sábado, 21 de diciembre de 2024
Luciano Pavarotti y Mirella Freni: "Hermanos de leche"
miércoles, 11 de diciembre de 2024
El primer encuentro de dos grandes pianistas: Chopin y Liszt
Cuentan que Frédéric Chopin (arriba) era pequeñito y delgado -algunos comentan que sólo pesaba 44 kilos- que le gustaba vestir bien y que tenía un cierto "no sé qué que sé yo" que seducía a las mujeres. Entre sus polonesas, mazurcas, valses o nocturnos se encuentran algunas de las piezas más bellas de la historia del piano y como virtuoso de este instrumento que era, lleno de inspiración y especialmente dotado para la improvisación no es raro que encontrara un alma gemela en el gran Franz Liszt (abajo).
Su encuentro fue tan maravilloso como lo era la música de ambos. Se cuenta que ya en París, Chopin se dirigió a la casa de pianos Pleyel con la que intentaba entablar algún tipo de acuerdo; se sentó en un piano y empezó a tocar. Poco después entró Liszt y escuchando las notas que aquel desconocido arrancaba del piano quedó maravillado y no pudo evitar sentarse en otro y empezar a tocar amoldando su ejecución a la de Chopin creando una improvisación a dos pianos que por momentos iba creciendo en belleza y exuberancia. Chopin ni siquiera volvió el rostro para ver quien tocaba a su lado, se limitó a continuar tocando enardecido y subyugado por el virtuosismo que demostraba aquel otro pianista al que no conocía de nada. Estuvieron durante un buen rato sorprendiéndose mutuamente al piano, sin hablarse, sin mirarse, conociéndose musicalmente. Cuando terminaron y se enfrentaron el uno al otro se fundieron en un fuerte abrazo que fue recibido con los aplausos de todas las personas que había en la sala y que acudieron a ver aquel espontáneo espectáculo. Su amistad fue ya para siempre. ¡Quien pudiera haberlo visto.... y oído!
Imágenes: Ambas de Wikimedia Commons CC0 - Fuente original Imagen 1 - Imagen 2
domingo, 17 de marzo de 2024
Frédéric Chopin y la melancolía
“Según la opinión general, mi interpretación se ha caracterizado por una sonoridad demasiado débil o, mejor dicho, demasiado delicada para el gusto de los oyentes vieneses, acostumbrados a escuchar a los artistas destrozando su instrumento […] No importa; es imposible que no haya algún pero, y prefiero esto a oír decir que toco demasiado fuerte” (F. Chopin)
La música de piano de Frédéric Chopin, arriba en un daguerrotipo de 1847, es una de las grandes delicias que podemos encontrar dentro del repertorio pianístico clásico. Sus mazurkas, valses, nocturnos o polonesas son una mezcla rarísima de delicadeza, melancolía, belleza y puntual frenesí. Cierto es que hay piezas del compositor que son verdaderamente frenéticas y de compleja interpretación, como su Estudio Revolucionario op. 10 nº 12, pero también es verdad que en no pocas de sus piezas va desgranando las notas una a una, con una parsimonia infinita, para de vez en cuando, sorprendernos con un racimo de ellas que inunda de luz y frescura todo el conjunto. Era Chopin, como parte de su música, un hombre débil y a menudo preso de la nostalgia y la melancolía. Así lo expresaba en esta carta enviada a su madre:
"Hoy el Prater estaba hermoso. Había multitud de gente a la que no conocía. He admirado las plantas, el olor a primavera y esa inocencia de la naturaleza que me devuelve los sentimientos que tenía cuando era niño. Amenazaba tormenta, así que busqué refugio. Pero llegó la tormenta y entonces me sentí melancólico. ¿Por qué? Hoy no me importa ni tan solo la música. Es tarde, pero no tengo sueño, no sé qué me pasa…. Los periódicos y carteles anuncian mi concierto, que es dentro de dos días, pero siento como si no hubiera tal concierto, parece como si no me importara. No escucho los halagos de los otros, me parecen cada vez más y más estúpidos. Desearía estar muerto, pero también me gustaría ver a mis padres. Tengo su imagen (aquí hace alusión a Konstancja, de quien se encontraba enamorado) ante mí, pero me parece que ya no estoy enamorado de ella aunque no pueda quitármela de la cabeza. Todo lo que he visto hasta ahora en el extranjero me parece viejo y odioso y me hace suspirar por mi hogar, por los dichosos momentos que no supe valorar. Lo que ayer me resultaba magnífico hoy me parece vulgar, y lo que creía vulgar se torna ahora incomparable, demasiado grande, demasiado elevado…. Estoy confuso, melancólico, no sé qué hacer conmigo mismo. No quisiera estar tan solo"
De Chopin decía Schumann: "Era un cuadro inolvidable verle sentado al piano como un clarividente, perdido en sus sueños; ver cómo su visión se comunicaba a través de su ejecución, y cómo al final de cada pieza, él tenía la costumbre de pasar un dedo a lo largo del teclado en reposo, como forzándose en arrancarse a sí mismo de un sueño".
Y así hablaba de su música Ignaz Moscheles (un gran compositor): "Ahora por vez primera entiendo su música y también puedo explicarme el gran entusiasmo de las damas. Las modulaciones súbitas que yo no podía agarrar cuando ejecutaba sus obras no me preocupan ya más. Su piano es tan etéreo que no es necesario un forte para crear un contraste. Escuchándole, uno se entrega con toda el alma, como un cantante que, olvidándose del acompañamiento, se deja llevar lejos por su emoción. Para abreviar, él es el único entre los pianistas".
Valentina Lisitsa interpreta el Nocturno nº 20 de Chopin
viernes, 15 de marzo de 2024
Niccolò Paganini: El violinista del diablo
martes, 27 de febrero de 2024
Caruso y el éxito de la controvertida ária "La donna é Mobile": El peor retrato de la mujer
Pocas canciones en la historia de la ópera han logrado cautivar a tantas personas durante tanto tiempo y han sido tan cantadas, cuando menos en la ducha. "La donna è mobile" pertenece a la Opera "Rigoletto" de Verdi y es cantada por el mujeriego Duque de Mantua, rol bajo el cual vemos vestido arriba al tenor Enrico Caruso. A cargo del Duque trabaja el bufón Rigoletto, cuyo nombre supongo que deriva del verbo "rigoler" que en francés significa reír; no en vano la opera se basa en una obra de Victor Hugo llamada "El rey se divierte".
El aria en cuestión se escribió entre prisas, con un estreno ya inminente y acuciado Verdi por las exigencias del tenor de turno de disponer de un aria donde pudiera lucirse en el último acto de la ópera y así dejar un momento luminoso y recordable para los espectadores. Y funcionó, tanto que a la salida del veneciano teatro de La Fenice (El Fénix) todos los espectadores ya canturreaban por las calles aquella pegadiza canción, un éxito intemporal, un aria de la que diría Stravinsky que había en ella más invención artística que en toda la tetralogía wagneriana.
Cincuenta y tres años después del estreno de Rigoletto en 1851, llegada la época de las grabaciones sonoras, Enrico Caruso se encontraba en la cúspide de su carrera y uno de los primeros discos que grabó en 1904 tenía por una cara el aria "Questa o quella" (también de Rigoletto) y por la otra "La donna é mobile", convirtiéndose el tema en el que es considerado como primer "hit" de la música grabada.
Curiosamente esta pieza tiene una traducción que no es precisamente un halago a las cualidades femeninas; después de ponerlas de vuelta y media afirma que a pesar de todo será un completo desgraciado el que "de su pecho no beba el amor". No eran aquellos buenos tiempo para la mujer y la consideración que se tenía de ellas. Pero bueno, si se perdonan a los recientes éxitos de reguetón las barbaridades que incluyen sus letras y se bailan con su consabido "perreo", no creo que debamos dejar de cantarla en la ducha. Os dejo la traducción de la cancioncita:
¡Siempre es desgraciado quien en ella confía,
quien le entrega, incauto el corazón.
Pero aún así, no se sentirá plenamente feliz
quien de su pecho no beba el amor.
La mujer es voluble, como una pluma al viento,
cambia de palabra y de pensamiento
y de pensamiento, y de pensamiento!
Original:
La donna è mobile, qual piuma al vento,
muta d'accento, e di pensiero.
Sempre un amabile, leggiadro viso,
in pianto o in riso, è menzognero.
La donna è mobile, qual piuma al vento,
muta d'accento, e di pensier
e di pensier, e di pensier.
È sempre misero, chi a lei s'affida,
chi le confida, mal cauto il core!
Pur mai non sentesi felice appieno
chi su quel seno non liba amore!
La donna è mobile, qual piùma al vento,
muta d'accento e di pensier,
e di pensier, e di pensier!
Y sin embargo, suena tan deliciosamente, que todo lo demás no importa... ¿o sí? A ver si Carreras, Domingo y Pavarotti nos convencen:
domingo, 25 de febrero de 2024
Franz Schubert: Mucho más que "El príncipe de la canción"
"Nadie comprende el dolor de otro, nadie comprende la felicidad de otro... Mi música es el producto de mi talento y de mi sufrimiento. Y lo que he escrito en el mayor estado de angustia es lo que al mundo parece gustarle más."
"Cuando quería cantar al amor, éste se convertía en pena. Y cuando quería cantar a la pena, ésta se me transformaba en amor."
Son palabras de Franz Schubert, un portento musical del que manaba la inspiración de manera desbordante; baste decir al respecto que habiendo fallecido a la muy temprana edad de 31 años dejó escritas más de 1500 piezas musicales, entre ellas más de 600 lieder, una cifra abrumadora conseguida a pesar de la merma física e intelectual sufrida en los últimos años de su vida por la sífilis. Hoy es uno de los pilares de la música, pero en su día no logró apenas reconocimiento y sus grandes obras no fueron conocidas hasta después de su muerte. Baste decir que su hermosísima Sinfonia nº 8, la Inacabada, se estrenó cuarenta años después del fallecimiento del compositor. Incluso muchos de sus amigos desconocían el verdadero alcance de la obra de Schubert y para ellos no dejaba de ser solo un fecundo escritor de lieders, “el príncipe de la canción”, titulo ganado por la calidad de ciclos como "Viaje de Invierno" o "La bella molinera".
Siempre vivió con grandes estrecheces económicas. Está ampliamente
difundida la idea de que Schubert componía con una guitarra al no poder
permitirse ni tan siquiera tener un piano, cosa que parece desmentirse claramente en
determinadas fuentes que nombran los pianos con los que solía trabajar. También
se cuenta que no podía permitirse comprar papel pautado al ritmo que su
inspiración lo requería y se veía obligado a usar papel común sobre el que el propio compositor
dibujaba los pentagramas a mano y que otras veces lo recibía de manos de sus
amigos que lo ayudaban. Sea como fuere, nunca le sobró el dinero, situación que
le llevó a malvender los derechos sobre las partituras de sus canciones algo, que le ayudó a supervivir, pero que hizo muy rico a editores con buen instinto como Diabelli.
Leopold Sonnleithner hablaba así de Schubert en una
biografía que escribió del compositor:
“Schubert era extraordinariamente fecundo y trabajador
componiendo. Todo lo que no fuera trabajar le interesaba muy poco. Rara vez iba
al teatro o a reuniones de sociedad. Le gustaba pasar las noches en los cafés
en alegre compañía y se le echaba encima la media noche sin darse cuenta. Si se
estaba divirtiendo no tenía horario. Al trasnochar tanto, se acostumbró a no
levantarse hasta las diez o las once de la mañana. A esa hora sentía la
urgencia de ponerse a componer y en ello se le pasaban las horas, y también las
mejores horas para ganar un dinero dando clases”.
Sus obras las disfrutaba
especialmente entre sus amigos, que eran, junto a la música, los pilares fundamentales de
su vida. Un grupo de personas escogidas entre las que había pintores,
escritores, cantantes, músicos… personas talentosas que pudieran hacer de la
reunión algo que trascendiera los comentarios y usos vulgares. Fueron muchas las obras
de Schubert que se escucharon por primera vez en estas veladas (cuatro o cinco
por semana) de las que el compositor resultaba ser el alma de las mismas, tanto
que estas pasaron a ser conocidas como Schubertiadas, pero también como las “Veladas
de Kánevas”. Esto se debe a que uno de los motes que tenía Schubert entre sus
amigos era precisamente “Kánevas”, en alusión clara a la pregunta que el
compositor solía hacer cuando algún extraño pretendía acceder al circulo de
elegidos: ¿Kann er was? (¿Qué es lo que sabe?). Debían ser personas capaces de
aportar algo interesante al grupo. En esa línea le escribía a su amigo Schober:
“¿De qué nos sirve una recua de simples estudiantes y funcionarios? (…) Durante
horas solo se oye hablar de montar a caballo y de esgrima, de caballos y perros”.
Aunque tenía otro mote el bueno de Schubert, quien, al ser
bajito, (alrededor de 1’52 metros) y algo rellenito, recibía el apodo de “Schwammerl”,
palabra con la que en determinadas zonas de Austria y Baviera se denomina a una
seta grande. Un amigo del compositor, Anselm Hüttenbrenner lo describía así:
“El aspecto de Schubert no era el de un hombre apuesto o
impresionante. Era bajo, con la cara redonda y bastante gordo. La abovedada
curva de su frente era hermosa. Como era corto de vista llevaba siempre
anteojos y no se los quitaba ni para dormir. La ropa era algo hacia lo que no
sentía el menor interés y no le agradaba frecuentar la sociedad elegante porque
entonces hubiera tenido que ocuparse de su aspecto. De todas maneras, en más de
una recepción esperaron deseosos su presencia y hubieran estado encantados de
pasar por alto cualquier negligencia en su atavío. Otras veces, sencillamente,
no podía afrontar los gastos que implicaba cambiar su ropa de diario por el
frac. Le molestaba saludar y hacer reverencias, y le parecía repugnante tener
que escuchar los elogios a él dirigidos”.
A su muerte, en 1828, solicitó ser enterrado cerca de su admirado Beethoven y así ocurrió. En 1988 sus restos fueron trasladados, junto a los de Beethoven al cementerio central de Viena, al conocido como “Panteón de los músicos”, del que ocupan ambos cada uno de los extremos de la zona principal mientras en el centro hay un monumento a Mozart, este evidentemente sin sus restos. Cerca quedan, pero fuera de la zona central, las tumbas de Brahms, de los Strauss y otros de menor calado. No cabe duda de que es la compañía que merece. De hecho un actor vienés, Oskar Werner, decía: "Mozart y Beethoven llegan al cielo, Schubert viene de allí".
En el monumento de Schubert, del que tantas maravillas podían esperarse de haber tenido una vida más larga, se puede leer: “El arte de la música no sólo ha enterrado aquí un preciado tesoro, sino esperanzas aún más espléndidas”.
Imágenes: De Wikimedia Commons - CC0 Dominio Público en Fuente Original: Img 1 - Img 2
martes, 20 de febrero de 2024
Igor Stravinsky y los ballets de elefantes "jóvenes"
domingo, 18 de febrero de 2024
Alexander Borodin: Un bondadoso compositor dominguero
Eso es lo que canta el coro de muchachas polovtsianas en la pieza "Uletáy na krýliaj vetra...", de las maravillosas "Danzas Polovtsianas" incluidas en la opera "El Principe Igor", la obra más celebrada del compositor ruso Alexander Borodin, arriba en un retrato de Ilya Repin. Sus inicios musicales fueron de aprendizaje autodidacta y solo cuando ya tenía 30 años comenzó a recibir clases de Balákirev, junto con el cual y con Rimsky-Korsakov, Mussorgsky y Cesar Cui formarían el conocido como "Grupo de los Cinco".
Pero la música no era, ni de lejos, la pasión central en la vida de Borodin, que en cierta ocasión se definió ante Liszt como un compositor de ratos perdidos: “Yo soy un compositor de domingos, señor Liszt”, refiriéndose con ello a que su creación musical nacía de los escasos momentos libres que le dejaba su dedicación absoluta a la química y a la medicina, campos en los que llegó a ser muy respetado por sus aportaciones científicas y que eran la fuente de sus ingresos y de su fama en vida.
A pesar de su corto repertorio, la calidad musical lograda por Borodin, le permite poder presumir de tener al menos tres obras entre las más famosas y representadas de la música clásica, la ya citada "Danzas Polovtsianas", a la que se une el poema sinfónico "Por las estepas del Asia Central" y el bellísimo "Nocturno" de su segundo cuarteto de cuerda. Tanto es así que se ha dicho que Borodin tiene el menor producto musical con el más alto promedio de excelencia para cualquier compositor en la historia. De este aspecto secundario de la música en su vida decía:
"La música... es una relajación de las ocupaciones más serias". "Como compositor que trata de permanecer en el anonimato, soy tímido de confesar mi actividad musical. Para otros es su principal ocupación, la ocupación y el objetivo de la vida. Para mí es un descanso, un pasatiempo que me distrae de mi principal actividad, mi cátedra. Me encanta mi profesión y mi ciencia. Me encantan la Academia y mis alumnos, hombres y mujeres, porque para dirigir el trabajo de los jóvenes, hay que estar cerca de ellos"
En cierta ocasión que hubo de permanecer en su casa, alejado de sus obligaciones a causa de una gripe, escribía:
"En el invierno yo no puedo componer, a menos de que esté enfermo y me vea obligado a abandonar mis clases. Así que, mis amigos, contrario a la costumbre, nunca me dicen ‘‘trata de estar bien’’ sino más bien ‘‘trata de enfermarte’’. Cuando la cabeza me explota, cuando mis ojos están llenos de lágrimas y tengo que sacar el pañuelo a cada minuto, es entonces cuando compongo."
Además de la química, la medicina y la música, Borodin tenía su interés volcado en la ayuda a cualquiera que precisase de su ayuda, a los estudiantes -que le adoraban-, a las mujeres, para las que, además de ser un firme defensor de sus derechos, llegó a crear una Escuela de Medicina en un tiempo en el que todavía era difícil ejercer esta profesión por el sexo femenino. Tanto es así, que a la muerte del compositor, durante una fiesta de disfraces, sus estudiantes mujeres le dedicaron el párrafo siguiente en el monumento que se le erigió en su tumba: “Al fundador, defensor y guardián de las clases de medicina para mujeres y al amigo de sus alumnos”. Al respecto de esta bonhomia y altruismo de Borodín resulta muy clarificador un texto que le dedica Rimsky Korsakov en su autobiografía:
“Cualquiera podía entrar en su casa a cualquier hora y era invitado a comer. Mi querido Borodín se levantaba en mitad de la comida y, entre quejas, te ponía un plato de comida. Su esposa Ekaterina sufría de asma y a menudo pasaba noches sin poder dormir. Alexander se levantaba y la acompañaba durante toda la noche, por lo que a menudo no dormía lo suficiente. Luego se podía dormir de cualquier forma y en cualquier lugar (…) La casa de Borodin era una casa de locos. No estoy exagerando, esto no es un símil poético (…) No, la casa de Borodin era un manicomio sin necesidad de símiles o metáforas. Siempre tenía un puñado de parientes necesitados viviendo con él, o simplemente gente pobre, o visitantes que estaban enfermos e incluso -hubo casos- locos de remate. Borodin se ocupaba de todos ellos, los trataba, los llevaba a los hospitales y luego los visitaba (…) Borodin escribía solo a ratos. Naturalmente, si había alguien durmiendo en otra habitación, o en un colchón, o sobre el suelo, el pobre Borodin no tocaba el piano para no despertarles.”
Lo dio todo para los demás y aun así consiguió una pizca de su tiempo para regalarnos a todos en general piezas como esta versión para dúo del coro inicial de las Danzas Polovtsianas del Principe Igor, en las voces de la soprano Daria Davidova y del tenor Yury Rostotsky.
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 en Fuente Original
sábado, 17 de febrero de 2024
La verdadera historia del "Para Elisa" de Beethoven
lunes, 1 de enero de 2024
Anton Bruckner: Mucho más que "El de la trompeta"
El compositor austríaco Antón Bruckner (1824-1896), siempre ávido de reconocimiento, intentó desesperadamente asomar la cabeza en un mundo en el que ya resplandecían, por lugares opuestos, Brahms y Wagner, compositores que polarizaban el paisaje musical de aquellos momentos. No ayudaban a los propósitos de Bruckner, de humildes orígenes campesinos, su tendencia a la melancolía, su carácter solitario, sus muchas manías y su complejo de inferioridad.
Siempre fue considerado un extraordinario organista pero no lograba el aplauso que esperaba para sus sinfonías, obras por las que ahora es recordado. Su timidez y a veces falta de seguridad hacía que permitiera intromisiones en sus obras impensables en otros compositores, así, algunos grandes directores de orquesta amigos suyo, con buena intención y buscando que lograra el éxito que tanto ansiaba, le impulsaban a retocar sus obras para hacerlas más accesibles al gran público, lo que hace que algunas de sus sinfonías tengan hasta cuatro versiones. No obstante, Bruckner, siempre cuidadoso, guardó celosamente la partitura original a buen recaudo de cada obra suya, la idea inicial, aquella que solo se debía a su talento.
Con su estilo de vida monacal y como católico devoto que era, estaba convencido de que la música que salía de su cabeza se la debía solo a Dios, así en cierta ocasión dijo: "Quieren que escriba de otra forma. Podría, desde luego, pero no debo hacerlo. Dios me ha elegido entre miles de personas y me ha dado, precisamente a mí, ese talento. Es a él a quien debo rendir cuentas. ¿Cómo podría después enfrentarme a Dios Todopoderoso si obedeciera a los demás y no a Él?". En esta línea, el propio Bruckner decía de su "Te Deum" una de sus grandes obras: "Le mostraré a Él (Dios) la partitura de mi Te Deum, y Él se mostrará clemente conmigo".
Bruckner era un ser meticuloso y perfeccionista en extremo y también condicionado por sus muchas manías, desde acumular botines en su armario a su obsesión por los títulos y diplomas o la compulsión con los números que le hacía contar ávidamente las cuentas de los collares, los ladrillos de los edificios, las hojas de los árboles o las ventanas de un edificio. Su mente estaba siempre inquieta y alerta.
Su amor por la música de Wagner le impulsó a enviarle las partituras de la segunda y tercera de sus sinfonías con la intención de dedicarle una de estas (a gusto del consumidor). Impaciente decidió visitarlo para saber su elección. Cuenta la leyenda que Wagner y Bruckner marcharon juntos a tomar unas copitas para cambiar pareceres y en el transcurso de la charla Wagner le comunicó su elección. Las copas serían más de una y más de dos, de modo que el atribulado Bruckner olvidó cuál era la sinfonía que finalmente había elegido el compositor de Tristán e Isolda. Ni corto ni perezoso, Bruckner le escribió a Wagner una carta en la que le confesaba su olvido y le preguntaba nuevamente cuál era su preferida: "¿La sinfonía en re menor, donde la trompeta empieza la melodía?". Wagner le contestó escuetamente: "Si. Saludos. Richard Wagner". Desde entonces Wagner se refería a su olvidadizo amigo como "Bruckner el de la trompeta".
La dedicatoria fue la que se esperaba de alguien tan apocado como Brukner y se refería a Wagner en la misma como "el inalcanzable, mundialmente famoso y sublime maestro del arte de la poesía y la música, con la más profunda reverencia de Antón Bruckner". La sinfonía nº 3 paso a ser conocida, como era de esperar, como la "Sinfonía Wagner", algo que no le valió precisamente los elogios de los partidarios de Brahms.
El honor recibido por Wagner de su rendido admirador tuvo su eco y más allá de una buena amistad que mantuvieron, Wagner dejo escrito en sus memorias: "Si alguien tiene ideas sinfónicas después de Beethoven, ese es Bruckner".
Al final, el respeto y la admiración, tan ansiados por este oscuro y tímido compositor y que en cierta medida ya tuvo en vida, llegaron de forma unánime y sus sinfonías, definidas por algunos como "catedrales de sonido" que llevan la sinfonía romántica al límite de sus posibilidades, son actualmente muy respetadas y admiradas y siguen programándose habitualmente en los grandes auditorios de la música.
Queda en representación de la obra sinfónica de Bruckner este vídeo de su Cuarta Sinfonía, la denominada "Romántica", dirigida por Claudio Abbado al frente de la Filarmónica de Viena, de la que os recomiendo que al menos no os perdáis su maravilloso inicio.
miércoles, 26 de octubre de 2022
Carta de Beethoven a la joven Emilia
sábado, 1 de octubre de 2022
Puccini, las costureras y "La Bohéme"
miércoles, 21 de septiembre de 2022
Piazzolla y "Libertango"
domingo, 28 de agosto de 2022
Las rarezas de Manuel de Falla y un olvidado Nocturno
viernes, 19 de agosto de 2022
Mozart ante la adversidad
Mozart, que siempre estaba falto de dinero, le replicó con una sonrisa:
-Nos calentamos... Tenemos frío y no tenemos dinero para comprar leña.
Un ejemplo perfecto para ilustrar esa frase que dice: "A mal tiempo buena cara". Supongo que solo con una actitud así se puede realizar una música tan rebosante de alegría como la de Mozart a pesar de las circunstancias adversas. Ahora calentémonos nosotros con, por ejemplo, una de las piezas de su magistral opera "La flauta mágica", una obra compuesta con un Mozart ya débil y próximo a la muerte, y por supuesto con una estrechez económica bastante grande. Aún así, su música no dejaba de sonreír y de rebosar magia y fantasía. En el vídeo cantan Detlef Roth y Gaële Le Roi. El tema es el delicioso "Papagena/Papageno"
domingo, 14 de agosto de 2022
Johannes Brahms: De los burdeles a la gloria
sábado, 6 de agosto de 2022
Frédéric Chopin por el mismo
"Soy un revolucionario, el dinero no significa nada para mí".
"No hay nada más odioso que la música sin significado oculto".
"No me gusta la gente que no se ríe. Es gente frívola."
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