To Kill a Mockingbird \ Matar a un ruiseñor (Spanish edition)
Por Harper Lee
4.5/5
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Dispara a todos los grajos que quieras, si puedes acertarle, pero recuerda que es pecado matar a un ruiseñor.
El consejo de un abogado a sus hijos mientras él defiende el verdadero ruiseñor de la novela clásica de Harper Lee —un hombre negro acusado de violar a una niña blanca.
A través de los ojos de Jem y Scout Finch, Harper Lee explora con humor y honestidad inquebrantable la irracionalidad de la actitud de los adultos hacia la raza y la clase en las profundidades del sur en la década de 1930. La conciencia de una ciudad impregnada de prejuicios, violencia e hipocresía se enfrenta con la resistencia y heroísmo silencioso de la lucha de un hombre por la justicia, pero el peso de la historia no tolera más allá de su límite.
Uno de los clásicos más queridos de todos los tiempos, Matar a un ruiseñor ha ganado muchas distinciones desde su publicación original en 1960. Ha ganado el Premio Pulitzer, ha sido traducido a más de cuarenta idiomas, vendió más de cuarenta millones de copias en todo el mundo, y se han convertido en una popular película. También se nombró como la mejor novela del siglo XX por los bibliotecarios de todo el país (Library Journal). Compasivo, dramático y muy emotivo, Matar a un ruiseñor en esta nueva y moderna traducción lleva a los lectores a las raíces de la conducta humana, a la inocencia y experiencia, a la bondad y crueldad, al amor y odio, humor y patetismo.
Harper Lee
Harper Lee was born in 1926 in Monroeville, Alabama. She is the author of the acclaimed To Kill a Mockingbird and Go Set a Watchman, which became a phenomenal #1 New York Times bestseller when it was published in July 2015. Ms. Lee received the Pulitzer Prize, the Presidential Medal of Freedom, and numerous other literary awards and honors. She died on February 19, 2016.
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Comentarios para To Kill a Mockingbird \ Matar a un ruiseñor (Spanish edition)
23,453 clasificaciones628 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Es de los mejores libros que he leído sin duda, es una joya, es un libro tan completo, la trama es impresionante, la crítica social hacia el clasismo y el racismo de esa época 1933 al 1935, ósea es cultura general, es hermoso, simplemente no puedes cerrar el libro de lo increíble que es... Podría decir mil cosas más, pero no me gusta dar spoilers, créeme, no te vas a arrepentir.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5I didn’t realize just what a compliment it was when once my personality was compared to Atticus Finch. I’m not sure how true it is, but it is always something I’m striving for.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Most Famous Books Set In Each Of The 50 States - Alabama
A deeply evocative and beautifully written novel about growing up in the south. How does one learn about prejudice? How does one find a way to wade through cultural, ingrained racism to live an upright life while still loving ones neighbors?
This story takes place across the landscape of a series of summers. Scout is a young woman growing up in a small town. Her life has up until this point been an idyllic and tranquil one. But this year she starts first grade and her world is going to get much more complicated. Matters only get more complicated when the town learns that her father, Atticus, will be defending a black man against the charge of rape.
Scout doesn't fully understand the stakes, but she knows that her once peaceful world is now spinning out of control and a whole series of evil things are about to take place in her hometown. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Hermosa narrativa desde la perspectiva de una niña, llena de sabiduría aunque sea difícil de creer por tratarse de alguien tan jóven. Plantea paradojas de la justicia jurídica, que vuelven la narrativa más interesante, me encantó.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5I read this book as a child. The book was transformative in American society. Need I say more?
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Great novel of a daughter of lawyer who defends a black man in the South.
- Calificación: 1 de 5 estrellas1/5I know, I know. It's a classic. I can appreciate classics but this book was just downright depressing.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I'm really surprised I hadn't reread this book more recently. I still love it, Scout and Jem's innocence and goodness shine through it all, and the wry humour of always knowing slightly more than the children do is a delight to read. Yes, I'm aware of the many problems (the world doesn't really need more stories of women who lie about rape, all the black characters are sidelined and stereotyped) but for me the story is worth it.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Love Sissy Spacek's voice. And, of course, it is a great book!
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5I usually prefer to enjoy my reading material rather than having to parse it's deeper meaning, so I can sometimes be rather reluctant to read books that are critically acclaimed and/or considered classics, since they are often difficult to understand. I'd heard so many wonderful things about To Kill a Mockingbird that I finally decided to take a chance on it when it was chosen as a book club read for the GoodReads Readers Against Prejudice and Racism group of which I am a part. I was very pleasantly surprised at what an easy read it was, while at the same time conveying a deep and layered message, not only about prejudice but also about standing up for what's right, that I know will stay with me, probably for the rest of my life. Another astonishing thing about the book to me was the number of lighthearted if not downright funny moments it contained. This is something I never would have expected from a book that tackled such a serious and controversial issue for its time. In my opinion, Harper Lee is an amazing writer, and I was absolutely stunned to discover that To Kill a Mockingbird was the only novel she ever wrote. However, I suppose there's nowhere else to go once you've won the highest honor in the writing world, a Pulitzer Prize, and she certainly made her one shot count in a huge way.
Young Scout Finch is the first-person narrator of the story. She is only about six or seven when it opens, but more than two years pass by as Ms. Lee builds up to the penultimate events of the book, by which time Scout is nine years old. She is a tomboy who's as smart as a whip and a precocious reader. When her first grade teacher told her she had to stop reading because her daddy was teaching her all wrong and first-graders weren't supposed to read, I had to laugh. It was ludicrously funny but also a sad commentary on our educational system. I just loved Scout's enthusiasm for reading. She joked that her brother, Jem, said she was born reading and she couldn't remember a time when she couldn't read. In this way, Scout very much reminded me of myself. I thought it was fascinating how Scout, in her child's mind, thinks of her father as old, decrepit, and thoroughly boring. She doesn't think he has any real skills or has accomplished anything. It was an absolute joy to watch Scout's opinion of Atticus gradually grow and change as she matures and begins to see him in an entirely new light through, not only the big trial, but all the little things he does.
I loved Scout's relationship with her brother. She and Jem fight like siblings often do, but at the same time they were very close. I like how Jem is a little gentleman, always looking out for Scout. It was wonderful how closely he actually watches their father, and subtly emulates him. When their summertime friend and neighbor, Dill, gets in on the action, these three can get into lots of amusing mischief. Seeing the world through these kids eyes was a positively delightful experience. Dill is quite good at creating wild yarns. I just knew he was destined to be a writer someday;-) (for anyone who doesn't know Dill is patterned on Harper Lee's childhood friend and neighbor, Truman Capote). The lessons that the kids learn are deeply touching. Whether it's how they go from being scared of their reclusive neighbor Boo Radley to beginning to understand why he stays away from people; or learning from Mrs. Dubose, the cranky old lady who likes to hurl insults at them, that things aren't always as they seem; or the tough lessons they learned about injustice through Tom Robinson's trial, they are on a constant journey of discovery, both of the world around them and themselves that often brought tears to my eyes.
If I were Scout, I'd think that I had the best dad in the world, but since I'm much, much closer to Atticus's age than Scout's, I'd have to say that he has become my latest literary crush. He is just quite simply an amazing man. Some people think that he's a questionable father who lets his kids run wild, because he doesn't spank them and they have a tendency to speak their mind. To the contrary, I believe he was a man who led by quiet example, and showed his kids how to be good citizens by teaching them to think critically for themselves. I love how Atticus just naturally speaks with “bigger” words and doesn't dumb it down for his children, but instead allows them to ask for clarification if they don't understand something, always answering their questions with complete honesty. That's how I tend to be, and I think kids can learn more that way. Atticus is a very wise man who sees many facets to the world around him. He is a kind, loving, gentle soul who always seems to see the good in people. He's a true gentleman, a brilliant attorney, an honorable and humble man who fights for what's right no matter what. If more men were like Atticus Finch, the world, without a doubt, would be a much better place.
To Kill a Mockingbird is another of those books which sadly, over fifty years after its release, is still found at the top of the ALA's most banned/challenged books list. It does contain some profanities, mostly mild, but a couple of more moderate ones including taking the Lord's name in vain twice. There is also a number of instances where the derogatory “n” word is used for African Americans, but given the time and setting of the book, it never seemed overdone or out of place to me. There is also the mature subject matter of a black man being wrongly accused of raping a white girl, but since it is all told through the eyes of a nine year-old child, everything has a certain air of innocence to it, with nothing ever really being spelled out explicitly. In spite of this potentially objectionable content, I still feel that the book is fully appropriate for high school level students. In my opinion, the positive role model that Atticus presents and the positive messages contained within the book's pages, far outweigh any possible detractors. I personally think it would be an absolute travesty to ban a book as thought-provoking as this one, and in fact, would encourage everyone, teens and up, to read it at least once.
I'm so glad I finally picked up To Kill a Mockingbird. The courtroom scenes were extremely well-written and appear to reflect Ms. Lee's personal experience with the law. Some parts of the story were a little slow at times, but never boring and always worth the wait for something more exciting to happen. Every character and every little side story added flavor, color and depth to this wonderful tale. The message it conveys is a timeless one. It is one of the most, if not the most, affecting book I've ever read centering around the themes of prejudice and racism. To Kill a Mockingbird has without a doubt earned a spot on my keeper shelf and has become a new all-time favorite book for me. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Let's be honest here: I felt forced reading this book. I also felt forced liking this book. I didn't hate the book, but I don't love the book like so many other people. This book should be read in high schools. It's high school reading level, so it's simple and straightforward. However, those are reasons I didn't care for the book as well.
It amazes me this was the only book Harper Lee wrote (not counting the squeal or whatever it is that nobody asked for). I don't follow Lee's life, but did she write anything else? I don't recall ever seeing a collection of shorts, poems, or even essays. To judge her writing is kind of hard. The writing this is good, but this is only one book. I don't agree that Truman Capote wrote this book, but I can see why others would say otherwise.
I didn't really care for Atticus either. Yes, he is a good character and a good father, but he's kind of boring. I like Scout better. Yet I find most of the character don't have much meat on them to like or dislike. This book is very plot driven. I was hoping to see a flaw in Atticus, but it's clear we are suppose to see him only as good and likable.
I guess what I liked about this book is that it has a good message and it's well written. I don't think this book is the best thing ever written though. Dare I say I think this book is overrated? Yet everyone should read this book. Hopefully you're not like me and feel forced with the book. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I had always believed this book to be one of those over-earnest novels because it is so often prescribed for high school consumption. How come no one ever told me this book is so funny?!? Yes, it has its serious themes. But first third, especially, is warmly amusing.
[Audiobook note: Sissy Spacek is a marvelous choice to narrate this book.] - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5What a child can see sometimes adults cannot. It's a classic that everyone should definitely read!
- Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Dude, Atticus has two children not one. He is just as racist as the other whites. We learn that what matters in life is knowledge of a certain plant. If you don't know it, life is hell for black males.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5This will always be a favorite book of mine. I can relate to growing up poor in the country. I can relate to pulling for the under dog, and how wrong it is to torture/punish someone for not being considered a first-class citizen. I loved how it gently handled the issue of the behavior of a mentally-tortured adult. I am definitely being vague as to not give any spoiler alerts. I really liked the character Atticus, who does his job very well as a lawyer. I remember as a child being puzzled why people would want to be criminal lawyers and support criminals. As an adult, I understand that criminal lawyers represent people, and some of those labeled as law-breakers might actually be innocent. I had the privilege of teaching this book to my GT class. The students were excellent at identifying themes, the meaning behind the title of the book, and life in general with the characters. It is a great teaching tool. It is easier reading than some of the classics. I think that many adults who did not read many books as a child, but would like to go back in time to enjoy the classics would really enjoy this book. I highly recommend it!
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5I still love this book so much.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Simply a classic -- one I think everyone should read. (And the movie is worth watching, too.)
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5I have read and reread this one and it never loses its magic. This most recent reread was inspired by our brand new pup that we named Scout. It was Atticus and Calpurnia that stuck out to me this time, my first reading it after becoming a parent. It’s an impossible task, raising a child. The impact those two have on the story and Scout and Jem can’t be measured. I know I’ll reread this one again in every new season of life.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Having seen and loved the film of this for a very long time, I never thought it necessary to go and actually read the book on which it is based. The more fool I. Although I thought that the book’s sequel (Go Set A Watchman), published to enormous hoopla in 2015, was nothing special, I thought this an absolutely magical book: Lee succeeds in getting into the skin of a young girl in a small Southern town in the 1930s in a way that I found completely convincing and thoroughly absorbing. Not only does she create living, breathing people, I thought she succeeded in showing a young girl start to come to grips with living in a racist society without demonizing, belittling, or making fun of anyone.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Lee's engaging dialogue and vivid imagery add to the wonderful story and make it a classic.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5An important book about race in America. At the time of its writing, any book about race was important.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Still a gorgeous, beautifully written novel, 55 years later.
It's not without its flaws--really, what novel isn't? --but the characters, particularly Scout, Atticus, Cal, and the little we see of Arthur "Boo" Radley, shine through.
It's even more interesting rereading this with Go Set a Watchman still fresh in mind. I believe both novels are strengthened and given more depth with the existence of their counterparts.
I love these books. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Classic great American novel.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5There is a reason for this being called a classic. That reason also extends to why it is taught in schools across the country (even though in my school we just watched the movie instead).
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5One of the true classics.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5One of the best books I've ever read.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5One of the best books I have ever read. So very well-written.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Great book about the last remains of slavery in a small town in America from the perspective of two children, whose father is defending a Negro in a case that moves the whole town.
- Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Historically important for Americans but not that interesting as a novel.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5This book is about as good as everyone says. Reckon I got nothin' much to add.
Why four stars? It's a solid story, well written and well told. I don't have any particular reason to begrudge it a fifth, other than p'rhaps sheer orneriness. It was a mite predictable.
Best novel of its century? Can't think of another could knock it off its hill.
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To Kill a Mockingbird \ Matar a un ruiseñor (Spanish edition) - Harper Lee
Primera Parte
1
Cuando tenía casi trece años, mi hermano Jem sufrió una grave fractura en el brazo, a la altura del codo. Después de curarse y de que por fin se disiparan sus temores de que nunca podría volver a jugar al fútbol, rara vez volvía a acordarse de aquella lesión. El brazo izquierdo le quedó algo más corto que el derecho; cuando se ponía en pie o andaba, el dorso de la mano le quedaba casi en ángulo recto con el cuerpo, y llevaba el pulgar paralelo a los muslos. Bien poco le importaba, con tal de poder pasar y chutar el balón.
Una vez pasado el suficiente número de años como para poder verlos en retrospectiva, hablábamos a veces de los acontecimientos que habían llevado hasta su accidente. Yo sostengo que los Ewell fueron quienes lo comenzaron todo, pero Jem, que era cuatro años mayor que yo, decía que había empezado mucho antes. Según él, había comenzado el verano en que Dill vino a vernos, cuando nos hizo concebir por primera vez la idea de hacer salir a Boo Radley.
Yo le contestaba que, puestos a mirar con tan amplia perspectiva, todo tendría en realidad su origen en Andrew Jackson. Si el general Jackson no hubiera perseguido a los indios creek río arriba, Simon Finch nunca habría llegado hasta Alabama, ¿y dónde estaríamos nosotros en tal caso? Ya no teníamos edad para zanjar la discusión con una pelea, así que consultamos a Atticus. Nuestro padre sentenció que ambos teníamos razón.
Al ser del Sur, algunos miembros de la familia hallaban un motivo de vergüenza en que no hubiera constancia de que ninguno de nuestros antepasados hubiera luchado en la batalla de Hastings. Tan sólo teníamos a Simon Finch, un boticario de Cornualles cuya piedad sólo se veía superada por su tacañería. En Inglaterra, a Simon le irritaba la persecución de aquéllos que se hacían llamar metodistas a manos de sus hermanos más liberales, y como él se consideraba metodista, cruzó el Atlántico hasta Filadelfia, de ahí a Jamaica y desde allí a Mobile, y luego subió hasta Saint Stephens. Sin perder de vista las estrictas normas de John Wesley sobre el exceso de palabrería en la compra y la venta, Simon tuvo un considerable éxito en la práctica de la medicina. Pero fue desdichado en esa empresa, pues había caído en algo que él sabía que no era para mayor gloria de Dios, como llevar encima oro y ropas caras. De modo que Simon olvidó las enseñanzas de su maestro sobre la posesión de humanos como bienes, compró tres esclavos y con su ayuda estableció una hacienda a las orillas del río Alabama, unos sesenta kilómetros más arriba de Saint Stephens. Regresó a ese lugar solamente una vez, para buscar esposa, y con ella estableció una descendencia de muchas hijas. Simon alcanzó una edad impresionante y murió rico.
Era costumbre que los hombres de la familia se quedaran en la hacienda de Simon, el Desembarcadero Finch, y se ganaran la vida con el algodón. La explotación se sostenía sin ayuda externa: era modesta en comparación con los imperios del contorno, pero el desembarcadero daba todo lo que hacía falta para vivir, excepto el hielo, la harina de trigo y las prendas de vestir, que le proporcionaban las embarcaciones fluviales de Mobile.
Simon habría visto con impotente rabia las refriegas entre el Norte y el Sur, porque estas se lo arrebataron todo a sus descendientes, salvo sus tierras; sin embargo, la tradición de vivir en ellas se mantuvo inalterable hasta bien entrado el siglo xx, cuando mi padre, Atticus Finch, fue a Montgomery para aprender Derecho, y su hermano pequeño se trasladó a Boston para estudiar Medicina. Su hermana Alexandra fue la Finch que se quedó en el desembarcadero: se casó con un hombre taciturno que se pasaba la mayor parte del tiempo tumbado en una hamaca al lado del río preguntándose si sus redes estarían ya llenas de peces.
Cuando mi padre fue admitido en el Colegio de Abogados, regresó a Maycomb y comenzó a ejercer. Maycomb, a unos treinta kilómetros al este del Desembarcadero Finch, era la capital del condado del mismo nombre. La oficina de Atticus en el edificio del juzgado contenía poco más que una percha para sombreros, una escupidera, un tablero de damas y un Código de Alabama en perfecto estado. Sus dos primeros clientes fueron las dos últimas personas a las que ahorcaron en el condado. Atticus les había insistido en que aceptaran la generosidad del Estado, que les permitía evitar la pena capital si se declaraban culpables de homicidio en segundo grado. Pero ellos eran Haverford, un nombre que en el condado de Maycomb es sinónimo de asno y testarudo. Los Haverford habían liquidado al herrero más importante de Maycomb por un malentendido a raíz de la supuesta retención indebida de una yegua. Tan prudentes eran que cometieron el desaguisado en presencia de tres testigos e insistieron en que el argumento de que «ese hijo de mala madre se lo merecía» era una estrategia de defensa sobradamente válida para cualquiera. Persistieron en declararse no culpables de homicidio en primer grado, de modo que no hubo mucho que Atticus pudiera hacer por sus clientes, a excepción de estar presente en sus últimos momentos, una experiencia que marcó probablemente el comienzo de la profunda antipatía que mi padre sentía hacia el ejercicio del derecho penal.
Durante sus cinco primeros años en Maycomb, Atticus practicó más que nada la economía; después, durante varios años, invirtió sus ganancias en la educación de su hermano. John Hale Finch era diez años menor que mi padre, y decidió estudiar Medicina en una época en que no valía la pena cultivar algodón; pero, después de dejar a Jack debidamente encaminado, Atticus obtenía unos ingresos razonables de su labor como abogado. Le gustaba Maycomb, había nacido y se había criado allí; conocía a su gente, ellos le conocían y, gracias al industrioso carácter de Simon Finch, Atticus estaba emparentado por sangre o matrimonio con casi todas las familias de la ciudad.
Maycomb era una población antigua, pero cuando yo la conocí era además una vieja población cansada. En la temporada de lluvias, las calles se convertían en un barrizal rojizo; la hierba crecía en las aceras y, en la plaza, el edificio del juzgado amenazaba con desplomarse sobre ella. Pese a la lluvia, hacía más calor entonces: un perro negro sufría los días de verano; unas mulas de aspecto famélico, enganchadas a los carros, espantaban moscas bajo la sofocante sombra de los robles de la plaza. A las nueve de la mañana, los recios cuellos de los hombres se veían menos tiesos. Las damas se bañaban antes del mediodía y después de su siesta de las tres, y al atardecer estaban como blandos pastelitos cubiertos de sudor y talco.
La gente se movía despacio. Cruzaban la plaza a paso lento; pausadamente entraban y salían de las tiendas, y se tomaban su tiempo para todo. El día tenía veinticuatro horas, pero daba la sensación de ser más largo. No había ninguna prisa, ya que no había ningún lugar a donde ir, nada que comprar ni dinero para hacerlo; tampoco había nada que ver fuera de los límites del condado de Maycomb. Pero era una época de relativo optimismo para algunos de sus habitantes: recientemente, al condado de Maycomb se le había dicho que de nada debía tener miedo, salvo del miedo mismo.
Vivíamos en la principal calle residencial de la ciudad: Atticus, Jem y yo, además de Calpurnia, nuestra cocinera. A Jem y a mí nos parecía que nuestro padre era todo lo que se podía pedir: jugaba con nosotros, nos leía y nos trataba amablemente.
Calpurnia era tema aparte. Toda ángulos y huesos, era miope y bizqueaba; tenía unas manos de la misma anchura, y el doble de dureza, que el travesaño de una cama. Siempre me estaba mandando que saliera de la cocina, me preguntaba a cada momento por qué no podía portarme tan bien como Jem, aun sabiendo que él era mayor, y me llamaba para volver a casa cuando yo no estaba lista para hacerlo. Sosteníamos batallas épicas . . . que siempre acababan igual. Calpurnia ganaba todas las veces, sobre todo porque Atticus se ponía de su lado. Estaba con nosotros desde que nació Jem, y yo había sentido la tiranía de su presencia desde donde me llega la memoria.
Nuestra madre murió cuando yo tenía dos años, de modo que nunca sentí su ausencia. Ella era una Graham de Montgomery; Atticus la conoció cuando lo eligieron por primera vez para la asamblea legislativa del Estado. Para entonces, él era de mediana edad y ella quince años más joven. Jem fue fruto de su primer año de matrimonio; cuatro años después nací yo, y dos más tarde nuestra madre murió de un ataque repentino al corazón. Decían que era cosa de familia. Yo no la extrañaba, pero creo que Jem sí. Él la recordaba claramente y algunas veces, mientras estábamos jugando, él suspiraba largamente y luego se marchaba y jugaba solo detrás de la cochera. Cuando se ponía así, yo sabía muy bien que no debía molestarle.
Cuando yo tenía casi seis años y Jem iba a cumplir diez, en verano, nuestras fronteras (al alcance de la voz de Calpurnia) eran la casa de la señora Henry Lafayette Dubose, dos puertas al norte de la nuestra, y la Mansión Radley, tres puertas al sur. Nunca sentimos la tentación de traspasarlas. La Mansión Radley estaba habitada por una entidad desconocida, cuya mera mención bastaba para que nos portáramos bien durante días. La señora Dubose era el mismo demonio.
Ese fue el verano en que vino Dill.
Una mañana temprano, cuando empezábamos con nuestros juegos en el patio trasero, Jem y yo oímos algo en la casa de al lado, en el parterre de coles de la señorita Rachel Haverford. Fuimos hasta la malla de alambre para ver si había un perrito, pues la terrier de la señorita Rachel estaba preñada, pero en cambio encontramos a alguien sentado que nos miraba. En esa posición no era mucho más alto que las coles. Nos quedamos mirándonos fijamente hasta que él habló:
—Hola.
—Hola, tú —contestó Jem amablemente.
—Soy Charles Baker Harris —se presentó—. Sé leer.
—¿Y qué? —dije yo.
—Sólo pensé que les gustaría saber que sé leer. Si tienen algo que necesiten que les lean, yo puedo . . .
—¿Cuántos años tienes? —preguntó Jem—. ¿Cuatro y medio?
—Voy para siete.
—Pues no sé por qué presumes —dijo mi hermano, señalándome con el pulgar—. Aquí Scout lee desde que nació, y ni siquiera ha empezado a ir a la escuela. Pareces muy canijo para tener casi siete años.
—Soy pequeño pero mayor —dijo él.
Jem se apartó su cabello para mirarlo mejor.
—¿Por qué no vienes a este lado, Charles Baker Harris? —invitó—. ¡Señor, menudo nombre!
—No es más curioso que el tuyo. Tía Rachel dice que te llamas Jeremy Atticus Finch.
Jem frunció el ceño.
—Soy lo bastante alto para un nombre así —dijo—. Pero tu nombre es más largo que tú. Apuesto a que es un palmo más largo.
—Me llaman Dill —informó Dill, intentando pasar por debajo de la valla.
—Te irá mejor si pasas por encima y no por debajo —dije yo—. ¿De dónde vienes?
Dill era de Meridian, Mississippi, iba a pasar el verano con su tía, la señorita Rachel, y desde entonces pasaría todos los veranos en Maycomb. Su familia era oriunda de nuestro condado, su madre trabajaba con un fotógrafo en Meridian, había presentado una fotografía de él a un concurso de niños guapos, y ganó cinco dólares. Le dio el dinero a Dill, que se lo gastó en ir veinte veces al cine.
—Aquí no hay exposiciones de fotografía, excepto a veces las de Jesús en el juzgado —dijo Jem—. ¿Viste alguna película buena?
Dill había visto Drácula, una revelación que movió a Jem a mirarle con cierto respeto.
—Cuéntanosla —le pidió.
Dill era un chico muy curioso. Llevaba unos pantalones cortos azules de lino abrochados a la camisa, tenía el cabello blanco como la nieve y pegado a la cabeza, parecía un plumón de pato; tenía un año más que yo, pero yo era más alta. Mientras nos relataba la vieja historia de Drácula, se iluminaban y oscurecían sus ojos azules; tenía una risa súbita y feliz, y solía tirarse de un mechón de cabello que le caía sobre la frente.
Cuando Dill hubo reducido al polvo al vampiro y Jem le dijo que la película parecía mejor que el libro, yo le pregunté por su padre.
—No has dicho nada de él.
—No tengo padre.
—¿Está muerto?
—No . . .
—Entonces, si no está muerto, sí tienes, ¿verdad?
Dill se sonrojó y Jem me dijo que me callase, una señal segura de que Dill había sido examinado y hallado aceptable. Desde entonces pasamos el verano en diversión constante. Por diversión constante entendíamos: hacer mejoras en nuestra casa del árbol, que descansaba entre dos cinamomos gigantes del patio trasero, alborotar, representar nuestro repertorio de obras de teatro basadas en las de Oliver Optic, Victor Appleton y Edgar Rice Burroughs. A este respecto era toda una suerte contar con Dill. Él interpretaba los papeles que antes me tocaban a mí. Era el mono en Tarzán, el señor Crabtree en The Rover Boys, el señor Damon en Tom Swift. De ese modo Dill llegó a ser para nosotros como un Merlín de bolsillo, con la cabeza llena de planes excéntricos, extraños anhelos y raras fantasías.
Pero a finales de agosto nos aburrimos de nuestro repertorio, de tanto representarlo, y fue entonces cuando Dill nos dio la idea de hacer salir a Boo Radley.
A él le fascinaba la Mansión Radley. A pesar de nuestras advertencias y explicaciones, le atraía como la luna atrae al mar, aunque no se acercaba más allá de la farola de la esquina, a una distancia segura de la puerta. Ahí se quedaba, abrazado al grueso, con la mirada clavada y la mente llenándose de preguntas.
La Mansión Radley describía una curva cerrada más allá de nuestra casa. Andando hacia el sur, se pasaba por delante de su porche; allí la acera hacía un recodo y seguía paralela a la finca. La casa era baja, con un espacioso porche y persianas verdes, mostrando un color que alguna vez fue blanco pero que hacía mucho tiempo que se había oscurecido hasta llegar al tono de pizarra gris del patio. Sobre los aleros de la galería caían unas tablas consumidas por la lluvia; unos robles impedían la acción de los rayos de sol. El patio frontal estaba protegido por una cerca que recordaba a una cuadrilla de borrachos en formación. En ese patio, diseñado para tener un caminito limpio hasta la puerta, nadie había barrido jamás el acceso y crecían a su antojo malas hierbas y flores silvestres.
Dentro de la casa vivía un fantasma maligno. La gente decía que existía, pero Jem y yo nunca lo habíamos visto. La gente decía que salía en la noche, cuando se ponía la luna, y miraba por las ventanas. La gente decía, cuando las azaleas se helaban por el frío de la noche, que en realidad era porque él había soplado en ellas. El más nimio delito cometido en Maycomb era siempre obra del fantasma. En una ocasión, la ciudad estuvo aterrorizada por una serie de mórbidos acontecimientos nocturnos: encontraban mutilados pollos y animales domésticos. Aunque el culpable era Addie el Loco, quien finalmente terminó ahogándose en el remanso de Barker, todos seguían mirando a la Mansión Radley, sin intención de renunciar a sus sospechas iniciales. Ningún negro pasaría al lado de la Mansión Radley de noche; cruzaría a la acera contraria y pasaría silbando. La parcela de la escuela de Maycomb lindaba con la parte trasera del terreno de los Radley; desde el gallinero de los Radley, unos altos pacanos dejaban caer su fruto al patio de la escuela, pero los niños no tocaban ninguna de aquellas nueces: las pacanas de los Radley eran mortíferas. Pelota de béisbol que cayera en el patio de los Radley era pelota perdida, y no se hablaba más.
La desgracia de aquella casa comenzó muchos años antes de que Jem y yo naciéramos. Los Radley, bien recibidos en cualquier parte de la ciudad, se encerraban en su casa, una costumbre imperdonable en Maycomb. Ellos no iban a la iglesia, que era el entretenimiento principal de Maycomb, sino que hacían su culto en casa; la señora Radley rara vez llegaba a cruzar la calle para tomar un café a media mañana con sus vecinas, y desde luego nunca asistía a reuniones de ningún círculo misionero. Andaba hasta la ciudad cada mañana a las once y media, y estaba ya de vuelta a las doce, a veces portando una bolsa marrón que, en la mente de los vecinos, contendría las provisiones de la familia. Nunca supe cómo se ganaba la vida el viejo señor Radley. Jem decía que «compraba algodón», una forma educada de decir que no se dedicaba a nada, pero el señor Radley y su esposa llevaban viviendo allí con sus dos hijos desde antes de lo que nadie podía recordar.
Los domingos, las persianas y puertas de la casa de los Radley estaban cerradas, otra cosa ajena a las costumbres de Maycomb: las puertas cerradas sólo se concebían por enfermedad o frío. De todos los días de la semana, el domingo en la tarde era el momento elegido para las visitas formales: las señoras se ponían corsé, los hombres llevaban abrigos, los niños calzaban zapatos. Pero subir los peldaños de la Mansión Radley y decir «Hola» una tarde de domingo era algo que sus vecinos no harían jamás. La casa de los Radley no tenía las típicas puertas de tela metálica. Una vez le pregunté a Atticus si alguna vez la tuvo; me contestó que sí, pero antes de que yo naciera.
Según la leyenda del vecindario, cuando el joven Radley era adolescente trabó amistad con algunos de los Cunningham, de Old Sarum, un enorme y poco claro clan que vivía en la parte norte del condado, y formaron lo más parecido a una pandilla que se llegó a ver en Maycomb. No hacían gran cosa, pero era lo suficiente para dar que hablar en la ciudad y para protagonizar advertencias públicas desde tres púlpitos: merodeaban por la barbería; se subían al autobús hasta Abbottsville los domingos e iban al cine; participaban en los bailes del salón de juego del condado, junto al río, es decir, en la Posada y Campamento Pesquero Dew-Drop; y probaban el whisky de contrabando. Nadie en Maycomb tuvo agallas para decirle al señor Radley que su muchacho andaba con malas compañías.
Una noche que se habían pasado de la raya con el licor, recorrieron la plaza en un viejo auto prestado, se resistieron al arresto del anciano alguacil de Maycomb, el señor Conner, y le encerraron en el pabellón exterior del edificio del juzgado. La ciudad decidió que había que hacer algo; el señor Conner dijo que pudo reconocerlos a todos, y estaba decidido a que no se salieran con la suya. Así que los muchachos comparecieron ante el juez acusados de conducta desordenada, alteración del orden público, asalto y violencia, y de usar un lenguaje abusivo y soez en presencia de una señora. El juez preguntó al señor Conner por qué incluía ese último cargo, y él contestó que blasfemaban tan fuerte que sin duda todas las señoras de Maycomb los habían escuchado. El juez decidió enviar a los jóvenes a la escuela industrial estatal, donde a veces enviaban a estos elementos sin más razón que la de proporcionarles comida y un techo decente: no era una cárcel, tampoco una deshonra. Pero el señor Radley pensó que sí. Si el juez ponía en libertad a Arthur, él se encargaría de que su hijo no causara más problemas. Sabiendo que la palabra del señor Radley era como una escritura notarial, su señoría aceptó.
Los otros muchachos asistieron a la escuela industrial y recibieron la mejor enseñanza secundaria que se podía tener en el estado; uno de ellos llegó a estudiar en la escuela de Ingeniería en Auburn. Las puertas de los Radley permanecían cerradas tanto entre semana como en domingo, y al hijo no se le volvió a ver en quince años.
Pero llegó un día —Jem apenas lo recordaba, y no estuvo entre los testigos directos— en que varias personas vieron y oyeron a Boo Radley. Me comentó que Atticus nunca hablaba mucho sobre los Radley; cuando Jem le hacía preguntas, la única respuesta era que él debía ocuparse de sus propios asuntos y dejar que los Radley se ocuparan de los suyos, que tenían derecho a hacerlo; pero cuando sucedió esto, según Jem, Atticus meneó la cabeza y dijo:
—Humm, humm, humm.
Así que Jem obtuvo la mayor parte de su información de la señorita Stephanie Crawford, una vecina cascarrabias que decía saberlo todo sobre el asunto. Según ella, Boo estaba sentado en el salón recortando unos artículos del Maycomb Tribune para pegarlos en un álbum. Su padre entró en la sala. Cuando el señor Radley pasó por su lado, Boo le clavó las tijeras en la pierna, las sacó, las limpió en sus pantalones y volvió a lo que estaba haciendo.
La señora Radley salió a la calle corriendo y gritando que Arthur estaba matando a todo el mundo, pero cuando llegó el sheriff encontró a Boo aún sentado en la sala, recortando el Tribune. Tenía treinta y tres años en aquel entonces.
La señorita Stephanie dijo que, cuando le insinuaron que una temporada en Tuscaloosa podría ser beneficiosa para Boo, el viejo aseguró que ningún Radley iba a ir a ningún manicomio. Boo no estaba loco, solo que a veces se ponía muy nervioso. Estaba bien que lo encerrasen, admitió, pero insistió en que no debían acusar de nada a Boo: él no era un criminal. El sheriff no tuvo el valor de meterlo en el calabozo en compañía de negros, así que encerraron a Boo en los sótanos del juzgado.
En el recuerdo de Jem no estaba claro el momento del regreso de Boo desde los sótanos a su casa. La señorita Stephanie Crawford contó que alguien del ayuntamiento le había dicho al señor Radley que, si no sacaba de allí a Boo, se moriría del moho y la humedad que había en ese lugar. Además, Boo no podía pasarse toda la vida viviendo de la munificencia del condado.
Nadie sabía qué forma de intimidación había utilizado el señor Radley para mantener a Boo fuera de la vista, pero Jem se imaginaba que la mayor parte del tiempo lo mantenía encadenado a la cama. Atticus decía que no, que no era así, que había otras maneras de convertir a las personas en fantasmas.
En mi memoria estaba vivamente grabada la imagen de la señora Radley abriendo alguna que otra vez la puerta delantera, acercándose hasta el borde del porche y regando sus plantas. Pero cada día Jem y yo veíamos al señor Radley ir y venir a la ciudad. Era un hombre delgado y correoso, con unos ojos incoloros, tan incoloros que ni reflejaban la luz. Tenía pómulos agudos y boca grande, con el labio superior delgado y el inferior carnoso. La señorita Stephanie Crawford decía que era tan rígido que se tomaba la Palabra de Dios como su única ley, y nosotros le creíamos, porque el hombre iba siempre tieso como un palo de escoba.
Nunca nos hablaba. Cuando pasaba, bajábamos la mirada al suelo y decíamos: «Buenos días, señor», y él tosía en respuesta. Su hijo mayor vivía en Pensacola; visitaba la casa por Navidad, y era una de las pocas personas que alguna vez vimos entrar o salir de ella. El día en que Radley llevó a casa a Arthur, la gente dijo que aquella mansión había muerto.
Pero llegó el día en que Atticus nos advirtió de que nos castigaría si hacíamos el más mínimo ruido en el patio, y encomendó a Calpurnia que, en su ausencia, tomara medidas si hacíamos algún ruido. El señor Radley se estaba muriendo.
Se tomó su tiempo. Pusieron caballetes de madera a cada extremo de la finca, echaron paja en la acera y desviaron el tráfico hacia la calle de atrás. El doctor Reynolds estacionaba su auto delante de nuestra casa y caminaba hasta la de los Radley cada vez que le llamaban. Jem y yo nos arrastramos por el patio durante días. Al final quitaron los caballetes y, desde el porche delantero, nos quedamos mirando cómo el señor Radley hacía su último viaje pasando por delante de nuestra casa.
—Ahí va el hombre más ruin al que Dios haya dado aliento —murmuró Calpurnia, y escupió con aire meditabundo en el patio. Nosotros la miramos con sorpresa, porque Calpurnia casi nunca decía nada sobre la forma de ser de los blancos.
El barrio pensaba que, cuando el señor Radley ya no estuviera, Boo saldría, pero vieron otra cosa: el hermano mayor de Boo regresó de Pensacola y ocupó el puesto del señor Radley. La única diferencia entre su padre y él era la edad. Jem dijo que Nathan Radley también «compraba algodón». Sin embargo, el señor Nathan nos hablaba cuando le dábamos los buenos días, y a veces le veíamos regresar de la ciudad con una revista en la mano.
Cuanto más le hablábamos a Dill de los Radley, más quería saber él; cuanto más tiempo pasaba abrazado a la farola de la esquina, más intriga sentía.
—Me pregunto qué hará ahí dentro —murmuraba—. En algún momento tendrá que asomar la cabeza.
—Sale —dijo Jem— cuando está todo oscuro. La señorita Stephanie Crawford dijo que una vez se despertó en mitad de la noche y lo vio observándola fijamente por la ventana . . . Dijo que su cabeza era como una calavera que la miraba. ¿No te has despertado nunca en la noche y le has oído, Dill? Camina así . . . —Jem arrastró los pies por la grava—. ¿Por qué crees que la señorita Rachel lo cierra todo en la noche? Yo he visto sus huellas en nuestro patio trasero más de una mañana, y una noche le oí arañando la puerta de atrás, pero ya se había ido cuando Atticus acudió.
—Me pregunto qué aspecto tendrá —intervino Dill.
Jem le dio una descripción aceptable: Boo medía unos dos metros, a juzgar por sus huellas; comía ardillas crudas y cualquier gato que pudiera atrapar, por eso tenía las manos manchadas de sangre; si te comes un animal crudo ya no puedes limpiarte la sangre. Una larga cicatriz irregular le atravesaba la cara; los dientes que le quedaban estaban amarillentos y podridos; tenía los ojos saltones y babeaba la mayor parte del tiempo.
—Vamos a hacerle salir —propuso Dill—. Me gustaría ver cómo es.
Jem le dijo a Dill que, si lo que quería era que lo mataran, no tenía más que acercarse a la puerta y llamar.
Nuestra primera incursión sólo llegó a realizarse porque Dill apostó El fantasma gris contra dos Tom Swift a que Jem no pasaría de la puerta del patio de los Radley. En toda su vida, mi hermano nunca había rechazado un desafío.
Jem se lo pensó tres días. Supongo que le importaba más el honor que su cabeza, porque Dill sabía bien cómo erosionarle el ánimo.
—Tienes miedo —le pinchó Dill el primer día.
—No tengo miedo, es respeto —se defendió Jem.
Al día siguiente, Dill le dijo:
—No tienes valor ni para meter el dedo gordo del pie en el patio.
Jem contestó que era mentira, pues pasaba junto a la Mansión Radley todos los días de camino a la escuela.
—Y siempre corriendo —añadí yo.
Pero Dill lo logró al tercer día, cuando le dijo a Jem que estaba claro que los de Meridian no eran tan miedosos como los de Maycomb, y que él nunca había visto gente tan miedica como la de Maycomb.
Eso bastó para que Jem caminara hasta la esquina. Allí se detuvo y se apoyó contra la farola, observando la puerta que colgaba grotescamente de su gozne casero.
—Dill Harris, supongo que sabes perfectamente que nos va a matar a todos —dijo Jem cuando llegamos hasta él—. No me eches la culpa cuando él te saque los ojos. Recuerda que empezaste tú.
—Sigues teniendo miedo —murmuró Dill tranquilamente.
Jem quiso que Dill supiera de una vez por todas que él no tenía miedo a nada:
—Es que no se me ocurre ninguna manera de hacerlo salir sin que nos atrape.
Además, Jem tenía que pensar en su hermana pequeña. Cuando dijo eso, supe que tenía miedo. Tendría que haber pensado en su hermanita aquella vez que le reté a que saltara desde el tejado de la casa.
—Si me muero, ¿qué va a ser de ti? —me preguntó. Entonces saltó, aterrizando sin ningún daño, y su sentimiento de responsabilidad desapareció, hasta que llegó el desafío de la Mansión Radley.
—¿Vas a huir de un reto? —preguntó Dill—. Si lo haces . . .
—Dill, esto hay que pensárselo bien —dijo Jem—. Déjame pensar un momento . . . esto es como hacer salir a una tortuga . . .
—¿Cómo se hace eso? —inquirió Dill.
—Encendiéndole una cerilla debajo.
Yo le dije a Jem que si prendía fuego a la casa de los Radley se lo contaría a Atticus.
Dill replicó que ponerle debajo una cerilla a una tortuga era algo odioso.
—No es nada odioso, simplemente la convence; no hablo de asarla en el fuego —refunfuñó Jem.
—¿Cómo sabes que el fuego no le hace daño?
—Las tortugas no pueden sentir, estúpido —dijo Jem.
—¿Acaso has sido tortuga alguna vez?
—¡Por favor, Dill! Espera, déjame pensar . . . supongo que podríamos amansarlo.
Jem se quedó allí pensando tanto tiempo que Dill hizo una pequeña concesión:
—No diré que has huido de un reto y te daré El fantasma gris si vas hasta allí y tocas la casa.
Jem sonrió.
—¿Tocar la casa? ¿Eso es todo?
Dill asintió.
—¿Seguro que eso es todo? No quiero que digas otra cosa diferente en cuanto regrese.
—Sí, eso es todo —ratificó Dill—. Probablemente te perseguirá cuando te vea en el patio, entonces Scout y yo saltaremos sobre él y lo sujetaremos hasta que podamos decirle que no queremos hacerle ningún daño.
Salimos de la esquina, cruzamos al otro lado de la calle que discurría paralela a la casa de los Radley y nos detuvimos en la puerta del patio.
—Vamos —dijo Dill—. Scout y yo te seguiremos.
—Ya voy —contestó Jem—, no me metas prisa.
Fue hasta la esquina de la finca, después regresó y, frunciendo el ceño y rascándose la cabeza, estudiaba el terreno como si decidiera el mejor modo de entrar.
Entonces yo le hice una mueca.
Jem abrió la puerta y salió corriendo hasta el lateral de la casa, dio un golpe a la pared con la palma de la mano y regresó corriendo, pasando a nuestro lado y sin esperar para ver si su aventura había tenido éxito. Dill y yo le seguimos de inmediato. Cuando ya estábamos a salvo en nuestro porche, jadeando y sin aliento, miramos.
La vieja casa seguía igual, decaída y enferma, pero mientras mirábamos fijamente hacia ella, creímos ver que una persiana interior se movía. Un movimiento muy leve, casi imperceptible, y la casa siguió en su silencio.
2
Dill nos dejó a principios de septiembre para regresar a Meridian. Le vimos alejarse en el autobús de las cinco y yo me sentí desdichada sin él, hasta que caí en que dentro de una semana comenzaría la escuela. Nunca había esperado con tanta ilusión ninguna otra cosa en mi vida. En las horas del invierno se me podía encontrar en la casa del árbol, mirando al patio de la escuela y espiando a los niños con unos anteojos de dos aumentos que Jem me había regalado, aprendiendo sus juegos, siguiendo la chaqueta roja de Jem entre los corros que jugaban a la gallina ciega, compartiendo secretamente sus desdichas y sus pequeñas victorias. Ansiaba reunirme con ellos.
Jem condescendió a llevarme a la escuela el primer día. Eso solían hacerlo los padres, pero Atticus había dicho que a Jem le encantaría enseñarme cuál era mi clase.