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Marina Maravilla y el Fabuloso Dojo Literario de Katsumoto Hagakure
Marina Maravilla y el Fabuloso Dojo Literario de Katsumoto Hagakure
Marina Maravilla y el Fabuloso Dojo Literario de Katsumoto Hagakure
Libro electrónico127 páginas1 hora

Marina Maravilla y el Fabuloso Dojo Literario de Katsumoto Hagakure

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La historia de Marina Maravilla es la de una niña, acérrima lectora, que está buscando que algo maravilloso le suceda para poder escribir una novela que esté a la altura de su apellido. Así, comienza un viaje sin tiempo hasta llegar al Dojo Literario de Katsumoto Hagakure donde la filosofía zen, las emociones y reflexiones más profundas afloran para abrir su mente y darle a la pequeña escritora nuevas perspectivas y recuerdos que le darán la inspiración que tanto estaba buscando.

Antes de salir a la venta Marina Maravilla y el fabuloso Dojo Literario de Katsumoto Hagakure ya se estaba traduciendo al portugués y había despertado el interés de editores franceses, italianos y rusos. Esta novela pensada para público infantil, pero que atraviesa a cualquier lector adulto de la misma manera, es una aventura asombrosa, una crónica de viaje, una guía de escritura y es muchos libros más.
Es un libro difícil de clasificar, pero, sin dudas, imperdible.
IdiomaEspañol
EditorialAZ Editora
Fecha de lanzamiento24 ago 2024
ISBN9789873508189
Marina Maravilla y el Fabuloso Dojo Literario de Katsumoto Hagakure
Autor

Matías Moscardi

Matías Moscardi nació en Mar del Plata, en 1983. Publicó El gran Deleuze para pequeñas máquinas infantes (Beatriz Viterbo) y Diario de limpieza (Bosque Energético). Coescribió, junto a Andrés Gallina, tres libros: Diccionario de separación. De Amor a Zombie (Eterna Cadencia), Guía maravillosa de la Costa Atlántica (Sudamericana) y Museo del Beso (Reservoir Books). Es investigador del CONICET y Doctor en Letras por la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde trabaja como docente. Esta es su primera novela infantojuvenil, que ya se está traduciendo al portugués

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    Marina Maravilla y el Fabuloso Dojo Literario de Katsumoto Hagakure - Matías Moscardi

    Primero triunfar, luego combatir

    Hagakure

    Primero publicar, después escribir

    Lamborghini

    Ganas de escribir

    Imagínense una chica de unos diez años, con la cara que ustedes quieran. Tiene que ser la primera cara que les venga a la mente, tan rápido como el flash de una cámara de fotos.

    Ahora pinten su pelo del color que les pinte, agreguen un cuerpo, con una estatura más o menos correspondiente a su edad.

    Cierren los ojos con fuerza hasta que saquen chispas.

    Tienen que poder verla.

    Unos rasgos nítidos, que no se desvanezcan del cine de sus retinas una vez que hayan levantado el telón de los párpados y las luces se enciendan.

    ¡Concéntrense!

    ¿La ven?

    ¿Sí?

    ¡Muy bien!

    ¡Ya podemos comenzar!

    Bueno, les comento que esa chica que acaban de proyectar en su mente se llama Marina y tiene el más maravilloso de todos los apellidos habidos y por haber, porque su apellido es, valga la redundancia, Maravilla.

    Resulta que Marina Maravilla quería escribir una novela a la altura de su apellido, una novela maravillosa.

    Había algo que indignaba especialmente a Marina Maravilla y era que las heroínas de sus libros preferidos no escribieran ni una sola línea.

    ¿Quién cuenta la historia entonces?

    Marina detestaba a los Narradores (por eso estoy hablando así, bajito, porque si se llega a enterar que de hecho estoy contando su historia, seguro me viene a dar un merecido porrazo).

    Pensaba que los Narradores eran seres invisibles, chusmas sabelotodo que contaban como una cámara oculta todas las hazañas ajenas.

    ¡Un Narrador es un ladrón de historias!

    ¡De guantes blancos!

    ¡Narrador estafador!

    ¡Hace un boquete y se roba la caja fuerte con las alhajas de todos los relatos de oro, sin que nadie se dé cuenta!

    Marina Maravilla no podía entender cómo Wendy jamás había escrito un Diario de Nunca Jamás.

    Cómo Dorothy, al menos en su vejez, no había redactado con nostalgia memorable sus Memorias de Oz.

    ¿Y Alicia? ¿Cómo puede ser que nunca haya escrito sus Crónicas del País de las maravillas?

    ¿Y su amada Matilda? ¿Es posible que jamás haya tenido la brillante idea de incurrir en un Manual de telequinesis para niños?

    Los Narradores se llevaban injustamente todo el crédito de la historia que sus heroínas habían vivido con esmero y valentía.

    Marina estaba indignada, furiosa.

    Además, las novelas siempre las escribían los mismos: detrás de los Narradores estaban los Adultos. Para la gente pequeña había garabatos, poemitas, cuentitos, migajas. ¡Ninguna novela!

    Sin embargo, todo el mundo sabe que las mejores historias las cuentan siempre las niñas y los niños.

    Los adultos son más bien copiones sin imaginación.

    Descubrir este pequeño detalle cambió su vida por completo.

    Probablemente, todo había comenzado con un cuento que su mamá, la señora Margarita Maravilla, le leía cuando Marina tenía apenas cinco años.

    El cuento se llamaba Pollo Repollo. Su autora era Jan Ormerod.

    A Pollo Repollo se le cae una nuez en la cabeza y él piensa que fue el cielo. ¡El cielo se ha caído sobre mi cabecita!.

    Este error garrafal es el punto de partida de una larga peregrinación: Pollo Repollo está convencido de que tiene que ir a contarle al rey, urgentemente, que el cielo se ha caído sobre su cabecita.

    En el camino, se encuentra con distintos amigos de nombres graciosos: Gallina Cochina, Pavo Clavo, Paloma Rabona, Oca Loca, Ganso Manso, Pato Barato y Gallo Zapallo.

    Todos van al bosque, a buscar comida. Pero al enterarse de la tragedia de Pollo Repollo, se suman, uno atrás de otro, en una larga fila.

    Hasta que se encuentran con Zorro Piporro, quien alega conocer muy bien el camino al castillo del rey. Por supuesto, se trata de una trampa mortal. Zorro Piporro y sus cachorros, de hecho, se comen a Pollo Repollo y sus amigos.

    El cuento termina así: De modo que no vieron al rey y jamás pudieron contarle que el cielo se había caído.

    Desde el momento en que Marina Maravilla escuchó la trágica historia de Pollo Repollo supo que tenía que escribir una novela maravillosa.

    El final de Pollo Repollo había transforma-do a la lectora en escritora, porque ahora era ella, Marina Maravilla, la que conocía la desdicha infinita —y el insalvable malentendido— de Pollo Repollo y sus amigos, la injusticia poética de la que habían sido víctimas.

    Y cuando alguien carga con un mensaje tan enorme en la mochila del espíritu, su destino está echado: tendrá que escribir una novela maravillosa.

    Este objetivo no es, como ya habrán deducido, para nada sencillo. Porque para escribir una novela maravillosa primero hay que vivir una aventura maravillosa. Sin aventura no hay novela.

    Y eso es, precisamente, lo que andaba buscando Marina Maravilla: una Gran Aventura.

    Se sabe: para escribir hay que estar buscando algo, con mucho ímpetu. No se puede escribir una sola letra, ni una coma, sin estar buscando verdaderamente algo, lo que sea (un botón descosido de un saco, el brazo perdido de una muñeca, una foto que la ráfaga de la ventana voló de la plancha de corcho con fotos, una media que complete el par de medias con la cara de Alejandra Pizarnik).

    Todos los días de su vida, Marina prestaba mucha atención a posibles señales extraordinarias: luces fuera de lo común en el cielo; algún crujido extraño de muebles o de cañerías por la noche; el ondular misterioso de alguna cortina; ruidos insólitos debajo de la cama; alguna frecuencia sonora inaudible para los humanos pero que su gata, Chinela Metiche, pudiera oír (Los gatos son radares de otros mundos, pensaba Marina) y numerosos

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