¿No será esta
fecha un indicio de ingestión del veronal? De ser así, estaríamos ante un proceso inverso,
pues hasta aquí he intentado observar la obra a partir del insomnio y ahora es la obra misma
la que nos guía hacia la ausencia de sueño. Borges, según cité, resolvió durante un tiempo
sus problemas de sueño con la escritura de “Funes el memorioso”. Así entonces, podría
conjeturarse que los libros Ficciones y el Aleph son también una inquisición del insomnio,
incluso una terapéutica. Por otra parte, la escasez de alusiones a las pesadillas durante 1944
64
y su abundancia sobre todo en la etapa final de su obra podrían explicarse por el hecho de
que las pesadillas presentan mayor elaboración literaria, dado que se hallan en clave
metafórica. Dicho de otro modo: en el tema del insomnio la dimensión somática está más
presente; en las pesadillas, la dimensión literaria y su correspondiente intertextualidad; en
los sueños, cuerpo y literatura son sometidos a una experimentación en la que escritura y
terapéutica confunden sus límites. A este respecto es curioso observar que en 1944 Borges
había recorrido la mitad del camino de su vida (recuérdese el inicio de La divina comedia)
y que, en términos de la presente investigación, se encontraba inmerso en los sueños,
después de tantos años de insomnio corporal y antes de innumerables pesadillas
metafóricas.
En el plano de las ideas, Borges encuentra en los sueños la ausencia del tiempo; crea
diversidad de imágenes a partir de la circularidad del tiempo, el sueño-eternidad, la
ficcionalización de la realidad. Aborda en múltiples ocasiones el modelo esencial de la
metáfora, el de la vida como sueño, esa sensación de que nuestra vida es un sueño. En su
conferencia sobre la metáfora se atreve a cuestionar un verso de Shakespeare: “Estamos
hechos de la misma materia de los sueños”. Borges afirma que nosotros, siendo reales en un
sueño, no podemos serlo si somos soñadores de sueños. Ahí mismo menciona su creencia
de que, en algún sitio, Homero habla del “sueño de hierro de la muerte”. Homero nos
propone así dos ideas opuestas: la muerte es una especie de sueño, pero esa especie de
sueño está hecha de un metal duro, inexorable y cruel, el hierro. Es un dormir perpetuo e
inquebrantable. Este hierro de Homero nos remonta al poema del Insomnio de Borges: “De
fierro / de encorvados tirantes de enorme fierro tiene que ser la noche”. Si atendemos a los
campos semánticos establecidos, en estos versos, como pocos, cuerpo, metáfora y mundo
onírico son indivisibles al momento de expresar el sufrimiento de su hacedor.
65
CAPÍTULO III:
TRES CUENTOS
66
“FUNES EL MEMORIOSO” (INSOMNIO)
Hemos visto que el padecimiento del insomnio, uno de los trastornos del sueño que sufrió
Borges, determinó en gran medida los temas de sus cuentos. “Funes el memorioso” es el
relato que más ilustra el caso. Borges se refiere a él como “una metáfora del insomnio”, 56
afirmación que puede resultar poco convincente si no se toma en cuenta la relación
insomnio-memoria: el insomne se ve condenado a recordar durante la vigilia.
Analizando los campos semánticos relacionados con el insomnio en este cuento,
podremos observar que, por un lado, la memoria de Funes aparece en un ambiente
predominantemente nocturno: está rodeada de oscuridad, de sombras; no es casual que el
diálogo con Funes, único argumento del relato, transcurra durante la noche. Por otro lado,
es una memoria, un recordar, que expulsa permanentemente el sueño (“Le era muy difícil
dormir”, 490).57 El insomne aparece en general inmóvil y su principal acción es hablar –ni
siquiera pensar. La memoria equivale, entonces, en varios sentidos, al insomnio.
En el suplemento dominical, El Día, de La Plata, Borges afirma:
Cuando yo escribí Funes el memorioso, lo escribí como una especie de larga metáfora
del insomnio, porque yo sufría mucho insomnio entonces. Imaginé lo que sería un
hombre que no pudiera olvidarse de nada y no podría dormir. Todo eso salió porque
en casa usamos todavía la frase recordarse por despertarse. Es una linda expresión,
¿no?
56
JORGE LUIS BORGES, El Día, La Plata, 13 de mayo de 1973, p. 4.
Igual que en los capítulos anteriores, uso la edición de las obras completas de Emecé. Para abreviar las
referencias, cuando se trate del cuento “Funes el memorioso”, anoto sólo el número de página de dicha
edición a renglón seguido y entre paréntesis. Cuando se trata de otros textos, sigo el mismo criterio usado
hasta aquí: título del texto, volumen de las obras completas y página.
57
67
Porque uno está dormido y uno no se recuerda o uno no sabe quién es y luego de golpe
se despierta y comprueba tristemente que uno es Fulano de Tal, con tal pasado, con tal
día que lo espera, con tales zozobras, etcétera”. 58
Funes impone su obsesión al narrador y éste a quienes sobreviven al memorioso (“Me
parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él”, 485)
y, por extensión, a sus propios lectores, en quienes la memoria se inmortaliza: “Pensé que
cada una de mis palabras […] perduraría en su implacable memoria”, dice el narrador; y
antes: “tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales” (490).
Los campos semánticos por medio de los cuales analizaré el cuento “Funes el
memorioso”, que ya han sido planteados en el capítulo anterior, son dos campos
dominantes:
INSOMNIO-NOCHE-RECUERDO-OLVIDO
e
INSOMNIO-OSCURIDAD-SOMBRA;
y uno
de los campos semánticos catalogados como menores: INSOMNIO-CÁRCEL.
Comenzaré por los campos semánticos dominantes, que me parecen más ricos, y
concluiré con el campo menor.
58
JORGE LUIS BORGES, El Día, La Plata, 13 de mayo de 1973, p. 4. El verbo “recordar” con significado de
‘despertarse’ nos conduce hasta el célebre poema que, a mediados del siglo XV, compuso Jorge Manrique,
“Coplas por la muerte de su padre”:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida;
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.
JORGE MANRIQUE, “[Coplas] de don Jorge Manrique por la muerte de su padre”, Poesía, ed. de Jesús-Manuel
Alda Tesán, México, Rei, 1992, p. 148.
68
INSOMNIO-NOCHE-RECUERDO-OLVIDO
Jorge Luis Borges publicó por primera vez “Funes el memorioso” en La nación el 7 de
junio de 1942. Antes había publicado: Fervor de Buenos Aires (1923); Luna de enfrente
(1925); Cuaderno de San Martín (1929); Evaristo Carriego (1930); Discusión (1932) e
Historia universal de la infamia (1935). También otros cuentos como “Pierre Menard, autor
del Quijote”, en mayo de 1939.
Además: en 1940, Antología de la literatura fantástica y los cuentos “Tlön, Uqbar,
Orbis Tertius” y “Las ruinas circulares”; y en 1941, “El jardín de senderos que se bifurcan”,
“La lotería de Babilonia”, “La biblioteca de Babel” y “Examen de la obra de Herbert
Quain”.
“Funes el memorioso” cuenta la historia de un joven uruguayo –Ireneo Funes– cuya
memoria se vuelve prodigiosa luego de haber sufrido la caída de un caballo. El narrador lo
describe como un joven aindiado. Es hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina
Funes; algunos dicen que su padre era un médico del saladero (lugar utilizado para
preservar la carne), un inglés O’Connor, y otros, un domador o rastreador del departamento
del Salto (región frente a Buenos Aires): “Agregó que era hijo de una planchadora del
pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del
saladero, un inglés O’Connor” (486).
Lo describe también de cara taciturna y singularmente remota; de voz alta, burlona,
pausada, resentida y nasal del orillero antiguo; con bombachas y alpargatas; fumador,
bebedor de mate, pobre, infeliz, solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme,
sabedor de cómo pasarse las horas muertas sin encender vela, eterno prisionero, absorto en
la contemplación de un gajo de santonina, un compadrito de Fray Bentos con ciertas
69
incurables limitaciones: “Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el
duro rostro”; “pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos”
(485); “Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno
prisionero” (486).
El relato está contado en primera persona por un narrador-personaje cuyo nombre
no se menciona, y que podemos identificar con el Borges autor gracias a ciertas referencias
biográficas que asociamos con el cuentista: es argentino (“Mi deplorable condición de
argentino”, 485); es un literato (“Literato, cajetilla, porteño; […] me consta que yo
representaba para él esas desventuras”, 485); tiene un primo de apellido Haedo, hijo de un
Gregorio Haedo, nombre del tío real del Borges real, quien, lo mismo que el ficticio, estuvo
en “la valerosa jornada de Ituzaingó”; el padre del narrador muere un 14 de febrero, la
misma fecha en que muere el padre del Borges real (pero en 1939). Sin embargo, es
imposible que se trate de un hecho autobiográfico debido a que los años citados en el
cuento (1884-1887) no concuerdan con los años en que Borges era joven (en adelante, me
referiré al narrador del cuento como “narrador” y reservo el nombre Borges para el autor
real).
Hago notar, desde ahora, que en “Funes el memorioso” no se menciona la palabra
“insomnio” (tampoco aparecen el término “pesadilla”; y “sueño”, sólo una vez), pero se
alude a éste de manera perifrástica : a Funes “Le era muy difícil dormir; tenía que volver la
cara hacia el este, donde había un trecho no amanzanado” (490), es decir, hacia un lugar
que él no conocía, que él no recordaba; necesitaba huir de sus recuerdos. Funes es entonces
un insomne, igual que Borges, y el recordar es una señal de la vigilia. “Vigilia” es un
término que sí aparece y, efectivamente, anula el sueño: “Mis sueños son como la vigilia de
ustedes” (488).
70
El parecido del narrador con el autor real no es de ninguna manera un hecho
fortuito. Si la vida del narrador ofrece coincidencias con la del autor –Borges–, este último
se identifica plenamente con Funes por cuanto padece de insomnio. Así, aun sin tratarse de
un texto autobiográfico, el autor real mantiene una íntima relación con los dos personajes –
el narrador y Funes–; se desdobla en ellos: uno posee su vida; el otro, su enfermedad, y
ambos hacen uso de su respectiva memoria, aun cuando la de Funes es rotundamente
superior.
El narrador comienza expresando lo que recuerda de Funes y, no obstante reconocer
que él no tiene derecho a pronunciar ese verbo “sagrado” (recordar) porque le pertenece a
Ireneo, lo repite insistentemente; seis veces sólo en el primer párrafo:
Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado […]).
Lo recuerdo, la cara taciturna […].
Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzador.
Recuerdo cerca de esas manos un mate […].
[R]ecuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla […].
Recuerdo claramente su voz […] (485).
Es precisamente lo que el narrador recuerda de Funes todo lo que podemos saber de él: su
cara aindiada; sus manos afiladas (y en ellas, un mate con las armas de la “Banda Oriental”,
nombre que daban los argentinos a Uruguay en el siglo XIX); su voz aguda, burlona, “la
voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora”
(485): la voz de un arrabalero. Pero, sobre todo, su “implacable memoria”, revelada durante
el largo diálogo que sostienen la noche del 14 de febrero de 1887.
El narrador se dice imposibilitado, por ser argentino, para alabar a un uruguayo; no
obstante que el ditirambo, advierte, es un género obligatorio del Uruguay cuando el tema es
un uruguayo –y Funes lo es. Sin embargo, el cuento es en sí mismo una memoria de Funes
o, al menos, es parte de un posible proyecto para escribir memorias sobre él (“Me parece
71
muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él”, 485). Y lo
que esta memoria elogia es precisamente la memoria de Funes. Se trata de una memoria
“implacable” que, por un lado, engrandece a Funes y, por el otro, hace que lo compadezcan.
En el cuento el insomnio aparece de forma directa, lo cual nos permite suponer un
influjo biográfico. Como se menciona en el segundo capítulo, el insomnio obliga a Borges,
a sus 30 años, a caminar por las calles de Buenos Aires para huir de la “tiniebla”; y así
escribe: “Voy a buscar recuerdos a tus calles nocheras” (Cuaderno de San Martín, 1929, OC
I,
83). Ante la imposibilidad de dormir, Borges no puede hacer otra cosa sino recordar:
“quise recordar, en mi sombra, todo lo que sabía. Noches enteras malgasté en recordar”
(“La escritura del dios”, El aleph, 596). En sentido opuesto, la alegría del sueño,
metaforizado como olvido, le llevará a la felicidad: “Felizmente, al cabo de unas noches de
insomnio, me trabajó otra vez el olvido” (“El Aleph”, El Aleph, OC I, 626).
El poema “Dos formas de Insomnio”, escrito tarde en su vida (1981), lo inicia con la
pregunta: “¿Qué es el insomnio? Es la carga de un cuerpo que bruscamente cambia de lado,
es apretar los párpados, es pronunciar fragmentos de párrafos leídos hace ya muchos años”
(La cifra,
OC III,
299). Borges el memorioso recita de memoria durante el insomnio.
Termina el párrafo con: “es al alba dudosa”. Esta frase nos hace recordar aquella del final
de Funes: “La recelosa claridad de la madrugada […]” (490).
El insomnio del personaje es referido de manera indirecta, en general, a través del
recuerdo. A las frases ya citadas, agrego los otros casos, cuyo número es elevado para un
cuento relativamente corto (todas las cursivas son mías):
Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo.
Recuerdo la bombacha, las alpargatas […].
recuerdo el cigarrillo en el duro rostro […].
Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia [de su accidente] me produjo
[…].
72
[Funes] recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz […].
Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo.
[…] podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro […].
Esos recuerdos no eran simples […].
“Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que
el mundo es mundo”.
Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las
veces que la había percibido o imaginado.
Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos.
Pensó que a la hora de su muerte no habría acabado aún de clasificar todos los
recuerdos de la niñez.
[…] un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo […].
Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que
nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.
Es de notar que en los primeros párrafos, y hasta antes del accidente, es el narrador quien
recuerda, y a quien recuerda es a Funes, construyéndolo. Tras recibir la noticia del
accidente, con una impresión de “incómoda magia”, no es ya el narrador, sino Funes, quien
recuerda; una sola vez el narrador trata de “recordarle su percepción exacta del tiempo” y
su memoria de los nombres, pero Funes no le hace caso.
Es de notar también que la noticia del accidente de Funes –no el accidente mismo,
que nunca se refiere– establece el cambio de perspectiva. El narrador ve a Ireneo por
primera vez un atardecer de marzo o febrero de 1884, durante un viaje a Fray Bentos. En
1885 y 1886 veranea en Montevideo y en 1887 vuelve a Fray Bentos. Pregunta por Funes y
le cuentan que, después de haber caído del caballo, ha quedado tullido, sin esperanza, y
permanece inmóvil en un catre.
La impresión de “incómoda magia” que la noticia produce en el narrador no puede
dejar de compararse con la reacción de éste ante la noticia de la gravedad de su padre. El
narrador usa el verbo “recordar” para introducir su impresión ante la noticia del accidente
de Funes, pero no para expresar su impresión al recibir el telegrama. Las circunstancias en
que lo recibe lo distraen del dolor –aunque resultaría osado interpretarlo como un olvido
del padre. Luego vendrá la noche del diálogo, la cual ambos personajes pasarán en vigilia.
73
Anoto ahora los casos de memoria (y los términos relacionados: “rememorar”,
“mnemotecnia” y “vigilia” (cursivas mías):
La materia de ese capítulo es la memoria […].
[…] creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo.
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa
registrados por la Naturalis historia […].
Traté de recordarle […] su memoria de nombres propios […].
[E]l presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más
antiguas y más triviales.
Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras.
Pensé que cada una de mis palabras […] perduraría en su implacable memoria […].
Simónides, inventor de la mnemotecnia.
Mis sueños son como la vigilia de ustedes.
El término “memoria” y sus derivados no aparecen sino para referir el largo diálogo
nocturno, que constituye el “punto más difícil” y el único argumento del relato. Vale la
pena detenerse aquí.
Al visitar Fray Bentos por segunda vez, el narrador ha iniciado su estudio del latín y
se vanagloria de ello. El arrabalero Ireneo se entera que en la valija del argentino hay cuatro
libros en ese idioma, y le escribe una carta florida y ceremoniosa en la que recuerda –aquí
se inicia la apropiación del verbo por parte de Funes– su encuentro del 7 febrero de 1884,
pondera los gloriosos servicios de su tío en la jornada de Ituzaingó (región en el interior de
Uruguay), y le solicita el préstamo de cualquiera de los volúmenes. La letra era perfecta y
la ortografía, de Andrés Bello. El narrador accede y le presta a Ireneo dos de los cuatro
libros que había traído de Argentina: el Gradus ad Parnassum, de Quicherat, y la Naturalis
historia, de Plinio el Viejo.
Poco después, el narrador recibe un telegrama urgente de Buenos Aires, que le
informa que su padre no está “nada bien”; él debe regresar. Prepara su viaje en barco –el
Saturno–, y al hacer su valija nota que faltan dos volúmenes. Entonces decide visitar a
Funes. La madre del memorioso lo recibe en el rancho; le dice que su hijo está en la pieza
74
del fondo y que no le extrañe verla a oscuras porque Ireneo “sabía pasarse las horas muertas
sin encender la vela”. Desde la tiniebla, el narrador oye la voz de Ireneo, el compadrito de
Fray Bentos. Éste
articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las
sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables;
después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del
capítulo XXIV del libro VII de la Naturalis historia (487).
Las últimas palabras que escucha son: “ut nihil non iisdem verbis reddetur auditum”,
‘ninguna palabra que alguna vez fue dicha vuelve a ser oída de la misma manera’. La
materia de ese capítulo, como advierte el narrador, es precisamente la memoria. El libro
que abre el diálogo –o quizás monólogo de Funes– es precisamente sobre la memoria. Sus
palabras se abren paso entre la oscuridad para alcanzar al narrador. El diálogo, se insinúa en
el relato, proviene del siglo primero después de Cristo e incluso de cinco siglos atrás, si
consideramos la época de Ciro. Funes vocaliza un antiguo diálogo que desprende de la
escritura y que es inmortalizado también gracias a la escritura-memoria del narrador.
Funes asegura que, antes del accidente, él había sido lo que son todos los cristianos:
un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. Tras el accidente, averigua que estaba
tullido, pero razona (siente) que la inmovilidad es precio mínimo para la infalibilidad de su
percepción y su memoria. De su lado, el narrador-personaje compadece a Funes por la
presión de una realidad infatigable que converge sobre el infeliz Ireneo en su pobre arrabal
sudamericano.
El primer párrafo del capítulo de la Naturalis historia es éste (en Funes no aparece
completo):
La memoria, un bien absolutamente indispensable para la vida, es difícil de decir quién
la tuvo más sobresaliente, al ser tantos los que alcanzaron gloria por ella. El rey Ciro
llamaba por su nombre a todos los soldados de su ejército, Lucio Escisión a todo el
pueblo romano, Cíneas, embajador del rey Pirro, al senado y al orden ecuestre de
Roma al día siguiente de llegar. Mitridates, rey de veintidós pueblos, impartía leyes en
75
otras tantas lenguas, y en cada una de ellas se dirigía sin intérprete al pueblo reunido en
asamblea. Y en Grecia, Cármadas repetía como si leyera en una biblioteca los libros
que alguien le había pedido. Finalmente se llegó a hacer una técnica de la memoria que
fue inventada por el poeta lírico Simónides y perfeccionada por Metrodoro de
Escepsis, de manera que todo lo que se había oído se repetía con las mismas palabras.
Y no hay otra cosa tan frágil en el hombre: acusa los daños de las enfermedades, de un
accidente e incluso del miedo, unas veces de forma parcial, otras total. Uno que fue
golpeado con una piedra olvidó sólo las letras; otro que resbaló desde un tejado muy
alto se olvidó de su madre, parientes y vecinos; otro, estando enfermo, de sus esclavos;
y el orador Mesala Corvino, hasta de su propio nombre. Por eso con frecuencia intenta
y trata de alejarse incluso de un cuerpo tranquilo y fuerte. También se interrumpe al
deslizarse el sueño, hasta el punto de que la mente vacía pregunta en qué lugar está. 59
Esta última frase debió haber fascinado a Borges: “También se interrumpe al deslizarse el
sueño, hasta el punto de que la mente vacía pregunta en qué lugar está”. Cuánto hubiese
disfrutado que sus recuerdos, su memoria, se hubiesen interrumpido al deslizarse el sueño.
“Funes el memorioso” puede leerse también como una de las grandes ironías de
Borges. Después de leer a Plinio, crea un personaje que, tras un accidente, en lugar de
perder la memoria, como se plantea en la obra de Plinio, adquiere una perfeccionada, la
memoria de un insomne.
El narrador, sin conocer bastante el latín, es quien le facilita el libro a Funes, y éste
se maravilla de que los casos citados por Plinio maravillen. Plinio no sólo habla de la
memoria, sino también de su pérdida: del olvido. Lo que el narrador le proporciona a Funes
es la historia de la memoria; lo que Funes encarna es la memoria como padecimiento, pero
universal. Los casos que se citan son aquellos de los que se tiene memoria: los memoriosos
de Plinio son memorables gracias a su dominio de la memoria; Funes lo es gracias a que no
puede controlarla, ni siquiera sistematizarla. Funes transmite la memoria de los memoriosos
al narrador –que no ha leído a Plinio, pues la obra excede sus “módicas virtudes de
latinista”–, quien se ve impelido a continuar el catálogo, imitando a Plinio, con la memoria
59
PLINIO EL VIEJO, Naturalis historia, Gredos. Madrid, 1998, libro VII, capítulo XXIV. Cayo Plinio Cecilio
Segundo nació en Commum, hoy Como, el año 23 d. C., y murió en Estabia, hoy Castellammare, el 24 de
agosto del 79 d. C.
76
de aquel que se lo ha revelado: el mayor memorioso de todos. Transmisor y, él mismo,
parte de la memoria universal, Funes aparece ante el narrador “monumental como el
bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y las pirámides” (490).
La escritura, siendo memoria, debe agregarse entonces al campo semántico del
insomnio. No hay que olvidar que es a través de una carta –letra perfecta, ortografía de
Bello– como Funes solicita en préstamo los libros al narrador; y también, que es un
telegrama el que lleva a este último, de noche, a la casa de Funes. La lectura los lleva al
diálogo sobre la memoria. Es evidente, entonces, que la patología de Borges aparece en la
escritura de muchas y variadas maneras, aun sin mencionar nunca el insomnio.
Pasemos a los casos de “olvido”, que son menos abundantes, aun si agregamos los
términos relacionados: “dormir”, “felicidad”, “distraer”:60
Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se
olvidaba de todo, de casi todo.
Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer.
Le era muy difícil dormir.
Dormir es distraerse del mundo.
[…] en esa dirección [al este] volvía la cara para dormir.
Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad.
Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre
él.
Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la
atención […].
[Las circunstancias de la noticia sobre la enfermedad del padre] me distrajeron de toda
posibilidad de dolor.
[Al primo Bernardo lo estimulaba] el deseo de mostrarse indiferente a la réplica
tripartita del otro.
Hay dos casos más en que aparece el término olvidar, pero en éstos su uso es meramente
retórico:
no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos.
Éste [Funes], no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas.
60
La relación entre “dormir” y “olvidar” ha quedado establecida, lo mismo que entre “dormir” y “felicidad”.
En cuanto a “distraer”, su inserción al campo semántico insomnio-noche-recuerdo-olvido se establece hacia el
final del cuento; dice el narrador: “Dormir es distraerse del mundo” (490).
77
Al principio del relato, el narrador se describe como un hombre “distraído” y “feliz”,
características que cambian sensiblemente tras experimentar la “incómoda magia” al recibir
la noticia del accidente de Funes. Quizá las circunstancias en que recibe el telegrama lo
distraen del dolor que la lectura de éste pudo causarle, pero el narrador no está seguro: tal
vez no está distraído del todo.
Las otras referencias a “dormir” son claramente negativas: a Funes le era “muy
difícil dormir”; tiene que volver la cara hacia el este, donde había un trecho desmanzanado
y casas desconocidas, que él no había visto y que imaginaba negras. No voy a tratar aquí el
asunto de la oscuridad, sino al hablar del siguiente campo semántico.
Evidentemente, al narrador también le es imposible dormir durante la noche del
diálogo. Y por las primeras palabras del relato –“Lo recuerdo”–, es posible conjeturar que
sigue sin poder hacerlo. Funes –y el narrador y Borges– padecen el insomnio como un
“tormento físico”.
Así pues, tal como lo confiesa Borges, el relato es, más que sobre la memoria, sobre
el insomnio.
INSOMNIO-OSCURIDAD-SOMBRA
La sombra es el mundo de Funes. Su figura, su voz y su memoria misma surgen de la
tiniebla. Alusión directa al insomnio, la oscuridad-sombra-tiniebla constituye también un
indicador de la patología de Borges.
Ya en otros textos pudimos observar la presencia de estos términos. Por ejemplo, en
“Heráclito” leemos:
78
Acaso de mi sombra
surgen, fatales e ilusorios, los días (Elogio de la sombra, 1969, OC II, 357).
De la oscuridad-insomnio surgen los días. La sombra puede ser interpretada como la noche
del insomnio.
En “Funes el memorioso”, la oscuridad aparece en la primera frase. Aunque he
reproducido ya algunos ejemplos, prefiero anotar aquí todos los casos en el siguiente orden:
oscuridad, sombra, tiniebla y noche, que he dejado para este campo semántico debido al
gran número de referencias a la oscuridad (todas las cursivas son mías):
Lo recuerdo con una oscura pasionaria en la mano […].
Había oscurecido de golpe […].
[Su madre] Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara
encontrarla a oscuras porque Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la
vela.
[Al llegar al segundo patio] la oscuridad pudo parecerme total.
La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando.
Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de
las casas precisas que lo rodeaban.
[…] esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o
plegaria o incantación.
Funes las imaginaba [las casas] negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea […].
[Funes miraba la pasionaria como nadie] aunque la mirara desde el crepúsculo del día
hasta el de la noche […].
[…] esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes.
Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día.
[…] en el enorme diálogo de esa noche, supe que [las palabras] formaban el primer
párrafo […].
[…] que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa
noche.
No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
[Nadie] ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día
y noche convergía sobre el infeliz Ireneo.
Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado.
Aún hay otras referencias a la oscuridad que no incluyen el término, pero que lo aluden
claramente (cursivas mías):
Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el
cielo.
[R]ecuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites.
“Faltan cuatro minutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco”.
Me parece que no le vi la cara hasta el alba […].
79
En el campo semántico anterior encontramos, aunque escasas, algunas referencias
contrarias a la memoria, opuestas al insomnio –olvido, dormir, distraerse–, pero aquí no se
menciona nunca la luz; sólo “día” –nueve veces–, pero en las ocasiones en que aparece lo
hace junto a “noche” o junto a “tormenta”, o bien, como medida de tiempo, pero no como
un valor opuesto a la oscuridad, sino incluso como parte de la oscuridad: la realidad
infatigable converge sobre Funes de día y de noche y la reconstrucción de los recuerdos de
un día completo le requieren también todo un día.
La íntima relación entre Funes y la oscuridad es tan evidente, que casi resulta ocioso
abundar sobre ello, sin embargo, es necesario detenerse en algunos detalles. Primero, la
progresión de la oscuridad. La primera vez que el narrador ve a Funes es en un atardecer; el
cielo se oscurece de golpe y, en lo alto, aparece Funes corriendo, quien, a la pregunta del
primo Bernardo, proporciona la hora exacta; aunque su rostro se recorta contra un nubarrón
“sin límites”, hay suficiente luz para ver su “duro rostro”. En este momento, el
“cronométrico” Funes aún no posee una memoria infalible; según él mismo cuenta, en esa
época “se olvidaba de todo, de casi todo”.
Al recibir el narrador la noticia del accidente, le informan: “En los atardeceres,
permitía [Funes] que lo sacaran a la ventana” (486). Luego vendrá el préstamo de los libros
en latín y la noche del diálogo. Al llegar al segundo patio, el narrador percibe una oscuridad
total, ya que Funes acostumbra pasarse “las horas muertas sin encender la vela” (487). Las
horas han dejado entonces de avanzar, están muertas; Funes no vuelve a contar el tiempo,
pues la realidad lo atosiga de noche y de día, sin diferencia alguna. El narrador lleva un
cálculo bastante vago de las horas.
Tan pronto llega al segundo patio, el narrador escucha la voz de Ireneo
pronunciando las palabras de Plinio, que vienen de la tiniebla; y hacia allá se dirige el
80
narrador y pasa la noche, de la cual hace memoria en su relato. Funes imagina un trecho del
pueblo que no conoce, e imagina las casas “negras, compactas, hechas de tiniebla
homogénea” (490). Del atardecer a la tiniebla, pasa de ser un “un ciego, un sordo, un
abombado, un desmemoriado”, a ser un memorioso monumental, un insomne de memoria
implacable. Y el narrador, de un joven distraído que puede cantar feliz sobre su caballo, a
un huérfano que dialoga o acaso sólo escucha –no puede ver sino hasta el alba– una voz
antigua que ocupa su memoria y expulsa su sueño, impelido a la inmovilidad.
La oscuridad no constituye sólo el ambiente en el que se relacionan el narrador y
Funes. La figura del caballo es, aunque disimulada, determinante, y se relaciona
íntimamente con la oscuridad y, por tanto, con el insomnio.
Como he dicho, al momento de conocer a Funes, el narrador va a caballo, cantando,
feliz, hacia Fray Bentos; de pronto, todo el cielo se oscurece por una “enorme tormenta
color pizarra” y corre “una especie de carrera” con la tormenta, aunque desea que le
sorprenda en un descampado. De golpe, el cielo se oscurece, y entonces ve a Funes, en una
parte alta: “alcé los ojos y vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como
por una estrecha y rota pared” (485).
Dos años después, el narrador vuelve y le informan que a Funes “lo había volteado
un redomón en la estancia de San Francisco” (486). Lo había tirado un caballo, que más
adelante se describe como azulejo: “Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó
el azulejo” (488). En Argentina y Uruguay, se llama así al caballo con pelaje entremezclado
de blanco y negro con reflejos azules. Significativamente, el mate de Funes muestra las
armas de la Banda Oriental, nombre de Uruguay en el siglo XIX. El caballo forma parte del
escudo uruguayo.
81
Un caballo, bajo la inminente tormenta, lleva al narrador a conocer a Funes. Y un
caballo “voltea” a Funes para darle la memoria y el insomnio. La simbología del caballo,
rica y sugerente, podría llevarnos a suposiciones exageradas. Insisto sólo en que es un
caballo oscuro el que, al derribarlo, le proporciona a Funes –y también al narrador– la
inmovilidad, la memoria y la noche, esto es, el insomnio.
Aquí se abre de nuevo el campo semántico, puesto que el insomnio también guarda
una estrecha relación con el caballo.
INSOMNIO-CÁRCEL
La relación entre el insomnio y la cárcel queda establecida desde el primer poema de
Borges, “Insomnio”, escrito en 1920: “Estos seis muros estrechos llenos de eternidad
estrecha me ahogan” (“Insomnio”, Textos recobrados, 1920, 58). Y en Fervor de Buenos
Aires: “El silencio que habita los espejos ha forzado su cárcel” (“Atardeceres”, Fervor de
Buenos Aires, 1923, OC I, 48). Como se vio en el capítulo anterior, los espejos representan
una de las pesadillas recurrentes. Se puede interpretar que una pesadilla lo ha confinado en
su cárcel.
En el segundo poema del insomnio, publicado en Sur, en diciembre de 1936,
leemos:
De fierro,
de encorvados tirantes de enorme fierro, tiene que ser la noche,
para que no la revienten y la desfonden
las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto […] (El otro, el mismo, OC II,
237).
Ambos, Funes y Borges insomnes, prisioneros, atrapados en la noche con los ojos cerrados,
no hacen sino recordar.
82
Más tarde, en 1949, Borges afirma que había perdido la cifra de los años de
insomnio; yace acostado en la oscuridad, sin poder dormir, como muerto, encarcelado: “He
perdido la cifra de los años que yazgo en la tiniebla”, escribe en “La escritura del dios” (El
Aleph,
OC I,
596). “Yo, que en alguna vez era joven y podía caminar por esta prisión, no
hago otra cosa que aguardar en la postura de mi muerte” (El Aleph, OC I, 596). Esta imagen
recuerda a Funes: “Me dijeron que no se movía del catre” (486).
Borges, acostado, en la postura de su muerte, como cadáver, sin poder dormir,
perdió también la cifra de lo años que permaneció en la tiniebla. El insomnio en muchas
ocasiones es referido a través de la noche y el recuerdo, pero también, no pocas veces,
como oscuridad y sombra.
Los términos que de este campo semántico aparecen en el cuento son: “catre”,
“reja”, “prisionero”, “inmóvil”, “pieza del fondo”, “mundo abarrotado”. Éstas son las frases
en cuestión (cursivas mías):
Me dijeron que no se movía del catre […].
Estaba en el catre, fumando.
Funes, de espaldas al catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las
casas precisas que lo rodeaban.
Dos veces lo vi atrás de la reja [de la ventana] que burdamente recalcaba su condición
de eterno prisionero: una, inmóvil con los ojos cerrados; otra, inmóvil también […].
Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo […].
En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.
El narrador ve a Funes un par de veces, tras la ventana; en ambas ocasiones éste está
inmóvil; en la segunda, contemplando una santonina. Esta contemplación se corresponde
con la contemplación inicial de una “oscura pasionaria”. Por su forma, el Papa Pablo V, en
el siglo XVII, consideró la pasionaria (Pasiflora caerulea) como símbolo de la Pasión de
Cristo –de ahí su nombre–, entre otras cosas porque sus filamentos recuerdan la corona de
83
espinas. Pero eso no explica que lo primero que el narrador recuerda de Funes –y lo
primero que sabemos– sea que contemple una pasionaria “como nadie la ha visto”.
Esta flor posee cualidades curativas; puede usarse como analgésico y como
ansiolítico, como sedante, hipnótico suave y contra la hipertensión arterial, pero también
puede producir vómito y taquicardia. El consumo excesivo del fruto –conocido como
maracuyá– puede provocar incluso inconsciencia y alucinaciones. 61
No hay indicios de que Funes sufriera dolores ni alucinaciones, pero en algún
momento dice: “Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras” (488). Y más adelante
agrega el narrador: “el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo
que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico” (490). El narrador evita
multiplicar ademanes inútiles que se registrarían en la memoria de Funes como cada detalle
de su “abarrotado mundo”.
La contemplación de la pasionaria es un deseo de vaciar un poco su memoria de
recuerdos, como un vomitivo vacía el estómago. En cuanto a la santonina, Julio
Woscoboinik, en su artículo “El alma de ‘El Aleph’ ”, observa que esta flor
se obtiene de una planta y se utiliza en medicina como vermífugo en la parasitosis
intestinal. Sinónimo de Semencontra. Del latín semen contra vermes, simiente contra
las lombrices. En la búsqueda de liberarse de tantas obsesiones, de tantas ideas
parásitas, de tanta memoria parásita, Borges asocia, creemos que
inconscientemente, a este vermífugo. 62
Sin necesidad de identificar en este punto a Funes con Borges, no parece casual que tanto la
flor pasionaria como el gajo de santonina provengan de plantas que alivian males del
estómago.
61
www.https://eljardindeclaudia.blogspot.com.
JULIO WOSCOBOINIK, “El alma de «El Aleph». Nuevos aportes a la indagación psicoanalítica de la obra de
J. L. Borges”, en https://www.borges.pitt.edu/bsol/jw2.php, p. 14; cursivas del original.
62
84
Finalmente, resulta revelador que el narrador considere el proyecto de escribir sobre
Funes como un proyecto feliz. Hemos visto cómo la escritura está relacionada también con
el insomnio, pero, si es válida la acotación, esto sucede así cuando la escritura es objeto de
lectura. Con todo, el ejercicio de la escritura se relaciona más con el olvido. Escribir es una
de las actividades vedadas para Funes: “No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez
ya no podía borrársele” (489). En cambio, el desciframiento de los signos constituye uno de
los disparadores de la memoria: “Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los
treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y
un solo signo” (489).
Recordar a Funes significa no dormir, estar en vigilia. Por ello es que el
padecimiento del insomnio se ve de cierta forma conjurado tras llevarlo a la escritura, a la
ficción. Borges declaró sentirse aliviado después de escribir el cuento:
Yo lo escribí, no sé si bien o mal, pero con buen resultado terapéutico, con el resultado
que después de escribir el cuento dejé de sufrir insomnio. El insomnio fue
desapareciendo paulatinamente. Ahora vuelvo a tener insomnio, pero no ese insomnio
incurable. 63
Borges lo recuerda todo. Ireneo Funes, el tullido insomne, el prisionero de la memoria, es
su alter ego: “el otro, el mismo”. La escritura, parece decirnos el cuento, hace memorable
para el lector aquello que el autor desea olvidar. En último análisis, escribir es acceder al
olvido, acceder al sueño.
63
PABLO E. CHACÓN, Historia universal del insomnio, Ediciones B, Buenos Aires, 2004, p. 224.
85
“LAS RUINAS CIRCULARES” (SUEÑO)
Hemos identificado el insomnio con la memoria y, en contrapartida, el sueño con el olvido.
Incapaz de dormir, condenado a recordar, el insomne Borges manifiesta su obsesión por el
sueño. Pero no siempre dormir significa olvidar: a veces se sueña. Es necesario establecer
la diferencia entre dormir y soñar. El olvido está relacionado con dormir, no con soñar;
pero si soñar no es olvidar, tampoco se relaciona con recordar, pues no es necesariamente
un recuerdo, sino una forma de creación; incluso, el sueño no siempre es una consecuencia
del dormir. En su conversación con María Esther Vázquez, Borges afirma: “durante la
vigilia sigo soñando”. 64 Y llega a definir los sueños como “la expresión estética más
antigua” (“La pesadilla”, Las siete noches, 53). 65
Hemos visto que el consumo del veronal puede producir pesadillas y sueños lúcidos
y que, por tanto, es posible que la mayoría de los sueños de Borges hayan sido sueños
lúcidos, pues en general, al menos en la época en que escribió “Las ruinas circulares”, sólo
podía conciliar el sueño después de tomar su “pastilla”.
La obsesión por el sueño generó temas específicos, y quizá el más representativo sea
el del soñador soñado. “Las ruinas circulares” es uno de los cuentos que mejor ilustran el
tema, donde más se manifiesta la patología onírica de Borges. Este relato fue publicado por
primera vez en la revista Sur, en 1940, durante la peor época de insomnio de Borges; una
64
MARÍA ESTHER VÁZQUEZ, Borges, sus días y su tiempo, Ediciones B, Argentina, 1984, p. 60.
Como en el capítulo anterior, cito de la siguiente edición: JORGE LUIS BORGES, Siete noches, FCE, México,
1996 [1980].
65
86
época en la que, según él mismo confiesa a María Esther Vázquez, “estaba arrebatado por
esa idea del soñador soñado”. 66
El cuento, que después fue recogido en Ficciones, en 1944, trata de un hombre que
pretende soñar a otro hombre e imponerlo a la realidad –no hacerlo real, sino trasladarlo a
la realidad–. Al final cae en la cuenta de que él mismo –el soñador– está siendo soñado, que
es el sueño de otro hombre.
Sueños dentro de sueños es un campo semántico abundante en su narrativa y es el
más consistente en “Las ruinas circulares”, relato en que aparecen todos o casi todos los
campos semánticos relacionados con el sueño: sueño-realidad, sueño-lucidez, sueño-vigilia,
etc.67 Estos campos semánticos determinan en gran medida la estructura misma del cuento,
66
MARÍA ESTHER VÁZQUEZ, Borges, sus días y su tiempo, p. 60.
Anoto aquí las numerosas alusiones al sueño, vigilia, lucidez, realidad y noche en el cuento que nos ocupa;
las pongo por orden de aparición:
Unánime noche.
Lo despertó el sol alto.
Cerró los ojos pálidos y durmió.
Sabía que su inmediata obligación era el sueño.
Hacia la medianoche lo despertó.
Habían espiado con respeto su sueño.
Quería soñar un hombre.
Quería soñarlo con integridad.
Imponerlo a la realidad.
Consagrado a la única tarea de dormir y soñar.
Al principio, los sueños eran caóticos.
El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular.
El hombre, en el sueño y en la vigilia.
A las nueve o diez noches.
Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño).
De rasgos afilados que repetían los de su soñador.
El hombre, un día, emergió del sueño.
Comprendió que no había soñado.
Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio.
Apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil.
En la casi perpetua vigilia.
La materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños.
Abandonó toda premeditación de soñar.
Casi acto continuo logró dormir.
Las raras veces que soñó.
No reparó en los sueños.
Pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió.
Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.
Lo soñó activo.
67
87
al tiempo que establecen relaciones, que van más allá de lo temático y anecdótico, con otros
cuentos, incluso con toda la obra.
Comenzaré entonces con el campo semántico “Sueños dentro de sueños”,
considerado en el capítulo anterior como uno de los campos dominantes en la obra de
Borges. Sin intentar agotar todos los campos semánticos, abordaré también éstos más,
clasificados como secundarios: sueño-realidad, sueño-lucidez y sueño-vigilia. Agregaré un
campo más, que no aparece en el Capítulo II, pero que me parece determinante en el relato
que nos ocupa: sueño-fuego. No conservaré aquí la distinción entre campos semánticos
dominantes y secundarios, ya que para la exposición que emprendo esto no agrega claridad.
Con minucioso amor lo soñó.
Durante catorce lúcidas noches.
Cada noche, lo percibía con mayor evidencia.
La noche catorcena rozó la arteria pulmonar.
Deliberadamente no soñó durante una noche.
Soñó un hombre íntegro.
Noche tras noche.
El hombre lo soñaba dormido.
Era el Adán de sueño.
Que las noches del mago habían fabricado.
Ese crepúsculo, soñó con la estatua.
La soñó viva.
Que mágicamente animaría al fantasma soñado.
Excepto el Fuego mismo y el soñador.
En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
Dilataba cada día las horas dedicadas al sueño.
Gradualmente lo fue acostumbrando a la realidad.
Esa noche lo besó.
De noche no soñaba.
O soñaba como lo hacen otros hombres.
Lo despertaron dos remeros a medianoche.
No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre.
En mil y una noches secretas.
El metal de las noches.
Que otro estaba soñándolo.
88
SUEÑOS DENTRO DE SUEÑOS
Sólo hay dos menciones a este campo semántico, pero son determinantes. Después de haber
logrado soñar un hombre íntegro, y de haberlo trasladado a la realidad –a su realidad–,
gracias al dios del fuego, el mago soñador advierte que su “hijo” podría ser consciente de
su condición de hombre soñado si reflexiona sobre su capacidad para subsistir al fuego, y
esto le preocupa: “ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación
incomparable, qué vértigo!” (454). 68 Pero después, él mismo se ve expuesto al fuego,
cuando las ruinas donde ha estado soñando son incendiadas; y advierte, con alivio, con
humillación, con terror, que él también es un sueño: “comprendió que él también era una
apariencia, que otro estaba soñándolo” (455).
En el capítulo anterior, identifico el campo semántico sueños dentro de sueños con
laberinto dentro del laberinto. Soñar a alguien que sueña o que alguien nos sueña es muy
parecido a entrar a un laberinto, cuya salida es otro laberinto. La identificación –sueñolaberinto– la propone el propio Borges. En Siete noches, citando a Groussac, advierte:
es asombroso el hecho de que cada mañana nos despertemos cuerdos –o relativamente
cuerdos, digamos– después de haber pasado por esa zona de sombras, por esos
laberintos de sueños (“La pesadilla”, Siete noches, 35-36).
No asombra en este punto que sea precisamente el laberinto una de las pesadillas más
frecuentes de Borges; la otra es el espejo. Dice el autor:
Tengo la pesadilla del laberinto y esto se debe, en parte, a un grabado en acero que vi
en un libro francés cuando era chico. En ese grabado estaban las siete maravillas del
mundo y entre ellas el laberinto de Creta. El laberinto era un gran anfiteatro, un
anfiteatro muy alto (y esto se veía porque era más alto que los cipreses y que los
hombres a su alrededor). (“La pesadilla”, Siete noches, 43.)
68
Para abreviar las referencias al cuento “Las ruinas circulares”, anoto sólo el número de página de dicha
edición a renglón seguido y entre paréntesis, excepto cuando se trate de otros textos.
89
Es difícil no relacionar ese anfiteatro, que es un laberinto, con el anfiteatro circular en la
que el mago dicta lecciones a sus alumnos. “Laberintos de sueños”: senderos, pasillos,
caminos entre sombras por donde el soñador transita, perdido, hasta que sobreviene el
“recordar”, que es salir del laberinto.
La sucesión de planos del sueño que propone el cuento puede multiplicarse con sólo
imaginar al “otro” que sueña al soñador del cuento. Una respuesta aparentemente sencilla
es que el autor del cuento –Borges en este caso– es ese “otro”, el que sueña al soñador (y
entonces Borges estaría contándonos no otra cosa que su propio sueño); pero de ningún
modo se trata de una suposición sencilla, pues la sucesión de soñadores no puede detenerse
aquí: si el insomne Borges, el Borges real, es el soñador del soñador, nada impide que
Borges esté siendo soñado por otro, y éste por otro, y así hasta el infinito, hasta alcanzar al
lector.69
Aquí también la relación entre sueño y ficción toma sentido. Afirma Borges: “si
pensamos que el sueño es una obra de ficción (yo creo que lo es) posiblemente sigamos
fabulando en el momento de despertarnos y cuando, después, los contamos” (“La
pesadilla”, Siete noches, 36).
69
Aquí es importante relacionar la sucesión de soñadores con el hecho de que el cuento esté narrado en
tercera persona y no en primera. Los sueños son así: yo puedo verme en mi sueño, como una tercera persona.
Si estuviera en primera persona, podríamos entender que Borges se sabe soñado por otro, y esto delataría la
ficción –o lo imaginario de la situación, ya que “ficción” resulta ambiguo en este caso–, delataría que se trata
de un cuento, de una invención, lo cual afectaría la verosimilitud del texto. En cambio, al estar narrado en
tercera persona, sabemos que el protagonista no puede ser, ni aun ficticiamente, el Borges real; pero lo que sí
podemos suponer es que se trata de un sueño de Borges: el mago soñador es un personaje del sueño del autor
del cuento. Esto es precisamente lo que permite que el cuento salte a la realidad: si el autor del cuento sueña
con un mago que a su vez sueña a otro hombre, y si el fuego puede hacer consciente al hombre-sueño del
mago que es un sueño, entonces el fuego también le da al mago la posibilidad de caer en la cuenta que él
mismo es el sueño de otro hombre; si el personaje sabe que es un sueño, entonces, el autor del cuento se
quemará con el fuego... Recordemos la identidad entre el fuego y el insomnio: si los personajes de mi sueño
no se queman es porque yo no estoy dormido; si no duermo, entonces alguien más me sueña. Vemos entonces
que la elección de la tercera persona no es de ninguna manera azarosa, sino que está determinada por la
anécdota y también –y sobre todo– por la dinámica de la obsesión onírica de Borges.
90
La narrativa no es sólo sobre un sueño, sino que es un sueño, mismo que, a través de
la escritura, a través de la ficción, puede llegar a confundirse con la realidad, pues contar el
sueño es fabular, instalarlo en la realidad. Y fabular es soñar, instalar la realidad en la
ficción, en el sueño, de manera que las fronteras entre el sueño-ficción la realidad se
desvanecen, al grado de confundir –o fundir– al soñador con el soñado, al autor con el
personaje.
El narrador que, siendo ficticio, se llama Borges es una constante en la narrativa de
Borges; y el Borges que sueña durante el relato para despertar al final aparece también en
varios de sus cuentos (“Episodio del enemigo”, por ejemplo). El soñador soñado es
entonces una complicación de un proceso narrativo frecuente: el autor que se traslada a la
ficción, relativizando con ello la realidad. El sueño en la ficción ficcionaliza la realidad.
El soñador soñado se correspondería con el autor narrado. De manera que cuando
leemos un relato en el que aparece un Borges narrador e, incluso, un Borges personaje,
estamos ante una manifestación más de la patología onírica del autor. Esto no sucede en
“Las ruinas circulares”, o bien sucede de una manera extra-textual: el soñador es el propio
autor. Lo asombroso es que el personaje adquiera la conciencia de su condición de hombre
soñado, de hombre narrado.
Es la conciencia de ser un hombre soñado la que al final termina confiriendo la
condición de estar siendo soñado. En “Las ruinas circulares”, todo comienza con un sueño,
el sueño de un hombre íntegro, quien despierta para enterarse de que él mismo no es más
que un sueño (aunque esto no aparece en el cuento, su soñador lo prevee). Al contacto con
el fuego, el soñador adquiere la conciencia de que alguien más lo está soñando, pero puede
adquirir conciencia de ello sólo gracias a que ha soñado a un hombre, gracias a que tenía
previamente la conciencia de ser el soñador. Las ruinas son circulares porque sólo se puede
91
soñar en ellas y el soñar llevará inevitablemente a la conciencia de ser un soñador soñado.
Por eso el sueño se identifica plenamente con un laberinto sin salida.
La conciencia de no ser sino el sueño de otro, en el cuento, no es más que la
“intolerable lucidez del insomnio”.
SUEÑO-REALIDAD
Resulta difícil y quizá infructuoso, en el caso concreto de “Las ruinas circulares”, separar
los campos semánticos sueño-realidad, sueño-vigilia y sueño-lucidez, pues los sueños
lúcidos suelen repetir la realidad del soñador, quien, en última instancia, no permanece
dormido, sino en vigilia. He unido por eso estos campos en uno solo.
La realidad en “Las ruinas circulares” se muestra, como en la mayoría de los
cuentos de Borges, muy relativa. El soñador se concibe a sí mismo real, y al templo en el
que sueña, como la realidad; y es en esa realidad en la que intenta imponer su criatura: “El
propósito que lo guiaba era sobrenatural. Quería soñar un hombre, quería soñarlo con
integridad minuciosa e imponerlo a la realidad” (545). Pero en un primer intento, sueña su
propia realidad: “El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de
algún modo el templo incendiado” (452).
Dentro de su sueño, aparecen varios alumnos a quienes enseña anatomía,
cosmografía y magia. Hace un examen y sólo uno tendrá la oportunidad de salir del sueño y
ser interpolado a la realidad. El soñador conserva a uno, al elegido, al que tendrá rasgos
parecidos a los del hombre del sur, pero, de pronto, el soñador deja de soñar:
La catástrofe sobrevino. El hombre emergió del sueño como de un desierto viscoso,
miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no
92
había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se
abatió contra él […] apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil (452).
El hombre deja de soñar, y aún más, cae en la cuenta de que todo ese tiempo ha estado
despierto y que lo que ha tenido es un sueño lúcido: “miró la vana luz de la tarde que al
pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado” (452). Esta oración, un
insomne crónico con sueños lúcidos podría adoptarla como propia. Se trata de uno de los
más claros ejemplos de los denominados sueños lúcidos (confusión entre realidad y sueño),
propios de los insomnes, con medicación o sin ella. Para confirmar el hallazgo, después de
la cita anterior, el narrador concluye: “Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez
del insomnio se abatió contra él” (452).
Con un poco de imaginación, quizás podríamos elevar a metáfora la última frase:
“apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil” (452). La mención de la cicuta
resulta inquietante. Sabemos que es venenosa. Borges estaría comparando la cicuta con el
otro veneno, el veronal, logrando apenas unas rachas de sueño débil. Es la única mención
que se hace en el cuento, pero el veneno no cumple función alguna. Podríamos suponer
que, para inducirse el sueño, el hombre consume la cicuta, aunque no es eso lo que dice el
cuento, sino sólo que “alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil”.
Es sabido el hecho de que Sócrates, acusado de no reconocer a los dioses griegos,
fue ejecutado mediante la ingestión de cicuta. El veneno era usado comúnmente entre los
griegos antiguos para las ejecuciones. Gracias a su discípulo, Platón, sabemos que, antes de
morir, Sócrates dejó de sentir las piernas y luego, acostado, esperó que el frío le llegara al
corazón. Quizá no sea inútil recordar que, al rehusarse Sócrates a escribir sus doctrinas,
éstas fueron recogidas principalmente por Platón, pero también por Jenofonte y
Aristófanes. Es a través de la memoria de ellos que la filosofía socrática llega a nosotros.
93
Reconstrucción o recreación, Sócrates es quizá el mejor ejemplo, después de Cristo, de la
existencia de un hombre a partir de la memoria de sus seguidores: es lo que Platón –y
otros– dijeron que fue. La mención de la cicuta en cierta manera alude a la creación de un
hombre a partir de la memoria de otro hombre. Sócrates no es el sueño de Platón, por
supuesto, pero difícilmente podríamos concebirlo sin la escritura del discípulo.
Aunque la cicuta no logra proporcionarle el sueño al soñador del cuento de Borges,
sí señala la transición del sueño fallido a la creación exitosa del hombre a partir del sueño.
Sócrates muere por la ingestión de cicuta y hace posible la creación del Sócrates de Platón
(y de los Sócrates de Jenofonte y Aristófanes). En “Las ruinas circulares”, la cicuta marca
la desaparición del alumno cetrino, cuyos rasgos afilados “repetían los de su soñador”, y el
comienzo del hombre que finalmente logra incorporarse a la realidad (la del soñador).
Considerando la sucesión de las acciones, la cicuta marca el inicio del proceso de
concientización, en el soñador, de que es el sueño de otro, de que no es un hombre real, y
que su realidad no es sino el paisaje de un sueño que otro está soñando, cuya mente es el
único lugar en el que le es dado existir.
En “Funes el memorioso” aparecen dos plantas venenosas –hoy usadas con fines
curativos en homeopatía–: la pasionaria y la santonina, ambas usadas para curar males
estomacales. La obsesiva contemplación de estas plantas por parte de Funes puede
interpretarse como un deseo de limpiar un poco su memoria –como las plantas limpian el
estómago–, que él define como “vaciadero de basuras”. El soñador de “Las ruinas
circulares” busca, con la cicuta, hundirse en el sueño, liberarse de su realidad, que es, en
cierto modo, el mismo deseo de Funes. Sólo que la realidad del mago no es sino un sueño.
Es en “La pesadilla” donde Borges establece claramente la relación entre la realidad
y el sueño. Señala que, según Frazer –“o según los viajeros que leyó Frazer”–, “los salvajes
94
no distinguen entre la vigilia y el sueño” (“La pesadilla”, Siete noches, 38). Borges advierte
que lo mismo les sucede a los niños, quienes “no distinguen muy bien entre la vigilia y el
sueño”, y relata el sueño de un sobrino suyo, de cinco o seis años:
Anoche soñé que estaba perdido en el bosque, tenía miedo, pero llegué a un claro y
había una casa blanca, de madera, con una escalera que daba toda la vuelta y con
escalones como un corredor y además una puerta, por esa puerta saliste vos. […]
Decime, ¿qué estabas haciendo en esa casita? (“La pesadilla”, Siete noches, 39).
Añade Borges: “Todo corría para él [el niño] en un solo plano, la vigilia y el sueño”. Y
luego: “para los poetas y los místicos no es imposible que toda la vigilia sea un sueño” (“La
pesadilla”, Siete noches, 39). 70
En otro texto, reconoce que ha citado toda su vida al filósofo chino Chiang Tzu,
quien soñó que era una mariposa y, al despertar, no sabía si era un hombre que había
soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre (Arte poética,
45).
Una vez que ha tomado conciencia de que ese joven del anfiteatro ha sido producto
de un sueño lúcido, el mago recomienza su proyecto; esta vez, va soñando a su hombre
parte por parte, órgano por órgano. Primero el corazón. Aquí, Borges juega con el sueño
deliberado, con el sueño del corazón durante catorce noches seguidas. Roza la arteria
pulmonar en la última noche –¿por qué la pulmonar y no la aorta?–. Esto conlleva otro
juego: el mago emprende la visión de otro de los órganos principales. Tarda así un año en
llegar al esqueleto y a los párpados, pues va contando uno a uno los órganos, en lugar de
contar las conocidas, aburridas, ovejas de los insomnes.
70
Inmediatamente cita a Calderón: “La vida es sueño”; y a Shakespeare: “estamos hechos de la misma
madera que nuestros sueños”; y, finalmente, a Walter von der Vogelweide: “¿He soñado mi vida, o fue
realidad?”. Luego concluye: “No hay diferencia entre las dos materias. La idea llega al artículo de Groussac:
no hay diferencia en nuestra actividad mental. Podemos estar despiertos, podemos dormir y soñar y nuestra
actividad mental es la misma” (“La pesadilla”, Siete noches, 39).
95
“Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido” (453). El narrador tiene que
especificar que el hombre lo soñaba dormido para diferenciar su sueño de los sueños
despiertos o lúcidos. Después de soñarlo íntegramente, de haber engendrado ese hijo, ese
fantasma soñado y gracias al Fuego (con mayúscula), el soñado es mágicamente animado,
de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo han de pensar un
hombre de carne y hueso. Se ha cumplido el propósito sobrenatural del forastero: soñar un
hombre e imponerlo a la realidad. El soñado despierta (¿es el estar despierto, el estado de
vigilia, la realidad?).
Debemos notar que la realidad del hombre soñado es la misma que la del soñador;
para ambos, sus respectivos templos en ruinas son la realidad. Esta realidad compartida es
lo que comunica el mundo del soñador con el del soñado. Ello provoca una superposición
de planos que sólo podría compararse al concepto de “eternidad” que formula Borges en
“La pesadilla”: todos los espacios y todos los momentos vistos, percibidos simultáneamente
en uno solo:
Dios ve así la historia universal, lo que sucede a la historia universal; ve todo eso en un
solo espléndido, vertiginoso instante que es la eternidad. […] A cada hombre le está
dado, con el sueño, una pequeña eternidad personal que le permite ver su pasado
cercano y su porvenir cercano (Siete noches, 37).
El soñador provee a su hombre soñado de su propia realidad (la del soñador). Soñar la
realidad de uno mismo puede comprenderse como un sueño lúcido. El soñador ha padecido,
una vez más, un sueño lúcido: no ha soñado, sino que ha estado despierto. Debemos
recordar que los pacientes insomnes sufren de sueños anómalos, entre ellos, los lúcidos y
las pesadillas. Es aquí donde encontramos la génesis del soñador soñado –el soñador
consciente de que está siendo soñado, el soñador lúcido–: el insomnio.
96
La importancia del campo semántico no es exigua: la realidad en “Las ruinas
circulares” y en la obra del gran soñador Borges, ya sea concebida en sueños o en la vigilia,
nos remite a la dificultad de dormir y a los efectos que produce el veronal.
SUEÑO-FUEGO
Después de haber logrado culminar la creación de un hombre íntegro en sueños, el mago se
arroja a las plantas de la estatua de las ruinas y, al crepúsculo, sueña con ella:
La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos
criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le
reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros
iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma
soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo
pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo
enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que
alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que
soñaba, el soñado se despertó (453).
Es así como el mago consigue su propósito: soñar un hombre íntegro e imponerlo a la
realidad.
Hacia el final del cuento, dos remeros despiertan al mago a medianoche y le hablan
de un hombre mágico en un templo del Norte, “capaz de hollar el fuego y de no quemarse”.
El mago recuerda las palabras del dios: que el Fuego es el único que sabía que su “hijo” era
un fantasma. En ese momento, el soñador teme que su “hijo”, al tomar conciencia de tal
“privilegio anormal”, descubra su condición de “mero simulacro”.
Más adelante, un “incendio concéntrico” se cierne sobre el templo del soñador; éste
piensa refugiarse en las aguas, pero concibe a la muerte como una forma de coronar su
vejez:
97
Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y
lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror,
comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo (455).
El “hijo” del mago y el mago mismo no pueden quemarse en el fuego; y eso es lo que le
permite, al menos al mago –no sabemos si también al soñado–, tener la conciencia de ser un
sueño. Sobrevivir al fuego es la marca de los hombres soñados porque señala su irrealidad.
El fuego puede ser una de las tantas imágenes que Borges relacionaba con el
insomnio. El “tigre o caballo” que corona el recinto circular “tuvo alguna vez el color del
fuego”. ¿De qué color es el fuego? Quizá sea amarillo, como los tigres que tanto lo
asaltaban en sus pesadillas. Al menos, la estatua de la que se habla en el cuento tiene la
forma de un tigre y de un potro y es también toro, rosa, tempestad. El tigre es una de las
pesadillas más frecuentes de Borges, pero esto no impide que se relacione también con el
insomnio; recordemos que las pesadillas son uno de los efectos del veronal que Borges
ingería para conciliar el sueño. En “El Zahir”, cuento en el que se menciona dicho
medicamento, existe una relación entre el tigre y el insomnio. La moneda que el narrador
posee es sólo una de las posibilidades del zahir –“en árabe, quiere decir notorio, visible”
(“El zahir”, El aleph, OC I, 593)–, pues éste puede ser un astrolabio, un ídolo, un profeta, un
trozo de mármol y, también, un tigre. Siendo el tigre es una de las modalidades del campo
semántico “pesadilla”, puede serlo del “insomnio”.
En “Las ruinas circulares”, el fuego cumple una función doble: por un lado, hace
posible que el hombre soñado se instale en la realidad; pero será también gracias a este
fuego que el soñado caiga en la cuenta que es un sueño. El fuego que cumple el propósito
del soñador es el que le revelará su condición de sueño, pues ha sido el mismo fuego el que
le ha infundido la capacidad de despertar al mago. No podemos saber si el dios Fuego
98
aparece también en el sueño primero, en el del soñador del mago –si es posible imaginar a
un primer soñador–, pero no hay nada que lo impida.
Si identificamos el fuego con el insomnio, tendríamos entonces que es el insomnio
el que nos muestra nuestra condición de hombres soñados. El hecho de no dormir es lo que
nos muestra nuestra condición de estar siendo soñados. Al final, la patología de Borges es
la que genera la condición del ser-soñado.
En “Funes el memorioso”, la única alusión al fuego ocurre cuando el narrador
enumera las cosas y los infinitos detalles mínimos de esas cosas que Funes es capaz de
recordar:
Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que
podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de
un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la
innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé
cuántas estrellas veía en el cielo (“Funes el memorioso”, Ficciones, OC I, 488).
Casi invisible, cambiante, casi sin brillar, el fuego de Funes cumple también la función de
mantenerlo despierto.
Quedan al descubierto entonces los íntimos lazos del insomnio de Borges con el del
soñador y el del soñado. De manera que, sin asombro, bien podría ser también Funes quien
sueña al mago que sueña a un hombre íntegro. Y bien podría ser Funes también un sueño de
Borges, lo mismo del Borges narrado que del Borges narrador.
Al narrarse, Borges se ficcionaliza y realiza, vuelve real su mundo ficticio. Es de
“El Zahir” de donde proviene la revelación: “Según la doctrina idealista, los verbos vivir y
soñar son rigurosamente sinónimos” (“El zahir”, El aleph, OC I, 595; cursivas del original).
Y el sueño es ficción: “si pensamos que el sueño es una obra de ficción (yo creo que lo es)”
(“La pesadilla”, Siete noches, 36). Entrar en el mundo de la ficción es lo mismo que entrar
en el mundo de los sueños, que, en el caso del insomne Borges –en cuya concepción el
99
lector no puede ser sino un lector insomne–, son sueños lúcidos. Y en el laberinto de los
sueños, la única salida posible es despertar –recordar– con la conciencia de estar siendo
soñado: salir del laberinto a otro que lo contiene. Despertar de un sueño a otro sueño.
Respecto a la relación sueño-escritura, observa Goloboff:
El soñador morirá como tal, nacerá como soñado. La escritura cuestionará su
invención, sugerirá que también ella ha sido copia, transcripción, dictado. Ambos,
sueño y escritura, descubrirán que no han dirigido ni creado, que han sido soñados (o
escritos) por otro soñador, por otra mano. Desenvueltos, revelados, conocidos, ambos
acabarán su producción, el relato terminará. Pero, en compensación, ambos habrán
producido, en su unanimidad (transitoria, engañosa, reembarcable inevitablemente en
la única unanimidad cierta que los compendia), la ficción de un sueño y el relato de
una ficción. 71
El fuego se relaciona, en “Las ruinas circulares”, con la escritura, que no es otra cosa que la
entrada a la ficción, al laberinto de los sueños y a “la intolerable lucidez del insomnio”.
71
GERARDO MARIO GOLOBOFF, “Sueño, memoria, producción del significante en Ficciones de Jorge Luis
Borges”, en JOAQUÍN MARCO (ed.), Asedio a Jorge Luis Borges, trad. Isabel Merino, Ultramar Editores,
Madrid, 1982, p. 138.
100
“LA ESCRITURA DEL DIOS” (PESADILLA)
Borges publicó “La escritura del dios” 72 originalmente en Sur, en febrero de 1949, durante
su peor época de insomnio. Meses antes había escrito “El Zahir”, cuyo protagonista, como
sabemos, tiene que ingerir, tras haber visto la moneda que es el zahir, el barbitúrico veronal
para poder dormir.
Si bien en muchos de sus cuentos Borges narra un sueño o una pesadilla (es
imposible saber si reales –que él soñó– o no, aunque la patología del autor nos permite
suponerlos reales), 73 he elegido “La escritura del dios” debido a la multitud de referencias a
los campos semánticos que he venido trabajando. Casi cada frase remite a uno de ellos, no
sólo correspondientes a la pesadilla, sino también al sueño y al insomnio. 74
72
Como en los apartados anteriores, abrevio las referencias al cuento “La escritura del dios”, anotando sólo el
número de página a renglón seguido y entre paréntesis.
73
Menciono a continuación sólo algunos cuentos en que aparecen sueños o pesadillas: “Historia de los dos
que soñaron”, “Las ruinas circulares”, “El milagro secreto”, “Episodio del enemigo”. También en poemas
como “La pesadilla”. Habría que considerar asimismo aquellas anécdotas que sin ser sueños pertenecen al
mundo de los pensamientos o no pertenecen al tiempo del relato, y que inciden de diversos modos en las
anécdotas principales. Así, por ejemplo, en “El milagro secreto”, Jaromir Hladík recibe el don de terminar su
drama al momento de ser ejecutado: durante un año, el tiempo se detiene para el mundo y sólo él, inmóvil,
percibe su transcurrir y echa mano de su memoria para terminar su drama. En “El Zahir”, el protagonista
concibe la idea de escribir un cuento y nos transmite el argumento. El tiempo concedido a Hladík, como el
cuento del protagonista de “El Zahir” –por mencionar sólo dos ejemplos–, son hechos que, al ocurrir fuera del
tiempo del relato, de cierta manera se emparentan con los sueños.
74
En “La escritura del dios” encontramos varias palabras y frases que corresponden a los campos semánticos
del insomnio, más que en muchos otros de sus cuentos. Por ello me parece interesante anotarlos aquí. Varios
aparecen en la primera frase: “La cárcel es profunda y de piedra”. Si recordamos la asociación insomniocárcel, podemos pensar inmediatamente en la cama de Borges, en su cuarto, relacionado éste también con su
insomnio. Me permito recordar, para confirmar la asociación, la primera frase de su segundo poema,
“Insomnio”, publicado en diciembre de 1936, también en la revista Sur: “De fierro, / de encorvados tirantes
de enorme fierro, tiene que ser la noche” (El otro, el mismo, OC II, 237). Ahí, en su cama, sucede toda la
historia que cuenta “La escritura del dios”. La forma de la cárcel, que es “la de un hemisferio casi perfecto, si
bien el piso (que también es de piedra) es algo menor que un círculo máximo” (596), nos remite, por su
circularidad y por su intemporalidad, a la “cóncava sombra” del poema “Caminata”, publicado en su primer
libro, Fervor de Buenos Aires, en 1923:
En la cóncava sombra
101
El cuento, narrado en primera persona, relata el presidio del sacerdote maya
Tzinacán en una cárcel de piedra que comparte con un jaguar. La prisión es abovedada y
oscura, donde la luz penetra sólo una vez al día, cuando por una trampilla del techo le
entregan agua y trozos de carne. Está ahí tras haber sido torturado –lacerado, roto,
deformado– por Pedro de Alvarado, quien también ha incendiado la pirámide donde el
sacerdote realizaba sacrificios humanos al dios Qaholom. Él sabe que no volverá a ser libre
en lo que queda de su vida mortal. Aburrido, desea llenar el tiempo y quiere recordar en la
sombra todo lo que sabía, en actitud claramente “funesina”. Y así va develando los años en
una minuciosa odisea de la mente.
Tzinacán recuerda que el dios ha escrito una “sentencia mágica” e intuye que él,
Tzinacán, podría ser el elegido para descifrarla y que, de hacerlo, podría destrozar a Pedro
vierten un tiempo vasto y generoso
los relojes de la medianoche magnífica,
un tiempo caudaloso
donde todo soñar halla cabida […] (Fervor de Buenos Aires, 1923, OC I, p. 43).
Pronto veremos también cómo, en el “tiempo caudaloso” de la oscura prisión de Tzinacán, el sueño de igual
modo haya cabida. En el siguiente pasaje: “He perdido la cifra de los años que yazgo en la tiniebla; yo, que
alguna vez era joven y podía caminar por esta prisión, no hago otra cosa que aguardar, en la postura de mi
muerte, el fin que me destinan los dioses” (596), podemos distinguir al menos cuatro campos semánticos
relacionados con el insomnio: insomnio-cárcel, insomnio-oscuridad, insomnio-amnesia-tiniebla, insomniomemoria-sombra. Veamos más campos semánticos:
Insomnio-amnesia-tiniebla: “He perdido la cifra de los años que yazgo en la tiniebla” (596). Borges tenía
cincuenta años cuando escribió “La escritura del dios”; llevaba cerca de treinta años padeciendo
insomnio.
Insomnio-decúbito supino-muerte: “no hago otra cosa que aguardar en la postura de mi muerte, el fin que me
destinan los dioses” (596).
Insomnio-memoria-sombra: “quise recordar en mi sombra, todo lo que sabía. Noches enteras malgasté en
recordar el orden y el número de unas sierpes de piedra o la forma de un árbol medicinal” (596). El
narrador nos recuerda a Funes: “Una noche sentí que me acercaba a un recuerdo preciso” (596).
Insomnio-noche-temor-tiempo: “Urgido por la fatalidad de hacer algo, de poblar de algún modo el tiempo,
quise recordar, en mi sombra, todo lo que sabía” (596).
Insomnio-vigilia: “Un día o una noche –entre mis días y mis noches, ¿qué diferencia cabe?– […]” (598).
Insomnio-oscuridad: Para terminar con el tema del insomnio, menciono dos frases que aparecen en diferentes
partes del cuento, las cuales tienen significación análoga con relación a nuestro tema: “Cada ciega
jornada me concedía un instante de luz” (597); “En la tiniebla superior se cernía un círculo de luz”
(598).
Insomnio-noche-olvido: “por eso dejo que me olviden los días, acostado en la oscuridad” (599). Ésta es la
frase final del cuento, y no puede ser más borgesiana. Los días no olvidan, pero quizás aquí Borges
hace equivaler olvidar a dormir, y quisiera (su narrador-personaje) que los días le sirvieran para
dormir. Además, como ya se ha mostrado, recordar es vigilia y olvidar es dormir.
102
de Alvarado y reconstruir la pirámide y el imperio. Tras reflexionar sobre las posibilidades
de la escritura, recuerda que el jaguar –su vecino– es uno de los atributos del dios e intuye
que en su piel está escrita la sentencia:
Entonces mi alma se llenó de piedad. Imaginé la primera mañana del tiempo, imaginé a
mi dios confiando el mensaje a la piel viva de los jaguares, que se amarían y se
engendrarían sin fin, en cavernas, en cañaverales, en islas, para que los últimos
hombres lo recibieran. Imaginé esa red de tigres, ese caliente laberinto de tigres, dando
horror a los prados y a los rebaños para conservar un dibujo. En la otra celda había un
jaguar; en su vecindad percibí una confirmación de mi conjetura y un secreto favor
(597).
El sacerdote dedica muchos años al desciframiento de tal escritura, pero sin éxito. Una
noche tiene un sueño, que en realidad es una pesadilla: sueña un grano de arena que se
multiplica hasta colmar la cárcel; al querer despertar, despierta a otro sueño y de éste a otro.
La luz de la roldana superior por donde le entregan la comida lo despierta de la sucesión de
sueños. Entonces tiene una epifanía: ve una rueda que le revela la red infinita de las causas
de todas las cosas, donde él es un hilo y Pedro de Alvarado otro. Al comprenderlo todo,
comprende también la escritura del jaguar.
Tzinacán busca el infinito, la divinidad, un estar consciente de las diferencias y
coincidencias entre el yo y el más allá, el vacío. Lee su destino en el jaguar como símbolo
del tiempo, espacio, vida, eternidad y universo. Tzinacán no sabe si en el más allá hay
muerte o verdad. Parece encontrar un momento de iluminación budista, del conocimiento
perfecto, de la inteligencia absoluta.
La permanente tiniebla de la prisión, el jaguar y la escritura de su piel, el hecho de
haber perdido la cuenta de los años que lleva preso, la pesadilla de los granos de arena, el
laberinto de los sueños dentro de los sueños, la epifanía que experimenta después de la
pesadilla, todo esto son temas e imágenes obsesivas en la narrativa de Borges. Difícilmente
encontraremos tantos tópicos borgesianos juntos en otro texto. Es tan apretado el tejido que
103
resultará difícil delimitar los campos semánticos relacionados con la pesadilla, pero lo
intentaré.
Dividiré el análisis en tres campos semánticos. Dos de ellos han sido definidos en el
Capítulo II: pesadilla-universo y pesadilla-laberinto. El otro, pesadilla-escritura, lo agrego
ahora debido a las necesidades del análisis, ya que configura el eje de este cuento en
particular. Por ello comenzaremos con él.
PESADILLA-ESCRITURA
En lo que va de este capítulo, creo haber establecido la relación entre sueño-insomnio y
escritura. En el cuento que ahora nos ocupa, se halla una relación con la escritura más clara
que en “Funes el memorioso” y “Las ruinas circulares”.
Ya la crítica ha notado que la escritura es uno de los temas dominantes en la obra de
Borges. Goloboff relaciona la presencia o ausencia de la “producción textual” con el sueño
y el insomnio, respectivamente. Los cuentos de Ficciones, afirma, tematizan el proceso de
la producción textual; sus situaciones y anécdotas son excusas para discurrir una
preocupación única: “replantear la condición del que escribe y las del proceso de creación,
sus dificultades, sus fuentes, su sentido”. Tres muestras ejemplares –sigue Goloboff– son
“Las ruinas circulares”, “Funes el memorioso” y “El milagro secreto”:
En el primero, porque exhibe, a través del sueño, el trabajo de producción de
significantes; en el segundo, porque establece la imposibilidad misma de su ejercicio
en las condiciones impropicias del insomnio, y, entre ambos, en el tercero, porque en él
la práctica establece su propia combinatoria, la conforma y la totaliza frente a una
realidad que la desconoce. Sueño-práctica significante/insomnio, aparecen así como los
verificadores extremos de una sola y única capacidad: la de producir o no
significaciones. En “Las ruinas…”, el espacio para esa tarea se muestra inmenso; en
104
“El milagro…”, limitado; en “Funes…”, nulo: la superposición, al impedir que la
actividad encuentre donde espacializarse, imposibilita la escritura. 75
En los apartados anteriores, he señalado cómo para Funes la escritura está vedada: “No lo
había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele” (489); la escritura se
opone a su memoria. En el análisis de “Las ruinas circulares”, hablé también de las
relaciones entre el fuego y el insomnio, por un lado, y entre el sueño y la ficción, por el
otro. Al asociar el sueño con la ficción, lo asocio también con la escritura. Aunque en “Las
ruinas circulares” no aparece la escritura, se alude a ella a través del sueño-ficción. En este
sentido, puede notarse la coincidencia entre mis afirmaciones y las de Goloboff, salvo que
él habla de la escritura como “producción de significantes”, mientras que lo que interesa en
este trabajo es la exploración de los campos semánticos que remiten al insomnio: la
escritura más como codificación de la obsesión onírica que como “producción textual”. Lo
que destaco es la importancia que Goloboff encuentra en el proceso de escritura en la obra
de Borges. Nuestro insomne está consciente de dicho proceso hasta el punto de convertirlo
en meta-escritura.
Por otra parte, es necesario recordar que leer y escribir tienen funciones opuestas en
la obra de Borges. Leer obliga a recordar, obliga al insomnio, mientras que escribir
permite olvidar aquello que se refiere. Por ello, escribir sobre Funes pudo de cierto modo
curar del insomnio al narrador de la ficción, lo mismo que al Borges real, escribir el cuento.
Podríamos hablar de dos caras de la misma moneda –recordemos que el narrador de “El
Zahir” era capaz ver ambas caras simultáneamente–: una es la del sueño, la otra es la del
insomnio. En este orden de ideas, preciso que dormir remite a olvidar, pero soñar no remite
a recordar. Soñar es ficcionalizar. Sueño es la forma sustantiva de soñar. Al carecer el
75
GERARDO MARIO GOLOBOFF, “Sueño, memoria, producción del significante en Ficciones de Jorge Luis
Borges”, art. cit., p. 133.
105
verbo dormir de una forma sustantiva, 76 usamos también sueño para dormir (“tengo sueño”
por “quiero dormir”); pero hemos visto que, cuando se trata de trastornos del sueño, los dos
términos son prácticamente opuestos. 77
Según lo expuesto a lo largo de este capítulo, la escritura se relaciona con el olvido:
escribir es olvidarse; de su lado, la lectura está asociada con la memoria: leer es recordar.
En “La escritura del dios”, el sacerdote no muestra interés en escribir (nunca lo hace
ni se lo propone), sino en descifrar, en leer la escritura divina. Al final, se niega incluso a
pronunciar la escritura del dios. Todo su trabajo consiste en recordar. En la mayoría de los
textos de Borges se reproducen, comentan, continúan o reconstruyen (en la meta-historia o
metadiégesis) otros textos. En “La escritura del dios” esto no sucede. El texto sagrado se
revela para Tzinacán, pero no se reproduce en el cuento. En “Funes el memorioso”, el
narrador confiesa que se está iniciando en el estudio del latín y menciona tres libros; uno de
ellos es la Naturalis historia, de Plinio, uno de cuyos párrafos Funes memoriza. En “El
Zahir”, el narrador encuentra respuesta a su mal en un ejemplar de Urkunden zur
Geschichte der Zahirsage. Pero en “La escritura del dios”, aparentemente no hay alusión a
libro alguno; sólo se menciona el “Libro del Común”, del cual no se da mayor información.
Sin embargo, la relación que el cuento establece con otro texto, con un libro
antiguo, es determinante. El “Libro del Común”, no es otro que el Popol Vuh o también
“Libro del Concejo”, libro sagrado de los mayas. Esto no debe extrañarnos, pues Tzinacán
se describe como el último sacerdote de la pirámide consagrada al dios Qaholom, el dios
76
El Diccionario de la RAE registra “dormida”: “Acción de dormir, especialmente pasando la noche.
Tenemos tres DORMIDAS antes de acabar nuestro viaje. […] And. y Amér. Merid. Lugar donde se pernocta”.
Difícilmente usamos, sin embargo, “dormida” como franco sustantivo de ‘dormir’. En algunas conversaciones
suele usarse con este sentido en diminutivo: “Me eché una dormidita”, refiriéndose a siesta o a un sueño
corto; incluso para expresar el deseo de dormir: “necesito una dormida”.
77
En inglés sí existen dos términos que permiten establecer la diferencia: dream, para dormir; sleep, para
soñar.
106
padre, el que engendra. Y es éste el dios que ha dejado la sentencia sagrada que su
sacerdote deberá descifrar.
El nombre de Tzinacán –que significa ‘murciélago de la noche’– es de origen
náhuatl, pero el mundo al que pertenece es el maya. El náhuatl era usado por ambos
pueblos, mayas y nahuas. Resultan significativos al menos dos aspectos en la frase
“Murciélago de la noche”, que de ninguna manera es elegida al azar. Primero: recordemos
que, para este momento, Borges prácticamente ha perdido la vista; así, él mismo Borges
representa un murciélago. Segundo: sabido es que los murciélagos son animales nocturnos.
Debido al insomnio, Borges se pasaba las noches sin conciliar el sueño, recordando, y a
veces recorriendo las calles de Buenos Aires. Si tuviéramos que elegir un animal para
describir la patología de Borges, optaríamos ineludiblemente por el murciélago.
Daniel Balderston, quien estudia las referencias al mundo maya en “La escritura del
dios”, nos da la referencia del Tzinacán histórico:
El “Tzinacán” histórico fue cacique de los cakchiqueles en Iximché. El cakchiquel se
llamaba Ahpozotzil [que significa “el rey murciélago” (Kelly, pág. 132) o “guardián
del petate del murciélago” (Tedlock, pág. 183)]. Se menciona en el Popol Vuh, en la
discusión de las diferencias lingüísticas y religiosas entre los quichés y sus vecinos y
tradicionales enemigos, los cakchiqueles. La traducción de Recinos es la siguiente:
“Ahora bien, la lengua de los cakchiqueles es diferente, porque era diferente el nombre
de su dios cuando vinieron de allá de Tulán-Zuyva. Tzotzihá Chimalcán era el nombre
de su dios, y hablaban hoy una lengua diferente; y también de su dios tomaron su
nombre las familias Ahpozotzil y Ahpoxá, así llamadas” (pág. 210).
Aquí Recinos agrega una nota que sin lugar a dudas es la fuente inmediata que utiliza
Borges:
“Ahpozotzil y Ahpoxahil eran los nombres del rey de los cakchiqueles y de su adjunto y
heredero. Los españoles dieron al primero, que gobernaba en 1524, el nombre de
Sinacán, del náhuatl Tzinacán, que también significa murciélago” (pág. 201 n.). 78
78
DANIEL BALDERSTON, “Cuento (corto) y cuentas (largas) en «La escritura del dios»”, Cuadernos
hispanoamericanos, 505-507 (julio-septiembre, 1992), pp. 445-454. Las fuentes que Balderston cita son:
JOHN EOGHAN KELLY, Pedro de Alvarado, conquistador, Princeton University Press, Princeton, 1932;
DENNIS TEDLOCK, Popol Vuh, The Mayan Book of the Down of Life, Simon & Schusters, New York, 1985 y
ADRIÁN RECINOS (traducción), Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché, FCE, México, 1947. Los
corchetes y las cursivas son de Balderston.
107
Balderston refiere la mención que de Tzinacán hace Bernal Díaz del Castillo en su Historia
verdadera de la Conquista de la Nueva España: “luego fuimos camino del asiento de la
ciudad de Guatemala «la vieja», donde solían estar los caciques que se decían Cinacan y
Sacachul”. 79 El hecho ocurrió hacia 1524, poco después de que Pedro de Alvarado
conquistara a los quichés y destruyera la capital quiché Utatlán, con ayuda de los
cakchiqueles. En 1526, Ahpozotzil/Tzinacán busca una alianza con el cacique quiché
Sacachul para sublevarse contra los españoles, tras lo cual Alvarado arrasa la capital
cakchiquel Iximché. Domingo Juarros refiere: “Este cacique [Ahpotzotzil] se sublevó en
1526, y estuvo por muchos años preso en Guatemala; en los libros del Cabildo se le llama
Sinacan”.80
En cuanto a la destrucción de la pirámide que se refiere en el cuento de Borges,
Balderston señala:
La destrucción de la pirámide sagrada al dios Qaholom donde Tzinacan celebró los
ritos sagrados pudo haberse producido, entonces, en Iximché en 1526, aunque sin
duda, Borges se ha servido del material más abundante sobre la destrucción de Utatlán
en 1524. 81
El dios Qaholom aparece frecuentemente en el Popol Vuh. En el preámbulo, leemos: “Y
aquí traeremos la manifestación, la publicación y la narración de lo que estaba oculto, la
revelación por Tzacol, Bitol, Alom, Qaholom”. 82 De acuerdo con la concepción dual de los
dioses, la pareja Alom y Qaholom es la pareja creadora. Dice Recinos:
Alom, la diosa madre, la que concibe los hijos, de al, hijo, alán, dar a luz. Qaholom, el
dios padre que engendra los hijos, de qahol, hijo del padre, qaholah, engendrar […]
79
BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Crónicas de
América 2b: Madrid: Historia, 16, 1985, 2 vols.
80
DOMINGO JUARROS, A Statistical and Commercial History of the Kingdom of Guatemala in Spanich
America, trad. J. Baily, John Hearne, Londres, 1823.
81
DANIEL BALDERSTON, art. cit., p. 449.
82
Cito la misma traducción que Balderston, pero de la edición de Colección Popular: Popol Vuh. Las antiguas
historias del quiché, traducción, introducción y notas de Adrián Recinos, FCE, México, 9ª ed., 1968, p. 23.
108
son el Gran Padre y la Gran Madre, así llamados por los indios, según refiere Las
Casas, y que estaban en el cielo. 83
Fiel a su costumbre de citar, parafrasear o aludir a textos antiguos, Borges aprovecha
hechos históricos para construir su cuento. Ficcionalizado él mismo en varios de sus
relatos, ficcionaliza también a otros personajes históricos. En este caso, Tzinacán es
retomado en el momento en que cae prisionero, luego de sublevarse, en 1526, contra
Alvarado. La ficción podría consistir únicamente en la forma y otros detalles de la prisión,
y en la presencia del jaguar en la celda. Pero si bien es dudoso probar que Tzinacán estuvo
acompañado de un jaguar durante su prisión, cuya duración ignoramos, el hecho resulta, no
sólo verosímil y congruente, sino simbólico.
En el cuento leemos que Tzinacán era el sacerdote del dios Qaholom, uno de cuyos
atributos es el jaguar. Tzinacán es también un sacerdote-jaguar. El dios dual AlomQaholom crea a cuatro héroes: Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam: “El
«balam» significa jaguar, ya que los cuatro héroes formaban parte de un culto del jaguar.
Así también, Chilam Balam = Sacerdote Jaguar”. 84 Tzinacán, el Sacerdote Jaguar, podría
ver en el jaguar, en cuya piel se haya la escritura del dios, también un espejo, si
consideramos que el rostro del sacerdote podría ser la piel de la escritura. El tigre o jaguar
–lo mismo que el espejo– es una imagen de las pesadillas de Borges.
Una vez que Tzinacán ha develado la existencia de la escritura en la piel del jaguar,
padece una pesadilla: no mira tigres ni espejos, sino arena. Al despertar, no sin mucho
esfuerzo, sobreviene el contacto con la divinidad:
vi una Rueda altísima, que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino
en todas partes, a un tiempo. Esa Rueda altísima estaba hecha de agua, pero también de
fuego, y era (aunque se veía el borde) infinita. Entretejidas, la formaban todas las cosas
que serán, que son y que fueron, y yo era una de las hebras de esa trama total, y Pedro
83
84
Ibid. p. 163.
DANIEL BALDERSTON, art. cit., p. 449.
109
de Alvarado, que me dio tormento, era otra. Ahí estaban las causas y los efectos y me
bastaba ver esa Rueda para entenderlo todo, sin fin (598).
Es de notarse que la unión de Tzinacán con la divinidad lo lleva al éxtasis visual. Y luego, a
la manera en que el narrador de “Funes el memorioso” expresa en letanía lo que recuerda
de Funes, y a la manera en que el narrador de “El aleph” describe las cosas que ve en la
“esfera tornasolada”, Tzinacán enumera lo que en la Rueda pudo ver:
Vi el universo y vi los íntimos designios del universo. Vi los orígenes que narra el Libro
del Común. Vi las montañas que surgieron del agua, vi los primeros hombres de palo,
vi las tinajas que se volvieron contra los hombres, vi los perros que les destrozaron las
caras. Vi el dios sin cara que hay detrás de los dioses. Vi infinitos procesos que
formaban una sola felicidad, y entendiéndolo todo, alcancé también a entender la
escritura del tigre (599; cursivas mías).
Enfatizo el hecho de que Tzinacán haya visto y no escuchado ni percibido de alguna otra
manera el universo en la Rueda –no la percibe durante su pesadilla–, porque, al escribir “La
escritura del dios”, Borges se acercaba a los 50 años y había perdido la vista casi
totalmente. No es posible saber si la visión de Tzinacán esté biográficamente enfatizada o
sea imaginaria o esté ironizada.
Después de ver, como buen lector, lo entiende todo, incluso la escritura del tigre,
que es una fórmula de catorce palabras casuales. Le bastaría decirla para abolir la cárcel de
piedra, para que el día entrara en su noche, para rejuvenecer, para vengarse de Pedro de
Alvarado, para ser inmortal. Cuarenta sílabas, catorce palabras le bastan para ser emperador
como Moctezuma. Pero renuncia a pronunciarlas y deja que los días lo olviden.
Volvamos a la visión. No puede extrañarnos ya, en este punto, que lo que el
sacerdote ve en la Rueda sean imágenes que hallan su explicación en el “Libro del Común”.
Balderston establece la relación entre la visión de Tzinacán y el libro sagrado, el Popol
Vuh:
110
Vi las montañas que surgieron del agua / Como la neblina, como la nube y como una
polvareda fue la creación, cuando surgieron del agua las montañas; y al instante
crecieron las montañas [p. 24].
… vi los primeros hombres de palo / Y al instante fueron hechos los muñecos labrados
en madera. Se parecían al hombre, hablaban como el hombre y poblaron la superficie
de la tierra [p. 29].
… vi las tinajas que se volvieron contra los hombres / Y se pusieron todos a hablar; sus
tinajas, sus comales, sus platos, sus ollas, sus perros, sus piedras de moler, todos se
levantaron y les golpearon las caras [31].
[... vi los perros que les destrozaron las caras /] Ahora nosotros os destruiremos, ahora
probaréis vosotros los dientes que hay en nuestra boca: os devoraremos, dijeron los
perros, y luego les destrozaron las caras [31-32]. 85
Balderston cree que el diálogo no se establece sólo con la cultura maya antigua, sino
también con la cultura europea:
De nuevo aquí Tzinacán, el sacerdote jaguar (o Chilam Balam) dialoga con el Viejo
Mundo: su visión se enfrenta a la de San Pablo en el camino a Damasco (el
resplandor), de Mahoma (la espada), del místico Sufí “Abdú” l-Qahir (la rosa). El
símbolo escogido para la visión que tiene Tzinacán de la divinidad puede parecer
problemática, ya que los mayas, como los demás pueblos precolombinos, no utilizaban
la rueda, y ya que la rueda es un símbolo importante en el budismo. Pero Borges no ha
convertido al budismo a Tzinacán aquí (a pesar de los indudables ecos budistas en su
aceptación posterior de la aniquilación), ya que la rueda se utiliza en los libros del
Chilam Balam (libros, es decir, del sacerdote jaguar) como imagen del gran círculo del
tiempo. 86
Efectivamente, Tzinacán advierte: “El éxtasis no repite sus símbolos” (598).
He aquí la profunda relación entre la escritura –dibujada en la piel del jaguar y que
podría estar también en el rostro del sacerdote– y la memoria. Dice Tzinacán:
Urgido por la fatalidad de hacer algo, de poblar de algún modo el tiempo, quise
recordar, en mi sombra, todo lo que sabía. Noches enteras malgasté en recordar el
orden y el número de unas sierpes de piedra o la forma de un árbol medicinal (596).
La alusión al insomnio vía el deseo de recordar, es evidente: el sacerdote deja de dormir
para dedicarse al recuerdo. Este deseo del recuerdo lo lleva a la escritura del dios.
Una noche sentí que me acercaba a un recuerdo preciso […]. Horas después, empecé a
avistar el recuerdo; era una de las tradiciones del dios. Éste, previendo que en el fin de
los tiempos ocurrirían muchas desventuras y ruinas, escribió el primer día de la
Creación una sentencia mágica, apta para conjurar esos males. La escribió de manera
que llegara a las más apartadas generaciones y que no la tocara el azar. Nadie sabe en
85
86
Ibídem. Las citas del Popol Vuh pertenecen a la edición de 1968.
DANIEL BALDERSTON, art. cit., p. 451.
111
qué punto la escribió ni con qué caracteres, pero nos consta que perdura, secreta, y que
la leerá un elegido (596-597).
La escritura, si bien preexistente y eterna –existe desde el primer día de la creación–, no
llega a convertirse en el objeto de desciframiento del sacerdote sino a través del recuerdo.
Insomne, en las tinieblas, perdido en el tiempo, el sacerdote recuerda e invoca la escritura
del dios, pero ¿qué lo hace recordar? Puede ser el olvido del tiempo, la tiniebla o su propia
condición de presidiario deforme. Más que eso, decide recordar “por la fatalidad de hacer
algo”. No es completamente voluntario el esfuerzo por recordar. Ezequiel de Olazo advierte
la relación entre fatalidad y escritura:
Es interesante que “fatalidad” proviene de “fari”, pronunciar, discernir. La idea es que
de algún modo inalcanzable alguien dijo lo que seríamos. Durante millones de años
fuimos dichos. En nuestra reciente era, nos escriben. 87
Efectivamente, a la revelación de la existencia de la escritura, sucede la revelación de que
él, Tzinacán, es el elegido para descifrarla; y luego, de que la escritura del dios se halla en
la piel del jaguar.
Sobreviene finalmente el contacto con la divinidad y el desciframiento del texto;
éste, constituido por catorce sílabas –cuarenta palabras–, 88 lo abarca todo. Tzinacán mismo
forma parte de esa escritura, pues en la visión de la rueda él y Alvarado son dos hilos de la
misma madeja. Recordemos aquí la relación entre texto y tejido; el texto es un tejido de
palabras. Antes de descifrar la escritura, Tzinacán mismo conjetura su condición de texto:
“Quizá en mi cara estuviera escrita la magia, quizá yo mismo fuera el fin de mi busca”
(597).
87
88
EZEQUIEL DE OLAZO, “El otro”, en Jugar en serio. Aventuras de Borges, Paidós/UNAM, México, p. 121.
Tzinacán, sacerdote jaguar, guarda una relación íntima también con el número 14:
Dentro de las ruedas engranadas de los distintos ciclos temporales del calendario maya, los días eran
sagrados, siendo dioses ellos mismos. Cuando Tzinacán dice que la fórmula mágica es una frase de
catorce palabras, confirma su vocación como sacerdote del dios jaguar. León Portilla nos informa
que el día catorce (ix) es “reiterada aparición del dios jaguar en relación con la tierra y el mundo de
abajo” (DANIEL BALDERSTON, art. cit., p. 451. La referencia a MIGUEL LEÓN PORTILLA es Tiempo y
realidad en el pensamiento maya, UNAM, México, 1986).
112
La negativa de Tzinacán a pronunciar esa escritura acepta varias lecturas, como
veremos. Una de ellas sería la ruptura de esa fatalidad, si convenimos que el sacerdote
elude su destino de pronunciar la sentencia sagrada. Otra, sería el cumplimiento de la
fatalidad, si creemos que el silencio y el olvido del sacerdote están determinados por el
texto sagrado; sin embargo, lo trascendente aquí es que su negativa no borra la escritura,
sino que ésta sigue reproduciéndose, quizá en la piel del jaguar, quizá en los rostros de
ciertos elegidos. Tal vez el cuento de Borges contenga esa sentencia sagrada, el cual leemos
e intentamos descifrar “fatalmente”. Esto puede parecer exagerado. Quizá nos excuse, sin
embargo, la idea de Borges de que nosotros no somos sino “versículos o palabras o letras
de un libro mágico, y ese libro incesante es la única cosa que hay en el mundo: es, mejor
dicho, el mundo” (“Prólogo” a El otro, el mismo,
OC II).
89
Versículos, palabras o letras,
ficción o sueño, la definición de Borges sobre el hombre remite a la condición propia del
insomne.
PESADILLA-UNIVERSO
En “La escritura del dios”, el universo cabe en “Cuarenta sílabas, catorce palabras”. La idea
de un símbolo o incluso un objeto que comprende el universo aparece en numerosos textos
de Borges.
Es congruente, entonces, que el proyecto de Funes de utilizar una palabra para cada
referencia objetual sea infructuoso:
Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales
requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo.
Aplicó luego ese disparado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece,
89
JORGE LUIS BORGES, Obra poética, Alianza-Emecé, Madrid, 1972, pp. 162-163.
113
decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril […].
Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo
contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas,
seis decenas, cinco unidades: análisis que no existe en los “números” El Negro
Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme.
Locke, en el siglo XVII, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa
individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio […] (489).
Y luego:
No sólo le costaba comprender [a Funes] que el símbolo genérico perro abarcara tantos
individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de
las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y
cuarto (visto de frente) (489).
Pero Funes, sospecha el narrador, “no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar
diferencias, es generalizar, abstraer” (590). En un lenguaje divino, cada palabra sería la
cifra de una infinidad de palabras o todas las palabras: el universo.
La revelación de Tzinacán lo lleva a intuir el universo en una palabra. Otros
personajes de Borges lo intuyen en un objeto, que puede ser el zahir o el aleph. Otros más,
en situaciones e ideas menos perfiladas.
Así, en “El inmortal”, la inmortalidad le da al hombre la capacidad de ser todos los
hombres a la vez. “En un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas” (El aleph,
OC I,
541), se dice en este cuento. Y más adelante: “Nadie es alguien, un solo hombre
inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo,
soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy” (El aleph,
OC I,
541). Tzinacán, en su celda, después de haber descifrado “la escritura del dios”, se
sabe nadie:
Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del
universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque
ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él y ahora no le importa. Qué le importa la
suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él, ahora es nadie (599).
114
En “El Zahir”, cuyo nombre es “uno de los noventa y nueve nombres de Dios”, el
protagonista, después de haber visto la moneda-zahir, olvidará el mundo y pensará sólo en
el zahir, que es también el universo. Buscando una explicación para su patología, el
narrador “exhuma” de una librería un ejemplar de Urkunden zur Geschichte der Zahirsage,
de Julius Barlach, y ahí lee, “con inquietud singular”:
Un comentador del Gulshan i Raz dice que quien ha visto al Zahir pronto verá la Rosa
y alega un verso interpolado en el Asrar Nama (Libro de cosas que se ignoran) de
Attar: el Zahir es la sombra de la Rosa y la rasgadura del Velo (El aleph, OC I, 594).
El universo entonces cabe en el Zahir, como cabe en la Rosa. El narrador cita a Tennyson:
Dijo Tennyson que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y
qué es el mundo. Tal vez quiso decir que no hay hecho, por humilde que sea, que no
implique la historia universal y su infinita concatenación de efectos y causas. Tal vez
quiso decir que el mundo visible se da entero en cada representación, de igual manera
que la voluntad, según Schopenhauer, se da entera en cada sujeto. Los cabalistas
entendieron que el hombre es un microcosmo, un simbólico espejo del universo; todo,
según Tennyson, lo sería. Todo, hasta el intolerable Zahir (El aleph, OC I, 594).
Veamos la revelación de un objeto que comprende el universo en “El aleph”:
Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje
lo es. […]
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de
casi intolerable fulgor. […] El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero
el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del
espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los
puntos del universo […] vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara y sentí vértigo y lloré,
porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los
hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo (El aleph, OC I,
625-626).
En la Postdata, se dice que el aleph, “la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada”,
significa, para la Cábala, “el En Soph, la ilimitada y pura divinidad”; también, que
tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la tierra, para indicar que el mundo
inferior es el espejo y es el mapa del superior; para la Mengenlehre, es el símbolo de
los números transfinitos, en los que el todo no es mayor que alguna de las partes (El
aleph, OC I, 627).
115
Como en el zahir, el aleph, la palabra, el hombre mismo, el universo cabe, sobre todo, en
una rosa. Ezequiel de Olazo estudia uno de los textos más pequeños, pero también más
reveladores de la poética de Borges, “Una rosa amarilla”.
Ni aquella tarde ni la otra murió el ilustre Giambattista Marino, que las bocas unánimes
de la Fama (para usar una imagen que le fue cara) proclamaron el nuevo Homero y el
nuevo Dante, pero el hecho inmóvil y silencioso que entonces ocurrió fue en verdad el
último de su vida. Colmado de años y de gloria, el hombre se moría en un vasto lecho
español de columnas labradas. Nada cuesta imaginar a unos pasos un sereno balcón
que mira al poniente y, más abajo, mármoles y laureles y un jardín que duplica sus
graderías en un agua rectangular. Una mujer ha puesto en una copa una rosa amarilla;
el hombre murmura los versos inevitables que a él mismo, para hablar con sinceridad,
ya lo hastían un poco:
Púrpura del jardín, pompa del prado,
gema de primavera, ojo de abril…
Entonces ocurrió la revelación. Marino vio la rosa, como Adán pudo verla en el
Paraíso, y sintió que ella estaba en su eternidad y no en sus palabras y que podemos
mencionar o aludir pero no expresar y que los altos y soberbios volúmenes que
formaban en un ángulo de la sala una penumbra de oro no eran (como su vanidad soñó)
un espejo del mundo sino una cosa más agregada al mundo.
Esta iluminación alcanzó Marino en la víspera de su muerte, y Homero y Dante acaso
la alcanzaron también (“Una rosa amarilla”, El Hacedor, OC II, 173). 90
En la rosa, como en el tigre, aparece el color amarillo. Olazo advierte que Marino, aburrido
por la estética literaria, siente, antes de morir, que “estéticamente está muerto” y que es la
revelación de la rosa la que le da la vida nueva; 91 incluso, “podemos concluir que en ese
momento Marino recupera la inocencia. Los arquetipos de Platón y el Adán primordial son
nuestros mitos de la pureza, la rectitud en el conocer y en el nombrar, frescas metáforas
muy antiguas”. 92 En el momento en que Marino, tras pronunciar el poema que la elogia, ve
a la rosa amarilla, ésta, dice Olazo, “está en la eternidad” y él comienza a transformarse en
un “gran poeta secreto”. 93 Él mismo es único testigo de su transfiguración: “La elocuente
90
Publicada por primera vez en la revista Hogar, Año LIII, núm. 2409, 20 de enero de 1956, Buenos Aires; y
luego, en El Hacedor. Borges anota como fecha de su composición el 2 de enero de 1956.
91
EZEQUIEL DE OLAZO, “La sencillez de la rosa”, en Jugar en serio. Aventuras de Borges, óp. cit., p. 35.
92
Ibíd., p. 41.
93
Ibídem.
116
agonía barroca es desplazada por la sencillez de la muerte ante la sencillez de la rosa”. 94
Gracias a la cuidadosa imprecisión del momento en que el Marino del relato muere, el
tiempo se borra, de manera que el acontecimiento de la revelación de la rosa “fue en verdad
el último de su vida”, aun si no implica la muerte real. Elucubra Olazo: “si el autor nos
diera la referencia exacta del momento de la muerte paradójicamente la podríamos olvidar.
Ahora es inolvidable porque no nos ha dejado nada preciso que recordar”. 95
La alusión a la rosa no es ni incidental ni insignificante. Se trata de uno de los
símbolos constantes en la obra de Borges. Ya vimos la cita de Tennyson en “El Zahir”: “si
pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo” (El
aleph, OC I, 594). Y en el mismo cuento: “quien ha visto al Zahir pronto verá la Rosa”; “el
Zahir es la sombra de la Rosa y la rasgadura del Velo” (El aleph, OC I, 594).
En “La escritura del dios”, Tzinacán advierte que “hay quien ha visto a Dios en un
resplandor, hay quien lo ha percibido en una espada o en los círculos de una rosa” (598). En
“Una rosa amarilla”, Marino puede entender en la rosa el misterio de la creación literaria,
pero también puede entenderlo todo, como el sacerdote maya, tras la visión de la Rueda.
“La obra de Borges [dice Olazo] es monadológica, los textos se reflejan recíprocamente; en
rigor, son merced a ese reflejo”. 96
Tzinacán tiene un contacto con la divinidad que le permite una revelación de la
eternidad. Él lo dice así: “Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo (no sé si estas
palabras difieren)” (598). Lo que Tzinacán ve en la divinidad le permite comprender la
escritura del tigre. En esas catorce palabras formadas por cuarenta sílabas está la capacidad
para liberarse de la prisión y regir el imperio. Esas palabras, que él no pronuncia, son la
94
Ibíd., p. 42.
Ibíd., p. 44.
96
Ibíd., p. 45.
95
117
cifra del universo mismo: una palabra significa otra y ésta a otra, hasta llegar al dios
creador, al primer día de la creación. Marino pude comprender el principio de la creación
estética; Tzinacán comprende, a través de la escritura, el principio de la creación universal.
La escritura es la Rosa, es el Aleph, es el Zahir, es la Rueda.
Los campos semánticos, como se explicó ya, son aquellas palabras cuyo significado
se acoge en cierta medida a otra, que las comprende o las alude. Borges, en “La escritura
del dios”, habla de un lenguaje divino. Por un lado, cualquier objeto de la tierra puede
constituir esa escritura: una montaña, el propio rostro de uno mismo, la piel del jaguar
(“Imaginé esa red de tigres, ese caliente laberinto de tigres, dando horror a los prados y a
los rebaños para conservar un dibujo”, 597); por el otro, cada una de las palabras de esta
escritura divina, alude, comprende, sugiere o revela otra y ésta a otra, hasta el infinito:
Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el
universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y
tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre
del pasto, el cielo que dio luz a la tierra. Consideré que en el lenguaje de un dios toda
palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito,
sino explícito, y no de un modo progresivo sino inmediato. Con el tiempo, la noción de
una sentencia divina parecióme pueril o blasfematoria. Un dios, reflexioné, sólo debe
decir una palabra y en esa palabra la plenitud. Ninguna voz articulada por él puede ser
inferior al universo o menos que la suma del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz
que equivale a un lenguaje y a cuanto puede comprender un lenguaje son las
ambiciosas y pobres voces humanas, todo, mundo, universo (597-598).
Este lenguaje infinito es, en cierta medida, el lenguaje mismo de la obra borgesiana. Como
hemos visto, son muchas las palabras que podrían remitirse al insomnio; quizá todo el
caudaloso léxico de Borges sugiera el insomnio: recuerdo, memoria, noche, sombra,
tiniebla, cautiverio, cárcel, muro, laberinto, sueño, pesadilla, etc. Dicho así, podría parecer
una simplificación de la obra del ciego insomne. Pero no es lo que quiero expresar, sino el
posible hecho de que Borges intentó crear un lenguaje cuyos significados, sonidos y hasta
grafías (y colores, si los tuviera), se reflejarían unos a otros. De tal manera, leer su escritura
118
implicaría descifrar un laberinto cuya salida nos llevaría a comprenderlo todo. El
discernimiento de los campos semánticos que genera dicha escritura nos ha dado, en alguna
medida, una salida: la revelación del insomnio.
PESADILLA-LABERINTO
Borges comienza así su conferencia “La pesadilla”: “Los sueños son el género; la pesadilla,
la especie” (Siete noches, 35). En el cuento “La escritura del dios”, Tzinacán dice haber
tenido un “sueño”. En realidad, se trata de una pesadilla; entendemos que no es una
ambigüedad, pues, según la taxonomía de Borges, la pesadilla es una especie de sueño.
Vuelvo a notar: una de las pesadillas frecuentes de Borges es el laberinto; 97 otra, el
espejo. “No son distintas, ya que bastan dos espejos opuestos para construir un laberinto”
(“La pesadilla”, Siete noches, 44). También soñaba con máscaras y con tigres. Además,
consideraba al sueño un laberinto. Es asombroso despertar, dice, después de haber pasado
por esos “laberintos de sueños” (“La pesadilla”, Siete noches, 35-36).
La pesadilla que Tzinacán tiene en su prisión no es un laberinto ni un espejo ni un
tigre; su pesadilla son granos de arena. Sin embargo, la pesadilla posee las cualidades del
laberinto. Vale la pena revisar el pasaje completo:
Un día o una noche –entre mis días y mis noches, ¿qué diferencia cabe?– soñé que en
el piso de la cárcel había un grano de arena. Volví a dormir, indiferente; soñé que
despertaba y que había dos granos de arena. Volví a dormir: soñé que los granos de
arena eran tres. Fueron, así, multiplicándose hasta colmar la cárcel y yo moría bajo ese
hemisferio de arena. Comprendí que estaba soñando; con un vasto esfuerzo me
desperté. El despertar fue inútil; la innumerable arena me sofocaba. Alguien me dijo:
97
Repito la cita:
Tengo la pesadilla del laberinto y esto se debe, en parte, a un grabado en acero que vi en un libro
francés cuando era chico. En ese grabado estaban las siete maravillas del mundo y entre ellas el
laberinto de Creta. El laberinto era un gran anfiteatro, un anfiteatro muy alto (y esto se veía porque
era más alto que los cipreses y que los hombres a su alrededor). (“La pesadilla”, Siete noches, 43).
119
“No has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro de otro,
y así hasta lo infinito, que es el número de granos de arena. El camino que habrás de
desandar es interminable y morirás antes de haber despertado realmente”.
Me sentí perdido. La arena me rompía la boca, pero grité: “Ni una arena soñada puede
matarme ni hay sueños que estén dentro de sueños”. Un resplandor me despertó. En la
tiniebla superior se cernía un círculo de luz. Vi la cara y las manos del carcelero, la
roldana, el cordel, la carne y los cántaros (598).
Cuando Tzinacán despierta tiene la visión de la Rueda, en la que puede comprender el
universo. Antes de la visión, el sacerdote bendice la prisión al saberse finalmente despierto;
preso en su cárcel, pero libre de la arena. Dice: “Del incansable laberinto de sueños yo
regresé como a mi casa a la dura prisión” (598).
La pesadilla de Tzinacán remite a muchos de los campos semánticos de los que
hemos venido escribiendo. Destaco ahora sólo tres: el sueño dentro de otro sueño, el
tiempo98 (que no deja de recordarnos un reloj de arena que poco a poco ahoga al soñador)
y, sobre todo, el laberinto.
La pesadilla de Tzinacán es, pues, un laberinto: cada nivel de sueños corresponde a
un grano de arena; y el número de los sueños contenidos se eleva al infinito. Son quizá
millones de sueños contenidos uno dentro del otro. La única salvación es despertarse, como
Tzinacán se despierta, pero no por su propio esfuerzo, sino por efecto del resplandor que la
roldana superior deja caer al interior de la celda. Y ocurre entonces que Tzinacán, el
sacerdote jaguar, ve la divinidad. Es decir, sólo al salir del laberinto es capaz de
comprender el universo visto en la Rueda.
98
Podemos recordar aquella frase de “Metáforas de las mil y una noches”: “El sueño se disgrega en otro
sueño y ése en otro y otros, que entretejen ociosos un ocioso laberinto” (“Historia de la noche”, 1977, OC III,
170). Asimismo, en la conferencia “La pesadilla”, de Las siete noches, dice: “Después de haber pasado por
esa zona de sombras, por esos laberintos de sueños” (“La pesadilla”, Siete noches, 35-36). Poco después, a los
ochenta años de edad, en La cifra, Borges vuelve a hablar del tiempo como laberinto: “aquí en la memoria del
tiempo y los laberintos del tiempo, aquí el error y la verdad” (“Al adquirir una enciclopedia”, La cifra, 1981,
OC III, 297). El tiempo, metaforizado con el reloj de arena, los laberintos de los sueños de los que no puede ni
quiere salir. En “El amenazado”: “Crecen los muros de su cárcel, como un sueño” (“El amenazado”, El oro de
los tigres, 1972, OC II, 483). Mucho antes, en “El sueño”, Borges había escrito: “¿Quién serás esta noche en el
oscuro sueño, del otro lado de su muro?” (El otro, el mismo, 1967, OC II, 318).
120
El proceso remite inevitablemente a otros textos. En “El inmortal”, el protagonista
arriba a la Ciudad de los inmortales después de haber soñado un laberinto; después de haber
incluso salido de un laberinto. La ciudad es igualmente un laberinto, sólo que más
caprichoso y repelente:
Yo había cruzado un laberinto, pero la nítida Ciudad de los Inmortales me atemorizó y
repugnó. Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su
arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin. En el palacio que
imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin (“El inmortal”, El aleph, OC I,
537).
Debido a esto, el narrador cree encontrar un laberinto nuevo en cada nueva salida: “No
recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos y húmedos hipogeos. Únicamente
sé que no me abandonaba el temor de que, al salir del último laberinto, me rodeara otra vez
la nefanda Ciudad de los Inmortales” (“El inmortal”, El aleph,
OC I,
538). Y es
precisamente después de haber recorrido y superado tales laberintos que llega a la
revelación: “Todo me fue dilucidado, aquel día” (“El inmortal”, El aleph,
OC I,
540),
gracias también a su encuentro con Homero, uno de los inmortales. Arena, ciudad o
pesadilla, el laberinto podría considerarse como el camino o uno de los caminos para
alcanzar la comprensión del universo.
Es congruente que Borges relacione la pesadilla también con el infierno:
¿Y si las pesadillas fueran estrictamente sobrenaturales? ¿Si las pesadillas fueran
grietas del infierno? ¿Si en las pesadillas estuviéramos literalmente en el infierno? ¿Por
qué no? Todo es tan raro que aun eso es posible (“La pesadilla”, Las siete noches, 54).
Sólo al despertar de una pesadilla, sólo al salir del laberinto, al salir del infierno, se tiene
acceso a la revelación.
Iván Almeida estudia la figura del laberinto en la obra de Borges: “cómo la
estructura del laberinto, presente tanto en la construcción semiótica de los textos de Borges
121
como en la forma de su ontología, va configurando una opción por la inmanencia” (35). 99
Advierte Almeida:
Borges tiene una forma muy suya de concebir la idea de laberinto. En general, cuando
se piensa en la noción de laberinto, se le atribuye espontáneamente como rasgo
principal ya sea el que corresponde a “para perderse”, ya sea el de “de donde no se
puede salir”. Parece claro que él adopta esta segunda acepción. De allí su asimilación
del laberinto al infinito. Un laberinto es un lugar determinado y circunscripto (y por lo
tanto, finito), cuyo recorrido interno es potencialmente infinito. El “sujeto” del
laberinto borgesiano no está afuera, preguntándose por el sendero que lleva a su centro,
sino adentro, desde siempre, resignado a no poder salir […]. 100
El laberinto puede tener variadas formas. En “La muerte y la brújula”, Eric Lönnrot,
momentos antes de ser ejecutado por Red Scharlach, habla de un laberinto de una sola
línea:
En su laberinto sobran tres líneas […]. Yo sé de un laberinto griego que es una línea
única, recta. En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un
mero detective. Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un
crimen en A, luego un segundo crimen en B, a 8 kilómetros de A, luego un tercer
crimen en C, a 4 kilómetros de A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme
después en D, a 2 kilómetros de A y de C, de nuevo a mitad de camino. Máteme en D,
como ahora va a matarme en Triste-le-Roy (“La muerte y la brújula”, Ficciones, OC I,
507).
En “Los dos reyes y los dos laberintos”, un rey pierde a su invitado en un laberinto de
bronce y luego, el segundo rey, pierde al primero en un desierto (El aleph, OC I, 607).
Así, el laberinto sería una o, mejor, una de las mil posibles ordenaciones del
infinito, pues, como bien observa Almeida: “Lo que el sujeto comienza a experimentar
como laberíntico no es, de hecho, un caos, sino un exceso de ordenamiento”. 101
En “El Zahir”, el narrador lee un libro sobre la existencia del zahir, Urkunden zur
Geschichte der Zahirsage, de Julius Barlach. Es de notar que el libro del que habla el
narrador está saturado de citas de otros libros y de otros autores: él lee en el libro lo que
99
IVÁN ALMEIDA, “Borges, o los laberintos de la inmanencia”, en RAFAEL OLEA FRANCO (ed.), Borges:
Desesperaciones aparentes y consuelos secretos, México, El Colegio de México, 1999, p. 35.
100
Ibid. p. 43.
101
Ibid. p. 45.
122
Julius Barlach ha leído en los libros de otros. La escritura de Borges reproduce entonces la
escritura de Barlach, y la escritura de éste, la de otros autores. Y ahora, esta escritura que
tecleo, reproduce la escritura de Borges, que reproduce la de Julius, que reproduce…
El laberinto mismo es una manifestación del universo, de la eternidad. Resulta
congruente entonces que laberinto y relevación aparezcan frecuentemente unidos. Al
entender Tzinacán la escritura en la piel del tigre y tener la revelación del dios –que no
puede dejar de recordarnos el Aleph, el Zahir, el Fuego de “Las ruinas circulares”, “La rosa
amarilla”, en cuanto revelaciones y en cuanto mónadas del universo–, el sacerdote se
condena eternamente al insomnio, pues la revelación lo obliga a un constante y eterno
recordar. El sacerdote, que despierta de una pesadilla –y sólo después de recordar de una
pesadilla–, ve en la Rueda la “escritura del dios”, y entra de lleno al insomnio.
Para Balderston, Tzinacán opta por el silencio porque, preso, sin tener a la vista el
calendario maya que le marca el divino tiempo, ha perdido toda noción de temporalidad.
Perder la cifra de los años que lleva preso,
expresa lo que para él tiene que ser la mayor tragedia, y la mayor humillación
imaginables: no sabe dónde está en el calendario sagrado. Aunque sus recuerdos del
Popol Vuh y de las artes de la adivinación todavía estén claros, la pérdida de la
sincronía significa su inhabilidad de restaurar el universo como se debe. Él tiene que
aniquilarse; el universo también tiene que aniquilarse para crearse de nuevo.
[…] El poder terrenal, aunque esté asociado con el culto del dios jaguar, aunque
ofrezca la posibilidad de una dulce venganza, es inútil sin la sincronía, sin la
coordinación del cacique, comunidad, dioses, tierra. 102
Sin negar la lectura de Balderston, podemos, por nuestra parte, vincular el silencio elegido
por Tzinacán con la pesadilla de arena y su revelación. El sacerdote maya intenta recordar
en su oscura prisión todo lo que sabe. Si recuerda, pierde la capacidad de dormir. Insomne,
una noche padece una pesadilla en la que sueña que sueña y, dentro de ese sueño, sueña que
sueña, y así hasta el infinito. Cada sueño es un grano de arena que se multiplica hasta casi
102
DANIEL BALDERSTON, art. cit., pp. 452-453.
123
asfixiarlo. Sabe que sueña pero no logra despertar, a pesar de sus esfuerzos y de sus gritos.
De ese sueño lúcido sólo lo devuelve a la prisión el resplandor de luz que la roldana deja
penetrar en la cárcel. La Rueda de luz hace posible la visión de la divinidad, de la eternidad.
Una vez que lo ha comprendido todo, incluso la escritura del dios dibujada en la piel del
tigre, Tzinacán decide no pronunciar la sentencia sagrada, sino dejarse olvidar en la
oscuridad.
Esta elección nos recuerda aquella del protagonista de “El inmortal”, quien, luego
de beber de las aguas que otorgan vida eterna, busca el río que le devuelva la mortalidad.
Tzinacán elige el silencio, que equivale a la mortalidad: “Por eso no pronuncio la fórmula,
por eso dejo que me olviden los días, acostado en la oscuridad” (599).
Tras recordarlo todo, insomne, tras salir del laberinto y aun de la pesadilla, tras
comprender el universo, Tzinacán, el Sacerdote Tigre, elije el silencio, no pronunciar la
escritura del dios, dejar que lo olviden. Elige dormir.
124
CONCLUSIÓN
125
Confesiones del autor, testimonios de amigos, documentos de biógrafos, todo ello confirma
que Borges no sólo padeció de insomnio a lo largo de su vida, sino que sufrió los efectos
secundarios que produce el consumo continuo de barbitúricos. Mencionado de manera
explícita en “El Zahir” y aludido como “la pastilla” por Fani, el veronal fue casi
seguramente el fármaco que lo llevó a una drogodependencia que supo asimilar a su
creación literaria, pues lo hacía oscilar entre vigilias confusas y sueños lúcidos.
Los indicios de insomnio y consumo de barbitúricos se hallan en toda su obra. El
hecho de que la crítica no los haya valorado de ningún modo niega su existencia ni
disminuye su importancia. La cantidad, variedad y grado de semiotización de estos indicios
demuestran su tendencia a conformar una ‘poética del insomnio’ según la cual Borges,
luchando contra la dificultad de dormir, se entregó a la tarea de soñar y de observar sueños
y vigilias, reelaborándolos literariamente con fines curativos. De ahí su observación –
fundamental para esta tesis– sobre el “buen resultado terapéutico” obtenido gracias a la
escritura de “Funes el memorioso”: “dejé [dice] de sufrir insomnio”.
Estudiar dichos indicios como campos semánticos me ha permitido, además de
identificar la presencia del padecimiento en toda la obra del autor, analizar las
consecuencias literarias de dicha presencia. Antes de 1944, los indicios son más
anecdóticos y se refieren al insomnio. Entre 1944 y 1949, años en los que Borges sufre más
de vigilias forzosas y de los efectos del consumo de barbitúricos, años también en que, por
eso mismo, publica Ficciones y El Aleph, los indicios se convierten en materia y expresión
de su escritura, más que nada con relación a los sueños. Después de 1949, utiliza las
pesadillas de modo metafórico. De manera esquemática puedo afirmar que los indicios de
insomnio ocurren más en el periodo inicial del escritor, a manera de síntomas del cuerpo;
los indicios de sueños, sobre todo entre 1944 y 1949, devienen ficcionalización de la
126
realidad; las pesadillas, ubicables en la etapa final, promueven un grado mayor de
semiotización, ya que se codifican como símbolos, metáforas y múltiples procesos de
intertextualidad. También esquemáticamente puedo afirmar que la variedad de indicios
aparece con mayor frecuencia en la poesía, luego en los cuentos y, en menor medida, en
ensayos, conferencias y entrevistas.
Condición necesaria pero no suficiente para la creación de los textos borgesianos, el
insomnio y los campos semánticos que genera hicieron posible los grandes temas
estudiados por la crítica, la cual sólo los ha analizado en el plano sincrónico de la escritura:
el espejo, el laberinto, el tiempo circular, la eternidad, la biblioteca como universo, etc.
El análisis de tres cuentos paradigmáticos con base en el insomnio, los sueños, las
pesadillas y en los campos semánticos que estos conceptos base produjeron en toda la obra
de Borges confirma las observaciones anteriores. “Funes el memorioso”, “metáfora del
insomnio” y a la vez “buen resultado terapéutico” –en palabras del autor– cuenta los
avatares memorísticos del personaje, alter ego de Borges, los cuales terminan por generar
la equivalencia ‘recuerdo (lectura)-vigilia’. La hechura del texto vuelve memorable para el
lector lo que el autor quiere olvidar. Los recuerdos –el insomnio– del personaje se
transfieren al narrador y de éste a los lectores. Aquí reside el mecanismo terapéutico del
cuento.
En “Las ruinas circulares”, la equivalencia ‘recuerdo-vigilia’ se transforma en otra:
‘sueño-realidad’. Los sueños (“la expresión estética más antigua”, según Borges) no
implican olvido ni recuerdo, sino lucidez. Lucidez en medio de la dinámica del sueño
dentro de sueños, propia del soñador soñado. Este desdoblamiento al infinito ficcionaliza la
realidad porque involucra, a fin de cuentas, a autor y lectores como personajes del sueño de
un autor anterior. La única salida posible es despertar –recordar– con la conciencia de estar
127
siendo soñado. Así, la solución al padecimiento propuesta en “Funes...” (escribir el cuento
para olvidar, puesto que recuerdo equivale a vigilia) pasa a ser en “Las ruinas...” inserción
consciente, lúcida, en el laberinto del sueño-realidad como fármaco del insomnio.
“La escritura del dios” propone una tercera solución a la dificultad de dormir. Ahora
a través de la dinámica de las pesadillas. Confinado por Pedro de Alvarado a prisión y
oscuridad perpetuas, el sacerdote maya Tzinacán experimenta una pesadilla (un asfixiante
sueño dentro de sueños) y una revelación (la escritura del dios). Gracias a que ha descifrado
esa escritura recordándolo todo, como Funes, tiene la posibilidad de salir del laberintopesadilla, de la prisión misma. Pero no obstante que comprende ya el universo, opta por no
pronunciar la escritura divina, es decir, por no publicarla, por no ‘reescribirla’. Por lo tanto,
acepta que lo olviden. En “Funes...” leer (para el personaje) es recodar, estar en vigilia, y
escribir (para el autor) es olvidar. Sin embargo, aquí la elección de conciliar el sueño
supone una doble superación, la de la escritura como olvido y aquella de “Las ruinas...”: la
inserción lúcida en los sueños. Borges comprende que Tzinacán supera el insomnio porque
acepta su destino. Sacerdote proveniente del mundo histórico y de la cosmogonía maya, de
la cultura y los mitos americanos, hombre sabio si los hay, Tzinacán se decide a vivir más
allá del insomnio y de los sueños. Se entrega a sólo dormir porque ha renunciado a la
lectura (del universo) y a la escritura (del dios).
Todo se presenta como si Borges hubiera creado para él mismo las condiciones de
esa doble renuncia terapéutica. Si tal fue, pudo elegir, y no lo hizo, que sus lectores lo
olvidáramos.
128
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