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¿La modernidad nos ha llevado a superar definitivamente la idea de un Dios que controla nuestra sociedad? ¿O el nuevo Dios son las instituciones que cumplen esas mismas funciones de control? Roberto Solarte Rodríguez

La tardía polémica sobre el ateísmo   (Tiempo estimado: 5 - 9 minutos)  Categoría: Economía y Sociedad  Creado: Domingo, 14 Mayo 2017 23:20  Escrito por Roberto Solarte  Visto: 3818 …(aunque en Colombia prosigue la polémica). ¿La modernidad nos ha llevado a superar definitivamente la idea de un Dios que controla nuestra sociedad? ¿O el nuevo Dios son las instituciones que cumplen esas mismas funciones de control? Roberto Solarte Rodríguez* ¿País laico? Los Estados modernos han construido constituciones que garantizan los derechos y separan los poderes. Y uno de los principales derechos civiles es la libertad de conciencia, pues todas las personas tienen los mismos derechos sin importar sus creencias. Un Estado que garantiza este derecho se define como laico, ya que mantiene la separación entre las instituciones religiosas y las instituciones públicas. Esta separación implica respeto, pero tiene distintos niveles de incidencia. La historia de las constituciones en Colombia ha sido la de una lucha permanente entre el Estado confesional y el laico. Esta ha sido una historia trágica, plagada de intolerancia y violencia. Con la Constitución de 1991 se logró cierto consenso al respecto. No obstante, desde entonces se han multiplicado las posiciones fundamentalistas en Colombia. El país se ha vuelto más laico y más abierto a la diversidad étnica y social. Pero, ahora que ha bajado el peso de la guerra, se han hecho visibles problemas como la enorme corrupción y las tensiones religiosas. Estas últimas se han hecho evidentes con los diversos intentos para imponer posturas religiosas a los ciudadanos, por un lado, y con las declaraciones militantes de ateísmo, por otro. La pregunta por el significado del ateísmo ha estado en el centro de estos debates. Para analizar el problema del ateísmo no quiero detenerme en las polémicas recientes que las campañas políticas colombianas han puesto a circular. Tomar partido en estas disputas supone que es posible pensar contra algo o hacerlo de manera seria y sensata. Por eso es necesario tomar distancia de cualquier de las posturas y estudiar las implicaciones del concepto de “la muerte de Dios”. Dios casi ha muerto Friedrich Nietzsche, filósofo alemán. ¿Dios ha muerto? Foto: Wikimedia Commons  Las persecuciones a los ateos son antiguas. Ya en el siglo I de nuestra era los cristianos fueron acusados, entre otras cosas, de ateos. Su comprensión de lo religioso rompía con el molde tradicional. Lo mismo podría decirse de Jesús, cuya referencia a su padre celestial equivalía a no ser creyente en la religión imperante. Por eso fue acusado por la masa y condenado por las instituciones políticas y religiosas. Y acabó crucificado. Algunas personas querrán decir que este fue un hecho fortuito en la historia, pero otros tal vez prefieran decir que se trata de un acontecimiento fundamental: la muerte de Dios. El ateísmo, en un primer sentido de la muerte de los dioses, parece entonces algo esencialmente vinculado al cristianismo: ¡vaya paradoja! Ahora que ha bajado el peso de la guerra, se han hecho visibles problemas como la enorme corrupción y las tensiones religiosas. Algunos filósofos han reflexionado al respecto. Friedrich Nietzsche, por ejemplo, dijo en su libro La gaya ciencia: “¡Dios ha muerto! ¡Dios seguirá muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolamos los asesinos de todos los asesinos? Lo más santo y más poderoso que el mundo poseía hasta ahora se ha desangrado bajo nuestros cuchillos, ¿Quién nos lavará esta sangre? ¿Con qué agua podremos limpiarnos? ¿Qué fiestas expiatorias, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? ¿No hemos de convertirnos nosotros mismos en dioses, sólo para aparecer dignos ante ellos?”. El hombre que grita en el libro de Nietzsche es un loco a los ojos de los muchos que están en el mercado. Se trata de la masa que permanece ocupada en sus asuntos, desentendida de Dios, en un ateísmo práctico que consiste en rituales no reconocidos. Pero la lucidez del loco le permite decir que no podemos vivir sin lo religioso. Así, para purificarnos de este asesinato creamos nuevos ritos e inventamos nuevas religiones en las que guardamos recuerdos de ese Dios que asesinamos. A primera vista, en el contexto de esa obra, se trata de sostener que hay un conocimiento que afirma la vida y que sabe que la creencia en Dios resulta insostenible. Ese Dios que muere es la moral, la razón y el sentido, inventos humanos con los que se niega la vida y se aspira a un más allá inasible. Nuestro moderno escepticismo nos impide afrontar lo que acontece en la muerte de Dios; si es verdad que ya no creemos en los dioses antiguos, aún no estamos preparados para afrontar seriamente el vivir sin dioses. Este es el resultado positivo de la modernidad, un proceso en el que el ser humano se va comprendiendo cada vez más como producto de sí mismo, como un ser auto-determinado. Hemos dejado de ser niños que sueñan con cielos fantásticos; ahora, como adultos, nos valemos por nosotros mismos y queremos la vitalidad (Así habló Zaratustra). Nietzsche nos enseñó más, pues sostuvo que “nosotros (…) hemos matado” a Dios. De ahí se deduce que lo religioso es un mecanismo de asesinato colectivo. Es el asesinato de esos dioses lo que funda las instituciones sobre las cuales vivimos, en una plácida ignorancia de lo que hemos hecho. Según el filósofo Rene Girard lo que acontece en la muerte de Dios no es que primero existan los dioses y luego los asesinemos, sino lo contrario: los dioses emergen del sacrificio como los puntos focales que dan sentido y orden a las comunidades. Las modernas instituciones, mercado y Estado de derecho, son sustitutos de los antiguos dioses. Lo sagrado hoy Georg Hegel.   Foto: Wikimedia Commons El filósofo Georg Hegel definió al ateísmo moderno como el resultado del proceso de secularización, por el cual la conciencia y la razón ocupan el lugar de lo sagrado, aunque sigan necesitando aún el perdón frente al mal. La secularización del mundo se inicia con la encarnación de Dios en un individuo concreto. Y este despojamiento radical de sí mismo es el ocaso de las falsas trascendencias. Aún no estamos preparados para afrontar seriamente el vivir sin dioses. La muerte de Jesús en la cruz no solo es un proceso colectivo de violencia (típica acción de la religión o de la cultura), sino que es su entrega a la muerte: la muerte de Dios. Este sacrificio culmina la encarnación y se convierte en una posibilidad abierta a todo ser humano, el perdón como una lógica inversa a la que lleva a la violencia. Esta posibilidad está disponible en la intimidad cada uno, donde Dios puede ser experimentado como la comprensión de nuestra humanidad como un ser para los otros. Al mismo tiempo, desde la crucifixión, ese Dios se ha alejado y permanece en silencio. Este es el segundo sentido del ateísmo moderno: experimentar el alejamiento de Dios. Para Hegel, las instituciones de la sociedad secular, el mercado y el Estado de derecho, son mecanismos religiosos. En el mercado los individuos modernos realizan su libertad, entendida como preferencia. Este es el campo concreto donde se da realidad a la autodeterminación. Pero el mercado también es una máquina que produce riqueza solo a costa de producir exclusión. Se podrán asumir diversas posiciones sobre el control del mercado, pero es algo que no logramos cuestionar, pues es la fuente del sentido, la realidad última gracias a la cual nos comprendemos. El otro lugar de lo sagrado es el moderno Estado de derecho, centrado en la Constitución que garantiza los derechos a los ciudadanos y divide los poderes para impedir la tiranía. Se trata de un Estado laico, en el que todos nos comprendemos como ciudadanos en condiciones de igualdad. Su sacralidad es más profunda que la del mercado y nace de la violencia de la Revolución francesa. Esta revolución fue una ceremonia expiatoria, en la que lo sagrado, el rey, fue decapitado para dar curso a una orgía de sangre que solo paró con otro rey: el emperador revolucionario. Para sostener las instituciones modernas, el emperador se inventó el servicio militar, con lo que los ciudadanos, a quienes el Estado debía garantizar la vida y los derechos, pasaron a entregar su vida para garantizar la vida y los derechos. Así, a ojos de Hegel, el Estado de derecho, aconfesional y tolerante, y el mercado liberal, pragmático y egoísta, son los grandes sustitutos modernos de lo religioso. Nuestro país es constitucionalmente laico, pero se sostiene por nuestra creencia en sus instituciones. Sin embargo, lo religioso todavía persiste en el afán de perseguir enemigos. Del Dios oculto encontramos las huellas en nuestra más profunda intimidad silenciosa. Si, como sostienen Hegel y Girard, ha sido Dios quien ha desencadenado la secularización y el ateísmo modernos, estamos ante otro “otro” totalmente apacible, que no compite con las divinidades que nos inventamos, y de quien podemos aprender la renuncia a la venganza, la persecución y la exclusión.   * Doctor en Filosofía de la Universidad Javeriana (2008); exdirector de departamento y profesor de la Facultad de Filosofía de la misma universidad.