La caja de Pandora
1.865
Drama. Romance
Lulú (Louise Brooks) es mujer ambiciosa y sin moral que usa a los hombres a su voluntad. Desinhibida y atractiva, el aprovechamiento de sus encantos conllevará también sus peligros. Obra mayor del expresionismo que encumbró a Louise Brooks, una joya del cine mudo que adaptó magistralmente la obra teatral "Lulu" de Wedeking. (FILMAFFINITY)
27 de agosto de 2008
36 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de leer lo que otro “compañero de aficiones” escribió sobre esta película, se me ocurre aquello poco ocurrente de: ¿qué hace un tipo como tú viendo películas como esta?. Con todos mis respetos, evidentemente, que lo cortés no quita lo valiente. En verdad no lo entiendo. Nada menos que una película de 133 minutos que se reduce a “un mundo de putas y puteros” y “que no dice absolutamente nada”. Propongo para él, el Oscar al espectador resistente. Y me da absolutamente igual que me mortifique a base de puntuaciones negativas. Por mucho que lo haga, seguiré manteniendo que, sin ser una obra magistral, es una película interesante, diferente y atrevida. Ah, y no lo digo para evitar que me reconozcan culpable del delito de herejía y me asen en la hoguera de los cinéfilos apostatas ó me excomulguen, ó las fuerzas de mudas cristiandades en blanco y negro me amenacen con nuevas cruzadas contra cataros disidentes del arte de Lumière. Lo digo porque tengo mis principios y a ellos me atengo.
Pabst no es ni Lang ni Murnau. Pero es un director interesante que maneja con destreza los hilos del expresionismo. Los gestos, las miradas, la fuerza de la mano que oprime el brazo, la caricia femenina, los dedos que se abren y la navaja que se desprende...
Como buena película muda, hacen falta muy pocos rótulos literarios. Los justos y precisos para seguir una acción cuyo eje central se sitúa en la figura de Lulú y sus costumbres ligeras, su altamente perniciosa seducción y sus ojos sumisos capaz de llevar a los hombres (y las mujeres) al suicidio. Esos son sus poderes. Esa es la fuerza capaz de destapar la caja de Pandora y derramar a su alrededor un destino amargamente fatal. Porque esta es la lectura íntima del film, el mal y la fatalidad como compañeros de viaje. Esta es la historia que hay detrás aunque haya quien no acabe de enterarse.
Por cierto, el acto tercero con su ajetreo entre las bambalinas del espectáculo de varietés, es un portento de filmación cinematográfica. Es uno de los puntos culminantes en una película rompedora y atrevida (evidentemente para la época) que supuso el encumbramiento de Louise Brooks como actriz reconocida y que dejó en cierto modo en la recamara a una Marlene Dietrich en quien se pensó para el papel y que en mi opinión, hubiese dado perfectamente la talla. Pero la Brooks lo hace bien y se lo reconozco. Los 133 minutos, algo excesivos, pero si te gusta el cine como expresión artística se aguantan bien, muy bien.
Pabst no es ni Lang ni Murnau. Pero es un director interesante que maneja con destreza los hilos del expresionismo. Los gestos, las miradas, la fuerza de la mano que oprime el brazo, la caricia femenina, los dedos que se abren y la navaja que se desprende...
Como buena película muda, hacen falta muy pocos rótulos literarios. Los justos y precisos para seguir una acción cuyo eje central se sitúa en la figura de Lulú y sus costumbres ligeras, su altamente perniciosa seducción y sus ojos sumisos capaz de llevar a los hombres (y las mujeres) al suicidio. Esos son sus poderes. Esa es la fuerza capaz de destapar la caja de Pandora y derramar a su alrededor un destino amargamente fatal. Porque esta es la lectura íntima del film, el mal y la fatalidad como compañeros de viaje. Esta es la historia que hay detrás aunque haya quien no acabe de enterarse.
Por cierto, el acto tercero con su ajetreo entre las bambalinas del espectáculo de varietés, es un portento de filmación cinematográfica. Es uno de los puntos culminantes en una película rompedora y atrevida (evidentemente para la época) que supuso el encumbramiento de Louise Brooks como actriz reconocida y que dejó en cierto modo en la recamara a una Marlene Dietrich en quien se pensó para el papel y que en mi opinión, hubiese dado perfectamente la talla. Pero la Brooks lo hace bien y se lo reconozco. Los 133 minutos, algo excesivos, pero si te gusta el cine como expresión artística se aguantan bien, muy bien.
11 de noviembre de 2009
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando convivíamos con los dioses hubo una primera mujer en la tierra, nació a petición de Zeus, movido por la necesidad y dependencia de algo tan horrible como la venganza. Fue creada a partir de barro y todos los dioses le concedieron dones para destacar sobre el resto, era bella, sabia e ingeniosa, pero no perfecta. La curiosidad era su principal destello, Zeus lo sabía, así lo quiso por expreso deseo. Esta nueva compañera de la humanidad era un castigo para Prometeo, pero fue otro, su hermano Epimeteo quien aceptó este envenenado regalo. Junto con Pandora, nombre que le dieron por su significado "todos los dones" venía una caja y una advertencia, nunca, por ningún motivo debía abrir esa caja, era todo lo que necesitaba conocer.
Pero vengativos dioses, hay reglas que resultan imposibles de cumplir cuando la caja palpita junto a su pecho y esconde secretos irreconocibles.
Pandora abrió la caja, y con ella condenó a la humanidad a vivir. A vivir como conocemos la existencia. Cerró la caja justo cuando la esperanza estaba también por escapar. A Pandora se recurre cuando la esperanza es nuestro último recurso. En Pandora nos escudamos para comprender la culpa. En ella pienso cuando otra caja quiero abrir.
Lulú es una particular Pandora. Caprichosa, coqueta, irracional, de gran belleza, sonrisa seductora. Siempre se sale con la suya, domina a los hombres según su necesidad, disfruta del amor propio y del ajeno, su mirada desprende lujuria y sus intenciones nunca van más allá de disfrutar el ahora, un torbellino de pasiones desatadas, de dones entremezclados. Tan cálida como fría. Una mujer creada en este mundo para ser la tentación de todo hombre que se acerque a su hipnótico aspecto. Es la mujer que los hombres desean poseer y temen conseguir.
Lulú nos transmite durante diez actos una vida llena de altibajos, donde su protagonismo destaca con sus vaporosos vestidos y su desenfrenada visión de la diversión, pues a cada momento termina partiendo el corazón de los hombres que se atreven a amarla y ella siempre sale victoriosa de cualquier percance que pueda suceder en su vida.
Vital, llamativa y provocadora, una película que se adelanta a los acontecimientos, una mujer que rebasa estos calificativos. Creada por dioses, para no olvidar.
Pero vengativos dioses, hay reglas que resultan imposibles de cumplir cuando la caja palpita junto a su pecho y esconde secretos irreconocibles.
Pandora abrió la caja, y con ella condenó a la humanidad a vivir. A vivir como conocemos la existencia. Cerró la caja justo cuando la esperanza estaba también por escapar. A Pandora se recurre cuando la esperanza es nuestro último recurso. En Pandora nos escudamos para comprender la culpa. En ella pienso cuando otra caja quiero abrir.
Lulú es una particular Pandora. Caprichosa, coqueta, irracional, de gran belleza, sonrisa seductora. Siempre se sale con la suya, domina a los hombres según su necesidad, disfruta del amor propio y del ajeno, su mirada desprende lujuria y sus intenciones nunca van más allá de disfrutar el ahora, un torbellino de pasiones desatadas, de dones entremezclados. Tan cálida como fría. Una mujer creada en este mundo para ser la tentación de todo hombre que se acerque a su hipnótico aspecto. Es la mujer que los hombres desean poseer y temen conseguir.
Lulú nos transmite durante diez actos una vida llena de altibajos, donde su protagonismo destaca con sus vaporosos vestidos y su desenfrenada visión de la diversión, pues a cada momento termina partiendo el corazón de los hombres que se atreven a amarla y ella siempre sale victoriosa de cualquier percance que pueda suceder en su vida.
Vital, llamativa y provocadora, una película que se adelanta a los acontecimientos, una mujer que rebasa estos calificativos. Creada por dioses, para no olvidar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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17 de enero de 2015
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este film debe verse y disfrutarse hoy día por varios motivos: Primero, recuperar a un excelente director austriaco de principios del pasado siglo, no solo por esta película, que fue olvidado quizás porque en el contexto del éxito del cine expresionista de la época su estilo no estaba tan marcado como Lang o Murnau y estos le hicieron a través de la historia una potente sombra. Ni que decir tiene que no les desmerece en absoluto.
Segundo, por recuperar a una estupenda actriz estadounidense, icónica por esta película, símbolo sexual a pesar de su 1,57 de estatura y que si bien su carrera no alcanzó la de la Garbo o la Dietrich hubo quien la puso a su altura.
Y ya tirando del hilo, por recuperar al dramaturgo alemán Frank Wedekin creador del personaje de Lulú y en cuyas dos piezas teatrales, "El espíritu de la tierra" (1895) y "La caja de Pandora" (1905) se basan numerosas adaptaciones cinematográficas, la ópera inacabada "Lulú" de Alban Berg y la cinta que nos ocupa. Y cuya obra por si misma puede ser más interesante que sus adaptaciones.
Pabst adapta el asunto, guionizado por el posteriormente famoso director húngaro Ladislao Vadja, para, entre otras, cosas meterle un repasito a la hipocresía de la clase social dirigente en la República de Weimar como ya había hecho Lang con el "Dr Mabuse, el jugador", a su moral disoluta y encubierta que le causó problemas de censura y a su decadencia hedonista que llevaría a su país al desastre.
La película está dividida en actos (genial el tercero ambientado en el mundo teatral) que hacen avanzar el tiempo en la historia y trazan una linea descendente en la vida de esta mujer-niña carente de moralidad y que sin proponerselo arrastra, como ejecutora de un destino fatal trágico impuesto por algún dios en los que se basa el mito griego, a la perdición a todos aquellos y aquellas que quedan atrapados por su hechizo seductor.
Cada espectador podrá sacar mucho más sobre lo que representa Lulú. Pabst había realizado antes un film de tintes psicológicos sobre las teorías Freudianas. También tenemos el mito y sus implicaciones sobre la mujer como portadora de males y desgracias precursora de la Eva bíblica. Y no podemos olvidar el sexo y el deseo como motivo compulsivo y los efectos de su represión o su liberación. Vamos que hay tela que cortar para todos los gustos. El director encuadró esta cinta dentro de una trilogía femenina conocida como "el ciclo erótico". Un gran clásico.
Como anécdota he visto escrito en muchos artículos que aparece Jack el Destripador, y uno piensa que por mucha niebla y mucho Londres que sea, Jack "ejerció" allá por 1888, y más o menos cuatro décadas después en que transcurre la cinta debería estar cuando menos jubilado.
Segundo, por recuperar a una estupenda actriz estadounidense, icónica por esta película, símbolo sexual a pesar de su 1,57 de estatura y que si bien su carrera no alcanzó la de la Garbo o la Dietrich hubo quien la puso a su altura.
Y ya tirando del hilo, por recuperar al dramaturgo alemán Frank Wedekin creador del personaje de Lulú y en cuyas dos piezas teatrales, "El espíritu de la tierra" (1895) y "La caja de Pandora" (1905) se basan numerosas adaptaciones cinematográficas, la ópera inacabada "Lulú" de Alban Berg y la cinta que nos ocupa. Y cuya obra por si misma puede ser más interesante que sus adaptaciones.
Pabst adapta el asunto, guionizado por el posteriormente famoso director húngaro Ladislao Vadja, para, entre otras, cosas meterle un repasito a la hipocresía de la clase social dirigente en la República de Weimar como ya había hecho Lang con el "Dr Mabuse, el jugador", a su moral disoluta y encubierta que le causó problemas de censura y a su decadencia hedonista que llevaría a su país al desastre.
La película está dividida en actos (genial el tercero ambientado en el mundo teatral) que hacen avanzar el tiempo en la historia y trazan una linea descendente en la vida de esta mujer-niña carente de moralidad y que sin proponerselo arrastra, como ejecutora de un destino fatal trágico impuesto por algún dios en los que se basa el mito griego, a la perdición a todos aquellos y aquellas que quedan atrapados por su hechizo seductor.
Cada espectador podrá sacar mucho más sobre lo que representa Lulú. Pabst había realizado antes un film de tintes psicológicos sobre las teorías Freudianas. También tenemos el mito y sus implicaciones sobre la mujer como portadora de males y desgracias precursora de la Eva bíblica. Y no podemos olvidar el sexo y el deseo como motivo compulsivo y los efectos de su represión o su liberación. Vamos que hay tela que cortar para todos los gustos. El director encuadró esta cinta dentro de una trilogía femenina conocida como "el ciclo erótico". Un gran clásico.
Como anécdota he visto escrito en muchos artículos que aparece Jack el Destripador, y uno piensa que por mucha niebla y mucho Londres que sea, Jack "ejerció" allá por 1888, y más o menos cuatro décadas después en que transcurre la cinta debería estar cuando menos jubilado.
21 de marzo de 2022
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
23 años tenía la actriz norteamericana Louise Brooks cuando se puso a las órdenes de Pabst para meterse de lleno en la piel de Lulú. La transformación fue prodigiosa, aunque conocidos con posteridad ciertos aspectos trágicos en la vida de la bailarina de Kansas, lo cierto es que la joven que a finales del siglo XIX (en la ficción) abrió, una vez más, la caja que contiene todos los males y un solo bien, se parecía bastante a su intérprete.
Franz Wedeking (1864-1918) había creado para el teatro este personaje de mujer seductora que arrastrará involuntariamente al abismo a quienes se involucren en su vida. Porque la heroína del dramaturgo alemán era un proyecto de mujer futurible, administradora de su propio sexo; para nada una pecadora, un objeto, o un producto circunstancial, sino un ser libre deseoso y deseable.
El guion adaptado de Ladislaus Vajda (sí, el padre del director de Mi tío Jacinto y El cebo), retuerce algo más el asunto e incorpora algunas mínimas adherencias socio-religiosas, como la expiación por medio del sacrificio o la fatalidad y la pobreza relacionadas con la vida desordenada.
Si bien, como espectador, percibo una acusación, velada para la época, de la condición vampírica de Lulú; lo cierto es que acaban ganándome su actitud desprejuiciada y su entrega afectuosa, aunque irreflexiva, con cuantos conoce.
La puesta en escena de G. W. Pabst es apabullante, y cuesta imaginar cómo se las apañarían, hace casi cien años, para componer ciertos planos y movimientos como los del teatro de variedades.
El hecho de que la película sea muda, ayuda a la intromisión en la historia que se nos propone; y los vaivenes vitales de los protagonistas terminamos por sentirlos muy próximos.
Remarcar, entre las muchas innovaciones que aportó la obra a los ciudadanos pacatos de la época, la aparición de los, hasta entonces invisibles, amores lésbicos; aunque tratados, de manera precautoria, con gran sutileza.
Franz Wedeking (1864-1918) había creado para el teatro este personaje de mujer seductora que arrastrará involuntariamente al abismo a quienes se involucren en su vida. Porque la heroína del dramaturgo alemán era un proyecto de mujer futurible, administradora de su propio sexo; para nada una pecadora, un objeto, o un producto circunstancial, sino un ser libre deseoso y deseable.
El guion adaptado de Ladislaus Vajda (sí, el padre del director de Mi tío Jacinto y El cebo), retuerce algo más el asunto e incorpora algunas mínimas adherencias socio-religiosas, como la expiación por medio del sacrificio o la fatalidad y la pobreza relacionadas con la vida desordenada.
Si bien, como espectador, percibo una acusación, velada para la época, de la condición vampírica de Lulú; lo cierto es que acaban ganándome su actitud desprejuiciada y su entrega afectuosa, aunque irreflexiva, con cuantos conoce.
La puesta en escena de G. W. Pabst es apabullante, y cuesta imaginar cómo se las apañarían, hace casi cien años, para componer ciertos planos y movimientos como los del teatro de variedades.
El hecho de que la película sea muda, ayuda a la intromisión en la historia que se nos propone; y los vaivenes vitales de los protagonistas terminamos por sentirlos muy próximos.
Remarcar, entre las muchas innovaciones que aportó la obra a los ciudadanos pacatos de la época, la aparición de los, hasta entonces invisibles, amores lésbicos; aunque tratados, de manera precautoria, con gran sutileza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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9 de junio de 2015
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pobre Murnau. Dicen por ahí que Pabst no le llega a los talones, pero el amigo de los chóferes filipinos jamás fue capaz de parir una película con las turbias cargas de profundidad que ofrece la que aquí vamos a comentar. Al elegante Murnau se le daba mejor narrar, eso sí, e incluso anticipar ciertas virguerías técnicas. Eso, y un cargar menos las tintas en la savia existencialista nórdica, ha elevado su cine a los podios, en los que siempre figuran algunas pelis como "Amanecer", a mi juicio inexplicablemente. Pobre Murnau. Le llaman expresionista, pero hay que estar muy desesperado para ser expresionista. Por eso acabó en Hollywood haciendo una película tan poco expresionista como Amanecer.
Si el caldo de cultivo intelectual y artístico de la República de Weimar era de una sofisticación tremenda, (no vamos a dar nombres de pintores, escritores, músicos...), ¿por qué las películas de Murnau parecen, a menudo, obras para institutos en su desarmante ingenuidad, cuando no abierta simpleza? Las de Pabst, (al menos su "Trilogía erótica", de la que forma parte "La caja de Pandora"), son tremendamente más complejas, tortuosas, premonitorias, morbosas... aunque quizá sean menos brillantes de envoltorio. Pabst sí supo reflejar esa deformación emocional de la realidad, ese sentimiento desesperado, con que el Expresionismo se asoció para siempre al alma alemana y, por extensión, nórdica. Es difícil que en pueblos del sur de Europa, como en la España de Belén Esteban, conectemos con ese existencialismo pesimista, con ese anhelo metafísico que se escapa de la mirada bovina, pero lúcida, del doctor Schön. Pabst ahí sí dio en la clave, y convirtió su cine en el trasunto de un sensible sismógrafo social que ya registra las sacudidas de los inminentes desastres que se avecinaban, en su país y en Europa entera. Retrata el hastío alucinado y nihilista que precede a la catástrofe. No es casualidad su predilección por mundos underground, por los seres de la farándula, (que aparecen deformados en ese prodigioso acto circense), por los temas morbosos, prohibidos, por el concepto sucio y lánguido del sexo; por la vieja burguesía de los rescoldos imperiales, degradada; por la irracionalidad,al fin y a la postre; la irracionalidad a la que los "roaring twenties" alemanes se habían entregado, sin querer ver nada más allá del ruido de la fiesta, sin entender al monstruo totalitarista que ya estaba en la calle y que siempre cuenta con la complicidad de la estupidez y del relax, antes y siempre.
Pabst crea un mundo de alucinaciones, de rostros expresivos más allá de la lógica, (en especial el de algunos secundarios, como el demoníaco del viejo), de callejones trágicos sin salida, distorsionados. Es un cine para nosotros, los de hoy, seguramente más que para los espectadores de su época y de poco después. No quiero ni pensar en la salida comercial que tendrían estas películas en la Alemania de Goebbels y Leni Riefenstahl.
La primera vez que me enfrenté a Lulú fue en 1988, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Se estrenaba en España la versión completa de la obra maestra de Alban Berg con ese título. Allí escuché por primera vez el nombre del dramaturgo Franz Wedekind, el que había ideado esta atormentada alucinación basada en la mitología griega: de él tomó Berg su "Espíritu de la tierra" y su "Caja de Pandora" para recrear la historia de la mujer que va arrasando el alma de todos aquellos con los que se encuentra por el deseo de venganza de Zeus.Ahora, por fin he visto la versión cinematográfica de Pabst, muy anterior a la ópera. Pobre Murnau.
Lo primero que se necesitaba era una actriz de tetas pequeñas, (para no recordar a la Madre, que es la mujer desprendida), pero de aspecto lujurioso. No sé si alguna vez en la historia de los castings estuvieron más acertados. Louise Brooks no mataría a nadie, ni nadie mataría por ella, hasta que un macho le huele el coño. Cuando eso ocurre, es el acabóse. Esto, naturalmente, está expresado con la sutileza suficiente; o, a veces, no tanto, como en la secuencia en que llora tumbada de espaldas frente al cabestro Schön, que va como mártir hacia su destino.
Toda la película está plagada de escenas anticonvencionales si las comparamos con otras de su época y, sobre todo, con tanto cine romo e inane moderno, (incluidas muchas de esas series supuestamente rompedoras). La escena del viejo en el tálamo nupcial, poniendo las hojas, pertenece, por derecho propio, al grupo de mejores escenas malolientes de todos los tiempos. También la escena del mito sometido a juicio sumarísimo, donde se traviste de viuda negra. Frente al cortejo alucinante que rodea a Lulú, (esos demenciales viejos y forzudos de circo...), alguno opone todavía ciertos arrestos morales, tan vacuos como los del profesor Unrath de "El ángel azul". Frente al mito de Lulú, que no olvidemos que no es una mujer real, la convención burguesa se disipa, arrasada por un huracán. Genial Fritz Kortner como el doctor Schön, poniendo cara de hundimiento aunque haga esfuerzos por aguantar. Una digna vaca, pero en el matadero.
Pocas veces, como aquí, una cámara ha fagocitado de tal manera al personaje que retrata, y este personaje ha devorado, a su vez, a la película entera. Entre Lulú y el mundo que la rodea se produce la transubstanciación definitiva, la cópula de la mantis, el Eros y el Thanatos que no podía dejar de atraer a Jack el destripador. No importa que uno y otro vivieran en épocas distintas, era acuciante su necesidad arquetípica por encontrarse: la polilla y la llama, dándose amor y muerte mutuamente. No hay contradicción cronológica. (sigue en spoiler por falta de espacio)
Si el caldo de cultivo intelectual y artístico de la República de Weimar era de una sofisticación tremenda, (no vamos a dar nombres de pintores, escritores, músicos...), ¿por qué las películas de Murnau parecen, a menudo, obras para institutos en su desarmante ingenuidad, cuando no abierta simpleza? Las de Pabst, (al menos su "Trilogía erótica", de la que forma parte "La caja de Pandora"), son tremendamente más complejas, tortuosas, premonitorias, morbosas... aunque quizá sean menos brillantes de envoltorio. Pabst sí supo reflejar esa deformación emocional de la realidad, ese sentimiento desesperado, con que el Expresionismo se asoció para siempre al alma alemana y, por extensión, nórdica. Es difícil que en pueblos del sur de Europa, como en la España de Belén Esteban, conectemos con ese existencialismo pesimista, con ese anhelo metafísico que se escapa de la mirada bovina, pero lúcida, del doctor Schön. Pabst ahí sí dio en la clave, y convirtió su cine en el trasunto de un sensible sismógrafo social que ya registra las sacudidas de los inminentes desastres que se avecinaban, en su país y en Europa entera. Retrata el hastío alucinado y nihilista que precede a la catástrofe. No es casualidad su predilección por mundos underground, por los seres de la farándula, (que aparecen deformados en ese prodigioso acto circense), por los temas morbosos, prohibidos, por el concepto sucio y lánguido del sexo; por la vieja burguesía de los rescoldos imperiales, degradada; por la irracionalidad,al fin y a la postre; la irracionalidad a la que los "roaring twenties" alemanes se habían entregado, sin querer ver nada más allá del ruido de la fiesta, sin entender al monstruo totalitarista que ya estaba en la calle y que siempre cuenta con la complicidad de la estupidez y del relax, antes y siempre.
Pabst crea un mundo de alucinaciones, de rostros expresivos más allá de la lógica, (en especial el de algunos secundarios, como el demoníaco del viejo), de callejones trágicos sin salida, distorsionados. Es un cine para nosotros, los de hoy, seguramente más que para los espectadores de su época y de poco después. No quiero ni pensar en la salida comercial que tendrían estas películas en la Alemania de Goebbels y Leni Riefenstahl.
La primera vez que me enfrenté a Lulú fue en 1988, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Se estrenaba en España la versión completa de la obra maestra de Alban Berg con ese título. Allí escuché por primera vez el nombre del dramaturgo Franz Wedekind, el que había ideado esta atormentada alucinación basada en la mitología griega: de él tomó Berg su "Espíritu de la tierra" y su "Caja de Pandora" para recrear la historia de la mujer que va arrasando el alma de todos aquellos con los que se encuentra por el deseo de venganza de Zeus.Ahora, por fin he visto la versión cinematográfica de Pabst, muy anterior a la ópera. Pobre Murnau.
Lo primero que se necesitaba era una actriz de tetas pequeñas, (para no recordar a la Madre, que es la mujer desprendida), pero de aspecto lujurioso. No sé si alguna vez en la historia de los castings estuvieron más acertados. Louise Brooks no mataría a nadie, ni nadie mataría por ella, hasta que un macho le huele el coño. Cuando eso ocurre, es el acabóse. Esto, naturalmente, está expresado con la sutileza suficiente; o, a veces, no tanto, como en la secuencia en que llora tumbada de espaldas frente al cabestro Schön, que va como mártir hacia su destino.
Toda la película está plagada de escenas anticonvencionales si las comparamos con otras de su época y, sobre todo, con tanto cine romo e inane moderno, (incluidas muchas de esas series supuestamente rompedoras). La escena del viejo en el tálamo nupcial, poniendo las hojas, pertenece, por derecho propio, al grupo de mejores escenas malolientes de todos los tiempos. También la escena del mito sometido a juicio sumarísimo, donde se traviste de viuda negra. Frente al cortejo alucinante que rodea a Lulú, (esos demenciales viejos y forzudos de circo...), alguno opone todavía ciertos arrestos morales, tan vacuos como los del profesor Unrath de "El ángel azul". Frente al mito de Lulú, que no olvidemos que no es una mujer real, la convención burguesa se disipa, arrasada por un huracán. Genial Fritz Kortner como el doctor Schön, poniendo cara de hundimiento aunque haga esfuerzos por aguantar. Una digna vaca, pero en el matadero.
Pocas veces, como aquí, una cámara ha fagocitado de tal manera al personaje que retrata, y este personaje ha devorado, a su vez, a la película entera. Entre Lulú y el mundo que la rodea se produce la transubstanciación definitiva, la cópula de la mantis, el Eros y el Thanatos que no podía dejar de atraer a Jack el destripador. No importa que uno y otro vivieran en épocas distintas, era acuciante su necesidad arquetípica por encontrarse: la polilla y la llama, dándose amor y muerte mutuamente. No hay contradicción cronológica. (sigue en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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