Por un beso
Por Teresita Gómez
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Teresita Gómez
Teresita Gómez Vallejo (Santiago de Cuba, 1940). Narradora. Ha publicado con las editoriales Gente Nueva, Ediciones Unión, Letras Cubanas, Científico-Técnica y Abril, entre otros títulos: El gato sin amigos (1974), Cuentos de cuentos (1979), Sueños de papel (1980), Hombre de palabra (2006), Morelos y los guácharos (2008), Acercamiento a la cerámica artística cubana (2010), Cuentos de la Sierra (2011) y Cuentos y más cuentos (2012).
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Por un beso - Teresita Gómez
Cuba
Primavera 2007
Hoy he tenido un recorrido largo. Me siento cansada, y aquí en la terraza, con su toldo azul cielo, los bonsái y mi sofá mecedora, miro el mar. Él es mi mayor descanso. Su color azul, por frío, me ceda; y esa, su línea horizontal que se pierde en la distancia haciéndose cada vez más profundo, me aquieta, me relaja.
Es el mismo horizonte que hizo a tantos tozudos navegantes tratar de llegar hasta él y atravesarlo con sus frágiles naves. Quimera imposible que no contaba con la redondez. Mar insondable que nos ha traído siempre lo bueno y lo malo, en sus aguas salobres. Ese Mediterráneo lleno de vida y leyendas.
Hace unos minutos que he llegado a mi casa. Mejor decir, a mi pequeño ático en el puerto de Andraitx. Hice lo indecible por vivir en este puerto. Desde aquí puedo divisar el mar en todo su divino color azul. En él, en sus profundidades, pueden sumergirse y perderse mis ojos contemplándolo, dándome una vez más la seguridad de que vivo en una isla. En esta mi preciosa isla de Mallorca, donde vine a vivir hace tantos años que puedo decir, sin lugar a sentirme desarraigada, que soy de esta tierra.
Además, si no dijera que soy de aquí y fuera hasta Barcelona, por ejemplo, o a otra parte de España, un buen conocedor del lenguaje descubriría con facilidad que soy isleña, porque los habitantes de las islas hablamos muy alto y respiramos muchas menos veces por minuto que los pobladores de las ciudades continentales. Sus pulmones piden más respiraciones para buscar más oxígeno. El aire de mi isla es mucho más puro. Por eso viene el turismo por miles, porque buscan limpiar sus pulmones y llenarlos de yodo, de salitre, de múrices y de algas de este mar mediterráneo que nos rodea.
Mi último viaje a Barcelona me hizo ver todo lo que necesitaba respirar. El aire, para mí, se hacía denso, porque estoy acostumbrada al de Mallorca, y aunque me fui a pasear con unas amigas hasta el propio puerto, allí donde está la estatua del Gran Almirante Cristóbal Colón, con su brazo extendido y su mano señalando hacia el rumbo de sus ansiadas Indias, allí pegada al mar, no me dejaba la sensación de necesitar más aire.
Quizás no sea tanto así, y todo parte de mi propia mente, parte de que adoro esta isla. Aquí vine cuando era apenas una adolescente, y aun conservo algunos recuerdos de mi primera infancia en Andalucía, en aquel pueblito campesino, en aquella aldea escondida donde nunca había nada que hacer como no fuera atender a los animales y cuidar los árboles frutales. Sin embargo, me siento de aquí, de las Baleares. Soy una mujer isleña.
Tengo veintisiete años y puedo considerarme una mujer que ha logrado, por su esfuerzo, un lugar en la vida. Mucho trabajo me dio estudiar en la universidad, pero lo conseguí. Escogí correctamente mi carrera, porque estoy convencida de que aunque el trabajo sea agotador, siempre que a una le guste, no se siente esclava del trabajo, porque le pagan por algo que uno siente el placer de hacer.
Me gusta lo que hago. Me gusta la historia, y muchos de mis amigos me han dicho: «te gusta vivir en el pasado». Pero yo diría que no. En realidad me gusta tejer mis propias historias. Me fascina indagar en los hechos históricos: vencer centurias y trasladarme con los ojos de mis conocimientos y con toda mi imaginación para ver a los hombres de las épocas pasadas, a las personalidades positivas, esas que han dejado algo bueno, como sería Ramón Llull, aquella destacada figura en el ámbito cultural en los tiempos de la corona de Aragón. Puedo verlo caminar con paso suave, atravesando los claustros con su hábito, concentrado en la obra que dejaría, bases para la formación de la literatura catalana. Puedo sentir las luchas de las personalidades que transitaron a través de los siglos, dejando para la historia un mal recuerdo, una ambición desmedida, un empecinamiento que llevó a las guerras y a la muerte a otros seres... sus seguidores, por la fuerza o por el convencimiento en sus ideas. Las malignas personalidades de la historia, con el correr de los tiempos, hacen más relevantes los matices de las que aportaron con su esfuerzo a la corriente de conocimientos universales. Ese reservorio histórico del universo que pertenece a todos.
La historia de la humanidad hay que disfrutarla, no solo verla como hechos y fechas. Hay que sentir la lucha de los hombres. Las fechas, más o menos, pueden olvidarse, pero situarse en una época es otra cosa. Hay que verse a una misma viviendo otros tiempos, muy diferentes de los nuestros. Tratar de llegar al pensamiento de los hombres y mujeres de esos contextos, porque si intentamos mirarlos con los ojos de nuestro mundo actual, con seguridad jamás podríamos comprenderlos. Son ellos y su entorno, sus costumbres, con el grado de la evolución de su pensamiento social.
Claro que ser una amante de la historia no es para nada ser un historiador. A los historiadores no les es dado florear ni imaginar. Ellos trabajan con fechas y datos exactos. Trabajan el hecho histórico, pero los que somos amantes de la historia, buscamos algo más: al hombre en su medio. Ese es mi mayor gusto; componer esos hechos apoyada en los conocimientos que me dio mi carrera universitaria. Buscar su entorno, su ambiente… y a los turistas se le hacen amenas las visitas dirigidas porque vienen buscando una historia, un cuento viejo que luego puedan contar y recordar.
Sin lugar a dudas, y sin petulancia de ningún tipo, soy una de las mejores guías turísticas de mi grupo. Estoy orgullosa de serlo. No me canso de contemplar los monumentos que después describo. He logrado compenetrarme tanto con ellos, que cuando hablo de un cuadro o de un monumento y algo no está en total armonía con la realidad, siento como un aviso interno que me hace rectificar. El hombre ha descubierto muchas, muchísimas cosas científicas, y aun no ha podido lograr descubrir hacia dónde va la energía que hay en cada ser humano cuando este muere. Hay cientos de teorías y a nadie se incinera por sustentar alguna de ellas; pero lo cierto es que esas energías de las grandes personalidades de la historia, cuando se sienten reclamadas y contadas por alguien, están presentes en esos momentos. Hay que tener oídos finos y mente abierta para sentirlas. Para nada hay que ser una persona superdotada. Tampoco hay que ser una sacerdotisa. Simplemente hay que tener una mente abierta y aceptar esa energía. Eso es lo que yo hago. Me acerco al alma de aquellos constructores de épocas lejanas, a sus temores constructivos, a sus logros y a sus impotencias de llegar a la dimensión, a la altura deseada, desafiando los pesos e intentando hacer más vanos para permitir más luz. Lo hago, porque todos esos edificios me son familiares, son mi entorno; ellos constituyen también parte de mi vida.
Sé que hago amena las charlas que doy en mis visitas de recorrido, y ese es mi mayor placer, porque no tengo pena de confesármelo a mí misma. Ese placer por mi trabajo es lo mejor que tengo en la vida. Soy, como dicen mis mejores amigas, «una adicta al trabajo», a mi trabajo de guía; y cada día aumento mis conocimientos, sobre todo lo que me rodea y lo que muestro en mis charlas. Encuentro mil detalles interesantes que contar y sé que ellos, mis turistas, a lo mejor olvidan los nombres y los años en que ocurrió la construcción de un edificio, o quién fue el arquitecto, pero cuando les digo que alguien estuvo prisionero en aquel lugar, como cuando los enfrento al palacio Bellver y les comento que ahí estuvo prisionero Melchor Gaspar de Jovellanos, en el gobierno de Primo de Rivera, muchos de ellos ni saben quién fue Gaspar de Jovellanos y a lo mejor tampoco quién fue o qué significó para España el tal Primo de Rivera, pero siempre recordarán que allí estuvo un hombre preso y sentirán la sensación que puede dar estar preso en un palacio con un patio circular como el de Bellver.
Estoy segura que de mis relatos pronto serán olvidadas las fechas, pero recordarán la esencia de lo que les trasmito. En el momento, ellos prestan atención, porque a la vez están olvidando: dejando atrás la rutina de sus trabajos, la propia rutina de su vida familiar. Vienen a Mallorca buscando un cambio de aire, un cambio de vida por unos días, y yo debo hacerles lo más agradable posible esa estancia.
Lo mismo cuando recorren la catedral gótica, con su elevada construcción donde se exponen todos los elementos propios de