Arquitectura

Arquitectura
Información sobre la plantilla
Maqueta-arquitectura.jpg
Concepto:Arte de ordenar las superficies y volúmenes en un espacio para habitación humana, lugares de reuniones públicas o monumentos conmemorativos

Arquitectura. Arte de ordenar las superficies y volúmenes en un espacio para habitación humana, lugares de reuniones públicas o monumentos conmemorativos. La función primaria de la arquitectura es la protección contra la intemperie y otros factores hostiles del medio ambiente. Su función secundaria es satisfacer las necesidades privadas y públicas, así como las estéticas.

En la arquitectura, se conjugan el arte y la técnica de proyectar, emplazar, construir y adornar edificaciones, creando espacios en función de alguna de las dimensiones de la vida humana. La ordenación del espacio vital se delimita generalmente por volúmenes sólidos (elementos tectónicos como muros, vigas, cubiertas o losas, pilares, arcos, etc.), los cuales determinan la forma y configuración del espacio.

El proceso que permite ordenar, delimitar y conformar convenientemente el espacio vital humano, involucra fundamentalmente planificar, construir y edificar. La planificación, que precede a la ejecución, consiste en un bosquejo o proyecto de una ordenación del espacio. La construcción exige elementos que deben concordar con los requerimientos del proyecto, las posibilidades técnicas, los medios financieros y las características de los emplazamientos.

Como forma de arte visual, la arquitectura ha sido descrita como la combinación de geometría y composición visual por teóricos, profesores y críticos. Una visión empírica y fenomenológica de la arquitectura, opuesta al formalismo visual, desafía la forma de entender y enseñar la arquitectura.

En todo caso es normal que la arquitectura posea tantos significados, conceptos y estilos, es incuestionable como todo aquello que fluye y cambia determinadamente con el paso del tiempo.

La edificación constituye la realización práctica o ejecución del proyecto. Históricamente, la arquitectura se puede dividir según la sucesión de tendencias estilísticas (gótico, renacimiento, barroco, etc.) hasta el pluralismo y eclecticismo de tendencias de la época contemporánea. Por otra parte, la arquitectura también se puede considerar según la finalidad o necesidad que satisface.

Teorías

Dadas las complejas características del fenómeno arquitectónico, son múltiples los métodos de conocimiento con que los estudiosos se acercan a él, según valoren preferentemente uno u otro de sus elementos o factores. Las doctrinas más conocidas, son entre otras: el funcionalismo, las teorías espacialistas, las interpretaciones positivistas y las formalistas.

El funcionalismo, formulado por Louis Henri Sullivan (1856-1924) en sus obras Kindergarten Chats (1901-1902) y The Autobiography of an Idea (1922-1923), afirma que en toda experiencia verdadera de la arquitectura la forma viene determinada por su función, adecuándose perfectamente a ella. Su máxima fue Form follows function, o sea, la forma sigue a la función. Pero no existe una sola definición de funcionalismo. La función existencial de la arquitectura, tal vez una de las más importantes, es aquella que brinda al hombre un lugar para existir, para habitar (Christian Norberg-Schulz).

La funcionalidad técnica, por su parte, es la perfecta adecuación de la forma a la función y es a ella a la que se refería fundamentalmente Sullivan. La funcionalidad utilitaria es la que viene dada por el uso al que se destina el edificio. Toda arquitectura se debe lógicamente al uso del edificio y, si no es útil para aquella utilización para la que ha sido concebido, aquella construcción ha de considerarse fracasada.

Las funciones de la arquitectura no se agotan en su versión existencial, técnica o funcional; existe también una función íntimamente ligada a la idea de significado. Es decir, existen arquitecturas que tienen como función la comunicación de determinados mensajes ideológicos. Pero por encima de todas las funciones de la arquitectura, el arquitecto Alvar Aalto da preeminencia a la atención al ser humano. Humanizar la arquitectura fue una de las máximas, y aun él está de acuerdo con los postulados funcionalistas, afirma que el funcionalismo técnico no puede definir la arquitectura.

En la definición más corriente de funcionalidad, la de la perfecta adecuación de la forma a la función, la forma queda reducida al medio para obtener la función; no es un objetivo en sí misma, sino un mero agente. El funcionalismo debe contemplarse como una reafirmación de los valores puramente arquitectónicos (espacio, volumen,...) frente a los pictóricos y escultóricos (tratamiento superficial de los muros, decoraciones...) que habían invadido el campo de la arquitectura.

En la verdadera arquitectura la forma es inseparable de la función y, según los funcionalistas, la experiencia estética de una arquitectura se identifica con la experiencia de la función. La utilidad es una de las propiedades fundamentales de un edificio, y éste no puede ser comprendido si no se toman en consideración sus aspectos funcionales. Los criterios funcionalistas no bastan para definir la naturaleza de la arquitectura, puesto que son aplicados a posterior, como una doctrina crítica, en el análisis de la adecuación del edificio, una vez construido, a la función para la que ha sido creado.

Otro grupo metodológico es el integrado por aquellas teorías que consideran que la esencia de la arquitectura es el espacio. Como señala Bruno Zevi en su obra Saper vedere l'architettura (1948), ya Focillón (1881-1943) había intuido esa idea al afirmar que «... es tal vez en la masa interna donde reside la profunda originalidad de la arquitectura como tal». Pero quien realizó por primera vez una clara interpretación espacial de la arquitectura a lo largo de la historia fue Alois Riegl en Die Spätrömische Kunsindustrie nach den Funden in österreich (La producción artística romana tardía según los hallazgos en Austria, 1901).

Esta concepción se impuso con fuerza a partir de la publicación de las obras de Heinrich Wölfflin y Paul Frankl, y ha sido defendida con entusiasmo por Bruno Zevi, Francastel y Siegfried Giedion. Todos ellos buscan el elemento caracterizador de la arquitectura en algo ajeno a la función. Pero el espacio por sí solo tampoco puede explicar todo el valor de un edificio. Si realmente sólo contara el espacio interior, contenido por los muros, no importaría la calidad de éstos, su material, sus formas esculpidas o modeladas, la ornamentación, la luz que incidiera sobre ellos, no importaría siquiera su existencia ya que, como afirma Roger Scruton en su obra La estética de la arquitectura (1985), en el espacio sin límites estarían contenidas todas las formas posibles de espacios interiores, incluso las más perfectas.

Aun cuando el arquitecto Bruno Zevi afirma que «... la esencia de la arquitectura no reside en la limitación material impuesta a la libertad espacial, sino en el modo en que el espacio queda organizado en forma significativa a través de este proceso de limitación... las obstrucciones que determinan el perímetro de la visión posible, más que el "vacío" en que se da esta visión», no omite el estudio de esos límites, del mismo modo que Siegfried Giedion, al tratar la teoría espacialista, no deja de conectarla con un cierto análisis histórico. En la opinión de este último, se dan tres etapas en el desarrollo de la arquitectura. Una primera, en que el espacio adquiere realidad por la interacción de volúmenes (Egipto, Sumer, Grecia...), época en que no se tenía en cuenta el espacio interior y se prestaba especial atención al exterior.

La segunda fase comienza con el Imperio Romano y representa la conquista del espacio interior y, finalmente, la tercera que se inicia a comienzos del siglo XX y que, como resultado de la revolución óptica que representó el Cubismo al acabar con la perspectiva de punto de vista único, inició las relaciones entre espacio interior y espacio exterior. Lo cierto es que el espacio, si bien es condición necesaria para la existencia de la arquitectura, no agota su experiencia ni su sentido.

Existe un numeroso grupo de teorías positivistas que explican la arquitectura por las condiciones que la han originado. Son teorías derivadas del Positivismo filosófico surgido en Francia e Inglaterra hacia 1830. En este apartado situaríamos las teorías historicistas, que ven los diferentes estilos de la arquitectura como expresiones del tiempo histórico en que se crearon. Esto plantea evidentes conflictos: si un edificio manifiesta el espíritu de su época, lo mismo ocurre con todos los demás del mismo período.

Es decir, puede aplicarse a los edificios una vez terminados, pero no afecta a la naturaleza intrínseca del edificio. El iniciador de esta teoría, que busca en la historia la explicación de las formas arquitectónicas, fue Jacob Burckhard y de él llega, a través de su discípulo Heinrich Wölfflin y Paul Frankl, a Siegfried Giedion y a Nikolaus Pevsner. Dentro de las corrientes historicistas, otro grupo de teóricos buscan la esencia de la arquitectura y del arte en la denominada krunstwollen o voluntad artística dominante, en un determinado período que reflejaría en la producción arquitectónica y artística del momento.

Si bien es cierto que en la mayoría de los casos el conocimiento general de la historia, del gusto artístico del momento, puede contribuir a la comprensión de una obra, como ha demostrado sobradamente Erwin Panofsky, no brinda un conocimiento de lo que es propio de la arquitectura, de su esencia. Dentro de este grupo debemos situar asimismo las interpretaciones deterministas, según las cuales la morfología de las arquitecturas se explica a través de las condiciones geográficas y geológicas, además de por las técnicas y los materiales de que se dispone en cada tiempo y en cada lugar.

Es también muy nutrido el grupo de los partidarios del formalismo. Como asegura Arnheim «... la forma puede ser desdeñada, pero no es posible prescindir de ella». En este apartado debemos situar teorías como la de la «Visibilidad pura» de Wölfflin, para quien las formas y su evolución son las protagonistas del arte, y otras basadas preferentemente en la composición. De entre estas teorías, que dan preponderancia a la forma, a la apariencia de los edificios, sobresalen las que tienen su clave en la proporción, una regla o un conjunto de reglas para la creación y combinación de las partes.

La teoría clásica de la proporción es, como explica Roger Scruton en su obra La estética de la arquitectura (1985), un intento de transferir a la arquitectura la idea cuasimusical de un orden armonioso, proporcionando reglas y principios específicos para la perfecta y proporcionada combinación de las partes. En definitiva, serán las relaciones matemáticas las que brindarán las reglas geométricas que regirán las composiciones arquitectónicas que buscan la perfección en la proporción. Esta concepción de la arquitectura no nació con el Renacimiento. De hecho la búsqueda de la secreta armonía matemática tras la belleza arquitectónica ha sido una de las más populares concepciones de la arquitectura, desde los imperios del Próximo Oriente hasta nuestros días.

La idea fundamental parte de la existencia de formas y líneas diferentes que necesitan ser armonizadas entre sí por el arquitecto para lograr un buen resultado. Éste debe descubrir la ley matemática de la armonía, «así —afirma Scruton— el deleite de los edificios construidos siguiendo la ley resultante será semejante al de la música o al de una demostración de matemáticas». El primer paso para la construcción de una teoría de la proporción es tomar una medida básica, que sirva de módulo, a partir del cual se hallarán las restantes magnitudes. A pesar del paralelismo que pueda establecerse entre la matemática y la arquitectura, las teorías de la proporción no afectan la esencia de la arquitectura, no ofrecen ninguna estética general de la construcción.

Entre las teorías de la proporción podemos señalar el denominado «número de oro» de Lucca Pacioli, explicado en su obra Divina proportione (1496-1497), la serie Fibonacci estudiada por Leonardo Fibonacci (1171-1230), y el «Modulador» de Le Corbusier. La actual crítica arquitectónica no niega la utilidad de las teorías de la proporción, puesto que resultan útiles para entender la armonía, la adecuación, el orden, pero dicen poco de la significación estética.

Junto a las teorías vistas hasta aquí existen otras que vinculan arquitectura y voluntad artística, otras que establecen cierta «simpatía» simbólica entre las formas y su significado (horizontal como expresión de racionalidad, de inmanencia; vertical, con connotaciones de infinitud; línea recta que expresa decisión, rigidez, mientras que la curva sugiere flexibilidad y la helicoidal es símbolo de ascenso, de liberación de la materia terrena...), y otras que afirman que sólo en la percepción estética y en el placer experimentado a través de ella puede basarse la comprensión de la arquitectura.

Arquitectura por períodos

Edad Antigua

Arquitectura persa

Centro de Persepolis

En la arquitectura persa del período aqueménida se emplea el ladrillo y la piedra, fundiendo formas egipcias y mesopotámicas. Los edificios característicos son los palacios, (Pasargada, Persépolis, Susa), edificados sobre terrazas, en los que son elementos característicos las puertas adienteladas que rematan como los pilonos egipcios (gola egipcia) con dos monstruos alados, de alas rizadas, con cuatro patas y no con cinco, como los asirios en los que se inspiran. Entre las dependencias que ofrecen como novedad el tener ventanas, a diferencia de la iluminación cenital de los edificios egipcios y mesopotámicos, son características las grandes salas o apadanas, con columnas de piedra de gran altura, que originariamente eran de madera, con capitel formado por doble fila de volutas, de origen eolio, y dos torsos de toros arrodillados, en los que apoyaba la cubierta de madera.

A este periodo aqueménida corresponden dos tipos de tumbas: la de Ciro en Pasargada, en forma de edículo y en relación con el arte de Asia Menor, y la de Darío, excavada en la roca (Nakshé-Rustem), como los hipogeos egipcios. Las construcciones sasánidas, representadas por los palacios de Firuzabad, Sarvistán y Ctesifon, son importantes, por el empleo del ladrillo, del arco y de los sistemas abovedados, singularmente por las cúpulas sobre trompas. En estos palacios ya aparece el iwán, como pórtico con un gran arco abierto a un patio, que veremos en el arte islámico.

Arquitectura egipcia

Pirámide de Keops

Se caracteriza la arquitectura egipcia por el empleo de la piedra, en grandes sillares, perfectamente aparejada, y el sistema adintelado con altas y robustas columnas con capiteles inspirados en motivos vegetales. La organización arquitectónica tomando como elemento básico la columna es una aportación esencial del arte egipcio, como lo es la fundamentación de la belleza en la razón matemática de las proporciones, es decir de las relaciones entre las partes que integran el edificio.

Fundamento esencial de esta belleza es el concepto de la monumental grandiosidad, transcendiendo las proporciones humanas, en lo que se diferencia fundamentalmente del concepto griego. Las construcciones más características del arte egipcio son las tumbas y los templos.

El tipo más antiguo de tumba, que se repite en el Bajo Egipto, es la mastaba, que ofrece el aspecto de una pirámide truncada de planta rectangular, dentro de la cual existe una pequeña sala, serdab, para las ofrendas, una reducida capilla y, bajo tierra, la cámara mortuoria a la que se accede por un pozo, que se ciega una vez colocado el cadáver.

La superposición de mastabas da lugar a la pirámide escalonada, como la del faraón Zozer de la II dinastía, en Saqqarah. En la IV dinastía se construye la gran pirámide de Keops, a la que siguen en importancia las de Kefrén y Mikerinos. La pirámide encierra en su interior dos cámaras funerarias, una en el centro y otra bajo tierra, a las que se accede por estrechos corredores que se ciegan con grandes bloques de piedra, para garantizar la inaccesibilidad una vez colocado el cadáver y las esculturas y ajuar que en la cámara alta se depositan.

Junto a las pirámides se sitúan templos funerarios, una calzada conduce al Nilo, donde se construye otro templo y otras dependencias que crean un ambiente en el que la pirámide es el centro de atención. En relación con la pirámide de Kefrén, está la Esfinge de Gizeh, retrato del faraón. A partir del imperio Medio, desplazado el centro político hacia el sur de Egipto, se construyen los hipogeos, tumbas excavadas en los acantilados del río, como las de Beni-Hassan, o bien se excavan en el suelo, como las que subsisten en las cercanías de Tebas.

Estas tumbas, cuyos accesos se ocultan están constituidas por varias salas, disimuladas las comunicaciones entre ellas, para evitar las depredaciones. Los templos más característicos corresponden al Imperio Nuevo. Esquemáticamente están constituidos por una avenida de esfinges, dos obeliscos, el acceso rectangular que se abre entre dos pilonos o muros trapeciales, con frecuencia decorados con relieves, y rematados por la característica gola egipcia, formada por una moldura y una faja cuyo perfil es análogo al de la garganta humana.

El acceso da paso a un patio hipétro, sin cubierta y con columnas en torno al que sigue la sala hipóstila, es decir, con columnas, que da paso al santuario en cuyo fondo se sitúa una pequeña cámara muy reservada. Se observa la gradación en la luminosidad que, como otros aspectos, ha de influir, en este caso por oposición, en los templos cristianos en los que la máxima luminosidad se concentra en la cabecera. El templo se completaba con edículos, templetes y, fundamentalmente, con un convento y otras dependencias. Son características las de Karnak, Luxor, Filae y Edfú.

Otro tipo de templo tiene carácter funerario, speos, siguiendo el modelo de hipogeo, según vemos en los de Deir-el-Bahari, sobresaliendo el de la reina Hatsepsut, del Imperio Nuevo, organizado en tres terrazas y en el que aparecen las columnas protodóricas. Son muy característicos los de Abu Simbel, que se abren como gran pilono tallado en la roca, con estatuas en los frentes y que consta de sala con pilares, santuario y cripta. Las casas egipcias, estaban formados en dos partes, destacando en ellas el gran salón con columnas, que recibía la luz cenital o aprovechaba el desnivel entre los muros y la cubierta pues eran más bajos que los soportes en que apoyaba el techo, al fondo se situaba un jardín.

Arquitectura mesopotámica

La Arquitectura mesopotámica se divide en caldea y asiria; dos regiones diferentes entre el Eufrates y el Tigris, pero una misma línea evolutiva arquitectónica. Luego, en la órbita de la Arquitectura asiria, puede considerarse a la Arquitectura persa como un último reflejo suyo, enriquecido y brillante.

Casi tan remotas como la egipcia, la Arquitectura caldea y luego la asiria presentan caracteres completamente diferentes y hasta opuestos; son evoluciones que pueden contemplarse como paralelas pero que se mantienen siempre distantes. La arcilla dio sus formas estructurales y directas levantándose en torres macizas y escalonadas que subían en busca de frescor o se cerraban en cúpulas protectoras del sol y de la lluvia. Una hábil distribución de agua convertía graderías y terrazas en jardines suspendidos. Son estos aspectos generales los que, posiblemente, aparecían en la Arquitectura de las ciudades caldeas.

El período caldeo o babilónico se considera que tuvo una duración de unos 3,000 años; de 4000 a. C., hasta la conquista de Babilonia por los asirios en 1257 a. C. La ciudad bíblica de Ur, las de Tello, Nipur y Babilonia fueron los centros principales de esta primera Arquitectura mesopotámica donde hoy sólo se hallan escasos restos y montículos de arcilla de los que fueron pueblos y palacios. Las torres, o "zigurats" -montañas sagradas-, son tal vez lo más característico de esta Arquitectura; eran torres simbólicas desde las que se observaban los astros, compuestas por macizos superpuestos escalonadamente y cuya cima, donde se suponía existía un observatorio astronómico, se coronaba con una resplandeciente cúpula. Zigurats, como el de Borsippa, indican que tenían siete pisos representando cada uno de ellos un color del arco iris o una de las siete luces de la Tierra; el Sol, la Luna y los planetas que se conocían en esa época. Rampas, a veces helicoidales, conducían a las altas terrazas y a la cúspide que alcanzaba una altura de más de 80 metros.

Torre de Babel

La Torre de Babel no fue, probablemente, sino un enorme zigurat. Se trata de un pueblo práctico: su religión tuvo un sentido de utilidad, fue regla moral y medio de prever el futuro; estuvo más de acuerdo con la naturaleza que con la esperanza de un más allá. De ahí la falta de grandes templos y tumbas. Hemos hablado de ladrillos y, en efecto, fueron los caldeos, y luego los asirios, los grandes constructores de este material que, hasta hoy, se emplea como lo empleaban ellos: en arcos, bóvedas y revestimientos vidriados.

La falta de madera les hizo inventar técnicas ingeniosas para voltear arquerías y cúpulas por simple adherencia del mortero de cal a los ladrillos que se iban superponiendo o sosteniéndose por gravedad hasta cerrarse la curva. El arco nació como una solución natural y maravillosa para cubrir un espacio determinado no contando sino con la arcilla del suelo y el fuego que la transformaba en ladrillos. Los gruesos muros y las formas estrechas y alargadas de los ambientes cerrados demuestran que eran cubiertos con bóvedas de cañón desde épocas tan remotas como la del Palacio de Gudea en Tello.

El espíritu de ruda autoridad y de ley con que eran gobernados los caldeos se refleja en la ordenada grandiosidad de Babilonia 2500 a. C. Los relatos de Herodoto y las recientes excavaciones, la ciudad tenía un plano en tablero comparable al de una población moderna; avenidas paralelas al río y calles transversales perfectamente orientadas que abarcan la asombrosa área de 200 millas cuadradas. El urbanismo parece haber sido mucho más remoto de lo que se supone. La Vía Sagrada, a la que se ingresaba por la puerta de Ishtar, constituía la avenida principal de la ciudad. Un alto cinturón de murallas con cien puertas de bronce rodeaba y defendía a la población donde se erguían más de 200 zigurats. Una de estas torres, junto al templo de Marduk (Baal), dios tutelar de la ciudad, se supone fue la torre de Babel. Los asirios que dominaron a Babilonia en 1275 a. C. no hicieron sino repetir fundamentalmente la Arquitectura caldea.

Arquitectura mesoamericana

El Templo de Kukulkán, el más conocido de Chichén Itzá

Las dos tipologías más relevantes de la arquitectura desarrollada por las distintas civilizaciones mesoamericanas fueron la pirámide y el juego de pelota. La pirámide americana es diferente de la egipcia no sólo por su forma —escalonada y truncada en su parte superior—, sino también por su función, que es la de acoger un santuario o templo en la meseta más elevada.

Una práctica habitual era levantar las pirámides por capas, de forma que se construía un edificio nuevo rodeando al antiguo cada 52 años, que era el ciclo establecido para la renovación del mundo. El juego de pelota, que no era un deporte sino un espectáculo ritual, solía estar relacionado con las pirámides y consistía en un espacio amurallado de planta en doble T. La cultura maya se extendía desde la Península de Yucatán hasta Belice, Honduras y Guatemala, y su periodo de mayor esplendor tuvo lugar entre los siglos IV y XI. Una de las primeras grandes ciudades mayas es la de Tikal (Guatemala), de la que se conserva un enorme recinto sagrado (siglos III-VIII) con numerosas pirámides.

Sobre las plataformas de estas pirámides se elevan los templos o santuarios, con un espacio interior cubierto por una falsa bóveda típica de la arquitectura de esta civilización. Otro de los centros florecientes en la época clásica fue Copán (Honduras), un centro de estudios astronómicos donde se conserva la monumental Escalera de los jeroglíficos (siglos VII-VIII), así como uno de los juegos de pelota más hermosos de la civilización maya. El Palenque (llamado así por los españoles por ser un recinto amurallado) fue el centro de esta cultura en México y su edificio más emblemático es el templo de las Inscripciones (siglos VII-VIII), situado sobre una pirámide que, en este caso, contiene una cámara sepulcral. Ya en el primer milenio de la era cristiana, el guerrero Kukulcán fundó la ciudad de Chichén Itzá sobre la llanura de Yucatán.

La arquitectura de esta ciudad tiene una enorme influencia de la zona que está al norte de la capital mexicana, como muestran el templo de los Guerreros (siglos XI-XII) y la pirámide del Castillo (siglos XI-XII), que siguen los modelos toltecas de la ciudad de Tula. Otros edificios emblemáticos de Chichén Itzá son el Caracol (un observatorio astronómico al que se accede a través de una escalera de caracol) y el famoso Juego de Pelota, flanqueado por unos muros monumentales que están ricamente esculpidos. También en la península de Yucatán se encuentra Uxmal, cuyo hermoso palacio del Gobernador (siglos X-XI), erigido sobre una meseta artificial, muestra la maestría compositiva que se alcanzó en la etapa final del arte clásico maya.

La llamada cultura de La Venta (800-400 a.C.), probablemente relacionada con el pueblo olmeca, parece haber sido una de las primeras y también la más influyente de todo el continente americano. Su efecto se aprecia en las edificaciones de Monte Albán (siglos VI-IX), una acrópolis zapoteca sobre la ciudad de Oaxaca, o en el palacio de las Columnas (siglo XV) de Mitla, también en Oaxaca, con sus espectaculares muros recubiertos de mosaicos. Otra de las civilizaciones mesoamericanas interesantes es la de El Tajín, que ha legado su Gran Pirámide (siglo VII) de nichos tallados sobre las paredes verticales. Sin embargo, la gran cultura clásica del centro de México fue Teotihuacán, situada sobre la llanura noroeste de México-Tenochitlán. Su obra más fabulosa es la gran pirámide del Sol (siglo II a.C.), un edificio de 72 m de altura y 240 metros cuadrados de extensión, cuyo conjunto completan la pirámide de la Luna y un área en terraplenes conocida como La Ciudadela.

Hacia el siglo IX, la cultura teotihuacana sucumbió al empuje del pueblo tolteca que introdujo el culto a la serpiente emplumada Quetzalcóatl, una imagen que representan a menudo en los bajorrelieves de sus templos. La capital tolteca era Tula, donde se conserva la pirámide del templo de la Estrella de la Mañana (c. 900), construida en cinco niveles de 2 m de altura. Un centro que ejemplifica la transición de la época clásica a la tolteca es Xochicalco (casa de las flores), en el actual estado de Morelos, México; su magnífico Templo de Quetzalcóatl está adornado con bajorrelieves y glifos.

Arquitectura creto-micénica

Está representada fundamentalmente por los palacios cretenses y por las construcciones micénicas de carácter militar, urbano y funerario. El palacio cretense nos ofrece un complicado conjunto de dependencias que se desarrollan laberínticamente en torno a un patio, son construcciones adinteladas, a veces de dos pisos, que utilizan como soportes pilares Tanto los soportes como las paredes de las casas se recubren con pinturas. Son característicos los palacios de Knossos, Faistos y Hagia Triada.

Arquitectura griega

Acrópolis de Atenas

La arquitectura griega está fundamentalmente representada por los templos, que se construyen conforme a unos principios o normas, que constituyen los órdenes arquitectónicos o estilos. Son dos los estilos clásicos, el dórico y el jónico, que responden a las dos raíces del arte griego, la doria y la jonia, la primera más en relación con las culturas de los metales europeas, y la Jonia con Asia Menor. Ya en el siglo V se añade el orden corintio y, más tarde, en pleno período helenístico aparece el capitel compuesto. El estilo dórico se extiende fundamentalmente por Grecia y Sicilia. Tiene su origen en las construcciones de madera, cuyas formas se transponen a la piedra.

Se caracteriza por la columna de fuste estriado, con aristas vivas, sin basa; capitel formado por collarino, equino y ábaco cuadrado; y entablamento que se divide en tres fajas, el arquitrabe, liso; el friso con triglifos que responden a las cabezas de las vigas transversales en las construcciones de madera y entre ellos las metopas, lisas o decoradas, que primitivamente servían para tapar los huecos entre las cabezas de las vigas; y rematando el entablamento, la cornisa saliente, con pequeños taquitos o mútulos. El estilo Jónico, originario de Asia Menor nos ofrece unas proporciones más esbeltas. El tamaño de las columnas responde a una proporción o canon, tomando como unidad de medida o módulo, el diámetro del fuste en su base, de igual manera que en la escultura se toma el tamaño de la cabeza como módulo para la representación ideal del cuerpo humano. Los templos se elevan sobre unas gradas (krepis, cuyo último escalón es el estibolato), y según sus características reciben diversas denominaciones, de las que las principales son las siguientes:

  • hípetro (sin techo),
  • próstilo (con pórtico con columnas),
  • in antis (cuando los muros de la cella o naos avanzan hasta el frente),
  • anfipróstilo (con pórtico delante y atrás),
  • períptero (rodeado de columnas),
  • pseudoperíptero (con columnas adosadas en los lados),
  • áptero (sin columnas),
  • monóptero (circular),
  • tetrástilo (con cuatro columnas en el frente),
  • hexástilo (con seis columnas),
  • octástilo (con ocho columnas),
  • decástilo (con diez columnas).

La arquitectura griega se desarrolla fundamentalmente en torno a los santuarios. Los principales son los de Olimpia, Delfos, Atenas, Eleusis, Delos, Epidauro, Mileto, Efeso; y en Sicilia, Selinonte. Entre todos sobresalen los de Olimpia, Delfos, y singularmente, el de la acrópolis de Atenas, donde se erigieron los templos más característicos del arte griego. Estos son el Partenón, de orden dórico; y los jónicos, el Erecteión, con la famosa tribuna de las cariátides, y el de la Victoria Áptera.

Arquitectura etrusca

La principal aportación del arte romano estriba en el conocimiento del arco y la bóveda. Construyen fundamentalmente templos, tumbas y sistemas fortificados. El templo rectangular como el griego, se erige sobre un basamento con acceso solamente por la parte delantera, donde se sitúa el pórtico in antis con columnas.

La tumba se construye como túmulo, cubierta con falsa cúpula o bóveda la gran cámara donde se disponen las representaciones de los muertos y el ajuar correspondiente, decorando las paredes con pinturas. En las fortificaciones son importantes las puertas en arco de medio punto, entre dos torres, que ha de influir en los modelos romanos.

Arquitectura romana

Arquitectura Romana

El espíritu práctico del pueblo se impone en las obras arquitectónicas, en las que se funden los sistemas arquitrabados griegos con las soluciones en arco y bóveda. Interesa hacer obras útiles, conforme a principios que conocemos fundamentalmente a través del texto de Vitrubio, lo que contribuye a la uniformidad de los modelos arquitectónicos en cualquier lugar del mundo romanizado.

Esta arquitectura, por otra parte, ha de responder al espíritu de grandiosidad, orden y permanencia que rige la gobernación política.

La arquitectura de la antigua Roma y su imperio que en su periodo de máximo apogeo se extendió desde las islas Británicas hasta el mar Caspio.

El arte romano más primitivo comenzó con el derrocamiento de los reyes etruscos y el establecimiento de la república el año 509 a.C. Se considera que el final del arte romano, y por consiguiente el inicio del arte medieval, llegó con la conversión del emperador Constantino al cristianismo y con el traslado de la capital del imperio desde Roma a Constantinopla en el año 330. Sin embargo, el estilo romano e incluso sus temáticas romanas paganas continuaron representándose durante siglos, a menudo bajo la impronta cristiana.

El arte romano se divide tradicionalmente en dos periodos: el arte de la Roma republicana y el de la Roma imperial (desde el año 27 a.C. en adelante), con subdivisiones correspondientes a los emperadores más importantes o a las diferentes dinastías. En la época de la república, el término romano se aplica prácticamente al arte realizado en la ciudad de Roma, que conserva la huella de su pasado etrusco. Poco a poco, el arte se liberó de su herencia etrusca, gracias a la expansión a través de Italia y el Mediterráneo y a medida que los romanos asimilaron otras culturas como la griega.

Durante los dos últimos siglos antes del nacimiento de Cristo surgió una manera típicamente romana de construir edificios, realizar esculturas y pintar. Sin embargo, debido a la extraordinaria extensión geográfica del Imperio romano y a sus diversos pobladores, el arte y la arquitectura romanos fueron siempre eclécticas y se caracterizaron por emplear distintos estilos atribuibles a los gustos regionales y a las preferencias de sus mecenas. El arte romano no es sólo el arte de los emperadores, senadores y patricios, sino también el de todos los habitantes del vasto imperio romano, incluyendo a la clase media de los hombres de negocios, los libertos o plebeyos, esclavos y legionarios de Italia y sus provincias.

Curiosamente, a pesar de que subsisten una gran cantidad de ejemplos escultóricos, pictóricos, arquitectónicos y decorativos, conocemos pocos nombres de sus artistas y arquitectos. En general los monumentos romanos se realizaron para glorificar a sus mecenas más que para expresar la sensibilidad artística de sus creadores.

Edad Media

Arquitectura bizantina

Templón, es un rasgo de la arquitectura bizantina que apareció por primera vez en las iglesias cristianas alrededor del Siglo V y todavía se encuentra en algunas iglesias cristianas Orientales

Aunque en ocasiones el arte del siglo V se considera como el arte del primer periodo bizantino, es más exacto encuadrarlo en el seno de la antigüedad tardía. En este periodo se desarrolló la transición entre la tradición clásica del arte paleocristiano y el verdadero estilo bizantino, iniciado poco después del año 500, cuando los retratos de los cónsules asumieron el carácter hierático de los íconos religiosos.

La edad de oro de este primer periodo bizantino coincide con el reinado del emperador Justiniano (527 al 565), constructor prolífico y mecenas de las artes. En el primer periodo bizantino se pueden distinguir dos tipos de iglesias: la basílica, compuesta por tres naves longitudinales de distinta altura y cubierta con una techumbre de madera a dos aguas, y la iglesia de planta centralizada organizada en torno a un espacio cubierto por una cúpula de material pétreo. El segundo modelo predominó hasta el final del Imperio Bizantino. El ejemplo culminante de la tipología centralizada es la Iglesia de Santa Sofía en Constantinopla, concluida el año 537 según el proyecto de Isidoro de Mileto y Antemio de Tralles.

El exterior, de aspecto austero debido a la ausencia de decoración, se configura de acuerdo a una jerarquía piramidal, pero el mayor interés artístico, como en todas las iglesias bizantinas, se concentra en el espacio interior. La inmensa cúpula central, que se eleva 56 metros sobre el suelo, parece flotar sobre un anillo de luz que penetra por los vanos que circundan su base. Para facilitar el tránsito hacia la planta cuadrada se dispusieron cuatro triángulos esféricos, llamados pechinas, que discurren entre el borde de la cúpula y los machones de cuatro enormes arcos que la sustentan. La iglesia mantiene un sutil eje longitudinal, conformado por dos semicúpulas que flanquean a la cúpula central y por las galerías laterales, que enmascaran los enormes contrafuertes que sustentan el peso de la estructura. De este modo se consiguió un espacio de apariencia mágica, dispersado en los bordes mediante exedras, nichos y arquerías y dominado por la cualidad material de la luz. Este efecto se reforzó con la decoración de mosaicos deslumbrantes y revestimientos de mármol.

El periodo iconoclástico: Aunque el arte religioso estaba estrechamente ligado a la Iglesia de Oriente, ciertas partes en su seno se opusieron a cualquier representación de escenas o personajes sagrados. Esta postura llevó al comienzo de la iconoclasia en el año 726, cuando el emperador León III ordenó la destrucción por todo el imperio no sólo de los iconos, sino de todas las representaciones religiosas donde apareciera la figura humana. Únicamente el territorio bizantino de Italia se resistió a esta nueva norma. Sin embargo, las artes decorativas prosperaron durante el periodo iconoclasta.

Algunas ideas de su carácter se plasmaron en el trabajo de los mosaiquistas, como la decoración a base de volutas de acanto de la cúpula de la Roca en Jerusalén (685-705), los encantadores paisajes de árboles de la Gran Mezquita de Damasco (706-715) o los motivos geométricos del mihrab de la mezquita de Córdoba. Los ejemplos más antiguos de tejidos de seda bizantinos, algunos con motivos inspirados en los diseños de la antigua Persia, están fechados en el periodo iconoclasta. En las iglesias de Occidente se usaron estos tejidos, importados de oriente, como cortinas del sagrario y sudarios de santos y gobernantes.

El periodo bizantino medio: el renacimiento macedónico La prohibición de llevar a cabo representaciones figurativas fue cancelada finalmente el año 843, con la llegada de la nueva dinastía macedonia (867-1056), que inauguró una segunda edad de oro del arte bizantino conocida como el periodo bizantino medio. Durante este periodo del renacimiento macedónico el arte experimentó un resurgimiento de las tradiciones clásicas. Este hecho puede comprobarse en los pocos manuscritos miniados que se han conservado de los siglos IX y X. Las miniaturas a página entera están basadas en el estilo helenístico del arte griego desarrollado durante el periodo tardío. El periodo bizantino medio fue un momento de consolidación arquitectónica, en contraste con los experimentos llevados a cabo en la época de Justiniano.

Arquitectura gótica

Arquitectura gótica

La arquitectura es lo que mejor define al gótico, en rigor de ella es que nace el movimiento. La arquitectura gótica nació en Francia y Normandía a mediados del siglo XII y se expandió por toda Europa durante los siglos XIII y XIV en gran parte al movimiento de la reforma cisterciense, llevado a cabo por San Bernardo, en 1112, ya que surgen en toda Europa una serie de abadías, que hace eco en las nuevas técnicas –mezcla entre el romántico y el gótico-, contribuyendo en uno de los principales medios de difusión.

Es así, como a principios del siglo XIII, la arquitectura gótica dejó de ser patrimonio exclusivo de Francia para extenderse por toda Europa. Dos son los elementos esencialmente característicos de la arquitectura gótica que determinan sus variantes regionales y que afectan a la contextura general del edificio: la bóveda de crucería y el arco ojival o apuntado; afectando la primera a la estructura, y el otro, más particularmente, a las formas exteriores.

La bóveda decrucería concentra los esfuerzos en un punto determinado, centralizando los empujes, lo que determina la desaparición de los muros macizos del románico, que son sustituidos por amplios ventanales con vidrieras. Los empujes son trasladados por medio de los arbotantes a los contrafuertes exteriores, que rematan en pináculos. La bóveda descansa sobre altísimos pilares, formados por un macizo central y columnas o baquetones adosados, a tenor de los nervios de la bóveda, verificándose la transición por un capitel, con temas vegetales, que paulatinamente van decreciendo en importancia hasta terminar siendo una simple faja decorativa. A este concepto dinámico de la construcción, frente a la estática románica, se le añaden las formas agudas de los arcos, en que abren puertas y ventanas; éstas, como los rosetones, con tracería, formada por motivos geométricos, entre las que se colocan las vidrieras.

La complicación de estas tracerías, la aparición de nuevos tipos de arcos (conopiales, escarzanos, carpaneles) y la complicación de bóvedas, que aumentan el número de nervios, con sus consiguientes consecuencias en las demás partes del edificio, señalan las características determinantes de las diversas fases en la evolución del estilo gótico. En líneas generales pueden considerarse en la evolución de la arquitectura gótica en cuatro períodos, que presentan análogas características en los diversos países de Europa.

Se puede considerar un primer período de transición, en el que se incluyen templos comenzados en estructura románica y acabados en gótico. Presentan gruesos pilares con columnas semicirculares adosadas en los frentes, y en los diagonales. Contrafuertes como sistema de contrarresto y nunca arbotantes. Al siglo XIII, pilares de núcleo cilíndrico con columnillas correspondientes una a cada nervio de la bóveda, basas y capiteles individuales con decoración vegetal éstos.

Bóveda de crucería de nervios finos y molduras. Ventanas con tracerías basándose en arcos apuntados y rosetones trifoliados y cuatrifoliados. Arbotantes. En el siglo XIV comienza la subdivisión excesiva de columnillas, las bóvedas multiplican sus nervios. El arco apuntado equilátero. Se complican las tracerías de los ventanales. El último período corresponde al siglo XV; en él la decoración domina a las líneas arquitectónicas. Es la fase barroca del estilo gótico. Aparecen y se difunden, las formas del arco de tipo conopial, carpanel y escarzano; las tracerías adoptan formas curvilíneas, con tendencia a las formas, en S; se prodigan las bóvedas estrelladas, calándose a veces suplementaria, los capiteles desaparecen o adoptan la disposición de faja decorativa.

La catedral es el monumento característico de la arquitectura gótica, en la que se reúnen todas las características esenciales del estilo. Las catedrales góticas eran los monumentos más altos que se habían construido, y este hecho empezó un tipo de competencia en Europa. Su planta, en forma de cruz, es de tres o cinco naves, con crucero más corto que el de la arquitectura románica, y en la cabecera la girola o deambulatorio, en la que se abren las capillas poligonales, todas encerradas en un gran medio círculo. Son destacadas las altísimas naves laterales, las que sirven de campanario y en las que se abren los amplios ventanales.

Edad Moderna

Arquitectura renacentista

Durante el reinado de Carlos V se percibe una rápida disminución de la influencia alemana y una mayor dependencia de las líneas del Renacimiento italiano. Las formas hispanas se mantienen siguiendo las líneas tradicionales o mezcladas con las nuevas formas italianas. El plateresco tradicional mantiene su rica ornamentación, como en la Casa del Ayuntamiento de Sevilla, construida según planos de Diego de Riaño.

Predominio de las líneas italianas demuestra ya el estilo plateresco purista, llamado así por su menor cantidad de adorno. A lo largo del siglo se nota también una renuncia a la excesiva decoración, tan del gusto tradicional, a la vez que se da mayor importancia a una pureza decorativa de línea clásica italiana. Son ejemplos de ella la hermosa Catedral de Jaén, numerosas casas nobles, como el Palacio de Mancera en Ubeda y la Puerta Nueva de Bisagra en Toledo y, en Granada, el Palacio de la Cancillería, hoy Ayuntamiento, obra de Martín Díaz y Alonso Hernández. Todas estas obras representan el estilo predominante desde entonces. En Andalucía es notable el palacio de Carlos V, en Granada, obra sin acabar de Pedro Machuca, de estilo italiano sin entronque con los españoles.

En el último tercio del siglo XVI, ya durante el reinado de Felipe II, la influencia italiana triunfó completamente sobre la exuberante decoración plateresca, buscando compensación a la desnudez ornamental en la masa y grandiosidad de la obra. El nuevo estilo quedó consagrado con la construcción del monasterio de El Escorial, por muchos años residencia preferida del monarca. Su construcción fue ordenada por Felipe II en conmemoración de su victoria sobre los franceses en la batalla de San Quintín (1557) y fue iniciado por el famoso arquitecto Juan Bautista de Toledo. A la muerte de éste fue continuado por Juan de Herrera y es uno de los monumentos más célebres de la arquitectura española.

El estilo herreriano caracterizado, más que ningún otro, por sus líneas definidas y sin adorno, pero de grandiosidad monumental alcanzó bastante difusión en España, con obras como la Catedral de Valladolid, nunca acabada, la Lonja de Sevilla y el convento de Santa Teresa en Ávila, entre otras obras, Ilegando incluso a América con las catedrales de México y Puebla. Sin embargo esta influencia del estilo herreriano, debida engran parte a la preferencia mostrada por Felipe II nunca fue verdaderamente popular en España, apelativo que sólo se puede aplicar con toda justicia al barroco.

Arquitectura barroca

Arquitectura barroca

A mediados del siglo XVII se empezaron a manifestar cambios en la arquitectura de México. Había una tensión entre los arquitectos más conservadores y los que querían innovar introduciendo elementos barrocos que provenían de Europa y estaban introduciéndose en el campo de la poesía con Sor Juana Inés de la Cruz.

En estas obras se produce la fusión entre el estilo barroco español y lo indígena. La arquitectura para Pedro Henríquez Ureña es muy importante porque en las artes es donde se puede observar el nacionalismo y la peculiaridad autóctona. Ureña en su ensayo dice que los americanos tienen una serie de rasgos originales que los diferencia del mundo, y esto se puede observar hasta en la arquitectura "…nuestros pueblos saben, tanto como los Estados Unidos, crear en pocos días colmenas formidables, tipos nuevos de ciudad que difieren radicalmente del europeo, y hasta acometer, como Río de Janeiro, hazañas no previstas por las urbes norteamericanas". El Barroco no surge conjuntamente con el siglo XVIII, sino que tiene una serie de precedentes en el último cuarto del siglo anterior, los cuales no podría encuadrarse ni dentro del Renacimiento ni el Barroco. Il Gesù (1568-1584).

Aquí se encuentran Il Gesú, casa matriz de la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola, una de las ordenes surgidas con la Contrarreforma. Esta iglesia es iniciada en 1568 y consagrada en 1584. Fue financiada por Alejandro Farnesio, sobrino de Paulo III, siendo encargada al mejor arquitecto italiano a la muerte de Miguel Ángel, Vignola. Éste era el arquitecto preferido del papa y arquitecto de cámara de los Farnesio. Al margen de la arquitectura era también tratadista, publicando en 1562 los Cinco libros de Arquitectura.

Hasta 1568 era bastante frecuente el modelo de planta centralizada, habiendo realizado Vignola varias obras según éste, pero en esta obra es impuesta la planta longitudinal, al considerarse la planta centralizada como susceptible de paganismo. Así se vuelve a las plantas longitudinales al ser consideradas como tradicionales. Por otra parte, existe el precedente de San Andrés de Mantua, de Alberti, como un modelo claramente tipificado y que es impuesto a Vignola. Con esta planta se buscaba una gran capacidad y reflejar la forma de la cruz, permitiendo también la celebración de varias misas simultáneas en las capillas. Por otra parte, con esta planta se buscaba reflejar una clara tradición cristiana.

En la fachada podemos ver algunas de las características más destacadas del Barroco. Esta no fue realizada por Vignola, que fue apartado de las obras en 1573, que fueron continuadas por Giacomo della Porta, discípulo de Miguel Ángel, el cual rediseña la fachada.

Esta era en un principio más horizontal y oblonga, con las pilastras más destacadas y realzada la nave central. La fachada realizada es más vertical, con menos resalte de las pilastras y menos destacada la nave central. Ambas fachadas eran de dos pisos, coordinados mediante el uso de aletones. Los aletones son un elemento de enmascaramiento, utilizado para articular el piso inferior con otro superior de menor anchura, ocultando los machones que llevan el empuje de las nuevas fachadas.

La fachada se articula mediante pilastras y el ritmo exterior reproduce el ritmo interior, reflejando la distribución de las naves. La parte central se encuentra destacada mediante el uso de medias columnas y un doble frontón doble, en el que un frontón curvo engloba a otro recto (los frontones englobados serán característicos del Barroco posterior), marcando el eje axial. Existe un cierto dinamismo en la fachada, pero esta sigue siendo bastante plana, únicamente con un ligero movimiento en el frontón y el ritmo generado a través de las pilastras. La fachada se encuentra decorada con dos escudos marcando el eje axial, y dos estatuas flanqueando el acceso principal. Esta obra será el prototipo usado durante el primer tercio del siglo XVII, en el uso de las pilastras y nichos. El interior del Gesù fue decorado a partir de 1670 en clave barroca, desvirtuando la concepción original. El espacio interior se encuentra vinculado al de San Andrés de Mantua.

Arquitectura neoclásica

Arquitectura Ciudad de Pompeya

En esencia, la arquitectura neoclásica reproduce las formas generadas por los griegos y los romanos, mas no tarda en suprimir toda referencia a las medidas del cuerpo, prefiriendo el nuevo sistema métrico adoptado por los franceses y favoreciendo la monumentalidad. Usa los símbolos y motivos redescubiertos en los muebles y edificios de Pompeya y Herculano.

Bajo el liderazgo de la revolución francesa primero y de Napoleón Bonaparte después, se construyen edificios romanos en Francia y en la capital de Europa y América. Después del barroco y del rococó, el neoclasicismo representa una simplificación: las líneas rectas dominan sobre las curvas, existen menos contrastes de volúmenes, menos adornos. La simetría se generaliza, dinteles y columnas remplazan los arcos. Los frontones triangulares substituyen los circulares y las balaustradas reaparecen sobre los edificios.

Siglo XIX

Arquitectura del Hierro

La Revolución Industrial, que comienza en Inglaterra hacia el año 1760, acarreó numerosos cambios en todas las culturas del mundo. El incremento de la capacidad productiva y la invención de nuevos procesos industriales trajeron consigo la creación de nuevos materiales de construcción, como el hierro colado, el acero laminado o el vidrio plano en grandes dimensiones, y con ellos la posibilidad de construir nuevas composiciones hasta entonces ni siquiera soñadas. Sin embargo, los arquitectos siguieron utilizando los materiales tradicionales durante mucho tiempo, mientras las academias de las Bellas Artes consideraban “poco artísticas” las fantásticas estructuras diseñadas por ingenieros a lo largo del siglo XIX.

El primer edificio construido enteramente con hierro y vidrio fue el Crystal Palace (1850-1851; reconstruido entre 1852 y 1854) en Londres, una gran nave preparada para acoger la primera Exposición Universal, que fue proyectada por Joseph Paxton, que había aprendido el empleo de estos materiales en la construcción de invernaderos. Este edificio fue el precursor de la arquitectura prefabricada, y con él se demostró la posibilidad de hacer edificios bellos en hierro. Entre los escasos ejemplos de utilización del hierro en la arquitectura del siglo XIX destaca un edificio de Henry Labrouste, la biblioteca de Santa Genoveva (1843-1850) en París, un edificio de estilo renacentista en su exterior pero que en su interior dejaba ver la estructura metálica. Los edificios de hierro más impresionantes del siglo se construyeron para la Exposición Universal de París de 1889: la nave de Maquinaria y la célebre torre (1887) del ingeniero Alexandre Gustave Eiffel.

Siglo XX

Arquitectura Modernista

El movimiento "Arts and Crafts"

En 1861 William Morris funda el Londres, con un grupo de artistas y arquitectos, la sociedad "Morris and Co." destinada a la construcción y fabricación de objetos artísticos y uso más corriente.

Esta sociedad fue el punto de partida de un movimiento de propósito mas ambiciosos que culminó 27 años más tarde con la construcción, por C.R. Ashbee, de la "Arts and Society" (Sociedad de Artes y Oficios). Entre ambas fechas se produjeron múltiples intentos, iniciativas y discusiones, que dieron lugar a otras varias organizaciones orientadas al perfeccionamiento y renovación de las obras de artesanía, en oposición al empleo y preponderancia de las máquinas.

Morris luchó denodadamente por la perfección y originalidad de las obras de artesanía e indirectamente por la arquitectura. Como modelo tomó la artesanía de la edad media. Su lucha iba dirigida contra la decadencia que suponía la producción industrial, de menos valor que la manual, y contra los objetos fabricados en serie por las máquinas que a causa de su precio más bajo, conquistaron el mundo, sustituyendo la belleza y la verdad por la falsedad y el engaño. Pero la producción no era un hecho que pudiera desconocerse en 1888, año en que se funda la Sociedad de Artes y Oficios. De esta forma lo entendió Ashbee y aceptó; por lo menos, la teoría del trabajo en común. Con ella introdujo el método del diseño industrial, que desde la construcción del palacio de Cristal corresponde a la era del maquinismo.

Pese a estas variantes, estéticamente el movimiento se mantuvo ligado a las ideas de origen, sobre todo, a través de la obra de Walter Grane, primer presidente de "Arts and Crafts" que de vez en cuando expresaba su oposición a las nuevas tendencias. Del espíritu que aporta la "Sociedad de Artes y Oficios" deriva un nuevo tipo de arquitectura, el modernismo, apoyado en su sentido decorativo de la construcción, que rompe la estética del siglo XIX, cambiando totalmente el arte propio del mismo.

Arquitectura orgánica

Lo antes referido corresponde a una sola de las principales tendencias de la arquitectura racionalista: el funcionalismo. Caracteriza a la arquitectura funcional la búsqueda de una estructura racional que sirvan fundamentalmente a la función de habitabilidad de los edificios, tanto en un sentido individual como social.

El funcionalismo, huye del decorativismo inútil y se plantea la necesidad de integrar la obra arquitectónica en el espacio exterior, variando el concepto del muro sustentante y aislante que pasa a convertirse en una simple máscara de cristal, envolvente pero no aislante. Frente al funcionalismo, arquitectos importantes como Frank Lloid Wright en Norteamérica, Henry van de Velde, Erick Mendelshon y Alvar Aalto, en Europa, se han esforzado en conseguir una arquitectura que pareciera en forma de carácter a un organismo natural y que tuviese la misma unidad.

Pese a que el organicismo es una tendencia propia siglo XX, ya Vasari y Miguel Ángel hablaban de una arquitectura de proporciones orgánicas como el cuerpo humano. Ahora bien, los arquitectos modernos conciben la arquitectura orgánica como la fusión de las diferentes partes o elementos de un edificio en un todo orgánico que imita la naturaleza y se inserta en ella como parte integrante de la misma. En esto ha insistido especialmente Frank LLoid Wright: un edificio no debe estar sobre una colina, sino formar parte de la colina misma, como si hubiera nacido de la tierra.

Arquitectura postmoderna

Como reacción al International Style, y de forma más genérica al movimiento moderno, apareció en la década de 1960 un movimiento filosófico y artístico que se conoce con el nombre genérico de posmodernismo.

Entre las tendencias que podemos encontrar en este movimiento se distingue una de tipo clasicista, originada a partir de la publicación en 1966 del libro de Robert Venturi Complejidad y contradicción en la arquitectura, en el cual defendía la vuelta a los modelos de la arquitectura tradicional. También el camaleónico Philip Johnson se adscribió a esta corriente, apoyándola desde su puesto directivo en el MOMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York). Otros arquitectos que han seguido los pasos de Venturi son Michael Graves, Robert A. M. Stern, o el catalán Ricardo Bofill.

Tipos

  • Hábitat: viviendas
  • Funcional: fábrica, oficinas, escuela, hospital, comercio
  • Urbana: obeliscos, plazas
  • Sacra: templos, iglesias
  • Profana: museos, teatro, cine, ópera
  • Representativa civil o militar: palacio de gobierno, regimiento

Elementos materiales y técnicos

La arquitectura cuenta con diferentes tecnologías que pueden darse aisladas o bien combinadas. Como decíamos antes, existe una arquitectura en madera, posiblemente una de las más antiguas, con una gran variedad de envigados, entramados y armaduras de cubierta, de la que tenemos muy buenos ejemplos en las construcciones orientales, en los templos chinos y japoneses de múltiples pisos; la textil, con el uso de cuerdas, estores, alfombras y entoldados; la de tapia, de fango o tierra sin cocer; la latericia o de piezas de alfarería, como el ladrillo, con estructuras típicas como son los arcos, las bóvedas, los tabiques, etc. que dio lugar a las magníficas construcciones del Próximo Oriente, donde nació el sistema de construcción abovedado; la pétrea, una de las más comunes en Occidente y tal vez la más conocida por nosotros, con sus diversos aparejos y su estereotomía; la metálica, de fundición, laminados o planchas, con sus sistemas de entramados y, entre las más modernas, la de hormigón, con toda una tecnología derivada de los encofrados, y la de plástico.

Los instrumentos o herramientas a utilizar en cada momento dependerán, obviamente, de la técnica constructiva a la que tengan que auxiliar y por ser demasiado prolija aquí su enumeración, haremos mención de algunos de ellos al tratar de los correspondientes materiales.

Materiales

El material es una condición de existencia para todas las artes plásticas, si bien hay que señalar que, aun cuando es una condición necesaria, no es suficiente. El arquitecto, el artista puede elegir el material pero en ningún caso puede inventarlo; como dice René Berger, «La intervención del artista no alcanza a la naturaleza del material, sino al uso que hace de él.

El material es considerado en función de su utilidad y esto deriva de las cualidades que aquél ofrece: plasticidad o propiedad de la materia que le permite adoptar una forma y conservarla, y resistencia u oposición activa del material a la acción del artista. El grado de plasticidad y el de resistencia varían de un material a otro. Así, por ejemplo, la resistencia de la madera es menor que la del mármol. Decimos de esta resistencia que es activa desde el momento en que manifiesta sus virtudes y, en cierta medida, impone su carácter al artista.

De este modo, artista y materia —aquello a través de lo cual la forma se hace sensible— son artífices protagonistas en un grado de igualdad. Se puede hablar también de una cierta «simpatía» de los materiales o de cómo actúan sobre nosotros y nos transmiten estados de ánimo diferentes; así decimos que la madera es cálida y que el mármol es frío. En cualquier caso, en el arte y, en consecuencia, en la arquitectura, la materia no queda reducida a ser únicamente el soporte de una determinada forma. Potente y dócil a la vez, ofrece al artífice sus características para que, atendiendo a ellas, extraiga sus mejores posibilidades en su obra, siendo un factor básico a tener en cuenta al analizar aquélla.

El material arquitectónico cumple dos funciones: la constructiva y la ornamental. Tradicionalmente estas funciones han ido ligadas a la habitual clasificación de los materiales en «nobles» (mármol, madera...), que pueden ir vistos, que no precisan revestimiento que los oculte, y los «pobres (ladrillo, hormigón...) que, a lo largo de la historia del arte, encontramos repetidamente camuflados bajo capas de estuco, mosaicos, ladrillos vidriados o placados de piedra.

Los materiales constructivos pueden ser clasificados según su origen:

  1. Materiales pétreos naturales (piedras de todo tipo);
  2. Materiales pétreos artificiales (piedra artificial, cerámicas, vidrios...);
  3. Materiales aglomerantes (cales y cementos) y aglomerados (hormigones);
  4. Materiales metálicos (hierro, acero...);
  5. Materiales orgánicos (madera, corcho...);
  6. Materiales plásticos.

La piedra

La piedra, mineral sólido y duro, de composición variable no metálico, pero que sí puede contener sales y óxidos metálicos, es un material de construcción tradicional utilizado desde tiempos prehistóricos y forma parte de los materiales pétreos naturales. Son adecuadas para la construcción todas aquellas piedras que por sus condiciones de compacidad y dureza son aptas para ser talladas. Existen muchas variedades, siendo las más habituales la arenisca, la berroqueña o granito y la caliza, entre otras.

Para trabajarla se usa la maza y el pico de cantero si es blanda, y las cuñas y la sierra si es dura. Cuando está tallada en forma de paralelepípedo o prisma regular se llama sillar, si es pequeña y sólo tiene una o dos de sus caras talladas se denomina sillarejo y si es grande y únicamente está desbastada se la denomina bloque.

El modo en que se disponen los sillares para construir un muro o cualquier otra parte de una edificación se conoce con el nombre de aparejo y puede ser de múltiples tipos; a soga, con todos los sillares dispuestos a lo largo, mostrando su lateral, también llamado aparejo de cítara; a tizón, cuando los sillares del paramento se colocan con su dimensión mayor perpendicular al paramento, llamado asimismo aparejo de llaves; inglés, aquel en que los sillares se colocan alternando las hiladas a soga y a tizón, correspondiéndose verticalmente las juntas; belga, sillares dispuestos en hiladas alternas a soga y a tizón, con una hilada intermedia a soga; isódomo, aparejo cuyos sillares son todos iguales y que fue utilizado con frecuencia en la Grecia antigua; pseudoisódomo, se diferencia del anterior porque alterna hiladas de alturas diferentes; poligonal, formado por piedras picadas en forma de polígono irregular; reticular, o aparejo típicamente romano, formado por piedras picadas cuya cara vista es cuadrada, pero colocada de forma vertical, a la manera de un rombo. Se denominó «opus reticulatum», etc.

Entre los materiales pétreos artificiales se cuenta la propiamente denominada piedra artificial, muy usada en la construcción, de propiedades y aspecto análogo a algunas piedras naturales, formando bloques de hormigones compuestos de cemento y arena, gravilla, etc.

El ladrillo

El ladrillo, situado también en este grupo, pertenece a la rama de la tejería o de los productos cerámicos que adquieren consistencia por procesos físicos como la cocción. Es una masa de arcilla cocida, en forma de paralelepípedo rectangular, que posee destacadas cualidades de resistencia, rigidez y duración. Existen multitud de variedades, bien sea atendiendo a su composición o a su forma.

Entre las primeras podemos citar el ladrillo de cal y arena; el de armado, que incluye viguetas de hormigón; el flotante, de gran ligereza, fabricado con piedra pómez y cal; el refractario, resistente a la acción del fuego gracias a la utilización de arcilla refractaria; el silico-calcáreo, a base de arena y cal; el de vidrio; el esmaltado, etc. Clasificados por su forma podemos citar entre otros el ladrillo agramillado, de aristas vivas y caras rehundidas para alojar el mortero; el de cuña, para arcos, en forma de dovela; el hueco, que lleva en su interior canales prismáticos o cilíndricos; el moldurado, para la construcción de molduras o cornisas, etc.

Si bien el ladrillo ha venido siendo considerado un material modesto, ha demostrado ser, a lo largo de la historia de la arquitectura, un material capaz de afortunados logros tanto a nivel estructural (sistema de arcos y bóvedas) como a nivel decorativo. Ha sido utilizado como material de construcción, sin recubrimientos, en Mesopotamia, en etapas del arte hispano-musulmán (en Andalucía y Aragón), en algunos momentos del Barroco, durante el Modernismo, etc., y como material de recubrimiento, en su versión vidriada, en los grandes imperios del Oriente Próximo.

El vidrio

También el vidrio pertenece al grupo de los materiales pétreos artificiales, según la clasificación de Orus Asso, obteniéndose por la fusión de ciertos óxidos. Algunos tipos de vidrio son el vidrio laminado, el que después de la fusión y el refino se extrae entre dos rodillos formando una cinta continua que, posteriormente, pasa al horno de recocer para su solidificación; vidrio prismático, es el laminado, con una cara lisa y otra formando prismas paralelos; vidrio templado, es aquel que ha pasado por un proceso especial de caldeo y enfriamiento rápido, con lo que aumenta su resistencia a las roturas mecánicas y debidas a cambios de temperatura, etc.

Materiales aglomerantes

Los materiales aglomerantes son aquellos que tienen la propiedad de adherirse unos a otros y se usan en construcción para unir los materiales, para recubrirlos o bien para formar pastas llamadas morteros u hormigones que pueden extenderse o disponerse en moldes, encofrados, que al secarse adquieren el estado sólido. Entre los más habituales figuran la cal, el cemento, el yeso, etc.

El primer aglomerante utilizado en la historia fue la arcilla y en los países cercanos al Mar Muerto (Asiria, Babilonia...), el betún. La cal, óxido de calcio, es una sustancia que al contacto con el agua se hidrata y que al mezclarla con arena forma la argamasa o mortero. El cemento es un compuesto natural o artificial formado a base de cal cocida y pulverizada.

Mezclando un aglomerante, hoy el cemento, con arena, grava o piedra machacada yagua, se obtiene el hormigón. Para darle forma se utilizan unos moldes de madera o metálicos, encofrados, dentro de los cuales se seca y adquiere las características de un bloque sólido. Estos bloques deben ser incluidos en el grupo de materiales aglomerados, materiales obtenidos por moldeo de una sustancia granulada. El hormigón ya se utilizó en Asia y Egipto. En Grecia existieron acueductos y depósitos de agua hechos con este material, y en Roma se empleó en la construcción de las grandes obras públicas.

Antes del descubrimiento del cemento (siglo XIX) se usaban como aglomerantes las sales grasas e hidráulicas. Desde finales del siglo pasado, el hormigón se usa asociado al hierro, denominándose hormigón armado, especialmente utilizado en sus comienzos en la construcción de depósitos, puentes y obras de ingeniería. Una variante del hormigón armado es el hormigón pretensado, cuyas armaduras metálicas han sido previamente tensadas para que lo compriman.

Otras variedades del hormigón son el apisonado, amasado con poca agua y que una vez colocado en la obra es sometido a un apisonado; el colado, de consistencia muy fluida, que puede deslizarse fácilmente; el de escoria, en el que, además de cemento se mezcla escoria de carbón de coque; de pómez, poco pesado, utilizado para rellenos muy ligeros, con gravilla de piedra pómez; plástico, de consistencia media, es el más usado en las construcciones en las que se utiliza el hormigón armado, entre otros.

Materiales metálicos

Entre los materiales metálicos más utilizados en la construcción sobresale el hierro. Ya lo utilizaban los griegos como material auxiliar, (grapas para reforzar las uniones entre sillares o almas para unir los tambores de las columnas...), y durante el Renacimiento en forma de tirantes para reforzar las delicadas arquerías cuatrocentistas. Pero el uso sistemático del hierro llega en el siglo XIX, en el que materiales que en un principio sólo fueron considerados en función de su utilidad y estuvieron ligados al mundo de la ingeniería recibieron un nuevo tratamiento, una nueva consideración, que les confirió rango artístico.

Los tipos de hierros utilizados en construcción son muy numerosos. Algunos de ellos son conocidos por el nombre del tratamiento que han recibido y que les confiere unas determinadas características, como el hierro galvanizado, el forjado, el fundido, el dulce..., o bien reciben el nombre de la forma que presentan y que determina la función que adoptan dentro de la construcción: es el caso del hierro doble te, del laminado, del hexagonal o del denominado Isteg, o hierro especial para el hormigón armado, que se forma torciendo sobre sí mismas dos varillas de hierro de sección circular.

Otro metal de gran uso es el acero, que lo utilizó por primera vez la Escuela de Chicago y desde entonces se usa con frecuencia, al igual que el aluminio, el cobre, etc.

Materiales orgánicos

Entre los materiales orgánicos hallamos la madera, el corcho, las cañas, las cuerdas... La madera es el principal material constructivo en aquellas regiones en las que la piedra escasea. Dada su abundancia, es muy utilizada en el norte del continente europeo, en los Estados Unidos y en Canadá, mientras que en el resto de los países occidentales su uso suele limitarse al entibado, a los andamiajes y a la carpintería. Sus niveles de plasticidad y resistencia la hacen fácil de trabajar y su carácter aislante sólo tiene una contrapartida en el peligro de incendios.

Los tipos de madera utilizados en arquitectura, además de distinguirse por su origen, lo hacen por la forma en que han sido cortados o por sus características al trabajarlos. Así podemos hablar de madera de hilo, la que puede trabajarse por las cuatro caras; cañiza, la que tiene la veta a lo largo; de raja, la que se obtiene por desgaje en el sentido de las fibras; repelosa, la de fibras retorcidas... etc. Es sabido que los orígenes de la arquitectura son lignarios, así como conocida la versión que afirma que las formas pétreas de los templos griegos tienen su origen en las antiguas partes de los mismos realizadas en madera (columnas = troncos; triglifos = extremos de las vigas de madera; gotas = clavos...).

Materiales plásticos

Resta una breve referencia a los materiales plásticos, los últimos en introducirse en el campo de la arquitectura. Son sustancias de origen generalmente orgánico, producidas por medios químicos, capaces de adquirir forma por el calor y la presión, conservándola después y alcanzando elevados niveles de resistencia mecánica. Existen dos clases básicas de plásticos: las termoestables, que una vez moldeadas por calor y presión no pueden volver a reformarse por el mismo proceso, y las termoplásticas, que sí permiten una nueva transformación. Estas características unidas al aislamiento térmico y acústico que pueden proporcionar, los hacen muy indicados para la construcción.

Entre los materiales utilizados habitualmente en la ornamentación hallamos los estucos y los enlucidos, las yeserías o yeso tallado, los mosaicos, las porcelanas, los placados de piedra o madera entre otros. Entre los revestimientos más sencillos debemos citar el estuco, material preparado con tiza, aceite de linaza y cola que se aplica como revestimiento decorativo, puesto que, una vez seco, puede tallarse, dorarse o pintarse.

Una variedad del estuco es el de mármol, pasta formada con cemento, cal o yeso, colorante y cola que se utiliza para revestimientos que pretendan imitar el mármol.

El enlucido es un revestimiento de mortero, de cemento o de cal que se aplica a muros y techos como acabado. Las yeserías son decoraciones talladas sobre una capa de yeso ya seca.

Hasta la segunda mitad del siglo XIX, con el advenimiento de una arquitectura más sincera, que no temía dejar al descubierto sus materiales constructivos, fuesen cuales fueren, los materiales decorativos mencionados se utilizaban únicamente con el fin de ocultar un material estructural o constructivo considerado como poco noble o conveniente.

En la elección de los materiales, el artista tendrá que considerar, además de las cualidades que lo hagan apto para la función a que se destine, el punto de acabado correcto que exige cada material, así como el grado y la calidad de la luz que incidirá sobre él. Éstas son consideraciones de cariz escultórico válidas para la arquitectura, en cuanto que ésta utiliza materiales que deben ser tratados en superficie como si de esculturas se tratara.

Sistemas

Existen diversas formas de construir, según el tiempo y el lugar. La forma de construir depende del nivel tecnológico de la sociedad que construye y de las necesidades que esa sociedad manifiesta. En cualquier caso, el sistema constructivo utilizado por una comunidad refleja parte de su personalidad, puesto que al construir se pretende transformar el medio natural en un medio artificial, adaptado a las necesidades del hombre, y el proceso de transformación revela las necesidades a cuya solución conduce.

Según John Gloac, desde que el hombre abandonó el refugio que le brindaba la caverna hasta hoy, han ocurrido tres descubrimientos estructurales que han dado lugar a la aparición de otras tantas maneras de construir, a tres sistemas constructivos diferentes. En primer lugar, el hombre observó que dos elementos verticales pueden soportar un tercero horizontal y de aquí se derivó la arquitectura adintelada o arquitrabada, construida a base de pies derechos y dinteles o arquitrabes. El segundo descubrimiento fue el arco, del que nació la arquitectura abovedada. El arco permite salvar grandes espacios sin apoyos intermedios y transmitir el peso de grandes masas de piedra, por trayectoria curva, hacia las paredes y los contrafuertes.

Tanto en el sistema adintelado como en el abovedado, los edificios son sustentados casi completamente por paredes o pilares que les dan una robusta estructura externa. El tercer descubrimiento cambió esta estructura externa, a modo de caparazón de crustáceo, por una estructura interna que convierte el organismo arquitectónico en vertebrado. El advenimiento del hierro, del acero y de las modernas variedades del hormigón, representó la posibilidad de dotar al edificio de un esqueleto interno y de crear audaces voladizos, con las transformaciones que todo ello conlleva.

Sistema adintelado

El sistema adintelado, basado en el dintel y la columna o pie derecho, es el más antiguo. Su origen se halla en la arquitectura lignaria de la que no nos quedan testimonios. Las primeras muestras de arquitectura adintelada pétrea la encontramos en los dólmenes prehistóricos, en los que grandes losas de piedra verticales sostenían otras colocadas horizontalmente sobre ellas. Si la distancia entre las piedras verticales era demasiado amplia para una única losa, se realizaba la denominada falsa bóveda por el procedimiento de aproximación de hiladas: cada hilada de piedras está en saledizo con respecto a la inferior; así, dos muros paralelos en su base llegarán a tocarse en su parte alta.

También Egipto utilizó el sistema adintelado en sus grandes obras.

Al igual que en la arquitectura megalítica, la elevación de los dinteles para su colocación representaba considerables dificultades: se realizaba mediante rampas de tierra, que se retiraban posteriormente. Grecia llevó el sistema adintelado a su perfección. Los bloques de piedra eran extraídos de la cantera y transportados a la obra, donde se acababan de tallar y sólo se pulimentaban una vez estaban colocados en su emplazamiento definitivo. Si bien se conocían los materiales aglomerantes, se prefirió reservar el perfecto ajuste de los sillares de los edificios a una idónea labor de esterotomía que aseguraba su solidez.

La gran aportación griega a la arquitectura son los tres órdenes clásicos: dórico, jónico y corintio, u ordenaciones de las diversas partes del soporte y de la cubierta de los edificios. La cubierta de las construcciones adinteladas griegas es, obviamente, plana, si bien solía estar protegida por un tejado de doble vertiente. A lo largo de la historia de la arquitectura occidental el sistema adintelado coexiste con el abovedado, sin llegar a ser sustituido totalmente en ningún momento. Con el Neoclasicismo el sistema adintelado experimenta un notable resurgimiento formal pero que a nivel estructural carece de interés.

Dentro del sistema adintelado hemos de incluir la arquitectura del siglo XIX, que utiliza pies derechos y vigas de hierro, así como las actuales estructuras de hormigón armado. Pero, si bien estructuralmente podemos convenir que corresponden a un mismo principio, sus especiales cualidades y características posibilitan, y de hecho propician, soluciones absolutamente nuevas y por ello los trataremos más adelante. Otro sistema que sí podemos considerar una variedad del adintelado es el de los muros de carga, método mucho más económico, usado en especial en la arquitectura popular doméstica.

Sistema abovedado

El sistema abovedado tiene su base en el arco o elemento sustentante de forma curva destinado a salvar un espacio más o menos grande, formado por dovelas o piedras talladas en forma de cuña, generalmente en número impar, que originan empujes laterales y desvían la carga vertical que soportan hacia los puntos de apoyo del arco o impostas. Partes básicas del arco son la luz, o dimensión horizontal máxima del mismo por su parte interior; la flecha, altura del arco desde su línea de arranque hasta la clave o dovela central del arco; el punto, lugar donde se unen la flecha y la luz de un arco; el arranque del arco o punto de transición entre el muro o la jamba y el arco; la línea de arranque es la recta que une los dos arranques del arco; el intradós es la superficie interior, cóncava, del arco, mientras que el extradós es la superficie convexa o exterior del mismo, siendo la línea formada por la parte alta de las dovelas.

El arco básico es el denominado de medio punto, también denominado formarete, que está formado por un medio círculo, con su centro en la línea de arranque. Existe una gran variedad de arcosos, tomando el nombre de su forma, de su función o de la forma en que ha sido trazado. Así, algunos tipos de arco según su forma son: el arco ojival o apuntado, formado por dos arcos de medio punto que se cortan en la clave; el arco de herradura, típica forma árabe, es mayor que una semicircunferencia y su flecha es mayor que la semiluz; el peraltado, es un arco de semicírculo, cuya flecha o altura es mayor que la semiluz; el arco rebajado, o escarzano, tiene la flecha menor que la semiluz, etc.

Diferenciándose por su función podemos señalar, entre otros muchos, los siguientes: el arco fajón, es el que sobresale del intradós de una bóveda, siendo perpendicular al sentido de la misma; el arco formero, es el que se halla en la intersección de una bóveda con el muro, es perpendicular al fajón; el arco de descarga, es el que se construye sobre un dintel para descargarlo del peso del muro; el arco toral, es el nombre de cada uno de los cuatro arcos sobre los que descansa una cúpula, o el del arco que, en una nave formada por bóvedas de arista o crucería, y perpendicular eje de ésta, separa dos bóvedas contiguas, etc. Por su trazado, podemos mencionar: el arco carpanel, el que teniendo forma de elipse se traza mediante una serie de arcos de circunferencia, cuyos centros son en número impar; el arco conopial, o arco apuntado cuyas ramas imitan la forma de un talón; el arco elíptico, es el formado por una semielipse, conocido también con el nombre de arco del hilo, debido al sistema del que se valían antiguamente para su trazado, etcétera.

Una bóveda es una obra de fábrica, de forma arqueada, cuya misión consiste en cubrir un espacio comprendido entre dos muros o soportes, creando un techo o una cubierta. Sus formas pueden ser múltiples, derivándose todas ellas de las dos fundamentales: la cilíndrica y la esférica. La bóveda de cañón es la más simple y es la generada por un arco directriz de medio punto, dando como resultado una bóveda de sección semicircular. Por extensión todas las bóvedas que se consideran generadas por un arco directriz, sea rebajado, carpanel, ojival, etc.dan lugar a las denominadas bóvedas de cañón seguido.

Otros tipos de bóvedas son: la bóveda de arista, formada por la intersección de dos bóvedas de medio cañón, que al seccionarse forman cuatro aristas sobresalientes; la bóveda de crucería, es la derivada de la bóveda de arista, formada por cruce de arcos diagonales y nervios secundarios que se ornamenta con molduras; la bóveda vaída, la que formaría una semiesfera cortada por cuatro planos verticales dando lugar a una bóveda esférica sobre una planta cuadrada; la bóveda esférica, o bóveda de revolución, generada por un arco de medio punto que gira sobre su propio eje vertical, originando una cúpula de media naranja o semiesférica, etc.;

Los arcos y las bóvedas de piedra o ladrillo se deben construir con la ayuda de una cimbra, estructura desmontable de madera que sólo puede ser retirada cuando la estructura ha sido terminada, con la colocación de la clave o dovela central.

En sus orígenes, el sistema abovedado está ligado a la arquitectura de ladrillo aparecida en el Oriente Próximo, territorio en el que la escasez de piedra y de bosques obligó a la búsqueda de nuevas soluciones. Roma tomó el sistema abovedado de los etruscos, pueblo de procedencia oriental, y lo usó para cubrir impresionantes espacios. A nivel técnico hay que destacar el uso que los romanos hicieron del hormigón aplicado a arcos y bóvedas, haciendo posible, y de hecho propiciando, la construcción de grandes volúmenes arquitectónicos, intencionadamente representativos del poder y de la magnificencia romanos.

Tras Roma, Bizancio continuó el desarrollo de la arquitectura de arcos y bóvedas, transmitiéndola, a su vez, a una extensa área oriental, En Occidente, la caída de Roma coincide con la ascensión del Cristianismo y con la concretización de sus necesidades. Una de ellas, y no la menos importante, era crear espacios adecuados para la reunión de los fieles para escuchar la palabra de Dios. La planta elegida fue la de las basílicas romanas, edificios longitudinales, de tres naves, más alta la central, con ábsides en los extremos menores. Por otro lado, el proyecto germánico del Sacro Imperio desembocó en la creación de una nueva arquitectura, basada en la revisión del mundo clásico romano y de sus sistemas constructivos. La suma de estos elementos dio lugar a la aparición del Románico hacia el año 1000.

La arquitectura románica utilizó el sistema abovedado. En sus cubiertas utilizaba la bóveda de medio cañón con arcos fajones. Cada arco fajón se corresponde en el exterior con un contrafuerte, que es el encargado de soportar las tensiones constructivas. En las zonas situadas entre los contrafuertes, y libres por tanto de empujes constructivos, se podían abrir ventanas. En los exteriores románicos encontramos columnas cuyas proporciones nada tienen en común con las clásicas, con fustes lisos y capiteles historiados o decorados con temas vegetales. Los soportes del interior de los templos, que reciben el empuje de los arcos fajones de la bóveda y de los arcos formeros o divisorios de las naves, deben aumentar su resistencia, por lo que acaban convirtiéndose en pilares de base cruciforme. Consolidada la arquitectura románica sobre estos principios, su evolución hacia la gótica será rápida.

Gótico

El Gótico presenta evidentes diferencias con respecto al Románico: una diferente articulación espacial, una mayor número de aberturas, y la aparición en definitiva de un sistema que, si bien debe ser considerado dentro del denominado abovedado, presenta la peculiaridad de articularse a través de nervios y líneas de fuerza. El elemento sustentante del edificio gótico es el pilar, Un pilar constituido por un núcleo central, que puede ser circular o cuadrangular de hormigón, recubierto de piedra, y unas columnas adosadas que, cuando son muy finas, se denominan baquetones.

Si el arco típico de la arquitectura románica era el denominado de medio punto, en la gótica es el arco ería. El punto donde se cruzan los nervios de los arcos que forman una bóveda se llama clave, y el relleno de las mismas denomina plementería. Los robustos contrafuertes del Románico se aligeran por la introducción del sistema gótico de arbotantes que, trasladando los empujes de las cargas más allá de los muros del edificio, posibilita que éstos puedan hacerse más ligeros, presentar más y mayores aberturas: es el nacimiento de las grandes vidrieras.

Renacimiento

En el Renacimiento las formas retornadas del mundo clásico sustituyen a las propias del período gótico. A nivel estructural, ni el Renacimiento ni el Barroco aportan avances tecnológicos significativos.

La arquitectura basada en las líneas de fuerza, como la gótica, resurge en el siglo XIX con el advenimiento del hierro y de la ingeniería por una parte, y con la aparición del Neogótico por otra. Las nuevas construcciones, como el Cristal Palace (1851) o la Torre Eiffel (1889), son una clara muestra de las posibilidades de los nuevos materiales aplicados a la vieja teoría de las líneas de fuerza.

La forma y sus lecturas

La forma es la apariencia sensible de las cosas y la forma artística es la que surge de las manos del artista creador. En el proceso de creación, la forma se une a la materia sin la cual, como dijimos anteriormente, la primera no existiría.

Las formas arquitectónicas constituyen, como las pictóricas o las escultóricas, un lenguaje que contiene la posibilidad de transmitir mensajes. Los elementos formales básicos del lenguaje arquitectónico son la columna, el pilar, el arco, la bóveda, los dinteles, las molduras, etc. Todos ellos forman parte de sistemas constructivos determinados (adintelado, abovedado,...) y, a su vez, de lenguajes arquitectónicos concretos. Al modo en que cada uno de estos lenguajes arquitectónicos se articulan y se aplican podemos denominarlo estilo.

La arquitectura, como todas las artes plásticas, presenta unas determinadas formas físicas plasmadas en diferentes materiales. En la arquitectura estas formas son puras, no figurativas, salvo en el caso de elementos decorativos, por lo que han de ser valoradas por ellas mismas, sin cabida para la interpretación a base de identificadores con la realidad y la apariencia, como ocurre con determinadas tendencias de la pintura y la escultura.

El estudio de las formas arquitectónicas puede realizarse según métodos diversos. Rudolf Arnheim, por ejemplo, propone un análisis basado en la mera percepción:

«Un edificio es en todos sus aspectos un hecho del espíritu humano. Una experiencia de los sentidos, de la vista y del sonido, tacto y calor, frío y comportamiento muscular, así como de los pensamientos y esfuerzos resultantes».

En definitiva, para Arnheim las formas tienen un determinado efecto psicológico sobre quien las contempla, efecto derivado de sus intrínsecas cualidades expresivas: así, la línea horizontal comunica estabilidad, la vertical es símbolo de infinitud, de ascensión; una voluta ascendente es alegre, mientras que si por el contrario es descendente comunica tristeza; la línea recta significa decisión, fuerza, estabilidad, mientras que la curva indica dinamismo, flexibilidad; la forma cúbica representa la integridad, el círculo comunica equilibrio y dominio, mientras que la esfera y la semiesfera (cúpulas) representan la perfección.

La elipse, por su parte, al contar con dos centros comunica inquietud, inestabilidad.

Otro sistema de análisis formal es el de la visibilidad pura de Heinrih Wölffin, quien realiza el análisis de cualquier obra de arte a partir de cinco pares de conceptos opuestos. Este método ha sido también aplicado corrientemente a la pintura y a la escultura, siendo su uso menos habitual en manos de la crítica arquitectónica. Las parejas de conceptos mencionados son las siguientes: lineal-pictórico, superficial-profundo, forma cerrada-forma abierta, pluralidad-unidad, claridad absoluta-claridad relativa.

Véase también

Enlaces externos

Fuentes