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(2020) Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil

2020, Fundación Rosa Luxemburgo

Artículo-entrevista con Raphael Hoetmer publicado en el libro ´Nuevas derechas autoritarias: conversaciones sobre el ciclo político actual en América Latina´, Quito: Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo - Fundación Rosa Luxemburgo / Abya Yala, p.149-174.

BOLSONARO Y EL FIN DEL CICLO DEMOCRÁTICO EN BRASIL ¿Qué raíces y anclajes tiene el bolsonarismo? Breno Bringel Desde 2013 se profundizó en Brasil una polarización entre el PT y las derechas como un todo y, en los últimos años, principalmente entre el campo popular-democrático histórico (con el petismo en su centro) y el campo autoritario-reaccionario (con el bolsonarismo como referencia principal). Desde mi punto de vista, esta polarización es una enorme trampa de la que deberíamos tratar de huir. Breno Bringel Breno Bringel es profesor e investigador de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, donde coordina el Núcleo de Teoría Social y América Latina. Editor de Open Movements (Open Democracy) y director de Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS). Ha sido profesor visitante en más de una decena de universidades de América Latina y de Europa. Impulsor de experiencias y procesos de investigación militante y autor de varios trabajos sobre geopolítica crítica, movimientos sociales y política brasileña. Sus últimos libros son Alerta Global: políticas, movimientos sociales y futuros en disputa en tiempos de pandemia (Buenos Aires, 2020), Critical Geopolitics and Regional (Re)Configurations (Londres, 2019), Brasil - cambio de era: crisis, protestas y ciclos políticos (Madrid, 2018) y Antología del pensamiento crítico brasileño (Buenos Aires, 2018). Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 153 ¿Cómo se interrelacionan los procesos de largo plazo de las derechas brasileñas y el fenómeno del bolsonarismo? Las nuevas derechas no surgen de la nada. Hay tres claves importantes, en términos históricos y políticos, para entender el por qué, cuándo y cómo emerge el bolsonarismo y, con ello, lanzar una mirada de más largo plazo a las derechas brasileñas. Son, en realidad, tres camadas de temporalidades distintas, pero complementarias, que se van sobreponiendo. La primera clave tiene que ver con el cierre de un largo ciclo democratizador, que emerge a partir de finales de los años 1970 con la contestación a la dictadura y al régimen militar, que recuperó la democracia formal e impulsó un amplio imaginario de derechos. Se trata del periodo conocido como la “Nueva República”. Las movilizaciones populares y el proceso constituyente, que llevó a la Constitución de 1988, fueron clave para la puesta en marcha de este ciclo que imperó, con todas sus contradicciones, durante cuatro décadas, pero empezó a ser puesto en jaque en los últimos años por las nuevas derechas. Fue protagonizado por un bloque amplio de fuerzas democráticas, moderadas políticamente, que convergían en su orientación hacia políticas sociales focalizadas, aunque reproduciendo, con diferentes grados, el neoliberalismo. Por un lado, teníamos aquí al “campo democrático-popular”, hegemonizado por el Partido de los Trabajadores (PT), en el plano político-partidista, pero con actores importantes también en el plano social y sindical, que tiraban de la cuerda más a la izquierda. Por otro, estaría también una derecha tradicional que incluía a fuerzas como el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) de Henrique Cardoso y otros actores del centro y centro-derecha, que radicalizaron más la agenda neoliberal. Aunque estamos hablando de fuerzas sociales y políticas distintas y heterogéneas, compartían las bases de los “pactos de la transición democrática” y la defensa del juego democrático-liberal, imprimiendo una orientación social-liberal a la política brasileña. En ningún caso, hubo realmente un proceso de democratización social profunda o de combate a las desigualdades estructurales. Sin embargo, todos los actores que protagonizaron este ciclo democratizador (desde este campo democrático-popular a la derecha más tradicio- 154 Nuevas derechas autoritarias nal) perdieron legitimidad durante los últimos años y pasaron a ser duramente criticados. Una segunda clave, que se ubica en el medio plazo, es el fin del ciclo progresista, que se inicia en el 2002 con la victoria presidencial de Lula da Silva y acaba de manera abrupta con la destitución de Dilma Rousseff en 2016. Se trató de un ciclo muy ambivalente. Si bien es cierto que políticas sociales sacaron a miles de brasileños de la pobreza extrema y del hambre, los beneficios de los bancos y de las grandes empresas no pudieron ser mayores. Lula defendía su política interclasista como un juego donde todos ganaban. Eso nunca fue así. Unos ganaron mucho más que otros y aunque la derecha no le hacía una crítica explícita, se fue beneficiando económicamente, mientras ampliaba su influencia política en diferentes esferas (cultura, sociedad, comunicación) en una posición cómoda. Pero este modelo se fue resquebrajando por varios motivos. En lo económico, se debe a la llegada progresiva de la crisis económica global a Brasil y el fin del boom de las commodities. En el plano más político, un desgaste del Partido de los Trabajores (PT), que pasa a ser criticado a su derecha y a su izquierda. Los primeros decían que el gobierno había ido demasiado lejos en políticas como las cuotas raciales en las universidades, mientras más a la izquierda les criticábamos por hacer más bien poco. Desde la izquierda, se decía que no había ya ningún horizonte de justicia social y compromiso con la transformación en el PT. La derecha, a su vez, empezó a asociar los casos de corrupción en el gobierno, empezando por el “Mensalão” en 2005, a un mal endémico del PT y a una “izquierda corrupta”. Empezó allí a crearse una oposición más virulenta al PT, pero también a la izquierda como un todo, a partir de la temática del combate a la corrupción y de agendas conservadoras en el terreno moral. Con estas dos claves llegamos a las protestas de junio 2013 y sus desenlaces posteriores. Entiendo esto a partir de lo que he definido como una apertura societaria. Eso significa que salieron a las calles miles de personas en todo el país desbordando a los movimientos sociales tradicionales y a los propios iniciadores de las manifestaciones, llegando a sectores amplios de la sociedad, con demandas muy diversas, que iban desde la radicalización de la democracia, Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 155 por un lado, a la lucha contra la corrupción y contra el Partido de los Trabajadores, por otro. Es como si todo el malestar acumulado en la sociedad, con orientaciones muy diferentes, coexistieran en las calles. Junio de 2013 no era de derechas ni de izquierdas. Era las dos cosas. Un acontecimiento altamente heterogéneo, pero que fue “rentabilizado” posteriormente en el plano público principalmente por las nuevas derechas. Desde entonces, una derecha más radical y con nuevos ropajes fue ganando terreno, criticando radicalmente los ciclos políticos previos, sus actores y sus imaginarios. Es así como el bolsonarismo va emergiendo como un movimiento destituyente, y más que eso como un proyecto de reacción y de destrucción tanto del ciclo progresista como del ciclo democratizador más amplio, como un todo. En este proceso se gesta una alianza entre Fuerzas Armadas, sectores empresariales particulares y sectores religiosos conservadores. ¿En qué medida este bloque es una alianza coyuntural de este momento, y en qué medida responde a procesos históricos y estructurales más de fondo? Hay muchas más continuidades en la historia política brasileña de lo que se ha reconocido en las últimas décadas. La izquierda brasileña y el pensamiento crítico en el país siempre han buscado, al menos en sus mejores expresiones, analizar las persistencias de los problemas estructurales. Eso ha pasado, inevitablemente, por una discusión sobre el poder capitalista, el desarrollo, la dependencia, el papel del empresariado, la oligarquización de la política, el (sub)imperialismo, los legados de la esclavitud, el racismo estructural y el sexismo, la cuestión agraria, las formas de dominación, entre otros temas centrales que he recogido, por ejemplo, en la Antología del Pensamiento Crítico Brasileño, publicada por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Sin embargo, buena parte de la izquierda y de la intelectualidad crítica brasileña se nubló recientemente con las disputas inmediatas y cortoplacistas. Más que eso: me atrevería a decir que en las últimas décadas se ofuscó con el ciclo político de la democratización, que funcionó como una especie de peligroso encantamiento de serpientes. 156 Nuevas derechas autoritarias Esta “hipnosis de la democratización” impidió visualizar, pensar y combatir, de manera más profunda en los últimos años, los actores conservadores y los problemas estructurales. Las grandes preguntas perdieron fuerza. Se subestimó el papel de la religión en la política o las disputas de la cultura y de la sociedad en un sentido más autoritario y conservador. En un extremo opuesto, se sobrestimó la capacidad de las “instituciones” en la política (como si fueran autosuficientes y no importaran los actores, ni las ideologías), así como la irrupción de las “nuevas clases medias”. Se dejó de lado una serie de violencias y desigualdades que no hacían más que ampliarse y reproducirse, incluso en los gobiernos petistas. Tampoco se daba tanta importancia a las dimensiones más invisibles de la política, que ahora parecen obvias, como el crecimiento progresivo de sectores religiosos ultraconservadores no sólo en el legislativo (lo que en Brasil llamamos la “bancada evangélica”), sino también en los territorios. De alguna manera, el propio PT y buena parte de la intelectualidad brasileña forjó un diagnóstico distorsionado de la sociedad brasileña de que “las cosas iban muy bien”, algo alejado de la realidad y de los propios anhelos de las clases populares. Mientras tanto, el tejido social pasó a ser fuertemente disputado por perspectivas conservadoras, al igual que las subjetividades individuales y colectivas por perspectivas neoliberales, emprendedoras e individualistas. Frente a este escenario, se van forjando nuevas alianzas ad hoc entre actores “tradicionales” como los que mencionas (sectores empresariales, religiosos ultraconservadores y fuerzas armadas), que se adaptan al nuevo contexto sociopolítico, con un perfil distinto al que tenían décadas atrás. En el caso de los empresarios y de los militares, quizás lo más destacado sea el abandono progresivo —hoy total— de un proyecto de país. No hay que olvidar que durante buena parte del siglo XX se llevó a cabo en Brasil una alianza populista nacional-desarrollista que funcionó como una especie de orientación “nacional-burguesa”, tal como lo denominó en su momento Caio Prado Jr. El proyecto de industrialización orientado hacia dentro, sin embargo, no sólo dejó de existir, sino que abrió paso en las últimas décadas a un modelo de reprimarización brutal de la econo- Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 157 mía. Hace ya tiempo que no existe algo parecido a una “burguesía nacional” entre los empresarios ni tampoco una intelligentsia militar brasileña que busque pensar el país de forma autónoma. Unido a las dinámicas de transnacionalización y financiarización del capitalismo, hemos visto en los últimos años una total sumisión de la política brasileña al neoliberalismo y al Norte, que llega a un límite extremo con Bolsonaro. En medio a esta falta de un proyecto societal y ante el descrédito del sistema político, los religiosos ultraconservadores encontraron un terreno fértil para que su expansión de hace décadas se consolidara políticamente. Si el escenario anterior ya era terrible, con Bolsonaro llega la barbarie. Todo eso refuerza, además, el fisiologismo político más duro. Los líderes religiosos conservadores se habían aliado con Lula, se alían con Bolsonaro y lo harán con cualquiera. No hay ningún tipo de preocupación por el bien común. En el caso de los militares, el alineamiento con Bolsonaro también se da más por sobrevivencia, intereses corporativos y de poder, que por una afinidad profunda con el presidente. En el caso de las continuidades con la dictadura es algo muy dramático, porque Bolsonaro resulta, muchas veces, incluso más radical que los propios militares. Planteas que el bolsonarismo es más fácil de identificar como fuerza opositora que por su agenda programática propia. ¿Cuáles son las líneas programáticas principales de propuestas políticas que tienen para la sociedad brasileña? La agenda del bolsonarismo y sus ideas tienen una impronta fundamentalmente oposicional. Pero bajo la negación es posible entrever qué defienden y para ello hay que desvelar los fundamentos políticos de esta impronta negativa. Una primera prioridad política es el intento de romper con los pactos institucionales y las orientaciones políticas que buscaban generar, a pesar de todas sus deficiencias y limitaciones, diálogos entre los tres poderes y entre el Estado y la sociedad. Se desmantelaron muy rápidamente todos los Consejos que se habían creado para la participación popular en las instituciones y se llevó a cabo un vaciamiento de los órganos públicos. Igualmente, se buscó desconfigurar el entramado ins- 158 Nuevas derechas autoritarias titucional que le restaba poder al Ejecutivo en detrimento de diálogos más fuertes con la sociedad y con el legislativo. La tensión con el poder judicial es fortísima, principalmente por las múltiples investigaciones y sospechas de corrupción contra Bolsonaro, sus hijos y colaboradores cercanos. Hay, por lo tanto, un primer bloque de políticas que apuntan a la centralización del poder político en el presidente y en el núcleo duro del ejecutivo con un carácter fuertemente autoritario. Un segundo elemento importante de la agenda tiene que ver con la disputa cultural y de una agenda moral, muy influenciada en un primer momento por un pseudofilósofo, muy importante para la emergencia del bolsonarismo, que es Olavo de Carvalho. Aquí entran iniciativas diversas, con tono beligerante y revanchista que apuntan a una “guerra cultural”. En la educación, eso se plasma en proyectos como “Escuela sin partidos” y “Future-se”, con consecuencias ya notables de cortes presupuestarios en la educación pública, persecución a docentes, posibilidades de privatización y un agresivo enfrentamiento a la autonomía universitaria y a las disciplinas que reúnen un campo más crítico en las universidades públicas. Para ello, se construyó un discurso, avalado por parte de la población, de que habría que priorizar aquellas áreas del conocimiento que son rentables o que traen “beneficios inmediatos” a la sociedad. Se podría mencionar también una serie de iniciativas políticas que son adaptaciones “a la brasileña” de una gramática política más amplia, que se ha difundido por el mundo en los últimos años, vinculada a la “ideología de género”, “el marxismo cultural” o lo que denominan como “antiglobalismo”. A su vez, la crítica a los medios de comunicación convencionales y la apuesta por una comunicación supuestamente más directa con los ciudadanos por las redes sociales, principalmente Twitter, hace que muchos definan a Bolsonaro como “populista”, algo que me parece muy simplificador. Una tercera base importante de la agenda del bolsonarismo es el neoliberalismo autoritario. Son varias las propuestas concretas que avanzan en el terreno de las privatizaciones, políticas de austeridad, reducción del papel del Estado, reformas económicas (como la de la previdencia realizada en 2019) y ampliación de las fronteras extractivas en la Amazonia, aunque también en otros biomas y regiones del Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 159 país. En este frente, el gobierno cuenta con el apoyo de buena parte del empresariado, del agronegocio y de las alianzas políticas que ven a Bolsonaro como funcional a una agenda rentista y de expoliación. Además del ministerio de economía, la carpeta de medioambiente juega un papel clave aquí, ya que en plena crisis ambiental se buscó avanzar en una serie de cambios administrativos (por ejemplo, suspensión de contratos con ONG, demisión de funcionarios de los órganos públicos de control, flexibilización de la legislación y de la aplicación de multas ambientales, entre muchas otras medidas) que van en dirección diametralmente opuesta a las salidas necesarias. Estas políticas, además, se basan en una concepción profundamente colonial y racista, que explicita la inferiorización y el odio a las minorías y lleva a cabo, como consecuencia, un ecocidio y un genocidio de los pueblos indígenas y de la selva. Finalmente, diría que hay un cuarto eje de políticas más sectoriales, pero con peso importante en el proyecto del bolsonarismo como un todo. El ejemplo más emblemático son las políticas vinculadas a la seguridad pública. La mayoría de la población brasileña considera que la inseguridad es el principal problema del país. ¿Qué tiene que ofrecer la izquierda sobre eso? ¡Poco! ¿Qué dice Bolsonaro? Eso es una prioridad. El problema es cómo lo hace, queriendo armar la población y fortaleciendo la militarización, la vigilancia y la infraestructura policial. Algunas medidas anunciadas en su campaña ya fueron llevadas a cabo, como un decreto que facilita la posibilidad de poseer armas. Otras, como la reducción de la mayoría de edad penal, no avanzaron, al menos todavía. Finalmente, aunque Bolsonaro no logre tipificar acciones de los movimientos sociales como actos terroristas, en la práctica todos sus opositores son tratados como enemigos e, incluso, subversivos en una lógica de guerra permanente. Reconoces un campo político al cual llamas “un campo liberal conservador” y otro “autoritario reaccionario”. Estas derechas, que integran más el campo liberal-conservador ¿cómo quedan en este escenario? Son dos derechas diferentes, heterogéneas en su propio interior, pero es importante entenderlas para complejizar la comprensión de las 160 Nuevas derechas autoritarias derechas. Creo que siempre hemos tendido, de alguna manera, a definir las izquierdas en plural, pero hasta hace poco tiempo hablamos de la derecha en singular y este es un equívoco muy grande. Ese primer campo, que denomino como liberal-conservador, es bastante heterogéneo. Por un lado, puede tener, en una versión más light, posiciones abiertas en los valores y en las costumbres, propias de un liberalismo moderado, e incluso posturas reformistas, casi socialdemócratas. En una versión más dura, son más fuertemente conservadoras, moralmente cerradas, culturalmente y estructuralmente coloniales, racistas y patriarcales y se acercan mucho a las posturas reaccionarias. Lo que define a este campo es la apuesta a ultranza por el libre mercado, la defensa del liberalismo económico y del capitalismo salvaje, pero también la apuesta por jugar las “reglas democráticas”, entendidas, obviamente, de forma minimalista y procedimental. Es una apuesta por una suerte de status quo liberal que se diferencia del campo reaccionario autoritario que es el núcleo duro del bolsonarismo. Me parece que lo interesante está en ver cómo este campo se ha ido posicionando a lo largo de los últimos años, y por qué converge con un campo político como el bolsonarista. El proceso de redemocratización brasileño de los 1970 y 1980 fue visto por casi todos los principales sujetos políticos del campo liberal-conservador como una especie de cesión necesaria. Para ellos, los años 1990 fueron la edad de oro, el momento idílico del neoliberalismo, en el que tuvieron su auge. Para estos actores, la llegada del PT al gobierno era algo inaceptable. Nunca aceptaron, realmente, que un presidente analfabeto guiara el país, como ellos mismos decían. Sin embargo, si miramos a todos los números en términos macroeconómicos, les fue bastante bien en los gobiernos del PT, por lo cual, no articularon un frente político alternativo. Y allí, irrumpen las protestas de 2013, que vieron como una oportunidad. Para este campo y sus principales expresiones en las calles a partir de 2014, como el Movimiento Brasil Libre (MBL) o el Movimiento “Vem para Rua”, junio de 2013 fue una gran rebelión de la sociedad brasileña contra la corrupción y el petismo. Empiezan a difundir muy ampliamente este discurso de la lucha contra la corrupción, que se convierte en la bandera central de ese campo liberal-conservador, Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 161 cuya principal figura política no es Bolsonaro, sino Sergio Moro. En el seno de este proceso y de este campo político, hay un sector específico fuerte que mi colega Christian Lynch denomina “liberal judicialista”, que fue muy importante para buscar sus relaciones con Bolsonaro en el contexto electoral. Del otro lado, el campo autoritario reaccionario se distingue por su rechazo a la democracia como un valor que necesite ser preservado, ni siquiera en su versión más restringida. Bolsonaro y otros representantes de este campo dicen explícitamente que las instituciones no importan, y que la Constitución les “esclaviza”. Bolsonaro va más allá de cualquier cosa que dijeran los propios militares en los años 1960 y 1970. Mientras el campo liberal-conservador intenta mantener el orden neoliberal en su relación umbilical con un imaginario de democracia liberal, acá, lo que se intenta es subvertir la propia democracia, con prácticas autoritarias, idealizaciones del pasado militar y convocatoria de actos y manifestaciones contra el propio congreso. Eso sí: ambos comparten no sólo la ruta neoliberal, sino también la oposición activa a la izquierda y al PT. Buscaron una unidad en los últimos años y promovieron juntos el impeachment y una agresiva campaña que llevó a la elección de Bolsonaro. Ahora bien, cuando arranca el gobierno de Bolsonaro, empiezan a aflorar las tensiones y eso ya es otro capítulo de la historia. El PT representó varias cosas, incluyendo una agenda de democratización social. ¿Qué se puede decir sobre lo que se logró o no se logró a la hora de consolidar una sociedad más democrática a partir de un período tan largo estando en el gobierno? La experiencia del PT en el gobierno fue profundamente agridulce. Por un lado, es cierto que se logró avanzar en algunos intentos de reparación de determinadas deudas e injusticias históricas. Las condiciones de vida de los más pobres mejoraron, en el corto plazo. No hay duda. Pero, los avances fueron más bien puntuales y difíciles de mantener en el tiempo. Para mantenerse en el gobierno, el PT pactó hasta con el diablo y miró más hacia la política institucional que a la sociedad. Se preocupó más con las colectividades dominantes que con los grupos subalternos e históricamente subalternizados. 162 Nuevas derechas autoritarias Creían que habían dado con la fórmula perfecta de una política win/win, donde no molestaba a los grandes intereses y a las corporaciones económicas, y a la vez, gobernaba con un discurso hacia el pueblo, logrando algunas conquistas para los sectores populares. Es así como buscaban avanzar en términos de democratización institucional, descuidando mucho el lado de los lazos sociales y de la democratización social más sustantiva. El PT creía que haciendo políticas públicas para los trabajadores y para los más pobres del Brasil conseguiría el apoyo de estas poblaciones, y no fue así. No politizó las políticas públicas. No politizó sus propias conquistas, es decir, dio por sentado que lo estaba haciendo bien y que la población entendería todo perfectamente. No vieron los cambios en los territorios ni en las vidas de la gente. En definitiva, se miró mucho al Estado y al pacto interclasista, pero se dejó de lado la sociedad, los movimientos y la disputa cultural. Y esto ha pasado factura de diferentes maneras como, por ejemplo, en lo que se refiere al apoyo de bases sociales de cuño popular y a la ausencia de regulación y el papel de los medios de comunicación hegemónicos, que ahora se dicen indignados con Bolsonaro, pero ayudaron también a crearlo con un visceral antipetismo. Tú planteas que una de las claves para comprender las nuevas derechas es su disputa multidimensional en las instituciones, en las calles y en los territorios. ¿En qué medida esto es algo que fue orgánicamente creciendo o fue diseñado como una estrategia? Creo que entender las nuevas derechas como proceso es fundamental, porque así las desvinculamos de una figura política (un presidente, por ejemplo) y le restamos también un sentido unívoco. Para entender la derechización es indispensable pensar la multidimensionalidad de espacios y sus frentes de actuación. No creo que sea una deliberación estratégica donde podamos buscar una racionalidad absoluta de los actores, pero sí hay apuestas de cada uno de los actores por priorizar diferentes frentes de actuación, que se articulan, se sobreponen y coexisten. En el caso de Brasil, entiendo que existe un triple pilar de las nuevas derechas: la protesta en las calles, la acción institucional y la disputa cultural/territorial. Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 163 Por el lado de la disputa institucional, ocurre algo curioso, porque el bolsonarismo es una ideología anti-institucional, pero está orientada hacia el Estado para, paradójicamente, destruir o desmantelar las perspectivas estatistas. En otras palabras, para propiciar ese autoritarismo ultraneoliberal y para desarrollar su visión reaccionaria del mundo. ¿Cómo se llevó a cabo eso? Fagocitando partidos de la derecha más tradicional, a la vez que creando nuevos partidos, como por ejemplo el “Partido Nuevo”, que nace en 2011, buscando un nuevo ropaje para las derechas partidarias en tiempos de descrédito con los partidos políticos tradicionales. Asimismo, se llevó a cabo una política amplia de alianzas que pasó a aglutinarse públicamente en el antipetismo y en la agenda de la corrupción, pero con muchas otras afinidades principalmente en la agenda económica. El segundo pilar, que fue muy visible en Brasil desde 2013, fue la protesta en las calles. Las nuevas derechas entendieron que era importante ocupar un espacio de disputa que siempre había estado asociado a las izquierdas, como una forma de legitimación política, hacia los medios, la propia sociedad y sus antagonistas, mostrando que eran capaces de movilizar a la gente. Eso fue posible también por un cambio generacional dentro de las derechas en Brasil, porque los que realmente llevan a cabo todo ese dispositivo de movilización, de convocar las protestas, de entender el funcionamiento de las redes sociales y potenciarlo, son grupos y colectivos de jóvenes liberales y conservadores. A este nivel, esta “nueva” derecha es realmente nueva en el sentido etario y generacional y trató de retar la forma de construcción política de las derechas tradicionales. A diferencia de lo que pasa normalmente con la izquierda que es pensar que la calle es un camino fundamental de lucha y una forma de aprendizaje y de interpelación política, en este caso las movilizaciones son entendidas de manera mucho más instrumental. De todos modos, hubo también un cierto isomorfismo que se plasmó en ideas como, “bueno, si la izquierda históricamente utiliza camisetas políticas con sus símbolos y sus lemas, ¿por qué no lo vamos a hacer nosotros?”. Estas dinámicas no son propiamente específicas de Brasil, sino que empezaron a darse en muchos países y son parte de este repertorio transnacional de las derechas que va circulando por el mundo. 164 Nuevas derechas autoritarias El tercer pilar es el de la disputa cultural y territorial. Este pilar sí es estratégico y se entiende como el anclaje socio-espacial, subjetivo y cultural-mediático de la apuesta política de las nuevas derechas. Como decía antes, durante mucho tiempo en Brasil la gente se preocupaba con la representación evangelista conservadora en el congreso, pero no tanto con el trabajo del nuevo pentecostalismo en los territorios. Hay que ver eso como parte de un mismo engranaje político, aunque haya frentes y espacios diferenciados. La estrategia orientada a conquistar mentes y corazones de la población en los territorios y en las redes fue y sigue siendo brutal y sabemos que eso no ocurre de manera honesta. Es difícil comprender cómo en un país como Brasil pudo ganar alguien tan extremo como Bolsonaro. Pareciera que la polarización extrema es una de las condiciones que lo han hecho posibles. ¿Cómo ves los aprendizajes en torno a la lógica de polarización, a lo cual también las izquierdas han jugado en varios contextos en relación a la posibilidad de emergencia de fenómenos como el bolsonarismo? A menudo se presenta la polarización como una dinámica entre dos polos radicalmente opuestos o antagónicos. Sin embargo, eso no es necesariamente cierto: la polarización no siempre representa extremos ideológicos, sino que tiene que ver con la construcción que los propios actores políticos hacen sobre la polarización. ¿Qué quiero decir con eso? Qué Bolsonaro diga que el PT representa la encarnación de la extrema izquierda y del comunismo radical no significa, obviamente, que el PT sea eso. El PT es, más bien, un partido moderado, pero, a partir del momento en el que Bolsonaro y la derecha eligen al PT como enemigo político y como la supuesta encarnación de todos los males del país, ponen al PT contra las cuerdas. ¿Cómo responde el PT? Poniéndose a la defensiva, respondiendo los ataques y entrando así en la lógica de la polarización. Desde 2013 se profundizó en Brasil una polarización entre el PT y las derechas como un todo y, en los últimos años, principalmente entre el campo popular-democrático histórico (con el petismo en su centro) y el campo autoritario-reaccionario (con el bolsonarismo Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 165 como referencia principal). Desde mi punto de vista, esta polarización es una enorme trampa, de la que deberíamos tratar de huir por tres motivos principales. Primero, porque a diferencia de otras polarizaciones que oponen capitalismo y socialismo, o el sistema y las fuerzas anti-sistémicas, en este caso estamos ante lo que suelo definir como “polarización sistémica”. Eso no quiere decir que los dos polos sean lo mismo, obviamente, pero acaban reforzando, de maneras muy diferentes, el sistema capitalista, simplificando enormemente la realidad social y ocultando los verdaderos y los más urgentes problemas existentes en nuestras sociedades. Segundo, como consecuencia de lo anterior, esta polarización excluye a las fuerzas que apuestan por la justicia social y la transformación más radical. De hecho, buena parte de las luchas comunitarias, colectivos juveniles y experiencias territoriales y plataformas políticas anticapitalistas que buscan construir escenarios de transición y nuevos horizontes de sentido no se sienten a gusto ni se reconocen con esta polarización que acaba por infantilizar todas las fuerzas de cambio, ya que el PT plantea una situación imposible: “o estás con nosotros en la lucha contra el autoritarismo o estás contra la democracia, haciéndole el juego a la derecha”. Finalmente, en las disputas por el futuro de Brasil, la lógica de esta polarización nos lleva al pasado. Por un lado, en el caso del PT y de su campo político, la búsqueda por un regreso al “ciclo progresista” (2003-2016), añorado por sus protagonistas como un momento único para la masa más empobrecida de la población brasileña. Por otro lado, en lo que se refiere a los campos liberal-conservador y reaccionario-autoritario el regreso es más profundo, sea hacia la idolatría de la “década neoliberal” de los 1990 o, peor todavía, la admiración y la apología explícita de la tortura y del pasado dictatorial. Es por ello que la polarización actualmente existente nos hace rehenes y nos impide construir futuro. ¿Cuáles serían los logros vistos desde sus puntos de vista reales de ser gobierno del bolsonarismo? Para Bolsonaro, el gobierno y sus seguidores los principales logros serían el alineamiento histórico con el gobierno de Estados Unidos; 166 Nuevas derechas autoritarias el corte de gastos (que juzgan innecesarios) de muchos ministerios, principalmente el de derechos humanos; la reducción de la ocupación de tierras por parte de familias organizadas y movimientos sociales; la extinción de los consejos de la administración pública, que son vistos como “formas de crear empleos para amigos” y el paquete “anti-crimen” que endurece la penalización de los crímenes. La propia página de Bolsonaro reúne lo que él considera como los principales hitos de su primer año y medio de gestión. Pero quizás el material más relevante para evaluar el gobierno a partir de sus propios miembros sea el video de una reunión ministerial que se hizo público el día 22 de abril de 2020 tras la autorización de un ministro del Superior Tribunal Federal. El video es parte central de una investigación judicial que trataba de averiguar las acusaciones del exministro Sergio Moro al presidente Bolsonaro. Según Moro, el presidente buscó intervenir políticamente en la Policía Federal para obtener informes de inteligencia y nombrar personas cercanas. Es un material impresionante, en el que podemos ver a los propios ministros en acción. Además de muchas declaraciones escandalosas, es posible observar las tensiones internas del gobierno y un ambiente beligerante. Para ellos, si sus políticas no se han llevado a cabo es porque que hay que radicalizar más. Si hay barreras, hay que eliminarlas, sea con amenazas de prisión o de muerte. Eso es muy explícito, por ejemplo, en la actuación del gobierno contra los pueblos y los territorios indígenas y quilombolas. En febrero de 2020 el gobierno presentó el proyecto de ley 191/2020 para posibilitar la explotación de recursos minerales, hídricos y orgánicos en reservas indígenas. Es algo totalmente anticonstitucional que ha llevado a muchas resistencias, pero ejemplifica el modus operandi del gobierno. Si no logran avanzar en las leyes de flexibilización y de desregulación como les gustaría parten para el ataque, con amenazas discursivas y a la vida en los cuerpos y en los territorios. Con su fuerte racismo institucional, el gobierno Bolsonaro incita a profundizar todavía más uno de nuestros principales males, que es el racismo estructural, buscando no sólo naturalizar un sistema histórico de privilegios y de desigualdades, sino profundizarlo activamente. Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 167 Considerando el carácter militarista del gobierno de Bolsonaro y esta expresión de un pensamiento autoritario, en un país históricamente muy violento como Brasil ¿hay evidencias de que esto ha llevado también a las fuerzas del orden, los militares, a actuar de forma aún más violenta que antes? ¿Hay nuevas prácticas represivas del control social que están siendo implementadas a través de este gobierno? Sí, desde luego. Pero lo curioso aquí es que hay no solo confluencias que llevan a un aumento de la militarización, sino también tensiones entre los militares y Bolsonaro, ya que él —y su clan familiar— está mucho más volcado hacia la lógica paramilitar y a las milicias, que a una concepción de militarización tradicional del Ejército. Hay muchos indicios de que la familia de Bolsonaro está involucrada en el asesinato de la concejala y militante Marielle Franco. Hay incluso pruebas concretas de que quiénes mataron a Marielle Franco eran milicianos que trabajaban con uno de los hijos de Bolsonaro. Este vínculo directo entre un presidente y un grupo de paramilitares, muy fuerte en el estado de Río de Janeiro, es algo insólito que añade un plus de complejidad al asunto porque, obviamente cambian las formas de control social, la propia dinámica de la represión y la criminalización en los territorios (periféricos, claro está) y en los sujetos, no simplemente como una dinámica que viene desde arriba controlada por un ejecutivo y un Estado central, sino que está estimulada y fomentada por un presidente con lazos profundos con estos grupos. Bolsonaro quiere armar la población y principalmente su núcleo más radicalizado. Piensa que con eso tendrá más apoyo de la población en su “cruzada” en la cual moviliza la retórica de la guerra no sólo contra el crimen, las drogas o la seguridad, sino también contra todos aquellos que considera su enemigo. Eso, unido a la “industria del odio”, ha llevado a una incitación permanente de la violencia cotidiana y estructural contra las mujeres, la población LGBTI, los indígenas y los activismos críticos. 168 Nuevas derechas autoritarias Este fenómeno confluye, a su vez, con la lógica de la militarización que trae el Ejército y su evocación a un discurso de la seguridad y del orden nacional con un despliegue más clásico de contingentes y de operaciones, con armas y equipos de guerra para la represión. Si sumamos a eso las propuestas de militarización de escuelas y la implementación de tecnologías de vigilancia más sofisticada, vamos componiendo un cuadro de militarización total. De esta manera, la militarización del gobierno Bolsonaro no tiene que ver solo con la cantidad de ministros militares que tiene, sino con una concepción de militarización absoluta de la política o, como dirían algunos, con la militarización como forma de gobierno. Bolsonaro apuesta por la desestabilización y el caos, mientras los militares históricamente suelen estar preocupados por mantener el “orden”. Eso sí, ambos tienen mucho en común: la apuesta por aumentar la militarización de la vida, de la sociedad y de la política a todos los niveles. Y en todo eso pagamos seriamente las consecuencias de no haber hecho un proceso serio de justicia y de memoria. La lección es clara: es imposible realmente hacer una transición a la democracia, ayer y hoy, si eso no ocurre. En cuanto al rol de Brasil en la geopolítica global y, particularmente, la regional continental ¿cómo ha cambiado el gobierno de Bolsonaro el posicionamiento, la presencia, la acción de Brasil en la región? ¿En qué medida la geopolítica de los movimientos sociales, la solidaridad internacional, han tenido algún efecto en escenarios particulares como el asesinato de Marielle Franco o los incendios amazónicos? En términos de la geopolítica del poder y de los Estados hay un cambio radical en la política exterior y en la proyección internacional de Brasil. Hemos pasado de un escenario de multilateralismo activo (en lo que el exministro de Exteriores, Celso Amorim, denominaba como una “política exterior activa y altiva”) a relaciones bilaterales bastante complicadas. Hay un acercamiento a Israel muy fuerte y a líderes ultranacionalistas; una subordinación total a Estados Unidos con muchas implicaciones, por sus pretensiones intervencionistas e Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 169 imperialistas. Una postura crítica muy fuerte y de tensión con China, lo cual en términos comerciales es un suicidio para la política comercial brasileña. Hubo una pérdida de centralidad de los bloques regionales que era algo importante que teníamos antes: esta idea de Brasil como uno de los impulsores, con todas las contradicciones, de los procesos de integración. En ese sentido, la deriva de la política internacional brasileña fue muy grande, pero eso se debe también a que uno de los bolsonaristas más radicales del gobierno, es el ministro de exteriores, Ernesto Araújo, y sus principales referencias son Steve Bannon y Olavo de Carvalho. Es un tipo que dice que el cambio climático es una conspiración marxista, profundamente negacionista con el tema de la Covid-19 y así por delante. Ahora bien, si miramos hacía el otro lado de la moneda, es decir, hacia una geopolítica de las resistencias, el rol de la solidaridad internacional ha sido importante, pero tímido. Por ejemplo, con el tema del asesinato de Marielle o con los incendios amazónicos, sí hubo muestras de solidaridad muy importantes y muy fuertes, pero a la vez algo efímeras. Eso me lleva a pensar algo más amplio: los cambios de las formas de solidaridad internacionalista, que no tiene que ver solo con Brasil. Diría que hay una especie de desplazamiento de una solidaridad internacional que se daba de manera más permanente, con experiencias, con movimientos, con procesos, y que hoy se está dando de forma más descentrada, con causas, con eventos concretos y de manera más rápida. Podríamos hablar de una reconfiguración de la geopolítica de las resistencias que tenemos que discutir de manera más profunda, y que en el caso concreto de Brasil se había construido de manera muy potente en los años 1990 con el MST y en los 2000 con el Foro Social Mundial y el movimiento alterglobalización. Eso no significa que todo eso se haya perdido, pero sí hay un cambio generacional, de actores, de plataformas y culturas militantes que están repensando los internacionalismos hoy. 170 Nuevas derechas autoritarias Se percibe tensiones dentro del gobierno de Bolsonaro. De un lado, incomodidades de sectores como los militares; y de otro lado, la salida de Sergio Moro. ¿Cómo analizas estas tensiones y en qué medida debilitan de forma determinante al gobierno? De manera muy directa, creo que la alianza entre lo que antes llamé como campo liberal-conservador y el campo autoritario-reaccionario entró en crisis a mediados de 2020. Aquello que había servido como una plataforma de confluencia para derrotar al PT y que permitió la victoria electoral de Bolsonaro se ha resquebrajado. Como buena parte de este campo liberal-conservador tenía en la lucha contra la corrupción su principal bandera, la salida de Sergio Moro del gobierno sentó como un balde de agua fría. La cuestión de fondo en todo eso tiene que ver con cómo este proyecto autoritario-reaccionario aspira a enfrentar de manera muy radical y directa a todos aquellos que intentan quitarle control sobre algo. El bolsonarismo intenta realmente controlar todo directamente dentro del gobierno, chocando con todo lo que escapa de ello. En el caso de Sergio Moro el problema es mucho más profundo, porque tuvo que ver con una interferencia en la autonomía del Ministro y del sector judicial brasileño como un todo, con el objetivo de intentar controlar, frenar e incidir en las investigaciones que involucran a Bolsonaro y a su familia. Eso generó una tensión que es irreconciliable en este momento. Estas tensiones en el gobierno muestran que todas aquellas alianzas y confluencias que fueron posibles entre las derechas en el momento de las elecciones ya no existen más. El horizonte futuro es incierto. Puede que Bolsonaro siga su estrategia de radicalización, aunque esto pueda llevarle tanto al abismo como a tener que pisar el freno. Buena parte de la derecha liberal-conservadora, a su vez, intenta construir ahora una imagen de que aprobó un cambio, pero vio que esto iba tomando rumbos antidemocráticos, o rumbos que no eran los que se imaginaba y salieron del gobierno. Eso puede hacer con que vayan construyendo ya plataforma política y también electoral, de cara al futuro próximo, no necesariamente contra, pero sin Bolsonaro. Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 171 ¿En qué medida todo este proceso ha llevado a una suerte de recomposición en el campo popular y en los movimientos sociales brasileños que han sido más fuertes históricamente y también, de alguna manera, los más sólidos en cuanto a infraestructuras, recursos y logística del continente? Un primer tema central es rediscutir qué es el campo popular hoy. Mi hipótesis es que nuestra imagen de ello está muy determinada todavía por lo que emerge en la lucha contra la dictadura, por la redemocratización y que tiene como fuerzas políticas sociales más visibles a la Central Única de Trabajadores (CUT) en el ámbito sindical inicialmente; y el MST en el campo “movimientista”. Esto carga toda una concepción de trabajo territorial, de autonomía, de cotidianidad vinculado a las comunidades eclesiales de base, a la educación popular, a un acumulo teórico, político y metodológico. Lo que pasa es que hace ya un par de décadas que los movimientos populares cambiaron bastante. En esto hay una tensión importante. Las tensiones no siempre son malas, no siempre paralizan, sino que pueden ser creativas. Por un lado, creo que hay una tensión generacional importante, que tiene que ver con una militancia social del campo popular que nació en los noventa, ya en democracia, y que no vivió la lucha contra la dictadura ni las luchas por la redemocratización. Esa generación no cree que el PT sea una referencia, no cree que la lucha social y las alternativas puedan pasar por una alianza con el Estado. En ese sentido, son más autonomistas y más afines a las tendencias del alter mundialismo y de otros movimientos contemporáneos. Se organizan más por colectivos pequeños, que en grandes movimientos. Prefieren actuar por barrios en vez de tener un gran movimiento nacional. Son luchas pluridentitarias porque actúan en muchos espacios de forma simultánea. Hay, así, varias tendencias que marcan un descentramiento de la forma movimiento social que teníamos antes en Brasil y que colocó al MST como un modelo de movimientos sociales para todos los demás en Brasil y en América Latina. Esto ha hecho que parte de este campo popular haya centralizado mucho la apuesta por la oposición a Bolsonaro, el apoyo al PT, la defensa de los derechos y de la democracia; y otro, haya apostado 172 Nuevas derechas autoritarias más al trabajo comunitario, territorial, por la agroecología, las iniciativas de transición ecosociales y por las luchas concretas. Por otro lado, los territorios y su composición sociopolítica también cambiaron. En los años 1970 y 1980 estaban hegemonizados por perspectivas de la educación popular, de los movimientos populares, por la Teología Liberación, etc. Hoy, esos mismos territorios, están mucho más fragmentados, mucho más divididos, mucho más desarticulados políticamente, dominados y hegemonizados por aquella perspectiva de la que ya hemos hablado fruto del trabajo territorial conservador. Hay muchos desafíos para el campo popular en Brasil, que vive un momento de transición histórica, entre ellos combinar, en el corto plazo, repertorios reactivos de resistencia democrática y de defensa de la vida contra los proyectos de destrucción con proyectos y agendas, de medio y largo plazo, que sean más proactivas y contribuyan a cultivar rumbos distintos y escenarios transformadores. La respuesta del gobierno de Bolsonaro a la pandemia ha sido controversial. ¿Cómo piensas que este momento y esta situación, va a influir sobre el curso del gobierno, su capacidad de llevar adelante su proyecto político? En términos sanitarios, la situación es desastrosa y Brasil acabó siendo uno de los principales epicentros mundiales de la pandemia. Muchos muertos y contagios no contabilizados, porque apenas hay pruebas; los hospitales, sobre todo de Sao Paulo, de Manaos y de otras grandes ciudades, totalmente colapsados. Y a eso se sobrepone la crisis política, con todos los elementos que ya hemos hablado. Muchos esperaban que ante la desastrosa e irresponsable gestión de la pandemia, Bolsonaro perdiera de forma definitiva buena parte de su base de apoyo. Motivos no faltaban: tres ministros de salud en un mes durante la pandemia transmite todo menos seguridad a buena parte de la población, ya acostumbrada a esperar poco del Estado y de los gobernantes. Bolsonaro, además, no sólo cultivó un negacionismo permanente, sino una política proactiva de colisión con las autoridades locales y regionales que, contra su voluntad, defendieron medidas de aislamiento. A pesar de ello, en agosto de 2020, cuando Brasil llegaba a la simbólica cifra de 100 000 muertos por Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 173 coronavirus, el Instituto Datafolha publicaba una encuesta según la cual Bolsonaro lograba el mayor apoyo a su gestión desde el inicio del gobierno, con un 37% de la población considerando su gobierno como “bueno” o “excelente”. ¿Cómo explicar eso? Durante la pandemia la base social del presidente (un núcleo duro de 15 a 20%), no sólo no se deshizo, sino que se radicalizó. Son aquellos que, a pesar de la Covid-19, han convocado manifestaciones todos los días en las calles para defender a Bolsonaro y para criticar la cuarentena. Por otro lado, aunque parte de un electorado moderado que le apoyó en su momento pueda haberse sentido defraudado, el anuncio de la encuesta coincidió con un momento en el que mitad de las familias brasileñas recibían el Auxílio Emergencial del gobierno, destinado a trabajadores informales, desempleados y beneficiarios del Bolsa Familia. Como la pandemia visibiliza y exacerba todas las desigualdades, este dato no es menor. Se une a eso, el hecho de que el discurso bolsonarista sobre la imposibilidad de parar la economía haya calado también precisamente entre las camadas más populares, que viven al día con trabajos precarios o informales y que no se pueden tomar el lujo de parar de trabajar ni tampoco tienen, muchas veces, acceso al agua o condiciones de habitabilidad que permitan el distanciamiento físico. Diría, de todos modos, que hay mucha volatilidad en todo eso. Pero la base radicalizada del bolsonarismo y la disputa por lo popular seguirán ahí. El conflicto abierto con los gobernadores y los alcaldes —incluso parte de aquellos que se eligieron con el apoyo de Bolsonaro— implicará, para el presidente, una mayor dificultad y la necesidad de un cambio de estrategia para construir alianzas, mientras la derecha más moderada intenta rearticularse de forma más autónoma. Independiente de esos movimientos, hay dos cosas que me preocupan mucho: la primera es que parte de la izquierda siga sin aprender de todo eso y mire exclusivamente al ombligo o a las próximas elecciones municipales de 2020 y a las generales de 2022. La segunda es que, más allá de la pandemia, estamos entrando en un escenario muy inquietante para el futuro próximo por las múltiples crisis que ya empezamos a vislumbrar. O cambiamos radicalmente de rumbo o la degradación tenderá a profundizarse. Entrevista: Raphael Hoetmer NUEVAS DERECHAS AUTORITARIAS Conversaciones sobre el ciclo político actual en América Latina Breno Bringel / Marxa Chávez Javier Gómez / Raphael Hoetmer Miriam Lang / Edgardo Lander Alejandro Mantilla / Börries Nehe Nina Pacari / Maristella Svampa Ailynn Torres / Cristina Vega NUEVAS DERECHAS AUTORITARIAS Conversaciones sobre el ciclo político actual en América Latina 1a. Edición Fundación Rosa Luxemburg/Ediciones Abya-Yala Ediciones Abya-Yala Av. 12 de Octubre N24-22 y Wilson, bloque A Casilla: 17-12-719 Quito-Ecuador Teléfonos: 250 6267 / 396 2800 E-mail: [email protected] [email protected] www.abyayala.org.ec Fundación Rosa Luxemburg (FRL) Miravalle N24-728 y Zaldumbide (La Floresta) Quito-Ecuador Teléfonos: (593-2) 255 3771 604 6945 / 604 6946 Email: [email protected] www.rosalux.org.ec Editores: Ferdinand Muggenthaler, Raphael Hoetmer, Ana Robayo, Milagros Aguirre Diagramación e impresión: Ediciones Abya-Yala ISBN: 978-9942-09-715-6 Tiraje: 1000 ejemplares Impreso en Quito, octubre 2020 Esta publicación fue financiada con recursos de la FRL con fondos del BMZ (Ministerio Federal para la Cooperación y el Desarrollo Económico de la República Federal de Alemania). Esta publicación o algunas secciones de ella pueden ser utilizadas por otros de manera gratuita, siempre y cuando se proporcione una referencia apropiada de la publicación original. El contenido de la publicación es responsabilidad exclusiva de las y los autores y no refleja necesariamente la postura de la FRL. ÍNDICE Presentación Ferdinand Muggenthaler A modo de introducción Anatomía del giro autoritario y la derechización 7 11 Raphael Hoetmer Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 33 Entre lo político y lo social; nuevos campos de disputa Maristella Svampa Buena parte de la sociedad colombiana es conservadora 77 ¿Es Colombia un modelo para la nueva derecha? Alejandro Mantilla El movimiento indígena no se ha aliado con la derecha 99 ¿Qué posición tiene el movimiento ante la derechización y el auge del racismo con el levantamiento de octubre en Ecuador? Nina Pacari Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador ¿Qué fuerza tienen los anti-derechos y los evangélicos en Ecuador? Cristina Vega 123 6 Nuevas derechas autoritarias Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 149 ¿Qué raíces y anclajes tiene el bolsonarismo? Breno Bringel Bolivia más allá de la polarización ¿Está retornando la vieja derecha o hay un auge de una nueva derecha? 175 Marxa Chávez No solo los gobiernos son autoritarios, la sociedad también lo es 197 ¿En qué consiste el auge del autoritarismo en el mundo y qué rol juega América Latina? Börries Nehe Los neoconservadurismos y la potencia de los movimientos feministas 215 ¿Qué rol tiene el anti-feminismo para las nuevas derechas en América Latina? Ailynn Torres No estamos en la fase final del capitalismo 235 ¿Qué condiciones económicas están articuladas con la nueva derecha autoritaria? Javier Gómez Para transformar hay que experimentar ¿Dónde hay destellos de esperanza en medio de la crisis global? Edgardo Lander y Miriam Lang 259 PRESENTACIÓN Los primeros pasos para este libro los dimos en otros tiempos. Antes de la pandemia. El ciclo político estuvo marcado por un ascenso del campo autoritario-reaccionario. Este libro se pensó para conocer más de este ascenso de una nueva derecha, pero a partir de marzo 2020 ha sido imposible conversar sobre la situación política de la región sin abordar también los cambios causados por la crisis de la COVID-19. El virus ha golpeado duro el continente —por sus sistemas de salud débiles, mal manejo de la crisis por parte de los gobiernos, corrupción, pero también por el negacionismo de Bolsonaro y Trump. La pandemia está causando mucho sufrimiento, muchos muertos, profundizando las desigualdades preexistentes. Resulta complejo dimensionar sus efectos para el futuro. En este momento incluso puede ser más urgente entender a los actores que pueden influir en la construcción de la mal llamada “nueva normalidad”. Existe el temor de que la vigilancia y la militarización fortalecidas durante la pandemia se queden y profundicen el autoritarismo. También surge la esperanza de que la importancia de los cuidados, que se ha manifestado en este tiempo, empuje economías y sociedades que tengan como centro y finalidad, cuidar la vida. El rumbo pos pandemia va a depender de muchas cosas, pero también de nuestro actuar. Si queremos evitar que las derechas en sus expresiones más peligrosas usen su fuerza ganada o crezcan más en estos nuevos tiempos, tenemos que entenderlas. Con el libro queremos aportar a este entendimiento. No se trata de satanizar a los actores de las nuevas derechas sino de conocerlos. El enfoque de estas páginas es tratar de explicar, desde diferentes aristas, qué tienen de nuevo y cómo lograron ampliar su influencia que se manifiesta, al igual que la pandemia, como un fenómeno global. Los diferentes términos usados en el libro —nueva derecha, derecha reaccionaria/ 8 Nuevas derechas autoritarias radical/autoritaria, fascismo social— para designar a estas tendencias dan cuenta de la complejidad de estas expresiones sociales y políticas en ascenso, que profundizan los racismos y el patriarcado, atacan derechos logrados y —por ende— la vida de los grupos y personas declaradas enemigas. Como dice Breno Bringel desde Brasil, donde tienen con el bolsonarismo el ejemplo más destacado en la región de este fenómeno del que estamos hablando: “Sería un equívoco muy grande hablar de la derecha en singular”. También sería un equívoco quedarnos con la respuesta fácil de que su incidencia se debe a una “falsa conciencia” de quiénes simpatizan con las nuevas derechas, como dice Ailynn Torres en este libro. Puede ser doloroso para las izquierdas, pero es necesario entender —no justificar— qué tienen de atractivo para personas de diferentes clases y estratos sociales estas ideologías reaccionarias. ¿Por qué llegan a gente a quienes las izquierdas, movimientos sociales progresistas o feministas no llegan más o nunca llegaron? Para responder tenemos que enfrentar no solo los intereses y tendencias económicas detrás, sino la diversidad de ideologías y actores en este campo, que pueden ser muy pragmáticos y flexibles en su retórica para lograr una hegemonía cultural y poder político. Abordamos este debate a través de varias entrevistas desde diferentes perspectivas global, regional, por país, por temas. En la última entrevista cambiamos el enfoque y discutimos posibles estrategias para impulsar otras dinámicas transformadoras, en clave de emancipación, justicia social y ambiental. Espero que las reflexiones presentadas en las siguientes páginas sirvan para entender mejor las complejas dinámicas que —para simplificar— han reforzado la tendencia hacia el derecho del más fuerte y la muerte. Que esa comprensión nos sea útil para fortalecer la tendencia hacia la solidaridad y el cuidado de la vida. Agradecimientos Este libro no hubiera sido posible sin el aporte de muchas personas, a quienes quiero agradecer: A los y las entrevistadas y a Maristella Svampa, quienes fueron parte de la discusión del Grupo Permanen- Presentación 9 te de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo y elaboraron más sus reflexiones para este libro. De igual manera a todos y todas las participantes de la discusión de julio 2019, cuyos aportes influyeron en la construcción de esta publicación, pero por falta de tiempo y espacio no aparecen con sus nombres. Un agradecimiento especial merece Ailynn Torres, quien no es parte del Grupo Permanente, pero sí lo es del Grupo Internacional de Investigación sobre Autoritarismo y Contra-Estrategias (International Research Group on Authoritarianism and Counter-Strategies), también un espacio de discusión e investigación de la Fundación Rosa Luxemburg. A Milagros Aguirre y Raphael Hoetmer quienes trabajaron con mucha paciencia y dedicación conmigo en la edición del libro. Estoy muy agradecido con todo el equipo de la oficina de la Fundación en Quito, que me recibió con mucho cariño y me ayudó aterrizar aquí en 2019. Sin su trabajo dedicado, en diferentes roles y bajo las circunstancias difíciles de la pandemia, este libro no hubiera sido posible. Para este libro en particular agradezco a Alexandra Martínez, Belén Cevallos y Leonardo Luna, quienes participaron en la preparación, conducción y edición de entrevistas. Y sobre todo a Ana Robayo que fue parte de la construcción y edición de este libro. Ella interrumpió este trabajo para dar a luz a su hijo, pero se reintegró para ayudar en los últimos toques, a pesar de las noches sin dormir y otras dificultades que suelen acompañar la alegría de tener un bebe recién nacido. Ferdinand Muggenthaler Director de la Oficina Región Andina de la Fundación Rosa Luxemburg A MODO DE INTRODUCCIÓN Anatomía del giro autoritario y la derechización Raphael Hoetmer Ya que el fortalecimiento de estas derechas es muy contrario, tanto a las profecías liberales al estilo de Fukuyama, como a las predicciones desde la izquierda del movimiento histórico imparable hacia la emancipación; nos interesa comprender qué contexto particular hizo posible la emergencia de las nuevas derechas. En cierto sentido, nos preguntamos, ¿si su alcance y significado refleja una irrupción momentánea de un mundo que se está desvaneciendo, o más bien un proyecto de sociedad en auge? Raphael Hoetmer Raphael Hoetmer es investigador, organizador y educador popular, especializado en movimientos sociales, ecología política e interculturalidad. Facilita procesos participativos de diseño de estrategias, campañas y planificación. Ha colaborado con la Confederación Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería y organizaciones comunitarias locales en Piura, Cajamarca, Cusco y Apurimac en Perú. Coordinó el Programa Democracia y Transformación Global y el grupo de trabajo de Ecología Política de Clacso. Es papá de Luna y Munay. Anatomía del giro autoritario y la derechización 15 El presente libro nace del encuentro del Grupo Permanente realizado en Cayambe, Ecuador, en 2019. Nos reunimos para comprender el fenómeno político actual que ha sido llamado “derechización”, “ola autoritaria” o “auge del populismo de la derecha” hasta “fascismo del siglo XXI” de la región. Ello incluye las victorias electorales de Jair Bolsonaro en Brasil, de Iván Duque en Colombia o de Jimmy Morales en Guatemala, el “No” al Acuerdo de Paz en el referendo en Colombia, el gobierno transitorio de Jeanine Añez en Bolivia, y el retorno de la visibilidad de actores militares en los procesos políticos de Brasil, Chile y Bolivia. Como también la fuerte campaña continental en contra de la “ideología de género”, la ofensiva feroz de ampliar las fronteras extractivas, y el creciente poder político, económico, mediático y territorial de iglesias conservadoras (particularmente evangélicas), como parte de la misma situación histórica, muestran un panorama complejo digno de análisis. Las entrevistas reunidas en Nuevas derechas autoritarias. Conversaciones sobre el ciclo político actual en América Latina, sugieren distinguir dos fenómenos relacionados, pero no iguales, que, a su vez, están articuladas a las mutaciones y necesidades del capitalismo global. Distintos autores hablan de una derechización en la región, que viene después (y en reacción) a un ciclo político dominado por los progresismos, y de un giro autoritario después de un periodo más largo de relativa democratización. La distinción es útil porque no todas las derechas son anti-democráticas, mientras que el sentido común autoritario y conservador también está presente en parte de las izquierdas, como aparece en varias entrevistas. Queda claro, que es la articulación entre ambos procesos la que explica su potencia e importancia para el futuro de la región en el momento actual. En el encuentro y ahora en el libro, buscamos interrogar este escenario desde su complejidad, antes que su calificación en términos políticos o morales, justamente para poder informar las estrategias de defensa y ampliación de los derechos, de las autonomías emancipadoras y de la justicia social, cultural, ambiental y política. Por lo tanto, posterior al encuentro, realizamos las nueve entrevistas reunidas en este libro para profundizar las discusiones de Cayambe. La publicación inicia con un análisis de Maristella Svampa, de lo que se percibe como un nuevo ciclo político en la región, con un pro- 16 Nuevas derechas autoritarias tagonismo social y político de las derechas. Siguen cinco entrevistas que analizan las situaciones nacionales de Bolivia (Marxa Chávez), Brasil (Breno Bringel), Colombia (Alejandro Mantilla), y Ecuador (Nina Pacari y Cristina Vega), con enfoques particulares según cada país. En la segunda parte de la publicación se profundiza un análisis más transversal desde cuatro perspectivas distintas: Ailynn Torres analiza el lugar del anti-feminismo en la derechización; Javier Gómez las condiciones económicas que permitieron la derechización; Börries Nehe presenta una perspectiva comparada de la región con lo que llama un autoritarismo internacional; Miriam Lang y Edgardo Lander cierran el libro con un análisis de las implicancias del escenario para la construcción de alternativas en la región. Para darnos cuenta simultáneamente de las tendencias regionales (e inclusive globales) compartidas, y la heterogeneidad de situaciones presentes en la región, propongo leer las entrevistas con cuatro lentes transversales: i) la composición heterogénea del campo de las derechas; ii) el programa y la gramática de la derechización y el giro autoritario; iii) sus raíces históricas; iv) y las estrategias de sus actores protagónicos. Después de comentar cada uno de estos lentes, plantearé unos debates abiertos que dejan tanto el encuentro del Grupo, como los textos presentados aquí. Para cerrar, finalmente, con la identificación de algunos desafíos estratégicos que el libro plantea a quienes apuestan por un cambio emancipatorio. Utilizaré en la introducción el término genérico de “nuevas derechas” para referirme a los distintos proyectos políticos de derechas que han protagonizado la derechización y el giro autoritario, a lo cual Maristella Svampa refiere como una derecha reaccionaria-autoritaria. Hablaré de “nuevas derechas” para indicar que hablamos de una variedad de actores y proyectos políticos, que en buena medida representan una ruptura con las derechas liberales y conservadoras que protagonizaron la política regional en las últimas décadas. La heterogeneidad de las derechas El primer lente para revisar los textos del libro se refiere a la necesidad de comprender las derechas desde su heterogeneidad. A menu- Anatomía del giro autoritario y la derechización 17 do, en nuestras discusiones políticas y análisis nos referimos a la derecha como un bloque monolítico. Como dice Breno Bringel plantea en su entrevista: “Creo que siempre hemos tendido, de alguna manera, a definir las izquierdas en plural, pero hasta hace poco tiempo hablamos de la derecha en singular y este es un equívoco muy grande”. Precisamente las entrevistas en el libro indican la necesidad de un análisis minucioso de la composición de las derechas, como de sus coincidencias, fisuras y líneas divisoras. Para ello, Maristella Svampa y Breno Bringel proponen analizar las derechas de forma procesual, como campos de acción integrados por diversos actores que están en evolución constante. En términos generales, podríamos identificar tres campos de derechas distintas en el libro, con graduaciones internas y límites borrosos entre ellos, a lo que Maristella Svampa alude como: i) un campo liberal-democrático; ii) un campo neoliberal conservador; y: iii) un campo reaccionario-autoritario. Los actores de estos campos se encuentran y articulan, o confrontan y compiten, dependiendo de las condiciones del momento de la sociedad ya que comparten ciertas agendas, mientras que divergen frente a otras. Situaciones concretas, como el referendo sobre el Acuerdo de Paz en Colombia, la propuesta de legalizar el aborto en Argentina, o la lucha contra la corrupción y la defensa del Estado de derecho en el Perú han provocado más bien enfrentamientos políticos entre distintas derechas. El campo liberal-democrático, que en América Latina suele ser reducido, tiene una agenda más enraizada en el liberalismo clásico, que combina la apuesta por la globalización y el capitalismo neoliberal en el campo económico; la tecnocracia en lo político, con un compromiso de los derechos humanos, la separación de poderes, e inclusive el compromiso con el Estado laico. El campo neoliberal-conservador integra particularmente a las élites históricas latinoamericanas, comparte con el campo anterior su apuesta por el capitalismo neoliberal y un compromiso —más pragmático y limitado— con la institucionalidad democrática y los derechos humanos, pero está arraigado en un imaginario conservador —generalmente religioso— y una defensa sólida de las jerarquías históricas de clase, género y a menudo de raza. 18 Nuevas derechas autoritarias Finalmente, los actores que integran el campo reaccionario-autoritario rompen con el legado liberal de las derechas, con una legitimación abierta de valores y prácticas autoritarias; discursos y prácticas que buscan eliminar al otro/al diferente; una mayor práctica de populismo, basada en la identificación del enemigo común; un desprecio hacia la meritocracia y las ciencias; una apuesta por un capitalismo menos regulado por instituciones internacionales, sino dependiente de las iniciativas de los sectores empresariales en los países. Cuando en las distintas entrevistas, los autores y las autoras se refieren a la derechización y el giro autoritario, lo hacen desde el avance del campo reaccionario-autoritario en su capacidad de movilización e influencia política en la región. Los artículos del presente libro identifican que este campo está integrado por sectores religiosos conservadores, militares, y empresariales, además de sectores vinculados a las economías ilegales en varios casos. La composición precisa del campo reaccionario-autoritario difiere por país, en consecuencia, de la trayectoria histórica de cada caso. Hemos querido indagar particularmente, a través de las entrevistas con Ailynn Torres y Cristina Vega, sobre el rol de los sectores religiosos conservadores en el proceso de derechización. Han marcado la agenda con su campaña en defensa de la familia tradicional, que ataca una serie de reivindicaciones y conquistas de los movimientos feministas, de mujeres y de diversidad sexual, para lo cual fabricaron la noción de la “ideología de género” (parecida a la del “marxismo cultural”) que buscaba instalar un antagonismo claro para sostener su estrategia. Sin embargo, su influencia ha ido mucho más allá de su agenda central, como evidenció el rol decisivo en el “No” al Acuerdo de Paz en Colombia de sectores evangélicos, o el respaldo a la expulsión de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CCIG). También han sido decisivos en procesos electorales alrededor del continente (Brasil y Guatemala como ejemplos por excelencia). La gramática de la derechización y el giro autoritario Esta se sostiene en su diagnóstico de una sociedad en caos y decadencia, como consecuencia de la pérdida de valores e instituciones Anatomía del giro autoritario y la derechización 19 tradicionales, y de la corrupción y perversión de las élites culturales y políticas. Las nuevas derechas plantean restaurar y defender los derechos e intereses de supuestas mayorías silenciosas, mediante el retorno a la familia “tradicional” o “natural” como cimiento del orden, como explican Ailynn Torres y Cristina Vega en sus entrevistas. La defensa de la familia y de los valores tradicionales, se articula con la defensa de la comunidad nacional, frente a los impactos de globalización neoliberal. Las nuevas derechas proponen entonces una suerte de re-soberanización, para —al menos en el discurso— retomar el control de la economía y de los recursos naturales para el interés nacional y popular. Ello rompe parcialmente con las políticas y el discurso neoliberal que apuntaba a la mayor liberalización del mercado global posible, porque en realidad nunca desaparecieron los mecanismos de protección de las economías más fuertes del mundo. La articulación de estos elementos lleva al carácter autoritario (y populista, como indica Maristella Svampa) de las nuevas derechas, que, frente a la democracia-liberal, la globalización y los derechos humanos que habrían llevado a las sociedades al caos, plantean que el orden nace de la autoridad del padre de la familia y del líder carismático, el padre de la nación. Según Börries Nehe esto es facilitado mediante: La movilización permanente del miedo, una especie de neurosis politizada (…). Se trata de perpetuar la neurosis. Contra quién se moviliza es el miedo, entonces casi al azar. En el Brasil, el PT y los ‘marxistas culturales’ son señalados como el enemigo central, en Filipinas son los traficantes de drogas, en Turquía los kurdos y los liberales, en Europa los migrantes. En el caso, de América Latina este “otro” puede diferir por países, pero suele incluir a los/las izquierdistas, las feministas, los/las migrantes, y posiblemente los/las indígenas, afrodescendientes, y sectores populares marginalizados. A las nuevas derechas, la identificación del “otro” les permite el uso de un lenguaje o práctica política enraizada en la noción de “guerra”, tal como ha sucedido en otros regímenes autoritarios durante la historia. La particularidad puede ser que los discursos y prácticas anti-democráticas se ejercen a través de la democracia y están enraizadas en un autoritarismo social ampliamente presente en los sectores populares de la región. 20 Nuevas derechas autoritarias Un tercer elemento fundamental de las nuevas derechas es el horizonte de sentido que ofrece en términos del éxito y el progreso arraigado en las lógicas del emprendimiento y una suerte de neoliberalismo popular, que apuestan por el progreso y la superación individual, desde la comprensión de que “la dignidad y el prestigio” se conquistan en el mercado. En esta publicación, Ailynn Torres y Cristina Vega evidencian cómo las iglesias conservadoras tuvieron un papel fundamental en ofrecer un discurso moral para sostener la derechización, que articula la defensa del orden patriarcal y la familia tradicional como base de una sociedad en orden, con una “teología de la prosperidad”, muy presente en los evangelismos, que plantea horizontes del éxito basados en el esfuerzo individual, el emprendimiento, la meritocracia y el mercado capitalista, sin problematizar los obstáculos estructurales hacia ello. De esta manera, los actores de las nuevas derechas han establecido una narrativa de una confrontación entre un comunitarismo popular frente al cosmopolitismo de las élites mediáticas, académicas y culturales, quienes supuestamente han impuesto “la ideología de género”, “el marxismo cultural” y los derechos de las minorías al pueblo, generando una sociedad confundida y caótica. Esto permite un doble antagonismo, con el neo-liberalismo tecnocrático, meritocrático y globalista, como con los sectores de izquierda y movimientos emancipatorios. Y estos antagonismos, responden a los miedos e inseguridades reales, consecuencia de la desigualdad, exclusión y violencia en nuestras sociedades, donde se busca protección y orden en figuras tradicionales de autoridad, incluyendo del “hombre fuerte” o “el caudillo”. Sin duda, esto representa una defensa de un pasado (y una comunidad) imaginada (que probablemente nunca ha existido), en clara reacción ante los avances de las agendas feministas, del movimiento de diversidad sexual o de los movimientos indígenas y afroamericanos, quienes han logrado avances en el reconocimiento de sus derechos, legitimidad y existencia mediante la legislación, visibilidad pública, aceptación popular y el reconocimiento de la diversidad cultural. Frente a ello, cabe preguntarse: ¿si la derechización ha movido nuestras sociedades a la derecha, o si más bien, hay una polarización cada vez Anatomía del giro autoritario y la derechización 21 mayor entre poblaciones con valores, imaginarios políticos y proyectos económicos opuestos, quienes han constituido campos políticos profundamente enfrentados? Historia y trayectorias de las nuevas derechas Un tercer lente fundamental, que ayude a comprender los escenarios diversos en la región, es el de la historia. Ya que el fortalecimiento de estas derechas es muy contrario, tanto a las profecías liberales al estilo de Fukuyama, como a las predicciones desde la izquierda del movimiento histórico imparable hacia la emancipación; nos interesa comprender qué contexto particular hizo posible la emergencia de las nuevas derechas. En cierto sentido, nos preguntamos, ¿si su alcance y significado refleja una irrupción momentánea de un mundo que se está desvaneciendo, o más bien un proyecto de sociedad en auge? La derechización y el giro conservador contemporáneo, al que se refiere Maristella Svampa, tienen raíces profundas en una historia más larga en la región, de dominio de las derechas y de predominio de una cultura política autoritaria. Ella fue interrumpida por un ciclo político democratizador basado en procesos de movilización amplias, primero frente a las dictaduras y luego en contra de la continuidad de las políticas neoliberales, como lo señala con mucha claridad Breno Bringel para el caso de Brasil. En términos políticos estatales, este ciclo llevó a las transiciones democráticas (inconclusas en varios países), y a los gobiernos progresistas, mientras que en términos sociales y culturales transformó (parcialmente) patrones de poder patriarcales, coloniales y clasistas en nuestras sociedades. Este ciclo de (relativa) democratización social y política tiene resultados contradictorios. Se producen procesos de transformación cultural basados en la expansión de derechos, que empiezan a desarmar los sistemas de dominación históricas del patriarcado, la colonialidad y el racismo y clasismo, pero sin una transformación estructural de los procesos económicos y relaciones materiales. En consecuencia, como señalan Javier Gómez y Börries Nehe, aquí se produjo la continuidad (e inclusive profundización en algunos casos) de la desigualdad, la exclusión y precarización de la vida, y de la ma- 22 Nuevas derechas autoritarias triz extractivista de las economías de la región, que se intensificaron con la crisis económica y financiera del 2008/2009. Ambos procesos generan emociones de inseguridad y miedo en sectores amplios de la población. Los escándalos de corrupción y la crisis del progresismo como horizonte emancipatorio y como proyecto de gobierno eficiente generaron la estructura de oportunidad política adecuada, para que la gramática de las nuevas derechas se inserte en el debate político y conversar con más sectores de la población, en búsqueda de romper los pactos sociales e institucionales instalados por los progresismos. En este sentido, Maristella Svampa propone entender a la derechización como signo del fin de un ciclo político, marcado por el “agotamiento del progresismo como lenguaje y agenda común”. El cierre de este ciclo político —y la apertura societal a otro, como identifica Breno Bringel en Brasil— se ha dado de formas muy variadas en la región. Él plantea al bolsonarismo como un proyecto político que surge en contra de un ciclo democratizador en la sociedad brasileña, basado en “pactos de la transición democrática” que implicaba actores desde la izquierda hasta la derecha conservadora. Alejandro Mantilla señala que Álvaro Uribe en Colombia (y se podría sumar a Alberto Fujimori en el Perú) representa una derecha reaccionaria-autoritaria temprana. Marxa Chávez identifica las raíces de la nueva derecha boliviana en un proceso más largo de reivindicación de identidades regionales, y un proceso complejo —y pragmático— de alianza y oposición de las derechas al gobierno del MAS, además describe los sucesos confusos y contradictorios que llevó un tipo de nueva derecha al gobierno transitorio en Bolivia. Finalmente, Cristina Vega y Nina Pacari muestran un caso ecuatoriano más complejo o difuso, marcado aún fuertemente por el progresismo de Rafael Correa que devino en conservadurismo con matices autoritarios. Las estrategias de las nuevas derechas Un cuarto eje de análisis presente en el conjunto de textos se refiere a las estrategias de los actores que integran el campo reaccionario-au- Anatomía del giro autoritario y la derechización 23 toritario. La capacidad y efectividad de las nuevas derechas de avanzar sus agendas, ha dependido de dos factores claves. De un lado, de la capacidad de reacción a oportunidades y coyunturas políticas, desde un trabajo estratégico y de acumulación de fuerzas de largo plazo. Cristina Vega señala en su entrevista que la capacidad de incidencia de las iglesias evangélicas en este escenario se basa en la construcción de una articulación entre un movimiento religioso, social y político durante treinta años. En Bolivia y Brasil la derechización responde a los intereses de sectores empresariales de ampliar la frontera agrícola y extractiva a nuevos territorios. Y si bien los militares nunca dejaron de ser un actor fundamental en la política latinoamericana, su retorno al protagonismo en Brasil, Chile y Bolivia, revela su interés de defender determinados intereses y proyectos económicos y políticos en el momento actual de forma más visible. El otro elemento clave, para explicar la derechización es la capacidad de generar ensamblajes o articulaciones entre distintos proyectos de derechas para armar bloques de poder o campos de acción políticas más complejas y potentes, capaces de actuar de forma multidimensional según lo que exigía cada situación. En Colombia, la derecha uribista en alianza con distintos poderes fácticos, incluyendo las iglesias evangélicas, lograron movilizar a una parte sustancial del pueblo colombiano en contra del acuerdo de paz, como analiza Alejandro Mantilla. Breno Bringel nos muestra cómo en Brasil se combinó el anti-PTismo, la agenda moral conservadora, la lucha contra la corrupción con los temas no cubiertos por la izquierda, generando un discurso del pueblo, que permitía articular y radicalizar el campo de la derecha. Tanto los proyectos estratégicos, como las políticas de alianzas coyunturales, tienen una relación cercana, múltiple y compleja del surgimiento de las nuevas derechas con las izquierdas y progresismos. De un lado, las nuevas derechas son profundamente anti-izquierda, y han generado alianzas amplias en base de este antagonismo, particularmente en los países con gobiernos progresistas. Javier Gómez señala: 24 Nuevas derechas autoritarias Hay una frustración profunda sobre lo que entendimos como la administración de la política, de lo común, en todo el mundo. La izquierda no pudo ser la alternativa. Nos convertimos nomás en parte del establishment, adornados, lógicamente, con un discurso más cercano a la gente, pero, al final, incorporamos en nuestro quehacer permanente cotidiano el clientelismo, la corrupción, la criminalización, la persecución. En segundo lugar, el espacio político tomado por las derechas es el espacio dejado por las izquierdas e inclusive por los movimientos sociales, que han perdido contacto con sus bases sociales, particularmente frente a temas como la inseguridad, como identifica Breno Bringel. Y, en tercer lugar, las nuevas derechas se han apropiado de discursos, repertorios y prácticas de las izquierdas, generando discursos propios sobre los derechos de los pueblos, e implementado los aprendizajes de los movimientos sociales y de los progresismos de las décadas anteriores. Los distintos casos evidencian, además, una capacidad de las derechas de usar los aprendizajes del ciclo político anterior protagonizado por progresismos y movimientos sociales, para canalizar las energías populares de las protestas. Se puede decir que las nuevas derechas han tomado en serio las perspectivas gramscianas en torno de la necesidad de construcción hegemónica, resultando en estrategias complejas para disputar distintos espacios de poder en la sociedad. Breno Bringel, Maristella Svampa, Alejandro Mantilla y otros señalan que las derechas realizan estrategias de acción multi-dimensionales: de incidencia y participación política, y de acción en las calles, territorios, las redes sociales, medios e instituciones. A la vez, se aplica una política de ocupación de las instituciones, desde una perspectiva anti-estatista, a utilizar estos espacios para promover determinados intereses y agendas políticas particulares de su movimiento, como lo analiza Breno Bringel al reflexionar en estas páginas sobre el caso de Brasil. La implementación de esta estrategia política se basa en una alianza de clase, entre élites que temen perder poder (ante un capitalismo de información y globalizado), una clase media que pierde seguridad, y una clase popular precarizada, que ataca la imagen del Anatomía del giro autoritario y la derechización 25 capitalismo actual, sin atacar sus bases económicas. Vemos un nuevo populismo de derecha, con un discurso nacionalista y anti-establishment, pero financiado, implementado y hasta representado por las propias élites. Distintas agendas e intereses se han articulado, al calor del anti-progresismo, y con base en la lógica de la polarización y los populismos, como lo analiza Maristella Svampa. Solo, de esta forma, grupos relativamente pequeños pueden catapultar sus intereses y proyectos a espacios más amplios. Las nuevas derechas y el capitalismo contemporáneo El conjunto de artículos (y la discusión en Cayambe) también muestra algunas discusiones irresueltas y más temas por indagar. Si bien, es evidente que la derechización y el giro autoritario se articulan con una serie de evoluciones del capitalismo global y sus manifestaciones regionales, como analiza Javier Gómez en su entrevista, hay matices en su interpretación. La concentración del poder y capital en manos de las élites y de los grupos corporativos en el mundo, y su creciente control sobre los medios energéticos, financieros y de la reproducción de la vida (alimentarias, medicinales, etc.), se ha mantenido o profundizado en las últimas dos décadas, tanto en contextos de gobiernos progresistas como neoliberales (aunque con configuraciones distintas). Börries Nehe señala aquí: Lo que vemos en muchas partes del mundo es que una parte del programa neoliberal, a saber, es la colonización de los mundos de la vida, la cosificación de todo, el control molecular de los cuerpos, la monetarización, economización, financialización de la naturaleza, etc., continúa progresando e incluso se está expandiendo rápidamente y de forma aún más violenta. Las entrevistas sobre Bolivia, Brasil y Colombia indican que la ampliación de las fronteras del capital a nuevos territorios, podía darse con mayor facilidad mediante dispositivos de despojo nuevos permitidos y facilitados por el desarme de las protecciones —que eran débiles y limitados— de la institucionalidad neoliberal. 26 Nuevas derechas autoritarias Visto así, surge el debate que representa o significa, la derechización en términos de las mutaciones del capitalismo contemporáneo. Desde la crisis del 2008/2009 se puede percibir presiones por la transformación de la institucionalidad neoliberal, para superar los límites —débiles, pero existentes— a la expansión del capital a nuevos territorios y dimensiones de la vida. Ello ha resultado en variantes más autoritarias y conservadores o más institucionales del capitalismo. En cierto sentido, los progresismos fueron parte de este proceso de modulación, encargándose de reformas que gobiernos neoliberales no lograron, particularmente en el área de las industrias extractivas. Hay un debate si la derechización y el giro autoritario, integran meramente un ajuste del neoliberalismo, o si se inscribe en la generación de un capitalismo distinto, con características más clientelares, nacionalistas, autoritarias, salvajes y posiblemente mafiosas, frente al capitalismo neoliberal, con un carácter más cosmopolita y globalizado, tecnocrático e institucionalista. La naturaleza del capitalismo contemporáneo lleva a un segundo debate, a lo cual aluden los artículos de Breno Bringel, Alejandro Mantilla y Marxa Chávez, que es el rol de las economías ilegales y mafiosas en las mutaciones del capitalismo contemporáneo. El enorme peso económico, y sus lazos sólidos con los actores económicos, políticos y jurídicos formales, de los actores vinculados al narcotráfico, la minería ilegal, la tala ilegal de bosques, el tráfico de la biodiversidad y otras actividades ilegales lucrativas, sugieren que son una parte central del capitalismo contemporáneo, y no una dimensión separada de ello. Se puede percibir en distintas partes de la región —tanto en zonas rurales, como en sectores urbano-populares de las grandes ciudades— procesos de re-territorialización, que van generando constelaciones políticas y tejidos sociales locales, que asumen soberanía de facto sobre distintos espacios. A estos territorios y lógicas de reproducción de la vida, ligados a las economías ilegales, grises e informales, se suman los casos donde asociaciones entre un Estado represivo y grandes corporaciones, llevan al uso de la militarización y declaración de estados de emergencia para poner territorios y poblaciones a disposición de la expansión Anatomía del giro autoritario y la derechización 27 extractiva. Ambos fenómenos —que tienen raíces profundas en la historia de la región— se pueden percibir como el auge de territorios de excepción en las Américas, donde están suspendidos los marcos de derecho y la democracia, que tenían cierta vigencia en el ciclo neoliberal y progresista. Excepcionalidades que amenazan particularmente a los proyectos de autonomías emancipadoras, que han estado siempre al centro del debate en el Grupo. Otra mirada, sin embargo, plantearía que estas “excepciones” en realidad son una situación estructural y constitutiva de nuestras sociedades. Las para-economías sostienen a las economías legales, mientras que la para-política y para-legalidad, estructuran y controlan a las instituciones políticas, sistemas jurídicos, y espacios culturales oficiales. En cualquier escenario, generan un régimen de acumulación, que contribuye al caldo de cultivo que permita la derechización, y que entreteje profundamente los procesos económicos formales e informales, legales e ilegales en un solo capitalismo contemporáneo con claros rasgos mafiosos y criminales. Desafíos para la transformación Estos textos presentan un escenario complejo y contradictorio para América Latina, donde, por un lado, parece avanzar hacia una época pasada con la emergencia de las nuevas derechas, pero a la vez, se mantiene la fuerza de los movimientos de la sociedad a favor de la justicia de género o en contra del racismo. El renovado poder político de los sectores conservadores evoca el poder histórico de la Iglesia católica, pero se encuentra también como parte sustancial de la sociedad que es más laica que nunca. El renovado autoritarismo político, se da dentro de un marco político formalmente democrático y se encuentra con una población más informada que nunca, y con escenarios de movilización regulares capaz de movilizarse en defensa de distintos temas. Y nos mantenemos como una región que suministra materias primas, ahora principalmente a China, pero donde el debate alrededor del cambio climático y el futuro de distintos territorios es inevitable, debido a las resistencias de distinto tipo en defensa de los territorios y otros modos de vida. 28 Nuevas derechas autoritarias Los desafíos estratégicos señalados en las distintas entrevistas, han adquirido otro peso en el contexto de la pandemia. El performance de las nuevas derechas ya había tenido muchas dificultades previamente, inclusive de eficiencia y eficacia en la gestión, como evidencian las entrevistas de Breno Bringel, Alejandro Mantilla, Marxa Chávez, Nina Pacari y Cristina Vega. Pero la respuesta a la Covid-19 evidenció su incapacidad o falta de voluntad de políticas de cuidado que quedan en gran parte a cargo de los esfuerzos propios de la gente organizada, y de los sistemas sanitarios abandonados en la región. La pandemia ha evidenciado los enormes pendientes del siglo democratizador: la desigualdad, el racismo sistémico y la exclusión de servicios sociales decentes para las grandes mayorías. La apuesta por una transformación de la sociedad basada en el cuidado y en lo común surge como más necesaria que nunca. Sin embargo, considerando las diferencias según países, no es tan evidente que actores tengan la fuerza para llevarla adelante. Los análisis presentes en el Grupo y en los textos de este libro evidencian que la derechización y el giro autoritario responden a procesos estructurales, pero también a una convergencia de situaciones muy particulares en el momento actual, que han permitido articulaciones y equivalencias de agendas e intereses, que no lo son necesariamente. En consecuencia, el futuro de estos procesos está abierto y depende de una serie de desafíos para las fuerzas emancipadoras, que están presentes en el conjunto de los textos y con lo cual cerramos esta introducción. El doble desafío de la polarización La gramática anti-elitista de las nuevas derechas ha permitido una doble polarización que es movilizada de diferentes formas según el contexto. De un lado, las nuevas derechas se enfrentan con las élites tecnocráticas del neoliberalismo globalizado, y del otro lado, con las izquierdas y los movimientos del “marxismo cultural”. Estos dos antagonismos dan un margen muy amplio de iniciativa política, y constituir un campo político, que deja poco espacio para otros ac- Anatomía del giro autoritario y la derechización 29 tores que no se hallan en la disputa entre progresismo y derechas, o entre fuerzas de derecha. Para los múltiples feminismos, ecologismos, movimientos indígenas y antirracistas implica el desafío: ¿cómo tomar la iniciativa para salir de una polarización que no cuestiona los temas de fondo que son centrales en sus luchas? Marxa Chávez lo plantea así, en relación al enfrentamiento entre las derechas y el MAS en Bolivia: “Ahora, lo que no le conviene a ninguno de los bandos es una postura que no sea “intermedia”, sino que se salga de esa cancha de juego y que reposicione el antagonismo de las luchas frente a las alianzas estado-capital-patriarcado”. Del otro lado, en el marco de la polarización se presentan oportunidades de alianzas situacionales: ¿Cómo relacionarse con sectores liberales-democráticos o progresistas que puedan compartir determinadas agendas (como las de los derechos sexuales y reproductivos), pero en otros escenarios serán adversarios de las agendas emancipadoras? ¿Es posible crear bloques y alianzas políticas capaces de generar una polarización distinta con las nuevas derechas, desde la defensa de derechos y democracias? El Estado y la democracia liberal Una de las preguntas interpeladoras, que la derechización y el giro autoritario nos plantea es: ¿Indica esta fenómeno un fracaso estructural de la democracia-liberal? ¿O estamos en un cambio temporal de la correlación de fuerzas? ¿Y qué implica ello para la acción política? Desde los movimientos emancipadores se ha cuestionado al Estado liberal, por ser una expresión de los patrones de dominación presentes en nuestras sociedades. Hemos luchado por ampliar los marcos de derechos hasta otros ámbitos para cuestionar el modelo económico dominante. Pero, el ataque a las instituciones democráticas y el garantismo liberal de parte de proyectos políticos que han llegado al poder mediante elecciones nos plantea el dilema ¿en qué medida y de qué formas defender a instituciones y marcos de derechos imperfectos e insuficientes, pero existentes, ante las amenazas? 30 Nuevas derechas autoritarias Un dilema similar presenta el escenario de la pandemia. Desde los movimientos emancipatorios ha habido siempre una crítica ante las lógicas tecnocráticas de nuestras sociedades, y al uso, de las ciencias para imponer determinados “verdades” y “conocimientos” sobre otros saberes y verdades marginalizadas particularmente de los pueblos indígenas, afro-americanos, campesinos, mujeres y disidencias sexuales. Pero, el uso de Bolsonaro y Trump de la desconfianza ante cualquier conocimiento científico o riguroso, termina siendo la base para su poder, donde es la palabra del más fuerte que termina siendo la verdad. ¿Cómo podemos simultáneamente cuestionar el lugar intocable de las tecnocracias y ciencias, reivindicar los saberes populares y ancestrales, y contestar a las lógicas del fake news? La economía, la seguridad y la reproducción de la vida Los artículos de Breno Bringel, Cristina Vega, Javier Gómez y Ailynn Torres muestran que las nuevas derechas han podido surgir movilizando los sentimientos de miedo, como también por la precarización e inseguridad reales, que enfrentan las poblaciones en América Latina. Ante ello, los actores de las nuevas derechas ofrecen una serie de formas de amparo, aunque posiblemente más en los discursos que en la práctica. Ante el abandono de las izquierdas de las discusiones en torno de la seguridad pública, las nuevas derechas proponen mano dura y orden. Ante la precarización de la vida, las iglesias evangélicas ofrecen un sentido de comunidad y ciertas prácticas de solidaridad y cuidado mutuo. Ante la falta de perspectiva, aparecen las economías ilegales e informales y la promesa del emprendedor como posibilidades de progreso concreto. En consecuencia, un desafío grande es la propuesta de la economía y la reproducción de la vida en general, que se plantea desde los sectores emancipadores, que Javier Gómez resume así: El neoliberalismo permanece más allá de sus propias contradicciones en la política porque no tenemos una respuesta a la pregunta: ¿Cómo construimos una economía del cuidado?, ¿cómo hacemos de lo común lo que nos permite producir?, ¿cómo hacemos que eso sea el espacio de la reproducción y de la producción? Es un sueño. Anatomía del giro autoritario y la derechización 31 Si bien es cierto, que la mayor esperanza de una transformación civilizatoria actualmente se encuentra en los muchos ejemplos enormemente valiosos y valientes de construcción de alternativas concretas en todos los campos de la sociedad (desde el campo de la tecnología y la educación alternativa, pasando por la justicia de género, hasta la agro-ecología y transición energética), también es cierto que en muchos casos las economías comunitarias aún no permitan satisfacer los estándares de bienestar material que buscan sus integrantes, abriendo el camino a lógicas económicas anti-comunitarias. Probablemente, las alternativas reales que se proponen desde este campo, requiere una ruptura con los valores y prácticas del consumismo, que están muy enraizados en la mayoría de las poblaciones de la región. Este diagnóstico nos plantea otras preguntas en torno de las conexiones y escalas de la política emancipatoria. Ya que las experiencias locales en sí mismo son insuficientes para transformar la sociedad completa, nos preguntamos: ¿cómo se pueden tejer y articular estos procesos locales en nuevas formas organizativas y más ampliamente, en un internacionalismo localizado? Y ya que, enfrentamos un sistema que articula distintas lógicas de dominación y explotación, ¿cómo se pueden relacionar las distintas apuestas y lógicas de transformación dentro y fuera del Estado? La esperanza y los horizontes de sentido Las nuevas derechas parecen haber propuesto un horizonte de futuro, aunque basado en la tradición, a las sociedades latinoamericanas (y más allá) en el momento en que los sectores populares y clases medias de formas y dimensiones distintas, perdieron la fe en los horizontes propuestos por los progresismos y las izquierdas. Su horizonte combina nociones de cambio, a partir de la crítica profunda a las élites políticas y la promesa de progreso económico, con nociones de restauración y orden, prometiendo formas retornar a pasados imaginados de seguridad basado en el orden de la familia, la fe y de la nación, con claras connotaciones de supremacía blanca/racistas como se puede ver en Brasil y los EEUU. 32 Nuevas derechas autoritarias De distintas formas, el discurso del emprendimiento, como las religiones, dan una perspectiva de esperanza, que mucha gente no encuentra en el campo de las izquierdas. De allí, se desprende entonces el desafío de construcción de horizontes de sentido esperanzadores, que puedan sostener y articular distintas luchas por la democratización y la justicia social. En la actualidad se percibe, que los escenarios de protesta que siguen produciéndose alrededor de la región, muchas veces se organizan más con base en la indignación, la denuncia y la reacción ante la injusticia —que sin duda es importantísimo—, que en base de propuestas alternativas articuladas para la sociedad. Las nociones de cuidado y de la sostenibilidad de la vida, planteadas particularmente desde los feminismos, aunque también por los ecologismos, movimientos indígenas y campesinos, parecen ser una de las narrativas alternativas más potentes en el contexto actual. La emergencia de las nuevas derechas justamente ataca la gramática del sostenimiento de la vida, al apropiarse de elementos del discurso feminista (el rechazo a la violencia, la defensa de la vida) para deshacerse de la mirada de género. En un momento histórico en el cual los cambios radicales son más necesarios que nunca, pero la propia ofensiva del campo reaccionario-autoritario evidencia que enfrentamos condiciones adversas. Para ello es necesario repensar estas cuestiones, aprendiendo de la historia de las últimas décadas y de la práctica concreta de los movimientos. Los artículos en este libro, y particularmente el aporte de Miriam Lang y Edgardo Lander en la última entrevista, dan elementos para este debate, que sin duda tendrá que seguir. LO QUE LAS DERECHAS TRAEN A LA REGIÓN LATINOAMERICANA Entre lo político y lo social; nuevos campos de disputa Maristella Svampa Los progresismos latinoamericanos, con sus enormes deficiencias y contradicciones, buscaron implementar un proyecto político de corte igualitario, en contraste con la era neoliberal. Sin embargo, con el correr de los años, más allá de los procesos de democratización, se fueron transformando en modelos de dominación más tradicional, en populismos de alta intensidad. Maristella Svampa Maristella Svampa es licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y Doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París. Actualmente vive en Buenos Aires y es investigadora Superior del Conicet y Profesora Titular de la Universidad Nacional de La Plata. Ha recibido varios premios y reconocimientos, entre los cuales se destacan el Premio Kónex de platino en Sociología (2016) y el Premio Nacional de Ensayo Sociológico por su libro “Debates latinoamericanos. Indianismo, Desarrollo, Dependencia y Populismo” (2018). Es coordinadora del Grupo de Estudios Críticos e interdisciplinarios sobre la Problemática Energética (www.gecipe.org). Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 37 “Estados Unidos se enfoca en aquellas áreas donde hay problemas, como el Medio Oriente. No invierte mucho tiempo en América Latina, pues es como un perro simpático que está durmiendo en la alfombrita y no genera ningún problema”. (Pedro Pablo Kuczynski, 2017, en la Universidad de Princeton). “Que acabe con la ideología implantada por el anterior Gobierno que pretendía tapar en la mente de nuestros niños lo que está en la Constitución, que dice que la familia es la unión de un hombre, una mujer y sus hijos”. (Marcos Galdino Júniors, Pastor evangélico, Iglesia Asamblea de Dios, 2018, Brasil). Introducción1 Hasta hace pocos años se consideraba que América Latina, representada por los gobiernos progresistas, se hallaba a contramano del proceso de radicalización del neoliberalismo, que hoy atraviesa Europa y los Estados Unidos, con sus consecuencias en términos de aumento de las desigualdades, xenofobia y antiglobalismo. Sin embargo, en los últimos tiempos, nuevos vientos ideológicos recorren la región. El final de ciclo progresista, al menos como lo conocimos, es un hecho consumado, en términos de gobierno, de alianzas regionales y clima de época. El fin de ciclo implicó el ocaso del progresismo como lingua franca. Los elementos modulares que caracterizaron esta lengua común fueron el cuestionamiento del neoliberalismo, asociado a los 90; un discurso igualitario que apuntó a la inclusión social, muy especialmente a través de programas sociales y el impulso del consumo; la implementación de políticas económicas heterodoxas y, por último, 1 Escrito en 2019. 38 Nuevas derechas autoritarias la aspiración a la construcción de un espacio latinoamericano, desde los cuales pensar la integración regional. Sin duda, la consolidación de una hegemonía política progresista, asociada a estos cuatro elementos modulares, estuvo ligada al boom de los precios internacionales de las materias primas. A lo largo del ciclo progresista (2000-2015) hubo quienes tendieron a identificar de manera más o menos automática Progresismos e Izquierdas. Sin embargo, a nivel nacional y regional, desde las izquierdas, la clarificación de lo que se entendía por Progresismo fue objeto de ásperos debates e interpretaciones, sobre todo en relación a cuestiones ligadas a la concepción del cambio social, el rol de los movimientos sociales y las estrategias de desarrollo, entre otras. Dichas pujas revelaron la tensión creciente entre diferentes narrativas políticas descolonizadoras, sobre todo entre la narrativa nacional-desarrollista y aquella indianista, las cuales tuvieron un gran protagonismo en el cambio de época, esto es, en el cuestionamiento de la hegemonía neoliberal y la apertura de un nuevo escenario político. La narrativa desarrollista, actualizada en clave de neoextractivismo iría articulándose con otras dimensiones, propias de la tradición populista, tan profundamente arraigada en nuestras latitudes, lo que con el correr de las aguas daría lugar a un populismo de alta intensidad,2 en sus diferentes expresiones. De modo que, hacia fines de la primera década del siglo XXI, la categoría “populismo” fue ganando cada vez más terreno para caracterizar a los gobiernos progresistas, hasta tornarse nuevamente un lugar común y devenir también un campo de batalla político e 2 Retomo y reformulo un tipo ideal propuesto por el sociólogo Aníbal Viguera (1993) que establece dos dimensiones para definir el populismo: una, según el tipo de participación; y la otra, según las políticas sociales y económicas. En esa línea, distingo entre populismo de baja intensidad, vinculado al carácter unidimensional del mismo (estilo político y liderazgo, que puede coexistir con políticas neoliberales), y un populismo de alta intensidad, que ensambla estilo político con políticas sociales y económicas, que apuntan a la inclusión social. Asimismo, existen diferentes tipos de populismos de alta intensidad, pues no es lo mismo el populismo de clases medias, representado por el kirchnerismo y el correísmo, que el populismo plebeyo, ilustrado por los casos boliviano y venezolano. He abordado el tema en Svampa (2016 y 2017). Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 39 interpretativo. Por un lado, desde sectores mediáticos y el campo de la derecha el concepto de populismo fue muy bastardeado, rápidamente asociado a la demagogia política y económica, el personalismo y la corrupción. Por otro lado, desde sectores académicos se hizo el esfuerzo por abandonar la visión unidimensional y peyorativa de sus detractores para reconocer que, los populismos latinoamericanos del siglo XXI —como sus predecesores del siglo XX— en tanto regímenes políticos son ambivalentes, complejos y multidimensionales. Así, tal como lo entiendo, los populismos —en plural— constituyen un fenómeno político complejo y contradictorio que presentan una tensión constitutiva entre elementos democráticos y elementos no democráticos. Los populismos pueden ser definidos como una dimensión estructuradora de la política, un modo de entender —y desarticular parcialmente— la verticalidad del vínculo social, que aparece condensado en una cierta concepción del cambio social, en favor de aquellos sectores considerados más desfavorecidos. En términos de tradición, existe una tipología variada, que va desde los populismos de derecha, asociados a un discurso xenófobo y proteccionista, más frecuentes en los países centrales, hasta aquellos de carácter progresista, vinculados a diferentes variantes de los nacionalismos periféricos, tal como tradicionalmente ha venido ocurriendo en la región latinoamericana. Lo propio de los populismos es que comprenden la política en términos de polarización y de esquemas binarios, lo cual tiene varias consecuencias: por un lado, contribuyen a la simplificación del espacio político, a través de la división en bloques antagónicos (el bloque popular versus el bloque oligárquico); por otro lado, promueven la selección y jerarquización de determinados antagonismos, en detrimento de otros, los cuales tienden a ser denegados o minimizados en su relevancia y/o validez (cuando no, expulsados de la agenda política), así como la subestimación del pluralismo político y social. Asimismo, en términos de relación líder/organizaciones, la forma histórica que estos asumen en la región es el modelo de participación social controlada, esto es, la subordinación de los actores colectivos al líder, bajo el tutelaje estatal. En esa línea, los populismos latinoamericanos del siglo XXI presentan similitudes con los populismos clásicos del siglo XX (aquellos 40 Nuevas derechas autoritarias entre las décadas de 1930 y 1950). Ciertamente, los gobiernos de Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, Rafael Correa y Evo Morales, incluso el de Lula Da Silva y Dilma Rousseff, provenientes de países con una notoria tradición populista, habilitaron el retorno de populismos de alta intensidad, sostenidos en la reivindicación del Estado como constructor de la nación, un tipo de vinculación con las organizaciones sociales, el ejercicio de la política como permanente contradicción entre dos polos antagónicos y, por último, la centralidad de la figura del líder. Por encima del lenguaje de guerra, lo propio de los populismos del siglo XXI fue la consolidación de un esquema de gobernanza, de un pacto social, en el cual convivieron —aun de manera contradictoria— la tendencia a la inclusión social (expansión de derechos, beneficios a los sectores más postergados e inclusión por el consumo) con el pacto con el gran capital (agronegocios, sectores extractivos, incluso, en algunos casos, con los sectores financieros). En esa línea, y pese al proceso de nacionalizaciones (que hay que analizar en cada caso y en cada país), los progresismos populistas establecieron alianzas con grandes corporaciones transnacionales aumentando el peso de estas en la economía nacional. Ejemplos de ello son Ecuador, donde las empresas más importantes incrementaron sus ganancias respecto del período anterior; Argentina, que durante el ciclo kirchnerista mostró una mayor concentración y extranjerización de la cúpula empresarial; o Brasil, donde el consenso lulista impulsó la alianza con el sector del agronegocios al tiempo que favoreció al sector financiero. Una vez dicho esto y al calor del fin del ciclo progresista, cabe preguntarse cuáles han sido los factores que fortalecieron la visibilización y legitimación de valores conservadores, incluso de corte autoritarios/ reaccionarios ¿Ha sido el proceso de polarización y la personalización de los liderazgos? ¿Acaso la consolidación de regímenes políticos más tradicionales —populismos plebeyos o de clases medias— facilitó una transición hacia opciones más radicalizadas, de derecha? ¿O la conexión entre los progresismos realmente existentes y el giro conservador es más indirecta, por la vía del debilitamiento de los movimientos sociales? También podemos preguntarnos si la emergencia de una nueva derecha es todavía la excepción en América Latina. Y si esta Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 41 no responde a una tendencia global, con vinculaciones indirectas en relación al agotamiento del progresismo en América Latina. Para intentar responder algunas de estas preguntas, propongo un desarrollo en dos partes. En una primera parte, buscaré trazar un cuadro general del fin de ciclo y el giro a la derecha, a través de la indagación de los cambios políticos ocurridos, los nuevos alineamientos gubernamentales, el hundimiento de la institucionalidad regional progresista gestada en los últimos quince años, en fin, el surgimiento de nuevas alianzas políticas y comerciales, y los nuevos desafíos geopolíticos. En una segunda parte, haré una lectura de carácter a la vez más teórica pero también más específica, para explicar cómo los populismos y las dinámicas polarizadoras, abrieron ventanas de oportunidad política, instalando nuevos umbrales sociales. Aclaro, sin embargo, que antes que realizar una discusión del concepto populismo y sus múltiples interpretaciones, me interesa partir de la definición dada más arriba (el populismo como ambivalencia, como dinámica de polarización y como pacto social), a fin de explicar cuáles fueron los factores que fortalecieron la visibilización y legitimación de valores conservadores, incluso de corte autoritarios/reaccionarios. En esta línea, analizo cómo las dinámicas recursivas desencadenadas consolidaron campos antagónicos y abrieron a nuevas oportunidades políticas, que visibilizaron y fortalecieron posiciones conservadoras, incluso de carácter reaccionarias y autoritarias. También me interesa dar cuenta del tipo de derechas que caracterizan a la región, estableciendo diferencias y similitudes entre la derecha neoliberal y la derecha radical autoritaria. Por último, retomaré los casos de Brasil y Argentina, dos de los países que encabezaron el final del ciclo, en relación a los campos de conflictos, para dar cuenta, a su vez de este vaivén entre lo político y lo social. Primera Parte. Fin de ciclo. Gobiernos, alianzas regionales y cambios geopolíticos En términos de gobiernos, el ocaso del ciclo progresista se habría iniciado en 2015, en Brasil, con el golpe parlamentario contra la 42 Nuevas derechas autoritarias presidenta Dilma Rousseff y luego, en Argentina, con el triunfo electoral de Mauricio Macri; se profundizaría en 2017, con la transición ecuatoriana, tras la victoria de Lenín Moreno, cuyo gobierno implicó un distanciamiento crítico de las coordenadas del progresismo de Correa; para completarse en Chile, con el nuevo regreso de Sebastián Piñera al gobierno. Asimismo, la vía espuria del golpe parlamentario conoció expresiones tempranas, primero en Honduras, con la expulsión de Zelaya (2009), y luego en Paraguay, con la rápida destitución de Fernando Lugo (2012); procesos que aceleraron el retorno a un escenario abiertamente conservador en estos países. El fin de ciclo progresista no sólo incluye golpes parlamentarios y procesos eleccionarios, sino también mutaciones al interior del progresismo, como el caso de Lenín Moreno, pero también la deriva autoritaria del gobierno de Maduro en Venezuela, país que desde hace años atraviesa una crisis generalizada —de alcances geopolíticos—; a lo que se añade el viraje abiertamente represivo en Nicaragua, bajo el binomio D. Ortega-R. Murillo, desde 2018, con sus muertos y centenares de presos, digno de la peor de las dictaduras. Asimismo, fue en 2018 que el giro conservador tuvo también su vuelta de tuerca autoritaria en Brasil, con el encarcelamiento de Lula da Silva y el inesperado y abrumador triunfo en las elecciones presidenciales de Jair Bolsonaro, un político de extrema derecha, que profesa sin pudor alguno, valores autoritarios y políticas militaristas de mano dura. Por añadidura, el cuadro se complica si observamos países con gobierno conservador, por ejemplo, Colombia, en el cual se vislumbra un recrudecimiento represivo, con la llegada de Iván Duque, un político asociado al ala uribista. En 2018 y pese a los acuerdos de paz firmados con las FARC, “dentro de la categoría de violencia política, se perpetraron 648 asesinatos, 1151 casos de amenaza de muerte, 304 lesionados, 48 atentados, 22 desapariciones forzadas, tres agresiones sexuales y 243 detenciones arbitrarias. En lo que va corrido de 2019 (mes de mayo), han sido asesinados al menos 62 líderes sociales”.3 3 Carta al presidente Iván Duque de parte de Académicos del mundo y de Colombia, mayo de 2019. https://bit.ly/31bkKf9 Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 43 Otros elementos dan cuenta del cierre del ciclo económico, con el fin del boom de los commodities y su conexión con hechos de corrupción. Además del connotado caso de Brasil, el escándalo de Odebrecht salpica a Colombia, El Salvador, Honduras, Argentina (pese a que se reconocieron los sobornos y no hay imputados todavía), Ecuador (a poco de asumir, el vicepresidente Jorge Glas fue apartado del cargo), aunque el ejemplo más radical es el Perú, donde cuatro expresidentes fueron llevados a la justicia. En marzo de 2018, el presidente en ejercicio, Pedro Pablo Kuczynski (PPK) debió renunciar, y en abril de 2019, el dos veces presidente Alan García, líder de la alicaída Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), produjo una conmoción internacional al preferir la vía del suicidio, antes que comparecer ante los estrados judiciales. Sin embargo, ahí donde la cuestión de la corrupción ha pegado más fuerte, horadando la credibilidad y el capital político, es en los gobiernos progresistas, que ahora son caracterizados desde sectores de derecha y una parte importante de la sociedad, como “populismos irresponsables”, reducidos a una suerte de cleptocracia perversa, beneficiada por el período de rentabilidad extraordinaria ligada a los commodities. A fines de 2019, volvieron a moverse las placas tectónicas en América Latina. Asistimos a grandes movilizaciones opositoras en Ecuador, contra la política de ajuste del gobierno de Lenín Moreno y, sobre todo, en Chile, donde las protestas masivas hicieron estallar al modelo chileno por los aires, ese mismo modelo que durante años reivindicaron todas la derechas regionales y globales como horizonte deseable. El carácter transversal de las protestas en Chile muestra las marcas de la desigualdad en todos los rubros: desde derechos básicos, transporte, salud, educación hasta en términos de violencia estatal. Por otro lado, en Uruguay, desde 2005 gobernaba el Frente Amplio, con sus diferentes alternancias, confirmando con ello que es uno de los partidos más institucionalistas (y moderados) de la región, poco proclive a los excesos populistas de sus vecinos. Sin embargo, en octubre de 2019 el Frente Amplio perdió en el balotaje frente a Enrique Lacalle Pou, representante del Partido Nacional, por un escasísimo margen (48,8% frente a 47,3%), en el marco de una transición ordenada, pero hacia la derecha. 44 Nuevas derechas autoritarias La nota inesperada la aportó Bolivia, en el marco de las elecciones presidenciales del 20 de octubre de 2019. El derrocamiento y posterior exilio de Morales, la persecución a numerosos referentes del exoficialismo, así como el carácter represivo y sumamente conservador del gobierno de facto de Janine Añez, no dejan dudas acerca del gran retroceso político que vive ese país. Pero ello no obsta reconocer que el mayor punto ciego de Evo Morales fue el afán reeleccionista. Ya en 2016, al dejar de lado el resultado del referéndum4 que le negaba la posibilidad de volver a presentarse como candidato presidencial, Morales forzó las instituciones democráticas (Tribunal Nacional Electoral) con el objetivo de ser habilitado nuevamente como candidato. En las elecciones de octubre pasado, la denuncia de irregularidades y manipulación, reportados no solo por la auditoria de la OEA, sino también por aquella contratada por el órgano electoral y otra de la UMSA (Universidad Mayor de San Andrés), fueron claras al respecto. Pero ahí, nuevamente, el gobierno reforzó el discurso negacionista y desestimó el rechazo creciente de vastos sectores sociales que salieron a la calle a recusar los resultados de las elecciones. Aunque diversa en sus orígenes, la insurrección pasó a ser comandada por un nuevo liderazgo de extrema derecha encarnado por Luis Fernando Camacho, presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, en alianza con la policía. Sucedió entonces lo inesperado. Gracias a los errores y abusos del oficialismo, cuyo triunfo electoral en primera vuelta era sospechado por justas razones, sectores abiertamente antidemocráticos y racistas, se apropiaron del discurso de “defensa de la democracia”. La salida insurreccional se fue configurando así en un golpe de Estado, dejó a Bolivia más polarizada que nunca. Mientras tanto, en solitario fervor, asoma como la excepción del “fin de ciclo”, México, a partir del resonante triunfo de Andrés López Obrador, aun si hay que decir que dicho gobierno se instala en una suerte de progresismo fuera de ciclo (o de “progresismo 4 En febrero de 2016 se llevó a cabo un referendo cuyo objetivo era la aprobación o rechazo del proyecto constitucional para permitir al presidente o vicepresidente del Estado Boliviano a postularse nuevamente a una elección. La negativa se impuso por el 51% de los votos. Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 45 tardío”, como lo denominara Massimo Modonesi5), al tiempo que reivindica para sí la “especificidad nacional”. Por otro lado, el retorno del peronismo en Argentina en octubre de 2019, con el triunfo de la fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner, frente a Mauricio Macri, no puede ser interpretado como una vuelta tout court del progresismo. Probablemente se trate de un gobierno de centro, con algunas medidas de centro-izquierda, en un contexto de vacas flacas, y de enorme emergencia económica, social y financiera. Por último, el nuevo clima de época viene de la mano de la profundización del estado de excepción. Como señala Emiliano Terán-Mantovani, “en Brasil, tras el decreto de militarización de Río de Janeiro en febrero de 2018, el gobierno de Michel Temer declaró que este plan servirá como un “laboratorio” para todo el país, por lo que no descartó que las fuerzas armadas sean desplegadas en otras regiones.6 En Venezuela, se ha impulsado una creciente militarización de todos los ámbitos de la vida y la instauración, de hecho y de derecho —por decreto oficiales emitidos permanentemente desde enero de 2016— de un estado de excepción en el país. En Colombia, donde el estado de excepción constituye un instrumento ordinario de la política gubernamental y de las estructuras jurídicas desde hace ya varias décadas, el escenario Posacuerdo de Paz (desde noviembre de 2016) no supone la interrupción del proceso de militarización imperante, la asistencia militar por parte de los EEUU, ni de la intensa represión social y desaparición de activistas que está en desarrollo en el país. Estos, entre otros procesos, “no deben ser leídos únicamente en clave nacional-estatal, en la medida en la que pueden articularse con la política exterior de las potencias en disputa en la región, principalmente de los Estados Unidos, que instala nuevas bases militares o task forces en diversos países (especialmente en Perú, Paraguay, Colombia y Argentina) o impulsa maniobras conjuntas de fuerzas militares (como las operaciones militares que desarrolló con Brasil, 5 Véase: “México: el gobierno progresista ‘tardío’. Nueva Sociedad. https://bit. ly/2GvDSMI 6 Véase: “Temer amenaza con militarizar otras regiones de Brasil”. Telesur. https://bit.ly/3naHtRx 46 Nuevas derechas autoritarias Colombia y Perú en la frontera amazónica de estos tres países en noviembre de 2017 (Svampa & Terán Montovani 2019). En términos regionales, el final de ciclo puede ser ilustrado por tres hechos: el primero de ellos está ligado al previsible vaciamiento de la Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas), símbolo máximo del bloque progresista y sus aspiraciones de integración regional, en clave política. Hay que tener en cuenta que el nuevo regionalismo tuvo su bautismo de fuego en la cumbre de Mar del Plata (Argentina), realizada en 2005, cuando los países latinoamericanos enterraron la Alianza Latinoamericana de Libre Comercio (ALCA), promovido por Estados Unidos, y crearon la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), bajo el impulso del carismático Hugo Chávez. En una clara línea latinoamericanista se pergeñaron proyectos ambiciosos, como el de la creación de una moneda única (Sucre) y el Banco del Sur, los cuales sin embargo no prosperaron, en parte debido al escaso entusiasmo de parte de Brasil, país que, a raíz de su rol de potencia emergente, en general juega en otras ligas globales. La creación de la Unasur, en 2007, y posteriormente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), en 2010, inicialmente como foro para procesar los conflictos de la región, por fuera de Washington (pues excluye a Estados Unidos y Canadá), jalonan dicho proceso de integración regional. 7 7 Esto no significa que, durante el ciclo progresista, el Unasur u otros organismos regionales hayan cumplido con sus objetivos iniciales. En realidad, con el correr del ciclo progresista, la hipótesis del regionalismo desafiante fue relativizada a raíz del pasaje a una Unasur de “baja intensidad” (Comini & Frenkel, 2014), signada por el final de los grandes liderazgos regionales (la muerte de Chávez y de Néstor Kirchner, el alejamiento de Lula Da Silva, tres líderes que apostaron fuertemente a la integración regional). Por otro lado, no hay que desestimar el rol de la Unasur en la expansión del neoextractivismo. Por ejemplo, a partir de 2007, la IIRSA (Iniciativa para la Infraestructura Regional Sudamericana), rebautizada Cosiplan, quedó bajo la órbita de la Unasur, que buscó fortalecer los vínculos entre los países de América del Sur, por medio de la intensificación del comercio regional y de inversiones del Banco Nacional de Desarrollo Económico (BND) en obras de infraestructura. En diversas regiones, los proyectos del IIRSA-Cosiplan serán resistidos y cuestionados. Se trata de 544 proyectos que totalizan una inversión estimada en 130 000 millones de dólares. Para el 2014, el 32,3% de las inversiones dentro de IIRSA Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 47 Ahora bien, en abril de 2018 Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú presentaron su baja temporal e indefinida de la Unasur. Esta decisión fue anunciada bajo la consigna de la no reincorporación hasta que “no se garantice el funcionamiento adecuado de la organización”. “Con esto, Unasur se quedó con seis miembros activos, menos de la mitad más uno, lo cual la dejó sin fondos y sin poder de decisión, y la convirtió en un organismo únicamente testimonial”.8 Un gesto simbólico de este vaciamiento fue el retiro de la estatua en homenaje a Néstor Kirchner que se hallaba en la sede central de Unasur, en Ecuador, por pedido expreso del presidente Lenín Moreno9 así como la decisión de darle otro destino al edificio. Al inicio, en una decisión no exenta de polémicas, se pensó en hacer de éste la sede de la castigada Conaie, pero luego se acordó en utilizar al edificio como sede de un centro de estudios superiores indígenas.10 Algo similar sucede con la Celac, aunque esta se encuentra más bien en estado de parálisis, dadas los enfrentamientos ideológicos en torno a los posicionamientos respecto de Venezuela y Nicaragua. En segundo lugar, en contraste con lo anterior, la Alianza del Pacífico (AP), que nació en 2011 como una iniciativa de integración regional formada por Chile, Colombia, México y Perú, para contrabalancear el peso del entonces progresismo hegemónico y su incipiente red de organismos regionales, fue tomando mayor relevancia tanto en términos políticos como sobre todo económicos. Actualmente son veinte los Estados Observadores dentro de la AP, con Panamá y Costa Rica que expresaron su interés por formar parte del bloque. Por ejemplo, Panamá inició negociaciones con México para estaba reservado al área energética, concentrados principalmente en centrales hidroeléctricas, muy cuestionadas por sus efectos sociales y ambientales, sobre todo en la ya fragilizada zona de la Amazonia brasilera y boliviana—. Más aún, de 31 proyectos prioritarios del Cosiplan, 14 de ellos tocan la Amazonia. (Carpio, 2017). 8 Véase: “Qué le pasó a Unasur”. Motor Económico. https://bit.ly/3h6XnZD 9 Véase: “Ecuador retirará una estatua de Néstor Kirchner: ‘No representa nuestros valores’”. Perfil. https://bit.ly/2QdGFvD 10 Véase: “El presidente de Ecuador convertirá la sede de la Unasur en Quito en una universidad indígena”. Agencia EFE. https://bit.ly/3j7OboD 48 Nuevas derechas autoritarias firmar un Tratado de Libre Comercio y con ello cumplir con los requisitos para incorporarse a la Alianza.11 Alineada con una política aperturista, en 2019, la AP realizó un acuerdo comercial inédito con el Mercosur. Las ocho naciones de ambos bloques concentran 79 por ciento de la población de América Latina, 85 puntos porcentuales del producto bruto de la región, 86 por ciento de las exportaciones y 88 puntos porcentuales de la inversión extranjera directa, ponderó el mandatario mexicano, quien hasta ayer fungió de presidente pro tempore de la AP.12 Pero no es solo el desmantelamiento de la institucionalidad regional creada por los progresismos lo que está en juego. Ahí donde pueden percibirse con extrema claridad los cambios es en los alineamientos respecto de lo que sucede en Venezuela, sobre todo a partir de la autoproclamación de Juan Guaidó. el presidente de la Asamblea nacional, como “presidente encargado” (enero de 2019); y en Nicaragua, desde 2018, ante la denuncia y constatación evidente de la violación de derechos humanos. Como era de esperar, el conflicto en Venezuela dividió las aguas, reordenó las alianzas y generó nuevos espacios regionales e internacionales para negociar una salida pacífica (Grupo de Lima, Grupo Internacional de Contacto), así como confirmó el rol nada neutral de la OEA. Sin embargo, la disputa en Venezuela, emblema del rentismo petrolero, ha desbordado el mapa del subcontinente, e incluso la relación América Latina-Estados Unidos, para colocarla en el tablero geopolítico global, al involucrar otras potencias (mientras USA y la Unión Europea apoyan a Guaidó; China y Rusia se manifestaron en favor del gobierno de Maduro). En este marco, la Celac quedó 11 Véase: Sistema de Información sobre Comercio Exterior (SICE). https://bit. ly/3aEvJAD 12 “El primer paso para un eventual e inédito acuerdo comercial en el mundo entre dos bloques económicos fue acordado ayer entre los gobiernos de los países que conforman el Mercado Común del Sur (Mercosur) —Uruguay, Paraguay, Argentina y Brasil— y las naciones que integran la Alianza del Pacífico (México, Chile, Colombia y Perú), al firmar una declaratoria conjunta y el Plan de Acción de Puerto Vallarta”. https://bit.ly/2FF4B9p Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 49 paralizada, frente a la división en dos bandos,13 lo cual se agravó al ingresar en la agenda las denuncias contra el gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua, con centenares de muertos y presos políticos, productos de la represión estatal. En todo caso, la situación de crisis política y colapso generalizado en Venezuela y, en menor medida, la represión en Nicaragua, constituyeron la punta de lanza para cimentar el nuevo eje político conservador compuesto por la tríada Duque-Bolsonaro-Macri, quienes en enero de 2019 reconocieron rápidamente a Guaidó, frente a la prudencia y distanciamiento de otros países, como México y Uruguay. En consecuencia, no es extraño que en marzo de 2019, reunidos en Chile, ya bajo el nuevo gobierno de Sebastián Piñera, Duque, Bolsonaro y Macri, a los que hay que agregar al peruano Martín Vizcarra, el paraguayo Aldo Benítez y el ecuatoriano Lenín Moreno (el único presidente deudor del ciclo progresista), lanzaron el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur), cuyo objetivo es dar el golpe de gracia a la Unasur, y reemplazarlo por una unidad descentralizada y “sin presión ideológica”.14 Al mismo tiempo, la contra-respuesta a la hipótesis del “fin de ciclo” y a la ofensiva neoliberal, también supo mostrar el peor costado de los progresismos, a través del Foro de Sao Paulo, al como aparece 13 “Desde hace 2 años, la Celac enfrenta una parálisis en sus trabajos, derivada principalmente de la división ideológica existente a causa de las crisis en Venezuela y, recientemente, Nicaragua. Prácticamente, la membresía de la Celac está dividida en dos facciones. Por un lado, se encuentran los integrantes del Grupo de Lima —formado por trece países de la región, y Canadá—, el cual se ha dedicado a bloquear a Venezuela de reuniones regionales y no reconoce al régimen de Nicolás Maduro, además de apoyar la aplicación de la Carta Democrática a Nicaragua en la OEA. Por el otro, están los miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), que respaldan al gobierno de Venezuela y al de Daniel Ortega en Nicaragua frente a las críticas y sanciones de la comunidad internacional. Este enfrentamiento ideológico ha dado como resultado la cancelación de diversas reuniones sectoriales y ministeriales. Incluso, no fue posible celebrar la VI Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Celac, cuyas cinco ediciones anteriores habían gozado de una periodicidad anual ininterrumpida, hasta ahora”. https://bit.ly/3gbjXiC 14 “Macri y varios presidentes de la región lanzan hoy en Chile un nuevo organismo”. La Nación. https://bit.ly/3kYMcVg 50 Nuevas derechas autoritarias en su declaración de julio de 2018. Si, por un lado, este repudió la persecución y posterior encarcelamiento de Lula da Silva (algo que difícilmente pueda ser cuestionable), también expresó de modo enfático su solidaridad incondicional para con los gobiernos de Venezuela y Nicaragua, países en los cuales se denuncian graves violaciones de derechos humanos.15 A lo largo del ciclo progresista, esta política de apoyo incondicional tuvo también su expresión en Clacso, pese a integrar centros y grupos de trabajo académico muy heterogéneos y a que se defina por su apuesta al pensamiento crítico.16 El rechazo a cualquier tipo de autocrítica produjo un daño inconmensurable en el campo de las izquierdas, pues no sólo le quitó credibilidad, y promovió el arte de la ventriloquía de parte de no pocos intelectuales alineados de manera automática con los progresismos, sino también facilitó una serie de argumentos políticos en manos de sectores liberales, conservadores y autoritarios, acerca del conjunto de las izquierdas, dispuestas a movilizarse en contra del imperialismo, pero que “no se interesarían por los derechos humanos” o bien, consideran que estos son temas relativos a la “democracia liberal”, sin contenidos sustantivos. En términos geopolíticos, a nivel global, el fin de ciclo y el giro a la derecha se articula con la profundización del cuestionamiento a la globalización neoliberal, visible en la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (Brexit) y del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos. Este contexto impulsó la expansión de los populismos de derecha y el crecimiento de la derecha radical, identificada con posicionamientos xenófobos y antiglobalistas. Asociado a profundas transformaciones políticas, económicas y sociales, ocurridas en las últimas décadas, este escenario de derechización, expresa asimismo un deslizamiento político-ideológico de las clases subalternas, que hoy repudian las consecuencias de una globalización desigual, y tra15 Véase la Declaración del Foro de Sao Paulo de julio de 2018 (https://bit.ly/ 31cB0wl), así como la inauguración de Clacso del foro de Pensamiento Crítico, que contó con la participación central de varios expresidentes. 16 Foro de pensamiento crítico realizado en Buenos Aires, en diciembre de 2018. Una de las pocas voces críticas en términos políticos fue la de Edgardo Lander. Disponible en YouTube, https://bit.ly/2QdHg0l. Véase también de la autora, https://bit.ly/2Q8eb6A Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 51 ducen ese rechazo en propuestas populistas, de corte nacionalista y xenofóbico. En clave norteamericana, esta fenomenal insubordinación contra el actual orden neoliberal mundial ha sido analizada por Nancy Fraser en términos de fin de los “neoliberalismos progresistas” (2017). En Europa, los diferentes procesos eleccionarios parecen haberse convertido en una suerte de test general sobre el destino de la Unión europea que enfrenta, por un lado, a aquellos que abogan por la continuidad, a partir de la defensa del status quo, del libre comercio y la moneda europea (derechas, partidos de centro y socialdemócratas); por otro lado, una extrema derecha que reclama la salida del euro, la implementación de una política proteccionista y la expulsión masiva de inmigrantes, a quienes se culpa de usufructuar los servicios sociales que ofrecen los estados europeos. Cabe volver sobre los impactos geopolíticos y regionales producidos por la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Por un lado, las políticas proteccionistas que este intenta llevar a cabo tienen un innegable impacto global, especialmente en lo que se refiere a la puja interhegemónica con China, potencia global ascendente. La transición hegemónica, que hasta este momento se había asentado sobre una relación de cooperación pacífica entre Estados Unidos y China, según los términos de Wallerstein,17 pareciera sufrir una inflexión. Por otro lado, Trump encaró una flexibilización de la normativa ambiental, a tono con sus posiciones negacionistas respecto del calentamiento global, lo cual también trajo aparejado un relajamiento internacional en el tema, pese a la gravedad de la crisis socioecológica. Por último, respecto de América Latina, la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) y la anunciada salida de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), si bien facilita la consolidación de las (ya asimétricas) relaciones económico-comerciales entre los países latinoamericanos y China, y el ingreso de otras potencias, como Rusia, se vio acompañada por una 17 Reflexionando sobre las características de esta relación, Wallerstein se preguntaba: “¿Son rivales China y Estados Unidos? Sí, pero hasta cierto punto. ¿Y son enemigos? No, no son enemigos. ¿Y son colaboradores? Son ya más de lo que les gustaría admitir, y lo serán más conforme continúa la década” (Wallerstein, 2012). 52 Nuevas derechas autoritarias mayor injerencia política de Estados Unidos en la región, luego de más una década (desde 2005) de relativa autonomía, muy especialmente en relación con Venezuela y la amenaza de intervención o de apoyo a una intervención militar. En términos comerciales, durante el ciclo progresista y al calor de la caída de los precios de los commodities (2013), los diferentes gobiernos latinoamericanos contrajeron préstamos con China, firmaron convenios comerciales unilaterales con este país, e incluso algunos (como Ecuador) con la Unión Europea. Asimismo, otorgaron importantes concesiones petroleras y mineras a grandes corporaciones transnacionales, que implicaron fuertes concesiones a la dimensión más anti-imperialista de la retórica progresista. Sin embargo, el doble discurso progresista se hacía todavía en el marco de un andamiaje o institucionalidad latinoamericana vigente, que tensaba, pese a todo, la liberalidad de esos convenios. En la actualidad, al no existir más ese andamiaje regional ni tampoco el lenguaje político latinoamericanista que lo acompañaba (el progresismo como lingua franca), se han abierto las puertas para la concreción de otros acuerdos comerciales, los llamados de Nueva Generación, que ya en Europa han generado enormes resistencias.18 Se trata de tratados elaborados en el mayor secretismo, de espaldas a la sociedad, que conllevan una radicalización del neoliberalismo, pues proponen suprimir las barreras aduaneras, eliminar las trabas al comercio, al tiempo que implican una mayor flexibilización de la normativa ambiental y social, establecen un dispositivo de negociación de las diferencias entre las empresas y los estados y buscan liberalizar aquellos sectores de actividad no suficientemente mercantilizados (salud, educación, cultura, entre otros) En esta línea hubo un avance del TPP, que fue aprobado en México, Chile y Perú, y que crea el área comercial más grande del mundo, pese al retiro de Estados Unidos. Uno de los países donde hubo 18 Este es el caso del CETA o Acuerdo Económico y Comercial Global entre Canadá y los países de la Unión Europea, que fue producto de la negociación secreta entre diferentes mandatarios, de espaldas a sus sociedades. En razón de ello, hubo numerosas movilizaciones en diferentes países europeos. Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 53 más resistencia, fue Chile, donde según críticos, el TTP-11,19 “rebaja de manera considerable los aranceles comerciales a los países participantes, pero más aún, a las empresas transnacionales. Esto último ha provocado el rechazo de los sectores opositores al gobierno de Sebastián Piñera, quienes han señalado que suscribiendo este tratado Chile cedería soberanía frente a las grandes corporaciones”.20 Lo cierto es que el convenio traerá nuevas asimetrías: mayores inversiones extranjeras en recursos naturales (algo que ya sucede en el intercambio con China y ha potenciado el proceso de reprimarización de las economías), bloqueo de políticas orientadas a la diversificación de la matriz productiva, reduciendo la soberanía nacional; y desplazamiento de la regulación pública que quedaría en manos de tribunales de arbitraje internacional, lo cual favorece a las grandes corporaciones.21 Como expresa el especialista Gustavo Merino, del Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE), el TPP11: Continúa expresando, aunque de forma más débil que el TPP, una institucionalidad transnacional, una estatalidad globalista, que busca fijar el sistema de mediaciones (normas y organismos) que se imponen como universalidad para cada Estado particular y que están en relación con una estrategia de acumulación y apropiación de la riqueza social por parte del capital transnacional del Norte Global en competencia con nuevos jugadores emergentes —especialmente China, sus transnacionales estatales, sus alianzas, su inmenso mercado, su competencia en las ramas tecnológicas de primer orden y su influencia euroasiática donde se define el poder mundial—. De hecho, el escrito de más de 6000 páginas del TPP fue elaborado 19 El llamado TPP-11 es el pacto comercial que sustituye al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), el cual fue suscrito por 12 países el 4 de febrero de 2016.Estados Unidos anunció su salida del CPTPP en enero de 2017, pero los 11 países restantes —Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, Vietnam y México— convinieron mantenerlo y el pasado 8 de marzo firmaron el nuevo acuerdo en Santiago de Chile. https://bit.ly/2CLXKKk 20 Véase: Luciana Ghiotto: “El TPP-11 es el peor tratado de libre comercio de la historia”. Diario Uchile. https://bit.ly/3l3zwN0 21 Véase: “Tres razones para oponerse al TPP-11”. El Desconcierto.cl. https://bit. ly/3aBMFIf 54 Nuevas derechas autoritarias en secreto y sus redactores fueron principalmente representantes de trasnacionales y cuadros técnicos formados en sus think tank.22 En suma, la tendencia del corrimiento ideológico hacia la derecha parece ser la regla. Los gobiernos cambiaron, no por única vía: lo hicieron a través de elecciones libres, pero también de mutaciones internas y de golpes parlamentarios. La crisis fue de corte política y económica, pero también revela un agotamiento ideológico, visible en la transformación de los progresismos en populismos de alta intensidad, de su consolidación como modelos de dominación tradicional. Ahora, bajo otro clima político-ideológico, tanto regional como global, despuntan asociaciones que van reuniendo el arco de la derecha latinoamericana, para ir configurando un nuevo mapa. Surgen nuevas alianzas regionales que buscan desplazar el andamiaje regional construido durante el ciclo progresista. En términos geopolíticos, los astros se alinean en la dirección de la multipolaridad, pero al mismo tiempo, el ascenso de Trump implica mayor injerencia política de Estados Unidos en la región, una suerte de “retorno a la normalidad”, con sus nuevas bases militares y sus fuerzas especiales. Podría sintetizarse este cambio de época con algunas postales. La primera, remite al “retorno a la normalidad” en las relaciones de subalternidad América Latina- Estados Unidos. Esto fue expresado con total crudeza por Pedro Pablo Kuczynski, en febrero de 2017, cuando todavía era presidente del Perú, quien en el momento ser condecorado en la Universidad de Princeton, declaró: “Estados Unidos se enfoca en aquellas áreas donde hay problemas, como el Medio Oriente. No invierte mucho tiempo en América Latina, pues 22 Véase en: https://bit.ly/3gcBLd4. Desde 2016 el presidente argentino Mauricio Macri —cuyo país ha sido además sede de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2017 y del G20 en 2018— ha expresado su intención de acercarse al TTP, en una sociedad donde existe escaso conocimiento en cuanto a las consecuencias que estos conllevan. Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 55 es como un perro simpático que está durmiendo en la alfombrita y no genera ningún problema”.23 La segunda postal refiere al quiebre de las lealtades políticas. Dos casos resonantes ilustran este viraje: la extradición del escritor y ex activista italiano de las Brigadas Rojas, Cesare Battisti, quien desde 2010 estuvo refugiado en Brasil. Durante la campaña electoral, Jair Bolsonaro había prometido entregar a Battisti a Matteo Salvini, el vicepresidente de Italia, con quien comparte un proyecto ideológico. Lo curioso de todo ello es que quien entregó a Battisti, en enero de 2019, accediendo al pedido de extradición, no fue un gobierno conservador o neoliberal, sino el propio Evo Morales.24 De igual modo sucedió con Julian Assange, a quien en abril de 2019 el presidente ecuatoriano Lenín Moreno le quitó la inmunidad diplomática,25 lo que permitió que este fuera arrestado por la policía británica. Sin duda, ambos son hechos impensables años atrás, en pleno ciclo progresista. Segunda Parte. Polarización, derechas y oportunidad política Una aproximación procesual Los progresismos latinoamericanos, con sus enormes deficiencias y contradicciones, buscaron implementar un proyecto político de corte igualitario, en contraste con la era neoliberal. Sin embargo, con el correr de los años, más allá de los procesos de democratización, se fueron transformando en modelos de dominación más tradicional, en populismos de alta intensidad. Al calor del boom de los commodities y, muy especialmente, de su crisis, alimentaron una dinámica de 23 Véase: PPK: “Para EE.UU. América Latina es como un perro simpático que no genera problemas”. RPP Noticias. https://bit.ly/2YhEMTd 24 Lula había rechazado la extradición de Battisti a Italia en 2010. Al conocerse la detención de Salvini en Bolivia, el hijo de Bolsonaro escribió en las redes sociales: “Brasil ya no tiene bandidos. El regalito está llegando”, en un mensaje directo a Salvini. https://bit.ly/3iQ34LO 25 Véase: “Arresto de Julian Assange: ¿por qué detienen ahora al fundador de WikiLeaks tras 7 años refugiado en la embajada de Ecuador en Londres?” BBC News Mundo. https://bbc.in/3h6Yqc1 56 Nuevas derechas autoritarias polarización que en su despliegue iría instalando nuevos umbrales sociales, horadando el pacto social que los sustentaba. Esta dinámica de polarización puede ser comparada en intensidad e interacción con las campañas políticas. Sin embargo, lo que al inicio es considerado como un mecanismo simplificador más o menos frecuente de la política (la configuración de esquemas binarios), en un determinado campo de conflicto e interacción, al volverse más o menos permanente corre el riesgo de convertirse en un marco de inteligibilidad general de la política y la sociedad. La polarización no sólo va envolviendo actores sociales y grupos políticos diferentes que atraviesan y conforman el campo de conflicto, sino que va adquiriendo una significación más ontológica que política, al generar identidades contrapuestas que se conciben como irreconciliables e irreductibles. Así, no sólo los populismos fueron forjando cadenas de equivalencia26 al calor de virulentas confrontaciones, sino también la oposición, política, económica y mediática, que fue ocupando el espacio público, elaborando repertorios de acción colectiva, movilizando demandas diferentes, constituyendo y redefiniendo identidades. Del lado de los progresismos, la polarización produjo una exacerbación de las hipótesis conspirativas: todo terminaba siendo culpa del “imperio”, de la derecha o de los grandes medios de comunicación. Toda crítica realizada desde la izquierda ecologista, indígena o clasista, terminaba siendo “funcional” a la lógica de los sectores más concentrados. En el marco de este realineamiento, poca posibilidad había de que emergieran nuevas opciones dentro del campo de la centroizquierda u otras izquierdas, lo cual tendió a agravarse, a raíz del proceso de concentración del poder en los líderes o lideresas. Del lado del campo opositor (político y mediático), lo usual fue la demonización de las diferentes experiencias progresistas, las que, hacia el fin de ciclo, comenzaron a ser caracterizadas como “populismos irresponsables”, reducidos sin más a una pura matriz de corrupción y culpables de haber desperdiciado la época de bonanza económica asociada al boom de los commodities. 26 Utilizo el concepto de “cadenas de equivalencia” introducido por Laclau, referido a la capacidad de un discurso (un significante vacío) de articular demandas sociales heterogéneas, sin por ello apelar al esquema interpretativo de este autor en relación al populismo. Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 57 Gran parte de los gobiernos progresistas quedaron atrapados en esta dinámica polarizadora que abrió nuevas oportunidades políticas a sus opositores, legitimando otros discursos y posicionamientos políticos-sociales, esto es, instalando nuevos umbrales o puntos de inflexión desde los cuales percibir o pensar la sociedad. Leída a la vez como apertura y como cierre, la noción de umbral nos habilita a reconocer menos el carácter inherentemente mutante de lo social que a entender cómo se instalan nuevas fronteras sociales, que tienden a reconfigurar nuestra percepción de los hechos y establecen nuevos consensos.27 Breno Bringel (Bringel & Domingues, 2018, pp.132-139) desarrolla un enfoque procesual similar al que propongo aquí, a través del concepto de “campos de acción”, al cual define como “configuraciones sociopolíticas y culturales, que expresan ordenes societales en los cuales los actores interactúan entre ellos y otros campos”, que incluyen no sólo movimientos sociales, sino partidos políticos y otros grupos en disputa. Esta conceptualización propone ir más allá de la noción de matrices socio-políticas contestatarias para analizar la dinámica de movilización social, e incluir a los movimientos y grupos de derecha e incluso de extrema derecha, en un campo más amplio. En términos más específicos este contexto de polarización y de recursividad acelerada, la dualidad y ambivalencia propia de los populismos resultaron políticamente insostenibles en el tiempo, pues en la medida en que estos fueron revelando sus limitaciones y sus déficits, más aún su agotamiento, los más beneficiados terminaron por ser los sectores más conservadores y reaccionarios. Esto explica asimismo por qué, en general, la salida de los regímenes populistas suele ser traumática, pues no solo abre a episodios revanchistas, en términos sociales y políticos, sino que, además, el contexto de pola27 La complejidad del mundo social exige la adopción de un enfoque procesual, que subraye tanto la interrelación de los actores, como el carácter dinámico y recursivo de lo social. Sostener que la realidad social presenta no sólo un carácter dinámico, sino también recursivo, conduce a afirmar que el movimiento, el proceso de interacción, va generando nuevos umbrales desde los cuáles pensar la sociedad. En ese sentido, una noción que nos puede ayudar en el análisis de la polarización es la de “umbral de pasaje”, a fin de referimos a aquellos momentos de interacción en los cuales se percibe una inflexión, un punto de condensación, sino de redefinición —parcial o global— de la situación. La historia política nos proporciona muchos ejemplos de ello. He tratado el tema en Svampa, 2008. 58 Nuevas derechas autoritarias rización genera nuevas oportunidades políticas, a partir de las cuales se habilitan lenguajes y demandas más conservadoras y autoritarias. Ciclos y derechas, entre lo político y lo social Desde el punto de vista histórico, suelen distinguirse ciclos diferentes de la derecha:28 el primero, entre 1964 y 1985, caracterizado por la derecha dictatorial, asociada al ejército y las fuerzas conservadoras; una derecha que instauró, de la mano de la doctrina de seguridad nacional, el terrorismo de Estado y terminó violentamente con la vida de centenares de miles de miembros de la sociedad civil. Las dictaduras del Cono Sur (Brasil, Uruguay, Chile y Argentina, en orden cronológico, ilustran este período oscuro de la historia) Un segundo ciclo aparece asociado a la derecha neoliberal, que se extendería entre 1985 y la actualidad, de la mano del ajuste estructural y el Consenso de Washington. Se trata de una derecha que combina cierto respeto por los marcos institucionales (no en todos los casos), con políticas de seguridad de mano dura. Su rasgo más notorio es la plasticidad ideológica, al acoplarse con tradiciones políticas diferentes, desde aquellas populistas (Menem, en Argentina) los nuevos outsiders de la política, (como Fujimori, en Perú), o políticos más conservadores (como Fernando Henrique Cardoso en Brasil). En el marco del reciente ciclo progresista, estas derechas estuvieron lejos de desaparecer, representadas por gobiernos conservadores. Ciertamente no encarnaron la novedad, pues las expectativas políticas estaban puestas en los gobiernos progresistas, pero tanto Perú, Colombia y —hasta hace muy poco— México, a los que hay que sumar Paraguay y Honduras y las alternancias conservadoras en Chile, ilustraron —aun con matices diferentes— este persistente modelo de derecha conservadora neoliberal. En relación al actual escenario, es posible hablar de un nuevo ciclo, a condición de aclarar que no hay una única derecha ni una derecha hegemónica, pese al ocaso del progresismo. En realidad, 28 Retomamos los dos primeros ciclos planteados por Francisco López Segrera (2016), aunque diferimos respecto de la caracterización del tercer ciclo. https://bit.ly/3hdsS4n Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 59 desde el punto de vista político, a la derecha neoliberal actualizada en clave neoconservadora o pospolítica, hay que sumar la emergencia de una derecha radical autoritaria, que mantiene una relación más ambigua con el neoliberalismo, al tiempo propone una vuelta a los valores jerárquicos y los binarismos tradicionales. Tanto el gobierno de Mauricio Macri (Argentina) como el de Michel Temer (Brasil), Horacio Cartes (Paraguay) e incluso aquel de Lenín Moreno (Ecuador, con los matices del caso), se insertan en la estela de la derecha conservadora neoliberal, aún si presentan rasgos diferenciadores respecto de otros períodos. Por un lado, se trata de derechas pospopulistas, que apuntan sus críticas al ciclo progresista. Son derechas cuya emergencia está marcada por la polarización, como dimensión fundamental de la estructuración de identidades políticas. Por otro lado, desarrollan políticas de ajuste en contextos de caída de los precios de los commodities y de crisis socioeconómica. La derecha neoliberal El caso de Argentina es paradigmático. En 2015, el ascenso de Mauricio Macri se dio en un contexto de intensificación de la polarización, en el cual confluyeron el cansancio hacia una sobreactuada épica populista, y los primeros impactos de la crisis económica. Una parte importante de la sociedad argentina planteaba la necesidad de una alternancia, algo que brindara una bocanada de aire fresco en términos políticos y que, al mismo tiempo, abriera la posibilidad a un mejoramiento de sus oportunidades económicas. En ese marco, el espacio anti-kirchnerista logró articular otras demandas, por ejemplo, las promesas del crecimiento económico, (“la lluvia de inversiones”) de mano del discurso de la eficiencia económica; a su vez, esta se articuló con la demanda de las clases medias urbanas y rurales, pequeños y medianos empresarios, economías regionales, que votaron a Mauricio Macri porque creyeron que, siendo empresario (y, además, hijo de inmigrantes europeos), este podría entenderlos y apoyarlos. Asimismo, no pocos argentinos de clase media baja también lo votaron en contra de la “patria asistencialista”, para confirmar su distancia en relación a los más pobres, asistidos por el 60 Nuevas derechas autoritarias Estado. Cerraba fuertemente esta cadena de equivalencias el discurso anticorrupción y la promesa de un orden republicano, menos conflictivo y pospolítico.29 Sin embargo, Macri no logró construir un populismo conservador y con pretensiones pospolíticas. Apenas asumió el gobierno, abandonó las promesas de “pobreza cero” y desempolvó el léxico de la derecha neoliberal, típica de los años 90, que se creía desterrado: ajustes, tarifazos, predominio de los mercados, altas tasas de desocupación, vuelta al FMI, riesgo país. La idea misma de “nueva derecha” se diluyó, al calor del ajuste neoliberal y el discurso de clase, más allá de que el gobierno no solo mantuviera, sino aumentara considerablemente los programas sociales en relación con los sectores excluidos, en un contexto de aumento de la pobreza y la desocupación (que en junio de 2019 superó el 10%). En 2019, el escenario pareciera ser otro: para quienes fueron sus votantes, el gobierno de Macri, perdido en el laberinto del retroceso social y el agravamiento de la pobreza y la inflación, se reveló finalmente como un fraude. Al calor de la crisis económica, social, financiera y el ajuste permanente, aquella cadena de equivalencias políticas que lo llevó de modo casi inesperado a la Casa Rosada, se ha quebrado.30 Si quedan eslabones de ella, para las elecciones presidenciales de octubre del corriente año, lo que estará disponible para la oferta macrista —y a lo que apuesta denodadamente el oficialismo— es el antikirchnerismo en estado puro (como “pesada herencia”; como “populismo irresponsable”, como sinónimo de “corrupción”, “mayor riesgo país” y “aislamiento del mundo”, como retorno al 29 Según el sociólogo Gabriel Vommaro (2017), se trataría de una nueva derecha que busca la desconflictualización de la política, que atribuye la idea de conflicto e ideología al kirchnerismo y a los partidos tradicionales. Sin embargo, el fracaso económico de un proyecto que inicialmente quería colocarse en el centro, hizo que este impulsara aún más la polarización. 30 En realidad, el imaginario político conservador, portador de una visión empresarial, con responsabilidad limitada y negadora de las ideologías, pero abierto a la posibilidad de un pacto social, económico y moral, sólo vivió de modo efímero en el imaginario de los votantes, machacado una y otra vez por los grandes medios de comunicación que abiertamente jugaron en favor de Macri, aún en plena recesión. Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 61 “conflicto” y a la “venganza”, entre otros), pero sin un imaginario conservador positivo como propuesta alternativa. En suma, luego de 11 años de polarización salvaje (2008-2019),31 la Argentina devuelve la imagen de una sociedad muy dañada, en la cual la derecha conservadora y neoliberal continúa con chances de continuar en el gobierno, mientras que el progresismo se ha desplazado hacia el centro político, para poder captar votos más despolarizados. Esto ha generado una derechización de la oferta política electoral, aun si no se advierten grandes corrimientos hacia una extrema derecha abiertamente antidemocrática. En Brasil, el 2013 marcó el parteaguas.32 La crisis, primero de orden financiero, abrió a un nuevo ciclo de protestas, una “apertura 31 En Argentina, la piedra de toque de la polarización fue el conflicto por la renta agraria extraordinaria que, en 2008, enfrentó a Cristina Fernández, apenas asumida como presidenta, con los sectores agrarios (oposición que aglutinó el conjunto de las corporaciones agrarias). Pronto, el desacuerdo por el aumento de las retenciones agrarias adoptó dimensiones políticas: tanto la respuesta inflexible del gobierno (llamándolos “piquetes de la abundancia”) como la rápida reacción de sectores de clase media porteña, que salieron a la calle en apoyo del “campo”, cuestionando el estilo beligerante del gobierno, sirvieron para reactualizar viejos esquemas de carácter binario, que atraviesan la cultura política argentina: civilización / barbarie; peronismo / antiperonismo; pueblo / antipueblo; nación / antinación. Como en otras épocas de la historia argentina, los esquemas dicotómicos, que comenzaron siendo principios reductores de la complejidad en un momento de conflicto, terminaron por funcionar como una estructura de inteligibilidad de la realidad política, tanto para aquellos que se identificaban con el campo popular democrático, como para aquellos identificados el campo liberal-republicano. Amén de ello, la polarización social ilustraba una suerte de fractura instalada en el corazón mismo de las clases medias argentinas. 32 Una aclaración se hace necesaria. A diferencia del argentino, que aparece como emblemático, pocas veces se ha reconocido que la experiencia del Partido de los Trabajadores (PT) bajo el gobierno, también forma parte de los populismos latinoamericanos. Ciertamente, el caso del PT tiene sus peculiaridades y puede ser leído como un populismo transformista; o, de modo más gramsciano, en términos de “revolución pasiva” Para el brasileño André Singer, este último concepto es clave en la explicación del lulismo, pues este vendría a instituirse en una variante conservadora de la modernización. En realidad, la estrategia política del PT se expresó en el llamado “pacto lulista”, un modelo que proponía satisfacer a la vez los intereses de los trabajadores y 62 Nuevas derechas autoritarias societaria”, como propone pensarla Breno Bringel, ya citado, visible en la confluencia y disputa en la calle de sectores con tradiciones políticas muy diversas: desde el alteractivista (con fuerte protagonismo en el Movimiento Pase Libre), el campo liberal-conservador (que apoyó la operación Lava Jato y tendría una política agresiva contra el “campo popular-democrático” representado por el PT), hasta el temido campo autoritario-reaccionario (de talante antidemocrático, nostálgico de la dictadura militar). El golpe de estado parlamentario contra Rousseff consolidó la “radicalización conservadora”33 que sería liderada por Michel Temer, quien de todos modos careció de la legitimidad política para llevar a cabo las reformas neoliberales. Más difícil resulta clasificar al gobierno de Lenín Moreno, quien se presenta al mismo tiempo como una continuidad y una mutación dentro del progresismo. Mientras que para Alberto Acosta y J. Cajas Guijarro es “un neoliberal más”,34 para Pablo Ospina, “Si la política económica ecuatoriana puede ser legítimamente calificada como de ‘derecha’, lo discutible es que con Moreno hayamos presenciado algún ‘giro’.35 Efectivamente, para todos estos autores, el gobierno de More- las clases medias, a través de reformas sociales graduales y la expansión del consumo, como los intereses de los empresarios, a través de una política de apertura a las inversiones y de fomento estatal. El “pacto lulista” funcionó entre 2003 y 2013, en el marco del crecimiento económico impulsado por lo que he llamado el “consenso de los commodities”, muy atado al sistema financiero, e implicó un mejoramiento de la situación de las clases populares, en uno de los países más desiguales de la región. Al mismo tiempo, conllevó la creciente burocratización del PT, la temprana deriva en la corrupción (el Mensalão, 2005), el progresivo abandono de la política de reforma agraria, la expansión del agronegocios y el acaparamiento de tierras en manos de latifundistas. En suma, no solo a causa de sus políticas, sino por el temprano cambio de su composición orgánica, el PT, el principal partido de izquierda clasista del continente, devino en el poder, transformismo mediante, un régimen populista. 33 Salvador Schalvelzon, 29/06/2016. https://bit.ly/3l3AkS2, recuperado el 24/5/2019. 34 Véase: “Moreno, un neoliberal más”. La línea de Fuego. Revista Digital. https:// bit.ly/32l8LLt 35 Véase: “Ecuador: ¿realmente hay un ‘giro a la derecha’?”. Nueva Sociedad. https://bit.ly/3aQhklj Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 63 no habría profundizado el modelo del ajuste fiscal y de las concesiones petroleras a empresas extranjeras que inició Rafael Correa en 2014. La derecha radical autoritaria En Brasil, la crisis del sistema democrático, con el escándalo de Odebrecht, conllevó la caída de la clase política y empresarial y la descomposición del sistema político tradicional. En el corto período que se establece entre la destitución de Rousseff (2015) y el posterior encarcelamiento de Lula da Silva (2018), se fue tejiendo una cadena de equivalencias sobre la cual se montaron las demandas del campo más autoritario y conservador, que encontraron una traducción político-electoral. En lo político, y más allá del sentimiento antipetista de las clases medias y altas y de la eficacia de las fake news, el triunfo de Jair Bolsonaro expresó un llamado social a restablecer los valores morales tradicionales y las jerarquías depuestas. Emergió así una nueva oferta política, un populismo de extrema derecha, con importantes elementos de fascismo explícito,36 en el cual convergen la apelación a un orden capitalista clásico/autoritario con el llamado al orden patriarcal tradicional, el de la previsibilidad de las divisiones binarias, el de la distinción entre “lo normal y lo patológico/lo desviado”. En esa línea, el vertiginoso ascenso de Bolsonaro resitúa a América Latina en el escenario político global, en consonancia con lo que sucede en los Estados Unidos de Trump y en los países europeos, donde se expanden los partidos antisistema, de la mano de la extrema derecha xenófoba, antiglobalista y proteccionista. En el marco de una reacción antiprogresista generalizada, la extrema derecha en su versión populista, o más bien cuasi fascista, surgió como una de las ofertas disponibles, vehiculando un discurso anti-corrupción, a través del cual se visibilizan otras demandas, desde aquellas que proclaman la defensa de la familia tradicional en contra del estado, la crítica al garantismo y a la política de derechos humanos, a la “ideo36 Resulta difícil trazar las fronteras entre populismos de extrema derecha y derechas fascistas, pero ciertamente, como afirma Chantal Mouffe (2019), una diferencia es que mientras el populismo de derecha reivindica la democracia en clave xenófoba, el fascismo apela abiertamente a valores autoritarios. 64 Nuevas derechas autoritarias logía de género y la diversidad sexual,37 hasta las que habilitan incluso la defensa de la dictadura militar o la justificación de la tortura. Posteriormente, en 2018, el encarcelamiento de Lula da Silva y la imposibilidad de que este se presentara a elecciones generales, pusieron de manifiesto tanto la debilidad del campo popular democrático (del PT y de los movimientos sociales que lo acompañaron, entre ellos el Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra), habilitando discursos de carácter antidemocrático, promovidos desde el campo autoritario-reaccionario. Instalado el nuevo umbral, reconfigurada las fronteras políticas entre lo democrático y lo no democrático, el pasaje de un gobierno de derecha más conservadora y neoliberal, que accedió a través de un golpe parlamentario, a uno de derecha radical, por la vía de las urnas, fue muy rápido. Un dato no menor es que, en contraste con la Argentina, en Brasil la polarización no irrumpió en un período de auge económico, sino que coincidió con el fin del boom de los commodities y el agotamiento del “pacto lulista”, hacia 2013. Elementos en común y diferencias Por encima de las diferencias realmente existentes, en América Latina hay varios elementos en común entre la derecha neoliberal y la derecha radical autoritaria: La tendencia empresarial y la orientación neoliberal es la norma. Existe así una presencia importante de ministros en el gobierno que provienen del mundo de las élites empresariales, que fungen como representantes directos de los grandes grupos económicos. No es casual que los grandes grupos económicos hayan obtenido una remisión de las deudas (patronales y tributarias) (Acosta & Cajas Guijarro, 2018). Son gobiernos neo-empresariales que se proponen llevar a cabo la reforma laboral —y provisional— realizan el ajuste fiscal, contraen la inversión pública y disparan la desocupación. Por ejemplo, en Argentina y Ecuador, tras 37 Veáse de Pablo Stefanoni (2018) los alcances de la crítica al llamado “marxismo cultural”, que apunta sobre todo a la llamada ideología de género y diversidad sexual, así como el discurso garantista y de derechos humanos. Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 65 el discurso de la política gradual de ajuste, hubo un regreso al FMI, lo que sin duda aceleró el ajuste. El aumento de la pobreza se combina así con la ampliación de las brechas de la desigualdad. Los procesos judiciales ligados a hechos de corrupción comenzaron a ocupar un gran espacio en la agenda política. En esa línea, la justicia juega un papel importante en la unidimensionalización del legado del ciclo progresista. Si bien la corrupción involucra una parte importante de la clase política y empresarial, apuntan de manera especial a deslegitimar los progresismos,38 a fin de bloquear cualquier posibilidad de realización de un balance complejo y multidimensional, instalando la idea de que estos, lejos de perseguir la igualdad, son y han sido populismos corruptos e irresponsables. Este discurso antiprogresista señala como encarnación de todos los males políticos al régimen venezolano de Nicolás Maduro, símbolo mayor de la corrupción y de la dictadura. La expansión de las fronteras de commodities y la construcción del enemigo interno. La profundización del neoextractivismo, a través de la expansión de una nueva fase de exacerbación, en todas sus modalidades (agronegocios, minería, fracking, megarepresas, entre otros), ha sido la regla. Al mismo tiempo, esto ha sido avalado por fuertes medidas represivas (Svampa, 2018; Svampa & Terán-Mantovani, 2019). En esta línea, desde las derechas se destaca la construcción del “enemigo interno”, un elemento que nos remonta a la época de la Doctrina de Seguridad Nacional. Mientras que en Argentina el enemigo interno es representado por los mapuches, en la zona de la Patagonia; en Brasil el concepto es mucho más englobante, pues se trata de un discurso no sólo anti-indígena, sino también antigarantista, antigay y racista. Así, mientras se militarizan territorios y se promueve el avance de las fronteras del capital, América Latina continúa en el top del ranking mundial en términos de asesinatos a activistas de derechos humanos y activistas ambientales (Global Witness, 2017 y 2019). Como ya ha sido dicho, estas derechas apuntan al vaciamiento de las instituciones regionales creadas durante el ciclo progresista 38 Con ello no estamos afirmando que los progresismos no hayan cometido actos de corrupción. Antes bien, lo que enunciamos es la unidimensionalización de la experiencia progresista, por la vía de su asimilación a la corrupción. 66 Nuevas derechas autoritarias (Unasur, ALBA) y hoy se encaminan a construir nuevos espacios de integración, de la mano de la multilateralidad y el libre mercado. En términos de opciones geopolíticas, la consolidación de una nueva dependencia económica, comercial y tecnológica con China, por la vía de inversiones en infraestructura y extracción de bienes comunes, así como a través de la firma de convenios bilaterales y acuerdos comerciales de nueva generación, coexiste con el abierto acercamiento de los diferentes gobiernos con Estados Unidos, marcado por el trumpismo, su discurso proteccionista y su lenguaje de guerra. Es la “vuelta a la normalidad” en las relaciones Estados Unidos-América Latina, pero a condición de reconocer que este acto de subalternidad se realiza en un contexto geopolítico complejo y cambiante, marcado por la multipolaridad. Así, mientras se amplían las bases militares norteamericanas en la región, también lo hacen las áreas de comercio con otros países (el Pacífico, Rusia, China). Por otro lado, existen diferencias notorias entre ambas derechas, en cuanto a la concepción de lo social y sus valores y quiénes están llamados a ser los protagonistas del cambio: mientras la derecha neoliberal se mantiene en una línea de convergencia entre clasismo y neoliberalismo, entre conservadurismo y liberalismo cultural, ensalzando la meritocracia y sumando algunos elementos ligados a la retórica pospolítica; la derecha radical expresa la legitimación de valores autoritarios y jerárquicos, abre la puerta a un fascismo social39 algo que en el límite, propone la eliminación del otro diferente, así como una vuelta radical a los binarismos patriarcales tradicionales (pares binarios que oponen y jerarquizan un polo sobre otro, en términos raciales, sociales, de género y generacionales). Asimismo, mientras que la derecha neoliberal combate el igualitarismo a través de la despolitización y busca articularlo en clave de mercado, de meritocracia y de nuevas oportunidades “aspiracionales”, la derecha radical propone desinstalar la clave meritocrática, expulsándola del dispositivo político institucional, para rearmar el 39 Entiendo el fascismo social en la línea en que lo define Boaventura de Sousa Santos (2009), el cual es generado desde la sociedad y conoce diferentes expresiones o manifestaciones sociales. Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 67 esquema societario en una nueva clave: la que opone “la mayoría silenciosa” a la clase de los expertos, sean que estos pertenezcan a la clase política/económica y financiera; o de modo más específico, a los expertos asociados a las izquierdas académicas, cuyo discurso se centra en el feminismo y la defensa de la diversidad sexual y étnica. No es casual entonces que, en este último caso, el enemigo no sea sólo político, sino también “cultural”, ilustrado por una “élite privilegiada de izquierda”, a todas luces universitaria, que promueve “valores disolventes”. Los ataques del gobierno de Bolsonaro contra la educación las universidades públicas brasileñas —y particularmente contra las ciencias sociales y humanas— son un claro ejemplo de ello. No sólo se repudia su condición de “expertos”, sino que además se responsabiliza a estos de ser los portadores de discursos y prácticas que atentan contra los “valores de la familia y la vida”, (el posestructuralismo, y su defensa de la llamada “ideología de género”, “el discurso gay”, la defensa de las minorías sexuales y étnicas, el discurso en defensa de los derechos humanos). En esa línea también conviene distinguir entre la derecha radical que encontramos en América Latina (al menos, hasta el momento) y aquella otra que se expande en Europa y Estados Unidos. Mientras que en términos generales en el Norte Global, la derecha radical tiene una relación más ambigua con el neoliberalismo; más aún, trasluce un rechazo al sistema de desigualdades profundizado por la globalización neoliberal, en clave xenofóbica y proteccionista; en América Latina esta aparece como una reacción contra los populismos progresistas, y articula en clave antigarantista o antiderechos desde demandas como la seguridad, el rechazo a un estado asistencialista, hasta la defensa de los valores familiares tradicionales en contra del discurso gay/feminista/antipatriarcal. En suma, contra ellxs, la nueva derecha radical, propone una narrativa “anti-elitista”, “anti-privilegios”, busca reivindicar una “verdadera democracia”, el de las “mayorías silenciosas”. Pero, mientras que en Estados Unidos y Europa este discurso anti-elitista opone de modo prioritario “los políticos ciudadanos” contra los “políticos 68 Nuevas derechas autoritarias expertos” (de izquierda y de derecha),40 y apunta contra los inmigrantes; en América Latina, la derecha radical es primariamente antigarantista o antiderechos y apunta contra la clase cultural progresista y las izquierdas, representada de modo paradigmático por las ciencias sociales y el saber experto universitario. En ambos casos, se trata de un “discurso moral”, que opone las creencias del pueblo (la mayoría) contra una clase dominante (los “expertos”), y puja por (re)instalar el dispositivo jerárquico tradicional. De lo social a lo político-electoral Ha sido dicho que Argentina y Brasil comparten el giro político a la derecha, pero de modo diferente. Mientras que una lo hizo de la mano de una derecha política más conservadora y neoliberal, más ligada —incluso en su propio fracaso— a los años 90; el caso de Brasil ilustra la emergencia de una nueva derecha radical antidemocrática. Sin embargo, a nivel social, y pese a las diferencias, en Argentina existen elementos propios del giro reaccionario-autoritario que vemos en Brasil, aunque este encontró vías de expresión más específicas: primero durante la discusión y sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario en 2010, luego, de manera más virulenta, con el proyecto de legalización del aborto, en 2018. Tengamos en cuenta que el debate por el aborto legal instaló en la agenda pública no solo la problemática de la violencia de género, sino también un potente discurso feminista de decidido corte antipatriarcal. El abigarrado espacio del Ni una menos (que surgió en 2015) es un movimiento de movimientos caracterizado por la movilización masiva, en el cual convergieron dos olas: aquella representada por los colectivos feministas que desde hace décadas vienen bregando por la legalización del aborto, con la ola más reciente, ilustrada por la flamante vitalidad antipatriarcal de las más jóvenes. La lucha por la legalización del aborto hizo que este movimiento intergeneracional se convirtiera en una nueva fuerza social, una revolución de alcances inesperados, donde las mujeres expresan un nuevo ethos que 40 Véase el perfil de Steve Bannon, https://bit.ly/34rstrB Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 69 se coloca por encima de los clivajes ideológicos (la sororidad y la autonomía de los cuerpos). En 2018, la discusión por el aborto legal dividió a la sociedad argentina en dos campos: por un lado, el campo liberal-democrático y el radical-feminista; por otro lado, el campo liberal conservador y el reaccionario-autoritario. Este último campo, el de los pañuelos celestes, autodenominado “provida”, desarrolló una gran capacidad de movilización, de la mano de sectores pentecostales y el catolicismo ultraconservador; ejerciendo una abierta presión sobre lxs legisladorxs nacionales para rechazar el proyecto de ley del aborto en el Senado, además de impulsar interpretaciones forzadas, lesivas e incluso desquiciadas —como comparar el derecho al aborto con el nazismo, o con la última dictadura militar argentina. Sin duda, la marea verde feminista constituye el movimiento social más potente e innovador de la Argentina de las últimas décadas.41 Ahora bien, pese a la derrota del proyecto de ley en favor del aborto en el Senado, la masividad del movimiento hizo creer a muchxs que, más allá de la batalla perdida, este no sólo había llegado para quedarse, sino también que, más temprano que tarde, se haría justicia. En contraste con este optimismo, hoy la marea verde feminista tiene su backlash, su reacción conservadora. Por un lado, en el norte del país, donde esta suele ser más automática y notoria, e involucra la activa complicidad de funcionarios locales y provinciales, comenzaron a realizarse acciones que pretenden obstaculizar los abortos no punibles (en casos de violación, y cuando existe peligro para la vida o la salud de la mujer, algo que la legislación argentina garantiza desde 1921). Por otro lado, surgieron “grupos de padres” (que en realidad son grupos organizados de activistas antiderechos), para movilizarse en rechazo de la ley de Educación Sexual Integral en las escuelas, norma cuyo carácter progresista es innegable. Por último, el dato más novedoso lo aporta una de las provincias consideradas más progresis41 Existe también una reflexión crítica que se orienta a problematizar la dirección punitivista de ciertas corrientes del feminismo actual. Para aportes en una clara línea crítica y progresista, véase Rita Segato (2019), así como Cristina Vega (2018). Para una visión desde la derecha, que critica el punitivismo ligado a las “izquierdas políticamente correctas” y postestructuralista, véase Schapiro, 2019. 70 Nuevas derechas autoritarias tas, Santa Fe, donde una modelo y panelista televisiva, Amalia Granata, que se opone al aborto legal, obtuvo en las elecciones provinciales de junio de 2018, nada menos que el 20% de los votos. Ella, junto con otros cinco candidatos de su lista (sectores penstecostales y de extrema derecha), serán legisladores provinciales, en nombre de un partido denominado, “Unite por la familia y la vida”. En esta línea, la nueva presentación del proyecto de Ley del Aborto Legal, realizada en mayo de 2019 ante el Congreso nacional, presagia la reedición de contiendas sociales y nuevas espirales de polarización. Es probable que la elección en Santa Fe encuentre nuevas réplicas en otras provincias. Aunque ahora esas demandas se encuentran todavía dispersas, al calor de la polarización, vaya a saber si estos grupos no podrían confluir con otros que apelan a la “mano dura” y proclaman la defensa del orden capitalista clásico/autoritario, convirtiéndose —como sucedió en Brasil— en eslabones en una misma cadena de equivalencia. En suma, a diferencia del Brasil, en Argentina la polarización no tuvo su despliegue inicial en un período de declive económico, sino todo lo contrario; tampoco la reacción autoritaria golpeó de lleno al populismo como régimen, sino más bien se orientó contra la marea verde feminista y su agenda de derechos, ya bajo un gobierno de derecha. Sin embargo, más allá de la diversidad de escenarios políticos y de tiempos económicos, lo llamativo es que estas corrientes sociales autoritarias atraviesan el conjunto de los países latinoamericanos, con diferentes grados de expresión y visibilidad, ilustradas por la movilización de los sectores pentecostales y ultracatólicos, así como por la emergencia de nuevas agrupaciones de derecha y anarquistas libertarios, que batallan en contra de lo que denominan “el marxismo cultural”, esto es, contra el discurso garantista, contra el feminismo, la llamado “ideología de género”, contra la diversidad sexual, proponiendo un claro regreso a las divisiones binarias tradicionales. *** Nuestro planeta está en peligro. El cambio climático, como expresión más visible de la crisis socio-ecológica es una realidad. Los eventos extremos, la expansión destructiva del modelo neoextractivista en los territorios, sus impactos múltiples, la toxicidad de nues- Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 71 tros alimentos, la amenaza del colapso energético, hacen que habitantes del campo o de la ciudad sintamos diariamente el roce de la catástrofe, la cola del monstruo en la oscuridad. Lamentablemente, no siempre esa sensación de desamparo y de crisis ha servido para abrir el debate público sobre estos temas tan acuciantes, para pensar sobre la situación crítica de nuestros sistemas socio-naturales, sobre la necesidad de un nuevo paradigma civilizatorio; sobre las consecuencias del avance de la comoditización de la naturaleza. Pero también hemos aprendido que esta gran problemática no es la única cola del monstruo en medio de la oscuridad. La regresión es también política y sacude a numerosas sociedades, tanto en el Norte como el Sur Global, donde se expande la derecha radical, que abre la puerta a diferentes expresiones del fascismo social. En tal sentido, la relación entre progresismos y giro conservador no es lineal, aunque la polarización abrió nuevas ventanas de oportunidad. El caso más reciente es Bolivia, donde el derrocamiento de Evo Morales abre a una serie de interrogantes acerca de la rapidez con la que se producen las transformaciones políticas. No sólo los tiempos políticos en el mundo se aceleraron, sino que en su vertiginosidad amenazan con mutaciones bruscas y violentas, de carácter irreversible, a imagen y semejanza de la crisis climática actual. Así, lo novedoso en América Latina no es la polarización propia del ciclo progresista, ya clausurado, sino más bien la fragilidad del escenario político emergente. El posprogresismo en clave latinoamericana trae la amenaza de un backlash, de una reacción virulenta en contra de la expansión de derechos, de retorno de lo reprimido, capaz de desplegarse a través de peligrosas cadenas de equivalencia, que engarza tanto con las nuevas derechas tradicionalistas como con los fundamentalismos religiosos. En Brasil, esas corrientes sociales encontraron sorpresivamente una traducción y una convergencia política electoral, que dieron nacimiento a una nueva derecha radical. En Argentina —y probablemente en otros países— apuntan a golpear al movimiento social más potente surgido en los últimos 30 años, el feminismo antipatriarcal, ilustrado por la lucha en favor del aborto legal. En Bolivia, la conjunción explosiva entre un populismo democratizador, pero ciego, y un revanchismo racista, abre las puer- 72 Nuevas derechas autoritarias tas a figuras de la extrema derecha y con pretensiones fundamentalistas, como Fernando Camacho o Jeanine Añez. Es cierto que no está dicho que la reacción autoritaria haya llegado para quedarse, pues múltiples son las fuerzas igualitarias que recorren el continente, de la mano de diferentes tradiciones de lucha, desde aquellos que redoblan la acción anti-neoliberal ante el regreso de los tiempos de oscuridad (organizaciones sindicales y movimientos socioterritoriales urbanos), hasta aquellos otros que encarnan la expansión de nuevos derechos y bregan por abrir a otros horizontes civilizatorios (movimientos feministas, diversidad sexual, luchas socioambientales e indigenistas). Aun así, es necesario pensar lo que sucede en Brasil e incluso, de modo más acotado, en Argentina y otros países, como el síntoma de algo más profundo, presente en todas las sociedades latinoamericanas y en mayor sintonía con lo que ocurre a nivel global. En un contexto posprogresista —marcado por nuevos conflictos sociales, mayor desigualdad, creciente desorganización social, una acuciante crisis socio-ecológica, discursos punitivos, crisis de los partidos políticos, emergencia de nuevas agrupaciones de derecha— las vías de la polarización salvaje no solo abren la posibilidad a un giro conservador/neoliberal, a la usanza de los años 90; también puede visibilizar corrientes profundas que recorren la sociedad, instalando y legitimando discursos desigualitarios y conductas fascistizantes, que se creían erradicados y que colocan en un gran tembladeral derechos y valores democráticos. Como ya sucedió en Brasil, de modo rápido, casi vertiginoso, estas pueden traducirse en un umbral de pasaje, conllevando un grave retroceso político, social y cultural. Hay que estar atentos, encender la alarma; acompañar y activar más que nunca las fuerzas sociales democráticas, aquellas que buscan abrir nuevos horizontes de justicia social y ambiental, aquellas que impulsan la expansión de nuevos derechos y combaten las ideologías de carácter reaccionario y desigualitario. Lo que las derechas traen a la región latinoamericana 73 Bibliografía Acosta, A., & Cajas-Guijarro J. (2018). “Moreno, un neoliberal más”. https://bit.ly/3196weA Akram, H. (2018). “Tres razones para oponerse al TPP11”. https://bit. ly/3gbm1am Bringel, B., & Domingues, J.M. (2018). Brasil. Cambio de era: crisis, protestas y ciclos políticos. Los libros de la Catarata. Carpio, S. (2017). Integración energética sudamericana: entre la realidad, perspectivas e incertidumbres. En Discursos y realidades. Matriz energética, políticas e integración. Plataforma Energética (pp. 91-138). CEDLA, Bolivia. Comini, N., & Frenkel, A. (2014). Una “Unasur de baja intensidad. 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Alejandro Mantilla Lo que ocurrió en la campaña del plebiscito en Colombia no fue algo espontáneo, sino que obedece a la lógica conservadora de buena parte de la sociedad. En esa coyuntura se dio una articulación de diversos sectores de la derecha. Unos que estaban de frente en contra de los Acuerdos de Paz y otros que estaban en la oposición al presidente Santos desde la derecha, porque Santos tenía oposición de derecha y de izquierda. Alejandro Mantilla Alejandro Mantilla es licenciado en Filosofía. Ha acompañado a diversas organizaciones campesinas, indígenas y sindicales en Colombia. Hace parte del comité editorial de la Revista La Siniestra. En la actualidad es profesor ocasional del departamento de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia. Buena parte de la sociedad colombiana es conservadora 81 En el Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo hemos discutido acerca del auge de la nueva derecha en el mundo y en América Latina. Un punto crucial para las movilizaciones de esta derecha es una suerte de lucha cultural. Una consigna clave para ellos es la defensa de la familia natural o la lucha contra la “ideología de género”. Tal propaganda también funcionó en la campaña contra los acuerdos de La Habana entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) en el plebiscito 2016 en Colombia. ¿Qué dinámicas tenía esa campaña? ¿Qué fuerzas se unieron en ella? Colombia es una sociedad donde los sectores más conservadores han tenido mucha fuerza tradicionalmente. Es una sociedad en la que los movimientos de mujeres y los movimientos de diversidad sexual realmente tienen un reto muy grande porque tienen un enemigo muy poderoso que está dispuesto a ceder muy poco. Mucho de lo que se ha ganado en términos de diversidad sexual o del movimiento de mujeres ha sido por vía judicial, porque en algunos momentos la Corte Constitucional ha tenido una mayoría progresista que ha reconocido derechos vía sentencias. Lo que ocurrió en la campaña del plebiscito no fue algo espontáneo, sino que obedece a la lógica conservadora de buena parte de la sociedad. En esa coyuntura se dio una articulación de diversos sectores de la derecha. Unos que estaban de frente en contra de los Acuerdos de Paz y otros que estaban en la oposición al presidente Santos desde la derecha, porque Santos tenía oposición de derecha y de izquierda. En este caso se trató de la oposición de la derecha, que aprovechó algunas fake news. En estos momentos de la posverdad sectores cristianos, pentecostales, de la iglesia católica y grupos ultraconservadores le dijeron al país que había una propuesta, un proyecto del gobierno de Santos para proponer educación sexual para niños. Se presentaron unas cartillas que habían producido en los países nórdicos para consumo adulto como si fueran cartillas de educación sexual. En buena parte de la población quedó la sensación de que había la intención de corromper a los niños desde el gobierno. Fue una estrategia muy hábil de esos sectores al relacionar ese tipo de mentiras con los Acuerdos de Paz. A eso se suma una 82 Nuevas derechas autoritarias tendencia que vimos muy fuerte en Perú, en Argentina, y en otras partes del continente, donde la Iglesia polemizó contra “la ideología de género”, que implica un trato peyorativo a los reclamos del movimiento gay y del movimiento de mujeres. En resumen, fue una utilización muy hábil por parte de los sectores conservadores contrarios a los procesos de paz, contrarios a los derechos de las mujeres y a las demandas del movimiento gay. Muy bien agenciados con sectores de las iglesias católicas y pentecostales para meter en un mismo paquete tres cosas distintas: el gobierno Santos, las reivindicaciones desde los sectores del movimiento gay, de mujeres, y los acuerdos de paz. ¿Hubo en realidad algo de ese contenido en los Acuerdos de Paz? No, en realidad no mucho. Los Acuerdos de Paz sí tenían una perspectiva de género, pero no estaba en el núcleo del acuerdo. Lo que se logró en términos de género fue por un esfuerzo muy grande del movimiento de mujeres que tuvo algo de recepción en un sector de las FARC. Por eso fue fácil sacar esas partes del acuerdo después del plebiscito y antes de la votación en el parlamento. Sí, aunque ahí lo más importante también fue una campaña de mentiras en torno al Acuerdo de Paz. El jefe de la campaña del No en el plebiscito confesó que hubo una segmentación para llegar a diferentes sectores poblacionales: a los pensionados se les dijo que los insurgentes iban a recibir una pensión más alta que la que recibe la mayoría de los pensionados; a los sectores de las iglesias se les dijo que venía la ‘ideología de género’; a las víctimas se les dijo que iba a haber impunidad. Esa fue una estrategia de mentiras muy bien calculada que generó que el No ganara en ese plebiscito. También hay que plantear que hubo una inmensa torpeza de quienes estábamos en la campaña por el Sí. Creo que nos debilitamos, no supimos reaccionar. Mientras la derecha actuó de manera muy compacta y con una estrategia de noticias falsas que fue muy efectiva. Buena parte de la sociedad colombiana es conservadora 83 Una de las características de la nueva derecha reaccionaria fue insinuar la eliminación del adversario político usando un lenguaje de guerra. Esa lógica está muy arraigada ya en Colombia, y tu lectura de la historia de Colombia en tu texto,1 es que la Iglesia Católica y la violencia partidista propiciaron una visión de la política basada en la aniquilación del rival, en lugar de la defensa de lo común. ¿Regresó con Iván Duque — presidente electo en 2018— la vieja derecha colombiana y no se puede hablar de una nueva derecha en Colombia? ¿O hay nuevos rasgos? Yo creo que hay varias continuidades. Ese discurso del antagonismo y la aniquilación del otro han estado muy constantes en la historia de Colombia. Primero, en el siglo XIX la consolidación del Estado pasó por guerras civiles entre liberales y conservadores. Así se forjó la política en ese siglo, en un enfrentamiento armado permanente. Segundo, una lógica anticomunista que llegó al país antes que el comunismo. En Colombia los discursos anticomunistas datan de finales del siglo XIX, mientras el Partido Comunista se funda en 1930. Esa idea de que el comunismo es el enemigo principal es muy vieja en el país y se consolida con el nacimiento de las insurgencias y la doctrina del enemigo interno, que fue tan promovida por los gobiernos de Estados Unidos. Esa lógica de aniquilación del otro desde los partidos tradicionales ha estado muy presente, y una lógica anticomunista y anti insurgente ha sido una constante, pero también hay rupturas, ubicadas ya en los años 1980 y al inicio del siglo XXI. Lo explico: Una gran ruptura que uno podría plantear en la derecha colombiana tiene que ver con la aparición de un paramilitarismo ya organizado y hegemónico, que no se puede explicar sin el agenciamiento del paramilitarismo con el narcotráfico. Es decir, la década de 1980 mostró un recrudecimiento del conflicto armado en Colombia, en buena medida por el crecimiento del narcotráfico y por el paramili1 Véase, entre otros El títere, el enano y la maquinaria, disponible en: https:// bit.ly/3hpC2uN. La Colombia Humana después de las elecciones https://bit. ly/2E7aVWO 84 Nuevas derechas autoritarias tarismo como brazo armado del narcotráfico. Paramilitarismo que, por supuesto, estuvo promovido por sectores de las élites, por empresarios, por Estados Unidos, por el latifundio y por el narcotráfico. La segunda gran ruptura tiene que ver con la elección de Álvaro Uribe como presidente en 2002. Eso generó una nueva lógica de la derecha colombiana, que sin duda venía siendo tradicionalmente anticomunista, ligada al latifundio, también con relaciones alrededor del narcotráfico, pero Uribe logra que ese antagonismo, que ese anticomunismo y esa anti insurgencia deje de ser, en los términos de Deleuze, molar para ser molecular. O sea, deja de estar centrada en el ejército, en los partidos tradicionales, para irrumpir por toda la sociedad. Es decir, que Uribe —como la nueva derecha reaccionaria con su lucha cultural— realmente logró tener arraigo en toda la sociedad, no solo en las élites y desde el poder sino ligándose a estratos más populares. Sí, se nota muy bien en el caso de Uribe. Su liderazgo tuvo esa inmensa capacidad de generar un consenso en las clases dominantes y esa micropolítica anti insurgente, anticomunista en los sectores populares y medios de comunicación. El principal antecedente de esto sería tal vez Fujimori en Perú. Por favor, profundiza en cómo logró Uribe esa popularidad… Fue decisivo que Uribe lograra un consenso de las clases dominantes; logró que la oligarquía tradicional, asentada en las grandes ciudades y en algunas regiones, tuviera un diálogo y una alianza con esa lumpen burguesía apalancada en el contrabando y en el narcotráfico, y con el capital transnacional de Estados Unidos. También generó un doble juego en el que fue muy hábil. Se presentó como un político por fuera de las clases políticas tradicionales. Es decir, se presentaba como alguien que luchaba contra la politiquería, pero las clases políticas tradicionales todas, salvo un pequeño sector del Partido Liberal, lo respaldaron. Era un maestro del disfraz. Buena parte de las clases políticas en Colombia han logrado un consenso por la vía del clientelismo político: el pago de favores políticos a pequeña escala, a través de la compra de votos, la generación de empleo Buena parte de la sociedad colombiana es conservadora 85 para su red de lealtades, o con la distribución amañada de cupos de salud o cupos en la universidad. Ese clientelismo le ha funcionado muy bien en las clases políticas tradicionales, y Uribe fue un genio en eso. Él reconfiguró el Estado y el presupuesto nacional para pagar favores políticos. Esa dimensión clientelar fue clave para generar ese consenso. Se mostró como un hombre muy cercano a la gente. Fíjate en “Las sabatinas”, programas televisados que hacía Rafael Correa todos los sábados estar en diferentes regiones; Uribe ya se había adelantado esa práctica antes con algo que él llamaba los Consejos Comunales. Daba la impresión de que era un tipo muy cercano a la gente porque iba a las regiones, se recorrió este país cuatro veces en esos ocho años y visitó casi todos los municipios. Eso generó una imagen de que era muy cercano a la población. Además, por supuesto, esa imagen de consenso la complementó con una muy dura coerción contra el enemigo interno. George Lakoff en sus textos sobre metáforas y ciencias cognitivas, dice que hay dos modelos en la política, que es el padre protector y el padre estricto, Uribe los encarnó ambos. Era el padre castigador porque era el patriarca represivo, pero al mismo tiempo era, para muchos sectores, el que los protegía de la amenaza insurgente y de la amenaza del comunismo internacional. Fue una mezcla de liderazgo carismático con clientelismo y anti política. Por esa vía logró mantener popularidad. Hasta que, muy al final de su gobierno, empezó a tener problemas. En ese sentido, Uribe y Fujimori anticiparon a Bolsonaro y a buena parte de la derecha de la región en los últimos años. Dices que en Colombia están un paso más adelante que en otros países, porque ya Uribe tenía esos rasgos. Pero me parece algo nuevo el surgimiento de las iglesias pentecostales. especialmente con su rol en la campaña por el No en el plebiscito. Sí. Las iglesias pentecostales en Colombia, al igual que en buena parte de América Latina, tomaron mucha fuerza a finales de la década de 1970 y en la década de 1980. Hay gente que plantea que las iglesias pentecostales, en buena medida, tienen cabida como una estrategia también de debilitamiento de los sectores de izquierda en la iglesia, los sectores de Teología de la Liberación, que en Centro- 86 Nuevas derechas autoritarias américa y en Brasil fueron tan importantes, y en Colombia también tuvieron eco en las insurgencias y en algunos movimientos populares. Desde los años 90 e inicios del siglo XXI toman una fuerza importante en dos sentidos. Uno, como redes de amparo o redes de cuidado, en una sociedad que no tiene ni mecanismos de bienestar social, ni mecanismos de protección pública, ni redes comunitarias en las ciudades. Ante esa ausencia, las iglesias son el suspiro de la criatura agobiada como diría Marx. Por un lado, generan protección y amparo, pero, por otro lado, promueven la competencia capitalista y todo lo que se ha planteado de la “teología de la prosperidad”. Además, con el tiempo han generado una participación política muy importante, han constituido partidos que tienen una relativa importancia, como el Partido Mira o Colombia Justa Libres. Son dos partidos pequeños pero que tienen personería jurídica y se han articulado con los partidos más grandes de la derecha, como Cambio Radical o el Centro Democrático. Para la derecha, en general, y para la nueva ola reaccionaria, en especial, la crisis de los progresismos fue un arma muy poderosa. Movilizaron mucha gente con el miedo al Castro-Chavismo. En Colombia con muchos migrantes venezolanos tenían evidencia para esta propaganda, y si la derecha ganó con Duque, sin embargo, la izquierda con el binomio de Gustavo Petro Ana María Robledo, tenían más votos que la izquierda colombiana en décadas. ¿Cómo lo lograron en esa atmósfera adversa? Antes de responderte, una salvedad: sí bien es cierto, a pesar de la adversidad se logró el mejor resultado para la izquierda en la historia, no obstante, es posible que el miedo al Castro-Chavismo haya generado la derrota de Petro. No solo por el miedo al Castro-Chavismo, sino también por el miedo a la crisis económica. Más que el miedo a la izquierda, que estaba presente sin duda, pesó mucho más en los sectores medios el miedo a una crisis o un desabastecimiento, porque las elecciones ocurrieron cuando estaba aumentando la migración en Colombia de venezolanos y, con una prensa corporativa que es antichavista. Aunque se logró un muy buen resultado, sí creo que la situación de la crisis en Venezuela generó la derrota de Petro. Buena parte de la sociedad colombiana es conservadora 87 Ahora, ¿cómo lo lograron? Hay varios factores. Uno que escapa a Petro y a Robledo es lo que llamo la larga ola de movilización de 2008 a 2019. La gran capacidad de los movimientos populares para recrearse y para generar victorias políticas importantes. En 2008 se da la minga indígena y campesina en el sur-occidente colombiano; luego vienen los paros estudiantiles, los paros agrarios, el paro de Chocó, de Buenaventura, y el último gran hito va a ser el paro de finales de 2019. Entonces, en un primer momento es esa larga ola de descontento que Petro y Robledo canalizan, pero que a la vez los desborda. También es claro que hay una creciente impopularidad tanto del uribismo como de lo establecido o de las elites tradicionales. Santos tuvo que enfrentar una fuerte movilización en sus dos gobiernos y el final del gobierno Uribe también hubo movilizaciones. Hay una clara impopularidad tanto de Uribe como de Santos, que incluso se ha reflejado en las elecciones regionales. Y lo tercero, Petro y Ángela María Robledo sí lograron ser un catalizador porque establecieron un discurso de cambio histórico. Plantearon de manera muy aguda que esta es una sociedad profundamente desigual, que es una desigualdad histórica y que es una sociedad profundamente excluyente. Lanzaron un discurso de cambio y lograron interpretar muy bien ese descontento en términos ni siquiera coyunturales, sino históricos. Ese fue su gran acierto. Y también lograron dar otra imagen de la izquierda. El nombre Colombia Humana es una alternativa más amplia que un discurso tradicional de lucha de clase. Ahí resaltaría varios factores. Uno, Petro tuvo la agudeza de hablar de las regiones, es decir, se dio cuenta que buena parte de exclusión en Colombia es la injusticia geográfica. Una persona que nace en el Chocó no tiene las mismas oportunidades que alguien que nace en Bogotá, y ese discurso hacia el Caribe, hacia el Pacífico, hacia el Amazonas pegó en muchos sectores. Dos, destacó un discurso de izquierda, pero con unas coordenadas distintas. Habló de transición energética, de la necesidad de cobrarle más impuestos a los grandes propietarios, de invertir más en la 88 Nuevas derechas autoritarias educación, ciencia y tecnología. Y Ángela María Robledo interpretó muy bien las varias demandas de género, cuidado y de la juventud. Entonces, tenemos una propuesta de izquierda interseccional, sin que lo dijeran de esa forma, y también muy preocupada por problemas de transición energética y cambio climático. Todo eso pudieron agenciarlo con un discurso de cambio histórico en Colombia. Además, lograron una gramática muy útil, muy creativa en términos de una nueva simbología, aunque no siempre fue muy acertada. Por ejemplo, empezó a hablar de las abejas, la colmena y la cooperación mutua, a partir de un episodio con un político de derecha que fue atacado por abejas. Habló del aguacate como una alternativa para los combustibles fósiles, con lo que no estábamos de acuerdo algunos, porque era una defensa de un monocultivo. Eso pegó mucho en la gente y generó una gramática distinta, extraña para la izquierda tradicional. Hablas también de una nueva lumpen burguesía, la consolidación del narcotráfico que se generó a finales de los años 80. Escribes: “en suma, para la oligarquía tradicional los narcos eran peligrosos, pero eran defensores de la propiedad privada y se comportaban como aliados decisivos para el poder político tradicional en ciertas regiones”. ¿Cuál es hoy la situación de esa narco-burguesía? Esa lumpen burguesía, que es una manera de decirlo, ganó mucha fuerza a partir de los años 1980 y tuvo su período de apogeo con el gobierno de Uribe. Es el momento en que logran consolidar mucho más su poder por una suma del consenso y la coerción, llegando a mostrarse como benefactores en ciertas regiones, en una sociedad sin lazos de bienestar social y en una sociedad tan fragmentada. En algunas regiones, los narcos se movían en esa lógica de cuidado patriarcal con muchas comunidades. Eso generó lazos de consenso. Por otro lado, generando más integración de mucha gente en negocios, brindaban oportunidades de empleo y de lavado de activos. Y, por otro lado, también con la coerción, en concreto con sus redes de sicarios y de paramilitarismo. Buena parte de la sociedad colombiana es conservadora 89 Lo que está ocurriendo en estos momentos en Colombia básicamente tiene que ver con una etapa de reconsolidación. Con la salida de las FARC de algunas regiones, que controlaban militarmente como grupo armado, estas empiezan a ser ocupadas por grupos de narcotraficantes, bien sea para controlar la región, las rutas o los cultivos. Entonces tenemos una etapa de reposicionamiento de esos sectores narcotraficantes, que, además, explican buena parte de los asesinatos de los líderes sociales en la última etapa en Colombia. Muchos de esos sectores, con su brazo armado paramilitar, entran en enfrentamientos con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), y eso también genera muchas dificultades en varias zonas del país, sobre todo en el Pacífico colombiano y en regiones como el Catatumbo. También hay que decir que esa etapa de consolidación pasa por un momento importante de cambio que se ha visto en los últimos años, y que tiene que ver con la entrada del narcotráfico mexicano a Colombia. Esto implica una lógica regional, que se siente mucho en el sur-occidente colombiano. Ya se nota que hay una mayor transnacionalización del negocio y que entran otros actores a ser articuladores de un proyecto más global. Siempre ha sido global el proyecto del narcotráfico en Colombia, pero la entrada del narcotráfico mexicano también generó otras lógicas de poder territorial. Entonces, lo que estamos viendo es una dinámica de consolidación del narcotráfico en ciertas regiones y de disputas territoriales, que se están traduciendo en nuevas violencias contra los movimientos populares y contra los sectores populares. Regresando a la experiencia con Uribe. Ustedes, como parte de la izquierda, han aprendido en la resistencia contra sus lógicas bélicas y autoritarias. Parece que funcionó hasta un cierto punto en Colombia, porque ahora la nueva ola de movilización también es en contra de eso, también están defendiendo los Acuerdos de Paz. ¿Qué nos dice a otros países la experiencia colombiana combatiendo esas lógicas bélicas y otras? Hay varios puntos. Uno, que ha sido muy importante para la izquierda, defender las garantías “liberales”. Es decir, asumir que las garantías de derechos humanos y las garantías constitucionales no 90 Nuevas derechas autoritarias son exclusivas del liberalismo, sino que son garantías para la libre movilización y para la expresión de la gente. Sobre todo, dentro del gobierno de Uribe, hubo una movilización fuerte por garantías, derechos y libertades que fue fundamental. Segundo, cuando en los sectores alternativos de la izquierda hemos demostrado que la corrupción está en esos sectores de la derecha tradicional, hemos tenido una gran capacidad de agenciamiento político. Mientras que cuando los casos de corrupción han salpicado a la izquierda, ha sido una derrota automática. Ahí hay una reflexión sobre el doble estándar de la corrupción en nuestros países, pero también un reto para las izquierdas, a necesidad de ser inflexibles con la corrupción, de no admitir ningún comportamiento corrupto en ningún caso. Mucha gente, sobre todo de las clases medias, identifican al partido de Uribe salpicado por casos de corrupción, y eso ha sido muy oportuno para sectores de la centro-izquierda. Lo tercero sería la clave de la lucha contra el modelo, expresado sobre todo en la privatización de la salud y la educación y en el modelo extractivista, con los proyectos que generan rechazo incluso en sectores que no son de la izquierda tradicional. Muchos proyectos de fracking en Colombia o de gran minería son rechazados, incluso, por sectores de medianos propietarios y latifundistas. Eso ha permitido también batallas puntuales en varios momentos importantes. Otro factor ha sido una lucha dentro y fuera del Estado, que ha buscado disputar la gobernabilidad municipal y departamental o disputar el Parlamento, pero teniendo énfasis en las movilizaciones por fuera del Estado. Tanto en la dinámica de la movilización callejera como en las zonas de reserva campesina, los territorios agroalimentarios, la defensa territorial del campesinado de los indígenas y de los afros. Es decir, una interpretación de las luchas sociales donde se disputa el Estado, pero también se construye desde fuera del Estado y en contra del Estado, como alguna vez planteó Aníbal Quijano: dentro, fuera y en contra. Buena parte de la sociedad colombiana es conservadora 91 Continuando con las nuevas movilizaciones a finales de 2019. Muchos dicen que fue una sorpresa que salió mucha gente que no tiene nada con ver con organizaciones tradicionales. ¿Cómo es esa relación con la articulación en esas fuerzas nuevas, o la gente que simplemente salió en el paro, y los movimientos más históricos? Realmente se nota un descontento generalizado que tiene varios niveles. Primero frente al gobierno porque se nota una falta de liderazgo de su parte, en contraste con la primera década del siglo en los gobiernos de Uribe. Por eso insisto en que Uribe logró de encarnar al padre protector y al padre represor al mismo tiempo. Duque, en cambio, nunca ha tenido un perfil propio, y el que sus votantes lo vean como alguien que es un medio títere de Uribe, muestra una carencia de liderazgo que incluso a los sectores conservadores les choca. Creo que mucha de la gente que se movilizó el año pasado pudo haber votado por Duque o por Uribe, pero, ante la ausencia de liderazgo y ante el descontento que está generalizado, están movilizados. Eso es una cosa muy curiosa. Hay un descontento en otros sectores con el modelo neoliberal extractivista, con el incumplimiento de los Acuerdos de Paz y, además, una solidaridad muy grande frente al asesinato de líderes sociales. Mucha gente ubica que el incumplimiento del acuerdo genera una carencia de garantías que hace que a la gente la maten en las regiones. Otros incluso piden Acuerdo de Paz y mesa con el ELN. En la gente más joven hay una especie de sensación de desesperanza. Es decir, la gente dice “estoy graduado y sé que no voy a poder conseguir un trabajo estable”, “coticé una pensión, pero sé que no me voy a poder pensionar”, “voy a vivir en arriendo toda la vida y nunca voy a tener una casa propia”, un estado de ánimo que también se ha vivido en otras movilizaciones como en el 15M en España. Es una sensación de crisis generacional, generada por el modelo. Es decir, la gente más joven no sabe qué va a ser de su vida en unos años, eso que Richard Sennett llamó la corrosión del carácter. Los jóvenes no solamente luchan porque están desesperanzados, sino que la misma lucha les entrega esperanza, son las dos cosas complementarias. Todos esos factores suman para que ese descon- 92 Nuevas derechas autoritarias tento generalizado se exprese a finales del 2019 en una movilización, que fue mucho más larga de lo que cualquiera pudo predecir y que genera mucha esperanza en los diversos sectores. Ahora, ¿qué problemas tenemos? Esas reivindicaciones están lejos de ser demandas puntuales. Son demandas muy diversas. Uno oye la gente marchando contra los fondos de pensiones, también por una resolución que permitía la pesca de tiburón y el aleteo —que es un tipo de mutilación de las aletas de los tiburones que generó mucha indignación en Colombia—, gente que se movilizó por el Acuerdo de Paz, otra se movilizó contra Duque, o contra el sistema de salud. Hay una explosión de reivindicaciones que es muy difícil de concentrar en un pliego. Es muy interesante ese descontento generalizado, pero es muy difícil concretar eso en demandas puntuales para negociar con el gobierno. La gente está demandando una especie de transición hacia otro tipo de modelo y hacia otro tipo de democracia, que también pasa por una sociedad en paz. Buena parte de las movilizaciones fueron auto convocadas y descentralizadas. En diciembre de 2019, la gente en las grandes ciudades no se movilizó convocada por el Comité de Paro, ni por los sindicatos, ni por el Partido Comunista, ni por el Congreso de los Pueblos, ni por nadie. En sus barrios se organizaron por grupos de WhatsApp, por ejemplo. Eso es muy esperanzador, pero genera la pregunta: ¿cuál es el sujeto y quién canaliza políticamente el paro? Tuvimos una movilización durísima, de la más importantes de las últimas décadas, pero ahí no es tan claro cuál fue el sector político que salió victorioso. Incluso mucha gente puede decir que los ganadores son sectores de centro o de centro-izquierda. Los sectores de la izquierda clásica organizada, sin duda generan la movilización, la promueven, pero no logran canalizar y no salen tan fortalecidos. Eso se notó mucho en las calles, incluso vía análisis de la imagen. Si uno veía las marchas la mayoría era gente muy joven, pero si uno ve las imágenes del Comité de Paro, eran ya personas mayores, casi todos varones, sindicalistas, mientras en las calles estaban mujeres jóvenes con las cacerolas en la mano. Hay una brecha que de alguna forma tenemos que ver cómo la juntamos, porque si no va a ser muy difícil realmente generar algún Buena parte de la sociedad colombiana es conservadora 93 tipo de trasformación organizada. Hay un cambio en el sentido común, hay una victoria, hay un avance en la guerra de posiciones, pero no es tan claro que eso vaya a redundar en una victoria política de gran envergadura en el corto plazo. Más bien, lo que estamos viendo es el riesgo de que en el 2022 gane un político de centro, gente que es muy liberal o incluso neoliberal de convicción y que se muestran como caras renovadoras, que canalicen este momento y que el modelo siga intacto. Creo que por eso el gran reto que tenemos es ver cómo articular las expresiones más organizadas del movimiento social con las autoconvocadas. Muchas de las cosas que dijiste sobre lo de la movilización aquí, también se dicen sobre Chile, pero me parece que hay una diferencia importante con la Constitución de Pinochet. Ellos sí tenían un punto que une las diferentes reivindicaciones. ¿Puedes comparar eso? En Chile, el cambio constitucional es una reivindicación importante y podría generar algo de unidad en esos sectores tan diversos. En Colombia, tenemos una gran dificultad para generar una agenda común y eso va a ser el primer bloqueo que vamos a tener. Mientras la movilización ha crecido, los políticos de izquierda, que deberían crecer con ella, no lo están haciendo. También se refleja un problema, que, además es de todo el vecindario en América Latina, una gran dificultad para que la izquierda colombiana tenga una renovación de cuadros y de liderazgos. En esos momentos, la izquierda, en términos electorales, es casi que “Petrodependiente”, y cuando Petro toma una mala decisión, pierde el conjunto de la izquierda. Para mí el gran problema que tenemos es ver cómo se logra una agenda común, máxime cuando mucha de la gente que se moviliza no ve con buenos ojos al Comité de Paro. Los ve como gente de la vieja izquierda o los interpreta como si tuvieran una agenda meramente reivindicativa y que no dialoga con la gente. Los ven como viejitos anquilosados en sindicatos. Esos estereotipos también van a generar mucha dificultad para generar alguna especie de programa común a defender, para que el paro se vuelva una victoria política. 94 Nuevas derechas autoritarias ¿Están creciendo nuevos liderazgos y organizaciones de esta movilización o simplemente son muy espontáneos en el tiempo esos grupos de WhatsApp en el vecindario? ¿Mueren después o quizás realmente está creciendo algo nuevo que, con todo derecho, tiene la demanda de que los viejos cuadros cambien? Hay una incertidumbre ahí, sobre todo ante una posibilidad de la continuidad. También tenemos un riesgo muy asociado a las redes sociales. Hay muchos liderazgos nuevos que se posicionan más vías redes que en la vía de confrontación o la organización. Son liderazgos efímeros o líquidos, que al menos no representarían proyectos organizativos a gran escala. Para el ciudadano común y corriente, la principal cara de la movilización fue una cantante, Adriana Lucía. También hay como una farandulización del proceso y eso es algo muy complejo porque, aunque sí genera unos cambios en los códigos culturales al mismo tiempo impide que haya una asociación entre las movilizaciones y lo organizativo. A pesar de todo eso, hay que tener mucha confianza en el cambio de sentido común y en el cambio generacional. Tal vez eso plante una semilla que genere cambios políticos en Colombia. En una óptica un poco más pesimista, también se puede interpretar que ese descontento generalizado es contra el gobierno de turno. Así como en Argentina, primero tocó a Cristina Fernández y después en las elecciones salió Macri ganador; ahora él tampoco logró solucionar la crisis y vuelve el gobierno de Fernández. También vemos procesos quizás similares en Bolivia o Nicaragua donde hubo jóvenes, con enorme descontento de la política, pero que no llegan a formular un proyecto realmente viable. Así, en las elecciones simplemente gana el otro. También la nueva derecha usa un descontento generalizado. ¿Es el mismo descontento? Es muy probable que ese sea un descontento focalizado en el gobierno en muchos sectores. Un grueso importante de la gente se ha movilizado contra Duque, contra sus políticas y contra el incumplimiento de los Acuerdos de Paz. En ese orden es muy posible que Buena parte de la sociedad colombiana es conservadora 95 todo esto canalice hacia una renovación política, pero sin una renovación del modelo, ni un cambio sustancial en el ejercicio del poder. Lo que representa hoy la nueva alcaldesa de Bogotá, Claudia López, es en parte eso. Las elecciones regionales reflejaron una renovación de los principales agentes de la política, pero sin cambios sustanciales; ese tipo de perfiles son los que podrían ganar en las elecciones de 2022. Lo que, sin duda, bajaría los niveles de movilización al menos en la clase media que no ha hecho parte de las movilizaciones tradicionales de la última década, sino que está viéndose arrastrada por este descontento generalizado. Por eso, es muy esperanzador que sea una movilización descentrada, pero la posibilidad de que sea efímera y que no refleje la posibilidad de cambios de larga duración y profundos en el país marca el límite. Yo estaría de acuerdo contigo, aunque sea pesimista. Quizás esos cambios van a garantizar más espacio político en derechos liberales que después dan realmente la posibilidad de una larga lucha por otros, también una hegemonía cultural otra, desde las izquierdas. Sí, esa es una posibilidad que alguna gente planteó con el gobierno de Santos, un gobierno muy a la derecha, neoliberal, clientelista, que arrastraba las lógicas del poder tradicional en Colombia, pero que brindó en algunos aspectos un poquito más de garantías que el de Uribe. Era un gobierno represor, claramente, que detuvo líderes sociales, pero en una proporción menor de lo que representaba Uribe. Un gobierno más de centro seguiría siendo muy liberal, seguiría siendo de derecha, pero al menos tendría una lógica que permitiría un juego político mayor. Seguramente desde la izquierda tendremos que hacerle la oposición a un gobierno de estos, pero si daría un poquito más de juego político. ¿Cuál es el cambio principal en la dinámica política en Colombia con la pandemia? Aunque llevemos varios meses de pandemia, aún puede ser temprano para prever sobre sus efectos, sin embargo, podemos esbozar algunas tendencias. 96 Nuevas derechas autoritarias En este periodo, Duque ha hecho más evidente el carácter corporativo de su gobierno, de ahí que pueda hablarse de una cogobernabilidad con los grandes empresarios. Al inicio de su mandato, los vínculos entre el poder empresarial y el gobierno se hicieron notorios con los nombramientos del gabinete ministerial, configurándose una típica “puerta giratoria” entre gobierno y la gran empresa privada; hoy esos vínculos se expresan en una constante consulta al poder empresarial y en el uso de un lenguaje de rendición de cuentas al momento de interlocutar con esos sectores. Ante la impopularidad de su gobierno y su evidente falta de liderazgo, Duque procura un respaldo del consejo gremial, espacio que reúne a los representantes del latifundio, de los propietarios de grandes cadenas comerciales, del capital financiero y del debilitado sector industrial. En segundo lugar, la pandemia ha permitido al gobierno operar con los parámetros típicos de un Estado de excepción, gobernando por decreto, sin un contrapeso adecuado del congreso y con un movimiento social que no puede expresarse masivamente en las calles ante las políticas de confinamiento y ante el temor por la propagación del virus. Tales medidas de excepción han profundizado el carácter represivo del gobierno y el modelo económico neoliberal tendiente a favorecer los grandes negocios, pues los decretos emitidos por Duque abren la puerta a una nueva oleada de privatizaciones y al favorecimiento del capital financiero. Aunque la excepcionalidad le dio nuevas facultades al Ejecutivo y le ha permitido desarrollar su proyecto, la popularidad de Duque no ha repuntado. La ausencia de medidas de choque para contrarrestar la crisis económica, su reticencia a implementar la renta básica u otros mecanismos de protección social en tiempos de cuarentena, y la decisión de favorecer la reapertura del comercio a costa de la expansión del virus y del latente colapso del sistema de salud pública, han profundizado ese estado de desesperanza y descontento del que hablamos antes. A eso se suma la tensión con mandatarios locales, como la alcaldesa de Bogotá, por la adopción de políticas de salud pública para contener el contagio. Por otro lado, la violencia contra los líderes sociales y la disputa de territorios entre actores armados también se ha profundizado. Buena parte de la sociedad colombiana es conservadora 97 El momento actual incluso facilita los atentados contra los liderazgos populares, pues las medidas de confinamiento propician que los líderes y lideresas sean ubicados con mayor facilidad, mientras los actores armados, en especial los paramilitares, se movilizan sin restricción en muchas zonas del país. Podría decirse que la pandemia ha profundizado las tendencias que ya se venían presentando en el escenario nacional, pero es más preciso decir que estamos entrando a una etapa de grave crisis social sin precedentes en la historia reciente. La crisis económica, la ausencia de medidas de protección social, el aumento del desempleo y la pobreza, la posibilidad del colapso del sistema de salud, la persistencia de la violencia y la consolidación de un gobierno corporativo, pueden generar una profunda crisis del régimen político. Sin embargo, ese ambiente de descontento y desesperanza hoy no parece cristalizar en el fortalecimiento de un proyecto de oposición. Curiosamente, hoy vivimos una situación paradójica: un descontento creciente hacia el modelo político y económico imperante, pero una patente debilidad organizativa del campo popular, democrático o de izquierdas. Así que es posible que la crisis sea resuelta con una nueva tentativa autoritaria de derechas, o con una suerte de “revolución pasiva”, para usar el concepto de Gramsci; un triunfo de los moderados que genere una suerte de “revolución sin revolución”, esto es, un cambio de gobierno que posibilite una democratización superficial de la vida política, pero sin una genuina transformación del modelo económico. La debilidad organizativa de las izquierdas parece alejar la posibilidad de un triunfo de una de sus alternativas en el corto plazo; pero el desempeño de Petro y Robledo en la elección presidencial de 2018, y la inusitada duración de la movilización de finales de 2019, fueron dos eventos tan interesantes como inesperados. En la imprevisibilidad del futuro cercano se juega la posibilidad de un súbito salto emancipador, pero la debilidad organizativa aparece como un límite objetivo. Entrevista: Ferdinand Muggenthaler EL MOVIMIENTO INDÍGENA NO SE HA ALIADO CON LA DERECHA ¿Qué posición tiene el movimiento ante la derechización y el auge del racismo con el levantamiento de octubre en Ecuador? Nina Pacari Creo que hace falta un debate profundo entre el movimiento indígena y los partidos de izquierda para ver si se concreta o no una alianza orgánica, empezando por dimensionar la plurinacionalidad, el modelo de Estado, el contenido de las políticas públicas o el modelo económico que se debería implementar en el Ecuador que sea alternativo al neoliberalismo, a la acumulación del capital. Nina Pacari Nina Pacari estudió en la Universidad Central del Ecuador en Quito. En 1989 se convirtió en consejera jurídica de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, Conaie. En el levantamiento de 1990 apoyó a comunidades indígenas en Chimborazo y participó en las negociaciones con el gobierno. En el período 1993 a 1996 fue dirigente de tierras y territorios de la Conaie. En 1997 fue representante de la provincia de Chimborazo en la Asamblea Nacional y colaboró en la elaboración de la nueva Constitución. En agosto de 1998 fuela primera mujer indígena electa como legisladora por el Movimiento Pachakutik. En 2003 fue ministra de Relaciones Exteriores, pero dejó el gobierno el mismo año, debido a la ruptura de la alianza Pachakutik-Sociedad Patriótica. En mayo de 2007 fue elegida jueza del Tribunal Constitucional y luego Corte Constitucional de Transición. Desde el 2013 da clases en la Escuela Itinerante de Derecho Kichwa del Instituto de Ciencias Indígenas Pacari. El movimiento indígena no se ha aliado con la derecha 103 En ese libro estamos hablando sobre las derechas reaccionarias y, obviamente, esa derecha sí es claramente racista y anti indígena. Pero, para empezar en la otra orilla: ¿El movimiento indígena ha tenido siempre sus aliados en la izquierda en el caso ecuatoriano? Primero me gustaría precisar que al interior del movimiento indígena hay distintas organizaciones en el proceso histórico del Ecuador. De hecho, se identifican cinco organizaciones, la que ha estado en la lucha con movilizaciones, levantamientos y la que ha liderado ha sido siempre la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie). En menor grado se han reunido y se han sumado, las otras organizaciones. Desde la etapa de la construcción de los primeros sindicatos del Ecuador que coinciden con la lucha entre conservadores y liberales, surge la presencia de los partidos de izquierda en la política ecuatoriana: el Partido Comunista, luego el Socialista y, posteriormente el Frente Amplio de Izquierda. Estos partidos políticos dan una apertura o toman en cuenta a líderes indígenas y los incorpora, incluso, dentro de sus filas como militantes, como en el caso de Mama Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña, que incluso fueron parte del directorio del Partido Comunista en el Ecuador. En el proceso histórico las tendencias de izquierda, como el Partido Comunista, el Partido Socialista, el Frente Amplio de Izquierda o Movimiento Popular Democrático, han cooptado a líderes indígenas o miembros de pueblos indígenas, o han acompañado a los procesos locales. Creo que la incidencia en el movimiento indígena tenía que ver con el discurso de la lucha de clases. Esa fue la construcción de los años 70 y 80, por eso se hablaba del Sindicato Agrario. Dice que las izquierdas sí cooptaron a líderes y lideresas indígenas, pero que no fue una alianza con el movimiento indígena. Luego de la formación de la Conaie y del fortalecimiento del movimiento indígena en general: ¿Qué cambió? Lo que hoy se conoce como movimiento indígena, identificado como Conaie, data de los años 80, para ser precisos. En aquel entonces, en 104 Nuevas derechas autoritarias la etapa del retorno a la democracia por citar como ejemplo, no se produjo una alianza político-electoral con ningún partido político. En los ámbitos locales, sí se daba alguna participación; pero no adoptada en rigor como movimiento indígena. A partir de los mediados de los 90 surge el movimiento Pachakutik, que es el que hace las alianzas. Pero tampoco es el movimiento indígena, la Conaie, en sí, el que concreta alguna alianza, no obstante, sí es la que orienta una línea de conducta política. La participación político-electoral del movimiento indígena no es directa como organización, sino a través del movimiento Pachakutik, creado como una herramienta, más no como un mero objetivo. En la creación del movimiento Pachakutik se concibe la materialización del principio “unidad en la diversidad” que no es otro asunto que la plurinacionalidad, por ello, el nombre completo es Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik puesto que no es sólo de “indígenas” sino que en él participan mestizos, afrodescendientes, montubios, sectores populares, barriales, organizaciones sociales. ¿Se puede decir que es una alianza más orgánica entre el movimiento indígena y parte de la izquierda mestiza? Más bien se trata de alianzas electorales. Una de las dificultades que tenemos es que, a pesar de su definición como partidos de izquierda, las lógicas sobre las políticas públicas que se deberían implementar en una sociedad plurinacional, son diametralmente distintas. De lo que hasta el momento conocemos en el Ecuador, las izquierdas incluso las definidas como progresismos que llegaron al poder, conciben la explotación minera o petrolera, como la base del desarrollo. Creo que hace falta un debate profundo entre el movimiento indígena y los partidos de izquierda para ver si se concreta o no una alianza orgánica, empezando por dimensionar la plurinacionalidad, el modelo de Estado, el contenido de las políticas públicas o el modelo económico que se debería implementar en el Ecuador que sea alternativo al neoliberalismo, a la acumulación del capital. El movimiento indígena no se ha aliado con la derecha 105 ¿La derecha nunca ha buscado al movimiento indígena para ser su aliado? ¿O a lo mucho ha puesto algún candidato indígena en las filas de sus partidos? Claro que han intentado acercamientos, pero sobre la base de su agenda económico-político. De ahí que, jamás se ha dado alguna asamblea al interior del movimiento indígena, la Conaie, para decidir sobre alguna reunión que propenda por esa ruta. El hecho de que, algún dirigente, ex dirigente, o autoridad de elección popular desde el gobierno local haya mantenido alguna conversación con los partidos políticos de derecha, por fuera de los mandatos internos, no significa que sea el movimiento indígena el sujeto del conversatorio; al contrario, cuando ello ha ocurrido, han surgido múltiples voces al interior del movimiento llamándoles la atención, por lo que, sus acciones han quedado sin efecto alguno. Históricamente, el movimiento indígena ha contado con el acercamiento de las llamadas izquierdas. Jamás se ha propuesto, desde el movimiento indígena, desde la Conaie, una alianza con la derecha. Que sí hubo indígenas como candidatos en las listas de los partidos de derecha, pues sí, como excepción y desde una decisión individual o de algún grupo, por ejemplo: cuando fui legisladora, después de la caída del expresidente Mahuad, en la primera sesión del Congreso de aquel entonces, el partido Social Cristiano principalizó e hizo actuar a un indígena de Chimborazo que había sido alterno. Y, si nos referimos a una decisión grupal, Amauta Jatari, un movimiento político de indígenas evangélicos, ha hecho acuerdos directos con el Movimiento Político Creando Oportunidades (CREO), con el Partido Social Cristiano (PSC), es decir, con la derecha, sobre todo en épocas electorales. Por ello planteaba la necesidad de precisar que el movimiento indígena no es “uniforme” por lo que es necesario tomar en cuenta la diversidad de pueblos y nacionalidades así como la existencia de organizaciones de corte sindical o religioso que han sido la expresión de los procesos sociales en el Ecuador, pero que la Conaie emerge de un proceso identitario-territorial de continuidad histórica que cuestiona el modelo de Estado y el modelo de economía asimétrico, y que ha apuntalado la lucha y la visibilidad como movimiento indígena en el Ecuador pero que no ha buscado alianzas con la derecha. 106 Nuevas derechas autoritarias Algunos dicen que la fundación de Pachakutik también fue un efecto de la debilidad de la izquierda histórica, porque necesitaban una expresión electoral y no hubo una expresión fuerte de la izquierda. ¿Compartes ese análisis? Sí, en lo que se refiere a la debilidad de la izquierda, pero no analizaré la debilidad de la llamada izquierda histórica, más bien enfatizaré en que la izquierda o las izquierdas no han entendido al movimiento indígena en el Ecuador y lo debilitaron. Luego de los 10 años de correísmo, de cuyo gobierno formaron parte (de principio a fin) tanto el partido Socialista cuanto el partido Comunista, inclusive una gran parte de quienes alguna vez integraron el AVC, “Alfaro Vive Carajo”1. Queda claro que la “alianza orgánica” siempre estuvo lejos, muy lejos de producirse y que nunca comprendieron al movimiento indígena. En la década de los 80 fue muy claro constatar que el acercamiento con los partidos de izquierda, era desde el punto de vista electoral, pero no de un trabajo permanente como aliados para cambiar el modelo de Estado y el modelo económico. En las propuestas programáticas, las izquierdas no consideraban las tesis de los pueblos originarios, siempre quedaban en una agenda postergada. Esas experiencias de los inicios de la década de los 80, influyeron al interior del movimiento en los debates sobre: ¿quiénes somos? Y ¿qué mismo queremos? Los partidos identificados como las izquierdas no estaban cumpliendo con las expectativas de cambio que planteaba el movimiento indígena. Entonces, no era sólo la debilidad de las izquierdas, sino la falta de respuestas directas y de articulación. Las izquierdas no dejaban de ser partidos políticos muy distantes de la realidad indígena. La Conaie lanzó todo un cuestionamiento a la crisis de representación, a la crisis de partidos políticos y, entre ellos, también estaban los partidos de izquierda. A finales de la década de los 90 se visibiliza el movimiento indígena en el escenario político y, dado los límites de los partidos de iz1 AVC fue un grupo guerrillero nacido en la década de los 80 y que fue perseguido sobre todo en el gobierno de León Febres Cordero. En el gobierno de Rodrigo Borja (Izquierda Democrática) entregaron las armas y se convirtieron en agrupación política. Una fracción del grupo hizo parte del correísmo. El movimiento indígena no se ha aliado con la derecha 107 quierda, se decide una participación propiciando cambios jurídicos previos. Por ello, la Conaie planteó una reforma constitucional para su directa participación con candidatos, pero el Congreso Nacional no acogió el planteamiento y resolvió la participación de “independientes”. Cuando se aprueba ese tipo de participación, en la Constitución del 1996, la Conaie, dijo: “aquí nadie va a ir suelto, aquí vamos a ir generando un movimiento político”, y por eso nace, en el caso de Pachakutik, como el primer movimiento político con visos nacionales, y con una inclusión más allá de lo indígena. Hay gente que dice también Pachakutik que nace de los indígenas fue cooptado por los mestizos. ¿Compartes esa impresión? ¿O es más un trabajo solidario, juntando fuerzas? Fue un trabajo duro donde no se daba la cooptación. Aunque sí había pretensiones sobre todo desde el pensamiento. En lo cognitivo —cómo ver la democracia, por ejemplo— sí hay una influencia predominante. A veces, cuando se quería colocar conceptos desde la visión de las indígenas, nos acusaban de indígenizar conceptos. Hemos mantenido la diversidad en el movimiento político, aunque la derecha y ciertas izquierdas han pretendido uniformizarle y pensar en el movimiento como solo indígena. Tuvimos —desde lo plurinacional— también concejales, legisladores, prefectos mestizos y mestizas. Al mismo tiempo no se puede desarticular esta relación que es Patachakutik-Conaie. Patchakutik sin Conaie no tiene sentido. Ni Conaie a la hora de procesar toda su participación en otros ámbitos que no son solo su escenario interno. Regresando al fin del gobierno de Rafael Correa, algunos líderes indígenas dijeron ahora es mejor votar por la derecha para no seguir con ese régimen. Primero hablemos del inicio del gobierno de Correa. De lo que yo recuerdo, casi todos los sectores sociales de izquierda, los académicos, lo apoyaron porque pensaban que era una nueva posibilidad. Y si hubo una aplicación de derechos con la Constitución de 2008, pero no quisieron ponerlo en cumplimiento. Y nos atacaron desde el gobierno al movimiento indígena. 108 Nuevas derechas autoritarias En las últimas elecciones en 2016 hubo tres corrientes. Una que decía ir solos, el otro que era el de promover alguna alianza, pero sí había pronunciamientos de algunos compañeros en que decían para evitar que vayan a votar por la derecha. Creo que no se cristalizó ni siquiera aquello porque no había una decisión unánime y las cuestiones quedaron más o menos flotando en el aire, con votos dispersos. No hubo un pronunciamiento expreso, no se dijo: “a ver el movimiento Pachakutik o la Conaie toman esta decisión y van por esta línea”, es decir, quedó muy ambiguo y en ese espacio también hubo algunas provincias donde compañeros fueron con candidatos de la derecha. O compañeros cuyo voto fue por Moreno porque era la continuidad de Correa, y en ese entonces Moreno era parte del correísmo. No es una sorpresa que también haya diferentes tendencias dentro de los indígenas. ¿No sería racista hablar sobre los y las indígenas como un bloque homogéneo ignorando que, obviamente, hay personas y grupos con diferentes tendencias políticas? Como en toda sociedad el movimiento indígena es diverso. Pero en ese discurso se pueden mezclar cosas que no son necesariamente de los pueblos indígenas. Por ejemplo, el grito “el pueblo unido jamás será vencido” no es una consigna de los pueblos indígenas. El grito de consigna es: tawka ayllu llaktakuna ¡Shuk shunkulla, shuk maquilla, shuk yuyailla! (siendo diversos, vamos: ¡Un solo sentimiento, una sola mano, un solo pensamiento!). Es distinto: es la unidad en la diversidad. No diría que hay tendencias en el movimiento indígena trabajando con la derecha porque, en el caso de quienes estaban por dialogar incluso con la derecha, esa no es una corriente, sino personas con intereses particulares. Mientras no se procese en la asamblea, no se puede decir que esa sea la corriente o el pensamiento del movimiento indígena. De pronto, ha habido tendencias, por ejemplo, la de los más jóvenes, y hay discusiones de que están cooptados por el Mariateguismo2, eso hay al interior del movimiento. También hay compañeros 2 El Mariateguismo se dice de una fracción más radical (comunista) dentro del movimiento indígena, inspirada en el escritor y militante peruano José Carlos Mariátegui. El movimiento indígena no se ha aliado con la derecha 109 que creen que la línea sí debe ser un poco más dura, más fuerte o radical, pero no por eso dejan de ser parte del movimiento indígenas. Puede haber distintas corrientes. Pero el tema es que desde la formación que tuvimos de la identidad de quiénes somos, hacia dónde vamos —que eran los debates de los años 70, de los 80— trazamos un horizonte desde los pueblos indígenas y con los sectores populares. Y por eso hablaba de la cuestión orgánica, de clase e identidad. Pero si de pronto nosotros no consideramos nuevamente aquello claro, entramos a unas disputas también innecesarias al interior. Pueden tener diferentes formas de pensar. Pero falta a veces procesar, como se hacía en la década de los 80, en las asambleas, en los núcleos formados, para debatir, analizar, aclarar, ampliar, evaluar. Hay varias formas de pensar dentro de la Conaie, pero se procesan en la asamblea, de la misma forma que en el mundo occidental hay múltiples opiniones. No nos asustamos de eso, porque lo grave sería que nadie diga nada, que no haya sino una única opinión. Al contrario, hay diversidad y hay criterios, pero todo tiene que verse en las asambleas que muchas veces suelen ser de muchísima tensión. Todo el problema se debe discutir al interior y luego afuera salen las conclusiones. ¿Son posibles alianzas con la izquierda mestiza? Las izquierdas no son una sola, también tienen sus bemoles, sus cuestiones. Para ser francos, en el Ecuador tienen que recomponerse y tenemos que identificarla y tienen que identificarse. No soy de resultados electoralistas, de decir a ver para ganar y llegar como sea. Uno tiene que medir con qué líneas y en este caso la línea de la ética, la línea de la transparencia, la línea de la no corrupción y, sobre todo, la línea del nuevo modelo económico, no extractivista. Es decir, yo creo que nos está diciendo a gritos la necesidad de un horizonte por la naturaleza, y por eso me gusta lo del “Pacto Ecosocial del Sur”, (https://pactoecosocialdelsur.com) porque nos da otros horizontes, no solo a los indígenas. Desde ese ángulo, se podría darse la alianza. En ese sentido, yo creo que no con los correístas. No sólo porque es que nos atacaron, sino por las políticas, no veo posible una alianza. 110 Nuevas derechas autoritarias Regresando a la sociedad ecuatoriana más general. Con el paro de octubre de 2019 también se manifestó un racismo contra indígenas... … creo más que se retoma el racismo desde lo oficial, desde el gobierno. Algo que habíamos vivido con Correa unos 10 años: un racismo y desprecio a los indígenas que se iba practicando desde la estructura del Estado. ¿Y antes, por ejemplo, con León Febres Cordero no se vivió ese racismo desde la estructura del Estado? Todos los gobiernos han utilizado distintos mecanismos para desconocer derechos de los pueblos indígenas, para olvidar u oprimir a los pueblos indígenas, a los sectores populares. En el marco del racismo no se salva ningún gobierno. Recuerdo a inicios de los noventa, cuando se planteaba, por ejemplo, recién la tesis del Estado Plurinacional. Los voceros del Partido Social Cristiano decían: “No tenemos problema en reconocer las nacionalidades indígenas, siempre y cuando sea un concepto antropológico” —textual. Hay que tener estudios antropológicos sobre los blancos y mestizos, también... Así es. Y para decirles también grupos étnicos. Por eso yo hablo de identidad más que de lo étnico, porque son construcciones teóricas, cognitivas, que vienen desde una lógica distinta. No digo que valga solo lo nuestro, pero hay algunos términos que no hay que utilizar y por el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), hasta las universidades están obligadas a decir ya no minoría étnica, sino a decir pueblos originarios, pueblos indígenas, nacionalidades indígenas. Pero hasta hoy estoy leyendo de los grupos étnicos. ¿Dónde quedó la Constitución entonces? El movimiento indígena no se ha aliado con la derecha 111 Hablando de la Constitución: ¿Fueron avances las constituciones del 1998 y 2008? De hecho, no deja de ser un avance constante en la norma el reconocimiento de los derechos colectivos. Su aplicación y su materialización es lo que hay que seguir batallando. Por otro lado, hay que tener claro que la Constitución nunca va a ser un instrumento perfecto, acabado. Lo que sí hemos logrado, y eso no deja de ser fundamental, el reconocimiento de la administración de Justicia Indígena como derecho colectivo. Todavía tenemos traspiés porque no quieren entender o los jueces se resisten, porque hay una cuestión que no es solamente ni teórica ni normativa, sino que también está de por medio una lucha de poder. ¿Las expresiones de racismo a partir de octubre, tenían nuevas características? El racismo ha aflorado, a partir de lo de octubre, con nuevos elementos que están de por medio, como por ejemplo, el ejercicio de los derechos que tiene relación con la tierra o territorio, de cómo se reivindican conceptos de tierra y territorio estando en la ciudad con una lucha masiva, o cómo, en el caso de los pueblos indígenas al ser portadores de cultura, identidad también en las ciudades- Se cree que la ciudad es el centro y es solamente para los mestizos y, por lo mismo, hubo reacciones en varias de las provincias, pero sobre todo Quito y Guayaquil. Jaime Nebot, exalcalde de Guayaquil y militante de la derecha, llegó a decir que nos quedemos en los páramos, cuando alrededor de 380 mil migrantes indígenas, viven en Guayaquil.Esa frase tan colonial de Nebot también motivó una reacción de nuestra parte, y por internet comenzamos a averiguar desde qué fecha está la familia Nebot Saadi por el Ecuador, y resulta que su abuelo recién vino en 1926. Entonces, ahí había que decirles también que ellos son quienes tendrían que irse porque no son de raíces ancestrales en estas tierras. Sin embargo, esa no fue la respuesta que dieron las autoridades indígenas. Los racismos están de por medio en quienes tienen el poder y en el que reacciona frente a la opresión. Su respuesta de hecho tiene una carga ideológica contra ese racismo. 112 Nuevas derechas autoritarias Personalmente, ¿has vivido esas expresiones racistas en el pasado o es algo nuevo que un político diga que se queden en el páramo? Sí se ha sufrido. Por ejemplo, cuando era estudiante no podíamos entrar a los restaurantes y tuvimos que armar una estrategia para que nos vean como estudiantes con los libros, las enciclopedias cargadas en los brazos para que nos dejen entrar. Eso era en la década de los ochenta. Cuando era vicepresidenta del Congreso hubo una reunión en la Casa de la Cultura y, después de inaugurar el evento, para que sigan adelante había que colocarse en las primeras filas del teatro. Había ahí un asiento vacío, cuando me voy a sentar, un “agringado” me dice “ese asiento está ocupado”, yo le dije “ese asiento está vacío y me siento yo”. Y era vicepresidenta del Parlamento. Cuando me senté, pensé: — seguro que si era una rubia o era, simplemente, una de las autoridades no-indígena, no sólo que no pasaba eso, sino que le hubiese cedido su asiento. Cuando fui Canciller recuerdo que en la Radio Caracol, de Colombia, la pregunta era “¿será que el folclor ha llegado a la cancillería ecuatoriana?”, ¡eso es racismo! El compañero Luis Macas decía, “yo me he visto obligado a manejar el auto sin sombrero”, porque siempre saldrá de pronto algún agresor. Las expresiones de racismo dependen mucho del Estado que lo promueve. El racismo es una herramienta de dominación y por ello también es estructural. Si desde arriba, desde la presidencia o desde el poder hay conductas racistas, con mayor razón en lo cotidiano. Después de lo de octubre —es cierto que pudieron también cometer errores— los ataques a Jaime Vargas, a Leonidas Iza han sido demasiado fuertes, con mucho contenido racista. Lo que he visto es que, cuando se está en el momento de la lucha social, en las calles, sobre todo en los grupos dominantes, se instala el miedo; pero el momento en que ya se deja la movilización, ahí brotan las agresiones, los insultos, las conductas racistas. Esas son algunas de las expresiones de racismo que ha habido en el país. El movimiento indígena no se ha aliado con la derecha 113 Y eso ¿ha cambiado o mejorado por lo menos un poquito después del levantamiento de 1990?, porque en ese momento la sociedad ecuatoriana mira a los pueblos indígenas con otra mirada, porque hubo un factor político en ese momento. Depende de las circunstancias. Por ejemplo, han habido voces de opinión muy reaccionarias, conservadoras, con un racismo impresionante. Hay articulistas en algunos medios que, después de lo de octubre, han mostrado su racismo. Pero en términos generales siempre también hay parte de la sociedad que está esperando que actúe el movimiento indígena. Creo que son las dos cosas que funcionan al mismo tiempo… y no porque quienes apoyan al movimiento digan “ustedes sí pueden, hagan ustedes levantamiento, les valoramos”. De todas maneras, el racismo sí ha existido y existe en este país, pero sí ha habido momentos donde, gracias al movimiento indígena, también ese racismo ha dejado de estar tan presente. Uno de esos hitos, me parece, que sí es el levantamiento de 1990. Porque hasta antes de los 90, los derechos fundamentales de los pueblos y las nacionalidades no existían. Sí, por la lucha se ha avanzado con los reconocimientos de los derechos, pero ha sido con base en la lucha y no les ha quedado más a los gobiernos que aceptar, reconocer o incluir. Para el ejercicio de derechos nos está ocurriendo lo mismo, es decir, no es que porque ya está en la Constitución la aplican quienes deben hacerlo, sino que hay que estar nuevamente presionando para que los derechos se cumplan. En otras partes, como Brasil, hay retrocesos muy fuertes en esa lucha. Y las iglesias pentecostales son una base fuerte para la derecha racista como es el bolsonarismo. En el Ecuador ¿cómo ves los grupos evangélicos, que también hay dentro del movimiento indígena? Desde su origen mismo, en el caso de los grupos evangélicos, han creado su movimiento político que es el Amauta Jatari, que luego se convirtió en Amauta Yuyay, pero desde su nacimiento siempre ha 114 Nuevas derechas autoritarias ido más hacia la tendencia de derecha. Para nosotros es muy conocido el que estén con CREO o con el Partido Social Cristiano. Cuando fui legisladora hubo un tema que tenía que tratarse con derechos de los pueblos indígenas, y uno de los diputados del Partido Social Cristiano cedió a uno de uno de sus alternos que resultó ser un indígena de Chimborazo. Fue la única reunión a la que compareció fue cuando se trataba de confrontar tesis respecto de pueblos indígenas. Es decir, como una especie de un miembro de pueblo indígena hablando en contra de lo que es el rol del movimiento indígena. No le fue bien a ese compañero. Hay que tener presente que, en el caso de los líderes evangélicos, se han prestado para estar con todo gobierno de turno y los que han pasado han sido de tendencia de derecha o se han convertido en toda la tendencia de derecha, como en el caso del correísmo. A pesar de ello, cuando ya hemos hecho desde la Conaie la convocatoria para un levantamiento, se han sumado y han presionado porque también quieren ser parte. Nosotros no nos cerramos, porque es desde la perspectiva de pueblos no consideramos que sean evangélicos o católicos u de otra creencia. No es eso algo que pesa. No es el tema religioso el que está presente, sino el hecho de que, como pueblos, puedan responder al proyecto político que se lleva adelante, no sólo para los indígenas, sino para todo el país. Sin duda los evangélicos por medio de Amawta Yuyay se han prestado para acuerdos con la derecha. Pero no creo que eso llegue a la dimensión que tiene Brasil. ¿Qué influencia hay de los grupos religiosos en las comunidades indígenas? Bueno, el tema es que es cierto que en el caso de las religiones hay incidencia en los pueblos indígenas. Después de toda la colonización, con la cruz en la mano, después de 525 años sí tiene sus repercusiones. Pero a pesar de eso, por un proceso de recuperación de la espiritualidad, ya es un tema, diría más secundario. No es lo mismo que los años 50 o 60 del siglo pasado, en donde se enfrentaban en las comunidades indígenas, entre evangélicos y católicos. A partir del levantamiento del 90 decíamos, en reuniones tanto de evangélicos y El movimiento indígena no se ha aliado con la derecha 115 católicos, que nos juntaba toda la cuestión de continuidad histórica por el territorio, por la identidad. Y eso se ha ido trabajando, digamos, como para quitarle el peso de la disputa o enfrentamiento al ámbito religioso. Al menos en nuestros tiempos dirigenciales, dejamos el tema religioso a las opciones más bien individuales, siempre y cuando no alteren la convivencia comunitaria. Muchos grupos religiosos tienen una agenda política en contra de los derechos de las mujeres. ¿Cómo están actuando frente al liderazgo de mujeres en tu experiencia? En el movimiento indígena no hay una resistencia a incluir mujeres. Habrá una u otra voz. Pero una resistencia, no hay. Lo que sí ha habido es preocupación cuando se pretende organizarse sólo como mujeres, confrontando a lo comunitario. Lo que hay que hacer es, no obstante, organizarse como mujeres en un contexto de equiparar con lo comunitario como pueblo originario. El acceso a los derechos, el acceso a los liderazgos, es algo que se debe construir. Y en esa construcción, de hecho, debemos trabajar también para que las mujeres no tengamos miedo. Las compañeras no quieren sumarse para las candidaturas porque hay temor. En muchos de los casos tenemos que estar diciendo vamos a ayudar, vamos a acompañar como comunidad, más todavía si en la norma tanto legislación secundaria como la Constitución está el tema de la paridad. Desde nuestra perspectiva indígena, no planteamos el tema de género sino desde la complementariedad hombre-mujer. No es por una cuestión religiosa la que más nos limita a las mujeres indígenas, más bien hay elementos que tienen que ver más con una opresión general colonial histórica, con la exclusión como pueblos, no solamente como mujeres. En este sentido tenemos que todavía batallar al interior por el liderazgo de mujeres. A nivel local, a nivel provincial, hay una mayor participación, pero en el ámbito general todavía falta una mayor presencia en la visibilidad de las mujeres. En la Conaie al momento están de dirigentes también compañeras, ya no sólo en la Secretaría de la Mujer, están en las dirigencias de educación, salud, tierras. Lo que sí estamos haciendo es mejor todo un proceso de formación. 116 Nuevas derechas autoritarias Las mujeres están visibles en los procesos de lucha del movimiento. Por ejemplo, en el levantamiento de octubre, las mujeres se movilizaron, tuvieron iniciativa en las marchas en Quito. Su participación recolocó el tema nuevamente del peso y del valor de la lucha de las mujeres en el ámbito global. Gracias a esa participación de octubre ahora existe un espacio como el Parlamento de las Mujeres que nos parece importante avanzar con acciones de esta naturaleza, que no dejan de ser acciones afirmativas importantes. En el Ecuador la importancia de la religión no es tan grande, como por ejemplo en Bolivia, donde la oposición de la derecha contra Evo Morales tenía la consiga del regreso de la Biblia en el Palacio de Gobierno, pero sí hay ese tipo de derecha religiosa o colonialista que dice que un Estado Plurinacional va contra del orden de Dios. ¿Hay también en Ecuador eso? En la pregunta anterior sobre los evangélicos indígenas, señalaba el rol que llevan adelante, eso no quiere decir que no se diga nada respecto de lo que ha sido la religión como estructura de poder y ahí, sean evangélicos o católicos, lo de la religión pesa porque también han sido aliados del poder político y del poder económico. Ahí no podemos nosotros decir que “la iglesia está con los pobres, que acompaña a los pueblos indígenas” porque más bien están muy lejanos y han cuestionado incluso temas como el de las luchas de las mujeres en cuanto a las decisiones de su cuerpo. En Ecuador ha habido mucha presencia de la iglesia católica al inicio de los movimientos indígenas, en tiempos de la lucha por la tierra. Era una iglesia progresista que tuvo su influencia. Un sector de la iglesia nacida de la teología de la liberación. Ahí está Monseñor Leonidas Proaño y otros que han dado impulso al movimiento indígena y han simpatizado con él. ¿Qué queda hoy de eso? La estructura de la iglesia católica sigue siendo la misma desde las etapas coloniales, con los mismos objetivos. La Teología de la Liberación se salía de esa estructura y trataba de caminar con sectores populares, El movimiento indígena no se ha aliado con la derecha 117 con el prójimo, con los pobres. Pero en el caso del Ecuador lo más fuerte era en algunas regiones, como en la provincia de Chimborazo. Después de la muerte de monseñor Leonidas Proaño no hay sacerdotes que vayan llevando y enarbolando la Teología de la Liberación. Salvo dos, tres o unos cuatro agentes de pastoral, sobre todo laicos, que en cierta forma mantienen esa esa línea. ¡Pero no podemos desconocer que en los mediados de los 70, en los 80, fue de una fuerte incidencia en el Ecuador y América Latina y que para el caso de Chimborazo fue sumamente importante porque además era la provincia de mayor caracterización agrícola y el sistema de hacienda realmente se finiquita hacia finales de los 90! ¡Es reciente! Aún hay que procesarla haciendo una lectura muy profunda. Hay una nueva corriente evangélica que participa en proceso electoral y que siempre ha ido más del lado de la derecha. Pero ya en el territorio es otro cantar. No es una cuestión de confrontación religiosa entre indígenas únicamente, sino de una segunda oleada, desde el exterior, para acabar con los pueblos, con sus costumbres, con su cultura, con sus fiestas, con sus danzas. Sin embargo hay comunidades que a pesar de ser evangélicas, finalmente continúan y rescatan sus propias señas culturales Por ejemplo, en Cacha ya se hace la fiesta del Inti Raymi, que antes no se hacía, y las fiestas que tienen que ver con el Pawcar Raymi, lo realizan, sean evangélicos o católicos. En suma, no creo que el tema religioso tenga en el Ecuador, o en el mundo indígena, la dimensión de lo de Bolsonaro en Braslil ni con lo que ha sucedido en Bolivia. ¿Dirías que la derecha es fuerte en Ecuador hoy? Sí. Como digo, no con expresiones como las de Bolsonaro… pero evidentemente las voces de derecha también recobran la fuerza en el país. De hecho, esa derechización ha estado presente en la última década, tomando en cuenta que Correa era también conservador, era de derecha también, aunque con un discurso de izquierda cuando le daba la gana. Por más que se le ubique como progresismo —que no ha terminado por cuajar— e identifique como aspiración desde algunos sectores, creo que lo conservador ha ido manteniéndose y el objetivo del conservador es mantener y fortalecer el capitalismo, 118 Nuevas derechas autoritarias fortalecer la acumulación. En eso continúan y para eso utilizarán todas las estrategias. ¿Ves tendencias contra esa derechización? Sí. En el caso de la lucha de octubre en Ecuador o en Colombia, son nuevos reposicionamientos sociales los que hemos tenido. En algunas reuniones de la Conaie hemos señalado que no debieron dejar pasar el tiempo de lo de octubre, porque esa era la base con la que se podía apuntalar para el nuevo proceso electoral. Se debió trabajar en unas líneas para fortalecer esa dinámica, esa explosión, porque todavía está latente, pero para eso era importante llevar adelante propuestas como lo del Parlamento de los Pueblos. En los tiempos de la pandemia ¿qué queda de esas nuevas incidencias? Ahora con lo de la Covid-19 está un poco estancado, pero creo que el hecho de plantearse una agenda y unas propuestas, como la “Minga por la vida”, que fue lanzada en julio, es importante y valioso. Todo ese accionar de octubre creo que hizo funcionar una cosa, una exacerbación. Es cierto que las derechas que salieron a atacar al movimiento indígena y que puede haber también reposicionamiento de la derecha, pero es innegable que ha habido un reposicionamiento de nuevas fuerzas que pueden darse en una corriente social, y que esas, de una u otra manera, pueden incidir en lo político y en las elecciones que se avecinan, pero para todo eso también corresponde un trabajo muy fuerte y ahí me parece que sí tendríamos debilidades a nivel de Pachakutik. Y en términos más prácticos: En octubre también hubo solidaridad de otras partes de la sociedad. ¿Hay un sentimiento de solidaridad en el sentido plurinacional también durante la pandemia con iniciativas de apoyo? Por la información de las reuniones que se ha tenido a nivel de la Confederación de la Nacionalidad Kichwa que son los 18 pueblos, porque hubo varias reuniones de la Confederación de Pueblos de la Nacionalidad Kichwa del Ecuador (Ecuarunari) así como de la El movimiento indígena no se ha aliado con la derecha 119 Conaie frente a lo de la pandemia y los temas de solidaridad, lo que se ha puesto de manifiesto es fortalecer la autonomía territorial y controlar el territorio. Eso es sumamente importante. Segundo, es que se ha fortalecido visibilizado las formas de economías comunitarias, el “Ranti Ranti”, que bien podríamos asumirla como sistemas de trueque o de intercambio en las ferias comunitarias que se están llevando a cabo. Tercero, es la solidaridad, la solidaridad implica el que, si están faltando alimentos en la ciudad, desde las comunidades ese alimento está llegando a los barrios. La dificultad que ahí hemos encontrado es la falta de organización en los barrios de la ciudad. Yo recuerdo en la década de los 80, los barrios, o en la década de los 70, los comités, eran sumamente importantes y ahora lo que encontramos esa debilidad respecto de lo que puede ser el barrio y ¿qué les tocó a los compañeros? Ir por los barrios más populares con unos tres camiones de papas, de granos tiernos, es decir, con lo que tenían en sus territorios, y decir “venimos a entregarles”. Se pusieron a regalar en las calles y llegaban de los barrios los que podían, pero se hubiese podido articular de mejor manera. En otras, por ejemplo, ha sido más articulado cuando hay procesos organizativos para poder llegar de organización a organización, es lo que más ha funcionado. Por ejemplo, con organizaciones de la Costa que se trasladen a la comuna de Tunibamba en Imbabura, entreguen la alimentación de la Costa y a la vez vayan llevando la alimentación de la Sierra, se han cooptado vídeos muy bonitos sobre ese intercambio. Lo otro es solidaridad con los barrios en dónde entregamos alimentos desde las comunidades sobre todo pensando en el trabajador informal, el trabajador del día a día que está viviendo en la ciudad, pero que no tiene un ingreso fijo para comprar. ¿Qué rol tienen los indígenas urbanos en esto? En el paro de octubre se visibilizo un sector joven, desatendido, marginal en las ciudades. Hay distintas situaciones. En el caso de Otavalo3, por ejemplo, las asociaciones de artesanos, de tejedores, de bordadoras, son muchas. 3 Ciudad en la sierra norte de Ecuador con aproximadamente 40 000 habitantes. 120 Nuevas derechas autoritarias Ahí hay una comuna kichwa urbana, que es la única en el país que se asume como comuna, que tiene personería jurídica. Todas las asociaciones se suman a lo que dice el gobierno comunitario que decide en asamblea. Reflexiones sobre ese tema se están llevando adelante entre los indígenas que viven en Quito o en otras ciudades: Por ejemplo, quienes vivían en el páramo alejados, ya están en las periferias de Riobamba donde el 70 por ciento de la población es indígena. Es decir, hay una retoma territorial. Durante la pandemia se ha hecho una especie de puentes familiares entre quienes viven en la ciudad para identificar las necesidades en los barrios. Ahí se constató la desorganización de la ciudadanía mestiza. Solo en algunos barrios populares hay por lo menos una directiva para poder conectarse, en otros no hay nada. Entonces jugaron un papel importante las asociaciones para ponerse en contacto y llegar a la hora del intercambio de productos. En Riobamba se dio otro fenómeno: no fue intercambio sino el camari, es decir, la solidaridad. Desde las comunas llegaban a la ciudad dos o tres camiones con lo que tenían de su producción y entregaban en los barrios y las familias salían para llevar el balde de papas y un costal con lechuga, cebolla, zanahorias. La economía comunitaria, que venía desde el sector llamado rural hacia lo citadino, tenía una vinculación también con los indígenas urbanos. Hubo los puentes, pero también muchos déficits. Por ejemplo, no contar en varios lugares con un camión propio que ayude a trasladar los productos. En términos generales los municipios no dieron pie ni para atrás ni para adelante para colaborar por lo menos con la entrega de productos. ¡Una inercia impresionante! Con excepción de los alcaldes indígenas, sea el de Cayambe, o sea el de Cotacachi, sea el prefecto de Cotopaxi, los municipios no tuvieron mayores iniciativas en ese sentido. Creo que salieron a flote las carencias que tenemos y que hay que construir. Por ejemplo, un mayor nexo entre las autoridades comunitarias con las autoridades barriales que no dejan de ser autoridad. Lo otro es la infraestructura, no solamente en cuanto al transporte. El hecho de no tener un centro de acopio en la ciudad, no como el mercado mayorista, donde están más los intermediarios, El movimiento indígena no se ha aliado con la derecha 121 sino como un espacio para esa relación e interconexión entre la comunidad y lo urbano para que llegue el producto de modo directo al consumidor evitando la intermediación. Se ha demostrado también, en esta pandemia, que hay alternativas en esa movilidad que es la que dinamiza la economía, no las empresas donde dan cabida a dos o tres trabajadores. Y en el caso de Chimborazo no hay grandes empresas que generen fuentes de empleo: su economía se maneja casi por completo de la economía informal en general, no solamente entre los indígenas. Así es que hoy nos toca mirar en ángulos mucho más profundos, fuertes, de largo alcance y con una mirada plurinacional que no es solo para los indígenas, sino pensando en la sociedad plurinacional. Durante esta emergencia del nuevo coronavirus hemos visto cómo los pueblos y las nacionalidades han sido abandonados. La situación en la Amazonia es absolutamente desesperante. ¿Cuál es tu opinión al respecto de este olvido del gobierno actual para atender las necesidades de salud de los pueblos? En el tema de salud hay una ausencia total del Estado. Incluso hemos estado conversando para ver de qué manera se podría demandar al gobierno por la omisión de sus responsabilidades, porque está absolutamente fuera del caso de los pueblos indígenas, sea de la Amazonia, de la Sierra o de la Costa. Por otro lado, con la migración el retorno de la gente a las comunidades ha hecho que el contagio pueda llegar a ser incluso comunitario. En Chimborazo, en la parroquia de Cacha, hubo más de mil infectados y tuvieron que cerrar todo el territorio. Más aún en la Amazonia. El Estado no ha actuado cumpliendo con la disposición constitucional, y hay una omisión absoluta a pesar de las exigencias que han realizado las autoridades indígenas de las comunas, pueblos y nacionalidades. El Estado no ha reaccionado. Entrevista: Ferdinand Muggenthaler y Belén Cevallos SEXO, VIDA Y FAMILIA. LA CORRIENTE CONSERVADORA/FUNDAMENTALISTA EN ECUADOR ¿Qué fuerza tienen los anti-derechos y los evangélicos en Ecuador? Cristina Vega El conservadurismo sexual tiene una larga historia en Ecuador y se expresó de forma nítida durante el proceso constituyente, a pesar de algunos gestos progresistas plasmados en la Constitución gracias al enorme esfuerzo de las feministas. En 2008, el rechazo a la Constitución también agitó el fantasma del matrimonio homosexual, el aborto y el fin de la familia. En torno a 2013-2014, Correa mantuvo una visión un tanto ambivalente. Por un lado, daba espacio a grupos LGBTI, pero, por otro, se hacía eco de la retórica de la ideología de género. Cristina Vega Cristina Vega es profesora investigadora del Departamento de Sociología y Estudios de Género de Flacso, Ecuador. Fue docente en la Universidad Complutense de Madrid y en la Universidad de Valladolid (España). Sus investigaciones se inscriben en los Estudios de Género y se centran en el análisis del trabajo y la reproducción y los cuidados. En la actualidad estudia la avanzada reaccionaria en clave de género. Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador 127 En Ecuador salió a la luz un nuevo anti-feminismo cuando, en octubre de 2017, se celebró en distintas ciudades la primera movilización de la campaña “Con mis hijos no te metas”. ¿En qué consistió esta movilización? ¿Qué tamaño tenía? Esa movilización, que los medios estimaron en un millón de personas en todo el país, tiene antecedentes en 2013 con las movilizaciones denominadas “14 millones. Vida, Familia y Libertad”. Ese fue el primer esfuerzo de recoger firmas por parte de grupos conservadores “pro-vida” y agitar en las calles a sus seguidores, que en aquel momento eran sectores radicales y organizados. En aquella ocasión se opusieron a la propuesta de que la identidad de género figurara en la cédula de identidad. Las condiciones para su expansión aún no estaban dadas.1 La inspiración inicial provenía de CitizenGO, que ya había protagonizado algunas iniciativas de agitación en España. La onda, ya presente en Europa (en Francia, Polonia, Hungría, Austria, etc.), había llegado a América Latina a principios de 2010-2012, pero no logró prosperar del todo. Para entender el éxito de 2017 es importante tomar en cuenta una cronología trasnacional que dé cuenta de lo que sucede en distintos países de fuera y de la región. Las ideas, como explican distintas autoras, se habían gestado a lo largo de la década de 1990 y se habían confrontado en los encuentros internacionales de Naciones Unidas.2 En América Latina, a lo largo de los 2000, los evangélicos avanzaban, al tiempo que varios países de la 1 “Nuestra sociedad ecuatoriana tiene derecho a conocer la verdad, la cédula de identidad es el único documento que nos da la seguridad de identificar quién es el ciudadano con el que se está tratando. El bien común radica en el respeto a los derechos a todas las personas y concediendo a las minorias privilegios que afectan a la familia, base de la sociedad. Por ello pedimos al Ejecutivo mantenga su palabra y proteja a la familia ecuatoriana garantizando el sexo biológico en la cédula y no el género”, decía el manifiesto firmado por La Familia Tiene Voz, Ecuador ProVida e Iglesia de Dios Nuevo Comienzo (MDS, por sus siglas en inglés). 2 En la cumbre de medioambiente en Río en 1992, en la de población y desarrollo en Cairo en 1994, en la de Mujeres en Pequín en 1995 y en la preparatoria en Nueva York en 1993. Y tras éstas, en las reediciones +5 y +10 en la década de 2000. Véase Corrêa, Sonia. 2018. “A ‘política do gênero’: um comentário genealógico”, Cad. Pagu no.53. 128 Nuevas derechas autoritarias región se desmarcaban de la influencia de la Santa Sede. El Vaticano comenzó entonces un intenso rearme intelectual que maduró a mediados de los 2000, y que sirvió como plataforma para recuperar su influencia en la región a través de una serie de viajes papales. Ya entrando en la segunda década del siglo XXI, con experiencias en Europa, la ofensiva cuajó a través de una serie de campañas, entre las que destaca Con Mis hijos no te metas en México (2016) y Perú (2017) o lo sucedido en Colombia con la agitación del fantasma del género en los acuerdos de paz en 2016. En 2015, en Brasil, el “género” ya era el enemigo declarado en materia educativa para los ultraconservadores. Las condiciones en Ecuador también tuvieron que ver con una cronología propia. En el 2014, por ejemplo, se produjo un viraje en la política del entonces presidente, Rafael Correa. En esta ocasión, el cambio afectó a la ENIPLA (Estrategia Nacional Interseccional de Planificación Familiar y Prevención del Embarazo de Adolescentes), cuyo móvil era incidir sobre el embarazo adolescente, siendo Ecuador el segundo país en casos a nivel regional. Su sustitución por el Plan Familia, bajo el liderazgo de miembros vinculados al Opus Dei, implicó un gesto de gran calado a la hora de posicionar la agenda conservadora en la política pública. Ese antecedente es importante para entender el 2017. No es que el presidente cambiara de parecer, por ejemplo, con relación al proceso constituyente en 2008, donde se mostró contra el aborto y el matrimonio igualitario, lo que sucedió es que sus ideas se sintonizaron con una onda global que legitimaba, se hacía eco y enfatizaba el conservadurismo sexual y de género. Ya en las sabatinas Rafael Correa había expresado sus ideas sobre el feminismo, sobre el matrimonio o sobre las identidades de género. Se había identificado como un católico tradicional. Había asumido la estrategia discursiva, ya madura, de distinguir entre el buen feminismo y el radical o de género. Como consecuencia, la educación sexual empezó a presentarse no como un instrumento de reconocimiento y respeto en la diversidad, de identificación y protección ante la violencia o de ejercicio de la libertad informada, sino como un modo deliberado de homosexualizar, abusar y confundir a los menores, alejándolos de la autoridad de la familia (patricarcal). Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador 129 Estos antecedentes marcan una diferencia en el gobierno y en la visión de Correa, y abren un nuevo escenario donde estos grupos tienen una nueva legitimidad pública preparando el tránsito entre “14 millones”, una experiencia con escasa incidencia, y las marchas a partir de 2017. Un elemento clave es la alianza entre católicos y evangélicos, algo novedoso, especialmente si tenemos en cuenta el clima de competencia religiosa que atraviesa la región. Sin duda, un nuevo ecumenismo político que prioriza la conformación de un frente amplio en el que participan distintas denominaciones evangélicas y la Conferencia Episcopal. La “mayoría moral”, con una clara influencia de la politización religiosa cristiana estadounidense y sus potenciales traducciones electorales, se aglutina en torno a la “defensa de la familia”, convirtiéndose en un pegamento coyuntural, cuyo éxito no termina de cuajar. En Ecuador, la ofensiva conservadora religiosa de 2017 se ancla a la propuesta de Ley contra la Violencia, que en ese momento se debatía y que incluía la trasnversalización del enfoque de género en la educación y la consideración de las mujeres en su diversidad así como la eliminación de los roles de género. También se vinculó al proyecto del Código Orgánico de Salud, particularmente en lo que se refiere al secreto profesional en el caso de aborto, a la inseminación artificial y a la subrogación. Esas son las entradas que estos grupos encuentran en una coyuntura política marcada por el tránsito entre el gobierno de Correa y el de Lenín Moreno. Correa había concedido a la Conferencia Episcopal el Plan Familia. Lenín Moreno, que entra derogándolo, desestabiliza los pactos previos en un esfuerzo por desligarse de la influencia de su antecesor. Busca presentarse como un gobernante con valores menos autoritarios y presidencialistas. Esta y otras iniciativas iniciales le valieron la sospecha de los sectores conservadores políticos y religiosos que aprovecharon el cambio para afianzar su presencia. Esos tres elementos: el pacto entre evangélicos y católicos, la desestabilización que produce el cambio de gobierno y la onda transnacional en torno al ataque a la “ideología de género” dan legitimidad a una onda política que en 2013-2014 todavía estaba en fase experimental en Europa. La campaña tiene éxito y mucha difusión, 130 Nuevas derechas autoritarias tanto en las iglesias católicas como en los medios de comunicación y en los cultos evangélicos. Se difunde en muchas radios evangélicas de la Costa, sobre todo en Guayaquil, y logra movilizar a sectores populares en la costa y la sierra, además de a los indígenas, también en las provincias. ¿Con qué discurso se distanció Moreno de Correa? ¿Con qué argumentos? En este primer momento, Moreno buscó distanciarse de Correa presentándose como un hombre tolerante, abierto a consultas y a iniciativas progresistas, minadas por el anterior mandatario. Se deslindó principalmente de la corrupción y del conservadurismo moral en materia de género y sexualidad. Derogó, como decía, el Plan Familia y abrió las puertas a alianzas feministas que Correa había minado. Esto se expresa, por ejemplo, en el freno a la criminalización del aborto o en las indicaciones al Ministerio de Salud para atender abortos en curso. No obstante, y a pesar de la aprobación de la Ley Orgánica Integral para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en 2017, la eliminación del “género” en el texto final se asemeja a lo sucedido en otros países, donde la palabra y su vínculo con el análisis del poder y del propio cuestionamiento de las identidades, revela concesiones al conservadurismo. El ‘género’ ya se había convertido en una papa caliente. El tema de la violencia permitió a Moreno desbloquear algunos vínculos, si bien el recorte presupuestario a inicios de 2020 dejó en suspenso la aplicación de la ley y el compromiso real del gobierno en materia de género. La despenalización del aborto en caso de violación o la salud sexual y reproductiva, que no son temas de consenso, tampoco avanzaron. El primero, rechazado por la asamblea en 2019, fue desatendido por el presidente al momento de emitir el veto. Por ende, en 2019, el caso de violencia sexual en grupo contra Marta y el femicidio de Diana, una mujer ecuatoriana asesinada por su pareja (de nacionalidad venezolana) ante la inacción de la policía, cambió definitivamente el clima. Moreno se mantuvo en silencio en el primer caso; en cuanto al segundo, realizó unas declaraciones xenófobas y aludió a la protección de “nuestras mujeres” frente a los Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador 131 extranjeros, venezolanos por si acaso. Todo ello desató no sólo el malestar del feminismo sino una amplia ola de repulsa ciudadana ante los ataques a la población venezolana en Ibarra, la política de control y persecución de migrantes y la falta de compromiso en la lucha contra la violencia. Tú has escrito que Rafael Correa fue el primer enunciador de la ideología de género en 2013. ¿Quiere decir que el activismo anti-derechos en Ecuador empezó durante su gobierno? El conservadurismo sexual tiene una larga historia en Ecuador y se expresó de forma nítida durante el proceso constituyente, a pesar de algunos gestos progresistas plasmados en la constitución gracias al enorme esfuerzo de las feministas,3 y por supuesto antes. En 2008, el rechazo a la Constitución también agitó el fantasma del matrimonio homosexual, el aborto y el fin de la familia. Como digo, no es algo de la década de 2010. En torno a 2013-2014, Correa mantuvo una visión un tanto ambivalente. Por un lado, daba espacio a grupos LGBTI, pero, por otro, se hacía eco de la retórica de la “ideología de género”. Amy Lind4 se refiere a esto como una combinación de homofobia y “homoproteccionismo”, característica del gobierno de la Revolución Ciudadana. La “ideología de género” se conformó como uno de los instrumentos principales desarrollados por el Vaticano en su confrontación con el feminismo. Provenía de la usina vaticana, aderezada por los aportes del texto ultraconservador, The Gender Agenda, de la periodista estadounidense Dale O’Leary. Juan Pablo II había aportado algunos elementos sobre la diferencia femenina, la “igualdad en dignidad” y la comple- 3 Entre ellos está el reconocimiento de la diversidad de las familias, la incorporación de las uniones de hecho o la clausula anti-discriminatoria, heredada de la constitución de 1998. Ambos se combinaron con el rechazo de plano al derecho al aborto, el matrimonio que no fuera entre un hombre y una mujer o la adopción por parte de parejas del mismo sexo. 4 Lind, Amy, y Christine (Cricket) Keating. 2013. Navigating the Left Turn: Sexual Justice and the Citizen Revolution in Ecuador. International Feminist Journal of Politics, 15(4), 515-33. 132 Nuevas derechas autoritarias mentariedad hombre-mujer. Pero fue Joseph Ratzinger,5 antes de ser Papa, quien alentó el espíritu y el argumentario abiertamente anti-feminista. Para ello se sirvió de la “ideología de género”, retórica impulsada por el Opus Dei y por ciertos sectores de la de la cúpula vaticana. Correa adopta este instrumento para distanciarse de las feministas, a las que ya había dedicado otros epítetos, de forma notable, el de “malcriadas”. En la célebre sabatina en la que se opone al género en la cédula, habla del “feminismo fundamentalista”, que más que la igualdad de derechos, lucha porque “los hombres parezcan mujeres y las mujeres hombres. Todo lo que se llama la ‘ideología de género’”. “Qué bueno, sostiene, que una mujer guarde sus rasgos femeninos, que bueno que un hombre guarde sus rasgos masculinos. Todo el mundo es libre: el hombre de ser afeminado y la mujer de ser varonil, pero yo prefiero a la mujer que parece mujer y creo que las mujeres prefieren los hombres que parecemos hombres”. La referencia a la ley natural, que determina el sexo biológico, en tanto mandato divino, se entrevera de forma confusa con el reconocimiento a otras expresiones de identidad y con sus preferencias personales en materia sexual. Bloquea así, desde la frivolización, cualquier conexión entre diversidad, reconocimiento, discriminación y desigualdad. Con este gesto, y la política que lo acompaña, Correa va a dar alas a la diseminación de la “ideología de género” y el descrédito del feminismo, tanto en la academia como en las calles y la política pública. El mal feminismo se preocupa por novelerías identitarias y el buen feminismo es el que se dedica a la igualdad de oportunidades. Así, a diferencia de otros países, donde lo introducen grupos conservadores y religiosos, en Ecuador, es el llamado progresismo el que se hace eco de la onda global conservadora y su recurso al género como el nuevo lenguaje mediante el que declinar la articulación entre neoliberalismo y conservadurismo moral. En algunos lugares, este se enuncia desde la religión, en otros, desde el secularismo, los derechos (incluso los derechos humanos) y la ciudadanía. Comúnmente utiliza ambos registros. 5 Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y desde 2005 papa Benedicto XVI. Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador 133 Cuando dices que la movilización de 2017 tuvo “éxito”, ¿qué quiere decir? Quiero decir que la disputa sobre el “género” marca en ese momento la agenda, se convierte un tema clave de la discusión pública. Las marchas, tanto en Guayaquil como en Quito, son numerosas y sobre todo se produce una discusión muy fuerte al respecto. Al igual que en otros lugares, el género y el “feminismo de género”, se transforma en lo que algunas autoras de Europa del Este llaman “pegamento simbólico” (Grzebalska, Kovátz, Petö), es decir, sirve a modo de aglutinador de descontentos diversos, una metáfora para hablar de las incertidumbres y malestares que rodean el capitalismo. No es que la sexualidad, las identidades de género o el propio orden jerárquico de género no sean importantes y sólo aludan a otra cosa, es que en torno suyo se dirimen distintas cuestiones relativas a los límites de la democracia, las desigualdades de la economía global, el lugar de las élites internacionales (que son las que hablan de género y derechos humanos), etc. Los valores de la comunidad nacional, la familia, la naturaleza del sexo o la feminidad y la masculinidad se configuran como un refugio claro y distinto frente a quienes confabulan acentuando la precariedad material, la inseguridad y la inestabilidad acerca de quiénes somos. El anti-elitismo, encarnado por gobiernos, agencias internacionales, corporaciones y ONG a nombre del “feminismo de género”, también se produce en Ecuador, siendo el activismo de Amparo Medina, de la Pastoral Familiar y la Red Vida y Familia y sus diversas ramificaciones, una figura ejemplar. Cuando emergen las marchas en Ecuador, se están produciendo otros hechos importantes que desatan malestar e indignación, entre ellos, numerosos casos de abuso sexual en las escuelas. Es fácil, en ese contexto, asociar educación sexual a sexualización de la infancia y, en un giro virtuoso, a abuso sexual. Según datos del Ministerio de Educación, las cifras de denuncias comienzan a incrementarse, hasta llegar a octubre, mes en el que se produce la marcha; entre enero y octubre de 2017, las denuncias ascienden a 230, y días antes de la marcha estalla un nuevo caso en Guayaquil. Lógicamente, esto genera desconfianza hacia las instituciones (ya minadas por los 134 Nuevas derechas autoritarias escándalos de corrupción) y un fuerte sentimiento de vulnerabilidad. Evidentemente, lo del abuso sexual, muy unido hasta el momento a una historia de abusos por parte la institución eclesiástica, se deslinda de la agenda de los convocantes religiosos en un primer momento, sin embargo, a mi juicio, la defensa de la familia y de los niños forma parte de lo que empuja a muchas personas moverse. Este será una inquietud y sentimiento compartido que reaparecerá en la consulta popular de 2018, en una de las siete preguntas (“¿Está usted de acuerdo con enmendar la Constitución de la República del Ecuador para que nunca prescriban los delitos sexuales en contra de niñas, niños y adolescentes, según el Anexo 4?”), ampliamente respaldada. Si bien la pobreza multidimensional se acentuaría desde 2017, ciertamente en Ecuador, la informalidad, la precarización y la desigualdad están muy extendidas y forman parte de las incertidumbres permanentes que atraviesan la existencia de la población. El problema, en todo caso, es que se da por buena la fórmula de los convocantes. Los derechos de las mujeres a elegir sobre su propia vida sexual y reproductiva o los de las diversidades (incluidos los niñes) a expresar su sexualidad o su identidad se amalgaman con prejuicios sobre la homosexualidad, la educación y la autodeterminación sexual y con temores anclados a la violencia sexual, la pedofilia y la falta de autoridad de los padres. Quizás “éxito” no es la mejor palabra para caracterizar la agitación del momento, pero sin duda la fórmula de “con mis hijos…” encuentra resonancia. Dices que la movilización contra el matrimonio igualitario de 2019 no tenía tanto arraigo. Esta fue convocada por la Coalición Fe, Vida y Familia, ¿qué tipo de coalición era?, ¿cuál fue la diferencia con la movilización de “Con mis hijos no te metas”? Después de 2017 se producen otras emergencias en la movilización religiosa conservadora. En junio de 2018, la Corte Constitucional falla una sentencia sobre el derecho de niños y adolescentes a recibir educación sexual y se reafirma su derecho a decidir sobre su salud sexual y consentir de manera directa sin injerencia del Estado, la Sociedad y la familia. Esto desata nuevas movilizaciones Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador 135 que esgrimen el texto constitucional, en el que se alude al derecho de padres y madres a la educación de sus hijos, y se aprueba una resolución “pro-familia” en la Asamblea Nacional. Ese mismo año, llega a Ecuador como conferencista Agustín Laje, uno de los autores de El libro negro de la nueva izquierda (2008). También se reabre el debate sobre la despenalización del aborto en caso de violación, que implica la reforma del Código Integral Penal (COIP), motivo que también alienta la movilización “pro-vida”. Esto amerita distintas iniciativas conservadoras ante el esfuerzo de distintos grupos feministas por lograr el apoyo a esta reforma, que finalmente es derrotada en septiembre 2019. La sesión en pleno registró 65 de los 70 votos que se necesitaban para que las mujeres, niñas y adolescentes no fueran penalizadas por la justicia en caso de interrumpir un embarazo producto de una violación. Como en ocasiones anteriores, la discusión sobre el aborto marca un momento intenso para el activismo conservador, que moviliza distintos sectores religiosos, incluida la Federación Ecuatoriana de Indígenas Evangélicos (Feine). El hecho de que la Corte Constitucional apruebe el matrimonio igualitario en junio de 2019 vuelve a animar la reacción, especialmente la de los evangélicos. Sin embargo, al encontrarse con algo ya aprobado, sus esfuerzos resultan mucho menos efectivos y acaban por diluirse. En todo caso, en América Latina y a nivel global también, el matrimonio igualitario no ha aglutinado tanto descontento como el reclamo del aborto, a pesar de los consensos que desata en la sociedad argentina. ¿Eso no significa que el movimiento anti-derechos era más débil, sino que simplemente se trataba de las circunstancias de ese momento en 2019? Creo que las circunstancias tras la aprobación del matrimonio igualitario sirvieron, en todo caso, para fortalecer la alianza interna de las iglesias evangélicas. Primero, no todas las iglesias evangélicas estaban de acuerdo. Lo cierto es que la organización y movilización les sirvió más hacia adentro que hacia afuera. La respuesta de la sociedad era fuerte y la movilización por el orgullo gay nunca había sido tan masiva y 136 Nuevas derechas autoritarias festiva en Ecuador. Eso también desbarataba la reacción de las iglesias evangélicas, que no era propositiva, sino simplemente reactiva. Entre los propios pastores no había unidad respecto a si la agitación conservadora debía ser la mejor estrategia para afianzar el adoptado “enfoque de familia”. En el discurso de los grupos anti-derechos utilizan palabras clave como “vida”, “familia”, y posteriormente, “libertad”. ¿En qué sentido usan estas palabras? Eso es una cuestión clave, ya que es lo que potencialmente genera hegemonía cultural, social. Creo que familia es un término fundamental en las discusiones socioeconómicas en América Latina y, yo diría, que, en el mundo, porque familia es el lugar donde las personas se repliegan cuando arrecia la desprotección económica, retrocede la responsabilidad del Estado y se recrudece el neoliberalismo. Lo vemos ahora en tiempos de pandemia. Es el lugar donde tradicionalmente se han sostenido las condiciones de vida en contextos hostiles; es un lugar donde las mujeres afirman el apoyo y el sostenimiento. Además de ofrecer respuestas, constituye un imaginario potentísimo frente a la desprotección y ataque que trae el neoliberalismo. El repliegue en la familia ni el propio Correa lo disputó, porque el imaginario del ciudadano de la Revolución Ciudadana tenía que ver, sobre todo, con la apelación a la familia que quiere ascender socialmente (con su propio esfuerzo y el apoyo del Estado), y de manera particular con la figura del padre de familia tradicional, un sujeto que protege su familia, que es cabeza de familia, un ciudadano que apelaba al Estado en nombre de su familia. El Estado, por su parte, reconoce a este cabeza de familia proveedor, posiblemente micro emprendedor o trabajador en alguna instancia pública. El rol de la familia siempre se ha mantenido en el discurso político, ocupa un lugar central en la cultura política ecuatoriana y latinoamericana. Atacar a la familia (aunque sea a su carácter violento y patriarcal) está muy mal visto. De ahí el éxito del llamado “enfoque de familia”. La ciudadanía aparece entonces mediada por la familia, siendo ésta un lugar de resguardo en el imaginario colectivo. Parte del re- Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador 137 chazo al feminismo posiblemente tiene que ver con esto, con la crítica a la familia. La familia se declina, cada vez más, en Europa y en Estados Unidos como una alternativa al Estado, a la manera libertaria conservadora. En un momento de desprotección creciente y desmontaje del Estado social, el nacionalismo familiar adquiere preeminencia a nivel global. En América Latina, la familia siempre fue sostén y encarna también una tradición de resistencia. El vecindario, el barrio, la familia, la comunidad aparecen en muchos casos entrelazadas a través de vínculos extensos. En lo que se refiere a la “vida”, hay ambigüedades que tienen que ver con el ecologismo y el propio feminismo. En economía feminista se habla del “sostenimiento de la vida”, en el ecologismo de “lucha por la vida”, “la vida no se vende, la vida se defiende”. Algunas feministas prefieren hablar de cuidados, en lugar de vida por esta ambigüedad. Los grupos conservadores y fundamentalistas han utilizado esta ambigüedad con mucha clarividencia. La vida puede referirse tanto a la vida de los no nacidos como a la vida de la Amazonia, a la vida de las mujeres como a la de los fetos. “Ecuador —como dice el lema— ama la vida”. La defensa de la vida, signifique lo que signifique, es importante tanto en la izquierda como en la derecha. El tema de la “libertad”, el tercer elemento que define el posicionamiento conservador, también es clave. La libertad se refiere a la autoridad de los padres. Son los progenitores en una estructura patriarcal quienes esgrimen esta idea frente al garantismo de la libertad individual de los jóvenes. La democracia sexual en su vertiente liberal aparece aquí atacada recurriendo a argumentos “i-liberales”6 o autoritarios, es decir, negando la libertad individual (especialmente de las mujeres). Se recurre para ello a argumentos legales (como la propia constitución) además de religiosos. Desde ahí se reinterpretan los derechos civiles y la propia ciudadanía. El papel del Estado ya no es garantizar la libertad individual y de conciencia que trae el secularismo, ampliando el ejercicio de la misma, 6 Las democracias “i-liberales” celebran elecciones y hay oposición política, pero la separación de poderes no existe y se vulnera el estado de derecho. 138 Nuevas derechas autoritarias por ejemplo, a través de la educación sexual o del aborto seguro, sino resguardar la potestad y tutela ejercida por un grupo (los progenitores, la iglesia, los médicos, los militares, etc.) de acuerdo con sus creencias particulares. En otro lugar he hablado de esto en términos de reprivatización de lo social; el Estado debe resguardar la propiedad y, con ella, la autoridad patriarcal y colonial, minimizando a mujeres, niños, homosexuales, lesbianas, jóvenes y pueblos y nacionalidades. Más que defender esta noción de libertad individual, yo creo que el feminismo, algunas corrientes, recuperan una idea de libertad colectiva, de libertad en relación, de libertad como afirmación del vínculo situado y como ejercicio que considera que estamos en relaciones (reales) de desigualdad. Los actores conservadores son muy hábiles para redefinir o resignificar esas palabras que sí tenían un sentido para la izquierda o para las feministas, como libertad de elegir que es el slogan feminista y ahora ellos han logrado en buena parte redefinir eso. Desde la década de 1990 advertimos cómo la iglesia católica ha tenido que dialogar con el feminismo, no ha podido esquivarlo. La idea de igualdad que introduce el feminismo es muy poderosa. Es una idea que puede resultar muy abstracta, muy liberal en algunas versiones. Sostener que las relaciones de poder, como la que establecen mujeres y hombres, entrañan desigualdades ha tenido que ser atendida por conservadores y fundamentalistas. Por eso hablan de “diferencia natural” e “igualdad en dignidad” y escatiman el hecho de que diferencia es, en realidad, desigualdad. Todo su esfuerzo se ha dirigido a resignificar la idea de (des)igualdad, a disimular el hecho de que la propia identidad, también la que se adhiere al sexo, es el producto (naturalizado) de la desigualdad. Paul Preciado (2015),7 por ejemplo, no habla de violencia de género sino de la “violencia del género”. Los fundamentalistas han estudiado a fondo todo esto para poder restaurar su visión habilitando nuevos instrumentos. Para los evangélicos, el sometimiento es parte del dogma. Las 7 “La violencia ‘del’ género”, en https://bit.ly/3kSHYOO Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador 139 mujeres y los niños y niñas se someten al padre y este a Dios. La jerarquía de subordinación a nombre de la autoridad es clara y tiene como contrapartida la protección, la provisión y el cuidado, aunque estos no se cumplan. Todo ello refuerza la estructura patriarcal que atraviesa la sociedad. Una expresión de ese trabajo ha sido la campaña “salvemos las dos vidas”, que se gesta en Argentina, pero llega también a Ecuador. Es parte de la contraofensiva ante Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en 2018. En “salvemos las dos vidas”, ya no sólo importa el feto, sino también la mujer. Se reconoce que las mujeres no sólo gestamos, sino que también asumimos el grueso de la responsabilidad de crianza y esto tiene enormes consecuencias sociales, económicas, laborales, etc. Por eso aportan soluciones: “apadrinemos niños”, “démosle en adopción”, “demos recursos económicos para las mujeres que no desean tenerlos con el fin de que no aborten”, etc. Ahora tienen que ocuparse de lo que el feminismo una y otra vez relanza: las identidades sexuales y de género y las formas de familia están atravesadas por la normatividad y por la desigualdad, y las mujeres, junto con otros sujetos, ya no estamos dispuestas a perpetuar este orden opresivo y violento. El “feminismo provida” es otra ocurrencia parecida que bebe de la ambigüedad del término “vida” que comentábamos antes. Ahora el feminismo no es el enemigo, sino “el género” (o “el feminismo de género”). El feminismo se ha expandido, tiene fuerza, moviliza en las calles. El género es más fácilmente asociado a los Estados (colonizados), las Naciones Unidas, las farmacéuticas, etc. Todos estos actores, en sus campañas, forma un poderoso lobby que desnaturaliza el sexo y la sexualidad procreativa. Ellos van ensayando distintas fórmulas, algunas enfatizan el componente de “contramovimiento”, como está sucediendo en estos momentos con el Movimiento Activista Pedófilo (MAP) (supuesto activismo pedófilo o “personas que se sienten atraídas sexualmente por niños”, deliberadamente emparentadas para estos grupos con el feminismo y los movimientos de la diversidad sexual), mientras que otras trabajan a modo de “pegamento simbólico” canalizando malestares. 140 Nuevas derechas autoritarias Las iglesias evangélicas y el catolicismo conservador en el Ecuador, al igual que en otros países de América Latina, existen hace décadas. Sin embargo, desde el primer decenio del 2000 su discurso cambia, se hace más directo, más anti, habilitando el ámbito de una lucha cultural que han aprendido de movimientos de la izquierda. ¿Cómo crees que funciona esta lucha cultural en un país como Ecuador que tiene una tradición católico conservadora de larga data? Como decía antes, la cultura política y la vida social en la que se gestan los términos (“familia”, “vida”, “libertad”, “diversidad”, “colonialismo” y otros) es hasta cierto punto compartida. Por eso se dan disputas en torno a estos términos o conceptos elaborados en las luchas feministas, indígenas, etc. En Ecuador es particularmente importante la apropiación del “colonialismo”, alentada por el Papa Francisco y por los gobiernos progresistas; el género, sostienen, es una expresión de la colonización cultural. En las movilizaciones contra el matrimonio igualitario llamaron a un “levantamiento”; otra idea asentada en la cultura política y en la memoria del país. Saben que ‘levantamiento’ habla particularmente a los indígenas evangélicos, articulados en la FEINE, una fuerza numerosa con una gran capacidad de movilización. El discurso político de la derecha no es autista. Siempre está dialogando, introduciendo y cambiando; el de la izquierda igual. Los discursos políticos están reelaborando nuevos materiales en busca de sentidos comunes. La invención del “feminismo pro-vida”, encarnado en Ecuador por Amparo Medina, una figura camaleónica (experta de NNUU, exguerrillera, exfeminista… todas invenciones), resulta reveladora. Jaime Nebot, el líder del partido Social Cristiano, alcalde de Guayaquil por décadas, también recupera el feminismo; al igual que Correa, dice que hay un buen feminismo que reclama igualdad económica, que reconoce el abuso en la familia y la violencia, y hay un mal feminismo, desvirtuado que conduce a la confusión de las identidades. La estabilidad del sexo binario es algo intuitivo, primario, de modo que cuestionar que el sexo ya es género resulta tremendamente provocador. Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador 141 Hay algunos logros del movimiento feminista y de la izquierda que ahora ellos tratan de cooptar para sus agendas, ¿qué ofrecen esos grupos anti-derechos para las mujeres? Porque, al final, ponen a las mujeres en un lugar inferior, pero hay muchas mujeres militantes en estos movimientos. Yo creo que ofrecen algunas cosas y hay que pensar sobre ello. Los evangélicos han sido muy hábiles para tratar y contener ciertos problemas sociales que tienen que ver con el alcoholismo, las adicciones e incluso la violencia, aunque eso habría que matizarlo a la luz de la violencia que desatan. Las iglesias, además de lugares de encuentro y ritualidad, ofrecen contención y mediación ante los problemas que acarrea la desigualdad y la fragmentación social que se vive, por ejemplo, en las ciudades, en los barrios, por ejemplo. Los hombres deben asumir su papel de “cabeza”, de proveedores, mientras que las mujeres deben subordinarse ocupando un lugar más humilde, en la casa, la maternidad, pero también en lo público, en la iglesia, para la que pueden ir captando a más y más miembros, ofreciendo consuelo y formación en los distintos grupos (familiares, de mujeres, de jóvenes). Pueden avanzar y presentarse como figuras claves. Hay hay participación, sí, pero es una participación domesticada. Lo que enseñan muchas iglesias evangélicas es que ocupar el poder masculino no debe resultar del ejercicio de la violencia, sino de ocupar un lugar de autoridad que es “naturalmente” legítimo. A diferencia de los católicos, que sostienen una idea de autoridad y legitimidad inmaculada y blindada con respecto al mal (por eso cuando cae un cura acusado de abuso sexual es una ecatombe, es una hecatombe), los evangélicos reconocen la proximidad y la experiencia del mal. Actúan como Alcohólicos Anónimos (AA); todos, especialmente los varones, han estado del otro lado y han podido renacer, dan testimonio y ejemplo vivo del mal y también de la conversión. Esto aumenta su verosimilitud y su capacidad de prédica. Lo que discutimos es si esa ejemplaridad de los convertidos no estará, a su vez, ocultando la violencia en las familias, porque cuando uno es un ejemplo vivo en una familia ideal, su imagen no puede verse públicamente empañada. 142 Nuevas derechas autoritarias Algunos grupos católicos también están explorando esa idea, aunque ellos tienen un pensamiento y una praxis mucho más rígida, vertical y centralizada. Los evangélicos interpretan la vida cotidiana, son capaces de leer pequeños signos del mal (enfermedades, pérdidas económicas, malas cosechas, un hijo homosexual, la falta de trabajo, de descendencia, etc.) e intervenir sobre ellos. Son capaces de detectar revelaciones de Dios, de traducir acontecimientos de acuerdo a pasajes y enseñanzas bíblicas. Esto también les hace populares y próximos entre los indígenas y los sectores desfavorecidos. Se pueden aplicar exorcismos, oraciones, pero sobre todo una férrea autodisciplina y vigilancia, que incluye un patrullaje estricto de las identidades y actividades que corresponden a hombres y mujeres, a mayores y a jóvenes. Las iglesias, además de interpretaciones más o menos dogmáticas, también ofrecen servicios de proximidad. Asesorías familiares, grupos de oración, células, vigilias, retiros y eventos en los que sentirse acompañados y algunos recursos económicos de emergencia. En definitiva, elementos que trenzan comunidad a partir de la visión de familia tradicional. Los grupos eclesiales católicos están adoptando algunas ideas para atraer a los jóvenes. Establecen una clara diferencia entre el catolicismo cultural y el militante. El segundo pasa por la disciplina, el apartamiento y adiestramiento, además de por la participación activa en campañas contra el aborto o el matrimonio diverso. La guerra espiritual de los evangélicos es también aplicable a los católicos. Hay muchos elementos de la subjetividad popular que pueden conectarse e hibridarse aquí. Más allá de las ideas de ofrecer agencia y sentido ¿tienen la capacidad real de ofrecer redes de cuidado material? Yo tenía la idea de que ellos poseen unas redes comunitarias poderosas, que proveen servicios y recursos, pero ahora me doy cuenta, a través de la investigación, y también de lo que está sucediendo con la pandemia, que ellos no tienen tanta actividad en este terreno como esperaríamos. Muchas personas cuentan sus problemas, que han perdido el trabajo, que les quieren echar de casa, que están en- Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador 143 fermos, etc. Las iglesias ofrecen consuelo, acompañamiento, oración y explicaciones más o menos apocalípticas como que la pandemia es un castigo frente al aborto o al desorden sexual que degrada la familia, pero no han desarrollado hasta donde yo sé, dispositivos de afrontamiento más allá de las colectas, que se hacen de forma centralizada. La comunidad se articula en la oración, que vuelve a posicionar la disciplina por encima de la crítica. Esta última se ha referido más bien a la imposibilidad de congregarse y al impulso libertario de desobedecer al Estado (que nos obliga a confinarnos o a usar mascarilla), como ha sucedido en Brasil. En general, no creo que los evangélicos estén proporcionando ni una lectura crítica de lo que está sucediendo, ni sólidas respuestas comunitarias. Invita a orar por los gobernantes, no a preguntar qué están haciendo mal y cuál es su responsabilidad respecto a lo que ocurre. También han aprovechado la centralidad que adquiere la familia en estos momentos para reforzar la ofensiva contra el aborto o los derechos de las diversidades sexuales. Pero las iglesias sí tienen la capacidad de distribuir comida… Sí, pero no están transparentando esas formas o pensándolas en términos críticos, así como hacen los grupos de izquierda. Están distribuyendo, de manera discreta, ayudas individuales al interior, pero muy mediadas por la función de los pastores. Ellos más bien se están replegando en un discurso de que esto es un castigo divino y hay que orar y crear grupos de oración o guerrear contra el virus, que es una manifestación del mal. Algunos de los grupos tienen esta idea de los guerreros y de que hay que luchar por mantener firme la familia, las identidades, el orden. La pandemia, como la violencia contra mujeres y niños, es el resultado de la degradación de la familia. No tengo la impresión, por lo que estamos viendo ahora, que tengan un papel tan proactivo y tan público. Tengo la sensación de que ellos están replegados, gestionando ayudas para sus fieles, y rezando porque los gobernantes conduzcan bien la crisis o armando una batalla contra el gobierno por no poder reunirse, desobedeciendo incluso. O, como decía, rearmando las políticas conservadoras en materia sexual. 144 Nuevas derechas autoritarias Estos grupos públicamente tienen una postura antifeminista, que es súper importante en la nueva ola de la derecha reaccionaria. Se presenta muchas veces como movimiento desde las mayorías, desde el pueblo contra ideas de las elites académicas, de un feminismo cosmopolita, de una imposición que viene de Naciones Unidas, pero ¿hay bases para un movimiento antifeminista en Ecuador? La verdad, no lo creo. Una de las últimas iniciativas antes de la pandemia, fue la propuesta de algunos asambleístas de derecha CREO, PSC y Sociedad Unida Más Acción (SUMA) en enero de 2020 de una ley “pro-familia” (Ley Orgánica de Fortalecimiento de las Familias del Ecuador). Creo que este tipo de cosas tienen cierto eco entre sectores conservadores que agrupan su ideario sobre la vida desde la concepción, la adopción, la familia heterosexual, el rol de los padres en la educación, el matrimonio, la libertad religiosa o el consumo de marihuana. Las medidas no tocan en absoluto la estructura del mercado de trabajo o los servicios y prestaciones del Estado; son más bien simbólicas y buscan aglutinar su agenda. La sociedad ecuatoriana sigue siendo conservadora a pesar de los cambios. Según un informe sobre cultura política democrática de 2018/19,8 que acude a datos del Barómetro de las Américas, en Ecuador, la aprobación del aborto en caso de peligro de la madre se sitúa en el 63,2% frente al 38,8%, que opina que no está justificado en ningún caso. Una encuesta de 2013 de CEDATOS, difundida por el Frente Ecuatoriano de Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos, recoge que el 64% de la población cree que el aborto debería ser legal en caso de violación a una mujer o a una niña (75% por peligro de su vida, 66% por motivos de salud, 60% por malformación del feto). Estos datos retratan el tímido lugar respecto al reconocimiento de las desventajas y violencias que las mujeres 8 Moncagatta, P., Moscoso, A. Pachano, S., Montalvo, J. y Zechmeister, E. 2020. Cultura política de la democracia en Ecuador y las Américas 2018/19. Tomándole el pulso a la democracia (2020), USAID, LAPOP, Vanderbilt University y 50+1 Grupo de Análisis Político. Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador 145 enfrentan en carne propia.9 Con respecto a la aprobación del matrimonio igualitario, ésta se sitúa en el 23%, mientras que la ocupación de cargos públicos por parte de homosexuales es del 27,6%; ambos valores han aumentado con el tiempo, pero siguen hablando de los prejuicios. Estos y otros datos colocan a Ecuador en el grupo de países conservadores junto a Colombia, Honduras y El Salvador (un grupo más moderado que Panamá, Costa Rica, Guatemala, Bolivia, Perú, etc.), alejado del grupo formado por Argentina, Uruguay, México y Chile. Ahora bien, yo no tengo tan claro que el espíritu explícitamente anti-feminista haya prosperado. Creo que muchas personas rechazan la violencia contra las mujeres y reconocen que esa ha sido una batalla central del feminismo. La enorme visibilidad del feminismo a nivel internacional en este terreno, pero incluso en el de los derechos sexuales y reproductivos, está siendo reconocida. Su reacción se dio ante logros del feminismo, de la izquierda, que ahora parecen muy débiles. El matrimonio igualitario no fue un logro político, sino más bien en la Corte. ¿Qué relación de fuerzas tenemos ahora? ¿Tienen ahora la fuerza de imponer sus agendas o cómo ves la relación de fuerzas en lo político más general, no sólo entre sus grupos, sus iglesias? Yo no sabría cómo contestar esa pregunta. No creo que tengan tanto poder como para imponer agendas en bloque. Creo que van a tener que defender sus ideas batalla a batalla (por mucho que propongan una ley “pro-familia”). En el 2017 consiguieron hegemonía por la coyuntura, pero no creo que tengan poder suficiente, como muestra el balance de fuerzas que evidenció la despenalización del aborto por violación. No tienen un poder tan fuerte como para marcar la agenda en lo que a la democracia sexual se refiere, pero sí tienen poder para frenar o condicionar algunas iniciativas. Dudo que sean un bloque absolutamente poderoso, articulado y popular entre amplios sectores de la población. Lo son de forma coyuntural, 9 Los datos sobre la legalización del aborto por violación son: Sierra, 77%, Costa, 51% y Amazonia, 74%. 146 Nuevas derechas autoritarias pero sí juegan fuerte en un entorno social que, como decía, sigue siendo más bien conservador. Eso da esperanza y comparto esa impresión. Aquí no tenemos un momento como con Jair Bolsonaro que, en su tiempo, reunió todas esas fuerzas en un proyecto político. Si ellos no tienen tanta fuerza como para imponer agenda porque que su base estaría más concentrada en las iglesias, ¿qué posibilidad hay de que eso se pueda convertir en una base social o pueda alcanzar una mayoría de base social? Esto va a depender mucho de los elementos de la coyuntura política, como pasó en el ciclo 2017-2019. No han consolidado un bloque unitario, potente y con iniciativas de consenso. También hay que tener en cuenta que no todas las iglesias están unificadas, y para mí eso fue una sorpresa. En mis clases y en la universidad he conocido a evangélicos que no eran fundamentalistas, no estaban a favor de ideas reaccionarias, no tenían visiones homofóbicas o contra la despenalización del aborto por violación. He conocido incluso a algún pastor que se manifestaba privadamente en contra. Yo les pregunté por qué no expresaban su disconformidad, y me dijeron que eran temas delicados y que más bien “trabajaban hacia adentro” en sus iglesias. Ahora, con la pandemia, se abre otro tiempo. Muchos han dicho que los servicios religiosos son esenciales, pero la gente no es tonta. La gente dice “voy a ir al culto orando en internet”. Si la postura es la de Bolsonaro y ahora vamos a rezar y suicidarnos mejor me quedo en casa. Si ese es el discurso que ellos tienen creo que no va a funcionar en Ecuador. La mayoría piensa “si salimos es porque tenemos que comer, no porque vamos al culto”. La experiencia virtual, en general, les ha dado buenos resultados y en Ecuador no se han mostrado tan beligerantes en la desobediencia como en otros países. Sexo, vida y familia. La corriente conservadora/fundamentalista en Ecuador 147 ¿Cómo están procesando la crisis de la coyuntura con la Covid-19? En otros lugares, como Perú, tratan de seguir con su discurso agresivo contra la “ideología de género”, otros simplemente dicen esto es un castigo de Dios exactamente por esa confusión de género, ¿en Ecuador has visto algo similar? Depende de qué sectores. Todos tenemos la sensación de que la realidad es bastante más compleja que el castigo de Dios. Es decir, es un poco difícil mantener ahora el discurso de “se han abortado muchos niños y Dios nos castiga”. La realidad es mucho más complicada. Lo cierto es que no han dejado de actuar, por ejemplo, atacando medidas de anticoncepción de emergencia en el contexto del confinamiento a pesar de los datos de violencia que tenemos o sosteniendo que el presupuesto en salud se ha ido a realizar abortos en lugar de atender enfermedades. Han criticado los planes humanitarios de NNUU, calificados de “chantaje humanitario”, diciendo que escondían la legalización del aborto y cosas por el estilo. Si van por el camino de defender la vida, en un sentido más ambiguo, pueden tener cierto eco. Si apuestan por un discurso dogmático, no creo que tenga mucho predicamento. No sé cómo vea la gente la idea de exculpar a los gobernantes. Sí podrían arrojar dudas acerca de las apuestas de la izquierda a la hora de pensar la salud, lo público, las responsabilidades del Estado, la responsabilidad de las instituciones frente a la preeminencia de lo privado, al fin y al cabo, la respuesta es conectar lo privado como registro económico (mejor dejemos todo a las fuerzas del mercado, dada la insensatez y corrupción de los políticos y del propio Estado) y moral (mejor dejemos todo a los padres, literales y figurados, de la nación, que protegen y resguardan los valores rectos aunque sean autoritarios). Depende de qué caminos tomen. En este sentido es importante retomar los sentidos feministas desde los que hablamos de sostenimiento, apoyo mutuo y comunidad como una respuesta a las formas de disciplinamiento social, sexual y familiar que acompañan a la crisis. Parece que los ultraconservadores como Trump y Bolsonaro están dando un ejemplo absolutamente delirante, más allá incluso de la desobediencia. Bolsonaro se ha mantenido en un discurso también muy delirante. En Ecuador están llamando a una restauración fami- 148 Nuevas derechas autoritarias lista conservadora que se apoya en la contención emocional, al tiempo que asisten de manera activa o cómplice a la erosión de los derechos y las condiciones de vida. El espíritu belicista y autoritario no está tan acentuado como en Brasil, por ejemplo. En todo caso, disciplinarse en los valores familiares de género ha sido una respuesta clásica en la que moral y neoliberalismo se han aunado en tiempos de crisis. Entrevista: Ana Robayo y Ferdinand Muggenthaler BOLSONARO Y EL FIN DEL CICLO DEMOCRÁTICO EN BRASIL ¿Qué raíces y anclajes tiene el bolsonarismo? Breno Bringel Desde 2013 se profundizó en Brasil una polarización entre el PT y las derechas como un todo y, en los últimos años, principalmente entre el campo popular-democrático histórico (con el petismo en su centro) y el campo autoritario-reaccionario (con el bolsonarismo como referencia principal). Desde mi punto de vista, esta polarización es una enorme trampa de la que deberíamos tratar de huir. Breno Bringel Breno Bringel es profesor e investigador de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, donde coordina el Núcleo de Teoría Social y América Latina. Editor de Open Movements (Open Democracy) y director de Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS). Ha sido profesor visitante en más de una decena de universidades de América Latina y de Europa. Impulsor de experiencias y procesos de investigación militante y autor de varios trabajos sobre geopolítica crítica, movimientos sociales y política brasileña. Sus últimos libros son Alerta Global: políticas, movimientos sociales y futuros en disputa en tiempos de pandemia (Buenos Aires, 2020), Critical Geopolitics and Regional (Re)Configurations (Londres, 2019), Brasil - cambio de era: crisis, protestas y ciclos políticos (Madrid, 2018) y Antología del pensamiento crítico brasileño (Buenos Aires, 2018). Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 153 ¿Cómo se interrelacionan los procesos de largo plazo de las derechas brasileñas y el fenómeno del bolsonarismo? Las nuevas derechas no surgen de la nada. Hay tres claves importantes, en términos históricos y políticos, para entender el por qué, cuándo y cómo emerge el bolsonarismo y, con ello, lanzar una mirada de más largo plazo a las derechas brasileñas. Son, en realidad, tres camadas de temporalidades distintas, pero complementarias, que se van sobreponiendo. La primera clave tiene que ver con el cierre de un largo ciclo democratizador, que emerge a partir de finales de los años 1970 con la contestación a la dictadura y al régimen militar, que recuperó la democracia formal e impulsó un amplio imaginario de derechos. Se trata del periodo conocido como la “Nueva República”. Las movilizaciones populares y el proceso constituyente, que llevó a la Constitución de 1988, fueron clave para la puesta en marcha de este ciclo que imperó, con todas sus contradicciones, durante cuatro décadas, pero empezó a ser puesto en jaque en los últimos años por las nuevas derechas. Fue protagonizado por un bloque amplio de fuerzas democráticas, moderadas políticamente, que convergían en su orientación hacia políticas sociales focalizadas, aunque reproduciendo, con diferentes grados, el neoliberalismo. Por un lado, teníamos aquí al “campo democrático-popular”, hegemonizado por el Partido de los Trabajadores (PT), en el plano político-partidista, pero con actores importantes también en el plano social y sindical, que tiraban de la cuerda más a la izquierda. Por otro, estaría también una derecha tradicional que incluía a fuerzas como el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) de Henrique Cardoso y otros actores del centro y centro-derecha, que radicalizaron más la agenda neoliberal. Aunque estamos hablando de fuerzas sociales y políticas distintas y heterogéneas, compartían las bases de los “pactos de la transición democrática” y la defensa del juego democrático-liberal, imprimiendo una orientación social-liberal a la política brasileña. En ningún caso, hubo realmente un proceso de democratización social profunda o de combate a las desigualdades estructurales. Sin embargo, todos los actores que protagonizaron este ciclo democratizador (desde este campo democrático-popular a la derecha más tradicio- 154 Nuevas derechas autoritarias nal) perdieron legitimidad durante los últimos años y pasaron a ser duramente criticados. Una segunda clave, que se ubica en el medio plazo, es el fin del ciclo progresista, que se inicia en el 2002 con la victoria presidencial de Lula da Silva y acaba de manera abrupta con la destitución de Dilma Rousseff en 2016. Se trató de un ciclo muy ambivalente. Si bien es cierto que políticas sociales sacaron a miles de brasileños de la pobreza extrema y del hambre, los beneficios de los bancos y de las grandes empresas no pudieron ser mayores. Lula defendía su política interclasista como un juego donde todos ganaban. Eso nunca fue así. Unos ganaron mucho más que otros y aunque la derecha no le hacía una crítica explícita, se fue beneficiando económicamente, mientras ampliaba su influencia política en diferentes esferas (cultura, sociedad, comunicación) en una posición cómoda. Pero este modelo se fue resquebrajando por varios motivos. En lo económico, se debe a la llegada progresiva de la crisis económica global a Brasil y el fin del boom de las commodities. En el plano más político, un desgaste del Partido de los Trabajores (PT), que pasa a ser criticado a su derecha y a su izquierda. Los primeros decían que el gobierno había ido demasiado lejos en políticas como las cuotas raciales en las universidades, mientras más a la izquierda les criticábamos por hacer más bien poco. Desde la izquierda, se decía que no había ya ningún horizonte de justicia social y compromiso con la transformación en el PT. La derecha, a su vez, empezó a asociar los casos de corrupción en el gobierno, empezando por el “Mensalão” en 2005, a un mal endémico del PT y a una “izquierda corrupta”. Empezó allí a crearse una oposición más virulenta al PT, pero también a la izquierda como un todo, a partir de la temática del combate a la corrupción y de agendas conservadoras en el terreno moral. Con estas dos claves llegamos a las protestas de junio 2013 y sus desenlaces posteriores. Entiendo esto a partir de lo que he definido como una apertura societaria. Eso significa que salieron a las calles miles de personas en todo el país desbordando a los movimientos sociales tradicionales y a los propios iniciadores de las manifestaciones, llegando a sectores amplios de la sociedad, con demandas muy diversas, que iban desde la radicalización de la democracia, Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 155 por un lado, a la lucha contra la corrupción y contra el Partido de los Trabajadores, por otro. Es como si todo el malestar acumulado en la sociedad, con orientaciones muy diferentes, coexistieran en las calles. Junio de 2013 no era de derechas ni de izquierdas. Era las dos cosas. Un acontecimiento altamente heterogéneo, pero que fue “rentabilizado” posteriormente en el plano público principalmente por las nuevas derechas. Desde entonces, una derecha más radical y con nuevos ropajes fue ganando terreno, criticando radicalmente los ciclos políticos previos, sus actores y sus imaginarios. Es así como el bolsonarismo va emergiendo como un movimiento destituyente, y más que eso como un proyecto de reacción y de destrucción tanto del ciclo progresista como del ciclo democratizador más amplio, como un todo. En este proceso se gesta una alianza entre Fuerzas Armadas, sectores empresariales particulares y sectores religiosos conservadores. ¿En qué medida este bloque es una alianza coyuntural de este momento, y en qué medida responde a procesos históricos y estructurales más de fondo? Hay muchas más continuidades en la historia política brasileña de lo que se ha reconocido en las últimas décadas. La izquierda brasileña y el pensamiento crítico en el país siempre han buscado, al menos en sus mejores expresiones, analizar las persistencias de los problemas estructurales. Eso ha pasado, inevitablemente, por una discusión sobre el poder capitalista, el desarrollo, la dependencia, el papel del empresariado, la oligarquización de la política, el (sub)imperialismo, los legados de la esclavitud, el racismo estructural y el sexismo, la cuestión agraria, las formas de dominación, entre otros temas centrales que he recogido, por ejemplo, en la Antología del Pensamiento Crítico Brasileño, publicada por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Sin embargo, buena parte de la izquierda y de la intelectualidad crítica brasileña se nubló recientemente con las disputas inmediatas y cortoplacistas. Más que eso: me atrevería a decir que en las últimas décadas se ofuscó con el ciclo político de la democratización, que funcionó como una especie de peligroso encantamiento de serpientes. 156 Nuevas derechas autoritarias Esta “hipnosis de la democratización” impidió visualizar, pensar y combatir, de manera más profunda en los últimos años, los actores conservadores y los problemas estructurales. Las grandes preguntas perdieron fuerza. Se subestimó el papel de la religión en la política o las disputas de la cultura y de la sociedad en un sentido más autoritario y conservador. En un extremo opuesto, se sobrestimó la capacidad de las “instituciones” en la política (como si fueran autosuficientes y no importaran los actores, ni las ideologías), así como la irrupción de las “nuevas clases medias”. Se dejó de lado una serie de violencias y desigualdades que no hacían más que ampliarse y reproducirse, incluso en los gobiernos petistas. Tampoco se daba tanta importancia a las dimensiones más invisibles de la política, que ahora parecen obvias, como el crecimiento progresivo de sectores religiosos ultraconservadores no sólo en el legislativo (lo que en Brasil llamamos la “bancada evangélica”), sino también en los territorios. De alguna manera, el propio PT y buena parte de la intelectualidad brasileña forjó un diagnóstico distorsionado de la sociedad brasileña de que “las cosas iban muy bien”, algo alejado de la realidad y de los propios anhelos de las clases populares. Mientras tanto, el tejido social pasó a ser fuertemente disputado por perspectivas conservadoras, al igual que las subjetividades individuales y colectivas por perspectivas neoliberales, emprendedoras e individualistas. Frente a este escenario, se van forjando nuevas alianzas ad hoc entre actores “tradicionales” como los que mencionas (sectores empresariales, religiosos ultraconservadores y fuerzas armadas), que se adaptan al nuevo contexto sociopolítico, con un perfil distinto al que tenían décadas atrás. En el caso de los empresarios y de los militares, quizás lo más destacado sea el abandono progresivo —hoy total— de un proyecto de país. No hay que olvidar que durante buena parte del siglo XX se llevó a cabo en Brasil una alianza populista nacional-desarrollista que funcionó como una especie de orientación “nacional-burguesa”, tal como lo denominó en su momento Caio Prado Jr. El proyecto de industrialización orientado hacia dentro, sin embargo, no sólo dejó de existir, sino que abrió paso en las últimas décadas a un modelo de reprimarización brutal de la econo- Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 157 mía. Hace ya tiempo que no existe algo parecido a una “burguesía nacional” entre los empresarios ni tampoco una intelligentsia militar brasileña que busque pensar el país de forma autónoma. Unido a las dinámicas de transnacionalización y financiarización del capitalismo, hemos visto en los últimos años una total sumisión de la política brasileña al neoliberalismo y al Norte, que llega a un límite extremo con Bolsonaro. En medio a esta falta de un proyecto societal y ante el descrédito del sistema político, los religiosos ultraconservadores encontraron un terreno fértil para que su expansión de hace décadas se consolidara políticamente. Si el escenario anterior ya era terrible, con Bolsonaro llega la barbarie. Todo eso refuerza, además, el fisiologismo político más duro. Los líderes religiosos conservadores se habían aliado con Lula, se alían con Bolsonaro y lo harán con cualquiera. No hay ningún tipo de preocupación por el bien común. En el caso de los militares, el alineamiento con Bolsonaro también se da más por sobrevivencia, intereses corporativos y de poder, que por una afinidad profunda con el presidente. En el caso de las continuidades con la dictadura es algo muy dramático, porque Bolsonaro resulta, muchas veces, incluso más radical que los propios militares. Planteas que el bolsonarismo es más fácil de identificar como fuerza opositora que por su agenda programática propia. ¿Cuáles son las líneas programáticas principales de propuestas políticas que tienen para la sociedad brasileña? La agenda del bolsonarismo y sus ideas tienen una impronta fundamentalmente oposicional. Pero bajo la negación es posible entrever qué defienden y para ello hay que desvelar los fundamentos políticos de esta impronta negativa. Una primera prioridad política es el intento de romper con los pactos institucionales y las orientaciones políticas que buscaban generar, a pesar de todas sus deficiencias y limitaciones, diálogos entre los tres poderes y entre el Estado y la sociedad. Se desmantelaron muy rápidamente todos los Consejos que se habían creado para la participación popular en las instituciones y se llevó a cabo un vaciamiento de los órganos públicos. Igualmente, se buscó desconfigurar el entramado ins- 158 Nuevas derechas autoritarias titucional que le restaba poder al Ejecutivo en detrimento de diálogos más fuertes con la sociedad y con el legislativo. La tensión con el poder judicial es fortísima, principalmente por las múltiples investigaciones y sospechas de corrupción contra Bolsonaro, sus hijos y colaboradores cercanos. Hay, por lo tanto, un primer bloque de políticas que apuntan a la centralización del poder político en el presidente y en el núcleo duro del ejecutivo con un carácter fuertemente autoritario. Un segundo elemento importante de la agenda tiene que ver con la disputa cultural y de una agenda moral, muy influenciada en un primer momento por un pseudofilósofo, muy importante para la emergencia del bolsonarismo, que es Olavo de Carvalho. Aquí entran iniciativas diversas, con tono beligerante y revanchista que apuntan a una “guerra cultural”. En la educación, eso se plasma en proyectos como “Escuela sin partidos” y “Future-se”, con consecuencias ya notables de cortes presupuestarios en la educación pública, persecución a docentes, posibilidades de privatización y un agresivo enfrentamiento a la autonomía universitaria y a las disciplinas que reúnen un campo más crítico en las universidades públicas. Para ello, se construyó un discurso, avalado por parte de la población, de que habría que priorizar aquellas áreas del conocimiento que son rentables o que traen “beneficios inmediatos” a la sociedad. Se podría mencionar también una serie de iniciativas políticas que son adaptaciones “a la brasileña” de una gramática política más amplia, que se ha difundido por el mundo en los últimos años, vinculada a la “ideología de género”, “el marxismo cultural” o lo que denominan como “antiglobalismo”. A su vez, la crítica a los medios de comunicación convencionales y la apuesta por una comunicación supuestamente más directa con los ciudadanos por las redes sociales, principalmente Twitter, hace que muchos definan a Bolsonaro como “populista”, algo que me parece muy simplificador. Una tercera base importante de la agenda del bolsonarismo es el neoliberalismo autoritario. Son varias las propuestas concretas que avanzan en el terreno de las privatizaciones, políticas de austeridad, reducción del papel del Estado, reformas económicas (como la de la previdencia realizada en 2019) y ampliación de las fronteras extractivas en la Amazonia, aunque también en otros biomas y regiones del Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 159 país. En este frente, el gobierno cuenta con el apoyo de buena parte del empresariado, del agronegocio y de las alianzas políticas que ven a Bolsonaro como funcional a una agenda rentista y de expoliación. Además del ministerio de economía, la carpeta de medioambiente juega un papel clave aquí, ya que en plena crisis ambiental se buscó avanzar en una serie de cambios administrativos (por ejemplo, suspensión de contratos con ONG, demisión de funcionarios de los órganos públicos de control, flexibilización de la legislación y de la aplicación de multas ambientales, entre muchas otras medidas) que van en dirección diametralmente opuesta a las salidas necesarias. Estas políticas, además, se basan en una concepción profundamente colonial y racista, que explicita la inferiorización y el odio a las minorías y lleva a cabo, como consecuencia, un ecocidio y un genocidio de los pueblos indígenas y de la selva. Finalmente, diría que hay un cuarto eje de políticas más sectoriales, pero con peso importante en el proyecto del bolsonarismo como un todo. El ejemplo más emblemático son las políticas vinculadas a la seguridad pública. La mayoría de la población brasileña considera que la inseguridad es el principal problema del país. ¿Qué tiene que ofrecer la izquierda sobre eso? ¡Poco! ¿Qué dice Bolsonaro? Eso es una prioridad. El problema es cómo lo hace, queriendo armar la población y fortaleciendo la militarización, la vigilancia y la infraestructura policial. Algunas medidas anunciadas en su campaña ya fueron llevadas a cabo, como un decreto que facilita la posibilidad de poseer armas. Otras, como la reducción de la mayoría de edad penal, no avanzaron, al menos todavía. Finalmente, aunque Bolsonaro no logre tipificar acciones de los movimientos sociales como actos terroristas, en la práctica todos sus opositores son tratados como enemigos e, incluso, subversivos en una lógica de guerra permanente. Reconoces un campo político al cual llamas “un campo liberal conservador” y otro “autoritario reaccionario”. Estas derechas, que integran más el campo liberal-conservador ¿cómo quedan en este escenario? Son dos derechas diferentes, heterogéneas en su propio interior, pero es importante entenderlas para complejizar la comprensión de las 160 Nuevas derechas autoritarias derechas. Creo que siempre hemos tendido, de alguna manera, a definir las izquierdas en plural, pero hasta hace poco tiempo hablamos de la derecha en singular y este es un equívoco muy grande. Ese primer campo, que denomino como liberal-conservador, es bastante heterogéneo. Por un lado, puede tener, en una versión más light, posiciones abiertas en los valores y en las costumbres, propias de un liberalismo moderado, e incluso posturas reformistas, casi socialdemócratas. En una versión más dura, son más fuertemente conservadoras, moralmente cerradas, culturalmente y estructuralmente coloniales, racistas y patriarcales y se acercan mucho a las posturas reaccionarias. Lo que define a este campo es la apuesta a ultranza por el libre mercado, la defensa del liberalismo económico y del capitalismo salvaje, pero también la apuesta por jugar las “reglas democráticas”, entendidas, obviamente, de forma minimalista y procedimental. Es una apuesta por una suerte de status quo liberal que se diferencia del campo reaccionario autoritario que es el núcleo duro del bolsonarismo. Me parece que lo interesante está en ver cómo este campo se ha ido posicionando a lo largo de los últimos años, y por qué converge con un campo político como el bolsonarista. El proceso de redemocratización brasileño de los 1970 y 1980 fue visto por casi todos los principales sujetos políticos del campo liberal-conservador como una especie de cesión necesaria. Para ellos, los años 1990 fueron la edad de oro, el momento idílico del neoliberalismo, en el que tuvieron su auge. Para estos actores, la llegada del PT al gobierno era algo inaceptable. Nunca aceptaron, realmente, que un presidente analfabeto guiara el país, como ellos mismos decían. Sin embargo, si miramos a todos los números en términos macroeconómicos, les fue bastante bien en los gobiernos del PT, por lo cual, no articularon un frente político alternativo. Y allí, irrumpen las protestas de 2013, que vieron como una oportunidad. Para este campo y sus principales expresiones en las calles a partir de 2014, como el Movimiento Brasil Libre (MBL) o el Movimiento “Vem para Rua”, junio de 2013 fue una gran rebelión de la sociedad brasileña contra la corrupción y el petismo. Empiezan a difundir muy ampliamente este discurso de la lucha contra la corrupción, que se convierte en la bandera central de ese campo liberal-conservador, Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 161 cuya principal figura política no es Bolsonaro, sino Sergio Moro. En el seno de este proceso y de este campo político, hay un sector específico fuerte que mi colega Christian Lynch denomina “liberal judicialista”, que fue muy importante para buscar sus relaciones con Bolsonaro en el contexto electoral. Del otro lado, el campo autoritario reaccionario se distingue por su rechazo a la democracia como un valor que necesite ser preservado, ni siquiera en su versión más restringida. Bolsonaro y otros representantes de este campo dicen explícitamente que las instituciones no importan, y que la Constitución les “esclaviza”. Bolsonaro va más allá de cualquier cosa que dijeran los propios militares en los años 1960 y 1970. Mientras el campo liberal-conservador intenta mantener el orden neoliberal en su relación umbilical con un imaginario de democracia liberal, acá, lo que se intenta es subvertir la propia democracia, con prácticas autoritarias, idealizaciones del pasado militar y convocatoria de actos y manifestaciones contra el propio congreso. Eso sí: ambos comparten no sólo la ruta neoliberal, sino también la oposición activa a la izquierda y al PT. Buscaron una unidad en los últimos años y promovieron juntos el impeachment y una agresiva campaña que llevó a la elección de Bolsonaro. Ahora bien, cuando arranca el gobierno de Bolsonaro, empiezan a aflorar las tensiones y eso ya es otro capítulo de la historia. El PT representó varias cosas, incluyendo una agenda de democratización social. ¿Qué se puede decir sobre lo que se logró o no se logró a la hora de consolidar una sociedad más democrática a partir de un período tan largo estando en el gobierno? La experiencia del PT en el gobierno fue profundamente agridulce. Por un lado, es cierto que se logró avanzar en algunos intentos de reparación de determinadas deudas e injusticias históricas. Las condiciones de vida de los más pobres mejoraron, en el corto plazo. No hay duda. Pero, los avances fueron más bien puntuales y difíciles de mantener en el tiempo. Para mantenerse en el gobierno, el PT pactó hasta con el diablo y miró más hacia la política institucional que a la sociedad. Se preocupó más con las colectividades dominantes que con los grupos subalternos e históricamente subalternizados. 162 Nuevas derechas autoritarias Creían que habían dado con la fórmula perfecta de una política win/win, donde no molestaba a los grandes intereses y a las corporaciones económicas, y a la vez, gobernaba con un discurso hacia el pueblo, logrando algunas conquistas para los sectores populares. Es así como buscaban avanzar en términos de democratización institucional, descuidando mucho el lado de los lazos sociales y de la democratización social más sustantiva. El PT creía que haciendo políticas públicas para los trabajadores y para los más pobres del Brasil conseguiría el apoyo de estas poblaciones, y no fue así. No politizó las políticas públicas. No politizó sus propias conquistas, es decir, dio por sentado que lo estaba haciendo bien y que la población entendería todo perfectamente. No vieron los cambios en los territorios ni en las vidas de la gente. En definitiva, se miró mucho al Estado y al pacto interclasista, pero se dejó de lado la sociedad, los movimientos y la disputa cultural. Y esto ha pasado factura de diferentes maneras como, por ejemplo, en lo que se refiere al apoyo de bases sociales de cuño popular y a la ausencia de regulación y el papel de los medios de comunicación hegemónicos, que ahora se dicen indignados con Bolsonaro, pero ayudaron también a crearlo con un visceral antipetismo. Tú planteas que una de las claves para comprender las nuevas derechas es su disputa multidimensional en las instituciones, en las calles y en los territorios. ¿En qué medida esto es algo que fue orgánicamente creciendo o fue diseñado como una estrategia? Creo que entender las nuevas derechas como proceso es fundamental, porque así las desvinculamos de una figura política (un presidente, por ejemplo) y le restamos también un sentido unívoco. Para entender la derechización es indispensable pensar la multidimensionalidad de espacios y sus frentes de actuación. No creo que sea una deliberación estratégica donde podamos buscar una racionalidad absoluta de los actores, pero sí hay apuestas de cada uno de los actores por priorizar diferentes frentes de actuación, que se articulan, se sobreponen y coexisten. En el caso de Brasil, entiendo que existe un triple pilar de las nuevas derechas: la protesta en las calles, la acción institucional y la disputa cultural/territorial. Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 163 Por el lado de la disputa institucional, ocurre algo curioso, porque el bolsonarismo es una ideología anti-institucional, pero está orientada hacia el Estado para, paradójicamente, destruir o desmantelar las perspectivas estatistas. En otras palabras, para propiciar ese autoritarismo ultraneoliberal y para desarrollar su visión reaccionaria del mundo. ¿Cómo se llevó a cabo eso? Fagocitando partidos de la derecha más tradicional, a la vez que creando nuevos partidos, como por ejemplo el “Partido Nuevo”, que nace en 2011, buscando un nuevo ropaje para las derechas partidarias en tiempos de descrédito con los partidos políticos tradicionales. Asimismo, se llevó a cabo una política amplia de alianzas que pasó a aglutinarse públicamente en el antipetismo y en la agenda de la corrupción, pero con muchas otras afinidades principalmente en la agenda económica. El segundo pilar, que fue muy visible en Brasil desde 2013, fue la protesta en las calles. Las nuevas derechas entendieron que era importante ocupar un espacio de disputa que siempre había estado asociado a las izquierdas, como una forma de legitimación política, hacia los medios, la propia sociedad y sus antagonistas, mostrando que eran capaces de movilizar a la gente. Eso fue posible también por un cambio generacional dentro de las derechas en Brasil, porque los que realmente llevan a cabo todo ese dispositivo de movilización, de convocar las protestas, de entender el funcionamiento de las redes sociales y potenciarlo, son grupos y colectivos de jóvenes liberales y conservadores. A este nivel, esta “nueva” derecha es realmente nueva en el sentido etario y generacional y trató de retar la forma de construcción política de las derechas tradicionales. A diferencia de lo que pasa normalmente con la izquierda que es pensar que la calle es un camino fundamental de lucha y una forma de aprendizaje y de interpelación política, en este caso las movilizaciones son entendidas de manera mucho más instrumental. De todos modos, hubo también un cierto isomorfismo que se plasmó en ideas como, “bueno, si la izquierda históricamente utiliza camisetas políticas con sus símbolos y sus lemas, ¿por qué no lo vamos a hacer nosotros?”. Estas dinámicas no son propiamente específicas de Brasil, sino que empezaron a darse en muchos países y son parte de este repertorio transnacional de las derechas que va circulando por el mundo. 164 Nuevas derechas autoritarias El tercer pilar es el de la disputa cultural y territorial. Este pilar sí es estratégico y se entiende como el anclaje socio-espacial, subjetivo y cultural-mediático de la apuesta política de las nuevas derechas. Como decía antes, durante mucho tiempo en Brasil la gente se preocupaba con la representación evangelista conservadora en el congreso, pero no tanto con el trabajo del nuevo pentecostalismo en los territorios. Hay que ver eso como parte de un mismo engranaje político, aunque haya frentes y espacios diferenciados. La estrategia orientada a conquistar mentes y corazones de la población en los territorios y en las redes fue y sigue siendo brutal y sabemos que eso no ocurre de manera honesta. Es difícil comprender cómo en un país como Brasil pudo ganar alguien tan extremo como Bolsonaro. Pareciera que la polarización extrema es una de las condiciones que lo han hecho posibles. ¿Cómo ves los aprendizajes en torno a la lógica de polarización, a lo cual también las izquierdas han jugado en varios contextos en relación a la posibilidad de emergencia de fenómenos como el bolsonarismo? A menudo se presenta la polarización como una dinámica entre dos polos radicalmente opuestos o antagónicos. Sin embargo, eso no es necesariamente cierto: la polarización no siempre representa extremos ideológicos, sino que tiene que ver con la construcción que los propios actores políticos hacen sobre la polarización. ¿Qué quiero decir con eso? Qué Bolsonaro diga que el PT representa la encarnación de la extrema izquierda y del comunismo radical no significa, obviamente, que el PT sea eso. El PT es, más bien, un partido moderado, pero, a partir del momento en el que Bolsonaro y la derecha eligen al PT como enemigo político y como la supuesta encarnación de todos los males del país, ponen al PT contra las cuerdas. ¿Cómo responde el PT? Poniéndose a la defensiva, respondiendo los ataques y entrando así en la lógica de la polarización. Desde 2013 se profundizó en Brasil una polarización entre el PT y las derechas como un todo y, en los últimos años, principalmente entre el campo popular-democrático histórico (con el petismo en su centro) y el campo autoritario-reaccionario (con el bolsonarismo Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 165 como referencia principal). Desde mi punto de vista, esta polarización es una enorme trampa, de la que deberíamos tratar de huir por tres motivos principales. Primero, porque a diferencia de otras polarizaciones que oponen capitalismo y socialismo, o el sistema y las fuerzas anti-sistémicas, en este caso estamos ante lo que suelo definir como “polarización sistémica”. Eso no quiere decir que los dos polos sean lo mismo, obviamente, pero acaban reforzando, de maneras muy diferentes, el sistema capitalista, simplificando enormemente la realidad social y ocultando los verdaderos y los más urgentes problemas existentes en nuestras sociedades. Segundo, como consecuencia de lo anterior, esta polarización excluye a las fuerzas que apuestan por la justicia social y la transformación más radical. De hecho, buena parte de las luchas comunitarias, colectivos juveniles y experiencias territoriales y plataformas políticas anticapitalistas que buscan construir escenarios de transición y nuevos horizontes de sentido no se sienten a gusto ni se reconocen con esta polarización que acaba por infantilizar todas las fuerzas de cambio, ya que el PT plantea una situación imposible: “o estás con nosotros en la lucha contra el autoritarismo o estás contra la democracia, haciéndole el juego a la derecha”. Finalmente, en las disputas por el futuro de Brasil, la lógica de esta polarización nos lleva al pasado. Por un lado, en el caso del PT y de su campo político, la búsqueda por un regreso al “ciclo progresista” (2003-2016), añorado por sus protagonistas como un momento único para la masa más empobrecida de la población brasileña. Por otro lado, en lo que se refiere a los campos liberal-conservador y reaccionario-autoritario el regreso es más profundo, sea hacia la idolatría de la “década neoliberal” de los 1990 o, peor todavía, la admiración y la apología explícita de la tortura y del pasado dictatorial. Es por ello que la polarización actualmente existente nos hace rehenes y nos impide construir futuro. ¿Cuáles serían los logros vistos desde sus puntos de vista reales de ser gobierno del bolsonarismo? Para Bolsonaro, el gobierno y sus seguidores los principales logros serían el alineamiento histórico con el gobierno de Estados Unidos; 166 Nuevas derechas autoritarias el corte de gastos (que juzgan innecesarios) de muchos ministerios, principalmente el de derechos humanos; la reducción de la ocupación de tierras por parte de familias organizadas y movimientos sociales; la extinción de los consejos de la administración pública, que son vistos como “formas de crear empleos para amigos” y el paquete “anti-crimen” que endurece la penalización de los crímenes. La propia página de Bolsonaro reúne lo que él considera como los principales hitos de su primer año y medio de gestión. Pero quizás el material más relevante para evaluar el gobierno a partir de sus propios miembros sea el video de una reunión ministerial que se hizo público el día 22 de abril de 2020 tras la autorización de un ministro del Superior Tribunal Federal. El video es parte central de una investigación judicial que trataba de averiguar las acusaciones del exministro Sergio Moro al presidente Bolsonaro. Según Moro, el presidente buscó intervenir políticamente en la Policía Federal para obtener informes de inteligencia y nombrar personas cercanas. Es un material impresionante, en el que podemos ver a los propios ministros en acción. Además de muchas declaraciones escandalosas, es posible observar las tensiones internas del gobierno y un ambiente beligerante. Para ellos, si sus políticas no se han llevado a cabo es porque que hay que radicalizar más. Si hay barreras, hay que eliminarlas, sea con amenazas de prisión o de muerte. Eso es muy explícito, por ejemplo, en la actuación del gobierno contra los pueblos y los territorios indígenas y quilombolas. En febrero de 2020 el gobierno presentó el proyecto de ley 191/2020 para posibilitar la explotación de recursos minerales, hídricos y orgánicos en reservas indígenas. Es algo totalmente anticonstitucional que ha llevado a muchas resistencias, pero ejemplifica el modus operandi del gobierno. Si no logran avanzar en las leyes de flexibilización y de desregulación como les gustaría parten para el ataque, con amenazas discursivas y a la vida en los cuerpos y en los territorios. Con su fuerte racismo institucional, el gobierno Bolsonaro incita a profundizar todavía más uno de nuestros principales males, que es el racismo estructural, buscando no sólo naturalizar un sistema histórico de privilegios y de desigualdades, sino profundizarlo activamente. Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 167 Considerando el carácter militarista del gobierno de Bolsonaro y esta expresión de un pensamiento autoritario, en un país históricamente muy violento como Brasil ¿hay evidencias de que esto ha llevado también a las fuerzas del orden, los militares, a actuar de forma aún más violenta que antes? ¿Hay nuevas prácticas represivas del control social que están siendo implementadas a través de este gobierno? Sí, desde luego. Pero lo curioso aquí es que hay no solo confluencias que llevan a un aumento de la militarización, sino también tensiones entre los militares y Bolsonaro, ya que él —y su clan familiar— está mucho más volcado hacia la lógica paramilitar y a las milicias, que a una concepción de militarización tradicional del Ejército. Hay muchos indicios de que la familia de Bolsonaro está involucrada en el asesinato de la concejala y militante Marielle Franco. Hay incluso pruebas concretas de que quiénes mataron a Marielle Franco eran milicianos que trabajaban con uno de los hijos de Bolsonaro. Este vínculo directo entre un presidente y un grupo de paramilitares, muy fuerte en el estado de Río de Janeiro, es algo insólito que añade un plus de complejidad al asunto porque, obviamente cambian las formas de control social, la propia dinámica de la represión y la criminalización en los territorios (periféricos, claro está) y en los sujetos, no simplemente como una dinámica que viene desde arriba controlada por un ejecutivo y un Estado central, sino que está estimulada y fomentada por un presidente con lazos profundos con estos grupos. Bolsonaro quiere armar la población y principalmente su núcleo más radicalizado. Piensa que con eso tendrá más apoyo de la población en su “cruzada” en la cual moviliza la retórica de la guerra no sólo contra el crimen, las drogas o la seguridad, sino también contra todos aquellos que considera su enemigo. Eso, unido a la “industria del odio”, ha llevado a una incitación permanente de la violencia cotidiana y estructural contra las mujeres, la población LGBTI, los indígenas y los activismos críticos. 168 Nuevas derechas autoritarias Este fenómeno confluye, a su vez, con la lógica de la militarización que trae el Ejército y su evocación a un discurso de la seguridad y del orden nacional con un despliegue más clásico de contingentes y de operaciones, con armas y equipos de guerra para la represión. Si sumamos a eso las propuestas de militarización de escuelas y la implementación de tecnologías de vigilancia más sofisticada, vamos componiendo un cuadro de militarización total. De esta manera, la militarización del gobierno Bolsonaro no tiene que ver solo con la cantidad de ministros militares que tiene, sino con una concepción de militarización absoluta de la política o, como dirían algunos, con la militarización como forma de gobierno. Bolsonaro apuesta por la desestabilización y el caos, mientras los militares históricamente suelen estar preocupados por mantener el “orden”. Eso sí, ambos tienen mucho en común: la apuesta por aumentar la militarización de la vida, de la sociedad y de la política a todos los niveles. Y en todo eso pagamos seriamente las consecuencias de no haber hecho un proceso serio de justicia y de memoria. La lección es clara: es imposible realmente hacer una transición a la democracia, ayer y hoy, si eso no ocurre. En cuanto al rol de Brasil en la geopolítica global y, particularmente, la regional continental ¿cómo ha cambiado el gobierno de Bolsonaro el posicionamiento, la presencia, la acción de Brasil en la región? ¿En qué medida la geopolítica de los movimientos sociales, la solidaridad internacional, han tenido algún efecto en escenarios particulares como el asesinato de Marielle Franco o los incendios amazónicos? En términos de la geopolítica del poder y de los Estados hay un cambio radical en la política exterior y en la proyección internacional de Brasil. Hemos pasado de un escenario de multilateralismo activo (en lo que el exministro de Exteriores, Celso Amorim, denominaba como una “política exterior activa y altiva”) a relaciones bilaterales bastante complicadas. Hay un acercamiento a Israel muy fuerte y a líderes ultranacionalistas; una subordinación total a Estados Unidos con muchas implicaciones, por sus pretensiones intervencionistas e Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 169 imperialistas. Una postura crítica muy fuerte y de tensión con China, lo cual en términos comerciales es un suicidio para la política comercial brasileña. Hubo una pérdida de centralidad de los bloques regionales que era algo importante que teníamos antes: esta idea de Brasil como uno de los impulsores, con todas las contradicciones, de los procesos de integración. En ese sentido, la deriva de la política internacional brasileña fue muy grande, pero eso se debe también a que uno de los bolsonaristas más radicales del gobierno, es el ministro de exteriores, Ernesto Araújo, y sus principales referencias son Steve Bannon y Olavo de Carvalho. Es un tipo que dice que el cambio climático es una conspiración marxista, profundamente negacionista con el tema de la Covid-19 y así por delante. Ahora bien, si miramos hacía el otro lado de la moneda, es decir, hacia una geopolítica de las resistencias, el rol de la solidaridad internacional ha sido importante, pero tímido. Por ejemplo, con el tema del asesinato de Marielle o con los incendios amazónicos, sí hubo muestras de solidaridad muy importantes y muy fuertes, pero a la vez algo efímeras. Eso me lleva a pensar algo más amplio: los cambios de las formas de solidaridad internacionalista, que no tiene que ver solo con Brasil. Diría que hay una especie de desplazamiento de una solidaridad internacional que se daba de manera más permanente, con experiencias, con movimientos, con procesos, y que hoy se está dando de forma más descentrada, con causas, con eventos concretos y de manera más rápida. Podríamos hablar de una reconfiguración de la geopolítica de las resistencias que tenemos que discutir de manera más profunda, y que en el caso concreto de Brasil se había construido de manera muy potente en los años 1990 con el MST y en los 2000 con el Foro Social Mundial y el movimiento alterglobalización. Eso no significa que todo eso se haya perdido, pero sí hay un cambio generacional, de actores, de plataformas y culturas militantes que están repensando los internacionalismos hoy. 170 Nuevas derechas autoritarias Se percibe tensiones dentro del gobierno de Bolsonaro. De un lado, incomodidades de sectores como los militares; y de otro lado, la salida de Sergio Moro. ¿Cómo analizas estas tensiones y en qué medida debilitan de forma determinante al gobierno? De manera muy directa, creo que la alianza entre lo que antes llamé como campo liberal-conservador y el campo autoritario-reaccionario entró en crisis a mediados de 2020. Aquello que había servido como una plataforma de confluencia para derrotar al PT y que permitió la victoria electoral de Bolsonaro se ha resquebrajado. Como buena parte de este campo liberal-conservador tenía en la lucha contra la corrupción su principal bandera, la salida de Sergio Moro del gobierno sentó como un balde de agua fría. La cuestión de fondo en todo eso tiene que ver con cómo este proyecto autoritario-reaccionario aspira a enfrentar de manera muy radical y directa a todos aquellos que intentan quitarle control sobre algo. El bolsonarismo intenta realmente controlar todo directamente dentro del gobierno, chocando con todo lo que escapa de ello. En el caso de Sergio Moro el problema es mucho más profundo, porque tuvo que ver con una interferencia en la autonomía del Ministro y del sector judicial brasileño como un todo, con el objetivo de intentar controlar, frenar e incidir en las investigaciones que involucran a Bolsonaro y a su familia. Eso generó una tensión que es irreconciliable en este momento. Estas tensiones en el gobierno muestran que todas aquellas alianzas y confluencias que fueron posibles entre las derechas en el momento de las elecciones ya no existen más. El horizonte futuro es incierto. Puede que Bolsonaro siga su estrategia de radicalización, aunque esto pueda llevarle tanto al abismo como a tener que pisar el freno. Buena parte de la derecha liberal-conservadora, a su vez, intenta construir ahora una imagen de que aprobó un cambio, pero vio que esto iba tomando rumbos antidemocráticos, o rumbos que no eran los que se imaginaba y salieron del gobierno. Eso puede hacer con que vayan construyendo ya plataforma política y también electoral, de cara al futuro próximo, no necesariamente contra, pero sin Bolsonaro. Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 171 ¿En qué medida todo este proceso ha llevado a una suerte de recomposición en el campo popular y en los movimientos sociales brasileños que han sido más fuertes históricamente y también, de alguna manera, los más sólidos en cuanto a infraestructuras, recursos y logística del continente? Un primer tema central es rediscutir qué es el campo popular hoy. Mi hipótesis es que nuestra imagen de ello está muy determinada todavía por lo que emerge en la lucha contra la dictadura, por la redemocratización y que tiene como fuerzas políticas sociales más visibles a la Central Única de Trabajadores (CUT) en el ámbito sindical inicialmente; y el MST en el campo “movimientista”. Esto carga toda una concepción de trabajo territorial, de autonomía, de cotidianidad vinculado a las comunidades eclesiales de base, a la educación popular, a un acumulo teórico, político y metodológico. Lo que pasa es que hace ya un par de décadas que los movimientos populares cambiaron bastante. En esto hay una tensión importante. Las tensiones no siempre son malas, no siempre paralizan, sino que pueden ser creativas. Por un lado, creo que hay una tensión generacional importante, que tiene que ver con una militancia social del campo popular que nació en los noventa, ya en democracia, y que no vivió la lucha contra la dictadura ni las luchas por la redemocratización. Esa generación no cree que el PT sea una referencia, no cree que la lucha social y las alternativas puedan pasar por una alianza con el Estado. En ese sentido, son más autonomistas y más afines a las tendencias del alter mundialismo y de otros movimientos contemporáneos. Se organizan más por colectivos pequeños, que en grandes movimientos. Prefieren actuar por barrios en vez de tener un gran movimiento nacional. Son luchas pluridentitarias porque actúan en muchos espacios de forma simultánea. Hay, así, varias tendencias que marcan un descentramiento de la forma movimiento social que teníamos antes en Brasil y que colocó al MST como un modelo de movimientos sociales para todos los demás en Brasil y en América Latina. Esto ha hecho que parte de este campo popular haya centralizado mucho la apuesta por la oposición a Bolsonaro, el apoyo al PT, la defensa de los derechos y de la democracia; y otro, haya apostado 172 Nuevas derechas autoritarias más al trabajo comunitario, territorial, por la agroecología, las iniciativas de transición ecosociales y por las luchas concretas. Por otro lado, los territorios y su composición sociopolítica también cambiaron. En los años 1970 y 1980 estaban hegemonizados por perspectivas de la educación popular, de los movimientos populares, por la Teología Liberación, etc. Hoy, esos mismos territorios, están mucho más fragmentados, mucho más divididos, mucho más desarticulados políticamente, dominados y hegemonizados por aquella perspectiva de la que ya hemos hablado fruto del trabajo territorial conservador. Hay muchos desafíos para el campo popular en Brasil, que vive un momento de transición histórica, entre ellos combinar, en el corto plazo, repertorios reactivos de resistencia democrática y de defensa de la vida contra los proyectos de destrucción con proyectos y agendas, de medio y largo plazo, que sean más proactivas y contribuyan a cultivar rumbos distintos y escenarios transformadores. La respuesta del gobierno de Bolsonaro a la pandemia ha sido controversial. ¿Cómo piensas que este momento y esta situación, va a influir sobre el curso del gobierno, su capacidad de llevar adelante su proyecto político? En términos sanitarios, la situación es desastrosa y Brasil acabó siendo uno de los principales epicentros mundiales de la pandemia. Muchos muertos y contagios no contabilizados, porque apenas hay pruebas; los hospitales, sobre todo de Sao Paulo, de Manaos y de otras grandes ciudades, totalmente colapsados. Y a eso se sobrepone la crisis política, con todos los elementos que ya hemos hablado. Muchos esperaban que ante la desastrosa e irresponsable gestión de la pandemia, Bolsonaro perdiera de forma definitiva buena parte de su base de apoyo. Motivos no faltaban: tres ministros de salud en un mes durante la pandemia transmite todo menos seguridad a buena parte de la población, ya acostumbrada a esperar poco del Estado y de los gobernantes. Bolsonaro, además, no sólo cultivó un negacionismo permanente, sino una política proactiva de colisión con las autoridades locales y regionales que, contra su voluntad, defendieron medidas de aislamiento. A pesar de ello, en agosto de 2020, cuando Brasil llegaba a la simbólica cifra de 100 000 muertos por Bolsonaro y el fin del ciclo democrático en Brasil 173 coronavirus, el Instituto Datafolha publicaba una encuesta según la cual Bolsonaro lograba el mayor apoyo a su gestión desde el inicio del gobierno, con un 37% de la población considerando su gobierno como “bueno” o “excelente”. ¿Cómo explicar eso? Durante la pandemia la base social del presidente (un núcleo duro de 15 a 20%), no sólo no se deshizo, sino que se radicalizó. Son aquellos que, a pesar de la Covid-19, han convocado manifestaciones todos los días en las calles para defender a Bolsonaro y para criticar la cuarentena. Por otro lado, aunque parte de un electorado moderado que le apoyó en su momento pueda haberse sentido defraudado, el anuncio de la encuesta coincidió con un momento en el que mitad de las familias brasileñas recibían el Auxílio Emergencial del gobierno, destinado a trabajadores informales, desempleados y beneficiarios del Bolsa Familia. Como la pandemia visibiliza y exacerba todas las desigualdades, este dato no es menor. Se une a eso, el hecho de que el discurso bolsonarista sobre la imposibilidad de parar la economía haya calado también precisamente entre las camadas más populares, que viven al día con trabajos precarios o informales y que no se pueden tomar el lujo de parar de trabajar ni tampoco tienen, muchas veces, acceso al agua o condiciones de habitabilidad que permitan el distanciamiento físico. Diría, de todos modos, que hay mucha volatilidad en todo eso. Pero la base radicalizada del bolsonarismo y la disputa por lo popular seguirán ahí. El conflicto abierto con los gobernadores y los alcaldes —incluso parte de aquellos que se eligieron con el apoyo de Bolsonaro— implicará, para el presidente, una mayor dificultad y la necesidad de un cambio de estrategia para construir alianzas, mientras la derecha más moderada intenta rearticularse de forma más autónoma. Independiente de esos movimientos, hay dos cosas que me preocupan mucho: la primera es que parte de la izquierda siga sin aprender de todo eso y mire exclusivamente al ombligo o a las próximas elecciones municipales de 2020 y a las generales de 2022. La segunda es que, más allá de la pandemia, estamos entrando en un escenario muy inquietante para el futuro próximo por las múltiples crisis que ya empezamos a vislumbrar. O cambiamos radicalmente de rumbo o la degradación tenderá a profundizarse. Entrevista: Raphael Hoetmer BOLIVIA MÁS ALLÁ DE LA POLARIZACIÓN ¿Está retornando la vieja derecha o hay un auge de una nueva derecha? Marxa Chávez ¿Qué pasó en El Alto? ¿Qué pasó en La Paz como sede de gobierno que es entonces un lugar estratégico? ¿Qué pasó luego de este despliegue de violencia, de gente que, no sabíamos de dónde, se desplegó para saquear y amenazar a los vecinos de El Alto y La Paz? Creo que tomará tiempo una verdadera investigación periodística, social o de ciencias sociales de lo que sucedió esos días. Se trata de un proceso mucho más complejo que solo la parte que se ha visibilizado sobre militares y policías contra el pueblo. Marxa Chávez Marxa Chávez vive en La Paz, Bolivia. Es socióloga por la Universidad Mayor San Andrés (UMSA); estudió en la Maestría de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es comunicadora relacionada a medios alternativos, espacio desde el cual ha dado seguimiento a los acontecimientos en Bolivia en los últimos tiempos. También forma parte de colectivas feministas. Bolivia más allá de la polarización 179 En el caso boliviano, el protagonismo de las nuevas derechas se da de forma muy particular en el contexto de una elección y crisis política. ¿Cómo caracterizas a este bloque de derechas que ha sido tan protagónico en el escenario político de Bolivia en el último año? Habría que definir en el contexto boliviano qué significa hablar de bloque de derecha y recuperar su historia reciente. Lo que se conocía como derechas históricamente era el bloque partidario clásico, que había controlado el Estado y que integró la economía boliviana en la globalización neoliberal. Desde el 2003 surgen nuevas voces en el contexto de la Guerra del Gas, como una respuesta a la ola de movilizaciones populares contra el neoliberalismo, concentradas en lo que llamamos el “Movimiento Cívico”. Cuando se posesionó el gobierno de Evo Morales, este movimiento se articuló en un bloque opuesto a las demandas populares y al nuevo gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS), reivindicando las autonomías departamentales frente a la propuesta de plurinacionalidad, e inclusive dejando abierta la posibilidad de la secesión de los departamentos de la autodenominada “Media Luna”. En este entonces, hasta se habló de un proceso que podría derivar en una guerra civil y se denunció también un intento de golpe de Estado en Bolivia, liderado por sectores aglutinados en los Comités Cívicos. A nivel internacional se conoce este escenario, pero no se siguió su evolución, que básicamente es la historia de una negociación que resulta en un pacto de estos sectores con el mismo gobierno del MAS. Eso fue posible por el pragmatismo de ambos lados. El Movimiento Cívico no tenía un proyecto político partidario, pero negocia sus intereses económicos. Mientras tanto, el MAS desplegaba una doble estrategia de perseguir a los sectores más radicales del Movimiento Cívico, pero también de incorporar a través de diferentes políticas económicas y pactos a las elites cruceñas, ganaderos y soyeros, sobre todo, aglutinados alrededor de la Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz (Cainco), y la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO) e inclusive a sus grupos de choque, como la Unión Juvenil Cruceñista. Para ello, el gobierno del MAS fue emitiendo una serie de leyes a favor de los intereses de este bloque, 180 Nuevas derechas autoritarias que responde a demandas históricas de los sectores del agronegocio sobre la libre exportación, la aprobación de semillas transgénicas, la aprobación de producción del llamado biodiesel en Bolivia, entre otros asuntos. Su punto máximo fue la ley que permite quemas en áreas protegidas, del año 2019. Esos pactos, aparentemente con los mismos intereses, evidencian lo borroso y complejo de las divisiones entre derecha e izquierda. Pero también permiten entender la escisión del bloque anterior de derechas, que dan lugar al surgimiento de nuevos liderazgos. Mientras que la Cainco no se pronuncia frente al gobierno de Evo Morales, la CAO, participa de las movilizaciones antifraude contra Evo Morales, exigiendo renuncia de este. Luis Fernando Camacho es elegido en febrero del 2019 como presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, con un discurso de defensa de la democracia y muy nacionalista, hablando de “la nación boliviana”, que contrasta con la reivindicación “federalista” de hace 12 años. Esta división se produce además en el contexto de los incendios más graves de la historia en los bosques de Chiquitanía, (Santa Cruz), en el 2019, como consecuencia de la legislación del MAS y promovidos por los intereses del agronegocio cruceño. Ahí hubo una pelea, donde incluso el Comité Cívico no deja participar en su asamblea a los propios cruceños que estaban defendiendo el bosque Chiquitano. Les gritan “masistas” y los otros les gritan “fascistas”. En conclusión, diría que este recuento evidencia que no es tan simple separar la derecha y la izquierda, ya que sus discursos han sido distintos, pero en lo que se refiere a medidas económicas Jeanine Añez ha continuado y profundizado las leyes y proyectos extractivistas que aprueba el MAS. Jeanine Áñez Chávez, una abogada, presentadora de televisión y política boliviana, evidentemente entra en esta misma continuidad del modelo económico. Al contrario de Camacho, Añez viene desde la experiencia parlamentaria, como integrante del opositor Movimiento Demócrata Social. ¿Cómo resumirías la agenda programática de esta nueva derecha, tipo Camacho? Todos hablan primero de una restitución de la democracia. Es la “lucha por la democracia”, la “lucha contra la dictadura” que re- Bolivia más allá de la polarización 181 presentaba Evo Morales, que es el eje discursivo que los articula. Relacionado a ello está el eje de la anticorrupción y la lucha contra el narcotráfico, que promueve fuertemente Añez. Se emite también un discurso que habla de: “los narco masistas” o “los narco evistas”, y “anti-terrorista” que ha calado mucho en la gente. Añez y Camacho, en sus discursos y en su programa de gobierno, no hacen referencia al Estado Plurinacional de Bolivia, sino a la república, desconociendo al carácter plurinacional de Bolivia aprobado en la Nueva Constitución Política del Estado. Eso sí ha enojado a mucha gente, más allá de la quema de la wiphala por parte de la Policía que se dio el año pasado, porque las organizaciones sociales, sobre todo las que fueron parte del Pacto de Unidad,1 lucharon por el reconocimiento del estado boliviano como plurinacional. A mi juicio, ello es un poco pelearse con una imagen de humo, porque si bien bajo el gobierno de Evo Morales se impulsó el reconocimiento de la plurinacionalidad, no se implementó realmente. En realidad, la plurinacionalidad va mucho más allá del MAS, y fue resultado de una lucha de muchos años, que ha costado muertos, heridos, encarcelados y torturados. En sus programas de gobierno, las derechas comparten con el MAS la insistencia en la necesidad de profundizar el extractivismo, basados en las actividades de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). Y sin duda, buscarán ampliar la producción y mercados para hidrocarburos. La derecha remozada en Juntos —la alianza electoral de Añez— o Creemos —la alianza electoral de Camacho— apela a una noción de autoridad, que representa el núcleo del Estado, que es la fuerza pública del orden, militares y policías. Describiste claramente un juego entre una derecha social con raíces en los sectores populares con el discurso cívico y nacionalista, articulado con intereses económicos más bien de las élites regionales, y el proceso político nacional. ¿Cómo un bloque con estas características logra ser una fuerza con llegada nacional? El Movimiento Cívico ha tenido una convocatoria muy grande en la población en estas distintas coyunturas, sobre todo en lo que se lla1 Alianza de organizaciones apoyando al MAS. 182 Nuevas derechas autoritarias mó “La Media Luna” que son seis departamentos de los nueve que tiene Bolivia. La fuerza de lo cívico está en su carácter identitario. Cuando vas a regiones como Tarija o a Santa Cruz, vas a ver cuán fuerte es esta identificación con la tarijeñidad o la cruceñidad, o la emoción cuando cantan sus himnos regionales. En la práctica, sin embargo, la política regional y cívica está construida por las élites económicas departamentales según los intereses de estas, como de los ganaderos o el sector productor de soya en Santa Cruz. De esta manera están tejidos sentimientos regionalistas, con elementos de clase y también racismo. La diferencia en esta ocasión es que esta fuerza social ya no se moviliza solo para defender la autonomía departamental, sino al nivel nacional, para lo que ellos llaman: “recuperar la democracia”. Sin embargo, han tenido muchas dificultades en articularse en el nivel político partidario a nivel nacional. De hecho, el mismo Camacho tuvo peleas con quien es su compañero de la fórmula presidencial, Marco Pumari, del movimiento cívico de Potosí. En el contexto de la crisis electoral, la dinámica se articuló también con otras movilizaciones, como de sectores de clase media en La Paz, con su discurso prodemocrático contra lo que llamaron “la dictadura de Morales” que apelaba al enojo de mucha gente sobre hechos de los últimos años. El irrespeto a los resultados del referéndum del 21 de febrero de 2016, donde el gobierno del MAS perdió y luego recurrió a un argumento que era el derecho humano a ser reelegido para dar paso a la nueva repostulación de Evo Morales y Álvaro García Linera, y, sobre todo, la quema de la Chiquitanía, que es un desastre nacional que en ese momento fue un gran catalizador del enojo de la gente. Las distintas movilizaciones contra el fraude tuvieron alcances específicos. Así, en la ciudad de La Paz, sede de gobierno, se sumaron a las protestas también productores cocaleros de la Asociación Departamental de Productores de Coca, (Adepcoca), que habían peleado con las federaciones cocaleras afines al MAS y a Evo Morales. Se sumaron otros sectores a los que puedes llamar populares: campesinos, maestros urbanos, trabajadores mineros de la Chojlla, y se realizaron Cabildos continuos, algunas ocasiones tres veces a la Bolivia más allá de la polarización 183 semana, que eran multitudinarios por la asistencia de gente que no necesariamente pertenece a un sindicato u organización. Hasta bajó al centro de la ciudad de La Paz un sector de la Federación de Juntas Vecinales de El Alto (Fejuve) que se llamo contestataria, para unirse con la gente de clase media y alta de la zona sur de La Paz. Algo que nunca antes había pasado se dio en este contexto. Cuando Camacho llegó a La Paz a entregar la carta para pedir la renuncia de Evo, jóvenes de las universidades privadas, muchos de los cuales se habían organizado por la Chiquitania, subieron al aeropuerto de El Alto y apoyaron a Camacho. Creo que todo esto va mucho más allá de lo que pudo haber hecho Camacho, porque las movilizaciones no se comprenden a través de sus líderes, sino por procesos más generales que se gestaron desde hace años atrás. La movilización que sucedió después de las elecciones del 2020, fue diversa en todos los departamentos, la gente que apareció como líder llevó adelante, luego, negociaciones a partir de sus intereses, pero no tenían mandato sobre toda la gente movilizada en La Paz, o en Potosí, donde la historia de movilizaciones regionales frente al gobierno de Morales, por ejemplo, es mucho más larga, desde 2010 y creo que debe analizarse todo esto para no tener una mirada reduccionista sino amplia de un proceso que culmina con el crecimiento en la sociedad del discurso pro militarista, también racista y que aprueba la acción de grupos de choque parapoliciales. Hubo bloques regionalizados que sí reivindicaban muy claramente el discurso que se puede identificar como de derecha neoliberal, pero otros como los de maestros urbanos de La Paz no: ¡la movilización contra-fraude en La Paz era tan diversa! Lo que sí es cierto es la visión de líder que mucha gente movilizada buscaba. Le decían “el macho Camacho”, continuando una visión patriarcal y machista, pero para mucha gente justo eso era atractivo: “Es el macho Camacho que está saliendo a defendernos y que es el único que tiene agallas para venir a plantarse frente a Evo en su palacio y entregarle su carta”. Eso convenció a muchos, en este sentido, Camacho quizás era un catalizador de una parte de los elementos conservadores que se estaban gestando o rearticulando desde hacía mucho. 184 Nuevas derechas autoritarias Finalmente hubo otro sector. En varias zonas de La Paz, sobre todo las laderas que son más populares, muchos barrios, nosotros, no salimos a apoyar ni a uno ni a otro bando. Ni al MAS. No hicimos como juntas vecinales bloqueos, aunque puede ser factible que muchos vecinos hayan participado en las marchas y contra marchas, cabildos y contra cabildos que se organizaron esos días en el centro paceño y El Alto. Si bien, como decía, todo este proceso viene de muchos lados y factores, y en cada departamento fue diferente, las salidas políticas que les dan élites del MAS y las del bloque de derecha fueron negociaciones de las que nosotros, como población, nos enteramos después, cuando salieron a luz versiones diversas sobre lo que sucedió esos días, desde las afirmaciones de Jorge Quiroga, expresidente del país, sobre el pedido que habría realizado la entonces presidenta del Senado, Adriana Salvatierra, del MAS;2 hasta las denuncias que por ejemplo hizo la colectiva feminista Mujeres Creando, sobre una reunión en La Paz, donde habrían participado, entre otros, Camacho y representantes del bloque de partidos y de toda esta derecha, sin ninguna información a la población sobre este cónclave.3 Dentro de estos acontecimientos se producen distintas lógicas de violencia y enfrentamiento. ¿Cómo ves el rol de las Fuerzas Armadas y la Policía? Hay este tema del motín, luego de la famosa sugerencia de las Fuerzas Armadas a Evo. ¿Cómo evalúas su rol? ¿Esto era un plan? Seguro que hubo cálculos, no sé exactamente desde cuándo y cómo. Quizás con el tiempo lo sabremos. Pero también hubo cosas que pasaron fuera de lo que hubieran podido decidir en los altos mandos, y otros eventos muy confusos. Por ejemplo, el día que se amotinan las policías, no se amotinan todos sino sólo en el departamento de Cochabamba y tal vez nunca sepamos nosotros realmente que pasó. 2 Véase: “Tuto: Salvatierra ofreció sucesión de Áñez a cambio de salida de Evo”. Opinión. https://bit.ly/31aUzoM 3 Véase: “Sedición en la Universidad Católica”. Radio Deseo. https://bit.ly/ 2Q86zRy Bolivia más allá de la polarización 185 Fuera de esto, había algo que podríamos llamar una “acumulación histórica” en la tensa relación entre el gobierno del MAS y la Policía, debido a la administración de los ministros de Morales que tenía gestos que fueron percibidos como desprecio frente al trato diferente que recibían de las Fuerzas Armadas. ¿Algo de improvisación también debido a las circunstancias? No sé si improvisación, pero sí hubo un factor importante pero que no se conoce del todo ni salió hacia afuera, dentro de todas las distintas dinámicas de violencia creciente instauradas esos días. Los saqueos que hubo en la ciudad de La Paz los días 10 y 11 de noviembre, cuando grupos organizados y de manera simultánea salieron a saquear y amenazar en zonas primero de El Alto, y luego en toda la ciudad de La Paz, grupos que luego fueron identificados como organizados por el MAS. Fueron dos noches y un día. Se incendiaron antenas de canales de televisión, como el de Unitel,4 la flota de buses de transporte municipal Puma Katari, se destruyeron y quemaron las Estaciones de Policía Integral (EPIs) en El Alto y en zonas de límite urbano y rural. Lo que sucedió en La Paz ambos días creo que fue muy planificado, porque ocurrió en todas las zonas, generando pánico en la población. Del otro lado, también hubo gente dispuesta a defender su casa de los saqueos con balas en la zona sur. En cambio, en mi zona, en una ladera de La Paz, la reacción fue de miedo, hicimos fogatas para avisar así a los grupos de saqueo que estábamos alerta y nadie sabía de dónde venían y hacia dónde se dirigían De esos sucesos hay que hacer un análisis más profundo. ¿Qué pasó el 10 y el 11 de noviembre?, ¿cómo se movieron en El Alto y bajaron estos grupos de choque?, ¿Cuál fue su recorrido? Hubo fenómenos de violencia en todo escenario que son difíciles de comprender. ¿Cómo los explicas? Yo intenté hacer un seguimiento y la gente que estuvo participando en los saqueos, era gente que no era precisamente de los barrios de El Alto donde pasaron de manera amenazante o realizando saqueos, 4 Canal de televisión abierta en Bolivia. 186 Nuevas derechas autoritarias incluso hubo gente detenida que declaró ser de Huanuni, (departamento de Oruro), varios fueron detenidos en posesión de armas que solamente se emplean con entrenamiento policial y militar. Se descubrió gente manejando mucho dinero, por lo cual la opinión pública asumió que era gente que pagaba a los grupos de choque. Dentro de este proceso muy violento, luego de la posesión de Añez, hubo los muertos en las intervenciones de policías y soldados en Senkata (El Alto), y en Sacaba, (Cochabamba), con el uso de armas del ejército en esta denominada campaña de “pacificación”, que además tiene connotación muy colonial. En la zona sur se ha denunciado por ejemplo el actuar de grupos paramilitares que participaron de los operativos de “pacificación”. El resultado, por demás trágico, fue de 26 personas asesinadas a bala en distintos puntos, no solo en Senkata, sino en otros lugares de la periferia paceña como Ovejuyo. Esta ola de saqueos y amenazas se extendió otras dos semanas más en la ciudad de El Alto. Entonces, se trata de un proceso mucho más complejo que solo la parte que se ha visibilizado sobre militares y policías contra el pueblo. Hay que mostrarlo en toda su dimensión: ¿Qué pasó en El Alto? ¿Qué pasó en La Paz como sede de gobierno que es entonces un lugar estratégico? ¿Qué pasó luego de este despliegue de violencia, de gente que, no sabíamos de dónde, se desplegó para saquear y amenazar a los vecinos de El Alto y La Paz? Creo que tomará tiempo una verdadera investigación periodística, social o de ciencias sociales de lo que sucedió esos días. Esta narrativa de “golpe o no golpe”, redujo la posibilidad de aclararnos histórica y políticamente qué fue lo que ocurrió, y, sobre todo, ha imposibilitado a los dos bandos su atisbo de autocrítica. Me niego a caer en esa simplificación que está beneficiando al sistema partidario, ya sea de uno o de otro lado. Nosotras, como colectivo feminista, hablamos más bien de “la guerra neoliberal” para comprender este momento. Las balas nos caen de todo lado, porque al final los que pasaron asaltando o amenazando las calles y avenidas de zonas populares, se afirma eran gente del MAS, y del otro lado salieron el ejército y la policía, que provocaron muertes y cientos de heridos, así como grupos parapoliciales y paramilitares claramente identificados en el caso de Cochabamba. Bolivia más allá de la polarización 187 En cierto sentido, la oportunidad política que se abrió a esta nueva derecha, tiene que ver mucho con cómo el MAS ha gestionado particularmente los últimos años en el gobierno. ¿Cómo resumes la responsabilidad del MAS a este escenario político? ¿Cuáles han sido los errores principales que contribuyeron al surgimiento de esta nueva derecha boliviana? Creo que fueron una serie de sucesos, a los que no llamaré errores, porque sabían lo que estaban haciendo. Ellos, en las cúpulas del MAS, sabían que bajo el objetivo de lo que denominaron “hegemonía”, estaban abriéndose a recibir gente que pertenece a los círculos más rancios de la derecha, de las élites racistas del país, por ejemplo. Después no hay que ver solamente la figura de Evo, sino todo lo que se empezó a constituir como poder de Estado. Y ello, fue desde muy temprano. Por ejemplo, en el caso del Tipnis, ya desde 2007, a un año de haber salido electo Evo Morales, ya había sido aprobada la concesión, sin consulta previa de las comunidades indígenas, para actividades petroleras. Esto, paradójicamente, se daba al tiempo en el que se discutía una Asamblea Constituyente, se discutía lo plurinacional, pero en políticas públicas, en políticas energéticas y en esta forma de dar preponderancia a la exploración y explotación de hidrocarburos, se vio que, paradójicamente, se estaba haciendo lo contrario de lo que la gente estaba peleando en las calles. Una cosa es el MAS antes de llegar al Estado y es otra cosa después de llegar al Estado. Un proceso difícil de generación de élites dentro del mismo MAS, pero, sobre todo, no es esta cosa de lo que acusan Añez y compañía al MAS, la “dictadura socialista”, etc., sino que, sobre todo, es la destrucción de las formas y horizontes de organización popular, social comunitaria, que habíamos tejido muy fuerte del 2000 al 2005. Así que no lo llamaría error, sino una estrategia de constituir poder estatal desde el MAS, a partir de la destrucción de lo que puede llamarse movimiento indígena, movimiento popular, movimiento de los trabajadores, movimiento campesino; y no con balas, no con policías o militares más que en contadas ocasiones, sino con operadores políticos internos; y, más allá, de la destrucción de los mundos comunitarios en el país, sobre todo en toda la región amazónica. 188 Nuevas derechas autoritarias Fue un proceso a través de ir “por debajo”, porque conocen las organizaciones, y destruirlas por dentro, sin necesidad de disparar ni una sola bala. Ahora estamos viviendo las consecuencias de eso, porque es paradójico que estas organizaciones destrozadas por el mismo MAS, no pudieron reaccionar ante lo que se estaba viviendo en octubre y noviembre, o, por lo menos, no salieron masivamente a defender el “proceso de cambio”. No hubo gente saliendo de manera fuerte en noviembre del 2019, ni siquiera el 9 de noviembre, que era un día antes de la conminatoria del ejército y la renuncia de Morales. El Movimiento al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (Mas Ipsp) a nivel nacional, ya el 8 de noviembre había hecho la convocatoria a organizaciones sociales para trasladarse a la ciudad de La Paz para ir a defender el “proceso de cambio” y la presidencia de Evo Morales, porque estaban destruidas y siguen destruidas hasta ahora, como sucede con la Confederación Indígena del Oriente Boliviano (Cidob). Esta herencia de destrucción nos queda hasta ahora, de no tener otro horizonte que el estatal y bastante acotado. Ahora lo estoy viendo y lo estamos viviendo en carne propia, el haber perdido un horizonte de transformación y movilización, que sí lo teníamos hace tiempo, en la Guerra del Agua, el 2000 hasta el 2005. Todo esto contribuye al surgimiento de estas mismas fuerzas ultraconservadoras actuales. Una serie de elementos que se articulan y explotan en octubre y noviembre pasado. Eso lleva a la pregunta sobre este escenario de polarización y quienes no entran en ella. Tú te referiste a las feministas, a la Asamblea de Mujeres, Mujeres Creando como un espacio muy importante; otro espacio importante puede ser los procesos de resistencias territoriales que no estaban con el MAS, pero tampoco les gustará mucho estar con los del otro lado. Este escenario de polarización ¿qué significa para los movimientos de tipo antiextractivista, feministas? ¿Cómo pueden actuar o no? ¿Qué aprendizajes deja esta experiencia? Creo que estamos acorralados en esta polarización. Hay que ser autocrítico. Con compañeros que eran críticos al MAS, con quienes hemos estado haciendo eventos, analizando las políticas extractivis- Bolivia más allá de la polarización 189 tas, de repente aparecieron apoyando a Áñez y esa toma de postura no hay que negarla, pero sí criticarla de manera firme y profunda. Como sectores que tratamos de impulsar autonomía política, nos hemos quedado no solo al margen, sino como bajo fuego de ambos lados, porque ya de por sí, lo que hizo por ejemplo la Asamblea de Mujeres Creando, la asamblea feminista, nos costó mucho, siquiera decir una palabra pública. Es que no le conviene a ninguno de los bandos una postura que no sea “intermedia”, sino que se salga de esa cancha de juego y que reposicione el antagonismo de las luchas frente a las alianzas estado-capital-patriarcado. Es una crítica radical a ambos bandos, y una crítica que también proviene de la experiencia que estamos viviendo ahora mismo por la continuidad de estas políticas extractivistas. Se está continuando la quema de los bosques, por ejemplo, se ha extendido la política de aprobación de transgénicos que ya había durante el gobierno del MAS, a pesar de que el gobierno de Añez es transitorio. De hecho, hay más quemas en abril de 2020 que en abril de 2019. Está viniendo una iniciativa feroz por el litio, contra comunidades que viven allá, en el Salar de Uyuni, en Potosí, también se ha dado paso a la importación de plantines de eucalipto para generar otro sector de monocultivos con las forestales tan rechazadas en Chile o Argentina. Tú puedes ver los hilos que se están tejiendo, van a ser un poco los mismos. El MAS trabajó todas estas cosas y las dejó tendidas para Áñez, que está usando exactamente lo mismo para profundizar. Pero no es fácil de sostener estas posiciones. Han sido las mujeres que más se han posicionado, en respuesta a los discursos muy fuertes que venían del candidato Chi, de Áñez o de mucha gente que pertenece a congregaciones religiosas, claramente anti-derecho y contra el aborto. Además, como mujeres, la violencia no ha cambiado ni en cuarentena ni en los 14 años del MAS. Y está empeorando. Antes de que se desaten los hechos más violentos, en La Paz, se conformó una Articulación Feminista que incluía a una gran mayoría de colectivxs feministas de diversa historia y raigambre, lo cual no había sucedido hasta ese momento, así como Mujeres Creando con la figura fuerte de María Galindo, aperturó un espacio que se llamó el “Parlamento 190 Nuevas derechas autoritarias de las Mujeres”, y de donde salen consignas como “no nos maten por una silla”. La articulación hizo por lo menos tres intervenciones públicas, denunciando el proceso de fascistización en curso y criticando también el papel que había tenido el MAS. Y creo que es una lucha política por posicionar la autonomía política que como mujeres hemos aprendido duramente a defender, y que de hecho se había expresado de forma muy clara en compañeras de las comunidades campesinas de la Reserva Nacional de Flora y Fauna Tariquía, que durante casi cinco años, desde el 2015, han presentado una lucha frente a los proyectos de exploración y explotación hidrocarburífera del MAS, y no abrogados por el régimen añecista, y los dispositivos patriarcales con los que llegaron las empresas petroleras y el estado. Fue muy difícil sacar esa voz crítica y no caer en esta paliza internacional que te daban si decías que no hubo golpe o sí hubo golpe, eso que sigue aquí muy presente. Nos dimos cuenta que se había destruido la posibilidad de hablar desde otras referencias, desde otra narrativa. Hablar desde una lucha de mujeres te permite abrir una serie de perspectivas que más bien lo partidario te cierra. Muchas compañeras ya se dieron cuenta que en los territorios va a ser exactamente lo mismo o peor, y más con esta crisis pandémica. La salida capitalista va a ser ir contra áreas protegidas y profundizar eso, ir contra los derechos de las mujeres, contra sus luchas. Es una situación muy difícil. Del otro lado también hubo otros actores de derecha. Carlos Mesa fue el candidato más votado de la derecha. ¿Hay una derecha más liberal, distinta a quienes terminaron protagonizando el escenario o no? En tu lectura ¿en qué cosas es distinta esta derecha, de la derecha de Áñez o de Camacho? En el fondo ¿cuáles son las diferencias y similitudes? Creo que es Carlos Mesa el que se presenta ante mucha gente como una opción, no sé si decir del medio, pero en todo caso, como opción distinta al MAS o Áñez. Es que hay mucha gente descontenta, inclusive mucha gente que había sido de partidos de izquierda en cierto momento, que terminó apoyando a Mesa. Esa es la opción que se visibiliza, porque es una persona que es vista por la gente como al- Bolivia más allá de la polarización 191 guien más decente políticamente hablando, que ha mantenido su palabra, que trataría de hallar consensos mínimos y que ha hablado, en su programa, de economía verde. Ha sido una opción, pero que tiene un escenario difícil con el MAS en carrera electoral, o Añez antes de las denuncias de corrupción durante su gobierno transitorio. Mesa tiene una proveniencia distinta, es un intelectual, y muchos ponderan eso. Es un intelectual y periodista, alguien que ha estudiado y a quien le dio mucha fama la representación que hizo de Bolivia en este problema del mar ante la corte de La Haya. Además, hay mucha gente de clase media que lo apoya, porque recuerda su primer paso por la presidencia. Trató de instaurar una negociación entre sectores, para la elaboración de su programa ha convocado muchos ambientalistas que en cierto momento estuvieron con una presencia pública muy fuerte cuando se habló del Tipnis, o de la Chiquitanía. Han hecho un programa más de concertación, hablan de energía solar, energía eólica, no a las hidroeléctricas, recogen las críticas que se había hecho al MAS en este sentido. Sin embargo, a la vez, las políticas económicas más importantes son un poco las mismas, con otro lenguaje, con otras cosas, pero apuntan a lo mismo. Por ejemplo, en el tema del agronegocio y en el tema de hidrocarburos, sostiene lo mismo que todos los partidos, mantienen ese corazón extractivista como el núcleo de la economía después de la pandemia. Así que hay un tema de formas, más los elementos de negociación y concertación que representa Mesa, por ejemplo, cuando ha criticado la salida del ejército en muchos lugares. Sin embargo, Mesa no supo posicionarse en el escenario de crisis. Para muchos, las propuestas que se han dado con toda la plataforma que logró unir, está un poco venida a menos, porque mucha gente que lo apoyaba se fue con Áñez. ¿Cuál es tu evaluación de este gobierno transitorio en cuanto a sus decisiones y políticas desde el punto de vista de ellos? El discurso que sostienen, sobre todo, es haber logrado la “pacificación” que se tradujo en una militarización que acabó con 26 asesinatos. Sus personeros de gobierno han reivindicado mucho que es una mujer que ha logrado poner la paz y el orden, y restituir el 192 Nuevas derechas autoritarias “orden democrático” en Bolivia. Sin embargo, hasta ahora se ha evidenciado que, en cuanto a medidas económicas, ha implicado la continuación y profundización extractivista que había articulado el MAS, con el viejo lenguaje neoliberal, sobre la base de una alianza con el ejército y la policía, la cual ha extendido un régimen militarista, anti-derechos, y con un lenguaje de guerra, lo que excede lo que le corresponde como gobierno transitorio, que en realidad lo que debe hacer es convocar a elecciones. La candidatura de Añez para las elecciones de septiembre, criticada por todos los partidos políticos, y sus acciones durante la pandemia de la Covid-19, muestra que no se considera un gobierno de transición y que apuestan a ganar la siguiente elección. En general, manejan un discurso muy fuerte en torno de la “lucha contra el terrorismo”, la “sedición” y el orden. Ha habido también una política persecutoria contra dirigentes o militantes del MAS, acusados muchos de haber organizado los bloqueos bajo órdenes de Evo Morales, que se ha extendido contra gente que se moviliza y que es inmediatamente identificada con el MAS. Hemos realizado seguimientos a los hechos persecutorios, ya sea de gente del MAS o no, y queda claro que se usa el contexto político para perseguir a la gente cuando se organiza, utilizando la sospecha de que son masistas, con el apoyo de una parte de la población sobre todo en esto que emprendieron como una guerra contra el narco. Uno de los puntos fuertes que están manejando es la incursión al Chapare,5 con el apoyo de una parte de la población, para meter aviones militares. La salida del ejército y las políticas que están planteando alrededor de eso va más allá de sus atribuciones. También creo que es una muestra de lo que quieren que la gente vea: orden, trabajo, reforzado en el tiempo de la pandemia, donde plantean cárcel para los que rompan la cuarentena. En todo esto, ha sido su ministro, Arturo Murillo, el que pone el discurso confrontacionista. 5 Chapare es una zona cocalera con escasa presencia del Estado. Bolivia más allá de la polarización 193 En general, en ese sentido ¿Cómo ves las perspectivas futuras de estas derechas? Se han dividido, la presidenta transitoria parece que se presentó a las elecciones, pero en el mismo sector de derechas parece que hay muchas fisuras, tensiones, contradicciones, competencias. Hay una división, obviamente, dentro de ellos mismos hay distintos bloques. Para los sectores que apostamos por organizarnos de manera autónoma, tenemos muy difícil con cualquiera que salga, ya que apostarán todos por el mismo modelo económico. Al revisar los programas de gobierno que presentó la candidata Áñez y su vicepresidente, Doria Medina, suena como un regreso a los años 90, con un fuerte discurso de privatización. No van a tener ningún “reparo ideológico”, anuncian, de meterse con YPFB y las empresas estatales, aunque no se atreven a decir todavía que no habrá empresas estatales, o la palabra “privatización”, porque saben que la gente todavía apoya esta figura de empresa pública nacionalizada que había impulsado el MAS. De otro lado es un proyecto muy ligado al uso de las fuerzas militares y fuerzas policiales, que se evidencia con los decretos que se hicieron para garantizar la impunidad de las fuerzas del orden —que luego tuvieron que retirar. En la actualidad se busca postergar para después del proceso electoral, la crisis económica, por esta crisis de hidrocarburos, la caída del precio del petróleo y que hablan de una reducción del 45% del presupuesto para varios sectores municipales. Se viene algo muy difícil, donde la mayoría de la población estamos viviendo esta crisis en carne propia. Frente a ello, los programas de todos los partidos buscan profundizar el núcleo duro que es la explotación de recursos y el modelo de despojo extractivista. En este sentido, creo que vamos a estar ante un panorama de agudización, de profundización de todo lo que ya habíamos vivido en 14 años respecto a las olas de despojo y descomunitarización. Viendo los programas de gobierno, y lo que se está perfilando como política represiva, va a estar muy difícil para nosotres que sostenemos una lucha por la autonomía política y transversal anticapitalista 194 Nuevas derechas autoritarias En general, ¿cómo evalúas el manejo de la crisis de la Covid-19 en Bolivia y qué consecuencias tendrá para un futuro? Se tomaron medidas como la cuarentena desde que se supo de los primeros casos de contagio en el país, en la medida de la situación paupérrima del sistema de salud que es casi inexistente en muchas regiones. Un sistema que no tenía la capacidad de dar camas a más de 145 personas en terapia intensiva en el sistema público.6 Se mostraba esa fragilidad, por lo cual que se decretó una cuarentena dura y que una gran parte de la población sostuvo a duras penas ya que se trata de familias que viven del trabajo del día. Se han asumido una serie de políticas de bonos, como el bono familia, el bono a las personas que tienen hijos desde pre-kinder hasta los grados superiores con créditos otorgados por el FMI y donaciones. Con el transcurso del tiempo se ha destapado un caso escandaloso de corrupción con la compra con sobreprecio de ventiladores usados en terapia intensiva, así como de uso discrecional de bienes del estado para, por ejemplo, el traslado de familiares y amigos de personeros de gobierno. Este manejo atroz de los escasos recursos públicos es parte de una falta de diseño de políticas públicas el equipamiento y sostenimiento del sistema de salud público, aunque la crisis de éste proviene de hace decenas de años. Es decir, se ha decretado una cuarentena con fuerte presencia policial y militar, pero no se ha hecho un trabajo paralelo de atención y fortalecimiento en salud. Tampoco existen políticas específicas dirigidas a pueblos indígenas, especialmente en tierras bajas, donde los casos de contagio y de pobreza de los centros de salud. En este escenario ¿cuáles son las cosas más esperanzadoras que ves en cuanto a la recomposición del campo popular, resistencias locales y otros procesos? Claramente hay un desafío frente a lo que significa este proceso de militarización, pero también un desafío frente a nosotros mismos, 6 Véase: “Hay 145 camas de terapia intensiva en el sector público para 5,6 MM de personas”. Página 7. https://bit.ly/2Q6By0j Bolivia más allá de la polarización 195 porque en 14 años de desintegración y de destrucción de lo que fue el movimiento indígena campesino, popular, absolutamente todos los sectores fueron cooptados a través de prebendas. Ha habido una dificultad, primero de organizar algo que no obedezca a esta lógica partidaria, o que no sea un botín partidario en estas elecciones. La única manera que muchos sectores están teniendo de salir es a través de esta organización de ollas solidarias, que ya se está dando. Es muy esperanzador, porque no ha sido una respuesta, como en Estados Unidos, de que la gente fue a comprar armas en primer lugar, antes que papel higiénico, aquí existe una respuesta más solidaria pero muy atravesada por los conflictos poselectorales. Creo que una recomposición de todos nuestros horizontes de lucha y transformación es necesario después de tantos años, y de tanta violencia. A la vez, en esta experiencia de las Ollas populares, en Cochabamba especialmente, fue difícil marcar el espacio de lo que es lo comunitario popular solidario respecto a otros intereses. Del otro lado, he visto que hay muchas zonas que ya se están organizando para discutir este tema de salud, o hacerse cargo de refaccionar, por ejemplo, infraestructuras para habilitarlas como centros de salud, porque no está alcanzando ya ni el sistema privado, sin embargo, son iniciativas pequeñas, aunque importantes. Lo primero que se vio aquí es que el sistema privado condenó a muerte a una persona por no querer atenderla. A las mujeres, en especial nos toca el sostenimiento de la vida cotidiana y tener que ver cómo vamos a responder, y la salida para mucha gente ha sido más colectiva. Hay muchas juntas vecinales que ya no necesitan de la policía, porque se están organizando en sus zonas. Ellos estaban saliendo a hacer los controles, en pueblos indígenas han elaborado sus propios protocolos de autocuidado y realizado trancas de control. Aunque esto todavía es muy focalizado, es una respuesta muy importante. A mí me dio mucho gusto que hayan dejado esta pelea tan fuerte que hubo el año pasado y que se hayan podido organizar ollas populares y la distribución de agua de manera gratuita en Cochabamba, porque son zonas que sufren mucho por eso, y estaban sin agua en plena contingencia. Es un espacio que todavía no han logrado destrozar y precisamente fue lo que nos salvó el año pasado, creo, de más 196 Nuevas derechas autoritarias confrontación y de más muertos. Frente al reduccionismo partidista, la militarización de la vida, el brutal sistema de despojo capitalista y sus engendros pandémicos; planteamos la recuperación de la participación comunitaria, y el reposicionamiento de una lucha política autónoma, ecológica y feministas, anticapitalista, allí está la esperanza. Entrevista: Raphael Hoetmer NO SOLO LOS GOBIERNOS SON AUTORITARIOS, LA SOCIEDAD TAMBIÉN LO ES ¿En qué consiste el auge del autoritarismo en el mundo y qué rol juega América Latina? Börries Nehe No hay que olvidar que la derecha, incluida la extrema derecha, es una constante histórica en todas las sociedades, que se recompone de diferentes maneras ideológicas y políticas en diferentes momentos. Muchos de los elementos están siempre ahí: sexismo, racismo, nacionalismo, clasismo, darwinismo social. Estos elementos se reordenan y se formula una nueva orientación política, estratégica e ideológica, y creo que es algo a lo que la izquierda ha tendido a prestar poca atención. Börries Nehe Börries Nehe coordina el Grupo Internacional de Investigación sobre Autoritarismo y Contra-Estrategias de la Fundación Rosa Luxemburg con 18 investigadores/as de 10 países. Escribió su tesis de doctorado sobre las luchas sociales y el papel del Estado en la región amazónica de Bolivia y enseñó y trabajó durante mucho tiempo en México, en la UNAM. No solo los gobiernos son autoritarios, la sociedad también lo es 201 Eres coordinador de un programa sobre autoritarismo internacional. Escuchando eso se piensa en los presidentes Rodrigo Duterte de Filipinas, Jair Bolsonaro de Brasil, Viktor Orbán de Hungría o Donald Trump. ¿Hasta qué punto es esta una tendencia mundial? O, si lo miras más de cerca, ¿son las diferencias mayores que las similitudes entre estos personajes? Si hablas de similitudes, la primera pregunta sería: ¿son meramente similitudes coincidentes, o son estos fenómenos relacionados? Y si es así, ¿cuál es su relación? Una lectura es que los efectos de la crisis de 2008/2009 —efectos económicos, políticos, sociales, psicológicos— son fundamentales para el fortalecimiento del autoritarismo; se puede decir que son condiciones globales las que forman el caldo de cultivo común para los diversos “autoritarismos”. Otra perspectiva es decir que hay redes globales de estos actores, apoyo mutuo y por supuesto efectos de aprendizaje. Estas perspectivas se complementan entre sí: creo que no hay una explicación monocausal, sino interrelaciones muy complejas, por lo que hay que desconfiar de explicaciones simples. Para hacer las preguntas correctas, tal vez debamos dar un paso atrás y preguntarnos de qué exactamente estamos hablando. Comúnmente, como en los ejemplos que mencionas —Duterte, Bolsonaro, Orbán, Trump— se entiende el autoritarismo como una especie de “poder de hombres fuertes”, como una forma específica de gobierno que ha surgido en los últimos cinco o diez años. Ante ello, se plantea rápidamente la objeción, especialmente desde el Sur Global, de que las formas autoritarias de gobierno no son en realidad nada nuevo, sino una constante histórica debido a las relaciones coloniales. Y por supuesto eso también es cierto, el autoritarismo como desdemocratización, como privación sistemática de derechos, como militarización, en resumen, como una práctica estatal, no es nuevo. Por lo tanto, para reconocer lo nuevo es importante preguntarse no sólo sobre el autoritarismo “en el Estado” sino también “en la sociedad”, es decir, sobre la base social del régimen autoritario. Porque la “autoridad” no sólo se toma, sino que siempre se da, concede o exige más o menos activamente. Por lo tanto, para responder al 202 Nuevas derechas autoritarias fondo del asunto, debemos ver cómo la derecha organiza las mediaciones entre la sociedad y el Estado hoy en día. No hay que olvidar que la derecha, incluida la extrema derecha, es una constante histórica en todas las sociedades, que se recompone de diferentes maneras ideológicas y políticas en diferentes momentos. Muchos de los elementos están siempre ahí: sexismo, racismo, nacionalismo, clasismo, darwinismo social. Estos elementos se reordenan y se formula una nueva orientación política, estratégica e ideológica, y creo que es algo a lo que la izquierda ha tendido a prestar poca atención. Este estudio de la derecha es algo que la gente es reacia a hacer. Cuando la derecha es fuerte, siempre es más fácil atribuirla a la manipulación o a la interferencia imperialista. Por eso la izquierda sabe poco sobre el autoritarismo reaccionario en la sociedad. En cuanto a la cuestión del Estado autoritario, por otro lado, la izquierda tiene más que decir; especialmente en América Latina, se ha escrito y pensado mucho sobre ello. Pero entonces el Estado es a menudo visto principalmente como un instrumento de dominación de una cierta clase. Desde luego, pienso que debemos comprender el fenómeno del autoritarismo mirando lo que pasa en los dos “campos”, en lo estatal y lo social, y las mediaciones entre ambos. Hablamos en este libro de la nueva derecha reaccionaria, en un doble sentido: primero en el sentido político clásico, en oposición a la derecha moderada conservadora. Segundo, en reacción a los recientes logros de los movimientos sociales, especialmente en cuanto a la ampliación de los derechos de las mujeres, de las lesbianas y los gays, de los pueblos indígenas. Esta derecha en América Latina reacciona a esto con una agresiva embestida cultural, especialmente contra los logros feministas, además con un racismo agresivo y abierto contra los pueblos indígenas. Todo esto parece ser una defensa de los privilegios, sentidos o reales, en peligro. ¿Es esta una característica que aparece en todo el mundo? El miedo a la pérdida de estatus y privilegios me parece una característica mundial de la derecha autoritaria, sí. Pero lo que está en No solo los gobiernos son autoritarios, la sociedad también lo es 203 primer plano, es decir, qué reloj debe ser retrocedido y cómo, qué pasado imaginado se desea “restablecer”, es muy diferente. Esto me lleva a otra novedad del autoritarismo global actual: su relación con el neoliberalismo y la cuestión de si es neoliberal o posneoliberal. Nancy Fraser ha tratado de responder a esto hablando de diferentes fases del neoliberalismo. Lo que vemos en muchas partes del mundo es que un aspecto del programa neoliberal, a saber, la colonización de los mundos de la vida, la cosificación de todo, el control molecular de los cuerpos, la economización de la naturaleza, etc., continúa progresando e incluso se está expandiendo rápidamente y de forma aún más violenta. Pero lo que podemos llamar con Fraser “neoliberalismo progresista”, está siendo masivamente desafiado. Esto incluye también el multiculturalismo del cual se hablaba, por ejemplo, en Bolivia ya en los años 90, después de la primera fase autoritaria del neoliberalismo en los años 80, con el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, así como en Colombia, que en los años 90 fue el primer país en incluir los derechos indígenas en su Constitución. Y en varios países, incluidos países con gobiernos de derecha como México o Chile, ha habido una expansión de los derechos de las mujeres y de los derechos LGBTIQ en los últimos años. ¿No es un verdadero progreso? Claro, pero que nosotros, desde la izquierda radical, no los considerábamos, o sólo de manera muy limitada, como logros. En América Latina sí se dice que la ampliación de los derechos en las Constituciones es también un mérito de las luchas de la izquierda, que ahora hay que defender. Pero al mismo tiempo, esta forma de multiculturalismo también es fuertemente cuestionada, con razón. Así como se critica, por ejemplo, el derecho al “matrimonio para todos” porque no pone en cuestión la institución misma del matrimonio. Creo que porque también fueron los gobiernos neoliberales los que en algún momento lograron apropiarse de esos discursos y promovieron estos derechos, la izquierda menudo tiene sus justificadas reservas en el momento de verlos como logros importantes de la lucha. Ante la relación de fuer- 204 Nuevas derechas autoritarias zas de aquellos momentos, las reivindicaciones radicales tomaron la forma “neoliberal progresista” de reconocimiento y derechos “de minorías” — lo “plurimulti” en vez de autodeterminación indígena, por ejemplo. Sin embargo, en este momento estamos obligados a defender precisamente estos derechos. En cualquier caso, gran parte de este progreso se está invirtiendo. Esto es reaccionario, en el sentido de contrarrevolucionario, como lo llama Walden Bello. Y este desarrollo es apoyado por segmentos de la sociedad que de diversas maneras ven sus privilegios amenazados y se movilizan contra esta extensión de derechos. En este sentido, un elemento específicamente nuevo en esta ola global es ciertamente la simultaneidad de lo neoliberal en el sentido de la economización de la naturaleza y la vida y las convicciones radicales social-darwinianas, y lo posneoliberal, en la medida en que la parte liberal, en el sentido de la extensión de los derechos políticos, pero también, por ejemplo, el cosmopolitismo neoliberal y, en parte, incluso el libre comercio mundial están siendo cada vez más restringidos. En América Latina hay una gran cantidad de propaganda contra la llamada ideología de género. En otras partes del mundo, ¿se trata también de un gran discurso de movilizador de estas derechas reaccionarias o tienen otros temas centrales en el debate? El populismo reaccionario es siempre antifeminista. Pero el antifeminismo no siempre es central. Si miras a Duterte, por ejemplo, pinta una imagen extremadamente machista de sí mismo, pero al mismo tiempo ha subrayado varias veces que quiere ampliar los derechos de las parejas homosexuales. Por supuesto, el autoritarismo clerical en Turquía es antifeminista. Pero los enemigos centrales son liberales y los kurdos, el antifeminismo no es el factor movilizador central. ¿Cuáles son los elementos de conexión? Un importante punto en común de los populismos autoritarios es la forma en que se organiza la mediación entre la sociedad y el Estado: la promesa populista de que se podría prescindir del personal político del Estado, así como de los derechos de las minorías, y que “el pueblo” gobernaría directamente y de alguna manera “auténticamente”. Y ese pueblo es No solo los gobiernos son autoritarios, la sociedad también lo es 205 imaginado como algo homogéneo, sin fisuras: No solo los derechos, sino la misma existencia del “Otro” y de las “Otras” como sujetos políticos es visto como una amenaza. Por supuesto que hay también un autoritarismo que no es populista. Pero en los ejemplos que hemos mencionado, de Bolsonaro, Trump, Orbán o Duterte, encontramos este discurso anti-elitista: la afirmación de que “la mayoría”, el sentido común, manda. Se trata de una reducción muy fuerte de la complejidad social y política con un componente culturalista muy fuerte. Otra dimensión central de ello es la movilización permanente del miedo, una especie de neurosis politizada. Un proceso que Leo Löwenthal llamó psicoanálisis inverso. Se trata de perpetuar la neurosis. Contra quién se moviliza ese miedo es entonces casi al azar. En el Brasil, el PT y los “marxistas culturales” son señalados como el enemigo central, en Filipinas son los traficantes de drogas, en Turquía los kurdos y los liberales, en Europa los migrantes, en la India los musulmanes. En América Latina hay un fuerte componente antifeminista. Esto siempre está relacionado con una brutalización del lenguaje y las acciones y una privación del derecho de representación de estos grupos, que se perciben como un peligro inmanente para la propia existencia. Pero, debido a que las imágenes del enemigo son tan diversas, tal vez debemos mirar más de cerca lo que realmente está sucediendo en el lado mayoritario para entender a la derecha reaccionaria. Que no necesariamente tiene que ser la mayoría real. Pero que se ve a sí misma como la mayoría moral. Y no son necesariamente los que han perdido materialmente. Trump, por ejemplo, no fue elegido principalmente por personas que hayan experimentado realmente un declive económico. En términos sencillos, fueron más bien los hombres blancos los que temen perder estatus y poder económico. Así que lo que dices sobre la politización de las neurosis es convincente… Esto plantea la cuestión de si realmente son sólo promesas ideológicas, o si estas derechas también hacen una oferta económica. Si su base social y política es la gente que realmente se ha empobrecido, 206 Nuevas derechas autoritarias entonces las consecuencias políticas son diferentes a si los votantes son unos neuróticos con miedo a la pérdida de estatus y privilegios. A ellos les das algo a través de esta movilización culturalista solamente. Así que surge la pregunta: ¿cuántas concesiones materiales hay en este escenario populista autoritario? Esto nos lleva de nuevo a la cuestión del neoliberalismo. Si tenemos un retroceso de los elementos progresistas del neoliberalismo, pero una profundización y expansión de esta economización, una expansión del control y la represión de los trabajadores individuales, entonces materialmente puede haber muy pocas concesiones. Hay algunos de ellos, por ejemplo, la nueva legislación social en Polonia, que consolidó la agenda familiarista del Partido Gobernante Ley y Justicia (PIS, por sus siglas en polaco), el partido del gobierno. Pero lo que no existe es una promesa de redistribución. Y si vemos los datos económicos de países como India o Turquía, donde el año pasado Narendra Damodardas Modi y el Partido Justicia y Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) de Erdogan ganaron elecciones a pesar de su performance económico bastante pobre, queda claro que por ahora no se los mide siquiera con esos criterios. La movilización funciona centralmente a través de la ideología, a través del “Kulturkampf ”, de la lucha cultural. La crisis de 2008 es considerada por muchos como un punto de partida de la ola reaccionaria. ¿En qué sentido? ¿Rompió la promesa neoliberal de un ascensor social? Después de todo, ya casi no se oye a nadie decir que el libre mercado mundial finalmente trae prosperidad para todos. Ese es exactamente el caso. No hay promesa de un futuro mejor para todos, al contrario: existe la imagen de un mundo hostil contra el que hay que defender la propia nación. En su discurso inaugural, Donald Trump dibujó un cuadro prototípico de un mundo frío y hostil en el que las cosas se están volviendo cada vez más sombrías y en el que el “pueblo” sólo puede sobrevivir a través de un egoísmo brutal. Es el cuadro de una lucha global cultural, política y económica, de un mundo desencadenado en el que China está trabajando contra los EE.UU., los EE.UU. contra Europa y todo el mundo en No solo los gobiernos son autoritarios, la sociedad también lo es 207 general está trabajando contra ti, y en realidad sólo estás haciendo la promesa de defenderte, defender a los tuyos. Esto, por supuesto, siempre se aplica tanto hacia el exterior como hacia el interior: La despiadada, pero también completamente torpe y desesperada represión de las protestas después del asesinato de George Floyd atestigua una profunda inseguridad y ansiedad neurótica de una parte aparentemente grande de la América “blanca”. Es una especie de anticipación de la distopía del “Mundo-Fortaleza”. También encaja con los preppers1 que acaparan armas y suministros para una batalla final. Exactamente. No es de extrañar que fenómenos como los preppers parezcan estar en auge ahora. Porque parte de sus ideas han llegado al discurso oficial. Está la cuestión de qué es lo que realmente está siendo transportado como una promesa. No se trata de promesas materiales, o sólo de promesas materiales muy limitadas. ¿Resultado de la crisis de 2008? Creo que es una pregunta muy importante para la izquierda. Las primeras respuestas a esta crisis fueron bastante progresistas. Desde un punto de vista global, en los años transcurridos desde entonces se ha producido una cantidad increíble de experiencias, algunas de ellas más directamente relacionadas con los efectos de la crisis, otras menos directamente: desde Ocupar Wall Street, las protestas en la Plaza de Sol en España o Syriza en Grecia hasta la “Primavera Árabe” o las protestas de Gezi en Turquía. Pero también hay un fracaso generalizado de estas respuestas progresistas, o en general de los experimentos de transformación progresistas de la última década. No les resta legitimidad, por supuesto, y pienso que los procesos de articulación y acumulación de fuerza son largos y hay que ser pacientes. Pero como resultado de la crisis, se ha producido una redistribución desde arriba, una mayor precarización de las condiciones de trabajo, 1 El término prepper ha surgido en la actualidad para referirse internacionalmente a la persona o al grupo de ellas que se preparan para cualquier tipo de desastre, muchas veces comprando armas y con una ideología de la extrema derecha. 208 Nuevas derechas autoritarias una profundización de la explotación de la naturaleza en América Latina y un fracaso de los llamados “gobiernos progresistas”, aunque no inmediatamente en 2008, sino sólo con la caída de los precios de los productos básicos a partir de 2014. En cualquier caso, no hubo respuestas progresistas exitosas a la crisis en todo el mundo, al menos no a nivel nacional. No sé si esto es demasiado pesimista: pero tienes un fracaso bastante sistemático de las respuestas de la izquierda. No hubo una verdadera democratización en el mundo árabe después de los levantamientos de 2011, y en Grecia la izquierda no pudo asegurar ni siquiera que el referéndum fuera aceptado. En España, la movilización se enclaustró de alguna manera en el aparato del partido de Podemos, en éxitos electorales limitados y conflictos internos fuertes. Así que la pregunta sigue siendo, ¿qué tipo de agencia puede ofrecer la izquierda a la gente, qué empoderamiento? Luego vino la derecha, con la oferta de lo que se llamó auto-empoderamiento reaccionario. Con la ilusión de “recuperar el control”, como prometía la campaña del Brexit. La transmisión de un sentido de empoderamiento, a través de la producción de un exterior, del Otro más débil y minoritario. Esta promesa de la derecha de defender privilegios contra los demás, los más débiles, tiene cierta plausibilidad en países como Alemania o también en los EE.UU. para partes de la sociedad que no están mal materialmente en comparación internacional. El hecho de que elijan el darwinismo social y digan: “Vale, las cosas no están mejorando en todo el mundo, pero al menos podemos defender nuestro estatus”, tiene una cierta plausibilidad inhumana. Pero en los países del Sur Global, en realidad tiene mucha menos plausibilidad. ¿Tiene que ver con eso el hecho de que el racismo aquí se dirige más bien hacia adentro, es decir, aún más lejos como en el caso de Bolsonaro, por ejemplo, contra los indígenas, o incluso cuando Añez habla de “los salvajes” en Bolivia? Creo que es más complicado. Primero, tenemos que ver cómo se produce el interior y el exterior. En Europa, el odio no sólo se dirige contra los migrantes, sino también contra todos los que no se perci- No solo los gobiernos son autoritarios, la sociedad también lo es 209 ben como “bioalemanes” o “alemanes de sangre”. Aquí no se puede hacer una separación entre un “adentro” y “afuera”. Es lo mismo con los kurdos en Turquía o los musulmanes en la India: no existe un “interior” y un “exterior” previamente establecido. Por eso creo que no basta con mirar a los grupos que se construyen como ajenos, exteriores, sino que hay que preguntarse qué es lo que esta construcción significa para el in-group, para los que se imaginan como “adentro”. ¿Se produce algo más que neurosis, miedo, odio y la vaga promesa de pertenecer a una mayoría? En segundo lugar, la sensación de perder privilegios no depende en absoluto de cuántos privilegios tenga alguien en realidad. Eso es algo que desafortunadamente tuvimos que aprender: este miedo a la desclasificación funciona en diferentes capas sociales, aunque sí produce imágenes específicas del enemigo y diferentes tipos de neurosis. Faltan estudios cualitativos y cuantitativos para responder a la pregunta de quién es el principal blanco del odio en las diferentes capas sociales. Puedo imaginarme que, en algún lugar de la clase alta brasileña, que apoyaba a Bolsonaro, hay imágenes de enemigos completamente diferentes a las de una parte de la clase media baja que también lo apoyaba. En Alemania, por ejemplo, Cornelia Koppetsch2 sostiene que la clase alta conservadora y reaccionaria está mucho más cerca de una convicción clasicista, un nuevo darwinismo social, mientras que entre la precaria clase media y baja, el racismo anti-inmigrante es mucho más decisivo para su apoyo al partido de la ultraderecha, el AfD. El antifeminismo es muy fuerte entre esta clase alta conservadora, que teme que su posición de clase y su hegemonía cultural se hayan visto minimizada por esta joven élite cosmopolita; mientras que la clase media baja teme que su mano de obra se abarate aún más y se encuentre así en una relación competitiva con los migrantes. 2 Koppetsch, Cornelia: ¿Populismo de derecha como lucha de clases? Desclasificación social y movilización política. WSI-Mitteilungen 5/2018, páginas 382-391 210 Nuevas derechas autoritarias Eso significa que gente como el partido ultraderechista AfD u otros son exitosos en crear cadenas populistas de equivalencia entre estos diferentes grupos, y el elemento de conexión es el sentido de amenaza. Creo que sí. Para entender esto, el término “populismo” ayuda. Nos permite pensar en lo que sucede en términos de estilo político, movilización ideológica, mediación de las fuerzas sociales y actores en el Estado. En América Latina se sabe, pero en Europa el concepto sigue siendo visto con sospecha en el debate académico. Es cierto que si se discuten estos fenómenos sólo bajo el epígrafe de populismo, se omiten los componentes económicos centrales; el término no es exhaustivo. Pero sigo creyendo que tiene un gran valor explicativo. Aquí en Europa necesitamos entender esto aún mejor. Dentro de la base social de la extrema derecha o de los populistas de derecha, hay por lo tanto diferencias en cuanto a quién puede perder qué privilegios o por qué temen. Pero el populismo reaccionario logra establecer estas cadenas de equivalencia a través del discurso, y a menudo en una sola persona que aparece como la figura del salvador. Para transmitir: somos capaces de resolver de alguna manera todos estos problemas, de protegerte a ti o a “nosotros”, de devolvernos el poder a “nosotros”, de recuperar el control de la vida y el control de “nuestro país”. Y para sentir una pérdida de control, no hay que ser neurótico, nadie puede vivir en el capitalismo neoliberal sin un cierto sentimiento permanente de impotencia, pero la estrategia reaccionaria es nutrir la neurosis y alimentar el odio contra ciertos grupos. Y estos son los dos elementos centrales de este populismo reaccionario: por un lado, la movilización de sentimientos específicos de odio, la construcción de objetos de odio, que da expresión y un plano de proyección a los miedos reprimidos. Por otro lado, esta promesa de recuperar un control que se ha perdido y que ahora debe ser reconquistado de las elites, las mujeres, los extranjeros o los marxistas. No solo los gobiernos son autoritarios, la sociedad también lo es 211 ¿Y este discurso pega porque las promesas de la izquierda se han vuelto poco creíbles? No sólo por el fracaso después de 2008. Clásicamente, la izquierda transmitía la esperanza de un futuro mejor y un control más social, no necesariamente individual, opuesto a la mano invisible del mercado. Pero frente al cambio climático y los problemas ecológicos, la izquierda también habla de amenazas y ya no puede prometer seriamente que la humanidad tome ahora el “control Prometeo” sobre el mundo. De hecho, el control de la sociedad humana tiene límites objetivos si no se quiere seguir destruyendo la naturaleza no humana. La naturaleza nos muestra límites que son objetivos, y con razón, ese es un mensaje del movimiento contra el cambio climático. Esta derecha reaccionaria tiene más plausibilidad, por así decirlo, porque dice: “No nos importa la naturaleza. Defendemos nuestros privilegios. Así que el “retomar el control” podría funcionar para ciertos grupos. Lo que no dicen es: sólo por un tiempo limitado, hasta que el cambio climático limite las opciones para este grupo también. Así es, no podemos prometer que las cosas mejorarán materialmente para todos. Creo que para la izquierda todavía es una cuestión sin resolver: ¿Cuál es el buen vivir hacia el que quiere llegar? En la coyuntura de la pandemia en América Latina, por ejemplo, Alberto Fernández ha tenido más éxito con un programa socialdemócrata, que Bolsonaro o Trump en la lucha contra el virus. A muchas personas se les podría caer la escama de los ojos que la negación del conocimiento científico cuesta vidas humanas. La crisis del coronavirus no es la declaración de bancarrota de los gobernantes autoritarios de este mundo. Sólo tenemos que mirar a China, donde un sistema muy autoritario parece haber tenido mucho éxito, al menos en parte. Por supuesto, se puede decir que la supresión de las voces críticas en un primer momento ha llevado al estallido de la pandemia en primer lugar, pero la gestión posterior 212 Nuevas derechas autoritarias al parecer fue más eficaz que en muchos países democráticos. En Filipinas, Duterte reaccionó con lentitud al principio, pero luego apoyó masivamente el sistema de salud e impidió, por ejemplo, la exportación de enfermeras y médicos filipinos al extranjero, entre otros a Alemania. Y por lo que he oído de Turquía, no puede decirse que la cuestión de cuán autoritario o democrático es un sistema político parece haber sido de alguna manera decisiva frente a la crisis de la Covid-19. Seguramente hay factores que van más allá de la orientación ideológica de cómo alguien maneje el Estado sensatamente frente la crisis sanitaria. Y luego, por supuesto, las coincidencias también entran en juego. El virus tiene vida propia y aún no lo conocemos bien. ¿Pero qué tan grande es la esperanza de que salgamos de la crisis con ideas diferentes sobre la sociedad?: Que necesitamos un sistema de salud pública socialmente organizado que nos proteja, que el mercado no puede regularlo todo, que el trabajo de cuidado es importante. Todos estos parecen aprendizajes obvios… Sí, pero esta crisis lleva ya varios meses y estos discursos, que en realidad son bastante obvios, no son tan centrales como esperábamos al principio. En Alemania, la discusión no es sobre la expansión del sistema de salud, sino sobre las subvenciones para la industria aeronáutica y automovilística. Tampoco sé qué lado podrá finalmente obtener beneficios políticos de la crisis. Al menos hasta ahora, la izquierda radical no se ha beneficiado en absoluto de la crisis. Ni, por lo que sé, la extrema derecha, aunque lo ha intentado: primero pidiendo restricciones más fuertes y luego manifestándose contra cualquier restricción en las “demostraciones de higiene” que ocurrieron en varias ciudades alemanas. Nuevamente se deja ver el elemento de pérdida de control contra el que se dice: estamos tomando el asunto en nuestras manos ahora. No solo los gobiernos son autoritarios, la sociedad también lo es 213 El virus es una amenaza e invita a caer en el autoritarismo. Y ahora la movilización, la coherencia intelectual queda aplazada. ¿Es justificado o parcialmente justificado el miedo de que el Estado tenga ahora demasiado control sobre el individuo? La libertad, como la exige la derecha reaccionaria ahora, es una libertad brutal del derecho del más fuerte. No tener que mostrar ninguna consideración porque la economía tiene que ser salvada. Es una lucha brutal por la supervivencia que se está propagando. Por supuesto, es correcto que la izquierda no exija eso. Pienso que en muchas partes del mundo se hizo un trabajo importantísimo al vigilar y criticar las medidas autoritarias que se tomaron y defender los derechos políticos y sociales. Y creo que ahora mismo es el momento en que la izquierda es realmente necesaria, cuando se plantea la pregunta: ¿Quién está pagando por esta crisis? ¿Quién está recibiendo qué apoyo o subvenciones ahora? ¿Qué significa la solidaridad en términos concretos? ¿Cómo se organiza y se paga el trabajo de cuidado? ¿Qué debe suceder para que no volvamos simplemente a la “normalidad” capitalista completamente destructiva? Creo que por un momento se abre la posibilidad de impulsar cambios profundos. Pero para eso tenemos que estar muy presentes ahora. Otros intentan aprovecharse de esta frágil situación, lo que significa que el momento también encierra muchos peligros. “La doctrina del shock” de Naomi Klein ilustra bastante bien la volatilidad que conllevan crisis como la que estamos viviendo. Y creo que la inseguridad general y la devastación aún por venir de la crisis económica ofrecen un buen caldo de cultivo para ideologías reaccionarias y respuestas autoritarias. Sólo tenemos que mirar a la India, donde el gobierno autoritario ha cultivado y exagerado aún más la imagen de enemigo de los musulmanes durante la crisis del coronavirus. Por lo tanto, no creo que ahora, como algunos colapsistas esperaban, un discurso emancipatorio de izquierdas se vaya de repente por las nubes. No hay automatismo, solo el trabajo político concreto. “Ni en dioses, reyes ni tribunos, está el salvador”. Y en ningún virus tampoco… Entrevista: Ferdinand Muggenthaler LOS NEOCONSERVADURISMOS Y LA POTENCIA DE LOS MOVIMIENTOS FEMINISTAS ¿Qué rol tiene el anti-feminismo para las nuevas derechas en América Latina? Ailynn Torres Las derechas neoconservadoras encarnan la persistencia y avance del patriarcado, y así se afirma el mandato masculino y se benefician quienes cumplan con él. Entre ellos, los hombres, y especialmente los hombres heterosexuales, blancos, urbanos, de clases media o alta. Ellos son los hijos más sanos y consentidos del orden de género patriarcal. Pero también se benefician los mercados, los Estados des-responsabilizados de la vida, de la lucha contra la desigualdad y se aprovechan del trabajo no pagado de las mujeres y del trabajo precarizado. Ailynn Torres Ailynn Torres es investigadora postdoctoral del Grupo Internacional de Investigación sobre Autoritarismo y Contra-Estrategias de la Fundación Rosa Luxemburg. Es investigadora asociada de la Facultad de Ciencias Sociales sede Ecuador (Flacso). Sus áreas de investigación son movimientos feministas, estudios de género, desigualdades y ciudadanía en América Latina. Su investigación postdoctoral actual propone un análisis regional y globalmente conectado sobre la reproducción de desigualdades de género desde los programas políticos gubernamentales y los actores religiosos antiderechos latinoamericanos en el periodo 2015-2020. Los neoconservadurismos y la potencia de los movimientos feministas 219 La misoginia y el rechazo a las diversidades sexuales han sido característicos de las derechas autoritarias, pero el discurso antifeminista ahora ha sido una de las banderas de los autoritarismos reaccionarios que han emergido con fuerza en los últimos años. ¿Tiene que ver con la potencia de los movimientos de las mujeres que afectaron las estructuras de dominación? Primero es necesario precisar que no todas las derechas son abiertamente anti-género —aunque su matriz política tenga esa consecuencia, entre otras— ni todas las izquierdas tienen políticas o discursos claros de apoyo a las agendas democratizadoras de las organizaciones de mujeres y feministas. Incluso los proyectos de derecha con políticas conservadoras respecto a los órdenes de género, no son sólo eso. Pensemos en los casos de Hungría y Polonia, por ejemplo, que combinan elementos conservadores y reaccionarios con políticas que eventualmente pueden atender a necesidades prácticas de las mujeres aun cuando, usando la distinción de Maxine Molyneux, vayan contra los intereses estratégicos de los feminismos como actor político. Como en otras partes del mundo, en América Latina los gobiernos de derecha han sido apoyados también por mujeres. Y es que la gente no apoya o rechaza a los gobiernos sólo en tanto mujeres o en tanto sujetos sexuados, hay otras pertenencias, necesidades y oportunidades políticas (abiertas o cerradas) que se ponen en juego al momento de las elecciones y comportamientos políticos. Si un programa de gobierno abandera la lucha contra la criminalidad, aunque sea a través de la securitización y militarización de la sociedad, las mujeres que también son víctimas de esa violencia o cuyos hijos lo son igualmente, pueden identificarse con esa agenda. No obstante, algunos de los gobiernos conservadores y/o autoritarios de la región han sido fuertemente disputados por organizaciones de mujeres y feministas. Ese es el caso del Brasil del periodo Bolsonaro, por mencionar solo un ejemplo muy evidente donde las organizaciones de mujeres se movilizaron desde el inicio para disputar el giro cruento a un conservadurismo reaccionario de derecha en ese país. De otro lado, gobiernos auto-calificados de izquierda y que tienen políticas democratizadoras, cristalizan discursos y líneas pro- 220 Nuevas derechas autoritarias fundamente conservadoras en términos de género y derechos de las comunidades LGBTIQ; o al menos no son consistentes potenciando el reconocimiento, la representación política, y la redistribución a favor de sociedades más equitativas también para las mujeres e identidades no-normativas. Lo que quiero decir con todo esto es que se trata de procesos complejos. Los análisis de las derechas, de los autoritarismos y de los eventuales apoyos que tienen, necesitan afrontar esa complejidad. De lo contrario, me parece que perdemos pliegues importantes de la realidad política dinámica y multi-condicionada. Nos perdemos también posibilidades de contestar esos escenarios con mayor éxito. Por tanto, en lugar de pensar en actores monolíticos puede ser más pertinente analizar los campos políticos que integran a los gobiernos, las disputas contenciosas a su interior, y las tramas de relación que tejen con otros actores; entre ellos, el lobby de los fundamentalismos religiosos y las cámaras empresariales que se benefician de la desigualdad social y de género. Ahora, si hablamos como tendencia y miramos la fotografía de la América Latina actual, ciertamente las derechas en el poder abanderan la misoginia y el rechazo a las diversidades sexuales o, al menos, bloquean avances normativos y económicos igualadores para hombres y mujeres. Muchos de estos gobiernos realizan una clara defensa a la moral sexual neoconservadora y están siendo más permeables al avance del programa religioso anti-derechos. Sabemos que ese programa tiene entre sus ejes más importantes el bloqueo de las garantías de derechos sexuales y reproductivos para las mujeres, de la educación sexual, y de los derechos de las diversidades sexuales. Esa situación tiene que ver, en parte, con la potencia existente y creciente del movimiento de mujeres y feministas. Él ha disputado, por un lado, el programa moral sexual impulsado y sostenido por los neoconservadurismos religiosos, secularizados y seculares. Por otro lado, ha re-politizado asuntos que interpelan el corazón mismo del patriarcado y el capitalismo. Con esto último me refiero a las agendas feministas respecto a los mundos del trabajo, las relaciones de propiedad, la deuda financiera, el papel del Estado como regulador Los neoconservadurismos y la potencia de los movimientos feministas 221 social y garante de derechos (y no solo como instrumento de dominación de clase) y un largo etcétera. Esa agenda feminista, que disputa tanto el reconocimiento como la redistribución, en efecto ha sido respondida por las fuerzas neoconservadoras y/o autoritarias de la región. Lo que mueve a estas últimas, sin embargo, no es solo reacción a los feminismos. Ellas también crean y proponen, en ofensiva, una agenda de retroceso de derechos que tiene consecuencias brutales para la desigualdad de género. ¿Pero por qué ganan tanto respaldo en las sociedades? Una hipótesis es que son sobre todo hombres privilegiados por el patriarcado, para ellos esa propaganda anti feminista tiene un claro atractivo. ¿Cómo lo ves? El patriarcado es más que los hombres y sus privilegios. Estamos hablando de un sistema integral de subordinaciones basado en la jerarquía sexo-genérica, reproducido por personas, grupos, instituciones, órdenes económicos, políticos, sociales, culturales. Su verificación es el mandato masculino. A la vez, el patriarcado se entrelaza con otros órdenes de dominación —el racismo, el clasismo, el capacitismo, el adultocentrismo— y es distinguible de ellos solo metodológicamente, no orgánicamente. En la vida real aparecen en intersección y se condicionan mutuamente. Las derechas neoconservadoras encarnan la persistencia y avance del patriarcado, y así se afirma el mandato masculino y se benefician quienes cumplan con él. Entre ellos, los hombres, y especialmente los hombres heterosexuales, blancos, urbanos, de clases media o alta. Ellos son los hijos más sanos y consentidos del orden de género patriarcal. Pero también se benefician los mercados, los Estados des-responsabilizados de la vida, de la lucha contra la desigualdad y se aprovechan del trabajo no pagado de las mujeres y del trabajo precarizado. Una comprensión amplia y comprehensiva del patriarcado considera tanto su existencia pública como doméstica, en la línea que ha desarrollado la investigadora inglesa Sylvia Walby y que ha sido retomada por Juliana Martínez Franzoni y Koen Voorend para analizar los regímenes de bienestar latinoamericanos. Si bien en las formas patriarcales domésticas —predominantes en América Latina 222 Nuevas derechas autoritarias hasta inicios del siglo XX previo a la “revolución silenciosa” de la incorporación de grandes grupos de mujeres al trabajo asalariado— los beneficiarios principales son los hombres, en las formas públicas patriarcales —donde las mujeres están integradas a los mercados laborales y a la vida política— los principales beneficiarios son los mercados capitalistas, los Estados corporativos, etc. Entonces, es necesario analizar el patriarcado en sus formas históricas específicas y en los diferentes espacios sociopolíticos y multi-actorales en los cuales existe, aunque su consecuencia persistente sea la desigualdad de género. Si calificamos a cualquier orden como patriarcal y eso implica que es idéntico siempre a sí mismo y que los beneficiarios son los hombres individuales, la categoría pierde su valor analítico y potencia como dispositivo político. Hablando del patriarcado en su forma actual ¿qué te parece lo más destacado? ¿Fue debilitado por movimientos feministas y ahora está recomponiéndose? Una de las categorías que se usa para explicar el momento actual es la de reacción al avance de los movimientos de mujeres y feministas: un backlash. Ese enfoque explica lo que está sucediendo, pero solo en parte. Sugiero hablar de backlash solo si antes hacemos acotaciones importantes, porque ese recurso puede terminar escondiendo más de lo que dice. Como sugerí antes, estos procesos, agendas y actores tienen también una dimensión intrínsecamente productiva, no solo reactiva: producen contenidos. A veces sus programas son casi “profilácticos”: no reaccionan a un avance concreto de los movimientos feministas sino a la posibilidad de avance, a la potencia del movimiento para gestar avances. En otras ocasiones, este tipo de programas no contesta directamente a los movimientos feministas, sino que es un dispositivo estratégico para alcanzar otros fines; electorales, de consolidación de ciertos actores en la política institucional u otros. Entonces, eso que llamamos backlash no es solo reacción. Es más complejo. David Paternotte publicó hace poco un texto en Sexuality Policy Los neoconservadurismos y la potencia de los movimientos feministas 223 Watch1 donde argumenta estas advertencias al sobreuso del enfoque del backlash y sus peligros simplificadores. Por otra parte, al leer los neoconservadurismos solo como una reacción al potente movimiento feminista actual, nos olvidamos de que el patriarcado es estructural y no es una novedad del pasado reciente. Antes de que el movimiento feminista se relanzara, en América Latina no se reconocía, ni siquiera normativamente, el trabajo no remunerado como trabajo, no estaba regulado el trabajo sexual en muchos países, no había leyes ni normas de paridad política, no existían sistemas integrales de cuidados, los derechos sexuales y reproductivos no estaban garantizados. Y así. Es necesario, entonces, analizar la larga duración del proceso que estamos considerando y no pensarlo solo en su existencia más coyuntural, aunque esta coyuntura, por supuesto, también tiene particularidades importantes de considerar. Y parte de esas particularidades es la dimensión reactiva de los neoconservadurismos. Hablando de particularidades y actores en ese proceso complejo, parece que un actor importante son las iglesias pentecostales. Brasil es uno de los casos más destacados o más conocidos, con hombres como Edir Macedo, un billonario jefe de la Iglesia Universal del Reino de Dios. ¿Qué alcance tienen esos actores? ¿Cómo logran realmente movilizar a sus feligreses políticamente? Los neoconservadurismos religiosos son hoy un actor principal de la política latinoamericana. No hay que dudarlo. Tienen crecientes bases sociales, intervienen en la (re)producción de culturas políticas y condicionan, en alguna medida, los comportamientos políticos. Aún no podemos hablar de un consenso sobre cuánto influyen en el voto concretamente o sobre si existe una suerte de voto confesional, pero lo que sí sabemos es que estos actores son una fuerza política de peso; sea de forma velada o explícita. 1 Véase: “Backlash: A misleading narrative”. Sexuality Policy Watch. https://bit. ly/2CIvkRf 224 Nuevas derechas autoritarias En los casos de Brasil y Costa Rica, por ejemplo, las fuerzas políticas confesionales están abiertamente participando de los aparatos del Estado en su máximo nivel y de las contiendas partidistas. En otros países, han ganado más presencia en los niveles medios y bajos de la organización política institucional. Pero, en todo caso, tienen y ganan fuerza y presencia. Ahora, esos actores tampoco son un bloque. Hay diversidad a su interior. Los evangelismos ganan peso y alcance, pero también el conservadurismo católico se afirma y conserva presencia. Para algunos temas, los distintos actores religiosos anti-derechos establecen alianzas. Para otros, operan de forma independiente o bien se alían con fuerzas seculares neoconservadoras. En medio de esa complejidad, es importante pensar no solo en personas concretas o liderazgos, aunque ellos son importantes, sino en sus diferentes organizaciones, estrategias, agendas amplias, en las coyunturas en las que más se activan (por ejemplo, las legislativas), en sus redes nacionales y transnacionales. Esas últimas son especialmente potentes para tomar al pulso a la influencia creciente que tienen los anti-derechos religiosos en todas las escalas sociopolíticas. Se abren caminos y ganan espacios en las instituciones políticas nacionales e internacionales; continúan ganando audiencia en la Organización de Estados Americanos (OEA), en la Organización de Naciones Unidas (ONU) y otras plazas. Comprenderlos implica atender, también, al tipo de alianzas de las que se alimentan, incluyendo a aquellas con sus pares estadounidenses. Una de las organizaciones claves en esa línea es el Capitol Ministries, líder del evangelismo en ese país. Capitol Ministries está operando dentro de la Casa Blanca (por primera vez desde el gobierno de Donald Trump, aunque existía en ese país desde 1996) para asegurar discípulos de Jesucristo en la arena política. En los últimos años se ha instalado con representaciones en México, Honduras, Brasil, Perú, Uruguay, Ecuador, Costa Rica y ha anunciado aperturas en Nicaragua y Panamá. En la misma línea está la Alliance Defending Freedom, organización conservadora que ha demandado al Departamento de Justicia de Estados Unidos para oponerse a los avances en salud reproductiva de la mujer y derechos de la pobla- Los neoconservadurismos y la potencia de los movimientos feministas 225 ción LGTBIQ. Ese es un espacio de capacitación de pastores evangélicos en toda la región. Organizaciones como las mencionadas, y otras, tienen un papel clave en el financiamiento y formación de voceros fundamentalistas religiosos en América Latina. Pongo solo otro ejemplo. En Cuba, la mayoría de las iglesias evangélicas tienen una “iglesia hermana” en Estados Unidos, de la cual reciben apoyo financiero. El Cuba Money Project, del periodista Tracey Eaton, publicó una lista de los proyectos que han recibido la mayor cantidad de fondos del gobierno desde que Trump asumió́ el cargo. El Evangelismo Cristiano Humanitario ocupa uno de los primeros puestos (USD 1 003 674) en el financiamiento dedicado a Cuba. El grupo recibió aproximadamente USD 2,3 millones entre 2009 y 2017. Todo eso tenemos que analizarlo para evaluar el avance de los neoconservadurismos religiosos en la región. Por tanto, más allá de voceros concretos como los que mencionabas pensemos, por ejemplo, en el caso de Parlamento y Fe, que es una organización que se inició en el 2008 en Argentina y que busca escalar en influencia política de forma abierta. También tiene como propósito claro potenciar discípulos de Jesucristo en el mundo de la política. Así lo plantean. Muy abiertamente… Exacto. Su objetivo, según declaran, no es cambiar las leyes sino cambiar los corazones y llevar la palabra del Señor a los políticos… Eso es lo que hacen. Para eso existen y buscan ganar influencia en legisladores y en políticos. Realizan reuniones sistemáticas con los coordinadores políticos en distintos niveles de cada uno de los países y, además, construyen redes súper densas, profundas y poderosas guiadas por esa agenda. Luego están otros actores anti-derechos de matriz religiosa que actúan en otros niveles de la política, más de escalas baja y media y cuya influencia en la política institucional es más solapada. Están también las comunidades de fe en las bases, aparentemente desconectadas de toda agenda política, pero en las cuales se producen procesos fundamentales de politización de las subjetividades y las prácticas individuales y colectivas. Y, en cuarto lugar, están aquellos 226 Nuevas derechas autoritarias actores neoconservadores anti-derechos secularizados; o sea, que se presentan en las esferas públicas como independientes, sin ninguna marca religiosa, con discursos pseudocientíficos, y así ganan influencia en otro tipo de grupos sociales. Por último, llamo la atención sobre la necesidad de considerar que la agenda de los actores religiosos anti-derechos no se refiere solo a la moral sexual, aunque esa es la más visible. Sus programas son cada vez más abarcadores. Investigaciones en Paraguay y Ecuador, por ejemplo, están dando cuenta de cómo se están desbordando sus focos tradicionales en torno a los derechos sexuales y reproductivos, la educación sexual y la derechos de las personas LGTBIQ. Ahora les vemos pronunciarse sobre las leyes de paridad política, el papel de los Estados y otros temas. Además de la incidencia política, estos actores tienen feligreses. ¿Por qué esos modelos de sociedad resultan atractivos para diversos estratos de la población incluidas mujeres y sectores desposeídos? ¿Ofrecen, de alguna manera, un resguardo de las múltiples crisis para todos, también para mujeres? Sabemos que estos actores tienen bases que se están ampliando con mucha agilidad; me refiero sobre todo a los evangelismos. Esas bases no están solo en los sectores populares, aunque en ellos tienen enorme asidero. Para explicar cómo es posible esa expansión tenemos que considerar su liturgia flexible, los lazos sociales y materiales que crean, los rituales que construyen y el sentido de comunidad que aseguran, esa posibilidad de vivir en trama con otras personas. Todo ello contiene o da salidas parciales al abandono de los Estados, a la precarización creciente, al despojo continuado. Allí se satisfacen necesidades espirituales y materiales. Ambas son legítimas y necesitan encontrar espacios y canales de satisfacción. Por otra parte, las comunidades de fe neoconservadoras pueden ofrecer salidas a otras urgencias específicas de las mujeres. Pensemos, por ejemplo, en su programa de re-tradicionalización de las familias. Eso no siempre es la peor salida para mujeres inmersas en ciclos y tramas persistentes de violencia o abandonadas por sus parejas hombres. Convertirse a una comunidad que defienda a costa de la vida a la fami- Los neoconservadurismos y la potencia de los movimientos feministas 227 lia tradicional puede ser un camino de salvación en el cual ellas pueden seguirse debiendo a los maridos, pero ahora en mejores condiciones. Todas esas complejidades, agendadas por las investigaciones sociales, son importantísimas. Solo teniéndolas en cuenta podemos profundizar en la comprensión de la función social de esos actores. De lo contrario, nos quedamos con la respuesta fácil de que su incidencia se debe a una “falsa conciencia”: las personas no se dan cuenta que participan de una deriva neoconservadora contra sí mismas. O lo explicamos solo por la influencia de actores externos (el neoconservadurismo estadounidense o las redes trasnacionales). Pero no, las personas, agentes de su propia vida, gestionan sus necesidades prácticas y espirituales y una parte de ellas tiene escucha en el programa religioso neoconservador. Por otro lado, ellos muchas veces llegan a donde no llegamos o no podemos llegar las organizaciones feministas y a donde no llegan, por interés o por desidia, los gobiernos. En Europa, por ejemplo, hay partidos y movimientos autoritarios que, por lo menos en la retórica, dicen que no son antifeministas. Hasta hay algunos que dicen que van a defender los derechos de las mujeres contra el Islam. ¿Piensas que se puede pensar un autoritarismo reaccionario que no es antifeminista, o simplemente son diferentes prioridades en su propaganda? Como decía antes, hay partidos de derecha o autoritarios que no tienen una clara bandera antifeminista sino que, por el contrario, enfatizan en una suerte de rol protector para con las mujeres. En todos los casos, sin embargo, identifican un enemigo compacto. En el caso que mencionas ese enemigo es el Islam y se protege a las mujeres contra él. En otros, más frecuentes en América Latina, son los feminismos o las organizaciones LGTBIQ que consideran la verdadera amenaza a los derechos de las mujeres y a la familia, o el comunismo o los extranjeros. Desde ahí se alimentan programas xenófobos que son antifeministas en la práctica… y así. Entonces, creo que hay un patrón estable: identificar un enemigo. Luego, se generan programas que recortan derechos, y esos derechos recortados aseguran 228 Nuevas derechas autoritarias órdenes de exclusión. Aunque no se declaren antifeministas, en sus consecuencias lo son. En el caso de América Latina, las derechas tienen distintas caras. Algunas son abiertamente autoritarias y esas se enorgullecen de su programa antifeminista y se alían abiertamente con los anti-derechos religiosos. Y algo similar sucede en otros lugares del mundo; pensemos en Vox, en España, por ejemplo. Otras derechas en el poder, no autoritarias al menos en su primer plano, muestran una cara más dialógica, dejan ver más disputas a su interior y son más selectivas en los pronunciamientos anti-derechos de cara a las mujeres. Sin embargo, su política práctica es también antidemocrática y perjudicial para los derechos. Obviamente, la pandemia ha cambiado el contexto. Los gobiernos más machistas, como Bolsonaro o Trump, son los que tienen peores resultados en el manejo de la crisis. La crisis actual en América Latina, salvo excepciones, ha sido mal manejada. En Brasil el mal manejo ha sido estrepitoso, pero ahí están también el desastre ecuatoriano, peruano y otros tantos. En términos de relaciones de género, la gestión de buena parte de los gobiernos ha sido desentendida. La violencia de género ha aumentado en la mayoría de los países de la región durante las medidas de restricción de movilidad y la reacción gubernamental, donde la ha habido, ha sido tibia. La des-responsabilización estatal respecto al aumento del trabajo de cuidados, también feminizado, ha sido la norma. Y se ha comportando de ese modo no solo en los gobiernos más autoritarios y abiertamente misóginos sino en gran parte de la región, con poquísimas excepciones. Argentina y su recién estrenado gobierno pos macrista, es donde ha habido señas más claras de una sensibilidad de género integrada a la gestión política de la crisis agudizada por el coronavirus. Incluso allí, sin embargo, no se ha podido subvertir ni contener la muy precaria situación de los sectores populares y especialmente de las mujeres de sectores populares. El mal manejo de la crisis tiene que ver con el carácter empresarial de los gobiernos, con la exclusión estructural que ordena nues- Los neoconservadurismos y la potencia de los movimientos feministas 229 tras sociedades, en algunos casos con el negacionismo autoritario o con el autoritarismo a secas, con la falta de institucionalidad pública y de derechos normados o garantizados. Lo que sí ha sucedido es que en el marco de la crisis y a pesar de los malos manejos estatales de la misma, han aumentado los debates respecto a asuntos que han hecho parte de la agenda feminista por décadas. Entre ellos, el de la violencia contra las mujeres en los espacios domésticos y el del trabajo de cuidados, remunerado y no remunerado. Y esos debates están alcanzando a las instituciones políticas y pujando por intervenir en ellas. No ha sido sin conflicto. Dentro de las narrativas sobre la crisis, algunos gobernantes han re-naturalizado el trabajo de cuidados que realizamos principalmente las mujeres en los hogares: “qué bueno que las mujeres estén en la casa, porque son las mujeres en las casas las que nos van a salvar de la crisis”. Así se re-naturaliza también la desigualdad. Pero hay pujas en otros sentidos. En Argentina se está realizando un mapa nacional sobre el trabajo de cuidados. En México está empujándose un debate parlamentario sobre la posibilidad de formular un sistema integral de cuidados y modificar la constitución para asegurar el derecho al cuidado. Y también se está produciendo una movida en la política pública de cuidados en algunos territorios colombianos (sobre todo en Bogotá, Medellín y Cali). Toda esta discusión sobre los cuidados es muy potente, porque el trabajo de cuidados y en general aquel que asegura la reproducción de la vida y permanece invisibilizado, es uno de los corazones del capitalismo que reproduce las desigualdades en nuestra sociedad. No es algo pequeñito, puntual y sin consecuencias. Un debate sobre los cuidados disputa la organización de los mundos del trabajo, el carácter de la protección social y el papel de los Estados en la redistribución de recursos. En medio de la crisis los feminismos intentamos avanzar en ello, aún sabiendo que después de la emergencia la retórica de muchos gobiernos va a ser la de “salvemos la economía”. Así van a oscurecer los debates que se han levantado estos meses. Pero si hemos logrado que el tema gane audiencia, tenemos que llevarlo hasta sus últimas consecuencias y demandar cambios también estatales. 230 Nuevas derechas autoritarias Ahora, más que de estos asuntos, se ha hablado de los buenos resultados de mujeres líderes en todo el mundo como en Alemania, en Taiwán, Nueva Zelandia. Es muy superficial... El tema de las mujeres gobernantes ha tenido mayor publicidad. Forbes publicó un artículo diciendo que las gobernantes tenían mejores resultados como gestoras de la pandemia y esa tesis se volvió viral. Sabemos, no obstante, que hasta el momento no hay evidencia cuantitativa que demuestre que los liderazgos de las mujeres han tenido consecuencias directas sobre el nivel de mortalidad producto de la Covid-19. Es un análisis que tiene sentido y que puede hacerse, pero no hay nada concluyente aún. Mientras, colocar el foco en eso puede desvirtuar la estructura de desigualdad de género que está sosteniendo y subsidiando la sobrevivencia en la pandemia. Más que esa discusión, muchas organizaciones internacionales han llamado la atención sobre la necesidad de incorporar un enfoque de género en las medidas pos pandemia. Sabemos que las desigualdades se están profundizando aún más, que los mercados laborales están cambiando drásticamente y lo seguirán haciendo, que el desempleo y el subempleo escalan, y que somos las mujeres quienes estamos en peores condiciones para afrontar esos cambios porque las franjas de pobreza estaban previamente feminizadas, así como los sectores informales del trabajo y el trabajo de cuidados no remunerado. Todo el escenario del cual hemos estado hablando va a ser mucho más difícil de contestar en el futuro inmediato. En este escenario, ¿siguen actuantes los grupos anti derechos religiosos? Durante los primeros meses de la crisis la discusión sobre los actores neoconservadores religiosos se opacó. Entre los asuntos más tematizados en las esferas públicas, no ha estado ese. Y eso contrasta con la importancia que tenía el tema previo a la crisis. Parecería que estos actores estuvieran en una suerte de letargo. Pero no ha sido así. Han estado muy activos tanto a nivel de base como en sus redes trasnacionales, ahora más digitalizadas como ha sucedido con la acción colectiva de los movimientos sociales de todo signo político. Los neoconservadurismos y la potencia de los movimientos feministas 231 Las redes trasnacionales que ellos tienen —“Con mis hijos no te metas”, por ejemplo, y otras— han continuado muy activas y, hasta donde he alcanzado a ver, existen al menos siete núcleos de tensión en su agenda, discursos y estrategias actuales. No todos están presentes en todos los espacios o actores religiosos anti-derechos. Primero, una parte de los actores anti-derechos religiosos han creado, alimentado y expandido teorías falsas relacionadas con la pandemia que colocan la responsabilidad en un “otro” externo. Una suerte de teoría de conspiración… Exacto, una suerte de teorías de la conspiración que acusan a actores tanto nacionales como internacionales de ser el origen de la pandemia. Hace unas semanas, por ejemplo, el argentino Alberto Savazzini, admirador de Bolsonaro y líder de la organización Dios es Amor, llegó a decir que con la vacuna contra la Covid-19 nos querían meter en el cuerpo un nanochip de geolocalización. En esa misma línea están las tesis de que el coronavirus ha sido inventado en laboratorio, que es resultado de la acumulación de pecados o que la vacuna será un instrumento de control de la humanidad. O sea, una narrativa del miedo y de la conspiración que cala en contextos como el actual, de alta incertidumbre. Por otra parte, ha estado la retórica negacionista según la cual la pandemia no existe o no es un asunto grave. Líderes religiosos han desafiado las medidas de aislamiento físico, poniendo en riesgo la vida de las comunidades de fe. Eso ha pasado en Brasil, Perú y otros países. El mismo Edir Macedo, a quien mencionabas hace un rato, ha declarado que no hay que preocuparse del coronavirus y que es una táctica de Satanás desatar ese pánico. Otros actores neoconservadores religiosos han desplegado estrategias distintas, aunque convergentes en algunos casos: difusión de remedios falsos —como tomar té de canela— instalación de una narrativa de las comunidades evangélicas como guerreras espirituales contra la pandemia, y/o la convocatoria a resolver la situación con ayunos y oración. Eso último no ha sido de parte solo de líderes religiosos. La presidenta interina de Bolivia, Jeanine Añez, también lo ha hecho. 232 Nuevas derechas autoritarias En cuarto lugar, voceros religiosos neoconservadores han producido una crítica a lo que llaman una centralización estatal. Esos discursos tienen una suerte de tinte anti-estatalista que cruzan interesadamente con la retórica anticomunista: un Estado que regula la movilidad de la ciudadanía es un Estado totalitario y comunista. Ideas como que el Estado está desplegando su manto autoritario, que nos quieren someter y que no es el Estado quien va a salvar a las personas de esta crisis, son muy habituales. Pero a la vez, otro sector dentro del mismo neoconservadurismo religioso continúa teniendo una marcada agenda de influencia en los gobiernos e intentan fortalecer sus alianzas institucionales. Ha sido muy claro en Guatemala, Brasil y otros países. En sexto orden, es posible constatar una expansión del adoctrinamiento en valores conservadores de la familia tradicional, especialmente en este contexto de la pandemia donde lo doméstico se ha vuelto central en la vida cotidiana. Ellos están revalorizando la familia, la vuelta al espacio familiar, como si fuera un espacio privado y como si fuera ese un valor resultado de la pandemia. Finalmente, se diseñan y despliegan explícitas campañas anti-derechos en la misma línea del momento pre-pandemia. La agenda más importante está siendo la de los derechos sexuales y reproductivos. Ese es el asunto más tematizado. Como ha sido discutido en estos meses, las crisis sanitarias atentan contra los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y las niñas. Eso se constató durante la crisis del ébola, por ejemplo. Por tanto, organizaciones internacionales como la OMS, ONU, UNICEF, UNFPA y otras, se han pronunciado a favor de la necesidad de proteger esos derechos y sus garantías. Frente a ello, los fundamentalismos religiosos se han activado con fuerza, denunciando lo que consideran un lobby abortista de esas instituciones. El proyecto periodístico “Ojo Público” sistematizó casi trescientas acciones que habían implementado ciento veinte líderes religiosos y actores políticos anti-derechos durante la pandemia. De ellas, el 60 por ciento estaban relacionadas con el tema de aborto y derechos sexuales y reproductivos. En esa línea han disputado la decisión de algunos gobiernos de calificar como esenciales los servicios asociados Los neoconservadurismos y la potencia de los movimientos feministas 233 a los derechos sexuales y reproductivos y han desplegado campañas a través de sus redes nacionales y transnacionales contra la OMS, a la que han llamado pro abortista. La situación, entonces, es extremadamente compleja y lo será aún más cuando pase la emergencia sanitaria y queden las otras crisis, ahora agravadas. Asecha el peligro de más derechos recortados y actores neoconservadores expandidos. Pero también se cuenta con la potencia de quienes pujan, desde distintos lugares sociales y políticos, por la expansión democrática. Entrevista: Ferdinand Muggenthaler NO ESTAMOS EN LA FASE FINAL DEL CAPITALISMO ¿Qué condiciones económicas están articuladas con la nueva derecha autoritaria? Javier Gómez La incertidumbre y el miedo están construidos por cada monstruo que tenemos bajo nuestra cama en cada sociedad y, sin duda, las posibilidades de Latinoamérica, y también de Filipinas de plantearse, como un elemento central, el miedo a la inseguridad pública, a la violencia, a la delincuencia. La respuesta de más seguridad de un presidente filipino o de un Bolsonaro es una respuesta lógica populista muy marcada por el militarismo, muy vinculada a la represión estatal, pero también muy vinculada a la idea mesiánica de que el caudillo se convierte en un pastor. Ese elemento está presente en esta aparición de líderes extraños, aún para el capitalismo. Javier Gómez Javier Gómez estudió Economía en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Fue coordinador de varios proyectos a escala, local, nacional e internacional en temas como políticas públicas y en diagnósticos socio económicos sectoriales. Trabajó también como secretario técnico del Capítulo Boliviano de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo y fue consultor del Centro de Formación de Género y Desarrollo. Actualmente es Director Ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA) en La Paz, Bolivia. No estamos en la fase final del capitalismo 239 Muchos dicen que la crisis financiera del 2008 creó el caldo de cultivo para el crecimiento de la derecha reaccionaria del mundo. ¿Qué pasó en el 2008 en la economía mundial? En general, podemos entender que el capitalismo ha tenido un fuerte crecimiento de lo que llamamos “la reproducción plenamente financiera”. Con una desconexión cada vez mayor grande del sector real, ha creado condiciones de reproducción conocidas como “burbujas”, que están muy marcadas por la creación de estructurados, que van, en realidad, generando la valorización de una liquidez que no proviene de la generación propia del valor, de la transformación de la materia. Para la conexión en la economía real y en la economía de la gente, los mecanismos de especulación financiera aprovecharon del ahorro de los trabajadores —sus pensiones— para convertirlos en estructurados financieros que respaldan, por ejemplo, el financiamiento inmobiliario especulativo en Estados Unidos y en parte de Europa. Un altísimo riesgo y un esfuerzo extraordinario del capitalismo para ampliar su base de dominio a través del crédito, muy vinculado a la necesidad de consumo de las sociedades. El capitalismo ha aprovechado de esa relación de dominio, que es un dominio profundo de la mercantilización de la vida, para generar unos niveles de ganancia extraordinarios y excesivamente separados de la economía real. Eso explota en lo que se llamó “crisis inmobiliarias”, en realidad, la explosión de algo inorgánico, por eso se entiende como “burbuja”. La emergencia de esa crisis hace que se exprese fundamentalmente en la caída del valor de las acciones del sector financiero. Esa caída radical va haciendo un efecto dominó desde Estados Unidos hacia Europa. Lógicamente, países que estuvieron más vinculados a los procesos de creación de conduits, de creación de estructurados, caen más rápido: ese es el caso de Grecia, España y, en parte, es el caso de Portugal. Así se puede entender que la última época de crecimiento de esos países estaba muy vinculada a la especulación. El impacto es mucho más duro que, por ejemplo, en Alemania. Otra vez, después de 1929, de la gran recesión, los afectados directos son las grandes compañías, es decir, el grupo de poder más 240 Nuevas derechas autoritarias importante de la economía capitalista. Pero no estábamos, de ninguna manera, en la crisis final del capitalismo. Esa idea de que estábamos en un momento de inflexión extraordinaria, mantenidas hasta por el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy —porque hay que recordarlo citando a Marx—, que debíamos recomponer la sociedad que iba, rápidamente, a destrozarse, a hacerse mucho más precaria, y que éramos profundamente consumistas. También se comienza a discutir desde el progresismo, desde las izquierdas. La famosa triple crisis: la crisis capitalista entendida como la crisis económica, la crisis ambiental energética y una crisis política profunda. 12 años después vimos que no fue así… Así es. ¿Por qué propongo a Sarkozy?, porque en el inicio de la pandemia, Emmanuel Macron, ahora presidente de Francia, también hace un lindo discurso sobre intentar dar la vuelta al capitalismo. De alguna manera, hasta los líderes de centro derecha y de derecha, al inicio de las crisis se expresan con una posición crítica radical y de incertidumbre y, muchas veces, parecen hacer un “mea culpa”. ¿Por qué es posible, que incluso la derecha o centro derecha se pone en una posición de reflexión sobre el capitalismo salvaje, sobre el capitalismo que destroza la sociedad, sin embargo, terminan siendo tan débiles las posibilidades de cambio? Y, hasta podemos poner una hipótesis de que las posiciones ultraderechistas en el mundo hayan emergido de las crisis del capitalismo. Bueno, parte de esas derechas sí tienen una retórica anticapitalista… Sí, pero la pregunta es porque la crisis no está creando oportunidades para cambios emancipatorios. Pienso que, para crear estas oportunidades, la crisis propia del capitalismo, ahora profundizada con la pandemia, tiene que estar acompañada en las posibilidades de las clases sociales subalternas de ganar espacio en esa lucha de clases. Pero lo que nos ha mostrado el 2008, y lo que nos vuelve a mostrar la pandemia, es que, en la dinámica de lucha de clases, los sectores de trabajadores y trabajadoras, están derrotadas y, en esa derrota, la posibilidad de encontrar a sujetos sociales es una necesidad de una No estamos en la fase final del capitalismo 241 buena parte de la izquierda. A veces, al intentar buscar, nos encontramos con hechos muy particulares que no pueden expresar un todo. Para entender esa reconfiguración el planteamiento de un concepto de “refeudalización”1, por ejemplo, es un esfuerzo valioso, porque lo que podemos explicar es el dominio capitalista, en general podemos explicarlo y le podemos dar una interpretación explicativa general. Tengo mis dudas sobre el alcance del concepto de refeudalización. Son pocas personas que son muy ricas por sus cuentas bancarias y acciones, pero eso no está cambiando la estructura productiva. Esa diferencia en la economía o en la estructura de finanzas y la economía real sigue, y de lo productivo vivimos. En una crisis financiera alguien pierde no sé cuántos miles de millones en su cuenta o en sus acciones, pero eso no va a cambiar profundamente la estructura productiva. Así es. La idea de la refeudalización, muy cerca además a Thomas Piketty, también me genera dudas, por ejemplo, sobre la propiedad de la tierra. En realidad, la idea de la presencia de propietarios de grandes extensiones de tierra, no es una razón muy lógica de rentabilidad de la tierra, porque en Bolivia pocas empresas que venden insumos, transgénicos, insecticidas y además comercializan granos, no tienen propiedad en la tierra, pero son los que determinan la renta de la tierra. Aquí hay una gran extensión de pequeños propietarios ligados a la cadena de la soya y esos pequeños propietarios están controlados por la relación financiera con las tiendas; las tiendas les adelantan por un año, o sea, para dos cosechas; les adelantan la maquinaria, la semilla, los insecticidas, les dan paquetes tecnológicos, y además les compran su cosecha. Y ellos no tienen un metro cuadrado de tierra. Entonces, la idea de la patrimonialización, la idea de la transferencia 1 Un concepto que propone Olaf Kaltmeier para describir la tendencia en las sociedades contemporáneas de concentración de la riqueza en el “uno por ciento” de la población mundial, multimillonarios como presidentes, el aumento del consumo de lujo y el surgimiento de una cultura de distinción asimismo como la concentración de la tierra y la segregación espacial. Según Kaltmeier esta tendencia se realiza a nivel global, pero tiene rasgos regionales específicos, los cuales en América Latina se caracterizan por la herencia colonial. 242 Nuevas derechas autoritarias hereditaria de la tierra, por lo menos en parte de Latinoamérica y también en parte de África, donde ha habido reformas agrarias, no tiene datos que la sustenten. Tengo la impresión que a veces la izquierda también cae en la fetichización del dinero. Si se ve la inequidad medida solo en el dinero, alguien como Carlos Slim es muy rico, pero esas son cifras en cuentas, en bases de datos, no se puede redistribuir esa riqueza porque va a desaparecer, porque no hay una producción que equivale a esa riqueza. Es poder, pero no riqueza para distribuir. Sí tú miras el crecimiento de la banca, el crecimiento del sector financiero en la región en la década gloriosa del progresismo, y miras el Producto Interno Bruto (PIB), el sector financiero creció 3.5 veces más que el PIB en Latinoamérica.2 Entonces, si alguien ganó en esta década, es la financierización y en Latinoamérica más, ya que, la bancarización estaba muy rezagada. Si tú ves el nivel de endeudamiento de los hogares ahora y lo ves hace 15 años te quedas pasmado. Entonces, si tú dices “el neoliberalismo continuó”, yo creo que sí, porque los hogares han salido más endeudados de un tiempo de bonanza. Uno se pregunta ¿cómo es esto? Sí, se ha reducido la pobreza y ha aumentado la clase media, los pobres y los sectores medios han consumido futuro y no necesariamente han incrementado sus activos. Se ha incrementado el crédito de consumo a través de los retails. Y eso da miedo realmente y de ese miedo vive la derecha reaccionaria… Totalmente. Carlos Menen, quien fue presidente en Argentina en los 90, tenía una publicidad extraordinaria que decía “si tú quieres pagar 2 “La evidencia disponible (sobre cuentas nacionales) muestra que, en el periodo 1980-2007, el sector financiero creció a una tasa anual promedio de 8% en los países desarrollados y de 9,5% en los países en desarrollo, mientras que en el resto de los sectores de la economía lo hizo al ritmo de 2,7 y el 3,6 respectivamente. En el caso de particular de América Latina la divergencia ha sido aún mayor (Abeles M. y otros- CEPAL 2018). No estamos en la fase final del capitalismo 243 tu heladera vota por mí”, porque en el período de la privatización en Argentina se promovió mucho el crédito del consumo, se puso tarjetas de crédito a disposición, y todos los ciudadanos, con un alto riesgo, adquirieron tarjetas de crédito para el consumo. Entonces, Carlos Menem, tranquilamente en 1991, le decía a la gente en una gigantografía “si quieres seguir pagando la heladera vota por mí”. Quiero regresar al contexto del 2008. Dices que América Latina sí fue incluido en la financierización. ¿Entonces, por qué no se vio tan afectada por la crisis? Porque desde los inicios del 2000 nuestra región fue favorecida por el incremento de los precios de los bienes de intercambio. El comportamiento de los datos nos puede marcar, en algunos países desde el 2003, que los precios de las materias primas tuvieron una recuperación muy fuerte, después de un deterioro largo desde la crisis de la deuda externa. Ese elemento, que está explicado fundamentalmente por el crecimiento del consumo y de la producción asiática, nos explica la gran capacidad que tuvo Latinoamérica, en general —hay que mirar algunas particularidades— mejores reservas internacionales, porque ya les había agarrado un ciclo largo de mejores precios en términos de intercambio. Se había hecho ajustes en el endeudamiento externo con varios mecanismos de alivio y de condonación; los países tenían una situación fiscal posterior al neoliberalismo mucho mejor que en periodos anteriores. El neoliberalismo hizo ajuste fiscal, generó un comportamiento macroeconómico mucho más equilibrado. Con ese comportamiento más equilibrado, con el ajuste social muy duro y con mucha precarización del trabajo, los estados tuvieron mejores condiciones que en la crisis de los 80. La crisis de 2008 hace sentir que Latinoamérica estuvo desconectada. En Bolivia se habla del blindaje, el Ministro de Economía dice “no nos va a afectar la economía, porque nuestra economía está blindada” y, en realidad, ese es parte de un comportamiento muy favorable en el período 2001-2007, en general de la región, de nuestras exportaciones, que nos permite tener un entorno macroeconómico muy favorable en ese momento, y la recuperación rápida 244 Nuevas derechas autoritarias de determinadas materias primas vinculadas a la producción agroindustrial que nos permite comenzar a salir de esa crisis. Pero eso no quiere decir que la crisis no impactó a América Latina. Lógicamente hubo golpe, hay una variación fundamentalmente en la inflación en muchos países, no en Bolivia, y también hay un golpe en la capacidad de empleo por parte de países que tienen una estructura industrial más importante que la boliviana, que es el caso de México, Brasil, Colombia y Argentina. Regresando al escenario de la política mundial ¿qué piensas acerca de que la crisis de 2008 fue un punto de partida para el crecimiento de las derechas autoritarias en el mundo? Creo que, en parte, es razonable debido a la incapacidad que hemos tenido, como izquierda en general, de reinterpretar el momento del capitalismo que estamos viviendo. Quienes asumen las posiciones críticas de una sociedad muy desmovilizada, en general, muy poco estructurada en su capacidad organizativa, son grupos populistas y líderes muy cercanos a las iglesias, muy cercanos a la posición de atributos de éxito del capitalismo —caso Trump—, que absorben el descontento y juegan con las incertidumbres y los miedos de la gente. La incertidumbre y el miedo están construidos por cada monstruo que tenemos bajo nuestra cama en cada sociedad, en Latinoamérica, y también de Filipinas, como un elemento central, el miedo a la inseguridad pública, a la violencia, a la delincuencia. La respuesta de más seguridad de un presidente filipino o de un Bolsonaro que plantea que él sí va a enfrentar la inseguridad que tienes en tu casa, la inseguridad que tienes tú para moverte en la ciudad, la inseguridad que tienes tú con que tus hijos estén en peligro, es una respuesta lógica populista muy marcada por el militarismo, muy vinculada a la represión estatal, pero también muy vinculada al mesianismo, a la idea mesiánica de que el caudillo se convierte en un pastor, se convierte en un padre, y ese elemento está presente en esta aparición de líderes extraños, aún para el capitalismo. La interpretación que se quiere hacer sobre estos liderazgos es, también, desde una percepción moralista desde los propios grupos que llamamos la derecha tradicional, que miran a estas personas como payasos de los siste- No estamos en la fase final del capitalismo 245 mas porque, en muchos casos, su crítica incorpora al establishment, (le vamos a poner en el término tradicional); si bien ellos son parte de eso, ellos rechazan el establishment, por ejemplo, les dicen corruptos. La idea del progresismo en un determinado sector de la sociedad y de la derecha se mira como debilidad frente al avance de la homosexualidad, de las transformaciones en los roles de género, o frente a la delincuencia común. Son fuertes frente a los miedos a las transformaciones, y eso es alimentado por una propaganda permanente de los medios de comunicación que se vinculan fuertemente a estas apariciones de líderes populistas. Hay que ver que, por ejemplo, las iglesias evangélicas han tenido un vínculo muy largo con los medios de comunicación: poco a poco, las iglesias evangélicas deben tener en Bolivia la mayoría del control de las radiofrecuencias en FM y AM, y tienen una presencia importante en canales abiertos. Eso está mostrando la capacidad que están teniendo los grupos confesionales mesiánicos de incorporar un mensaje, un discurso basado en el miedo y en la posibilidad de la libertad a partir de la espiritualidad. Simplificando, tú dices que, con la crisis del 2008, todo el optimismo que tenía la ideología neoliberal, eso de que la mano invisible del mercado va a mejorar de alguna manera la vida para todos, estalló y la izquierda tampoco tenía algo para ofrecer. Mientras, la derecha reaccionaria aprovechó para ofrecer un imaginario contra la inseguridad y la incertidumbre en general. Creo que la crisis del imaginario neoliberal, la idea de la modernidad y la poshistoria, sin posibilidad de ningún cambio del futuro, ya comienza a hacer aguas a finales de los 90. La emergencia de varios grupos sociales en el mundo —en Bolivia la Guerra del Agua— complica la privatización institucionalizada, que consiste en capturar el ahorro de las sociedades expresadas en bienes del Estado transferirlos al sector privado. En los 2000, cuando en Bolivia todavía no había el arribo del gobierno del MAS, Movimiento al Socialismo, ya se reconoce que hay pobreza. Discusiones muy promovidas por el Banco Mundial, por el Banco Interamericano en toda la región, comienzan a hablar de los bonos, de las políticas focalizadas de transferencia social. Esas políticas de transferencia social son creadas a principios 246 Nuevas derechas autoritarias de los 2000 como respuesta a la grave situación generada por el neoliberalismo. En la región, se convierten en políticas permanentes y son ampliadas por gobiernos de diverso tinte político. Hay una bibliografía extensa de utilizar mecanismos de mejor eficiencia de focalización y, quizás, los gobiernos progresistas lo que cambian es que comienzan a darse bonos más ampliamente, pero el concepto existe. En el 2008, el neoliberalismo estaba muy herido en el sentido de su narrativa, de su legitimidad como concepto. Se está hablando de “posneoliberalismo” en general, el kischnerismo ya está presente, Chávez está presente, Lula ya está emergiendo como presidente y con fuerza en la región, en el 2005 hay el encuentro de Mar del Plata donde los presidentes determinan la caída del ALCA. Uno podría entender que, más bien, el momento de la crisis central —porque estaban los países centrales— Latinoamérica, con el liderazgo de Brasil por ser la economía más grande en Sudamérica, podía haber sido la alternativa en ganar un espacio más fuerte en el concierto internacional sobre las medidas económicas de respuesta a la crisis del 2008. En realidad, no fue así. En realidad, Sudamérica se ocupa de anunciar que estaba mejor preparada, comienza a resolver sus problemas internos y terminamos siendo excesivamente débiles en el liderazgo del debate mundial. Ahí sí se vuelve a marcar una relación fuertemente colonial. Sí bien emergen los movimientos en España, en Grecia, pero ya fortalecidos nuevamente los organismos multilaterales, los organismos de financiamiento y los bancos de reserva responden, por ejemplo, a Grecia, agresivamente, más bien como una contra respuesta a cualquier emergencia y posibilidad de cambio en las reglas del capitalismo y de su especulación. Regresando a América Latina: Brasil, con la victoria de Bolsonaro, se convierte en el emblema de la derecha reaccionaria. ¿En qué medida los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), de Luis Ignacio Lula da Silva y Dilma Russeff han producido condiciones para la victoria de Jair Bolsonaro? En una dinámica de lucha de clases es, con seguridad, parte de las conquistas de las clases de los sectores más reaccionarios del Brasil, tienen que ver con la incapacidad que tuvo el PT para imponer re- No estamos en la fase final del capitalismo 247 formas más profundas. Al PT le costó llegar al poder, le costó ganar la elección y comenzó a ser más light, o sea, más posible para el capitalismo, más posible para el establishment. Lula gana después de dos intentos, pero su propio discurso ya estaba debilitado. El esfuerzo del primer discurso de Lula es que iba a luchar contra el hambre. Eso de “luchar contra el hambre” se puede esperar de Uribe o Duque, en Colombia, porque no está planteando profundamente un cambio de estructura social. Pero estaban tan, pero tan deterioradas las condiciones sociales después de la dictadura y del neoliberalismo en nuestra región, que cualquier atención del Estado a los sectores sociales tan empobrecidos, tan excluidos, tan debilitados, con tanto racismo, ya era una conquista. El PT ofrece, lógicamente, más recursos, más inversión pública, más gasto social, pero, paralelamente, va adormeciendo a los sectores populares. Al Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) le quita su gran convicción de emancipación de lucha por la tierra y lo convierte en hecho burocrático. No es que el MST rápido se burocratiza, sino que sigue intentando tener una libertad en su acción y demanda política por una reforma más profunda de tierras en Brasil. Pero, quizás, la conquista al MST por la vía burocrática es la última derrota del PT. Pierden el momento en que los incorporan a la política pública, a pesar del éxito que tuvo el Ministro de Desarrollo Rural, en cuanto a la expansión de la política agropecuaria. El esfuerzo que hace el gobierno de Lula para expandir las hidroeléctricas, para expandir la frontera de la producción ganadera y de la producción de granos es extraordinaria, pero va debilitando comunidades. Más allá de que, paralelamente, estaba dando asignaciones sociales, determinadas condiciones de salud, iba generando un proceso de extracción de su tierra y con ello, la desmovilización de las comunidades. Iba quitando la capacidad productiva de esa gente, la capacidad de autonomía. Paralelamente, iba expandiéndose la gran industria brasilera vinculada al agronegocio. ¿Con quiénes pacta ese proceso? Con los gobernadores, que son caudillos en las tierras del noroeste. El PT comienza a hacer acuerdos de sobrevivencia parlamentaria y de posibilidades de reelección con personajes muy vinculados a la expropiación de recursos, y eso 248 Nuevas derechas autoritarias va generando un cambio en la cara, en la imagen del PT. Pesa más la percepción sobre qué hacía el PT haciendo negocios con los grandes latifundistas brasileros, que con un PT que estaba haciendo asambleas populares en Sao Paulo. ¿Qué los diferencia? Los diferencia la corrupción. Unos dicen “el PT ha caído por la corrupción”. No ha caído específicamente por la corrupción, en el sentido de que la corrupción los vuelve más malos que los otros, pero la política pública se acerca mucho a la política tradicional de la derecha brasilera. Entonces, la alianza era profunda y la corrupción los determina solamente como los chicos malos de esa escuela. ¿Realmente son errores de esos gobiernos? ¿o es que las condiciones, especialmente económicas mundiales, no dan mucho ámbito para manejar? Por ejemplo, si ves la reducción de la pobreza y la reducción de la desigualdad, te parece que no depende mucho de la ideología de los gobiernos. También en Colombia están bajando las cifras de pobreza como en Bolivia y Brasil. ¿Son tan fuertes las tendencias económicas mundiales o los gobiernos progresistas tenían más posibilidades que no usaron? Creo que la situación de la izquierda nos ha puesto en la necesidad de ser viables, ¿de ser viables a qué?: a las elecciones. Entonces, las doctrinas y las políticas de ciertas izquierdas se han convertido en solo electorales, pero no electorales alternativas sino también a los procesos electorales como espacios terriblemente mercantiles, basados en el marketing político. Los partidos de izquierda aprendieron a ser competitivos en las elecciones, y al ser competitivos perdieron la esencia de la transformación y lucha contra el capitalismo. En el caso de Bolivia te puedo decir las limitaciones y las puedo interpretar, pero creo que Brasil tenía muchas más condiciones para ser una alternativa, como potencia, como economía. Creo que sí es verdad que la estructura de la derecha brasilera profunda, muy racista, aunque no se note tanto en la vida cotidiana por tanto mestizaje y tantos colores; excesivamente caudillista, muy feudal en las provincias (hay gobernadores que son gobernadores 20-30 años, son No estamos en la fase final del capitalismo 249 diputados por 20 o 30 años, es decir, son dueños de ciertas zonas). El PT forzó a hacer pactos con determinados grupos políticos para defenderse de estas posibilidades de ataque de grupos extremistas atacándole como comunista. Lo que no podemos abandonar es lo que consideras básico o principal para diferenciarte de los demás. Y el PT poco a poco abandonó esto. El PT fue parte del establishment político y, para la sociedad en general desmovilizada, con poca capacidad de una movilización auténtica, autónoma, el PT se volvió traidor. A la derecha la miran como lo que es, como el patrón: le puedes pedir ser bueno, tratarte bien, pero también tiene límites, solo es patrón. Cuando el PT entra a gobernar es el obrero, es el moreno, es el mestizo, es el negro, y a él, cuando lo miras sentado al lado del patrón, en situación de incapacidad para transformar la sociedad, lo miras como traidor, encima lo ves un gordo traidor porque es corrupto y “gordo” en sentido que hiciste plata con este pacto y con esta traición. Creo que el PT en Brasil vivió, en los sectores populares, esa visión de traición. Y en Bolivia también se vivió de alguna manera esa traición, esa sensación de que Evo se engordó y se convirtió en parte del establishment. Entonces, le puedes perdonar a un blanco cruceño ser el patrón porque ese es su fin y esa es su razón, y a veces puedes aceptar con mejor onda el que sea un patrón, pero no aceptas la traición. ¿Esa es una explicación de la base social diversa de las nuevas derechas? En Francia, por ejemplo, la extrema derecha sí tenía más arraigo en los más pobres, la clase obrera, no migrante pero clase obrera o desempleada, y en otros países no es así. También con Trump en los Estados Unidos es muy borroso, viendo los estudios sociológicos. En Brasil sí son las zonas más afluentes que votaron por Bolsonaro, pero también tenía sus votantes en clases más bajas. ¿Hasta qué punto sirve un análisis de clase para entender esa derecha? Creo que la interpretación de clases medias es la que nos complica, lógicamente, en un crecimiento de la economía mundial las últimas dos décadas el crecimiento mundial fue casi permanente, más allá de las dos emergencias del 2008 y 2014. El segundo elemento es la 250 Nuevas derechas autoritarias fuerte urbanización de los países periféricos, en Bolivia ya vive más de 70% en las ciudades. Hay un crecimiento económico, hay una transformación territorial de movilidad social, hay más conglomerados en ciudades y, en general, más dinamismo de los mercados internos, además de todo lo que entendemos como la capacidad exponencial de los bienes del comercio mundial. También hay un crecimiento, en general, del consumo interno, de la demanda interna, porque parte de la gran capacidad de absorber los recursos vías exportaciones, se transfieren a las economías internas, y esto genera movimiento y generación de empleo en servicios y en comercio. Tenemos entre 30 y 40 años en los que la región se ha terciarizado. Cuando se dinamiza y explota el boom de las materias primas, las economías internas mejoran y lo puedes mirar desde la visión más clásica: hay goteo, hay un mundo de plata y aún en Colombia hay goteo. Pero las estructuras económicas de los países, más bien se exacerban, no se transforman. En ese sentido, lo que pasa en la región es que interpretamos el crecimiento del empleo y de los ingresos monetarios de la gente como construcciones de clases medias. Cuando tú preguntas a los gobernantes ¿Qué significa clases medias? Álvaro García Linera acá, Rafael Correa en Ecuador y en Argentina muchos de los kirchneristas, muestran el consumo de automóviles, de electrodomésticos, de restaurantes y supermercados. Están diciendo que lo que has posibilitado con el crecimiento de los ingresos económicos vía exportaciones es que más gente consuma sobre todo bienes industriales. Sin duda, eso es innegable, y al ser ya no rurales sino urbanos, que consuman sin producir. El otro elemento que acompañó esa posibilidad de un incremento masivo del consumo, de bienes industriales es porque los términos de intercambio fueron excesivamente favorables. Nosotros podíamos comprar, penosamente, por 10 barriles de petróleo un automóvil, algo que hace 50 años no sucedía. Lo que quiero decir es que podías traer maquinaria por menos cantidad de materias primas. Entonces, en ese momento, lo que teníamos que hacer era comenzar a tener una política de comercio no tan abierta, teníamos No estamos en la fase final del capitalismo 251 que hacer sustitución de importaciones, ¿por qué? Porque tenían una capacidad de comprar capital fijo, de hacer importaciones de capital. Lo que hacen, en realidad, en gran parte de los países, pero con mucha fuerza Bolivia, es que aprecia su moneda, aprecia el boliviano, nos permite una inflación muy baja, (en realidad el dólar es muy barato) y nos permite una inflación muy baja, ¿por qué? porque las divisas que entraban al país, muchos recursos por las exportaciones, permitía importaciones muy baratas. Entonces, das más ocupación, la gente tiene un consumo urbano o sea, no produce, consumo de bienes industriales y, además, tu política cambiaria te permite que esos bienes sean baratos. A eso lo entienden como el crecimiento de las clases medias. ¿Definido por el consumo y no por su rol en la producción? No generan valor, más bien, lo que pasa en la forma tradicional del marxismo, lo que entenderíamos por los sectores productivos, o sea, los que generan plusvalía son, penosamente, los sectores extractivos. Es decir, donde se genera la plusvalía, y es una plusvalía en el concepto cuasi monopólica, es de alta rentabilidad, es, por ejemplo, en el caso de Bolivia, el gas. El extremo en el que en realidad utilizas, con suerte, 4000 trabajadores, que es donde se genera la riqueza del país, el gobierno, el Estado Nacional toma parte de esa plusvalía, de ese valor, y lo transfiere vía mecanismos de subsidiaridad (o sea, políticas focalizadas, inversión, precios bajos), los transfiere a una masa de lo que entenderíamos como sector improductivo. Esa masa de sector improductivo (comercio, servicios) está conformada básicamente, por sectores que mejoran sus ingresos, mejoran su acceso a educación, salud, servicios, pero, además paralelamente, esos servicios van siendo privatizados, porque no se mejora las condiciones comunes de estos servicios. Más allá de una narrativa de que todo era derecho: derecho al agua, al trabajo, a la educación, a la seguridad alimentaria, a la madre tierra... Se amplía la idea del mundo de los derechos vía mecanismos constitucionales, se genera una superestructura de conquistas muy extensa, pero no se cambia la estructura social. 252 Nuevas derechas autoritarias Cuando comienza a caer la economía boliviana en 2014, como sucede después del 2008 en Brasil, lo que pasa es que los gobiernos progresistas y no progresistas comienzan a tener menos liquidez para inyectar en las economías internas. Se nota la precariedad en la capacidad de las personas para responder a su consumo crediticio; la gente, cuando siente y tiene la expectativa de que la riqueza es eterna, de que los ingresos son eternos, la gente se endeuda, se bancariza. Parte de las conquistas de los gobiernos progresistas es la bancarización. Ellos dicen claramente que en los países ha habido más “inclusión financiera”, qué significa que los hogares se han endeudado más, y lo miran como un indicador positivo. Los hogares se endeudan, toman posiciones del futuro, o sea, consumen futuro y comienza a caerse la economía de Bolivia en el 2014. El esfuerzo del gobierno es decir que no hay crisis y sigue haciendo un gasto irresponsable, presiona el déficit fiscal —nosotros tenemos un déficit fiscal desde el 2016 sobre 7%—, en realidad comienzas a gastar con deuda, pero en general con deuda del Banco Central, es decir, comienzas a comerte las reservas y lo que estás mostrando ahí es que tu idea de inyección permanente de recursos a la economía interna, si no cambia la estructura productiva, es insostenible, y así como es insostenible la posición de esos sectores en acompañar un proceso supuestamente revolucionario. Yo creo que la izquierda nunca pudo seducir, seriamente a los sectores populares. Lo que pudo hacer la izquierda es, primero, crear las expectativas ideológicas —presidente indígena, presidente obrero—, pero después fue abandonándolos en sus expectativas de mejora estructural. Luego los fueron abandonando y quedó en ellos la sensación de traición. Al final, se cree que lo viejo conocido es mejor. Parece que en Brasil y Bolivia no es el viejo conocido, sino realmente algo nuevo. Jair Bolsonaro no es la vieja derecha, tampoco Fernando Camacho. Es así, estos líderes Trump, Bolsonaro y otros, se ponen en la posición de que son contra establishment, y el PT no ha podido no ser establishment, no ha podido ser un outsider. El outsider terminó siendo la derecha y en Bolivia la outsider, al inicio fue Áñez. No estamos en la fase final del capitalismo 253 Hay una frustración profunda sobre lo que entendimos como la administración de la política, de lo común, en todo el mundo. La izquierda no pudo ser la alternativa. Se ha convertido en parte del establishment, adornada, con un discurso más cercano a la gente, pero, al final, incorporamos en nuestro quehacer permanente cotidiano el clientelismo, la corrupción, la criminalización, la persecución. Todos los mecanismos que el establishment usaba se convierten en parte de los instrumentos que utilizan los gobiernos de izquierda. La derecha reaccionaria ha vuelto, no tanto por la venganza sino por el ejercicio del poder en sí mismo, el control del Estado y el control de la riqueza del Estado. Para eso retomaron el poder, Bolsonaro o Áñez. Si necesitan mantener algo del discurso de Morales y algo del discurso de Lula, seguro lo van a hacer. ¿Cómo ves esa postura anti élite?, ¿Tiene algo real o es simplemente retórica? Porque una parte de la élite económica sí trabajaba con los gobiernos progresistas, ¿no? ¿Ves algunas raíces en la composición de las élites económicas que están reflejadas en la retórica de esa nueva derecha reaccionaria? Lo que hay que mirar siempre en la lucha de clases es que también hay lucha intraclase y también hay fracciones, y las fracciones no solamente se las puede interpretar en el sentido propio de la superestructura o de la subjetividad discursiva, sino sobre desplazamientos de capitales. Con seguridad, Bolsonaro retoma la alianza con determinados sectores que potencialmente han sido afectados por el PT, no tanto por la emergencia de distribución de riqueza, sino por la propia dinámica de la transferencia de excesivos recursos a un grupo llamado Odebrecht o a un grupo llamado Petrobras, en el concepto de lo que significan esos grupos y su cadena de distribución de riqueza. Es potencialmente posible que determinadas fracciones de capitalistas o de la burguesía se sientan afectados por PT o por otros grupos que administraron el Estado mucho tiempo. Hay una alianza ideológica del capital, pero hay mucha pugna por el control del capital. Sin duda, la posibilidad que está dando Bolsonaro para continuar con la expansión hacia la Amazonia con mucha más agresividad que la que se le permitía a Lula, con seguridad, está favoreciendo a 254 Nuevas derechas autoritarias determinados empresarios. Y ese discurso radical está siendo muy bien aprovechado por determinados empresarios que están, ya en territorios, en zonas concretas de la Amazonia, matando dirigentes, desmovilizando comunidades con la ausencia total de la protección del Estado. Aquí tenemos una confluencia con una ideología racista, anti-indígena, con los intereses de esos empresarios. Para mí este racismo es funcional a ciertas facciones del capital, no es el capital funcional a esa posición extrema. No puedo interpretar el capitalismo desde un loco racista, lo que puedo interpretar es que sí, parte del capital aprovecha, y en una fase equis en la que puede ya estar limitada su expansión, comportamientos patriarcales, racistas y fascistas para terminar con lo que estaban queriendo hacer en la región. Sin duda, la expansión hacia la Amazonia es un tema que hay que seguirlo y estudiarlo con más profundidad. Si hay algún interés de la derecha boliviana que ha estado cogobernando con Evo Morales y que en este momento abiertamente está gobernando, es la expansión de la frontera agrícola, es el espacio de la frontera agrícola en la Amazonia. Si hay una relación ideológica, hasta de estética, de esta derecha agroindustrial boliviana, es con la agroindustria brasilera, con la agroindustria colombiana, argentina, paraguaya o ecuatoriana. Se plantea que la reactivación de la economía post pandemia tiene que ser con mayor productividad de la tierra. La discusión sobre transgénicos, sobre biotecnología, va a estar mucho más presente en las posibilidades de reactivar economías en la región, con muchos discursos, con mucha mentira, pero con muchas posibilidades de reposicionamiento de los actores productivos más oligarcas con más afinidad a lo tradicional entorno a la región amazónica. Leo a los compañeros que dicen que en Bolivia hubo una reforma multiétnica. Pero, si hay un lugar donde al final se ha impuesto la posición del capital frente a las comunidades indígenas, es en las tierras bajas bolivianas, la Amazonia boliviana. Bolivia se ha quedado en el exterior con esta idea de que hemos hecho una reforma estructural porque lo aymara-quechua está presente en la política, pero no hay que olvidar que en Bolivia ha habido una colonización agresiva No estamos en la fase final del capitalismo 255 de parte de occidente, con un discurso reivindicativo del aymara-quechua contra 30 pueblos indígenas del Oriente que han sido realmente abandonados, perseguidos y son una cara horrible y espantosa de la pobreza en la ciudad de Santa Cruz. Eso le ha permitido a la agroindustria favorecerse con la expansión de la frontera agrícola; le ha permitido a la minería expandirse a la Chiquitanía y a la Amazonia. Cuando hablamos de la refeudalización y la relación con la tierra, tiene que ver profundamente el tema la Amazonia. Regresando a conceptos más generales, Bolsonaro tiene a un Chicago Boy como ministro de economía; al otro lado, la retórica y algunas de las políticas de Trump no parecen tan neoliberales. ¿Cómo se puede describir esas tendencias en la política económica? ¿Seguimos con el neoliberalismo un poco modificado o hay que hablar de otros fenómenos como refeudalización? ¿O es ambos al mismo tiempo? Creo que la reforma neoliberal es una idea que permanece. Lo que hace es renovar su narrativa. En un momento se volvió también progresista. Parte de las políticas macroeconómicas permitieron, de alguna manera, recuperar el aire que había perdido el neoliberalismo como ideología. Creo que el neoliberalismo está presente en Trump en el concepto de cosificar, pero necesitaban recomponer esta sensación de frustración que tiene la sociedad en general. La izquierda no pudo dar esa esperanza, penosamente la da Trump. Esa idea de esperanza violenta, descarnada, la dan Trump y Bolsonaro. Bolsonaro, con el tema de la pandemia le dice a la gente que, en realidad, “la fuerza de Dios te va a permitir luchar”. Y puede parecer una estupidez, pero el tema es que en Latinoamérica la situación de la gente que no podía salir a trabajar era desesperante. Bolsonaro juega a dar una idea de expectativa más positiva frente a la crisis sanitaria, pero sabiendo que la gente está desesperada por salir a trabajar, no tanto porque le creen, sino porque te da “libertad” para hacer lo que necesita, que es salir a producir algo, y él sabe que puede haber lo que hay de muertes. Ese pragmatismo es similar al de 256 Nuevas derechas autoritarias Manuel López Obrador, que te dice relativamente lo mismo sobre el tema de la pandemia. ¿Qué políticas son marcadas como neoliberales, como pos neoliberales, o como progresistas o socialistas? Creo que hay una mezcla discursiva que no nos permite, a ratos, mirar continuidades, creo que es importante mirar ese proceso de continuidad. En la realidad, la continuidad se da nomás en el campo material, y el campo material hay, necesariamente, una mayor precarización del mundo del trabajo, hay mucha más desocupación en general, o sea, la gente tiene trabajos con temporadas más cortas. Además, las transformaciones tecnológicas digitales en el mundo —cuya incorporación se está acelerando con la pandemia— va a generar en los sectores medios, en los sectores más profesionalizados, un desplazamiento, un desempleo muy profundo. Si no miramos lo que está pasando en el mundo material, fundamentalmente en el mundo del trabajo, no vamos a poder interpretar hasta dónde puede llegar la extrema derecha, hasta dónde puede llegar el miedo y la incertidumbre de la gente, y con cuánto de esa incertidumbre y ese miedo puede responder. Son expertos en explotar el miedo políticamente. Pero, esa incertidumbre, multiplicada por la pandemia, ¿es también una oportunidad de promover otra cosa que el neoliberalismo? Creo que la oportunidad que se nos ha dado los primeros meses de la cuarentena a la izquierda, ha sido extraordinaria, o sea, la posibilidad de plantearnos la idea de la transformación de lo común, de los espacios de la cotidianidad, y entender qué estaba pasando con el mundo del cuidado y del trabajo, para mí era extraordinario. Pero ahí volvió a faltar el sujeto social y el sujeto social estaba en cuarentena, en sus casas. Creo que la agenda del cuidado es una agenda de protección social. Más allá de haber retomado lo que queda de los estados de bienestar en Alemania, en parte de Europa, y si bien creo que tiene que ser la agenda recomponer desde ahí también las lecturas de dónde ocupas a la gente, o sea, desde el cuidado. Sin embargo, tengo frustración: creo que, los países latinoamericanos, van a salir de la pandemia con crisis política. No hay una No estamos en la fase final del capitalismo 257 discusión profunda sobre modelos sociales y modelos económicos alternativos. El neoliberalismo permanece más allá de sus propias contradicciones en la política porque no tenemos una respuesta a la pregunta: ¿Cómo construimos una economía del cuidado?, ¿cómo hacemos de lo común lo que nos permite producir?, ¿cómo hacemos que eso sea el espacio de la reproducción y de la producción? Es un sueño. Respecto a la confrontación entre Trump y China: Esa discusión sobre el proteccionismo tiene pocas alas reales en la política económica. Quizás por eso la pelea por la narrativa de quién es culpable por la cuarentena, llamando el virus el “virus chino”, es tan fuerte. Representa la decadencia de los imperios, la decadencia de los Estados Unidos e Inglaterra. De todas maneras, es irreversible la emergencia del imperialismo chino. ¿Nos quedamos con la tarea de luchar por una economía de cuidado dentro del imperio chino? Más o menos. Pero sigo intentando comprender que el mundo de lo privado y lo público, y el mundo del trabajo está cambiando materialmente, y ahí es donde nosotros estamos ausentes en la idea del sujeto social. Si tú lees el libro de refeudalización, hay muy poco sobre los sujetos sociales. Tampoco tengo la respuesta, pero me parece obvio que sin sujetos sociales que tengan poder de promover un cambio profundo el capitalismo después de la crisis solo vamos a ver una reconfiguración del capitalismo, quizás con una derecha autoritaria fortalecida. Entrevista: Ferdinand Muggenthaler PARA TRANSFORMAR HAY QUE EXPERIMENTAR ¿Dónde hay destellos de esperanza en medio de la crisis global? Edgardo Lander y Miriam Lang Hemos pasado de estos movimientos sectorizados, los obreros, las mujeres, los estudiantes, a movimientos más interseccionales que realmente logran abordar raza, clase, género y naturaleza al mismo tiempo y en conexión, y que se articulan, en muchos casos, alrededor de esto que es la reproducción de la vida o el cuidado de la vida. Esto es uno de los grandes aportes de los feminismos contemporáneos al pensamiento y las prácticas transformadoras. Miriam Lang La Asamblea Global por la Amazonia, que comenzó hace poco, es un buen ejemplo de otras formas de hacer política y de lograr la convergencia de movimientos muy diversos en todo el continente al margen de las confrontaciones y las divisiones existentes en las izquierdas. Más de 400 organizaciones y más de 3000 personas se adhirieron en muy pocas semanas a la propuesta. Edgardo Lander Miriam Lang es profesora investigadora en el Área de Ambiente y Sustentabilidad de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador. Cofundadora del Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo, en 2011. Ha acompañado procesos y movimientos sociales en América Latina y Europa desde la década de 1980. Edgardo Lander es venezolano, doctor en Sociología y profesor de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Andina Simón Bolívar en Quito. Miembro del Instituto Trasnacional (TNI), Ámsterdam. Involucrado en forma directa en la dinámica de los Foros Sociales Mundiales. En Venezuela, actualmente forma parte de la Plataforma Ciudadana en Defensa de la Constitución. Para transformar hay que experimentar 263 A lo largo de estas páginas hemos hablado del fortalecimiento de las derechas reaccionarias en América Latina. Con ustedes queremos hablar sobre posibles dinámicas transformadoras, en clave de emancipación, contra esas tendencias de conservadurismo, autoritarismo y una derecha radical autoritaria. Con la pandemia la situación ha cambiado ¿Cómo se ubican las fuerzas políticas en este nuevo contexto? EL: Está claro que en América Latina y el mundo las tendencias políticas no han sido unívocas, ni antes ni durante la pandemia. Por ejemplo, en los Estados Unidos, mientras se avanza más violentamente en la política de la derecha extrema del gobierno de Trump, se ha producido un desplazamiento hacia lo que denominan “progresismo” —palabra de uso complicado hoy en América Latina— de una buena parte de la población. Eso se expresa dentro del Partido Demócrata, en los debates sobre el Green New Deal. Más ampliamente en las masivas movilizaciones de protesta por el asesinato racista de George Floyd. En América Latina hoy, evidentemente, lo más destacado tiene que ver con la pandemia del coronavirus y sus múltiples impactos. Estamos en un terreno totalmente desconocido sin antecedentes históricos equivalentes. A finales del mes de julio, América Latina y el Caribe se habían convertido en el centro principal de la pandemia en el mundo, siendo Brasil el segundo país con más contagios y muertes después de los Estados Unidos. Los pueblos amazónicos están siendo dramáticamente afectados. Después de varios años de un débil crecimiento económico y con mayoría de gobiernos de orientación neoliberal, la pandemia encuentra al continente con servicios públicos desfinanciados y estados sin capacidad de gestión y sin recursos para responder a la pandemia. Ante eso, una elevada proporción de la población del continente se encuentra entre la amenaza del contagio, por un lado, y la necesidad de salir a buscar algún ingreso para satisfacer sus necesidades básicas. Nos encontramos ante la peor crisis económica desde que se tienen registros estadísticos, a comienzo del siglo XX. La Cepal estimó 264 Nuevas derechas autoritarias que la caída del PIB del año 2020 será en torno del 10%, pero cada vez que se presenta una nueva cifra ésta es mayor que las anteriores. En comparación, durante la denominada “crisis de la deuda”, el PIB de la región se contrajo en 2.5% en 1983, y en el momento de lo peor de la crisis financiera del 2009, la contracción fue de 1.8%. Esto tendrá severos impactos en los niveles de empleo, en los salarios y en la desigualdad. Habrá una marcada movilidad social descendiente en los sectores medios y de bajos ingresos, hacia aún menores ingresos. La Organización Internacional de Trabajo (OIT) estima que la tasa de desocupación se incrementará de 8% en el año 2019 a 12.3% en el 2020, siendo este el valor máximo desde que se tienen registros consolidados en la región. Ante estas transformaciones no es imaginable el regreso a la anterior “normalidad”. Ante las formas crudas en las cuales las profundas desigualdades e injusticias de estas sociedades se están poniendo al descubierto, son posibles desplazamientos, e incluso rupturas en lo referido a la hegemonía del neoliberalismo. La cuarentena impuso un freno severo a los grandes procesos de movilización que venían ocurriendo en varios países del continente, con particular fuerza en Colombia, Ecuador y Chile. Resulta, por ahora, difícil prever cómo estarán afectados a mediano plazo estos movimientos. ¿Ven oportunidades o dinámicas similares a las de Estados Unidos, aquí en América Latina? Allá la popularidad de Trump está cayendo, las movilizaciones contra el racismo tuvieron fuerza y hay conciencia en cuanto que él no está manejando bien la pandemia. Hasta ahora no veo una reacción similar en América Latina… un poco quizás en Chile, ¿o sí? ML: Las grandes movilizaciones que ahora hay en Estados Unidos, aquí las tuvimos el año pasado. Obviamente, hay una conciencia muy amplia del mal manejo de la pandemia de los gobiernos en su conjunto, en toda su variedad. Esto va desde gobiernos que se dicen de derecha hasta gobiernos que se dicen de izquierda. Pero también estamos en un continente que es más consciente de su diversidad Para transformar hay que experimentar 265 cultural y donde han persistido, a diferencia de Estados Unidos, modos de vida al margen del capitalismo global. Hoy en día, este sistema capitalista global, tan empeñado en ‘incluir’, es decir incorporar como clientes a sus mercados a cada vez más personas en las últimas décadas, ahora en cambio está expulsando violentamente a grandes masas de población. Quizás aquí hay cierta capacidad de respuesta a la pandemia con base en estos otros modos de vida que también constituyen una fortaleza. Hay muchos países—en la Región Andina pero también tenemos noticias de Nicaragua, por ejemplo— donde la gente, ante la falta de respuesta de los gobiernos, se autoorganiza en confinamiento comunitario e intenta solventar la reproducción de sus vidas en colectivo, pero en aislamiento. Tenemos también un sinnúmero de iniciativas de cadenas comerciales cortas, las mismas que se han pedido como reivindicación política frente al cambio climático para que no se gaste tanta energía en exportar y hacer transitar productos alimenticios a través del globo. Campesinos alimentando a gente de las ciudades, muchas veces practicando otras formas de intercambio fuera de los mercados capitalistas, como el trueque, que recobran importancia. Recordemos que en el 2001 en Argentina afloraron todo tipo de economías alternativas a raíz de la crisis. Por cierto, estas formas alternativas volvieron a marginalizarse cuando se recuperó la economía capitalista del país. Pero ahora estamos ante un escenario de total incertidumbre frente a una posible recuperación del capitalismo como lo conocemos. Creo que hay que diferenciar entre lo que sucede en Europa, donde sí hay cierta imagen de regreso a la normalidad, y América Latina, que va a enfrentar realmente condiciones inéditas. Aquí, la informalización de la economía ya era amplia y va a crecer mucho más todavía. Pero también hemos sido el continente con la mayor efervescencia social y energía transformadora en las últimas décadas. 266 Nuevas derechas autoritarias Hemos visto la derrota que han tenido distintos gobiernos progresistas en Brasil, Ecuador y Bolivia. Vimos los límites, la deformación del Chavismo y del proyecto de la revolución bolivariana, en Venezuela. Nicaragua es otro ejemplo desesperante. La izquierda ha perdido credibilidad en grandes sectores de la población, y además existe un ambiente muy marcado de polarización dentro de estas mismas izquierdas, es decir, unos puentes totalmente rotos y unas dificultades de diálogo muy grandes. ¿Qué opciones ven ustedes para que un horizonte de izquierda en América Latina vuelva a ser atractivo? EL: Para plantear la posibilidad de recuperar la credibilidad de la izquierda es indispensable comenzar por reconocer que no estamos solo ante el fracaso o la derrota de los gobiernos progresistas sino, igualmente, ante una profunda crisis histórica que afecta a la izquierda en todo el mundo. Hay importantes sectores de la izquierda que todavía continúan operando al interior del imaginario del progreso, de la sociedad industrial, del crecimiento sin fin, de todo aquello que la modernidad colonial ha impuesto como el único modo de vida deseable. Fuera de las características de esta modernidad colonial, quedan dimensiones esenciales de la vida que están siendo cuestionados y resistidos: género, patriarcado, ambiente, los patrones de conocimiento eurocéntricos y hegemónicos, el racismo, la negación de la pluralidad cultural y la diversidad sexual. No debe extrañar que, para elevadas proporciones de la humanidad, horizontes utópicos que coloquen estos asuntos en un segundo plano no resulten particularmente atractivos. Ha habido, y hay todavía —basta con ver las declaraciones del Foro de Sao Paulo— una limitada capacidad de reflexión autocrítica y de aprender de la experiencia. Si se hubiese incorporado una reflexión crítica sustantiva sobre las experiencias del socialismo del siglo XX, sobre su desarrollismo, su Estado-centrismo, su ausencia de democracia, su monocultura, sobre el papel del dirigente máximo ante el resto de la sociedad, sobre el papel del Estado-partido, etc., probablemente habría sido otra la historia de las experiencias del progresismo latinoamericano. En la práctica, los gobiernos progresistas facilitaron el camino para que las derechas se apropiasen de las banderas de la democra- Para transformar hay que experimentar 267 cia y de la honestidad administrativa. Hoy para amplios sectores de la población “izquierda” se asocia con autoritarismo, ineficiencia y corrupción. Sin una ruptura radical con las concepciones y prácticas que condujeron a esto, difícilmente puede haber una recuperación de algo que represente los valores históricos de la izquierda. No basta con reconocer “errores”. Pero esto no quiere decir que los valores fundamentales que históricamente representaba la izquierda como expresión del anti-capitalismo, de la lucha por la solidaridad, por la igualdad, etc., hayan dejado de existir, o que estén ausentes del panorama presente y futuro de las luchas políticas y sociales. Sólo que estos valores, estas opciones éticas y estos horizontes utópicos, tienen hoy lo que podría denominarse “otras corporeidades sociales”. Están en otra parte, en movimientos, en organizaciones, en colectivos, en comunidades y en pueblos, que para luchar por esos otros mundos posibles no requieren asumirse ni autodenominarse de izquierda, o revolucionarios o socialistas. La profundidad de esta experiencia varía de país en país. El caso de Venezuela es ejemplificador. En el contexto de la profunda crisis, el gobierno continúa utilizando en su discurso un léxico izquierdoso, hablando de anti-imperialismo y de revolución y reivindicando a Hugo Chávez. La distancia abismal en la imagen del país que divulgan los medios del gobierno y la experiencia cotidiana de la mayoría de la población no puede sino producir rechazo. Ese proceso contribuyó así a un desplazamiento de la sociedad venezolana hacia la derecha. En Venezuela, gracias a los abundantes ingresos petroleros que permitía inversiones en infraestructura y en políticas sociales sin cobrar impuestos a los ricos, hubo durante décadas una especie de consenso socialdemócrata. Este imaginario ha sido socavado por la experiencia bolivariana. El que, en algunas encuestas de opinión, cerca del 40% la población llegó a expresar su acuerdo con una invasión de Estados Unidos a Venezuela, permite constatar la profundidad del desplazamiento político-cultural del país. Estos quiebres históricos son producto del fracaso de este proyecto, no solo en términos de las estadísticas de salud, educación o de desnutrición, sino igualmente en la experiencia existencial o subjetiva de una gran mayoría de la población. 268 Nuevas derechas autoritarias La emergencia de resistencias y alternativas será un proceso lento, desde abajo, en los intersticios. Hoy, en Venezuela lo más radical que se puede plantear es la defensa de los derechos humanos y el derecho a tener elecciones libres, en condiciones donde hay necesidad de enfrentarse simultáneamente a este gobierno corrupto autoritario y a las amenazas que la extrema derecha representa como peón de la política exterior del gobierno de Trump. Edgardo dijo que los gobiernos llamados progresistas perdieron apoyo por su autoritarismo y por no retomar demandas feministas. Ahora tenemos un autoritarismo y un antifeminismo más fuerte en la región desde las derechas. Parece que esas derechas sí pueden ofrecer algo a la gente y lo ofrecen en forma, por ejemplo, de la comunidad de fe de las iglesias evangélicas. Parece que la respuesta al autoritarismo de la izquierda es un autoritarismo de la derecha. ¿Qué se puede ofrecer de atractivo que pueda contrarrestar esa dinámica? ML: Primero, no solamente estamos con esa experiencia bastante reciente de la derrota de los progresismos y con la crisis histórica de las izquierdas en general —crisis ideológica-histórica— sino que también estamos ante una crisis del sistema de democracia representativa. Creo que, si miramos países como Ecuador, Bolivia, y otros más, no está tan claro que las derechas puedan desempeñarse tan bien electoralmente, más bien estamos frente al desconcierto de que no hay ningún personaje que resalte dentro del panorama político electoral en general. En América Latina también estamos ante esta polarización entre dos grandes corrientes que pretenden ser de izquierda. La una pretende ser de izquierda revolucionaria y es una expresión más partidista, y otra corriente que no siempre se llama de izquierda, pero que es un conjunto plural de fuerzas que aspiran a una transformación profunda de la sociedad que incluye valores tradicionales de la izquierda, como la disminución de la desigualdad, en donde se encuentra una amplia gama de movimientos sociales. En el caso de los movimientos indígenas o afrodescendientes pueden reivindicarse de izquierda, pero también pueden no hacerlo, sin que esto les quite Para transformar hay que experimentar 269 necesariamente radicalidad en su planteamiento político pues están hablando desde otro lugar. Lo mismo pasa con las feministas. En efecto hay un antifeminismo muy fuerte, pero desde el 2015, estamos presenciando también el movimiento feminista más fuerte en la historia en América Latina. Eso me parece muy atractivo y esperanzador: unos feminismos plurales que en Argentina han logrado cuajar con movimientos de economía popular y solidaria, y que se han masificado desde ahí, cuestionando las concepciones hegemónicas del trabajo, la financiarización de la vida, las formas de relación y las formas de subjetividad que ofrece el neoliberalismo. Es un feminismo que ofrece respuestas, no solamente en teoría, sino también, en su forma de construir relaciones. Por eso salen a la calle cientos de miles de personas que participan en las huelgas feministas. Multitudes de jóvenes de la nueva generación chilena, hombres y mujeres, que han participado en las marchas del 8 de marzo, reivindican su cuerpo de otra manera, reivindican su convivencia de otra manera. Creo que hay ahí un potencial bastante fuerte de crítica y de transformación. Cuando los feminismos urbanos conectan con los movimientos de mujeres más rurales que luchan por el territorio, contra el extractivismo, etc., hay unos lazos de solidaridad, pero también de reconocerse en esta noción del cuerpo-territorio. No es que los valores y las ideas que transportaba la izquierda se han perdido, sino que ahora tal vez encuentran otras expresiones y otros fundamentos en la sociedad. Otro punto que me parece importante de mencionar es el acumulado histórico de las luchas de las últimas décadas. América Latina es la región más desigual del planeta. Pero al mismo tiempo desde una perspectiva global, no cabe duda de que ha sido también el continente que mayor efervescencia de luchas sociales y transformaciones ha generado en el pasado reciente. Contamos con un acervo de experiencias de luchas exitosas extremadamente rico y diverso, luchas en las que se lograron parar proyectos concretos de las élites o del capitalismo global, luchas en las que se lograron posicionar gobiernos alternativos en diferentes escalas, procesos de construcción 270 Nuevas derechas autoritarias de territorialidades otras, de construcción de diferentes dimensiones de lo común. Ha habido múltiples victorias y también derrotas, la riqueza para mí está en la posibilidad de aprendizaje colectivo que está contenida en estas experiencias. Aún queda muchísimo por hacer. Las izquierdas plurales latinoamericanas están lejos de haber procesado sus propias experiencias, de haber procurado sacar de ellas los aprendizajes posibles para que las luchas futuras puedan realmente aprovechar de esta efervescencia social del pasado reciente, evitar repetir errores con base en una memoria colectiva y compartida de las luchas. El dogmatismo, las falsas lealtades incondicionales, la polarización o el temor a errar han impedido avanzar en este camino. Pero la riqueza de experiencias sigue ahí. Edgardo decía que la sociedad venezolana, como consecuencia del desgaste del proyecto chavista, es hoy una sociedad muy derechizada y polarizada. Pareciera que los extremos del autoritarismo de los gobiernos llamados progresistas en América Latina generarían más bien reacciones más conservadoras en la sociedad, contrariamente a lo que estaría ocurriendo en EE.UU. EL: En Venezuela, la experiencia de amplia politización del proceso bolivariano ha devenido en una polarización despolitizada. Despolitizada en el sentido de que ya no hay reivindicación de proyectos de país, de opciones políticas alternativas, sino campos de adscripción, de lealtad: o estoy en contra o estoy a favor. Hablando más ampliamente sobre América Latina, hay hoy un amplio campo de tensiones y disputas por los sentidos comunes de la sociedad. Como plantea Miriam, esto tiene como fuentes más dinámicas a múltiples movimientos como los feminismos, comunidades indígenas y afro, etc. que están construyendo alternativas desde sus prácticas. Esto independientemente de que se llamen de izquierda o no, tengan afiliación política partidista. Por otro lado, hay un fuerte conservadurismo cultural, con frecuencia asociado a posturas religiosas, que está confrontando estas alternativas. Creo que, en relación con estos dos campos, una cosa que habría que destacar es su dimensión internacional. Hay un apoyo político y Para transformar hay que experimentar 271 financiero muy fuerte que recibe esta derecha, para todo lo que tiene que ver con el antifeminismo, “Con mis hijos no te metas” y los fundamentalismos evangélicos, en sus diferentes versiones. Este apoyo externo viene desde décadas anteriores, pero ahora cristaliza, para convertirse en una potente fuerza política. El caso más extremo es el brasileño, pero tiene una presencia creciente en todo el continente. ML: Podríamos decir que, precisamente, la mercantilización de la política electoral, que ofrece más una especie de persona-producto que un programa de futuro para la sociedad, ha facilitado esta injerencia, esta compra de los espacios de la política formal por estas estrategias de derecha y de las diferentes iglesias conservadoras. Estos movimientos de izquierda amplios compiten en desigualdad de condiciones en estos escenarios, porque no cuentan ni con los mismos fondos, ni con estructuras comparables. Pero tampoco tienen necesariamente este objetivo. De manera que tenemos una mayor ocupación de lugares de la política formal por estas figuras conservadoras, y una mayor contestación de los espacios de la política formal desde la calle y los territorios, además de otras expresiones colectivas desde lo que serían las izquierdas plurales. Pero ahí hay una asimetría, claramente. EL: Otra dimensión importante de las transformaciones en la política es el tema de las nuevas tecnologías, las redes sociales, la capacidad que se ha desarrollado para utilizarlas como instrumentos de distorsión, de información falsa, de creación de opinión. Con más recursos y más experiencia, en América Latina la derecha ha manejado este mundo virtual con mucha más intensidad y eficacia que lo que se ha hecho desde sectores alternativos. Ya mencionaron que tuvimos protestas masivas en Chile, Ecuador y Colombia el último año; también ganó Alberto Fernández en Argentina. ¿Hay tendencias en las que podamos apostar un poco de esperanza, contra el ascenso del campo autoritario- reaccionario? EL: De todas las dinámicas de movilización y protesta reciente en América Latina, probablemente la más significativa en términos de 272 Nuevas derechas autoritarias búsqueda de ruptura, no solo del neoliberalismo, sino en términos más amplios del modelo civilizatorio imperante en todas sus dimensiones, fue la llamada Revolución de Octubre en Chile. En los últimos años, el movimiento más amplio de enfrentamiento al gobierno en Chile se ha dado por las condiciones específicas que confrontaban los estudiantes de educación media y universitaria, referidos al modelo excluyente del sistema educativo, las enormes diferencias de calidad entre la escuela pública y la privada, el elevado costo de la educación superior (de los más elevados del mundo), sea esta privada o pública. Pero más allá de estas demandas, el movimiento estudiantil, ha jugado un papel medular en contribuir a quebrar el consenso en torno al supuestamente “exitoso” modelo chileno, al poner al desnudo el su carácter profundamente excluyente y la continuidad de algunas principales dimensiones desde que este fue brutalmente impuesto por la dictadura de Pinochet. Un momento fundamental de quiebre de esta historia, que viene desde el golpe de Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, ocurre precisamente con esta Revolución de Octubre del 2019. En esta entraron en convergencia diferentes movimientos, activistas y sectores sociales que hasta ese momento tenían, en lo fundamental, agendas propias, a veces muy potentes: mujeres, estudiantes, pueblos indígenas, trabajadores, con capacidad de movilización, pero de alguna manera, todavía separados. Las marchas del 8 de marzo, las masivas movilizaciones estudiantiles, las luchas de los pueblos indígenas en defensa de sus territorios, por el agua y, quizás con menos presencia, también los trabajadores, entraron en convergencia en las movilizaciones que se iniciaron en octubre. En estas se cuestionó simultáneamente la desigualdad y la exclusión en las más diversas dimensiones de la vida social, al régimen constitucional y a los partidos políticos, tanto de izquierda como de derecha. Los partidos de la Concertación fueron denunciados como cómplices en la preservación del modelo constitucional de Pinochet. Se reivindicaron los derechos del pueblo Mapuche. Se denunció el patriarcado en todas sus múltiples dimensiones, con énfasis en el tema del derecho al aborto; se rechazó la política social Para transformar hay que experimentar 273 reproductora de las desigualdades, demandando que los sistemas educativos y de salud pública fuesen universales, de calidad, gratuitos, iguales para todos. Se denunció reiteradamente la represión policial-militar. Uno de los ejes de las movilizaciones fue contra el régimen privatizado de pensiones, diseñado para limitar el ingreso que obtienen los pensionistas de sus ahorros y maximizar las ganancias de las empresas que gestionan estos fondos. Se hicieron presentes igualmente otros asuntos como el maltrato a los animales, la denuncia del consumo de carne, la reivindicación de la diversidad sexual, y el cuestionamiento de los patrones de consumo. En conjunto, un cuestionamiento radical de este modelo supuestamente exitoso. Antes de la pandemia ya se había conquistado el derecho a un referendo para la convocatoria a una nueva Asamblea Constituyente para reemplazar la Constitución impuesta por Pinochet en el año 1980. A pesar de que esta Constitución ha tenido desde entonces 44 modificaciones y que Michelle Bachelet anunció, durante su segundo gobierno, que se llevaría a cabo un proceso constituyente para redactar una nueva Constitución, esta sigue vigente. Las movilizaciones tienen, como ustedes han anotado, contenidos diversos: patriarcado, derechos sexuales, acceso a la educación, derechos de animales, etc. ¿Eso no vuelve dispersa cualquier propuesta? ¿Una explosión efímera de descontento o algo que se está cocinando y que tuvo un freno con la pandemia? EL: En efecto, resulta un hecho notable en las movilizaciones de Chile su diversidad, la amplia gama de sus participantes, la extrema descentralización de sus convocatorias y su extraordinaria creatividad en términos de consignas, expresiones musicales y gráficas, tal como quedó registrado en las paredes de Santiago, en una especie de gran sinfonía de colores y de simbología diversas, donde los afiches como tal eran prácticamente inexistentes. No había consignas unitarias ni temas comunes, sino una gráfica extraordinariamente diversificada que demostraba una portentosa emergencia de creatividad y de fuerzas sociales muy diversas. Pero, a la vez, reconocimiento de que se trataba de una lucha común. 274 Nuevas derechas autoritarias A pesar de la visión ampliamente generalizada de la sociedad chilena como una sociedad de alguna manera domada, una sociedad transformada culturalmente hacia el individualismo y el consumo, una sociedad pacificada, y por más que el gobierno, los partidos de derecha y los medios corporativos en forma sistemática y concertada denunciaron estas movilizaciones como violentas, como terroristas, como anarquistas, amenazas al exitoso modelo económico chileno, estas movilizaciones contaron con un nivel de apoyo mayoritario por parte del conjunto de la población. Este amplio movimiento fue interrumpido por la llegada de la Covid-19 y por las medidas de cuarentena y la represión impuesta por el gobierno de Sebastián Piñera. Resulta muy difícil pronosticar qué pasará cuando culmine la fase más aguda de la pandemia, pero se puede afirmar, con bastante confianza, que la sociedad chilena ya no es la misma. ML: Yo diría que la gran diversidad de temas que se plantearon en Chile, pero también en las movilizaciones de Colombia, por ejemplo, expresan que quienes salen a la calle a protestar perciben la dimensión sistémica de la crisis que estamos viviendo hoy. Es decir, ya no basta luchar por la educación y punto, o por el medio ambiente y punto, o por los derechos laborales, sino que todo está relacionado. Una movilización monotemática correría peligro de ser reabsorbida por la abrumadora capacidad de adaptación y reinvención del capitalismo contemporáneo. Aunque ciertamente cada grupo pone sus énfasis. Lo que está en peligro es el futuro en su conjunto. Hemos pasado de estos movimientos sectorizados, los obreros, las mujeres, los estudiantes, a movimientos más interseccionales que realmente logran abordar raza, clase, género y naturaleza al mismo tiempo y en conexión, y que se articulan, en muchos casos, alrededor de esto que es la reproducción de la vida o el cuidado de la vida. Esto es uno de los grandes aportes de los feminismos contemporáneos al pensamiento y las prácticas transformadoras. Por otro lado, en estas movilizaciones se sentía que no hay respuestas fáciles al problema de la organización, de la representación de las voluntades colectivas, ya que muchas formas de organización e institucionalidad tradicionales de las izquierdas también cayeron en descrédito por razones concretas, como las formas partidistas o sindicales. Para transformar hay que experimentar 275 ¿Qué decir de Argentina? Con Alberto Fernández ganó un hombre viejo, pero con las nuevas mayorías allá hay un proyecto de ley para legalizar el aborto, hay un mejor manejo de la pandemia al parecer. ¿En qué momento podemos transferir esa dinámica transformadora al Estado, sin cometer los mismos errores que tuvimos con los progresismos aquí? EL: A lo mejor con el tono celebratorio y el peso que yo le di a esto de la gráfica, la música, esto que podría sonar un poco hippie, quiero recordar algo que dije: a pesar de la oposición de toda la institucionalidad chilena, habían logrado que el Congreso convocase a un referéndum para preguntarle a la población si estaba de acuerdo o no con la convocatoria de una asamblea constituyente para redactar una nueva constitución. Las encuestas señalaban que una amplia mayoría iba a votar que sí. Ahí se abrían todos los riesgos de los procesos constitucionales y la experiencia de los progresismos, pero significaba la posibilidad de quiebre de ese modelo. No era en una lucha solo en el terreno simbólico. Se estaba cuestionando, con gran eficacia, como lo demuestra el acuerdo de convocatoria del referéndum a pesar de la feroz oposición de la derecha, los fundamentos del modelo. En esa voluntad de cambio había confrontaciones con temas absolutamente fundamentales, como el el régimen de aguas, siendo que Chile es el único país del mundo donde el agua está totalmente privatizada. Se ponían en cuestión asuntos de fondo referidos tanto en el régimen de propiedad como en el régimen político. Sin duda, estaban ocurriendo cambios significativos en la sociedad chilena. ML: Argentina hoy es una suerte de progresismo 2.0, es una sociedad que ha pasado por una primera fase del progresismo con todos los efectos de polarización social, de corrupción que hubo en toda la región. Luego ha pasado por un gobierno de derecha neoliberal y ha podido comparar, en una experiencia vivida, los contrastes. Esto llevó a que ahora hay más matices en las posiciones, más lugar para los grises entre el blanco y negro. Por esta experiencia particular, tal vez Argentina sí es un país donde se ha podido aprender más de las experiencias anteriores que en otras partes. En contraste, la victoria de Manuel López Obrador en México, donde, en cambio, no parece 276 Nuevas derechas autoritarias haber funcionado mucho el traslado de aprendizajes desde las experiencias progresistas de Suramérica. Los debates y procesos mexicanos no miran mucho hacia el Sur. Lamentablemente nuestros países suelen encerrarse demasiado sobre sí mismos y no se conoce mucho ni del que tenemos al lado. Sin embargo, creo que Argentina hoy tampoco se libra de los clásicos problemas de cooptación de líderes sociales, de seducción de todo lo que significan los espacio de ‘poder’ en el Estado. Hablan de la posibilidad de cambios constitucionales en Chile. Pero esos cambios no son garantía: vemos lo que ha pasado con las constituciones de Venezuela o Ecuador… EL: Para que estas fuerzas de cambio encuentren una expresión institucional, creo que todavía falta mucho camino por andar. Sabemos que con las constituyentes tan radicales de Ecuador, Bolivia y Venezuela finalmente, no se lograron los cambios a los cuales se aspiraba. Abundaron en declaratorias de derechos, pero no se logró desafiar lo suficientemente la propia institucionalidad y su funcionamiento con lo cual finalmente, se aplastó la energía transformadora. El Estado Liberal se impuso. Pero, al menos como escenario, una Constituyente ofrece mayores potencialidades de ruptura que unas elecciones. ML: Chile precisamente tendría esta ventaja: de poder construir su experiencia sobre la historia de las constituyentes de Bolivia y Ecuador, donde como dice Edgardo, se volvió a imponer el Estado liberal. Habría que analizar en qué quedaron cortos estos procesos constituyentes, poner mucho más énfasis en la descolonización y despatriarcalización del Estado, repensar a fondo este andamiaje institucional que se impuso en América Latina en el marco de la colonialidad y la división internacional del trabajo; repensar el presidencialismo. Obviamente adaptando estos aprendizajes al contexto chileno. Y no subestimar la enorme inercia que tienen las instituciones del Estado, concebidas en principio para garantizar condiciones estables a la acumulación de capital en escenarios cambiantes. Para transformar hay que experimentar 277 ¿Qué convergencias deben o puede haber para mantener y sostener esos derechos ganados y no retroceder y que no se disuelvan o desaparezcan ante este avance de las fuerzas y gobiernos reaccionarios? EL: Creo que, ante la desconfianza en la posibilidad de que se genere una organización política y un proyecto político integral que sea una expresión genuina de las aspiraciones de la población, las posibilidades de transformación pasan por múltiples experimentaciones. No hay forma de saber cuáles propuestas, cuáles iniciativas, cuáles pasos adelante son las que nos van a conducir con cierta efectividad, con mayor potencialidad, a las transformaciones necesarias. Asumir esto creo que desbloquearía, en el sentido de que abriría mayores posibilidades a que diversas iniciativas puedan reconocerse, proponerse, implementarse, caminar, retroceder, fracasar, evaluar, sin pretender de antemano saber —porque eso es imposible— cuáles son las iniciativas que tendrán mayor capacidad de defender los derechos ganados, de articular estas fuerzas diversas capaces de provocar los cambios deseados. La Asamblea Global por la Amazonia, que comenzó hace poco, es un buen ejemplo de otras formas de hacer política y de lograr la convergencia de movimientos muy diversos en todo el continente al margen de las confrontaciones y las divisiones existentes en las izquierdas. Más de 400 organizaciones y más de 3000 personas se adhirieron en muy pocas semanas a la propuesta. Las tres principales organizaciones/redes que hacen vida política en la Amazonia asumieron la conducción de este inmenso esfuerzo de articulación de luchas: la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (Coica) que agrupa a las organizaciones de cada uno de los nueve países amazónicos; la Red Eclesial Panamazónica (Repam), que ha tenido un apoyo y un empuje muy fuerte por parte del Papa Francisco; y el Foro Amazónico, que es una organización surgida del Foro Social Mundial, que ha realizado sucesivos foros anuales de la cuenca amazónica. Aquí se está hablando de defensa de derechos, defensa de la Madre Tierra, de la defensa de la Amazonia, de la defensa de los pueblos habitantes en la Amazonia. No se trata solo de producir declaraciones, el objetivo fundamental de 278 Nuevas derechas autoritarias todo este proceso es crear plataformas de lucha en diferentes ámbitos para articular enfrentamientos en relación a estos temas. Me parece que es una alianza de diferentes organizaciones y sí está desarrollando cierta dinámica. Pero para lograr un cambio real, ¿ustedes ven un sujeto privilegiado o determinante? ¿O, simplemente, hay que buscar gente de buena voluntad de todos lados? ML: A mí me parece que la recurrente pregunta acerca de un “sujeto privilegiado”, que pudiese liderar algún proceso de transformación, es un asunto del pasado. Es una de las herencias de esta izquierda de los siglos XIX y XX, en crisis histórica, que había instaurado desde la teoría el sujeto proletario como este “sujeto privilegiado”, a pesar de que en la práctica este sujeto no ha sido mayoría en ninguna de las revoluciones realmente existentes de la historia. Es una herencia de la izquierda que creía en las vanguardias y en la dictadura del proletariado. Desde el colapso del bloque soviético, que dio por terminada esta era, andamos buscando el ‘nuevo sujeto’ y no entendemos que, quizás, las respuestas están en otro lado. Los movimientos sociales que se desarrollaron a partir de 1968 en muchas partes del planeta ya se enmarcaban en otra comprensión de sujeto, mucho más plural y dinámica, que sin embargo coexistió con la apreciación de que debía haber un ‘sujeto privilegiado’ al menos hasta 1989, y en parte incluso más allá. Las luchas de las últimas décadas, desde Occupy o el 15-M en España, la Primavera Árabe, las movilizaciones del 2019 en muchas partes del mundo, apuntan a otra dirección. Hoy muchas luchas son multitemáticas, anti-sistémicas desde muchas aristas, y sin creer en un evento de ruptura único como lo sugiere el imaginario de revolución. Son luchas que apuntan a revertir las estructuras, pero a la vez reinventar las subjetividades, atravesadas y moldeadas por las múltiples relaciones de poder, con dimensiones culturales importantes. Pero esto no significa que estemos hablando de “gente de buena voluntad” en términos individuales. Las fuerzas sociales capaces de interpelar el orden imperante son fuerzas organizadas, colectivas, Para transformar hay que experimentar 279 pero que no se organizan necesariamente bajo los formatos tradicionales de las izquierdas. Podríamos hablar de todo un abanico de expresiones de formas de sociedad organizada. En América Latina han cobrado mucha fuerza las luchas territoriales, las formas de producir el espacio y de habitarlo de otra manera, colectivamente, muchas veces a partir de la resistencia contra proyectos de ‘desarrollo’ impuestos. Han cobrado fuerza en este contexto las lógicas comunitarias, la creación de comunidades alrededor de la construcción y del cuidado de lo común. En nuestras estrategias de transformación tenemos que encarar al mismo tiempo aspectos estructurales —actores que generan estructuras como empresas transnacionales en este caso, o gobiernos que generan estas estructuras de Tratados de Libre Comercio— y cuestiones mucho más cotidianas como nuestros hábitos, nuestras rutinas, nuestros deseos, nuestras prácticas de consumo, que juegan en otro nivel completamente, pero el desafío, precisamente, está en mostrar las interrelaciones que existen entre estos niveles. También hay una dimensión cognitiva en esto: cuando decía que estamos presenciando movimientos sociales interseccionales que logran conjugar los diferentes temas que antes eran o del uno o del otro, y logran ponerlos en relación, eso se traduce también a las estrategias. Edgardo y yo somos parte de un proceso más amplio que va un poco en una dirección similar, aunque tiene otro objeto que la Asamblea Amazónica, que se llama Pacto Ecosocial del Sur. Este pacto fue lanzado a finales de junio de este año por un conjunto de unas 60 o 70 organizaciones sociales diversas de muchos países latinoamericanos, entre los cuales figuraban lo que se podría calificar como sujetos muy diversos: desde organizaciones sindicales, organizaciones de mujeres, facultades de universidades, organizaciones estudiantiles, organizaciones indígenas, ambientalistas, urbanas, colectivos culturales… realmente una gama bastante amplia. De ese foro surgió una declaración de unas tres páginas que intenta describir la situación actual y termina en unas nueve propuestas. Estas propuestas conforman una base para la discusión de hacia dónde las sociedades latinoamericanas deberían transitar para salir, no solamente de esta pandemia, sino de la crisis multidimensional profunda, civilizatoria, 280 Nuevas derechas autoritarias que nos está preocupando en este momento que estamos atravesando. Es más una invitación a construir un horizonte compartido. Esta declaración ha recogido firmas, lo sigue haciendo, pero igual que en el caso de la Asamblea Amazónica no era el fin en sí, ni pretende ser abarcativo el texto, sino únicamente marcar con algunas pinceladas una dirección. Por ejemplo: justicia social, justicia ambiental, justicia racial, que deberían ser elementos fundantes, constitutivos de estas nuevas sociedades que debemos construir. El Pacto Ecosocial no tiene ninguna pretensión de liderar, sino más bien, de construir sus propuestas a partir del legado de las organizaciones sociales y de las luchas de las últimas décadas. Es decir, tiene más bien una vocación de retaguardia, de articular lo que se ha hecho en las diferentes partes del continente, y de invitar a confluir alrededor de lo que es el paradigma de cuidado, del cuidado de la vida, reconociendo la interdependencia, no solamente la de nosotros los humanos con nuestro contexto, nuestro entorno, sino también la interdependencia de los diferentes actores sociales entre sí. Si analizamos las nueve propuestas del Pacto Ecosocial, van desde una reforma tributaria progresiva hasta repensar la integración regional, pasando por la soberanía alimentaria, una propuesta de renta básica universal, pero también se contemplan diferentes aristas de la redistribución. No se trata de solo redistribuir riqueza en términos de dinero de ingreso y patrimonio sino también de redistribuir la tierra, el acceso al agua y a las semillas, el trabajo asalariado, el tiempo. Todo esto está, además relacionado entre sí, no son propuestas aisladas la una de la otra. El documento propone una suerte de “embrión” de esas articulaciones. Ahora, desde que está en circulación, encuentra su propio andar en la generación de diferentes capítulos país, en diferentes países latinoamericanos. No se puede decir en este momento hasta dónde va a prosperar este proceso, pero en todo caso, en términos de articulación de sujetos ya ha tenido éxito. Para transformar hay que experimentar 281 ¿Cómo están pensando ustedes el tema de las estrategias y cómo se mueve el pacto en una región tan polarizada? ML: Creo que, en términos de estrategia, el Pacto es una propuesta que apuesta al movimiento desde abajo y a la construcción desde abajo, y a la compenetración o el fortalecimiento de experiencias populares por el intercambio de experiencias, por la expansión horizontal, por un lado. Pero también sabemos que las condiciones de posibilidad de todas esas experiencias se juegan en otro nivel, y que, si no hay un tipo de institucionalidad que las protege de los apetitos, por ejemplo, del capital transnacional, lo ganado puede revertirse muy rápidamente y terminar en un desastre. Por eso pensamos que sí hay que jugar también en ciertos ámbitos de la institucionalidad existente, justamente para, al menos, mejorar al máximo estas condiciones de posibilidad e, idealmente, también lograr transformar esta institucionalidad misma, que hoy se llama el Estado. Yo intento últimamente evitar hablar de ‘el Estado’ así nomás, sin especificar, porque a la gente le desencadena una serie de asociaciones que creo que tenemos que poner en cuestión. Por ejemplo, se suele confundir el Estado con el gobierno, o se suele asociar el Estado solo con la escala nacional, mientras es un paisaje de instituciones mucho más complejo, más diverso y contradictorio a la vez. Creo que estamos en un momento en el que muchas organizaciones y movimientos, después de la experiencia progresista, ponen en duda el apostar a ganar el poder ejecutivo de un país, según el lema: “tenemos el poder y vamos a transformar todo desde arriba”. Esto sigue existiendo en el campo progresista partidista, pero no en estas articulaciones más amplias de organizaciones y movimientos, porque en Sudamérica se ha vivido en carne propia la enorme limitación que tenía esta estrategia, de la misma manera que se ha vivido la limitación de las estrategias de lucha armada en muchos contextos. EL: Cuando hablamos de la polarización de las izquierdas en América Latina, hay un eje destacado que es la polarización entre el Estado-centrismo y el comunitarismo: quienes creen que el Estado es pecado y quienes creen que esas cosas comunitarias son una cosa medio hippie y que no tienen ningún futuro: “si usted quiere hacer 282 Nuevas derechas autoritarias su cooperativa con diez personas con su huertita, distráigase ahí, no importa”. Con el Pacto Ecosocial del Sur, sin entrar en una discusión teórica conceptual sobre qué es el Estado y qué es la comunidad, se está planteando un conjunto de propuestas articuladas interdependientes, como señaló Miriam, Algunas de ellas se refieren al Estado. Cuando se habla una reforma tributaria, o del ingreso mínimo universal, se trata de exigencias que se le hacen al Estado. Pero esa es solo una de las dimensiones del Pacto. Otras dimensiones se refieren a procesos de auto organización, y solidaridad, que de modo alguno dependen del Estado. Una propuesta similar a lo de ustedes, pero desde el Norte Global, es el Green New Deal. ¿Cómo ven ustedes la relación del Pacto en sus diferencias y similitudes con el Green New Deal? ML: Mi lectura del Green New Deal es que es más Estado-céntrica que la del Pacto Ecosocial del Sur, porque también juega en otra sociedad y en otras condiciones. Siento que en el mismo término, el Green New Deal, evoca de alguna manera la época dorada del “fordismo”, cuando el Estado podía redistribuir en algunas partes del mundo, y se acuñó el término Estado de bienestar. Entonces, eso es diferente en el caso del Pacto. EL: El Green New Deal un concepto que tiene diversas connotaciones, presenta diferentes énfasis y diversas prioridades en una gama de perspectivas más o menos radicales de cuestionamiento a las estructuras del capitalismo. Lo fundamental es que busca articular, en una sola plataforma de lucha, la defensa del planeta con la lucha por la justicia y la igualdad. Por su dimensión ecológica, muchas de las principales organizaciones ambientales de los Estados Unidos como 350.org, Greenpeace, Sierra Club, Extinction Rebellion y Amigos de la Tierra, etc., han asumido esta propuesta como propia. En su uso más generalizado, tanto en Estados Unidos como en Europa, pero fundamentalmente en Estados Unidos, lo que se propone es una reestructuración del conjunto de la economía en función del bienestar de la población y no del beneficio del capital, asegurando que esto sea en forma Para transformar hay que experimentar 283 compatible con la preservación y recuperación de la naturaleza. Se propone el fortalecimiento del ámbito del sector público estatal y modalidades de redistribución radical para asegurar una sociedad más equitativa, más justa. Se le otorga un peso medular a la necesidad de la generación de empleo de calidad, sistemas impositivos progresivos, y una masiva inversión pública. El Green New Deal tiene muchos puntos de encuentro, de coincidencias con otras familias político-ideológicas que se han venido constituyendo en los últimos tiempos como la transformación socioecológica, el posdesarrollo, el decrecimiento, la desglobalizacion, forma parte de ese ámbito de búsquedas de alternativas ante la crisis del capitalismo. Para responder a la pregunta (¿En qué se diferencia el Green New Deal gringo a lo que se puede plantear o se está planteando en América Latina?) hay un documento paradigmático que es una ley introducida en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, a comienzos del año 2019, por Alexandria Ocasio-Cortez, con el respaldo, asombrosamente, de unos 60 representantes demócratas. Esta es una plataforma amplia que propone medidas para abordar el enfrentamiento al cambio climático y sus múltiples impactos en la exacerbación de las injusticias sistémicas. La denominan así destacadamente, “injusticia sistémica”, esto es injusticias raciales, regionales, sociales, ambientales y económicas, que afectan en términos desproporcionados a las poblaciones indígenas, las comunidades de color, los migrantes, los habitantes de las zonas desindustrializadas, los pobres, los que viven sin vivienda, las mujeres, los adultos mayores, los discapacitados y los jóvenes. Para ello se propone la creación de un programa federal de masivas inversiones en infraestructura y políticas de generación de empleo equivalente al New Deal implementado por Franklin D. Roosevelt en los años 1933-1938 para salir de la Gran Depresión. En América Latina, en la izquierda, hay un cierto escepticismo y desconfianza en relación a las cosas que ocurren en Estados Unidos y a veces no hay suficiente interés como para poder detectar algunos desplazamientos, y algunas cosas extraordinariamente importantes que están pasando en ese país. Probablemente, en la actualidad, el lugar del planeta donde la noción de socialismo y de izquierda tiene 284 Nuevas derechas autoritarias más vigor y donde es menos rechazado es en Estados Unidos. Cuando Bernie Sanders, en el 2016, se presentó como candidato del socialismo democrático en las primarias de las elecciones presidenciales del Partido Demócrata, millones de personas lo respaldaron y se creó un vigoroso movimiento de base, fundamentalmente de gente joven. En América Latina, alguien que se presente como socialista democrático es poco probable que pueda tener tanto éxito. El Green New Deal y lo que lo acompaña en términos de sujetos y de imaginarios, creo que es una expresión fundamental del desplazamiento hacia la izquierda o centro izquierda que se ha venido produciendo, tanto en algunas esferas de la opinión pública, con la participación prioritaria de gente joven, jóvenes de todos los sectores sociales y de todas las mal llamadas razas, así como sectores importantes del Partido Demócrata. Este desplazamiento se ha acelerado como consecuencia de la creciente polarización que han generado las políticas reaccionarias, patriarcales y racistas de Donald Trump de estos últimos años. Ha sido crucial el papel de organizaciones de afroamericanos como Black Lives Matter. Es esencial destacar las enormes potencialidades de relación, coincidencia y cooperación entre las propuestas que están surgiendo en el Norte y en el Sur, para abrir debates y reflexiones Norte-Sur. También es importante identificar diferencias que no son simplemente diferencias de voluntad política, sino expresión de diferentes contextos históricos estructurales. Sería importante no asumir que el Green New Deal es cosa de los norteamericanos que tiene que ver con las políticas del gobierno de Roosevelt o con imaginarios derivados de esa experiencia y que por lo tanto tiene poco que decirnos para los retos que confrontamos en América Latina. Es conveniente acercarse a esa propuesta, sabiendo que en ella está involucrada mucha gente de izquierda, mucha gente y organizaciones con la cual podemos y debemos tener relación y diálogo. Para poder entrar en el diálogo, tenemos que partir del reconocimiento, no solo de lo que tenemos en común, sino de algunas diferencias que también están presentes. Entender esas diferencias permitiría la posibilidad de tener un diálogo transparente y con confianza. Para transformar hay que experimentar 285 Las principales diferencias del proyecto de ley presentado por Alexandria Ocasio-Cortéz respecto al debate crítico latinoamericano actual son las siguientes: 1. La propuesta del Green New Deal no hace referencia explícita al papel de los Estados Unidos y sus corporaciones en el sistema mundo capitalista contemporáneo. Cuando se habla de redistribución, se lo hace al interior de los Estados Unidos, no a una escala global. Un proyecto de ley que está planteado para transformar políticamente la dirección de la política pública en Estados Unidos, difícilmente va a centrarse en el colonialismo. Pero, de todas maneras, esto crea puntos ciegos tanto en relación al cambio climático, como en relación a la desigualdad, pensados en términos planetarios. Esto, por supuesto, hay que verlo en el contexto político/cultural en el cual se producen estas propuestas, pero esa es una clara diferencia. Pensar en estos asuntos desde América Latina, inevitablemente, tiene que incorporar una caracterización del sistema mundo, la historia colonial y las profundas desigualdades implicadas en la división internacional del trabajo y de la naturaleza. 2. En las propuestas de inversiones públicas masivas para proveer niveles sin precedentes de prosperidad y seguridad económica para toda la población de los Estados Unidos, no aparece un reconocimiento de los límites del planeta ni se advierte sobre la imposibilidad de un crecimiento sin fin en un planeta limitado. En América Latina los debates sobre la transformación eco-social incorporan, necesariamente, el cuestionamiento al desarrollo y e imaginaros del post-desarrollo. 3. En tercer lugar, después de las experiencias fracasadas del Estado-centrismo de los gobiernos progresistas, en las que el Estado fue asumido como expresión del interés general de la sociedad y como el principal agente de la transformación de ésta, difícilmente puede pensarse que la transformación socio-ambiental en América Latina pueda tener como eje la acción del Estado. Pero insisto, más allá de estas diferencias, el Green New Deal ofrece enormes oportunidades para diálogos, encuentros y colaboraciones entre movimientos sociales y de izquierda de los Estados Unidos y el Sur Global. 286 Nuevas derechas autoritarias Parece obvio que hay que buscar aliados en el Norte Global si hablamos sobre la crisis global que tenemos, por lo menos en lo que se refiere al cambio climático. Coinciden los entrevistados de este libro en que “el miedo es la principal herramienta de las derechas reaccionarias” y es el miedo presente, en el tema del cambio climático, en la pandemia… ¿Cómo plantear tareas tan grandes ante crisis tan grandes? EL: Los dos casos más perversos de respuesta a la crisis de la Covid-19 son Trump y Bolsonaro, y sin embargo, ni Trump ni Bolsonaro han utilizado el miedo a la pandemia como instrumento para su actuar político, por el contrario, han intentado caracterizar la pandemia, como dice Bolsonaro, como “una gripesiña”. Trump, declaró que se iría sola: “llegará un momento en que nos levantamos un día y ya terminó”, tratando por completo de evitar el impacto económico por la vía de la cuarentena, del freno a la economía. En ambos casos, su prioridad ha sido el próximo proceso electoral, cuyos resultados les serían desfavorables en una economía en recesión con altos niveles de desempleo. Por otra parte, hay diferencias entre el miedo como expresión de cautela, de responsabilidad, y un pánico paralizante, o una postura que afirme que “si nos vamos a morir todos, mejor nos vamos y montamos una fiesta y nos contaminamos todos y salimos de eso de una vez”. Hay necesariamente una tensión entre compartir, distribuir, informar, divulgar, toda la información con la cual se cuenta sobre el cambio climático, demostrar que si no se toman medidas drásticas estamos aproximándonos a una situación de catástrofe planetaria, y el objetivo de no generar un miedo, un pánico paralizante. Hay que acompañar todos los mensajes sobre la gravedad de la crisis climática con una discusión de las medidas que habría que tomar para evitar el colapso. Destacando que se requieren transformaciones en todos los niveles, desde los patrones de consumo individual hasta profundas transformaciones políticas y económicas de carácter estructural. Es indispensable el reconocimiento de que está en juego la vida tal como la conocemos en el planeta Tierra, pero a la vez afirmar que esto no forma parte de una especie de ley natural. El futuro de- Para transformar hay que experimentar 287 pende de la acción humana. Si no tenemos un mínimo de temor en relación a lo que podría pasar, no estaríamos presionados para actuar. Pero, si tenemos demasiado temor, o si vemos el colapso como inevitable, habría igualmente pocos incentivos para actuar. ML: Creo que los desastres ya están marcando, en los hechos, la vida de los jóvenes hoy en día: las olas de calor, los incendios gigantes como en la Amazonia o en Australia, los huracanes, las inundaciones. Ahora la pandemia de la Covid-19. Lo que nosotros intentamos hacer, es indagar y explicar las causas de estos desastres, para que las personas sepan que pueden y deben actuar. Ponerles en condiciones de entender las interrelaciones, precisamente, entre el capitalismo como horizonte civilizatorio y estos desastres. Invitarles a asociarse con otras y otros en un rumbo compartido de transformación. Yo creo que esto no es generar miedo, es generar la posibilidad de emancipación y acción, de recuperar algo de soberanía sobre la propia vida. Por supuesto al mismo tiempo hay que combatir los diversos negacionismos que circulan: el negacionismo al cambio climático, el negacionismo frente a la pandemia y las numerosas teorías de conspiración que han fusionado ciertas corrientes esotéricas y de salud alternativa con corrientes de extrema derecha, últimamente. Pero nuevamente, combatir el negacionismo no equivale a generar miedo. Es generar una conciencia informada del riesgo, o de los riesgos a los que la vida está expuesta, y esto, a mi manera de ver, es necesario para sostenerla. Entrevista: Alexandra Martínez y Ferdinand Muggenthaler