Las rutas de lo sublime
Por Natàlia Romaní
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Natàlia Romaní
Natàlia Romaní nació en Tarragona el 22 de septiembre de 1967. Es periodista y ha vivido en Roma, Skopie y Sarajevo. Actualmente trabaja en Bruselas y vive en París. La historia de la nostalgia es su primera novela.
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Las rutas de lo sublime - Natàlia Romaní
Grecia
Croquetas
Llegué a Grecia en el último vuelo que salía de Bruselas hacia Atenas, y, a la isla, en el último ferri de la semana. Ahora llevo aquí el tiempo suficiente para afirmar que nada me había preparado para el invierno en Grecia. Para esta quietud alterada solamente por el viento. Un viento que no deja de soplar. Día y noche. Solo el viento. No me deja dormir y el frío es inesperado. Sin embargo, la luz es afilada y dibuja los perfiles con gran precisión. Este frío me tiene recluida ante la chimenea, que crepita todo el día. He puesto la casa patas arriba en mi afán por encontrar calor y abrigo. Me visto con varias capas de ropa, como haría si estuviera en el campamento base del Everest o en un glaciar de Islandia. Solamente me desnudo una vez a la semana para ducharme. Sí, una vez a la semana.
Las hojas de los olivos muestran su dorso o su anverso según la dirección del viento. Pueden ser plateadas o verdes. Debería ser capaz de determinar el origen de cada soplo por el color de los olivos vistos a lo lejos, pero tengo que prestar demasiada atención para hacerlo y de momento no estoy por la labor. Este es un sitio que permite reconciliarse con el tiempo. Todo acumula tanto pasado que se tiene una sensación cronográfica distinta, como si nada hubiera cambiado, como si el mundo de ahora fuera el de antes.
Reconozco que empiezo este libro a tientas. Sin brújula, sin mapas, sin «hoja de ruta». Improvisando. Solo sé lo que escribiré una vez esté escrito. Una especie de escritura automática, como decía Bertrand Russell. Tengo una amiga que utiliza esa muletilla cada vez que suelta algún disparate: «Como decía Bertrand Russell». Es de Girona, aunque no creo que eso tenga nada que ver. Pero quizá sí. Quién sabe.
Cuando hablo con mi editor sobre este libro me responde con un silencio. Nos encontramos ante un plato de croquetas y la ausencia de palabras puede darse porque las croquetas de cocido son deliciosas (¿puede decirse de unas croquetas de cocido que son sublimes?, ¿y de las de rabo de buey?) o porque busca una respuesta a la desesperada. Una croqueta más tarde me dice que mientras no lo aturulle con referencias filosóficas ni bibliográficas… Le respondo que no sé si seré capaz y, francamente, no sé si quiero evitarlas. A mí me gustan las referencias bibliográficas, las notas a pie de página, las notas del traductor, las explicaciones de las explicaciones, las otras historias que —por una decisión no del todo racional— quedan aparcadas en los extremos de las páginas de los libros, como hacían David Foster Wallace o Herman Melville. Pedimos otra ración y cerramos el acuerdo. Otros se darían la mano o firmarían un papel. Nosotros comemos croquetas. Cada uno hace lo que puede.
La definición
Seguramente, para los hombres y las mujeres de hace miles de años experimentar lo sublime era algo cotidiano. Vivir en la naturaleza y con la naturaleza te ofrece, en todo momento, ocasiones para experimentar lo sublime: animales, tormentas, cuevas, volcanes, truenos, oscuridad perpetua en la noche, el cielo estrellado, meteoritos. Y de ahí que haya piedras sagradas, montañas sagradas, bosques sagrados. El terror y lo divino, siempre uno junto al otro en una misma emoción. Puede que fuera la experiencia de lo sublime lo que determinara que ese mono un poco más avispado que el resto se hiciera la primera gran pregunta: «¿Quién soy