Una relación engañosa
Por Samantha Carter
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Jenny Forrest estaba convencida de que el mundo conspiraba contra los solteros.
La solución sería encontrar a alguien, más o menos atractivo, y al que no le interesaran las relaciones estables, pero que estuviera dispuesto a defenderla de parientes cotilla, ex novios irritantes y bien intencionadas casamenteras.
Ken Parks era el hombre ideal para desempeñar aquel papel. Atractivo, encantado y poco amigo de compromisos... era el acompañante perfecto. O eso creía Jenny, hasta que se dio cuenta de que sus besos eran de todo menos fingidos y que el brillo "amistoso" de sus ojos prometía mucho más...
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Una relación engañosa - Samantha Carter
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1998 Shanna Swendson
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una relacion engañosa, n.º 951- octubre 2022
Título original: The Emergency Stand-By Date
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-321-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
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Capítulo 1
NORMALMENTE, Ken Parks no creía en ahogar sus penas en alcohol, pero ésa era una de las situaciones de su vida en las que no quería ser capaz de pensar con coherencia en las decisiones que había tomado. En cuanto vio a Kristen bajar por el pasillo de la iglesia, vestida de blanco, supo que había cometido el mayor error de su vida. Como no quería sufrir más de lo necesario, huyó lo más pronto posible del salón del hotel en el que se celebraba la recepción y se sentó en el bar del vestíbulo.
Se juró que no volvería a guiarse por su corazón para tomar decisiones importantes, ya que éste siempre se equivocaba. La próxima vez no se portaría como un completo romántico. Sería precavido y esperaría a ver la reacción de la mujer antes de decidirse a saltar en el vacío. Y no se rendiría fácilmente sólo porque una relación no pareciera plenamente ideal.
Miró por encima de su vaso de ron con cola y vio a una mujer al otro lado del vestíbulo. Cuando ella se volvió para entrar en la zona del bar, bajó el vaso y la observó. Iba vestida con un vestido azul que ceñía sus curvas y caía con gracia en torno a sus muslos. El cabello, castaño claro, le rozaba los hombros, y las luces le arrancaban brillos al moverse. Llevaba la barbilla alta y la espalda muy recta. Sus ojos brillaban como si acabara de llorar. Una etiqueta clavada al vestido informaba que se trataba de Jenny Forrest, graduada en la escuela superior de Jacksboro.
Ken la observó acercarse a la barra del bar. Quizá la velada no fuera una pérdida de tiempo después de todo. Como mínimo, podía estar dispuesta a escuchar su triste historia, y parecía que tenía también una que contar.
La joven se sentó en el taburete contiguo al suyo, se arrancó la etiqueta del vestido, la arrojó a un cenicero e hizo una seña al barman. Parecía dispuesta a emborracharse y Ken se alegró de ello. No le gustaba beber solo y no le importaría que ella se le uniera. La velada parecía cobrar interés de repente. En lugar de regodearse en su desgracia, podía oír la historia de otra persona y seguro que sería mucho más entretenida que la suya.
—Un vaso de vino blanco —dijo la mujer, cuando se acercó el barman. Su voz era ligeramente ronca, con un leve acento texano.
Ken la miró intrigado. El vino blanco no era la bebida que solía elegir una persona para emborracharse. O había interpretado mal los signos o ella no tenía ni idea de lo que era beber.
La joven se apartó el pelo de los ojos y respiró hondo, como si quisiera librarse de una mala experiencia. De cerca, vio que tenía los ojos enrojecidos, aunque no vio restos de lágrimas en sus mejillas. Se controlaba bien, pero estaba a punto de derrumbarse.
Ken, siempre caballeroso, no podía soportar ver sufrir a una mujer sin ofrecerle consuelo.
—¿Se encuentra bien? —preguntó, con un tono de voz algo distante para que no creyera que intentaba ligar con ella.
La joven se giró como si fuera la primera vez que lo veía.
—¿Cómo ha dicho? —preguntó, con una mirada helada.
Las lágrimas contenidas daban a sus ojos un brillo verde. Ken se sintió embrujado; se preguntó si utilizaría aquella mirada para atontar a su presa, pero decidió que eran los efectos del ron después de las varias copas de champán de la boda. No estaba borracho, pero tampoco pensaba ya muy racionalmente.
—Lo siento —musitó—. No pretendía entrometerme, pero le costará un rato emborracharse con eso —señaló el líquido pálido de su vaso.
La mujer enarcó las cejas.
—¿Y por qué cree que quiero emborracharme? He pedido un vaso de vino porque es lo que me apetece beber.
Ken movió la cabeza.
—No, usted no ha venido a esta barra porque quisiera un vaso de vino. Está teniendo un mal día. Le cuesta trabajo controlarse, pero lo hace muy bien —le dedicó su sonrisa más encantadora—. ¿Cuál es su historia? ¿Tiene algo que ver con esa etiqueta con el nombre que acaba de arrancarse?
La mujer frunció el ceño.
—¿Y por qué cree que podía interesarme contarle mi historia?
—Porque el barman parece ignorar nuestros problemas —repuso él—. Vamos, se sentirá mejor si habla de ello. Somos como desconocidos que se sientan juntos en un avión. Podemos contarnos lo que queramos porque no volveremos a vernos. Es como una terapia, pero más barato.
La joven se mordió el labio inferior, y una lágrima rodó al fin por su mejilla. Se la secó con la mano, pero la mancha húmeda permaneció en la piel, junto con una pequeña pinta de sombra de ojos.
—¡Diablos! —exclamó con voz temblorosa—. He jurado que no me harían llorar.
—¿Quiénes? —preguntó él, olvidando por el momento sus propios problemas.
—¿Fue usted a la reunión del décimo aniversario de su graduación? —preguntó ella.
—Sí.
La mujer se lamió los labios y lo observó un momento.
—A ver si lo adivino. Usted era muy popular, delegado de la clase y atleta. Y ahora que se ha hecho mayor y ha triunfado, todos se quedaron más impresionados aún.
Ken negó con la cabeza.
—Se equivoca —dijo; sonrió—. Era subdelegado.
—Y supongo que soltero —comentó ella, señalando su mano sin anillo.
—Oh, sí; soy soltero —musitó él; terminó su vaso de un trago. Eso era algo que no quería que le recordaran.
—Y apuesto a que a nadie le importó nada. De todos modos, probablemente fue acompañado de una mujer atractiva, tal vez alguien a la que había conocido en la escuela.
Había acertado de nuevo. Había ido acompañado por Kristen. No habían salido juntos en la escuela superior, pero los padres de ambos eran amigos desde que podía recordar, y la conocía desde la infancia.
—Sí, fui acompañado.
La joven tomó un gran trago de vino y se echó el pelo hacia atrás.
—Bueno, yo no era popular. Fui a una escuela pequeña y, sin embargo, nadie sabe quién era. He mejorado mucho desde entonces y confiaba en que alguien se diera cuenta. Pero no importa el éxito que tenga una mujer en los negocios o en la vida, su triunfo se sigue midiendo por su capacidad para atrapar a un hombre.
A medida que hablaba, levantó la voz y sus mejillas se colorearon.
—Eso es duro —admitió Ken, aunque no estaba seguro que pudiera compararse con ver cómo se destruía su vida porque la mujer que estaba hecha para él se casaba con su mejor amigo en el preciso momento en que se daba cuenta de que estaba hecha para él.
Jenny Forrest miró su vaso de vino.
—Sabe, ahora que lo pienso, me parece una tontería. La mayor parte del tiempo, no me importa no hacer mucha vida social. Me gusta mi profesión, tengo unos pocos amigos buenos y muchas cosas que hacer. No necesito un hombre para sentirme completa. Pero en noches como ésta me gustaría tener una cita disponible para emergencias.
—¿Cita para emergencias? —preguntó él.
La joven echó la cabeza a un lado.
—Ya sabe, un amigo del sexo contrario al que se pueda llevar a las fiestas oficiales, bodas, reuniones de clase, cuando necesitas una cita y no tienes a nadie a quien llevar.
—¿Y qué hay que hacer para convertirse en una cita así?
—La primera parte es fácil. Sólo ser presentable en público y capaz de comportarse de un modo que no te avergüence. El segundo requerimiento es más complicado. Tiene que saber que sólo te está haciendo un favor como amigo, un favor que le devolverás. Que le pidas que vaya a esos sitios contigo no indica una pasión profunda y no debería considerarse una proposición romántica.
—Básicamente, una cita segura… un amigo.
—Exacto.
—¿Y usted no tiene un amigo así.
La joven suspiró.
—No, a nadie —movió la cabeza—. Los compañeros de trabajo no son seguros y, además, no quería darles munición presentándoles a mis compañeros de instituto. Y en este momento no conozco a nadie al que quiera llevar conmigo a algo así.
Ken volvió a observarla. Era una chica de aspecto simpático y un rostro atractivo y expresivo que denotaba sentido del humor.
—Eso me resulta difícil de creer —comentó.
La joven negó con la cabeza.
—No. No estoy en buenas relaciones con nadie con quien haya salido antes y he descartado a todos los demás que conozco, bien porque no son presentables o porque podían tomárselo demasiado en serio. Podríamos decir que mi vida social está muerta en este momento. Incluso mis amigas están emparejadas y muy ocupadas con sus cosas —terminó su vaso y soltó una carcajada—. ¿Ha oído hablar del tópico de la solterona que vive sola con su gato? Pues yo no tengo gato, pero sí unas cuantas plantas enfermizas.
—¿Ha considerado comprarse un gato? —preguntó él.
Jenny Forrest le lanzó una mirada fría, cuyo efecto quedó paliado por la sonrisa que no pudo contener.
—¿Y de qué me habría servido un gato esta noche? —gruñó—. Sólo para ir a casa y desahogarme con alguien, y para eso ya lo tengo a usted —giró el taburete por completo para mirarlo de frente—. Y hablando de lo cual, ¿no cree que ya es su turno?
—¿Mi turno?
—Sí, ¿recuerda cómo empezó esto?
Su sonrisa se volvió maliciosa. Al parecer, había conseguido animarla después de todo. Cruzó las piernas y apoyó el codo en la barra.
—Nos contamos mutuamente nuestros problemas y luego nos separamos y no volvemos a vernos. Ya ha oído mi historia. ¿Cuál es la suya? Estoy esperando.
Ken examinó los cubitos de hielo de su vaso. Ahora que había llegado el momento, le resultaba difícil contar su historia, principalmente porque todavía no estaba seguro de lo que sentía exactamente. Pero tenía la impresión de que aquella mujer no lo dejaría en paz hasta que le contara al menos una parte. Y quizá decirlo en voz alta le ayudara a poner sus pensamientos en orden.
—Esta noche he ido a una boda —dijo.
La joven asintió con la cabeza.
—Eso explica su atuendo. Ya he supuesto que no venía usted de un rodeo.
Ken soltó una carcajada a su pesar.
—Sí, bueno, ojalá hubiera ido a un rodeo o a cualquier otro sitio. Desgraciadamente, había accedido a ser el padrino, ya que es la boda de mi mejor amigo.
—Oh, las campanas de boda están rompiendo su amistad y eso le deprime, ¿eh?
—No exactamente. Mire, también conozco muy bien a la novia. Salí con ella.
Jenny lanzó un silbido.
—¿Su ex novia se casa con su mejor amigo y usted está dispuesto a ser el padrino? Estoy impresionada. ¿Está haciendo méritos de santidad? La mayoría de la gente hubiera asesinado por algo así.
Ken